Capítulo 5: Cuando el teléfono suene, debes contestar

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El lunes por la mañana, cuando salgo al colegio, le cuento todo el incidente a Joaquín. Parece perturbado, pero insiste en que me quede tranquila porque seguramente todo terminará cuando el sacerdote vaya a casa. Yo no estoy tan segura de aquello, debido a que en ninguna película basada en la vida real todo se detiene una vez que el sacerdote bendice la casa. Y sí, no es un buen punto de comparación, pero es el único que tengo.

Lo bueno de estar en el Instituto, es que Joaquín logra distraerme bastante con bromas y todas aquellas cosas. Además, insiste en que, aunque haya pasado todo el asunto con la bolita, no tiene por qué pasar de nuevo. Así que me invita a trabajar en su casa por la tarde, donde lo más extraño que sucede es que su mamá se queda dormida en cualquier parte. Le agradezco que esté siendo tan amable, porque sé que de lo contrario me volvería loca.

Cuando vuelvo a casa al medio día, mamá (que ha llegado temprano) me cuenta que habló con el sacerdote y que nos hará una visita mañana por la mañana, razón por la cual, tal vez tenga que dormir en la habitación de mis padres otra vez. No tengo problema con ello. Debido al miedo que siento, sé que prefiero dormir entre los brazos protectores de mamá y papá que en mi habitación.

Durante la tarde, me cambio el uniforme escolar y me voy a la casa de Joaquín. Paso gran parte de mi tiempo ahí haciendo mi circuito. El suyo es diez veces mejor que el mío, a pesar de que él dice que no. Sin embargo, trata de ayudarme a mejorar mi proyecto.

—¿Sabes? —le digo, mientras vuelvo a lanzar la bola hasta que llega al final del circuito—. He estado pensando que tal vez podría ir a una de esas... no lo sé, de esas señoras videntes que te cobran dinero para que les hagas preguntas.

Joaquín se echa a reír.

—Sabes que solo irás a perder tu dinero, ¿o no?

Le lanzo una mirada envenenada, quejándome, pero de broma.

—¿Y si me dice la verdad? ¿Qué tal si me cuenta la verdadera historia de lo que sucedió en la casa Hormazábal?

El muchacho niega con la cabeza, riéndose por lo bajo.

—Es tierno que lo pienses, en serio. Pero creo que es mejor que guardes tu dinero para mejores cosas. Además, irá el sacerdote a la casa. Seguro con eso todo mejorará.

Asiento y me quedo en silencio un rato. Sé que no lo hace para molestar, pero no puedo evitar que hiera un poco mi orgullo.

—Es mi casa—digo pasados unos segundos—. ¿Por qué tengo que dejar que esa cosa que está ahí infecte todos los sueños de mamá por tener la casa propia? —pregunto, más para mí que para Joaquín.

—¿Sabes qué decía mi abuela? Que debías echar a los muertos. Seguro con eso desaparece.

Frunzo el ceño, poco convencida.

—¿En serio decía eso?

—Sí, algo así—dice Joaquín, sonriendo y despeinándose el cabello oscuro—. Pero, Maira, en serio. Relájate. No tendrás que salir de ahí. Todo mejorará.

Suspiro. No estoy tan segura de aquello.

(...)

Al día siguiente, cuando vuelvo de la escuela, papá me cuenta que el sacerdote estuvo por la mañana bendiciendo la casa y que todo ha resultado de maravilla.

—Yo mismo siento otra energía...—me cuenta, como si la fe católica se tratara de energías—. Bendijo todas las habitaciones. Ya podemos estar tranquilos, hija. Nadie, vivo o muerto, nos va a sacar de nuestra casa.

Más allá de lo visibleDonde viven las historias. Descúbrelo ahora