Conexión Carmesí

De sasuade

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Susana Moreno había sido bendecida con una belleza tal que la había llevado a ser una de las modelos de alta... Mai multe

Percance
Cosas ocultas al descubierto
¿Por qué me siento así?
Tus labios son la solución
Decisiones
Lo mejor para Esteban
Tu sangre
Y así
Preparación
Pequeños sacrificios
Consecuencias
Epílogo

¡No, Susana!

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De sasuade


Susana se subió al auto apresurada y encendió el motor. Estaba aterrada por lo que le había dicho el desconocido. Apretó el acelerador sin importarle que la rueda que se había pinchado estuviera en mal estado. La goma de esta salió disparada del metal y las chispas empezaron a seguir a la pelirroja.

—¡No!—gritó cuando vio al desconocido frente a su auto.

Él detuvo el auto como si fuera una hoja, ni siquiera utilizó las dos manos. La pelirroja llevó sus manos a su pecho mientras intentaba respirar con normalidad. Con sorpresa y miedo siguió al peliblanco mientras este se acercaba lentamente a su puerta.

Como acto reflejo, le puso el seguro a su puerta. Eso no bastó, el hombre arrancó la puerta y la arrojó lejos. Susana salió del auto e intentó alejarse corriendo, vio que cerca había un acantilado, así que fue en dirección contraria. Mal día para usar tacones. Cayó al suelo cuando se torció el pie.

Parecía que estaba en una película de terror. Se arrastró mientras el peliblanco se acercaba lentamente. El parecía la persona más tranquila del mundo. Claro, si estaban solos y nadie podría llegar a detenerlo.

—¿Quién eres? ¿Q-qué q-quieres?—preguntó tratando de alejarse.

Él no respondió.

—Si quieres dinero, tómalo de mi cartera. Hay lo suficiente como para huir lejos. No le voy a decir a nadie tu descripción—dijo desesperada—. Por favor, no me hagas daño.

—No vine a lastimarte, preciosa.

:::

Esteban se estaba preparando para dormir en la suite de un hotel en Europa. Se quitó toda su ropa y se quedó con su bóxer puesto. Había pedido la mejor habitación del hotel y como siempre, la había conseguido.

Se acercó a su cama y se distrajo al ver la puerta del balcón. Se puso una bata blanca de baño y salió a observar el paisaje. Eran las dos de la mañana y aún no tenía sueño. Lo primero que se le vino a la cabeza al ver que el lugar era muy bonito fue "A Susana le habría encantado".

En Paraguay, donde se encontraba su novia, debía de ser la hora de cenar. Jamás había sentido nada parecido a lo que sentía cuando ella estaba cerca. Quería protegerla, demostrarle que nada ni nadie podría hacerla feliz como él.

Se recostó por el barandal y disfrutó de la suave brisa. Hubiera preferido estar al lado de su pelirroja, en su casa. Haciéndola suya una vez más. Pero se encontraba a kilómetros de distancia, estaba en otro continente. Y lo peor, solo, sin nadie con quien compartir la belleza del paisaje.

Después de unos minutos, entró en su habitación y se acercó a su pantalón. Buscó algo en su bolsillo y lo tomó. Se quitó la bata y se sentó en el borde de la cama. Deseaba con todo su corazón que ella estuviera ahí, de su lado de la cama.

Le encantaba todo lo que poseía. En especial, su sonrisa y el brillo en sus hermosos ojos. Ella siempre se ruborizaba después de un beso intenso. Eso le hacía sentirse feliz, sólo él podía besarla así. Aún después de haberla hecho mujer, su mujer, ella seguía siendo tan inocente que llegaba a enloquecerlo de pasión.

Miró con detenimiento la pequeña cajita aterciopelada negra que tenía entre sus manos. Estaba decidido. Él quería todo con ella. No se imaginaba su vida, su futuro si no estaba a su lado.

—¿Qué me hiciste, Susana?—preguntó mientras abrió la cajita.

Un hermoso anillo con una piedra esmeralda en el centro se puso a la vista. Sonrió de medio lado al imaginar la reacción de la pelirroja. Seguramente, unas lágrimas se deslizarían por su rostro y primero diría la respuesta en un susurro, para después gritarla con alegría.



Esteban DelValle se bajó de su auto convertible mientras le entregaba las llaves a uno de los valet parking del lugar. Se acomodó bien la corbata e ingresó a la reunión que se estaba realizando en su casino.

Evadió a algunos invitados de la prensa y se dirigió al rincón donde había encontrado a algunas personas conocidas.

—Hola, Esteban—le saludó su mamá.

Ella estaba vestida formalmente con un traje verde hierba. Sus joyas resaltaban gracias a la luz amarillenta de la decoración. Ella no se molestaba en lucir las costosas cadenas y pulseras que su esposo y sus hijos le regalaban. El oro le iba muy bien.

—¿Qué tal?—preguntó con amabilidad.

—Estamos muy bien—le respondió su padre mientras tomaba una copa de champaña de uno de los meseros.

Julián DelValle era un hombre de cincuenta años con un perfecto estado de salud. Tenía el cabello castaño y los ojos negros. Sus facciones eran parecidas a las de su hijo menor.

—¿Dónde está Sergio? —inquirió extrañado, mirando a todos lados, sin encontrar a quién buscaba.

—Llegará en unos minutos—le avisó su madre—. Me dijo que primero pasaría por su novia, Naomi.

—Hmp.

Él se disculpó y se acercó a otro grupo de personas. Se la pasó saludando y dando breves definiciones sobre temas de negocios. Había varias mujeres que se le insinuaban. Todas eran muchachas de su edad o hasta más viejas, buscando su dinero.

—Hermanito, al fin te encuentro —sintió una mano en su hombro.

—Sergio, ¿dónde estabas?

—Pasé por Naomi.

Su hermano era muy parecido a él. Tenía cinco años más que él, o sea, tenía veintinueve años. La diferencia entre ellos era que Sergio tenía el cabello largo, atado en una coleta, y unas ojeras pronunciadas.

—No la veo por aquí.

—Está con mamá y papá —le explicó.

Esteban asintió mientras su mirada se detuvo en una de las mujeres presentes. Era Susana, ella estaba ahí. Desde la sesión de fotos, cuando estuvieron desnudos, sólo se habían visto unas veces.

El casino estaba repleto. Había muchas personas en las mesas de juegos y otros varios que se sentían muy afortunados e iban a las máquinas traga monedas. Esquivó a algunas personas para poder acercarse.

—¡Esteban!—le detuvo una voz femenina.

Se volteó y reconoció inmediatamente a la dueña de la voz chillona. Era Ana, una rubia de ojos azules que podía hacer que varios hombres cayeran a sus pies. A excepción de él. Él no estaba interesado en lo más mínimo por la rubia. La misma llevaba puesto un vestido negro algo atrevido, no era raro ya que era una modelo algo exhibicionista.

—¿Qué haces aquí, Ana? —interrogó con fastidio.

—Vine a verte, Esteban —le dijo con voz melosa y se acercó a darle un beso muy cerca de sus labios.

—No recuerdo habértelo pedido.

—Vamos, no seas así —se prendió de su brazo derecho—. ¿No me invitarás una copa?

—Hmp.

Irritado, tomó una copa de la bandeja de uno de los camareros y se la pasó.

—Me impresionó las fotos de la campaña de Channel —comentó sensualmente—. Pero hubieras salido mejor a mi lado. Los dos sin nada puesto —le susurró.

—Me agradó hacer las fotos con Susana —habló zafando su brazo de ella.

—¿Con esa? —habló en forma despectiva—. La verdad es que no sé qué le ven todos. Es una pelirroja sin gracia. Además, yo diría que tiene unos kilos de más.

Él notó que la ojiazul hablaba con envidia. Por supuesto que Susana tenía unos kilos más que ella, la pelirroja acostumbraba comer. Su cuerpo no llegaba al colmo de la anorexia como el de Ana.

—Deberías comer—le recomendó—. Con permiso.

—Pero... —la rubia iba a protestar cuando el castaño ya se había ido—. ¡Estúpido engreído!

Esteban volvió a caminar entre las personas hasta que vio algo que lo hizo fruncir el entrecejo. Susana estaba hablando animadamente con un hombre de cabello negro. Ella le sonreía mucho y eso no le agradaba nada.

—Hmp. Hola —los interrumpió.

—Esteban —se sorprendió la pelirroja—. Am... Te presento a Nico, es un amigo.

Los dos se pasaron la mano mientras se miraban retándose. A Esteban no le agradó nada es tipo, claro, si le estaba haciendo reír a la pelirroja.

—¿Quieres algo para beber? —le preguntó Nico a Susana.

—Una copa de champaña, por favor.

—Te la traeré de inmediato —los dejó solos.

Ellos se miraron mientras sonreían, Esteban de medio lado y Susana con esa sonrisa especial. El castaño extendió su mano cuando uno de los camareros pasaba cerca y tomó una copa. Se la tendió a la pelirroja.

—Gracias —se sonrojó.

—Por nada.

—Te vi hablando con Ana, ¿Desde cuándo la conoces? —quiso iniciar una conversación para pasar el rato.

—Hace algunos meses, fue una de las modelos de mi madre.

—¡Oh, entiendo! Es una mujer muy talentosa —reconoció con humildad.

—"Ella no piensa eso de ti" —pensó.

—Aunque —continuó—, creo que no le agrado. Lo extraño es que no recuerdo haber hecho algo que la molestara.

—No tienes que preocuparte por mujeres como ellas. Es una de esas modelos que no comen para mantener su figura.

—Creo que ya ha tenido problemas con eso —comentó sin estar convencida—. Ojalá se recupere. No me imagino estar sin comer, amo comer.

—No parece. Tienes un cuerpo...

—¿Qué? —preguntó intrigada.

—Un cuerpo proporcionado, hermoso.

—G-gracias.

—¿Ya te lo habían dicho? —inquirió elevando una ceja.

Ella bebió de un trago todo el contenido de la champaña. Respiró hondo y miró a un costado con timidez. Dio unos pasos, acercándose a él, dejó sus labios disimuladamente cerca de la oreja del castaño.

—Últimamente me han dicho cosas similares. Y eso que en las fotos contigo y en las otras no se vio nada —le susurró muy sonrojada.

—Nadie ha visto lo que yo sí —habló y una sonrisa arrogante se hizo presente.

Susana le pasó rápido la copa al castaño y le sonrió a Nico quien se acercó y le dio la copa que traía en la mano.

—Gracias, estaba sedienta.

—Es un placer.

Los tres se quedaron en un silencio incómodo. Las personas que estaban a su alrededor se divertían mientras Susana sentía que sus amigos, porque así consideraba a Esteban, no se agradaban mucho.

—Me la pasé bien—dijo como una iniciativa a su retiro—. Pero creo que es momento de irme.

—Espera unos minutos más—le pidió Nico.

—Lo siento, pero debo irme a hacer algo importante.

—¿Quieres que te lleve?—le preguntó con una sonrisa fingida.

—No es necesario. Sé que estás esperando a tu novia.

Se despidió de los dos con besos a ambos lados de la mejilla, sólo que al separarse de Esteban no supo qué hacer exactamente. Con torpeza se retiró del casino. Subió a un taxi y le dijo al chofer:

—Lléveme a un restaurante, al más cercano.

—Enseguida, señorita.

El hombre la miró por el espejo retrovisor y frunció el entrecejo al tratar de recordar dónde había visto a esa mujer, ya que le parecía familiar.

—Disculpe —habló cuando se detuvo en un semáforo—. ¿No es usted la mujer que sale en la campaña de Channel?

—Soy yo—le sonrió—. Creo que ahora soy famosa.

—Con todo respeto. ¿Cómo no iba a serlo después de las fotos tan... atrayentes que hizo con el señor DelValle?

Ella rió levemente. La gente siempre era muy sincera en esos puntos. Sí, las fotos habían salido muy buenas y la que encabezaba la campaña era la mejor.

¿Cómo era? Pues Esteban estaba encima de Susana, besándole la barbilla mientras una de sus manos estaba en su muslo y la otra en su nuca, pegándola a él. El castaño la había cubierto de una forma tan perfecta que la fotografía se expuso como era, de cuerpo completo. La única que fue expuesta así.

El taxi se detuvo frente a un conocido restaurante, Paulista Grill. Ella le pagó al conductor y se bajó. Uno de los encargados le abrió la puerta con amabilidad.

—Buenas noches —saludó—. Quiero una mesa para una persona.

—Muy bien.

El hombre trajeado la llevó hasta su mesa y empezó a retirar los platos que estaban en el lugar de en frente, pues era una mesa para dos personas.

—Gracias —le dijo cuando estiró la silla para que pudiera sentarse.

—Es mi trabajo, señorita. Aquí tiene —le dio la carta.

Ella le hizo una inclinación con la cabeza y él se retiró. Dejó su bolso colgado por el espaldero de la silla y se dirigió al baño. Tardó unos minutos ahí y caminó de regreso. Se detuvo en seco al ver a otro persona en su mesa. Bajó la cabeza y la movió a los lados con una sonrisa antes de avanzar. Cuando Esteban vio que ella se acercaba, se levantó y se acercó para tomarla de la cintura y besarla apasionadamente.

Susana pareció perder la cordura y le correspondió el beso. Se habían olvidado que estaban frente a varias personas. Los demás miraban la escena sorprendidos. Poco a poco fueron reconociendo a la pareja. ¿Quién no los conocería? La venta de Innocense había sido todo un suceso. El primer día se había acabado el producto y tuvieron que pedir más.

Se separaron y ella llevó su cabeza al hombro del castaño mientras intentaba recuperar el aliento. Al mirar hacia la mesa se dio cuenta de que él había ordenado que volvieran a poner el lugar que habían quitado.

—¿Por qué hiciste eso, Esteban? —le preguntó susurrando, sin apartarse de él.

—Porque tus labios me lo estaban suplicando.

—¿Ah, sí? —lo miró a los ojos.

—Hmp.

—Pues... no te creo.

—No importa, ya lo hice —le dio un beso de pico.

Ella sólo se sentó en su lugar, tomó la carta del menú y lo puso frente a su rostro. No quería que él la viera como estaba. ¿Cómo pudo lograr que se sintiera tan acalorada con un beso?

—¿Van a ordenar?—les preguntó el camarero.

—Yo quiero el especial de hoy—le dijo ella amablemente.

—Que sean dos —habló Esteban.

—Muy bien, se los traeré lo antes posible. Con permiso.

—Propio —dijeron juntos.

De repente, Esteban tomó la mano de Susana. Así consiguió la atención de la chica.

—Dijiste que tenías algo importante que hacer.

—¿Y alimentarme no lo es?

—No estoy diciendo eso.

—¿Qué? ¿Creías que iba a encontrarme con mi novio?

—No tienes novio —aseguró fríamente.

—¿Cómo es que estás tan seguro?

—Si lo hubieras tenido, yo lo habría sabido.

—Puedo tener un novio a escondidas —espetó.

—No lo creo. Después de nuestra sesión de fotos, no.

—¿Por qué? Eso fue algo profesional.

—Los dos lo disfrutamos —entrecerró los ojos.

—Pero...

—Pude tocarte con la excusa de la sesión. Pude besarte en lugares que jamás otro hombre ha podido besar...

—¡No sigas! —estaba sonrojada al máximo.

—¿Por qué no? Sólo estoy diciendo lo que sucedió...

Por fortuna, el camarero se acercó con el pedido de ambos. El castaño aprovechó y pidió una botella de vino blanco de la misma marca que había tomado el día que conoció a la pelirroja.

Comieron con ganas, ella estaba hambrienta y a él le dio hambre al verla así. Comentaron cosas sin importancia mientras comían y bebían. La música de ambientación ayudaba a relajarse.

—Bien —bebió de la copa de vino—. Quiero que me digas lo que quieres de mí, Esteban.

—¿A qué te refieres?

—No sé lo que sucede. El otro día en tu auto me besaste, después te apareciste en la sesión y posaste desnudo a mi lado, y ahora vienes aquí y me provocas... ¿Qué te traes?

—Hmp —no quería decirle en ese momento.

—¿No me dirás? —preguntó algo irritada.

—¿Quieres saberlo? Pues hago todo esto porque... ¡quiero que seas mi novia! —justo en ese momento la música paró y su declaración fue escuchada por todos los presentes en el restaurante.

Susana parpadeó dos veces antes de reaccionar. ¿Él le había dicho eso?

—¿Q-qué d-dijiste?

—Quiere que seas su novia —gritó desde el rincón del lugar un viejito.

Ella sonrió y le miró. Esteban, increíblemente, parecía avergonzado por la escena. Podía decirle que no y humillarlo, o decirle que sí y aumentar su ego. Opción uno, opción dos. ¿No había opción tres?

—Sí quiero ser tu novia —le dijo sonriendo.

Se levantaron y se besaron mientras todos aplaudían. La música volvió a sonar y los demás retomaron sus quehaceres.

—Esteban —rió levemente.

—¿Qué?

—Si quieres aprovechar que me besas para tocarme, no lo hagas en público ¿sí?

—Hmp.

Ella estaba feliz porque en verdad él le gustaba y cabía la posibilidad de que el sentimiento creciera al conocerlo más a fondo. Se sentía un poco insegura y eso lo pudo ver el hombre en sus ojos.

—No tienes que temer. Te aseguro que no hago esto para pasar el tiempo. Confía en mí.

—Voy a hacerlo, pero si me rompes el corazón, te golpearé.

—No tendrás que hacerlo.

—Eso espero.






De repente, unas continuas ráfagas de viento hicieron que las puertas del balcón se cerraran de golpe y él soltó el anillo. La joya cayó al suelo bajo su mirada. Mal augurio para él.

Alzó el anillo y lo volvió a guardar en su caja mientras empezaba a vestirse con prisa y tomaba el teléfono.

—Recepción, ¿en qué puedo ayudarle? —le atendió una mujer desde el otro lado.

—Quiero que reserve el primer vuelo que salga a Brasil.

Como nunca había un vuelo directo a Paraguay, debía tomar dos aviones para llegar ahí. Tenía que ir a ver con sus propios ojos que todo estuviera bien.

:::

Susana trataba de alejarse usando sus antebrazos y sus manos, pero era inútil. Sabía que tenía heridas frescas en sus brazos, por las raspaduras del cemento de la carretera.

—¿Qué eres? —su voz temblaba.

—Ya lo sabrás.

—¿Qué es lo que quieres de mí? ¡Dímelo! —exigió gritando—. ¿Eres un sicario?

—No, no —negó con la cabeza—. Sólo te quiero a ti, tú vas a ser mía.

—¡Nunca! Yo ya tengo novio.

Estaba al punto límite de la desesperación. ¿Cómo podía ese hombre estar sonriendo? ¿Cómo pudo detener el auto con una mano? ¿Cómo arrancó la puerta? Tenía demasiadas preguntas y pocas respuestas. Seguramente era un sueño, sí, un sueño del cuál debía despertar dentro de unos minutos. Cerró los ojos e intentó hacerlo, pero no funcionada.

—Mi nombre es Arturo, no lo olvides.

¡Claro que no iba a hacerlo! ¿Cómo olvidar a un hombre que te hizo pasar un momento terrible! Por sólo eso iba a hacer, ¿cierto? No la iba a violar o algo peor ¿o sí?

—Esteban —quiso decir pero las palabras se quedaron pegadas a su garganta.

¿Qué estaría haciendo él? ¡Lo necesitaba ahí! No, era mejor que estuviera lejos ya que el peliblanco podía hacerle daño con poco esfuerzo.

Perdió la sensibilidad en segundos y aterrada vio como se quedaba tiesa en el pavimento. El peliblanco se colocó encima de ella. ¡Qué asco! Después llevó sus labios a su delicado cuello. Sintió un dolor agudo en la zona y cerró los ojos con una palabra en mente.

—"Vampiro".

:::

Entre vuelos retrasados y todo lo que tenía que ver con el equipaje, tardó un día completo en regresar. Al bajar del avión le dio a uno de los empleados del aeropuerto la responsabilidad de hacer que sus maletas llegaran a su casa.

Tomó un taxi, ya que no había podido avisar a ningún integrante de su familia. Le indicó al conductor la dirección de Susana y se tranquilizó un poco. Pero no lo suficiente como para no hacer pequeños golpes con sus dedos en la puerta del pasajero.

—¿Podría apresurarse? —preguntó irritado.

—Hago lo que puedo, señor.

—Hmp. Aquí me bajo —le pagó.

Soportó que muchos le bocinaran por bajarse en medio de la calle. Él sólo podía pensar en la presión que tenía en el pecho. Rogaba porque no hubiera sucedido nada. La última vez que habló con Susana fue la noche de antes de ayer y se sentía algo afligido.

Corrió unas cuadras hasta que se detuvo a donde quería llegar. La casa de Susana Moreno. Eran las tres de la tarde y no había señal de nadie. Se acercó a la puerta principal y levantó la alfombra que decía "Bienvenidos". Allí halló la llave.

Si era cierto que ella vivía en un departamento, se había comprado la casa después de que Esteban la convenció, así el podía ir a "visitarla" cuando quería. Rápidamente ingresó en la casa y se dirigió al dormitorio de su novia.

No la encontró por ninguna parte, no había rastro de ella. Sobre su cama, estaba tendida la bata rosa que siempre usaba. El castaño tomó la prenda en sus manos, la fina seda le recordaba a ella. La acercó a su nariz e inhaló hondo su aroma a cerezos.

—Susana...

Se quedó dormido pensando en que ella estaría en una de sus sesiones de fotos.

Frunció el entrecejo cuando el sonido del teléfono lo molestó. Llevó su mano hasta el buró y atendió.

—Hola.

—¿Se encuentra la señorita Moreno? —preguntó un hombre.

—Ella no está aquí. Debe estar en su sesión de fotos.

—Como usted dijo, debe estar aquí.

—¿No llegó? —preguntó sorprendido.

—La hemos estado esperando hace horas.

—Muy bien. Cuando la encuentre le aviso —colgó el teléfono.

Miró el reloj en la pared y vio que eran las seis de la tarde. Se había quedado mucho tiempo dormido. Pasó una mano por sus cabellos y se levantó. Discó el número de la casa de sus padres.

—Buenas tardes —atendió su madre.

—Mamá, ¿sabes dónde está Susana?

—¡Hijo! ¿Dónde estás? Te hemos tratado de localizar desde ayer.

—Estoy de regreso, en la casa de Susana. No la encontré aquí. No ha ido a trabajar —le dijo asustado.

—Ven aquí de inmediato —se percató que la voz de su madre temblaba.

Su instinto le advirtió que algo sucedió o estaba sucediendo. ¿Por qué habían tratado de localizarlo de esa manera? ¿Susana estaba allí con ella? No entendía nada.

Encontró a un hombre en una motocicleta afuera. Sacó su billetera y le pagó mucho más de lo que valía la moto. Se subió y el motor empezó a rugir con furia. La mansión donde vivían sus padres. Estaba a unos kilómetros de distancia.

Esquivó el tránsito con habilidad y en unos minutos ya estaba frente a la entrada. Se bajó de la moto y no le importó que ésta cayera al suelo e hiciera un ruido fuerte.

Los que estaban dentro de la casa se apresuraron en abrir la puerta.

—¡Esteban! —su madre corrió a abrazarlo.

Él ni siquiera prestó atención al atuendo negro de su madre. Su hermano mayor y su padre se acercaron con parsimonia, también vestidos de negro.

—¿Dónde está Susana?

—Ella —su madre no aguantó y rompió a llorar.

—¿Qué sucede? —preguntó apretando los dientes y con la respiración entrecortada.

Julián se acercó a su hijo y colocó una mano en su hombro, bajó la cabeza y negó con la cabeza.

—Lo siento, hijo. Susana sufrió un accidente.

El castaño tardó unos segundos en asimilar la información. ¿Susana había tenido un accidente? ¿Dónde? ¿Cuándo? ¿Cómo? Miró como Sergio trataba de consolar a su madre mientras intentaba que el aire llegara a sus pulmones. La noticia le había caído muy mal, dejándolo aturdido.

—¿D-dónde... dónde está? —preguntó con dificultad.

—Ella... —su padre no sabía cómo decirle lo que había sucedido— Susana estaba conduciendo por la carretera de regreso y perdió el control de su auto. Cayó a un barranco y el auto estalló en llamas. Lo siento tanto, hijo.

Él se quedó en silencio mientras intentaba pensar en algo positivo. Su pelirroja no pudo haber pasado por eso.

—Encontraron su cuerpo totalmente quemado. No sobrevivió —completó Sergio con tristeza.

—¡No! —gimió de un dolor en el pecho— ¡Susana no puede estar muerta! —cayó sobre sus rodillas mientras sostenía su cabeza con ambas manos.

Los demás trataron de consolarlo. Él sintió que su mundo se hizo pedazos, al igual que su cuerpo y alma. ¿Por qué? ¿Por qué a ella?

—Díganme que es una broma —le rogó.

—Ojalá lo fuera —su madre se acercó y lo abrazó por la espalda.

—Quiero verla —consiguió decir.

—La enterramos esta mañana. Está en el cementerio, en el lugar reservado de nuestra familia. Lo decidimos porque sabíamos que los dos se amaban y ella no tenía otra familia que la nuestra.

—Necesito ir....

—No creo que sea una buena idea. Primero debes calmarte —le aconsejo su padre.

—¡Maldita sea! Voy a ir y si no me quieren llevar, iré solo.

Los demás trataron de entender cómo se sentía Esteban, no lo lograron. El castaño estaba destruido. Necesitaba ver a su pelirroja, necesitaba besarla. Su mente se quedó en blanco. ¿Cómo podría sobrevivir al peor dolor del mundo?

Su padre y su hermano lo ayudaron a subirse en la limosina. Su madre sollozaba sin consuelo. Después de unos segundos, ya no escuchó nada excepto el latido de su corazón. ¿Cómo seguía latiendo sin su otra mitad?

Su cuerpo le empezó a pesar mientras miraba el paisaje por la ventana del auto. Desde un principio había sabido que algo malo había ocurrido y no lo había querido aceptar.

—Llegamos —Sergio le quitó de su transe.

Se bajó del auto y caminaron lentamente hasta llegar a una verja que apartaba el lugar más privilegiado del cementerio. Su madre le guió hasta su tumba. Fue la peor sensación de su vida. No había podido decirle todo lo que significaba para él.

Susana y Esteban caminaban de la mano por el pasillo del aeropuerto. El hombre llevaba su maleta con rueditas con la mano derecha y con la izquierda sujetaba de la cintura a su pelirroja.

Ella recostaba su cabeza en el hombro de Esteban y parecía tener los ojos hinchados. Los dos se detuvieron cuando llegaron al salón donde empezaban a etiquetar las maletas y ver los pasajes.

—Es hora de irme.

—Esteban, voy a extrañarte mucho.

—Yo también, no lo dudes ni por un segundo.

Ella buscó sus labios con necesidad. No sabía cómo iba a hacer para pasar unos días sin él. Esteban había llenado el vacío que representaba estar sola en el mundo. Ella rodeó su cuello con sus brazos y él colocó sus manos en el final de la espalda, casi al principio de su trasero.

—Susana, no sigas... —le advirtió.

—¿O qué?

—O no me importará hacerte mía aquí mismo, frente a todos.

Ella sonrió y le dio un último beso en su mejilla.

—Después de todo lo que hicimos anoche —negó con la cabeza lentamente.

—Jamás voy a cansarme de ti —aseguró—. Y sé que tú tampoco de mí. Nos amamos —le acarició la mejillas.

Se abrasaron con pasión. Él aprovechó para deleitarse con el olor a cerezos que ella tenía. Le encantaba todo de ella.

—Te voy a estar esperando, amor.

—Volveré pronto y estaremos juntos ¿sí?

—Claro. No mires a otra chica porque me pondré celosa.

—¿Cómo podría mirar a otra mujer si tú eres perfecta para mí?

—Esteban... tú también eres perfecto para mí.

—Lo sé.

—Arrogante.

Esteban le besó en la frente y se alejó para abordar el avión.

No lo soportó más y se tiró encima de la tumba de Susana. No quería creerlo, no podía. Ella era el ser más angelical, humilde y amable que conocía.

—¿Por qué no me llevaste a mí? —gritó mirando al cielo.

Podía descargarse, los demás no importaban. Y sabía que ninguno le iba a interrumpir. No cuando sentía que poco a poco él también moría. Dolía como jamás imaginó que sería. De hecho, nunca se imaginó perder así a Susana.

—¡Maldita sea! —las lágrimas rodaban por su rostro, mojando la tumba de ella— ¡Yo te amaba, te amo!

Buscó la cajita donde estaba el anillo y lo puso encima de la placa que nombraba a su novia.

—¡Te iba a pedir que fueras mi esposa! ¡Íbamos a casarnos!

Cristina no soportó la escena y se desvaneció. A ella le dolía mucho haber perdido a su amiga y también ver a su hijo destrozado. Julián e Sergio se encargaron de ella y dejaron solo al castaño.

—¿Por qué, Susana? ¿Por qué? —susurraba.

Tomó su celular y llamó a su amigo. Su mejor amigo, lo necesitaba.

—¿Sí?

—Elvio.

—¿Esteban, ya regresaste? ¿Dónde estás?

—Necesito que vengas y trae unas botellas de licor.

—O-ok... voy a ir enseguida. Dime dónde estás

—Estoy donde enterraron a Susana, ¿puedes creerlo? ¡Está muerta!

Tiró su celular lo más lejos que pudo. Se acostó al lado de la placa de plata y empezó a acariciar cada letra.

—Susana Moreno —dijo con tristeza—. Chiquita, regresa conmigo ¿sí? Cásate conmigo. Sé que quieres tener hijos míos.

El castaño se quedó dormido sin moverse. Soñando con Susana, que la tenía en sus brazos y ella le decía lo mucho que lo amaba. Él también le expresaba todo lo que sentía por ella. Era perfecto, pero era un sueño.

—Esteban, Esteban —le llamaba varias veces hasta que vio que empezaba a despertar.

Lo primero que vio el castaño fueron unos ojos azules. Era Elvio Florentín, un rubio de su misma edad. Se percató de que ya era de mañana. Se había quedado dormido toda la tarde y la noche.

—Sólo tú puedes llamarme de noche y hacer que venga desde otra ciudad.

—Elvio, ella...

—Lo sé. ¿Y quién no? —el rubio era muy enérgico siempre—. Se volvió famosa después de la campaña de Channel. Pude ver cómo la mirabas en la foto. Te conozco.

—Iba a pedirle matrimonio —le enseñó su anillo de compromiso.

—Lo lamento mucho, Esteban.

Dos amigos se abrazaron y el castaño sintió su apoyo. Aunque habían sido rivales en las competencias y tenían caracteres diferentes, muy diferentes, se llevaban bien. Sólo que Elvio se había mudado después de haberse casado con Mariel Ibarra, que ahora era Mariel Florentín.

—¿Para qué querías las botellas de licor? —preguntó señalando las tres botellas que había dejado a un metro.

—Para tomar y olvidarme un momento de esto.

—¡Qué alivio! —susurró el rubio—. Pensé que querías echártelas todas encima y prenderte fuego.

—No voy a hacer un acto suicida. Si lo hago, no podré encontrarme con ella donde está. Voy a esperar la muerte.

—Esteban... —estaba sorprendido.

—A partir de ahora, queda decidido. No voy a volver a sentir. Susana —miró al cielo—, nadie va a ocupar tu lugar. Elvio, trae las botellas que voy a emborracharme hasta vomitar.

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:::

Hola de nuevo 😀😊 si es por mí actualizo diario pero estoy de exámenes... así que si algo se me pasa me avisan y lo cambio (originalmente escribí esto como fanfic así que se me pueden pasar los nombres y entiendo que encontrar errores como esos te corta el momento )
Muchas gracias por leer ❤ ya estamos en el ranking 💟💟

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