Destinos de Agharta 1, Calipso

By AnnRodd

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Ansiosa por tener una nueva vida, Calipso, la supuesta diosa del agua, huye de su templo con un sucio e hilar... More

Notas
1. Calipso
2. Odín
3. Liuberry
4. Fyrisse
5. ¿Quién eres?
6. Ojo de liebre
7. Aptitudes de guerrero
9. La esencia de una diosa.
10. Diminutas pastillas de jabón
11. Corte de cabello

8. Un odre vacio

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By AnnRodd


—Si no despiertas... me comeré tu ración de liebre —dijo Odín en voz alta, pero Calipso apretó los ojos y se aovilló aún más en el suelo. Esa noche había tenido frío y no había podido dormir bien. Ahora, con la luz tibia del sol, se sentía más cómoda y no ansiaba despertar—. O peor, me comeré todo y te dejaré los ojos. —De mala gana, ella abrió los ojos y lo observó. No quería pensar en asquerosos y viscosos —o mejor dicho, crujientes— ojos; pero tenía hambre, al fin y al cabo, y no podría seguir durmiendo aunque lo deseara. Odín sonrió a través de su gruesa barba cuando la vio erguirse de a poco—. Así me gusta, obediente como un conejito.

—Los conejos no son obedientes —refutó ella, apartándose el pelo seco de la cara—. Estoy hecha un asco —maldijo, después de pasarse las manos por los brazos. La tela del camisón bajo su larga chaqueta estaba igual de apestosa que ella.

Odín arqueó una ceja, incrédulo, y le tendió un poco de liebre recién cocida.

—Sabes, esto tiene que venir con tu paquete de diosa perfecta. Porque asco y todo, no te ves mal.

Ella tomó la liebre con las puntas de los dedos sucios e hizo una mueca.

—Sí, claro —contestó, con ironía.

—Te estoy haciendo un cumplido, niña. Me refiero a que te sigues viendo como una maldita reina, a pesar de todo.

—¿Cómo una reina podría verse así alguna vez? —criticó, sin ganas de que le halagara la suciedad. Después de todo, él estaba tan apestoso como ella, así que no podía decir demasiado. Incluso estaba pensando que Odín olía feo y ya se había acostumbrado a él. ¿Y ella no?

—Así se vería una reina prófuga —replicó él, encogiéndose de hombros.

Calipso mordió la carne, mirándolo ceñuda. Odín no sonrió esta vez y se terminó su trozo sin prestarle demasiada atención. Vaya, el tipo era raro y además era el primer hombre de verdad con el que tenía contacto. Recordó que la noche anterior le había tomado la mano y pensó en por qué se había sentido tan extraño para ella si ya lo había tocado antes. Faltaba más, él la había cargado múltiples veces.

Mordió una vez más su comida, mirándolo aún sumergida en sus pensamientos. No sentía nada más que curiosidad por él, ¿así que cuál era la respuesta? ¿Era justamente por eso, porque era el primer hombre que en realidad la tomaba de la mano? Ahora que lo pensaba, un tacto así no se producía todos los días y tenía un significado muy fuerte para alguien como ella, que jamás había recibido cariño de nadie.

En verdad, nunca antes alguien le había tomado la mano.

—¿Podrías comer más rápido? —inquirió él, apartándose el cabello de la cara, sacándola de sus divagaciones—. Ya tenemos que irnos.

De mala gana, Calipso apuró su comida. Aquel sería otro largo día, pero lo aceptó sabiendo que ella solita se lo había buscado. ¿Y qué prefería al final? ¿Estar allí o seguir siendo la mimada diosa de un puñado de monjes locos? Prefería estar fuera, sucia y cansada. Al menos, ya no estaba lastimada.

Siguió a Odín a través del bosque, viéndolo tomar direcciones que para ella parecían al azar. No tenía idea de cómo, supuestamente, él podía orientarse allí. Cuando salieron a un sendero, tuvo que callarse la boca mentalmente durante unos minutos, hasta que se dijo que era una mera casualidad, no más.

Caminó detrás de él haciendo gloria de su lentitud, más que nada para cuidar sus pies, tanto que Odín se paró en medio del camino, con las manos en las caderas y le dirigió una larga repasada.

—No pienso cargarte, así que mueve el trasero.

—No puedo ir más rápido —contestó Calipso, dándole alcance sin siquiera aumentar la velocidad—. Tengo miedo de herirme los pies. ¿Y tienes idea de lo cansada que estoy? Pero... ¿qué sabes tú siquiera de mi resistencia?

—Puedes volver en cuanto lo desees —sonrió él, extendiendo un brazo teatralmente.

—No pienso volver.

—Entonces no te quejes.

—No lo he hecho.

Odín arqueó las cejas, dándose cuenta de su propia derrota, pero ella estaba tan poco dispuesta a seguir su juego que pasó de él.

—Solo... Por favor, dime que encontraremos un lugar donde pasar una noche entera en paz —suplicó ella, cuando el que comenzó a caminar detrás fue el joven.

—Lo encontraremos, tal vez no hoy... tal vez no mañana.

Su tono era tan feliz, que sonaba casi hiriente. ¿Cómo podía disfrutar de su frustración? Calipso se detuvo y le dirigió una mirada cansina.

—Estás jugando conmigo —dijo.

—¿Qué sabes tú de mis juegos? —replicó él, continuando hacia delante.

Bien, perfecto, tendría que invocarse a sí misma para pedir paz. Lo siguió, sin siquiera abrir la boca para quejarse. Si veía el lado bueno, al menos había desayunado algo caliente gracias a Odín y eso valía mucho. También valía que él estaba cumpliendo su trato y salvo esos momentos insoportables, se portaba muy bien.

Al crecer el sendero, se animó. Usó su felicidad para caminar un poco más deprisa y logró ponerse a su lado otra vez, olvidando los chistes.

—¿Puedo preguntarte algo? —dijo. Odín asintió—. ¿A quién le venderás mi collar?

—A un hombre que pagará mucho —resumió él.

—¿Te lo encargó?

—Oh, sí. Me dijo —Tosió un poco, para poner más ronca la voz—: "Ve al castillo en la costa y quítale el collar a la mujer que duerma en la mejor habitación" —gruñó, endureciendo la voz—. Vaya que el estúpido collar de Calipso vale dinero.

Ella se cruzó de brazos.

—Oye, sabías que era yo.

—Sí, claro que sí —admitió él, sonriendo brevemente—. ¿Crees que no estudié el palacio, los horarios, los movimientos? Todo el mundo sabe que en Temple, en Liuberry, vive la diosa del agua. Terranova lo sabe, Dosonia lo sabe. A decir verdad, deberías agradecerme que te haya sacado de allí, porque si las cosas entre Dosonia y Terranova se ponen más feas, tendrás al rey Melenao golpeando tu puerta para pedirte que intervengas.

Calipso frunció el ceño. Se detuvo durante un insntante y luego tuvo que correr para alcanzarlo.

—¿Terranova y Dosonia tienen conflictos?

—Oh, sí, su Santidad. ¿No lo sabía? ¿No se lo dijeron los monjes? Hay un conflicto de límites en el sur. Como Liuberry está rodeada por Terranova, no me extrañaría que el rey no considerara ir por ti. También podrían pensar que alguien de Dosonia te secuestró para que pelees por ellos, en cambio.

Ella empezó a negar con la cabeza. La sorpresa todavía la dominaba, porque no se había enterado de nada. Quién sabía hacia cuanto el reino de Dosonia se enfrentaba a Terranova.

—Pero yo soy una diosa, soy neutral.

—Eso no le importa a los reyes —contestó el muchacho, rascándose la barba. Hizo un gesto extraño con los labios y luego se los rascó también, mientras Calipso desviaba la mirada del piso hacia su boca.

—Pero Dosonia tiene, en su mayoría, otra religión —le dijo, mirando sus labios un momento de más—. Tampoco creería que quisieran mi ayuda.

—Pero Terranova podría alegar que te secuestraron y eso atenta contra la fe de Terranova, que es un reino totalmente dionnaco. Una excusa más para liquidar a Dosonia.

Calipso apretó los labios y se llevó una mano al pecho. Caminó lentamente, sobrepasando sus palabras. Ya bien sabía que en las guerras podía valer cualquier cosa, pero nunca se hubiese imaginado que podrían utilizarla a ella también como motivo para acrecentar el fuego. Se suponía que las diosas terminaban las guerras, si es que no podían pararlas a tiempo, no que las avivaban.

—Pero yo estoy aquí ahora... —musitó—. Huí y por mi nombre aumentarán las muertes de personas inocentes.

Odín giró la cabeza hacia ella.

—Que te utilicen no está bien, claro, pero esta guerra tampoco es tuya. No es como la opresión de Kalama contra la que luchó Candace, Calipso. Aquí son dos tipos viejos peleando con orgullo por un trozo de tierra. Quizás ninguno la merezca y de alguna forma deben arreglar ese conflicto, solos. Tu no estarás para siempre para arreglarles todos los berrinches —contestó, con un tono despectivo que ella no pudo comprender. Pero, al menos, sí pudo comprender sus palabras.

—Quizás vine aquí para eso —le dijo.

—Quizás no.

La forma en la que Odín la obligaba a reflexionar a veces la dejaba sin palabras. Y aunque deseaba decirle que no estaba de acuerdo, en realidad no sabía si lo estaba. Si no fuese por él, estaría perdida en ese camino de tierra en medio de la nada. Y, en cuanto a su vida espiritual, si debía depender de sus hermanas, también estaría bien perdida. Nunca antes alguien le había permitido cuestionarse a sí misma, ni debatir sobre ello. Los monjes siempre habían dado todo por sentado, sus doncellas no platicaban con ella jamás.

Ahora, era distinto y no podía definir si estaba agradecida o no.

Continuó en silencio y le dio alcance otra vez, cuando él notó que ella caminaba más lento y bajó su ritmo.

—Entonces, ¿por qué fingiste no tener idea de con quién hablabas? —musitó Calipso, dejando el tema del conflicto de lado.

Odín se encogió de hombros.

—Ni siquiera tienes idea tú de con quién hablaba, ¿o no? ¿No estabas dudando que fueras la diosa?

—Dudaba porque no soy lo suficientemente poderosa como para ser ella. Pensaba que simplemente era una chica con características similares.

Él alzó las cejas.

—Eso es estúpido. Oír las voces de los animales no es algo que pueda hacer cualquiera, al menos eso creo yo. No lo he oído jamás. No es como ser vidente, es mucho más que eso.

—Pero, ¿qué harías tú si no puedes hacer ni la mitad de las cosas que ellos esperan? —replicó Calipso, malhumorada de pronto—. Yo no puedo bendecir ni purificar pozos, ni defenderme ni asesinar con mis poderes. Si una ola quisiera tumbarme, probablemente lo haría sin problemas.

—Pero no te ahogarías —dijo él, mirándola con intención.

Calipso guardó silencio, sopesando sus palabras. Había tenido miedo de ahogarse muchas veces. Incluso en los sueños con su hermana había temido hundirse y morir bajo el agua. No sabía si podía ser cierto o no, pero no deseaba probarlo. El mar le producía curiosidad, pero también terror y eso no podía confesárselo a él. Apartó la mirada de Odín y la clavó en el suelo.

—Yo apuesto a que no —continuó el muchacho—. ¿Qué chiste tendría ser la diosa del agua y no poder respirar debajo de ella?

—Sigo siendo humana... y mortal —agregó ella, como si eso no fuera obvio.

—¿En serio? —ironizó Odín.

Calipso puso los ojos en blanco, caminando más rápido.

—En serio. Soy mortal.

—Lo que quiere decir justamente... que no eres inmortal.

Se miraron a la cara durante unos segundos, hasta que él esbozó una sonrisa traviesa cuando ella lo miró como si fuese idiota.

—¿Es usted poco inteligente o está jugando conmigo?

—¿Volvimos con las formalidades, eh? —rió—. Estoy jugando contigo, Calipso. Sé lo que significa que seas mortal, pero sería bueno que no lo repitieras en voz alta.

Calipso miró a su alrededor. Pura naturaleza; estaba solos en el camino.

—¿Por qué?

—Porque si alguien nos ataca, sería genial que pudieras mantener tu papel de diosa perfecta inmortal y les hicieras creer que puedes ahogarlos mientras duermes.

Durante un momento, ella lo observó absorta. Era una buena estrategia, a decir verdad.

—Y para qué tendrías una espada entonces —bufó, aún así.

—La espada es para cuando ya no podemos correr, ¿no te lo dije antes? La mejor forma de sobrevivir siempre es alejarse de los conflictos que sabes que no podrás enfrentar.

Sin duda, Odín era de los que prefería hacerse a un lado antes que chocar metales filosos con otro hombre. ¿Pero eso era cobarde o inteligente? A medida que charlaba con él sobre el tema, entendía un poco su filosofía.

Por otro lado, no podía acusarlo de ser cobarde cuando ella lo era y bastante. Le temía al agua y nunca la había enfrentado por sí misma. Le huía a sus profundidades porque sabía que no estaba preparada para ella.

Suspiró y miró el largo trayecto que debían recorrer, recordándose hasta dónde había llegado a pesar de sus dudas y miedos. Había sido capaz de irse con un desconocido, que podría haber resultado fatal y llevaba días sin dormir en la comodidad de una cama.

No entendía bien cómo una cosa podía parecerle tan terrible y otra, como la locura que estaba llevando a cabo, mucho más sencilla de decidir. Estar con Odín no le daba miedo y aunque el resto del camino la emocionaba y la excitaba, tampoco.

—No te quedes atrás, diosa —bromeó él y Calipso espabiló.

Se apresuró a ponerse detrás de él y dejó a un lado sus maquinaciones.

—¿Nos falta mucho, verdad? —preguntó.

Odín frunció los labios y se puso la mano sobre los ojos, a modo de visera.

—Como nos alejamos de la ruta principal... Pues sí.

Al parecer Devanna había quedado más lejos luego de la ruta de emergencias que habían tomado desde Asos y lo que más les preocupó, poco después, fue la falta de agua. Estar lejos de las rutas principales, significaba que Odín no podía saber a ciencia cierta dónde estaban los ríos y los demás pueblos para reabastecerse.

El odre que Odín llevaba estaba casi vacío y no habían visto ni un solo riacho como para llenarlo. Si seguían así, estarían en problemas.

—No hemos visto ni una sola casa o letrero. Nada que nos pueda indicar dónde conseguir agua. —señaló ella, horas después, con un jadeo contenido. Al pensarlo, le daba más sed—. ¿No se dice que si hay civilización en algún lado es porque hay agua cerca?

—Ah, eso —dijo Odín, sacudiendo el odre frente a su nariz—. Creo que tendrás que convocar algo de agua para nosotros.

Calipso brincó hacia atrás y negó con la cabeza. Apartó el odre con las manos.

—¿Es que no has escuchado lo que te dije todo este tiempo? —balbuceó ella—. No puedo hacer eso. No sé hacerlo.

—Falta para el próximo pueblo, Calipso. Si no encontramos agua, nos deshidrataremos pronto —terció Odín, con seriedad.

—¿Y entonces qué sugieres? —retrucó ella.

—Que dejes de decir que no puedes y que lo intentes.

Calipso se detuvo al ver la mirada fiera que Odín le dirigía. Ya no estaba bromeando, ya nada era divertido. Ahora era serio y determinante, como un adulto, como un verdadero guerrero fuerte y poderoso.

Sintió que las fuerzas se le iban de a poco. Eso era como enfrentarse al océano. El pánico la dominó por completo.

—Yo no...

—¿No puedes? —completó él, dando un paso hacia ella. Calipso retrocedió de forma automática. El resto del bosque, que empezaba a remitir, se quedó en silencio—. ¿No crees que deberías empezar a actuar como una diosa si quieres tener los poderes de una? Si te escondes, lloras y huyes no vas a lograr nada. Si quieres algún día hacer algo por esas personas que sufren ataques de personas indeseables, tienes que enfrentar este tipo de situaciones. Y aún si decides no ser Calipso, moriremos si no lo intentas, ¿lo entiendes?

La dureza de sus palabras hizo hincapié en esas fuerzas debilitadas. Calipso tragó saliva y luchó por hablar.

—¿Entonces por qué me ayudaste a huir en primer lugar, eh? —rezongó—. ¡Huyo porque no quiero ser una diosa! Lo sabías cuando me sacaste de ahí. ¡Si no, no lo hubieras hecho!

—Pero lo eres, diantres —masculló Odín—. Uno no puede huir de quien es, eso lo sé muy bien. ¿Y por qué te ayudo? Claro que sabía que estabas absolutamente desesperada por salir de ahí. Lo ví en tu mirada. Estabas tan aterrada de seguir tu vida en ese lugar que te aferraste al sucio ladrón que se te puso en frente. Pero no pensé que realmente querrías ignorar tus poderes. Encerrada allí adentro jamás vas a ser la diosa que debes ser. ¿No crees que has encarnado por alguna razón? ¿No crees que deberías prepararte para esa razón?

Y allí estaba esa idea que ya le daba vueltas en la cabeza gracias a Rhodanthe.

—Yo... ¡Yo no sé! —estalló Calipso, agarrándose el cabello andrajoso y dando más pasos hacia atrás, alejándose de él—. No es tan sencillo. No sé nada de lo que debería hacer, de lo que se supone que soy. ¡Si no fuera por los sueños con mis hermanas, ni siquiera creería que soy una diosa! —chilló—. Jamás he hecho magia, jamás he demostrado algo increíble en mi vida. ¡Solo quiero elegir!

—Nadie dijo que lo fuera. —Él volvió a hablar con calma, cambiado su actitud al ver cuán alterada estaba. Bajó un poco el odre, pero no dejó de ofrecérselo—. Y puedes elegir.

—¿Por qué no puedes limitarte a meterte en tus cosas? —Calipso se tapó la cara con las manos. Podía oírlo de Rhodanthe, de los monjes o de las personas que esperaban algo de ella, pero no quería oírlo de Odín. Él no era nadie como para decirle qué hacer y cómo. Era un sucio ladrón, sí. En realidad, el primero que se le pasó por la cara—. Yo no quiero esto, yo quiero ser normal —gimió.

—Si insistes en ser normal en estos momentos nos moriremos de sed en las próximas horas —insistió él, todavía con lentitud—. Tienes que ser consciente de la situación en la que estamos.

Bajó el odre finalmente y suspiró. Calipso, en cambio, se quitó las manos de la cara y lo miró con los ojos llenos de lágrimas. Deseaba odiarlo por sus palabras, pero sabía muy bien que, a pesar de todo, tenía razón.

—¡Lo sé! Yo lo sé, lo sé todo. Pero no es tan fácil —exclamó.

Odín acortó la distancia entre ellos y levantó ambas manos, conciliadoramente.

—Está bien, de acuerdo. Tal vez me puse un poco rudo. Hagamos un trato. —Levantó el odre de nuevo y, dirigiéndole una mirada de advertencia, para que no estallara otra vez, le tomó la mano y se lo puso entre los dedos—. Intenta llenarlo: para sobrevivir, no para ser una diosa, ¿sí? Sólo intenta. Luego... juro que no volveré a decirte algo como esto, dejaré que lo descubras por ti misma.

Calipso miró el odre con la boca ligeramente abierta. Las mejillas empapadas le escocieron con el viento frío.

—¿Y si no lo logro?

Odín hizo un gesto extraño, como si no supiera qué decir a eso, inclinándose hacia ella apenas un segundo para hablarle en voz más baja.

—Mejor pregúntate qué sucederá si lo logras.

Habían caminado kilómetros. Él siempre iba adelante y Calipso detrás, ahora mirando el odre casi vacío. Lo había sostenido con miedo, luego con determinación y al final con frustración. Había creído que ya teniendo algo de agua allí podría duplicarla, hacer más a través de ella, lo que sería mucho más fácil que hacerlo de la nada. Pero definitivamente pensarlo y desearlo no servía. Tuvo razón al decir que no era sencillo.

Le hubiera gustado tener la ayuda de alguna de sus hermanas, que le dieran el truco, pero supuso también que incluso cuando soñara con Rhodanthe ella no le diría cómo hacerlo.

Odín se había volteado a verla varias veces, pero ella no sabía si la estaba vigilando o si solo lo hacía por curiosidad. A la quinta vez, Calipso se cruzó de brazos y dejó de caminar. Si así pretendía que hiciera uso de sus poderes, pues no iba a lograr nada.

Él se hizo el desentendido, como si no supiera la razón de su enojo, y continuó caminando. Pero a ella eso solo la irritó más. ¡Tenía unos deseos enormes de gritarle que simplemente no podía hacerlo! Se sorprendió a sí misma con esas ganas. ¿Cuándo habría gritado ella, bufado o actuado de mala gana? Otra vez estaba preguntándose quién era en verdad y si su verdadera personalidad estaba dentro o fuera de ese palacio.

—Calipso, esto te va a agradar —gritó Odín, a lo lejos, un buen rato después de que ya no volteara a verla. Había avanzado y yacía a más de cincuenta metros.

Los árboles eran cada vez más pequeños y separados, y cerca de Odín, o más bien, detrás de él, veía el fulgor del sol sobre unos pastos amarillos y altos. Avanzó rápidamente, apretando el odre contra su pecho, y lo alcanzó más rápido de lo que hubiera esperado.

Finalmente, el bosque se abría dando paso a una serie de campos amarillos y brillantes.

—Campos de trigo —anunció Odín, por si ella no lo sabía—. ¿Sabes lo que significa?

Calipso asintió despacio.

—Qué los dueños de los campos deben de estar cerca.

—Y tal vez nos puedan dar una mano.

—Y un baño —agregó ella, sintiendo la emoción fluir por su cuerpo.

—Y que tienen agua para subsistir.

Odín avanzó sin esperar nada más y ella lo imitó con renacida esperanza, justo cuando el sendero se volvía angosto en medio de los campos.

—Este trigo está a punto, supongo que no faltará mucho para que lo cosechen —comentó él, estirando la mano y atrapando una espiga y desmenuzándola con los dedos.

Mientras avanzaban, las espigas se volvían más altas y no dejaban ver bien el horizonte y el final de los campos sembrados. Pero el cambio de paisaje resultaba interesante y refrescante, después de día bajo la oscuridad de los árboles.

—¿Qué tan lejos crees que estén los dueños? —preguntó Calipso, esquivando las ramas que le golpeaban los pies.

—No mucho. En lugares tan desolados como estos, y más aún cerca de los bosques, estar lejos de los campos es una mala jugada. Se arriesgan a no poder vigilarlos como corresponde y a que les roben el cereal.

—Espero no piensen que les estamos robando.

—No —se carcajeó Odín, palmeándole el hombro como si fueran amigos. El peso de su mano casi la envía al suelo—. ¿Quién creería que un hombre sucio y una mujer harapienta de cabello taaaan largo podrían robar su plantación?

Calipso se miró el cabello pajoso y sucio. Si lograba conseguir una tina con agua iba a tardar milenios en limpiarlo entero. Pero eso sería mejor que nada, por supuesto, así que cuando llegaron a la casita en cuestión, estaba más emocionada que antes.

—¿Quiénes son ustedes? —gruñó un viejo gordo y canoso que apareció de la nada, con una hoz poderosa y peligrosa, antes de que siquiera pudieran acercarse a la puerta.

Ambos se quedaron pasmados y cuando Calipso reaccionó, se pegó a Odín casi hasta esconderse detrás de él. El viejo no parecía amistoso para nada y a ella no le gustaba como inclinaba la hoz hacia ellos.

—Viajeros —contestó Odín, sin miedo—. Queríamos pedir indicaciones. Intentamos llegar a Devanna.

—Devanna está lejos de aquí. —El viejo agitó el bigote, pero no bajó la hoz—. Están desviados más de dos días de camino.

—Increíble —masculló Odín para sí mismo y Calipso suspiró. Hubo un breve momento de silencio—. Entonces, ¿usted podría ayudarnos? Tenemos con qué pagar su hospitalidad.

—Yo no recibo gente.

El viejo era duro, arisco y desconfiado, pero quizá tenía sus razones de ser así, pensó Calipso. Aunque eso, sin dudas, no le quitaba lo incómoda que la hacia sentir.

—De verdad, tenemos dinero —insistió Odín, dando un paso hacia él. El hombre reaccionó y agitó la hoz, amenazante. El filo de la hoja le pasó tan cerca que tuvo que retroceder de golpe. Empujó a Calipso lejos y extendió una mano para protegerla.

—¡Me importa un pepino su dinero! No quiero gente como ustedes en mis tierras.

—¡Hey! Cuidado —le dijo, pero el hombre solo arrugó más la frente—. ¿Al menos un poco de agua? —Odín le arrancó de las manos el odre a Calipso, cuando evaluó la distancia entre ella y la hoz—. Ya casi se nos termina.

—¡No!

—¡Wow! Tranquilo hombre —Él empujó a Calipso hacia atrás de nuevo cuando el granjero avanzó un paso—. No somos malhechores. —Si hubiera tenido voz para hablar, ella hubiera señalado que él sí lo era.

—¡Ah, no, por supuesto que no! —exclamó el viejo, mirando el aspecto que ambos presentaban—. A que a esta la usas para los engaños.

Calipso dio un respingo, preguntándose exactamente a qué se refería, hasta que recordó que Odín había hecho referencia a su desaliño y que aun así seguía viéndose bonita. El viejo pensaba que él usaba a Calipso para chantajear hombres débiles ante los rostros bellos.

—Yo... ¡Yo no soy así! —exclamó ella, ofendida, pero permaneció detrás de Odín cuando captó una seña de sus manos para que así lo hiciera.

—¡Exactamente eso es lo que debes decirle a cualquier hombre antes de apuñalarlo por la espalda, mocosa!

Odín ajustó su posición delante de la diosa.

—Bien, de acuerdo —aceptó, con precaución y alzando las manos para pedir calma—. Nos iremos.

—Pero... —gimió ella, con un hilo de voz—. ¿Y el agua?

—Nos iremos —repitió Odín, mirándola significativamente e inclinándose todavía con las palmas arriba—, no queremos que haya problemas. Lamentamos haberlo infortunado, señor. Espero que Calipso no esté demasiado ofendida con usted como para no echar una maldición sobre sus campos luego de esto. ¿No es cierto, mi señora?

Calipso miró a Odín con la boca abierta. Él había agachado la cabeza... ante ella. Durante un segundo, la hoz del viejo tembló, mientras sus ojos se clavaban en la muchacha con la misma confusión que tenía la diosa por sugerir su identidad.

—P-por favor —masculló el anciano, incrédulo pero temeroso a la vez, como si no pudiera decidir qué papel tomar—. ¡No me hagan reír y márchense de aquí ahora mismo!

Odín hizo una reverencia y tomó la mano de la chica.

—No sea tan cruel con el viejo, después de todo teme que le roben, su Santidad —le dijo en voz alta, a medida que daban pasos lejos de la casa—. Le buscaré otro sitio donde pueda asearse y descansar.

—Sé que temen que le roben, pero necesitamos... —terció Calipso, cuando él empezó a alejarla.

—No se preocupe, procure mantener su maldición bastante baja.

Dieron varios pasos más, con Odín intentando mellar la resistencia del viejo, pero este no los llamó ni se arrepintió y Calipso bufó, llena de sed y cansancio, unos cuántos metros más allá. Se vieron obligados a continuar por el sendero entre las espigas de trigo, lejos otra vez de una oportunidad de sobrevivir.

—¿Y el agua?

—Mejor que lo sigas intentando —susurró Odín, y le puso nuevamente el odre en las manos.

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