El origen de Grey

By Delirium_13

1.7M 38.8K 4.8K

Christian Grey cuenta como era su vida cuando era pequeño, y las cosas que hicieron que se convirtiera en qui... More

El origen de Grey
Primera sombra
Segunda sombra
Tercera sombra
Cuarta sombra
Quinta sombra
Sexta sombra
Séptima sombra
Octava sombra
Novena sombra
Décima sombra
Décima primera sombra
Décima segunda sombra
Décima segunda sombra
Décima tercera sombra
Décima cuarta sombra
Décima quinta sombra
Décima sexta sombra
Décima séptima sombra
Sombra 18
Sombra 19
Sombra 20
Sombra 21
Sombra 22
Sombra 23
Sombra 24
Sombra 25
Sombra 26
Sombra 27
Sombra 28
Sombra 29
Sombra 30
Sombra 31
Sombra 32
Sombra 33
Sombra 34
Sombra 35
Sombra 36
Sombra 38
Sombra 39

Sombra 37

33.1K 1K 463
By Delirium_13

La música seguía saliendo de las manos de Grace como por arte de magia, y la señora Lincoln seguía parada ante mí, con sus brazos listos para recibirme.

- ¿No sabes bailar? –la dureza de su mirada contrastaba con la serenidad de su tono de voz.

- No.

- Bueno, has tenido suerte Christian, es un vals, no hay nada tan fácil de bailar como un vals.

Sin esperar más respuesta por mi parte tomó mi mano izquierda con su mano derecha. Paralizado, la dejé hacer. Sentía el mismo rechazo al contacto físico de siempre. Sentía como si mi cuerpo pesara mil toneladas pero fuera de mantequilla cuando la señora Lincoln se hacía cargo de él. Y mi mano voló dentro de la suya.

- Ahora pon tu mano derecha en mi cintura.

Lo hice. Obedecí sin dar crédito a lo que estaba sucediendo. Entonces colocó su mano libre sobre mi hombro y empezó a tararear la música muy cerca de mi oído, en voz tan baja que sólo podía oírla yo, y me iba cantando los pasos. Sonaba autoritaria, decidida. Derecha, izquierda, otra vez a la izquierda, junta tus pies. Y ahora repetimos. Derecha, izquierda, otra vez a la izquierda, y por último, junta los pies. Sabía que podías hacerlo. Sólo entonces dejó de hablar. El vals llegó a su fin pero Grace lo reenganchó de nuevo desde el principio. Volvió a comenzar y no sé si la señora Lincoln no se dio cuenta, o no se quiso dar cuenta, pero siguió bailando conmigo. Siguió haciéndome bailar, más bien.

Mi cuerpo, que al principio notaba rígido y torpe, se fue suavizando al seguir las indicaciones de la señora Lincoln, que más parecían órdenes que otra cosa. Gira, cógeme de aquí, derecha, izquierda. Cuanto más autoritarias sonaban las instrucciones más sencillo me resultaba seguirlas. Yo no respondía. Simplemente hacía lo que ella me decía, en silencio, con la vista fija en nuestros pies, en mis naúticos nuevos, en sus sandalias altas de tacón. En cómo al seguir todo lo que ella me estaba diciendo, de nuestros cuerpos brotaba un baile a un único son.

- Estupendo Christian, eres un gran bailarín –me dijo.

- Gracias –respondí.

- Silencio, calla, no hables. Ahora no. Sigue bailando hasta que acabe la música.

No volví a hablar, tal y como ella me había pedido. Cuando cesó la música se hizo un silencio envolvente en el salón. Grace había dejado las manos quietas sobre las teclas y nos miraba sin articular palabra, atónita. Su amiga, la señora Lincoln, detuvo nuestra coreografía soltando de golpe mi mano y separándose de mí. Yo me quedé parado frente a ella, recuperé las mil toneladas de peso de mi cuerpo, que volvió a quedarse en un bloque, una sola pieza. Me hizo una pequeña reverencia a la que respondí bajando de nuevo los ojos al suelo, y se giró hacia mi madre como si yo hubiera abandonado la estancia, como si no estuviera allí. Las palmas de las manos me quemaban, el estómago se me había contraído en un nudo, sentía casi dolor físico mientras ella se alejaba de mí, con una indiferencia total. Con ese mismo aire de desinterés se dirigió hacia el piano, y se sentó al lado de mi madre.

- Grace, querida, ¿te apetece que vayamos a tomar algo esta tarde, en lugar de quedarnos aquí? Así aprovechamos tu última noche antes de que vuelva toda la tropa del campamento.

- No lo sé Elena, no quiero dejar a Christian hoy. Estamos celebrando su cumpleaños.

- ¿Su cumpleaños? ¡Pero si fue hace meses!

- Sí pero habíamos pospuesto la celebración hasta hoy.

Me miraron las dos, inquisitivamente. Quería responder que no me importaba, que se fueran, pero no me salían las palabras.

- Vamos Grace, será solo un rato. Prometo devolverte temprano a casa para que cenes con tu hijo. Christian –dijo girándose hacia mí- ¿te importa dejarme a tu madre un rato? Tenemos cosas de qué hablar. Te recompensaré.

El embrujo de aquella mujer seguía hechizándome. No era capaz de articular palabra y, sin embargo, cuando ella me hacía una pregunta, casi instintivamente mi boca contestaba.

- Por supuesto, claro, señora Lincoln. No se preocupe –balbuceé.

- ¿Estás seguro, hijo? –Grace nos miraba alternativamente, saltando de su amiga a mí.

Temía que al hablar volvieran a atascarse las palabras en mi garganta así que asentí con la cabeza y prácticamente huí de allí dejándolas solas. Corrí lo más rápido que pude buscando refugio escaleras arriba en mi habitación, cerré la puerta y me apoyé sobre ella. Cerré los ojos tratando de apaciguar mi respiración. ¿Pero qué era eso que acababa de pasar? La señora Lincoln me había tocado, había bailado conmigo, y todavía podía sentir en las palmas de las manos un hormigueo. Sin ningún aspaviento, sin ningún ruido, había hecho conmigo algo que ni siquiera Grace había intentado en todos estos años. Me había tocado sin permiso, y yo no me había resistido al control silencioso que había ejercido sobre mí.

Una parte de mí se alegraba de que hubiera terminado aquel larguísimo vals pero otra añoraba de una forma extraña el alivio que había sentido al no tener que tomar ninguna decisión más allá de seguir las instrucciones que ella me dictaba. Por primera vez me había enfrentado al contacto físico de una manera que me resultaba fácil y natural.

Abrí unos centímetros la puerta intentando no hacer ruido para descubrir si aún estaban en la casa Grace y la señora Lincoln, pero no escuché nada. Me asomé a la ventana y entonces las vi, saliendo por el camino de grava en dirección al coche, y se marcharon. Mi corazón latía a mil por hora, sentía un sudor frío recorriendo mi espalda, de arriba abajo. Tenía los labios secos y una sensación de ansiedad en el estómago que me era totalmente nueva. Instintivamente me llevé la mano a los pantalones, entre las piernas para aliviar la presión. Estaba completamente empalmado. De pronto a la incertidumbre del episodio que acaba de pasar se unió la vergüenza, el miedo a que la señora Lincoln se hubiera dado cuenta de que estaba excitado. No sabía exactamente cuándo me había empalmado ni era capaz de recordar lo cerca que había estado mi cuerpo del suyo. Pero sabía que, si estaba como en ese momento, tanto la señora Lincoln como Grace lo habrían visto. Una oleada de rubor me recorrió, y supe que no había otra manera de aliviarme que masturbarme.

Pasé el resto de la tarde encerrado en mi habitación, sentado frente a la ventana viendo cómo el viento movía mi nuevo barco suavemente sobre las aguas de tranquilo lago. Desde mi posición dominaba el final del sendero de grava que conducía a la carretera pero no la verja de la puerta principal, y esperaba ver entrar el coche de Grace, a ser posible, con la señora Lincoln a su lado. Pero cuando el sonido metálico del mecanismo que accionaba la puerta me advirtió de que alguien entraba y me asomé, sólo vi a mi madre dentro del auto.

Grace no mencionó lo ocurrido al regresar para cenar, pero estaba rara. O tal vez estaba raro yo y quise verlo en ella también. Julianna había preparado jamón de pavo con salsa de grosellas y una crema fría de puerros. Hablamos de mi nuevo barco durante toda la cena, los dos solos. Le conté a Grace lo suave que era al navegar, lo ligero de su casco, y lo bien que se me daba enrollar y desenrollar la vela. En el campamento nos habían enseñado lo importante que era mantener limpias y libres de sal las embarcaciones y sus aparejos, y a mí me encantaba quedarme a aclarar con la manguera los barcos cuando los otros chicos se iban corriendo a bañar. Grace parecía contenta y relajada, y muy orgullosa de mí.

- Estás muy locuaz esta noche hijo. Hace tiempo que no me contabas tantas cosas.

- Es que estoy muy ilusionado con la barca Grace. Muchas gracias –mentí.

Aquella noche hablé sin parar porque tenía miedo de dejar un silencio que Grace pudiera llenar con preguntas acerca de lo que había pasado esa misma tarde con la señora Robinson. Mi madre sabía perfectamente que nunca dejaba que nadie pusiera una mano sobre mí, excepto Mia, y mucho menos que me abrazaran. Grace había sido quien más se había preocupado por intentar que yo tuviera una vida normal que incluía, por supuesto, que el contacto físico fuera una parte más de ella. Pero nunca había tenido éxito.

Con el postre llegó una tarta con dieciséis velas. Cuando fui a soplar mi madre me paró.

- Tienes que pensar un deseo Christian, antes de soplar las velas.

Cerré los ojos intentando pensar en algo, pero no pude. Deseaba pocas cosas, en realidad. Sólo deseaba encontrar un sitio en el que encajar. Y no sabía si eso era un deseo válido. Aún así, lo intenté. Y soplé las velas.

Después de cenar me excusé y volví a mi habitación. Le dije a Grace que estaba agotado de tanto navegar y que quería meterme en la cama temprano para recibir a mis hermanos fresco al día siguiente.

- Buenas noches querido.

- Buenas noches. Y gracias por el regalo Grace.

- El regalo me lo has hecho tú, Christian. Soy muy feliz.

Julianna entró en el comedor evitándome la conversación que no quería tener.

- Señora, el señor Grey al teléfono. ¿Quiere que le diga que la llame más tarde?

- No, Julianna, ya voy. Christian estaba a punto de irse a dormir.

Me lanzó un beso y salió en dirección al pasillo para contestar a Carrick. Yo subí las escaleras muy despacio y en silencio. Me paré arriba, en el último peldaño, y me senté sin hacer ruido.

- ¿Carrick? Hola querido. No te vas a creer lo que ha pasado hoy… ¿Cómo? … Oh no, le ha encantado, no es eso. … ¡Y ha decidido llamarlo Grace! Pero no es eso, no, no. Has sido después, esta tarde. … ¡Christian ha bailado con Elena! … No sé cómo ha ocurrido … En fin, ya hablaremos. ¿Y los chicos, ya los has visto? ¿Qué tal están? … ¿A qué hora llegaréis a casa? … Estupendo. Estoy deseando veros. … Yo también. Un beso, querido.

Cuando Grace cambió de levanté y me marché a mi habitación. Me incomodaba muchísimo que hablasen de mi vida así, sentía que Grace estaba invadiendo una parcela de mi intimidad, que estaba entrando en un terreno en el que nadie le había permitido campar a sus anchas como lo estaba haciendo.

Y la imagen de la señora Lincoln volvió a mi mente. Tumbado sobre la cama volví a sentir el calor en la palma de las manos, y como si de un impulso eléctrico se tratara un escalofrío recorrió todo mi cuerpo. Veía las ondas de su pelo rubio flotando en el aire por delante de mí, los volantes de su falda rozando mis rodillas, su piel tersa abriéndose paso entre los tirantes de la blusa de seda, sus tobillos, firmes sobre los altos tacones de las sandalias. Nunca la había visto así. Nunca me habían interesado las chicas y mucho menos una mujer madura, prácticamente de la edad de mi propia madre. Pero ahí estaba, en una especie de nube de su perfume deseando volver a tenerla cerca, deseando esa mirada dura sobre mí de nuevo. Deseando sentirme bajo su influjo.

Al día siguiente volvieron Elliot y Mia del campamento, con la piel tostada por el sol, más rubios de lo que se habían ido y hablando atropelladamente, los dos a la vez. Carrick abrió la puerta quejándose.

- ¡Basta! ¡No puedo más! ¡Lleváis una hora hablando los dos a la vez y no os entiendo! Id a saludar a vuestra madre y bajad al porche. Nos tomaremos una limonada todos juntos y nos podréis contar las vacaciones. Pero ahora callad, ¡por favor! ¡Os prometo que si no os devuelvo ahora mismo al campamento. O a un campo de trabajo. O os enrolo en un marino mercante. ¡Así que callad!

Elliot y Mia estallaron en una carcajada y le besaron. Carrick nunca había sabido cómo hacerse respetar, y mis hermanos disfrutaban sacándole de sus casillas. Desde lo alto de la escalera yo observaba la escena, sin estar muy seguro de cuando debía entrar en acción.

- ¡Elliot! ¡Mia! ¡Mis niños! ¿Ya estáis aquí?

-

Grace apareció por la puerta trasera a toda prisa.

- ¡Mis niños! ¡Cuánto habéis crecido! ¡Estáis enormes! Venid aquí que os de un beso.

Se dejaron arrollar por ella entre risas y besos, y volvieron a hablar al mismo tiempo. Carrick salió resoplando hacia el jardín, y yo me dispuse a bajar. Me levanté y despacio las escaleras, evitando así participar de la explosión de afecto que les dominaba a todos. Antes de llegar abajo Mia me vio.

- ¡Christian! –corrió hacia mí y saltó a mis brazos. -¡Hola hermanito! ¿Qué tal estás? ¿Por qué no has venido? ¡Tendrías que haber venido! Lo hemos pasado fenomenal. Estaba en una cabaña con dos chicas, ¿sabes? Laura y Rebecca. La cabaña se llama Arapahoe y tenía dos literas pero una estaba vacía.

Grace, Elliot y yo volvimos a reir.

- ¡Deja algo para luego Mia! ¿O vas a concentrar todo el verano en diez minutos y sin respirar? – Grace se acercó a nosotros y volvió a abrazarla. –Sube a darte una ducha y ahora nos lo cuentas todo, ¿de acuerdo?

- Está bien mamá. Sabes, en el campamento no teníamos duchas. Era un cuartucho con una manguera en lo alto y teníamos que turnarnos si queríamos tener agua caliente todos –Mia seguía con Grace mientras iban escaleras arriba, acarreando el equipaje.

- Hola hermanito –Elliot me saludó sin acercarse, pero sonriente, como si las rencillas de los últimos meses del curso hubieran quedado definitivamente atrás.

- Lelliot, me alegro mucho de verte. ¿Es que no lo has pasado tan bien como Mia?

- ¡Mejor! Me he convertido en el terror de las chicas –bajó el tono para decirlo, por si Grace todavía podía escucharle. - ¿Y tú? ¿Has hecho grandes conquistas este verano?

Elena Lincoln apareció de nuevo ante mí.

Nada, hermanito, nada.

Continue Reading