Ryu; Llegada (1)

By noleesheep

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[COMPLETA] Primera temporada de seis: Llegada. La vida humana emigró a las estrellas después de destruir la... More

Prólogo
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By noleesheep

Sentí calor; un calor que nacía y crecía hasta extenderse a cada milímetro de mi cuerpo. Una fiebre inesperada y suave, como el tacto de un melocotón, me acarició los pómulos. Nunca había sentido tanta vergüenza como en aquel instante en el que Ritto deshizo nuestro abrazo y me miró a los ojos. Tenía sangre seca sobre su cara debido a un golpe en la cabeza. Intenté concentrarme en ese río rojizo porque si volvía a caer en su mirada dorada estaría irremediablemente perdida, consumida en mi propio rubor.

― ¿Qué hacemos con ella? ―preguntó Sairu y su voz me devolvió a la realidad.

Mi gesto de dolor alertó a Hila y se acercó para inyectarme un calmante en el brazo, directo al flujo sanguíneo. Me apoyaba en mi pierna izquierda y con la espalda en la pared pero aún así sentía que me iba a caer en redondo de un momento a otro. Llegaron los aliados que faltaban: Cian y Shiruke se adentraron en la sala dedicando una mirada al cadáver en llamas. Takeo no mostraba ningún aspecto diferente, me había perdido su mágica transformación.

―Bien ―pronunció el licántropo con una amplia sonrisa, tenía restos de sangre en sus dientes―, tenemos totalmente acorralado al Alto Cargo.

―Hemos revisado de nuevo y no queda nadie más―siguió Cian recuperando el aliento.

― ¿Puede caminar? ―el mentón de Shiruke me señaló y yo bajé la mirada hasta mi pierna entablillada. La sangre había empapado las cintas de Yunie y ésta me estaba poniendo más centímetros de tela que rodearan mi dolor.

―Dejadme aquí―pronuncié débilmente.

―No, puede venir―contestó rápidamente Takeo―. Se ha ganado observar la victoria contra el Alto Cargo que la quería matar.

―Además no la podemos dejar sola, puede desangrarse o morir súbitamente―siguió Hila y fruncí los labios ante la idea de una muerte próxima.

Miré de reojo a Ritto con miedo. Tenía miedo, pánico real de volver a sentir esa repentina vergüenza que enrojecía mi cara y aleteaba en mi estómago. Su sonrisa erizó mi piel.

―Hoy nos tocará dormir en la litera de abajo―dijo desviando su mirada hacia mi pierna y después se tapó la boca con rapidez.

― ¿¡Nos!? ―gritaron Yunie y Sairu a la vez.

― ¿¡Estáis durmiendo en la misma cama!? ―estalló Saichi.

―Mierda―masculló Ritto entre dientes.

Entrecerré los ojos y arqueé una ceja. ¿En serio? ¿Ni veinticuatro horas había durado el secreto?

― ¿Estáis durmiendo juntitos de verdad? ―siguió Yunie inclinando su cabeza y sonriendo con malicia―Al parecer en las habitaciones mixtas sabemos aprovechar bien el tiempo.

―No―se apresuró a decir Ritto, agitando sus manos―no hacemos nada, tiene explicación.

― ¡¡¡Eras mi amigo!!! ―bramó Saichi dramáticamente con lágrimas en los ojos.

―Ya se ha puesto en modo peliculero...―susurró Ritto volteando la mirada con desdén, luego se acercó a Saichi y le agarró del hombro―no ha pasado nada―pronunció con énfasis―pero lo más importante es que aunque pasara algo... ¡Te jodes! Me eligió a mí como compañero de habitación, disfruta de Eito.

Se empezaron a perseguir por la sala como críos y Eito chasqueó la lengua, cruzado de brazos.

― Si los mato y decimos que cayeron en batalla... ¿os importaría? ―preguntó con su mirada fría.

Hila se rió pero no parecía ser una broma. Cuando se dieron cuenta de la pose impaciente de Eito dejaron de golpearse entre ellos y volvieron hacia nosotros con grandes zancadas.

―Nunca habíamos llegado hasta aquí sin ninguna baja―dijo Takeo sin perder la sonrisa―pero no bajéis la guardia.

Asentí con la cabeza pero me mareé sólo con hacer ese pequeño movimiento. Ritto volvió a sujetarme por los hombros pero mi cuerpo ya no me pertenecía, era un peso muerto. Me cogió en brazos y mis pómulos volvieron a latir con fuerza. No podía ni moverme pero estaba lo suficientemente despejada como para saber que esa timidez no era normal.

Salimos al exterior de la sala y nos dirigimos sin prisas hacia las escaleras más próximas. Mis labios permanecían sellados en una línea fina y cobarde que desconfiaba de mi estado vulnerable. Escuchaba conversaciones desde los cálidos y firmes brazos de Ritto.

―En serio, ¿en qué cabeza cabe querer compartir cama con la señora de los terrores nocturnos? ―insistió Sairu.

―Pues ha dormido bien las dos noches―dijo Ritto con orgullo y me encogí, deseando evaporarme para la rubia.

― ¿De verdad? ―escuché que preguntaba con picardía.

Aquellos murmullos me estaban incomodando más que la pérdida de sangre y el hueso roto desde el que colgaba mi pie. Me habían quitado la bota por si el peso de la misma ayudaba a que terminara de partirse mi extremidad del todo.

―Kira, si quieres a partir de esta noche podemos compartir habitación―pronunció Yunie y dejé de respirar―. Total, ya me he tirado a Shiru.

― ¡Oye! ―bramó el hacker en tono ofendido.

La simple idea de renunciar a compartir habitación (y cama) con Ritto me aterró, cosa que hizo enrojecer más mi rostro y confundirme hasta el punto de no reconocerme. ¿Qué me pasaba?

― ¡Es broma cariño!―contestó entre risas y luego, sin disimulo, añadió―. Sabes que me quedé con ganas de hacer un bis.

―No tengo a la perla negra y he dejado escapar a la más fácil... ¡Como pierda a la pelirroja también mi vida ya no tendrá sentido! ―escuché decir a Saichi.

― ¿¡A quién llamas perla negra!? ―bramó Cian.

Eito se detuvo en seco y las voces enmudecieron al instante. Ya habían subido las escaleras y se encontraban ante las prominentes puertas de acero de la última planta. Los ojos oscuros del team líder devolvieron la tensión al ambiente.

―En posición―dijo sin apenas despegar los labios.

Se adelantaron Sairu y Saichi apuntando desde sus armas. Shiruke tecleó y se abrieron las compuertas hacia los lados. Me cegó una luz fosforita de un intenso verde que se filtraba entre los cuerpos que tenía delante. Ritto me agarró con más fuerza, atrayéndome hacia él.

― ¿Qué es eso? ―oí preguntar a Sairu.

―No bajéis la guardia―insistió Takeo adentrándose.

La estancia era circular con grandes pantallas parpadeando desde las paredes, inactivas. Había un campo de fuerza centelleante rodeando la mayor parte del perímetro, dejándonos apenas un metro de espacio entre ese chisporroteo peligroso y la pared. Saltaban fulgores verdes que prometían una descarga feroz a quien osara acercarse.

―Leuthorio―dijo con sorpresa Ritto y yo alcé la vista desde sus brazos para ver más allá.

En el centro del campo de fuerza estaba de pie un hombre corpulento y con la cabeza totalmente afeitada, calva, refulgiendo el brillo de las luces de neón. La nostalgia por su pelo había nacido en forma de abundante barba oscura. El susodicho rió y ladeó la cabeza con incredulidad.

―Daklan―pronunció con voz severa―. Me llena de orgullo que hayas llegado hasta aquí.

― ¿Le conoces? ―preguntó rápidamente Sairu sin dejar de apuntarle a pesar de la barrera protectora que lo inmunizaba.

―Fue mi maestro de cuerpo a cuerpo hasta los quince años―contestó Ritto con seriedad―, el que me lo enseñó todo.

―No puedo desactivar esta barrera, no forma parte del circuito que tengo hackeado―dijo Shiruke con frustración y Leuthorio estalló a reír.

―Es un poco injusto, ¿no? ―dijo cruzándose de brazos―. Diez contra uno, ¡qué abusones!

―Injusto es que instruyáis a estos jóvenes huérfanos del Ala Oeste para luego acribillarles a balazos sin ofrecerles otra alternativa―bramó Takeo acercándose sin cautela a la rabiosa corriente eléctrica.

―Takeo―continuó Leuthorio ladeando la cabeza―, estás vivo. Tu padre se alegrará al saber que los rumores no eran ciertos.

―Los rumores los esparcí yo mismo―siguió Takeo con la voz encendida―y no se enterará porque acabaremos contigo al igual que hemos acabado con cada uno de los militares de este agujero infernal.

Hubo un silencio. El pitorreo de antes se había volatilizado y la única incógnita era resolver aquella situación. El Alto Cargo no desharía su fortaleza y nosotros no nos podíamos permitir dejarlo con vida. En un descuido podría reactivar el sistema de comunicación o huir hacia la Cúpula y delatarnos. Estábamos entre la espada y la pared.

Entonces Ritto se movió, se agachó y me apoyó sobre el frío revestimiento metálico. Acto seguido se quitó el chaleco que llevaba (sudado y con manchas de sangre) y me lo entregó. Se quedó en camiseta de tirantes y activó una espada de filo azul tan larga como ancha.

― ¿Qué vas a hacer? ―pregunté hacia sus espaldas, con su chaleco sujetado con fuerza entre mis dedos.

―Acabemos con esto―pronunció hacia Leuthorio―uno contra uno, ¿te parece justo?

Leuthorio sonrió expandiendo una cínica hilera de dientes blanquecinos a la vez que asentía con la cabeza. Mis compañeros bramaron en desacuerdo, intentando detenerle y ofreciendo algunas alternativas poco lógicas. Eito alzó la mano para callarles y asintió hacia Ritto.

Vi cómo se alejaba en silencio, apoyando todo el peso de la espada en su hombro. Se abrió ligeramente el campo de fuerza para que pudiera pasar y se cerró con rudeza. Mi corazón iba a estallar; no mediaron palabra alguna y sus espadas ya habían chocado en un feroz y centelleante golpe. Me arrugué en el suelo y sentí la misma frustración que me otorgaban las pesadillas. Ver a Ritto luchar, solo y sin poder ayudarle... era una tortura.

Danzaban los golpes y el insaciable vaivén azul en busca de desgarrar la piel del otro. Mis manos temblaban agarrando su chaleco: aún estaba caliente. El miedo que había experimentado al mirarle con vergüenza o al pensar que dejaría de compartir estancia con él no era nada comparado al terror que me proporcionó ver su sangre. La espada de Leuthorio había logrado rozar su brazo y, aunque el arañazo era superficial, las gotas carmesíes cayendo al suelo me entrecortaron la respiración.

―No os preocupéis―pronunció el team líder de repente y con el tono de voz bajo, como si no quisiera molestar al ruido de los choques de espadas―. Es más fuerte de lo que creéis.

―Pero...―susurró Hila.

Estaban inquietos, como yo. Saichi tanteaba el suelo con incesantes golpecitos desde sus botas y Cian se mordía las uñas. Era una gran sensación de impotencia pensar que, si el combate se desequilibraba, no podíamos hacer absolutamente nada para ayudarle. Sólo esperar, observar y hacer nuestras apuestas.

―Ritto era el legítimo team líder de nuestro Tridente―siguió Eito y me miró desde sus casi dos metros de altura―. Yo no soy nada comparado con él.

Aquellas palabras sorprendieron hasta el punto de calmar levemente la ansiedad. Mi mente había empezado a divagar sobre ello cuando la voz de Ritto gritó en busca de lanzar otro ataque. Su espada era grande y pesada y aun así la movía con extrema ligereza. Sus brazos estaban tensos y empapados de sudor. Leuthorio también bramó y frunció el ceño con fuerza mientras se abalanzaba para tomar la iniciativa de los golpes en vez de cubrirse.

El temblor volvió a mis articulaciones (las que aún podía sentir al menos) y me abracé al chaleco. Entonces me llegó su aroma, aquel olor embriagador que me adormeció como un arrumaco anoche. El ropaje estaba desgastado, sudado y con manchas rojas que seguramente no pertenecían a él. Era todavía más guarrada que ponerme un dedo índice cortado entre los dientes, pero mi cuerpo no respondía a la racionalidad: alcé el chaleco de Ritto y hundí mi cara en él.

Inspiré fuertemente el aroma que tanto deseaba y llené mis pulmones de fuego. Bajé el chaleco aun manteniendo la respiración y los ojos cerrados para deleitarme con esa dosis de olor de Ritto; finalmente expiré poco a poco. Entonces reaccioné, me di cuenta de qué había hecho y dónde lo había hecho. Ladeé la cabeza temblando, en busca de saber si mi fechoría tenía testigos. Me encontré con los ojos desorbitados de Sairu y su desproporcional boca abierta mirándome con asombro mientras golpeaba con el codo a Yunie.

Mi cara ardía y mis manos se enfriaron de puro pánico. Observé impotente cómo la rubia cuchicheaba al oído de la morena que, al cabo de unos segundos de escucharla, me miró con la misma sorpresa y la misma incredulidad. Agitó su mano al aire diciendo sin palabras "qué fuerte, tía". Ojalá me desangrara en breves y no llegara nunca el momento de enfrentarme al monstruo que acababa de crear.

― ¡Acaba con él! ―exclamó Saichi.

Volví a mirar hacia Ritto: tenía una rodilla hincada sobre el cuerpo tumbado de Leuthorio. Le clavó la espada en el pecho y el Alto Cargo se convirtió en una nueva balsa rojiza que teñía el suelo impoluto de victoria. Habíamos ganado. Empezaron a gritar, vitorear y palmearse las espaldas con efusividad. Ritto desactivó el campo de fuerza desde el interior y corrió hacia nosotros con los puños en alto. Sairu no celebraba nada: seguía mirándome y empezó a acercarse lentamente, relamiéndose las fauces ante la presa que iba a devorar. Para mi fortuna (o desgracia) lo siguiente que vi fue una lúgubre inconsciencia. Densa oscuridad. Me quedé atrapada en un errante camino de sombras hasta que me sacudió un frío retorno.

Abrí los ojos lentamente hasta enfocar madera. Olía a hogar.

―Está despertando―susurró la voz de Hila a mi lado.

El frío que recorría mi cuerpo provenía de mi mano derecha. Intenté alzarla y sentí dolor: tenía una vía perforando mi piel y añadiendo a mi sangre un gélido líquido que descendía desde un fino conducto de plástico. No sentía mis piernas y mi corazón volvió a bombear con fuerza, ansiedad y preguntas.

―Estás bien―siguió Hila con el mismo susurro mientas me acariciaba el rostro―. Hemos ganado, estamos en casa.

―Takeo tiene un topo en Ryu―continuó Sairu, estaba apoyada sobre la mesilla de noche―. Nos ha asegurado que aquellos militares apenas llevaban un año en esa Torre.

―Tenemos tiempo para dar el siguiente paso―dijo Hila con una sonrisa―, tenemos tiempo, somos libres.

Suspiré aliviada, después volví a sentirme sin piernas.

―No has perdido el pie―se apresuró a decir mi defensa entre risas al ver mi rictus de horror―pero casi pierdes la vida.

―Esas balas eran puro veneno, tienes la sangre totalmente intoxicada―dijo Sairu con voz lúgubre, intentando asustarme.

―Estarás bien―Hila reprimió a Sairu con un golpecito en el hombro―. Sólo tienes que hacer mucho reposo, soldar bien el hueso y dejarte mimar por mis cuidados.

―O los cuidados de Ritto―pronunció Sairu alzando las cejas.

Mierda, ahí la tenemos. No había forma de sujetar el rubor para que éste no tiñera mi piel, era muy frustrante. Podía notar mi cara bañarse del color de mi pelo y mis ojos hasta convertirme en un ser monocromático. Sairu sonrió con malicia y se acercó hasta estar a pocos centímetros de mi oído.

―Te gusta, ¿eh?

―No―contesté con rapidez.

―Vamos... es tan obvio―siguió con énfasis―. Te atrae, te lo quieres trincar.

―Te digo que no―alcé el brazo izquierdo a duras penas y aparté su cara―. No me jodas.

―Si lo admites te ayudaré.

― ¡No insistas!

―Estás tan divertida siendo tan humana.

Se apartó entre risas y en ese instante se abrió la puerta.

― ¿Ha despertado?

La voz de Ritto me dio las fuerzas suficientes como para agarrar la manta y esconderme debajo de ella. Las risas de Sairu me hicieron tiritar bajo mi guarida.

― ¿Qué pasa? ―insistió Ritto.

―Hila me acaba de contar un chiste buenísimo―escuché pasos y la voz de la rubia se fue alejando más y más―. Vamos a contárselo a Shiruke a ver si así nos perdona por no haber hecho la cama esta mañana.

Bajé la manta con cuidado y asomé los ojos, Ritto se acuclilló desde el suelo y recorrió el camino de las vías que me aferraban a la vida con la mirada.

― ¿Cómo estás?

Tenía un mohín triste en su sonrisa. Intenté despegar los labios en busca de articular alguna palabra pero estaba en blanco, aún podía sentir mi piel teñida de rojo. Entones, empeorando la situación, me tocó los mofletes y la frente con la mano.

―Estás ardiendo, ¿eh? ―suspiró con tristeza y comprobó que bajara correctamente el líquido transparente por las vías―. Espero que pronto te baje la fiebre.

Estaba tumbada en el exterior de la cama inferior de nuestra litera. Con sumo cuidado pasó por encima de mí, embriagándome de nuevo con su olor a recién duchado y ofreciéndome un primer plano de sus pectorales desde el cuello holgado de su camiseta. Me reí de manera nerviosa. Ritto acabó de acomodarse a mi lado y me miró arqueando una ceja.

― ¿Estás delirando por la fiebre?

Contesté con otra risa aguda más que contagió a Ritto. Intenté taparme el rostro al ver que iba a más, que mis carcajadas se iban a descontrolar en un estallido. Todas las mariposas que había reprimido en el estómago desde que me reencontré con él en un abrazo se liberaron de golpe. Podía imaginármelas como una estampida de colores que brotaban desde mis dientes.

―No sé qué te están metiendo por la vía pero yo quiero un poco―siguió Ritto entre risas.

Al cabo de un rato, con lágrimas desprendidas por las risas, respiré relajadamente y me atreví a mirarle. Joder, era muy guapo y no podía conseguir que mi percepción hacia él volviese atrás en el tiempo. Le había bastado un simple abrazo para ponerme así de nerviosa. Al final resultaba que yo era más fácil que Yunie.

―Intenta descansar, ¿vale? ―dijo suavemente y yo asentí― ¿Has visto? He cumplido mi promesa, todo ha salido perfecto.

Alcé la mano que tenía conectada la vía y le miré con sarcasmo.

―Perfecto no―pronunció entre dientes―pero estamos vivos y libres... y Ryu no lo sabrá por ahora.

Cerró los ojos mientras suspiraba con cansancio. Volvió a repetir un "estamos vivos" para sí mismo antes de caer en los brazos de Morfeo. Yo debía haber dormido unas cuantas horas así que, a pesar de la anestesiada droga que reinaba en mi cuerpo, aún tenía algo de aguante; el suficiente como para activar el modo pantalla pequeña de mi ordenador y cometer el error de escribirle un mensaje a Sairu.

Kira: Tienes razón, me gusta.

Pasaron unos segundos y la siguiente notificación me heló la sangre.

[Sairu te ha añadido a un grupo]

Sairu: ¡Os lo dije! A Kira le gusta Ritto, confirmado.

Se me escapó un grito ahogado desde mi garganta y fui a comprobar quién estaba en ese grupo. Me calmé un poco al comprobar que sólo estaban las chicas pero aún así me bombardearon miles de mensajes.

Hila: ¿De verdad? ¡Qué mona!

Cian: Era súper evidente, para algo tan obvio no nos despiertes.

Yunie: Que se lo cepille ya, el tiempo es oro.

Hila: Oh, oro como sus ojos dorados. ¿Qué es lo que te gusta de él?

Cian: ¿Le has visto el espadón de entre las piernas mientras se cambiaba o...?

Yunie: Espero que la espada que llevaba hoy no sea para compensar ningún complejo.

Sairu: Como ahora mismo no tenemos ningún objetivo propongo que el plan sea juntarles.

Hila: ¡Kiritto en acción!

Sairu: Y oye, si sale mal siempre puedes quedarte conmigo. Guiño, guiño.

Cerré los ojos con fuerza y me mordí el puño para evitar gritar. La peor decisión de toda mi puta vida sacudiéndome en forma de adolescencia tardía. No podía soportar la idea de mirarles a la cara al día siguiente y a la vez sentí la calma y la libertad de haber admitido algo perfectamente normal: me gustaban sus ojos, su olor, su sonrisa... y su presencia a mi lado. Supongo que no era nada descabellado que pudiera atraerme aunque me resultara chocante tras diecisiete años con esa clase de sentimientos en absoluta inacción.

Kira: ¿Qué hago?

Cian: Aquí los consejos corren a cargo de Yunie, le atrajo Shiruke y a las pocas horas ya lo tuvo dentro. Rápido y eficaz.

Hila: ¿Cómo lo hiciste? ¿Te declaraste? ¿Le escribiste un mensajito?

Yunie: Fácil, me senté en su cara.

La pantalla se inundó de carcajadas escritas. Me sonrojé al imaginarme la situación: yo nunca me había cogido de la mano de nadie, no me iba a sentar en una cara.

Hila: ¿Así? ¿Sin más?

Yunie: No necesité mucho más.

Kira: No me pienso sentar en su cara.

Sairu: A partir de mañana pensamos un plan.

Cian: Si lo que tienes son "ganas" siempre está Saichi disponible.

Sairu: Argh, puto asco. Si te tiras a un hombre que no sea Saichi por favor. No le entregues tu flor a él, yo te deshojo encantada.

Kira: ¿Mi flor? ¿Qué coño es eso?

Sairu: Tú misma lo has dicho.

Kira: ¿Qué?

Hila: No es por ser chivata pero Sairu está un poco borrachilla.

Sairu: Es mi cubata post-misión exitosa, no me juzguéis.

Yunie: Basta, llega Shiruke. Os dejo. ¡Bragas fuera!

Apagué la pantalla y la dejé sobre la mesilla. La respiración de Ritto dormía a mi lado; me giré y me acomodé para observar su rostro mientras se adormecía mi mente al compás de mi cuerpo.

Al volver a abrir los ojos me sentí todavía más desubicada, drogada.

― ¡Buenos días! ―exclamó Saichi perforando mi tímpano― ¿O debería decir buenas tardes?

Me sentí vulnerable, débil y desnutrida. Había estado sudando toda la noche. Me encontraba como una verdadera bazofia por lo que la gran cantidad de compañía que había a mi alrededor me abrumó. Se habían despertado tarde y estaban reunidos para desayunar conmigo en mi habitación. Eito inexpresivo incluido. Cian me llevó en brazos hasta el lavabo y me ayudó a asearme un poco. Hila me cambió el pijama por uno seco (de plátanos sonrientes). Pude ver de reojo mi cara en el espejo: estaba horrenda, peor que nunca. Me devolvieron a la cama (con sábanas limpias cortesía de Shiruke) y Ritto se colocó a mi lado.

Estaban felices, sentados en el suelo con un bol de cereales. Shiruke sufría por las migas de comer lejos de la cocina pero también se mostraba feliz. La parte más delicada ya había pasado pero mi cuerpo seguía intranquilo. Y además tenía a Ritto a mi vera, electrificándome con su presencia. Takeo nos dedicó unas emotivas palabras sobre cómo lo habíamos logrado gracias a estar unidos y ser un gran número de aliados sin ningún desertor pero el hilo de la conversación cambió bruscamente para atacarme, aprovechando mi vulnerabilidad.

― ¿Y qué tal es lo de dormir con Kira? ―inquirió Sairu y un sorbo de zumo de piña se quedó atravesado en mi esófago. No me permitían comer sólidos aún.

Se rieron y Ritto masticó su tercer bol de cereales con el ceño fruncido.

― ¿A qué te refieres? ―preguntó finalmente después de tragar.

―Te debes despertar todas las mañanas empalmado, cabronazo―masculló Saichi y Hila se sonrojó por el vocabulario.

Clavé la mirada en Eito en busca de imitar a la perfección su inexpresividad.

― ¡Mira que eres burro! ―se rió Ritto y luego hizo añicos mi autoestima―. Es mi amiga, una colega más.

Y además me dio una palmada en la espalda. Pam. Amiga, colega... chócala. Mi inexpresividad se derrumbó en un mohín extraño entre el enfado y la sonrisa. Las chicas me miraron con cara de dolor, como si las palabras de Ritto también hubiesen supuesto un tirón en el vello púbico para ellas. La rubia recuperó rápidamente la compostura:

―Pues yo no dormiría tranquila teniendo a semejante belleza al lado.

Dio un sorbo muy digno a su café y las demás se rieron. Saichi asintió fervientemente, dándole la razón a Sairu. Ritto aprovechó para mirarme con complicidad, alzando las cejas y ladeando la cabeza hacia mi compañera oxigenada. Recordé sus palabras de "creo que le gustas a Sairu" y desvié la mirada pensando "no me hables, colega".

Al final me acabó doliendo más la frustración de atracción adolescente que el agujero en la tibia. Por suerte podía estar todo el día en la cama, sola, recuperando mi cara de odio innata. El grupo de chicas (rebautizado como "bragas libres") continuó con hipótesis y habladurías, animándome; insistiendo en que me mantuviera firme en la resistencia. Silencié el grupo y visualicé un capítulo aleatorio de la serie más gore de mi disco duro. Estaba admirando un conjunto de vísceras salpicando hacia la cámara cuando llamaron a la puerta. La segunda cabeza oxigenada de la casa apareció con un bol de helado.

―Hila dice que puedes tomar helado a sorbitos―dijo Saichi con una sonrisa―, ¿te apetece?

Alcé las cejas con sorpresa: me apetecía mucho. Además Saichi podía decir alguna burrada gratuita sobre mi físico que reconstruyera parte de mi autoestima. Me llevó en brazos hasta el salón (el resto estaba haciendo ejercicios de recuperación en el jardín) y bajó las persianas para que la luz no interrumpiera el momento peli y helado que tanto le caracterizaba.

Debía haber previsto el golpe: la película era una mierda romántica. Me dediqué a sorber gustosamente helado de fresa mientras las escenas se reproducían para mi desdicha. Saichi lloraba a moco tendido y bramaba hacia la pantalla.

― ¿Por qué no pueden dejar de lado el orgullo y estar juntos? ¡Están hechos el uno para el otro! ―exclamó.

Pensé que era una pregunta retórica pero de repente paró de reproducirse la película. Saichi se frotó el rostro, secándose las lágrimas y me miró con una resucitada picardía.

―Te ha jodido lo de amiga, ¿eh? ―dijo de repente y mi piel se aclaró hasta quedarse blanca, más todavía―. Tu cara ha sido un poema. Ritto es un insensible y un bruto, deberías fijarte en alguien que comprendiera tus sentimientos.

Me acarició el muslo, acercándose a mí. Mi labio inferior tembló levemente pero me sobrepuse a la situación con un gesto de despreocupación.

― ¡No me ha jodido! ―dije entre risas antes de sorber más helado deshecho―. Y no me interesa.

―Te atrae alguien―insistió―. Estás tontita y feliz desde que llegamos aquí.

―No hace ni una semana que me conoces―mascullé alzando una ceja.

―Te gusta alguien, no es Cubito de Hielo y tampoco soy yo por lo que...

― ¿Cómo sabes que no eres tú? ―dije, saliéndome por la tangente.

Me agarró el mentón con delicadeza y se acercó tanto en tan poco tiempo que dejé de respirar. Su flequillo despuntado hacia cosquillas sobre mi frente despejada y su nariz hizo cosquillas a la mía.

―Porque si fuera yo...―susurró con voz comestible―ahora estaríamos besándonos.

Me inundó los pulmones de su aliento, casi pudiendo saborear su helado de chocolate. Mis pupilas bailaron con las suyas, confundidas. Entonces sus párpados empezaron a caer lentamente y reprimí una risa.

―Es cierto, no me gustas―concluí.

Saichi se cayó del sofá dramáticamente y no pude coartar más las carcajadas. Volvió a incorporarse con los mofletes inflados de supuesta pataleta.

― ¡Qué cruel! ―bramó.

―Lo siento―dije entre dientes.

Se quedó muy cerca, mi muslo aún podía tocarle. Se apoyó sobre su brazo y me miró como si intentara descifrarme. Mi vista deambulaba entre el helado y la imagen congelada de la película pero finalmente acabé en sus ojos grises.

― ¿Qué te pasa? ―suspiré.

―Así que te atrae Ritto―dijo con suspicacia y alzando sus cejas.

Fruncí los labios y clavé la mirada en mi cuchara.

― ¿Crees que tengo alguna oportunidad? ―susurré finalmente.

Saichi expulsó una bocanada de aire, indignado.

― ¿Con ese culo? Por favor.

―Gracias.

Mis pómulos enrojecieron y lamí mi cuchara. Ya no quedaba más helado. Acomodé el bol sobre la mesa y dejé caer mi espalda en el respaldo del sofá. Saichi había alargado su brazo por dicho respaldo como si fuese un tentáculo. Me peinó la coleta con los dedos y volvió a mirarme con intensidad.

― ¿Te he puesto un poco nerviosa? Aunque sea un poquito―dijo finalmente con un pucherito.

Me reí con nerviosismo, cosa que le alentó.

―La verdad es que sí―confesé para luego añadir―pero porque nunca nadie ha estado así de cerca conmigo.

― ¿Nunca? ―insistió con más acercamiento.

Me avergoncé. Consideraba que estar en la Academia Militar hasta hacia menos de un año era justificante suficiente como para haber tenido cero interacciones físicas con nadie. Ni un beso, ni un abrazo. Mi primera humanización desde la pérdida de Karin fue estrujar a Sairu entre lágrimas, desencadenando y liberando una parte de mí que creía muerta y podrida: la parte cariñosa que había construido durante los primeros siete años de mi vida.

―Nunca―admití.

― ¿Ni un beso? ―inclinó la cabeza en busca de encontrarse con mis ojos.

Me crucé de brazos ante semejante interrogatorio.

―Nada―contesté.

Saichi se carcajeó y mi orgullo se vio herido por segunda vez consecutiva en mismo día. Entonces sus grandes manos atraparon mi rostro y obligaron a mis ojos rojos a encontrarse con los suyos.

―Eso tiene fácil arreglo.

Y me besó.

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