Solté una pequeña risa. Él, borró la sonrisa de su cara y revoleó los ojos. Jade lo imitó y le sacó la lengua. El, le devolvió el gesto. Me reí y di el tema por terminado.
Mi vista se desvió hacia la otra cama, que estaba vacía y perfectamente estirada, supuse que alguien mas grande que Jade dormía ahí, porque no había manera que una niña tan pequeña como ella, pudiera acomodarla de esa manera.
—¿Te gusta mi habitación? —me preguntó.
—Me encanta tu habitación —le sonreí mientras ella corría a una esquina a buscar quien sabe que—, me recuerda a la que yo tenía —miré el oso que tenía en mis manos.
Sentí que Nathan desviaba su mirada de su hermana, hacia mi. No quise levantar la vista porque sabía que sus ojos me veían. Hice una mueca involuntaria y Jade apareció frente a mi.
Tenía en sus manos una caja color rosa llena de brillos, al parecer la había hecho ella. La abrió y pude ver todos los productos de maquillaje con imágenes de princesas y corazones que tenía allí.
Por Dios, ni yo tengo tantos maquillajes.
Abrí la boca mostrándole mi asombro. De verdad estaba asombrada pero era mas que nada para que viera que me encantaba el contenido de su caja.
—Maquíllame —me dijo. Miré a Nathan y el frunció el ceño. Oh, ya veía el final malo de esto.
—No vas a maquillarte, eres muy pequeña para eso —le dijo a su hermana y ella rió un poco.
—¿Disculpa? —dije metiéndome en su conversación, no es que fuera privada tampoco. El revoleó los ojos al darse cuenta la estupidez que había dicho.
—No vas a maquillarte —sentenció. Yo no iba a contradecirlo, era cierto. Aunque me divertiría ver a la niña maquillada. Era muy bonita y se vería aun mejor. Pero Nathan era el responsable aquí, y además, esta era su casa y ella su hermana. Yo no tenía palabra que valiera en este lugar.
—Alison —ella se volteó a mi, empujando su labio hacia adelante, haciendo puchero. Al darse cuenta que no convencería a su hermano, recurrió a mi. Miré a Nathan y el negó seriamente.
—¿Que te parece si en vez de maquillarte, te peino? —ella sonrió y se sentó frente a mi. —Vamos, estas coletas están muy mal hechas —soltó una risa sonora y sentí la mirada de él sobre mi—. ¿Quien te las hizo?—pregunté mientras le quitaba las ligas de su cabello.
—Oye, yo se las hice —Nathan fingió una cara de dolor pero yo sabía que se estaba aguantando la risa—, pero si, te quedan horribles Jade —ahora si soltó la risa.
Su hermana abrió la boca, quizá y se ponía a llorar. No lo sabía, aun no la conocía.
—No Jade, las coletas te quedan muy bien —le dije y ella me sonrió—, siempre y cuando estén bien hechas —ahora lo miré a el mientras su hermana se reía y el revoleaba los ojos.
Le señalé el peine en su mano y el me lo extendió, observando con detenimiento como peinaba a su hermana pequeña. Le hice una y luego la otra.
—Mírame —le dije a la niña. Ella se paró y volteó hacia mi con una sonrisa. Le peiné el fleco recto y dejé el cepillo a mi costado —Perfecta —le sonreí.
—¿Ahora soy bonita? —preguntó a su hermano. Me dieron ganas de abrazarla hasta que explotara. Era demasiado tierna. —¿Nathan? —lo miré y noté que el estaba serio mirando fijo a los ojos de su hermana. Con algo de tristeza y decepción, tal vez. —Hey.—le dijo. El parpadeó tres veces y sonrió.
—Estas preciosa —dijo algo raro. Lo noté en su voz. —Yo... voy a prepararte la leche con galletas que me pediste hacer rato.
La niña soltó un "Si" de alegría y vi como Nathan salía rápidamente de la habitación, mientras su hermana se ponía a jugar con una casa de muñecas, llena de muebles y barbies. Estaba dándome la espalda.
—Jade, ¿te puedes quedar unos minutos sola? Voy a ayudar a tu hermano —ella giró su cabeza sobre su hombro y me miró. Una sonrisa se plantó en su rostro y supe que estaba pensando. —Solo voy a ayudarlo a preparar tus galletas —le sonreí de vuelta.
—Si tu dices, puedes ir con el —volteó y siguió jugando.
Definitivamente cambiaría a mi hermano Renzo por Jade en un segundo, sin pensarlo.
Bueno, no en realidad. Pero esta pequeña era muy especial.
Salí de la habitación y bajé por las escaleras. Me dirigí a la derecha, recordando que allí me había dicho Jade que estaba la cocina.
Nathan estaba de espaldas a mí, creo que lavando platos. Me pregunto de donde habrán salido. Cuando yo llegué estaba todo perfectamente limpio.
—¿Estas bien? —pregunté cuando llegué a su lado. Se veía tenso y lavaba con furia. Dejó el plato blanco al lado de mi mano y comenzó a lavar un vaso transparente.
—Si, muy bien —dijo dejando el vaso a mi lado, y tomando el plato que acababa de lavar. Mi ceño se frunció.
—Nathan —le dije al ver que volvía a lavar el vaso por segunda vez, si no lo detenía quizá y lavaba el mismo plato por tercera vez. Lo hacía rápido como si alguien lo apurara, como si tuviera prisa. —Oye, Clarke —le tomé las mejillas e hice que me mirara—, tranquilo —lo solté. El dejó salir un suspiro y cerró el agua, se secó las manos y se sentó en una de las sillas de la cocina.
—Lo siento —dijo mirando a la nada misma—, es que...—me miró y pude ver mucha tristeza en sus ojos. Tanta que quise llorar—. Nada —esbozó con una sonrisa afligida, intentando ponerse en posición ruda, otra vez.
Nunca lo había visto tan... vulnerable. Tan caído y tan indefenso. El solía ser frío y arrogante para algunas cosas. Pero en este momento, no podía pensar que el era una persona así.
Abrí la boca para decir algo pero el no me estaba mirando. Negó con la cabeza y se paró, sin dejarme decir nada. Quería saber que sucedía, aunque algo me decía que el se sentía afligido porque la niña no tenía a sus padres.
¿Y el? ¿Vive aquí? ¿Dónde están sus padres?
—Mejor le llevamos sus galletas o bajará por ellas —rio pero noté que solo trataba de evadir una conversación sobre sus padres. Yo, se lo agradecí enormemente en mi interior.
Porque si veía a Nathan llorar, maldición, podría llegar a morir.
Me quedé tildada en un punto fijo sin saber que hacer, luego de un minuto, reaccioné y me dirigí a donde estaba mi trabajo en la habitación de Jade.
Cuando la puerta de la entrada se abrió por si sola, me dejó ver a Irina Clarke entrando con unas bolsas de tela en las manos y una mujer detrás de ella. Su cabeza miraba el suelo, y cuando notó que había alguien allí, sus ojos se conectaron con los míos. Se quedó quieta en su lugar.
—Hola, soy Alison —fue lo único que pude decir, ya que la mujer le entregaba a Irina las bolsas que ella tenía, y la rubia las recibia de mala gana.
—Oh, Alison —alargó como si estuviese feliz de verme y me dio un pequeño y fugaz abrazo—, soy Bernarda —me sonrió. Irina desapareció hacia la cocina mientras la mujer me soltaba. —¿Ya conociste a Jade, verdad? —me preguntó exaltada. Asentí con la cabeza, sin la capacidad de decir una sola palabra. —Muy bien, muy bien —juntó sus manos. Irina apareció de la cocina y se apoyó en el marco de la puerta, mientras me observaba despectiva.
Algo en ella me decía que no le agradaba que estuviese aquí. Bueno, no algo, sino toda ella. Sus brazos finos estaban cruzados sobre su pecho, tenía una pierna sobre la otra, como si estuviese marcando algún territorio, y sus ojos me veían de arriba a bajo.
—Irina, Alison será la nueva niñera de Jade —Bernarda se volteó a ella, y la rubia la miró, como si la mujer le hubiese hecho alguna cara que no vi. Sus ojos claros volvieron a mi y antes de subir la escalera solo dijo...
—Me da igual —pasó por mi lado y sentí sus ganas de empujar mi hombro, pero por alguna razón no lo hizo. Quizá porque Bernarda estaba allí.
Aun no sabía que parentesco tenían todos con Bernarda.
—¿Me odia? —pregunté intentando indagar. No quería causar problemas, menos si tendría que pasar aquí cuatro horas todos lo días.
—Tonterías —hizo un gesto con su mano, en el cual intentaba indicarme que no me preocupara—, ha tenido un mal día. Ya se le pasará, solo ignórala —me guiñó un ojo para tenderme el sobre que estaba sobre la mesa—. Aquí esta tu paga de hoy, Ali. ¿Puedo llamarte Ali? —preguntó con algo de miedo, pero le sonreí.
—Claro que si —asentí con la cabeza.
—Excelente —exclamó levantando su puño en alto.
Bernarda tenia pinta de ser una mezcla entre abuela y tía. Esas que te pasan dinero bajo la mesa, que cocinan galletas deliciosas pero que también son capaces de correr un ladrón que había robado su bolso. Tenía unos cincuenta y tanto de años, seguramente. Media menos que yo, quizá un metro cincuenta y cinco, ya que le llevaba una cabeza y un poco mas. Tenía un poco de panza, pero eso la hacia ver mas simpática de lo que parecía. Su sonrisa era muy contagiosa, y parecía que te convencía de hacer lo que ella quisiera.
Jade bajó corriendo las escaleras y mi primer impulso fue correr hasta el primer escalón con los brazos estirados para atraparla si por error se caía. No sería nada bueno que la maldita se abra la cabeza en mi primer día de trabajo.
Ella pasó por mi lado, corriendo hacia la cocina, ignorándome en mi pose de agarre y la oí gritar.
—¡Berni! —volví al ambiente y vi como la levantaba en sus brazos.—. Esa es Alison —me señaló cuando Bernarda le dio una sonrisa tierna y le asintió con la cabeza— y va a cuidarme.
—Claro que si, pequeña. En tanto no la espantes con tus locuras —Jade frunció su cara y se cruzó de brazos—. Nada de ver televisión tantas horas —revoleó los ojos, como si no le importara eso—. Nada de tanto dulce —esta vez, puso ojos de cachorrito abandonado, demostrando que eso si le dolía—. Y nada de poderes.
La niña dejó caer sus brazos a sus costados, y su cara dejó de estar enfadada y se volvió completamente neutra, pero la sonrisa de Bernarda seguía completamente intacta.
—Ella cree que tiene poderes —me susurró la mujer con una sonrisa juguetona, aunque era obvio que Jade la había escuchado. Sonreí ante la broma de ella, porque la reacción de la niña había borrado todo rastro de gracia. Pero en cuanto entendí que se trataba de alguna locura o un juego de niños, recobré el sentido.
Jade aun miraba algún punto fijo en la cocina. Bernarda lo notó, ya que carraspeó la garganta. La niña, después de parpadear varias veces, la miró.
—¿Y que? ¿Te vas a quedar ahí parada todo el día? —pregunté con una voz chistosa que mi hizo reír a mi pero no a Jade—. Vamos, tu cuarto, ahora. Te prepararé un chocolate para cuando termines.
Esta vez, la pequeña si le sonrió, pero no como si tuviese seis años y deseara mas que nada un chocolate con azúcar. Le sonrió como si se hubiese acordado de algo, que guardaba con nostalgia. En un momento, Jade parecía ser una niña mas grande y mas madura de lo que era. Pero ese pensamiento desapareció cuando tiró de mi camiseta, intentando llamar mi atención, ya que aun me había quedado analizando la escena.
—¿Me ayudas a guardar mis juguetes? —preguntó ella, y ahora si. Se veía tal y como la pequeña de corta edad que era. Olvidé el antiguo pensamiento y subí las escaleras detrás de ella.
Se adentró rápidamente en su habitación, pero yo me quede observando una persona que me miraba en la puerta de, al parecer, su habitación.
Irina me miraba con un poco de odio, pero también con un poco de dolor. No me dejó acercarme, ni siquiera decir algo, que cerró la puerta quedando dentro.
Suspiré. Debería trabajar eso.