Amor se paga con amor ©

By autumn-may

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Cassandra Albright, es una joven mujer, de clase trabajadora. Amable, y bondadosa, verá la antipatía en un ho... More

Aclaración
Amor se paga con amor
Capítulo 02
Capítulo 03
Capítulo 04
Capítulo 05
Capítulo 06
Capítulo 07
Capítulo 08
Capítulo 09
Capítulo 10
Capítulo 11
Capítulo 12
Capítulo 13
Capítulo 14
Capítulo 15
Capítulo 16
Capítulo 17
Capítulo 18
Capítulo 19
Capítulo 20
Capítulo 21
Capítulo 22
Capítulo 23
Capítulo 24
Capítulo 25
Capítulo 26
Capítulo 27
Capítulo 28
Capítulo 29
Capítulo 30
Capítulo 31
Capítulo 32
Capítulo 33
Capítulo 34
Capítulo 35
Epílogo

Capítulo 01

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By autumn-may

La triste princesa


Cassandra se había casado con uno de los hombres más ricos de todo el país, pero no era feliz en su matrimonio. Su marido no le prestaba la atención que quería de él, siempre preocupándose por sus negocios, y ella siempre era la última persona a quién le dirigía la palabra. Era terrible, y era muy horrible también. Se había casado muy joven también, apenas tenía la mayoría de edad legalmente, y ya estaba casada con él. Vivía en una enorme casa con mucama, pero no se sentía a gusto en la misma. Tenía siempre todo a su disposición. Nada estaba pasado por alto en la casa en donde vivían. Y cada día que pasaba, más sola se sentía en aquella fortaleza ostentosa y fría.

Ahora recordaba el día que su padre quiso que se casara con él.

El padre de ella trabajaba para su marido, pero sabía bien lo codicioso que era y el objetivo que tenía en mente, el que ella terminara casada con aquel hombre de negocios. Ni su familia, ni mucho menos ella, eran de una clase alta renombrada, para nada lo eran, solamente eran de una clase intermedia, que oscila más en lo común y corriente que en la opulencia y riquezas. Su familia era de una clase trabajadora simple y sencilla, y su padre siempre había aspirado a más, y ciertas cosas o la mayoría de ellas no las compartía en lo absoluto.

                                                      ***

Rememoró el día que lo había visto.

Había conocido a su marido un año atrás por pura casualidad, había ido de visita a la empresa a llevarle unas cosas que se había olvidado su padre, y cuando una recepcionista muy amable la dejó pasar, subió al piso donde el papá trabajaba. Esperó por más de quince minutos en el pasillo con la carpeta llena de papeles que necesitaba. Todavía recordaba el primer encuentro, tan casual, tan normal e inocente, tan bonito, pero aún así, recién ahora se había percatado lo distante que había sido con ella.

—¿Buscas a alguien? —le preguntó alguien a sus espaldas.

—Oh, lo siento, sí, necesito entregarle ésta carpeta con papeles al señor Albright.

—¿Eres la chica de los recados? —le pregunta y ella se puso roja de la vergüenza.

—No señor, soy su hija, y se ha olvidado esto en la casa.

—¿Quieres que se lo entregue?

—Por favor, si sería tan amable, se lo agradecería mucho.

—Señor Astrof, los empresarios ya han llegado para la reunión.

—Diles que aguarden un segundo, Alexa.

—Sí, señor.

Dos secretarias, pasaron por su lado entre risas y murmullos por lo bajo mientras la miraban de reojo. Le entregó la carpeta en sus manos, y se lo agradeció nuevamente.

—Gracias otra vez señor, buen día.

—De nada, igualmente para ti.

Dio media vuelta y salió definitivamente de aquella gran empresa.

***

Su mucama, desde hacía rato la estaba llamando, para preguntarle algo, y ella, aún estaba absorta en sus memorias.

—Señora Astrof, señora Astrof... Cassandra.

—¿Qué? —le preguntó a Corina, la mucama.

—¿Se encuentra bien señora?

—Sí, Corina, lo siento, por un momento me he quedado pensando en algunas cosas.

—Señora, con todo respeto, casi siempre se queda por minutos vagando y posando sus ojos en algún punto imaginario y eso es casi todos los días.

—Lo siento, ¿necesitas algo?

—¿Almorzará ahora o espera al señor?

—Lo voy a esperar Corina.

—Está bien, con su permiso.

—Corina...

—¿Sí, señora?

—Perdón que sea así de indiscreta, pero... ¿no te cansas de servir a las personas?

—Me gusta mucho mi trabajo, el señor es muy considerado conmigo, y recibo más de lo que me correspondería de sueldo, aún así, las cosas que hago, las hago con amor, y porque les tengo mucho aprecio a la familia.

—¿Puedo ayudarte en algo? Por favor.

—Lo siento querida, no puedo dejar que me ayude.

—Por favor Corina, necesito hacer algo para distraerme, en serio, lo necesito.

—Vaya de compras.

—No tengo a nadie quién me acompañe.

—Llame a alguna de las hermanas del señor, incluso a su suegra.

—No quiero molestarlas.

—Hágame caso señora, no puede estar todos los días así.

—De acuerdo, lo pensaré bien luego del almuerzo, gracias.

—De nada señora, con su permiso.

—Ve —le dijo y esta última se fue hacia la enorme cocina.

Un rato después, Keith abrió la puerta principal de aquella inmensa casa, y la cerró detrás de él. Cassandra se acercó a él, y le habló.

—Hola, buenos días.

—Buenas.

—¿Almuerzas ya o prefieres tomarte algo primero?

—He venido a almorzar solamente, no a perder el tiempo.

—Está bien, le avisaré a Corina que ya prepare el almuerzo.

—¿No lo ha hecho todavía?

—Sí, es decir, la mesa hay que ponerla.

—Sí, sí, bueno, apúrate que no tengo todo el día mujer.

Ella fue casi corriendo a la cocina para avisarle a Corina, que preparara la mesa. A pesar de las protestas efectuadas por ella, la joven la ayudó en preparar la mesa. Diez minutos después, estaban almorzando en la sala del comedor familiar.

—No quiero verte en la cocina con la servidumbre, Cassandra, miles de veces te lo he repetido.

—No le hago mal a nadie, por lo menos puedo charlar con ella.

—Nada de charlas, simplemente un trato cordial y eso es todo, quisiera saber cuándo será el día en que te entre algo en esa cabeza de chorlito que tienes —le respondió y ella automáticamente agacho la cabeza.

—No me hables como si fuera una estúpida.

—Pendeja eres y jamás te esforzarás por verte adulta y comportarte en una fiesta social.

Ella intentó cambiarle el tema, porque no le gustaba nada cuando le hablaba de aquella forma tan autoritaria y dominante.

—¿Quieres ir al cine hoy a la tarde?

—No puedo, y los siguientes días tampoco podré, y mucho menos contigo.

—Lo entiendo.

—No, no lo entiendes en lo absoluto, no me he casado contigo porque quise.

—De acuerdo, es suficiente.

—La verdad duele querida, y es de la única manera que entiendas que no eres el tipo de mujer que habría escogido para ser mi esposa.

Corina había entrado apenas dijo aquellas últimas palabras, y quedaron en silencio. Retiró los platos de comida, y los reemplazó por dos de suculento postre. Se retiró y él volvió a hablarle atentamente.

—Solamente me he casado contigo porque tu padre me había dicho que eras muy callada y ubicada en todo, no se ha equivocado, no te has quejado una sola vez, y eso mismo es lo que quería en una esposa, callada la boca y ubicada y correcta en todos sus modales, no me gustan las cotorras que jamás se saben callar en alguna reunión, aburres pero lo puedo tolerar, y esto te lo he repetido miles de veces también, Cassandra, y tú ni siquiera prestas atención a las cosas que te digo nunca.

—Keith, por favor —le dijo sujetando su mano que tenía sobre la mesa—, si pasaríamos un poquito de tiempo juntos no te sería tan insulsa y aburrida —le volvió a decir y él quitó bruscamente su mano de su agarre.

—¿Qué tienes tú que las demás mujeres no tengan? Cuando te compares con las demás, quizá ahí sí podremos hablar y acercarnos —le dijo rotundamente y al levantarse de la silla, salió de la casa para irse a la empresa nuevamente.

Y como una gran estúpida estaba averiguando por internet modales de señoritas. Y más tarde, llamando a la casa de los padres de su marido. Y como siempre, la atendió su perfecta mucama.

—Hola, buen día Tina, ¿cómo estás?

—Hola, buen día, bien, ¿y usted señora?

—Bien también, gracias. ¿Se encuentra la señora?

—No, ella ha salido con su marido, pero aquí se encuentra Pamela.

—De acuerdo, ¿serías tan amable de pasármela? Por favor.

—Claro que sí, hasta pronto señora.

—Hasta pronto, Tina.

—Hola, Cassie, ¿cómo estás?

—Hola, Pam, todo bien, ¿y tú?

—Todo bien también, dime.

—¿Quieres ir conmigo al cine?

—¿Ahora?

—Sí, o más tarde si tú quieres.

—Ahora estaba pensando en estudiar un poco, pero, ¿qué te parece si a las cinco te paso a buscar y nos vamos?

—Me parece bien, gracias, Pame.

—De nada, Cassie, hasta luego entonces.

—Hasta más tarde.

Ambas cortaron las llamadas. Pamela, tenía su misma edad, y a pesar de ser una niña rica, no la hacía sentir diferente. En cambio su hermano, sí. Siempre y cada vez que podía la hacía sentir inferior a él y a su círculo estrecho de amistades, sobretodo las femeninas.

Sus padres eran un encanto y amor. Toda su familia lo era, pero Keith, era demasiado materialista y se fijaba en todas las cosas que estaban mal a su entender y todas las cosas que ella hacia mal o muy mal.

Alrededor de las cuatro, Cassandra fue a darse una ducha. Era pleno invierno, y para calentarse, había aprovechado en bañarse. Pantalón de cuero negro, un suéter negro con una rosa impresa, botas verdes, un saco de piel fucsia, bolso negro y un par de aros fucsias, bien sencillos. Pelo suelto, y perfumada, y su maquillaje muy simple. Delineado negro por dentro de los ojos, máscara de pestañas, y un brillo labial rosa fuerte.

Una vez que estuvo lista, salió de la habitación que compartía con su marido, y bajó las escaleras. Entró a la cocina, y se quedó charlando con Corina. Era la única que le prestaba atención, ella y solamente ella.

—Voy a salir con Pamela.

—Está bien señora, tendría que salir más y no quedarse siempre adentro.

—No me gusta mucho salir y menos salir de compras.

—¿Por qué no? Todas las chicas de su edad les encantan salir a divertirse y comprar ropa y zapatos.

—No soy una chica partidaria a esas cosas Corina, creo que apenas me has conocido, supiste cómo era en verdad, ¿no?

—Sí, sé cómo era, y sé cómo es ahora señora, siempre tan atenta a los demás y conmigo también, es muy encantadora.

—Agradezco tu halago hacia mí, Corina, pero no todas las personas opinan lo mismo, ¿ha sido siempre así?

—¿Quién? ¿El señor?

—Sí, el señor.

—No, no siempre fue así.

—Entonces ya sé quién fue la que le cambió el humor y el carácter al señor.

—No tiene porqué culparse señora.

—Por favor, llámame Cassandra.

—Es la señora de la casa, me es prohibido tutearla.

—No soy nadie aquí, no imparto ordenes aquí y ni en ninguna otra parte, soy un cero a la izquierda para Keith.

—No diga eso señora, si el señor se casó con usted fue por algo, el señor busca bien una esposa, no se mezclaría con cualquiera.

—Disiento contigo, Corina, lamentablemente el señor se casó conmigo por... —le decía y antes de poder terminar de contestarle el porqué se había casado con ella, Keith llegó a la casa.

—Vaya —le dijo y no tuvo más remedio que salir de la cocina para recibir a su esposo.

—Hola, Keith, ¿cómo estás?

—Hola, bien, ¿adónde te vas?

—Salgo con tu hermana.

—¿Dónde?

—Al cine.

—Supongo que vuelves temprano.

—No lo sé.

—¿Piensas comer fuera?

—No lo sé, ¿por qué?

—Porque una mujer casada no sale hasta tan altas horas de la noche, y menos sin su marido, para que lo sepas desde ahora, te lo digo y espero que lo tengas presente siempre, Cassandra.

Unos minutos después llegó su hermana, y antes de que ella le abriera la puerta, Keith la sujetó fuertemente del brazo, y fue Corina quién abrió la puerta principal.

—Hola, Cori, ¿cómo estás?

—Hola, señorita Astrof, bien, ¿y usted?

—Bien también, hola, Cassandra, hola, Keith.

—Hola —le dijeron ambos al mismo tiempo.

—¿Cómo están?

—Bien, ¿y tú? —volvieron a preguntarle juntos otra vez.

—Bien también, ¿nos vamos ya?

—Sí.

—No la traigas tan tarde, Pamela.

Cassandra, se había callado poniendo una línea recta en su boca cuando sintió que se dirigía a ella como una simple mascota doméstica. Y se mordió bien la lengua por no contestarle algo de lo que luego se terminaría arrepintiendo. Pamela, saludó a su hermano, y ella a pesar de su reticencia y todo, le terminó dando un beso en la comisura de la boca a su marido. La joven salió casi a las corridas para no ser reprendida por él nuevamente.

Subieron al auto, y su cuñada condujo rumbo al centro comercial.

Luego de la película, se sentaron en un restaurante por la calle principal.

—¿Tienes hora?

—Las diez.

—Ya tendría que estar volviendo, Pamela.

—Tranquila, no pasa nada, relájate Cassie y disfruta.

A pesar de todo, se divertía y mucho con ella. Se reía, y charlaba, y era la verdadera Cassandra. La chica alegre y espontánea, la chica vivaz, y divertida, sin complejos, sin problemas, sin sentirse inferior a otras personas.

Y cuando volvió aquella noche, luego de unas tres horas o más a la casa, volvió a ser la falsa Cassandra.

—Llegas tarde, estás fuera del horario que te dije anteriormente.

—He ido con tu hermana, ella me trajo hasta aquí.

—Aun así, te saliste del horario que te había dicho, ¿por qué carajo no me obedeces cuando te digo las cosas?

—Si te hago o no caso para ti es lo mismo que nada —le dijo y fue a subir las escaleras.

—No he terminado contigo todavía —le dijo sujetando su brazo fuertemente.

—Me lastimas, Keith —le dijo y dejó de apretar el brazo.

—No voy a tolerarte más una desobediencia de tu parte hacia mí, cuando te digo las cosas, las haces mujer, de lo contrario me conocerás bien en verdad, ¿está claro?

—Sí, está claro, Keith.

—Perfecto entonces, mañana hay una cena de negocios.

—No vienes a cenar entonces.

—Pues se supone que es una cena de negocios, por lo tanto no, aun así, vienes conmigo, porque las parejas de los demás irán a cenar también.

***

Al día siguiente, se vistió formalmente. Luego de darse una ducha de agua caliente, salió del baño, se secó y se puso un conjunto de encaje negro. Salió del baño con una bata de seda fucsia, y eligió la ropa que se iría a poner para la cena.

Mientras elegía, entró Keith también a la habitación, y fue sin decirle absolutamente nada al baño a ducharse también. Unos quince o quizás veinte minutos después, ya estaba con un bóxer. Entró al vestidor de su parte, y lo único que separaba del suyo con el de la joven eran dos columnas de yeso torneadas.

—Ponte un vestido negro.

—No me gusta mucho el negro.

—Pero es lo más formal que hay, es cena de negocios, no un concurso de vestimentas de colores exagerados y ridículos.

—Está bien entonces.

Y así, se eligió un vestido al cuerpo, negro, con los brazos transparentes en tela negra también, y lunares del mismo color asemejando un plastificado en todo el vestido. Aros al tono con rojo y dorado, una cartera de mano roja, un anillo con los mismos colores, y un par de zapatos con pulsera y puntera negra, suela roja y transparente el resto de ambos zapatos. Un maquillaje muy natural, porque en realidad se iba a maquillar la boca roja, pero no iba a soportar a Keith que le dijera varias cosas desagradables.

Cassandra, se vistió dentro del vestidor, Keith también se estaba vistiendo allí y de vez en cuando, echaba unas miraditas de reojo sobre ella. Cuando se puso el vestido, y los zapatos ya calzados, él se acercó a su espalda y subió el cierre del vestido. Ella, se sorprendió.

—Gracias.

—De nada.

Se puso los accesorios y luego la cartera. El pelo lo tenía ya seco por el secador de pelo, y volvió a acomodárselo de todas maneras.

Ella, lo esperó sentada en el diván que tenía a los pies de la cama matrimonial.

Apenas se terminó de vestir y acomodarse todo, salieron de la habitación, no sin antes tomar un abrigo grueso por el frío invernal y lo puso sobre su antebrazo. Él, tenía puesto un sobretodo de pana negra.

La joven se puso el abrigo negro, lo abotonó, y salieron de la casa.

Subieron al auto y fueron rumbo al restaurante Spago, de Beverly Hills.

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