Más allá de lo visible

By elvientoadentro

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Tengo algo que contarte: Todas las historias sobre fantasmas son ciertas. O al menos, eso me dijo uno de... More

Sinopsis
Prólogo
Capítulo 1: Nuevo hogar
Capítulo 3: Algo extraño sucede en la casa
Capítulo 4: El primer incidente real
Capítulo 5: Cuando el teléfono suene, debes contestar
Capítulo 6: Tap, tap.
00. Desde el otro lado
Capítulo 7: No tiene sentido, pero no importa
Capítulo 8: Nuevo sistema de comunicaciones
01. Desde el otro lado
Capítulo 9: Decidida
Capítulo 10: El fantasma tiene un rostro
02: Desde el otro lado
Capítulo 11: Sí
Capítulo 12: Dorado y azul
Capítulo 13: Max
03: Desde el otro lado

Capítulo 2: Nuevo Instituto

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By elvientoadentro

El Instituto Oscar Cáceres alberga una cantidad exagerada de dos mil alumnos. Es considerado el mejor instituto público de Arboleda del Sol y debo asistir a él porque, aunque mi mamá haya conseguido el crédito para comprar nuestra nueva casa (que por alguna razón estaba muy devaluada) aún no podemos permitirnos pagar un colegio privado. Razón por la cual, mamá ha decidido que tengo que entrar sí o sí en él.

Estoy a mitad del penúltimo curso, por lo cual, siento muchísimos nervios. Todos en el Instituto deben tener sus grupos de amigos. Siento que llegaré a irrumpir en su mundo. ¿Y qué tal si no consigo amigos? Pero no, no debe ser así, me digo. Así que pongo el uniforme (falda, calcetas y corbatín verde oscuro y sweater negro) y me peino el cabello en el espejo. Este me devuelve un rostro asustado, de mejillas altas, ojos verdes y cabello castaño claro. Mamá dice que soy muy hermosa, pero yo siento que, de no tener los ojos verdes, sería bastante normalita. Trato de probar varios estilos de cabello: tomado en una cola de caballo, suelto todo a la derecha, suelto todo a la izquierda, suelto hacia la espalda, trenza hacia atrás, hacia un lado. Mi estómago duele del nerviosismo por tener que conocer a gente nueva, pero no soy una persona cobarde. Soy valiente...

Valiente y una mierda.

Me lanzo sobre mi cama a mirar el techo. ¿Qué estará haciendo Salomé? ¿Qué estará haciendo Julián, el chico con el que salí durante un verano? ¿Habrá sido buena idea el mudarnos a una casa en una ciudad tan lejana? Reviso mi celular. Salomé me ha llenado con mensajes de ánimo, obligándome a contarle sobre todos los chicos lindos que haya en el Instituto. Eso mejora un poco mi nerviosismo. Lo bueno de empezar a otra vez, es que hay mucha gente nueva para mirar, y no lo voy a negar, me encanta cuchichear sobre chicos con Salo.

—¡Hija, baja a desayunar! —me grita mamá desde el primer piso.

—¡No tengo hambre! —respondo.

—¡No me hagas subir por ti, Maira Gabriela!

Me levanto de golpe. Esa es mi alerta: si mamá usa mis dos nombres, entonces, podría ser potencialmente castigada si no hago lo que me pide.

—¡Está bien! Voy bajando—grito de vuelta, con pocas ganas.

Vuelvo a mirarme al espejo. Algo llama mi atención. Sin embargo, no es mi reflejo lo que miro. Hay una pequeña manchita en la puerta de mi closet nuevo. Me doy la vuelta y me acerco, caminando con la cabeza ladeada. En realidad, no se trata de una mancha, es más bien un rasguño. Lo toco con mi dedo. Hay una pequeña "L" tallada.

—¡Maira! —vuelve a gritar mamá y doy un respingo.

¿A quién habrá pertenecido esta habitación antes?

(...)

Papá, quien todavía está buscando trabajo en Arboleda del Sol, me lleva a la escuela en su auto, aun cuando solo son tres cuadras que puedo hacer caminando. Creo que quiere sentirse útil. El camino es silencioso porque sé que está preocupado. Aunque mamá fue trasladada como enfermera al hospital local, papá no tiene tanta suerte como ella. Debe valérselas por él mismo para encontrar trabajo.

A pesar de que quiero decir algo, no se me ocurre qué, así que el viaje lo hacemos en total silencio. Sin embargo, antes de bajarme, me da un beso en la frente.

—¡Que tengas buen primer día! —me desea por la ventanilla del auto, antes de desaparecer por la esquina entre los ruidos gangosos de su motor.

Me encamino hasta el Instituto. Está demasiado lleno de gente, lo que me abruma y da esperanzas al mismo tiempo. Hay dos mil alumnos en este lugar. Es imposible que no encuentre al menos un amigo. Me encamino hasta la dirección antes del toque de timbre, donde me encuentro con la secretaria.

—Buenos días—saludo—. Soy Maira Fuenzalida. Acabo de llegar a Arboleda del Sol y soy nueva en el Instituto. Mamá me dijo que tenía que entregar este papel al llegar.

La secretaria me mira de pies a cabeza y cuando decide que soy de su agrado, me muestra una sonrisa de oreja a oreja, tomando el papel que tengo entre mis manos.

—¡Ah, sí! Maira, claro. De penúltimo año, ¿no? —pregunta ella. Asiento—. Soy Amaranta. Espérame aquí un momento hasta que den las ocho y te acompañaré a tu nuevo salón de clases. ¿Está bien? Mientras tanto puedes tomar asiento ahí.

Asiento otra vez, demasiado nerviosa como para mediar más palabras. Tomo asiento en las sillas de espera que están pegadas al salón de la directora mientras aguardo. Muchos chicos van y vienen, algunos me miran con curiosidad y otros pasan de mí. Hasta que finalmente dan las ocho y Amaranta me hace acompañarla por un patio tremendo con dos canchas, una para básquet y otra para fútbol. Nos lleva hasta una sala que indica "3ro C" pegado arriba sobre la puerta. Toca la puerta y un montón de estudiantes se me quedan viendo en cuanto entro.

—Perdone la molestia, profesora—dice Amaranta, parándose al frente de todos los estudiantes conmigo siguiéndole los talones—. Ella es Maira Fuenzalida. Es una estudiante nueva, que se integrará a la comunidad desde hoy. ¡Ahí hay un asiento libre, hija, ve a sentarse ahí!

Le hago caso enseguida, siendo objeto de todas las miradas de los jóvenes en ese salón, mientras camino. Algunos me sonríen, lo que me da más valor.

—No te preocupes, Amaranta—le dice la profesora—. Todos aquí vamos a recibir a Maira con la más calurosa de las bienvenidas, ¿no es así, chicos?

Todos responden "sí" a corillo.

Apenas Amaranta se va, comienza la terrible presentación. A pesar de que siento vergüenza lo hago medianamente bien. Me presento, digo mi edad y mis aspiraciones. Aunque en eso último miento un poco, porque no estoy segura de qué hacer en mi vida.

Para el recreo, muchos chicos y chicas se me acercan, preguntando cosas de mí. Sobre cómo ha sido mi llegada a esta ciudad y de en qué lugar estoy viviendo ahora. Algunos ni siquiera conocen mi nuevo barrio, pero un chico llamado Joaquín me dice que vive muy cerca de mí. Todos parecen contentos de tener carne nueva que conocer y yo me siento bien, porque son ellos quienes se acercan y no soy yo quien tiene que estar luchando por entablar conversaciones.

Para final del día, ya hasta me estoy riendo. Joaquín y Emilia, otra chica a la que le he agradado bastante, se quedan hablando conmigo, riendo y actualizándome sobre profesores y estudiantes en el colegio.

—Ni de asomo pidas ir al baño con el Profesor Fernando—me dice Emilia, mientras gira un mechón de cabello rojizo en su dedo—. Te agarrará muchísima mala y te pondrá malas calificaciones hasta fin de año.

Asiento y tomo nota de todos los consejos que me va dando durante el período de clases. Para el final del día, ya siento que todo ha sido un éxito. Mamá seguramente va a estar muy feliz cuando le cuente, porque ella parecía tan nerviosa como yo de que me adaptara bien a la nueva ciudad. En el fondo, también se siente culpable de haberme alejado a los dieciséis años de mis amigos.

Joaquín se me acerca al final de la clase. No es exactamente lo que llamaría un chico guapo, pero es bastante lindo. Tiene rasgos orientales, de ojos casi rasgados. Así que sus ojos y su cabello son negros. Lo que sí, es bastante alto.

—Maira, ¿ya te irás a casa? Ahm... estaba pensando que, ya que vivimos muy cerca, podríamos irnos caminando juntos.

—Claro—aseguro, con una sonrisa.

Hacemos el camino lentamente, porque ambos vivimos muy cerca del Instituto. Mientras caminamos intercambiamos números y comentamos vagamente cosas sobre las clases.

—En realidad, mi mamá tiene ascendencia japonesa muy fuerte y mi papá es de aquí. Por eso salí con los ojos así—me cuenta, después de que le preguntara si era de otro lugar—. En realidad, siento que es un plus. La gente siempre se acerca a hablarme porque soy exótico.

Suelto una risa.

—A mí también me gustan ese tipo de cosas. Me gusta que la gente tenga rasgos extraños.

—Yo preferiría exóticos—broma él, mientras recorremos las calles.

—Lo siento—murmullo, sonriendo—. A lo que me refería es que al menos tiene un rasgo que distingue de todos los demás aquí. Yo pienso que eso es muy genial—aseguro, deteniéndome frente a mi nueva casa—. Esta es mi parada.

—¿Cómo?

Joaquín mira de la casa a mí durante algunos segundos. Luego, pone una mirada bastante críptica.

—¿Vives en la casa de los Hormazábal? —pregunta, incrédulo.

Yo apunto la casa con un dedo.

—¿De los Hormazábal? ¿Quiénes son ellos?

Repentinamente, Joaquín parece incómodo.

—Ahm... nada. Eran los primeros propietarios de la casa.

—¿Y qué hay con ello?

—Nada. No te preocupes. Me iré a casa. Mamá me está esperando para almorzar—dice, dándose la vuelta. Pero se arrepiente y vuelve a girarse hacia mí, con una sonrisa—. Espero verte mañana en la escuela.

—Claro. Nos vemos—respondo, despidiéndome con la mano.

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