Lo que desata un beso (Saga l...

By sofiadbaca

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Elizabeth es una joven acostumbrada a hacer su voluntad, juguetona y coqueta, sabía del poder que tenía sobre... More

1. Comencemos el juego (EDITADO)
-NOTA DE LA AUTORA-
2. Una tonada del arpa (EDITADO)
3. Una fiesta de campo (EDITADO)
Capítulo 5

4. La caravana de Gregory (EDITADO)

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By sofiadbaca

Elizabeth se había mostrado magistral cuando se trataba de evitar a lord Pemberton. Por el resto de los días en la fiesta de campo, ella logró escaparse de cada una de las situaciones en las que hubiera la posibilidad de encontrarse cara a cara con el duque.

Todos notaron la actitud extraña de la joven, pero nadie se atrevía a hacerle más preguntas de las necesarias, incluso sus muy adoradas primas se perdían de la información que Lizzy recelosamente guardaba en su interior.

Le parecía de lo más vergonzoso lo que había hecho. Y por esa misma razón, sin remilgar ni protestar, regresó a Bermont para iniciar la locura de la boda de Gregory -el mayor de sus primos irlandeses y hermano de Charles-, a partir de ese momento solo tenía un mes antes de quedar atado de por vida con su prometida Claire Jones.

La duquesa Bermont y abuela de todos, estaba más alocada que nunca, aunque la boda era organizada por la novia, Violet no podía evitar inmiscuirse en los asuntos que no se le consultaban, frecuentaba la casa de los Jones y se llevaba con ella a alguna de las desdichadas nietas, quienes intentaban huir en cuanto la oían caminar cerca de donde se encontraran. Ir a esa casa solo significaba una cosa: ser la escolta de la feliz pareja.

—¡Niñas! —gritó la anciana— ¡Es hora de irse!

La abuela no podía negar que disfrutaba del momento, no le era ajeno el ruido que las cuatro chiquillas hacían en el intento de esconderse de ella. Para mala suerte de Elizabeth, su desaparición detrás de una cortina no fue efectiva y fue llevada a su habitación para que se pusiera ropas más adecuadas para una visita a la casa de su futura prima.

—No entiendo el motivo de que yo venga —refunfuñó en el carruaje.

—Vamos, vamos Lizzy ¿Qué no te pone contenta que se casa Greg?

— Lo único que me pondría contenta es que se casara de una vez.

—¡No seas grosera! —la retó su abuela.

—Ajá, yo soy la que tengo que escoltar a la feliz pareja — se cruzó de brazos—. Preferiría morir.

—Tranquila güerilla —sonrió Gregory—. Hoy no estarás sola.

—No sé por qué eso me hace querer saltar del carruaje.

—¡NO! —su abuela la sostuvo del brazo—. Dañarás el vestido.

Gregory rio, mientras Elizabeth la miraba con la cabeza ladeada y el ceño fruncido.

—Tengo dos cosas que decir: la primera, ¿En serio creíste que lo haría?; y segunda, en dado caso que lo hiciera, ¿Eso te preocuparía?

—Con ustedes todo es posible —resopló la anciana—. Además, hierba mala nunca muere, seguro que tú te salvas, pero el vestido no.

Elizabeth giró los ojos y fijó su atención en el camino, no tardaron demasiado en llegar, al menos, no lo que ella hubiera deseado. Sin darse cuenta, estaba bajando del carruaje, siendo auxiliada por su primo quien lucía contento de llegar a ver a su novia, la joven se alegraba por él, pero lo quería asesinar por desear venir todas las veces que su abuela lo hacía, lo único que ocasionaba eran problemas.

—¡Lizzy! —sonrió Claire al verla llegar— ¡Qué bueno que viniste!

—Sí, no hay problema, su perro guardián ha llegado —levantó su mano para hacer más dramático el asunto.

Clare rio, tapándose la boca con su mano enguantada. Rápidamente desviando la vista hacía su prometido, él la saludó galantemente con un beso en el dorso.

—Oh Elizabeth, deja de ser tan dramática y entra a la casa, hay tantas cosas que hacer —la abuela aplaudió feliz mientras caminaba para entrar a la morada.

—En serio me da miedo —dijo la joven rubia viendo a su abuela.

—A mi madre le pasa lo mismo —sonrió Clare— ¿Entramos?

—Ya que —asintió Elizabeth.

Los tres se encaminaron hacia la casa, Elizabeth había estado las suficientes veces para poder decir que era un lugar hermoso, tenía las decoraciones justas del buen gusto, dentro se respiraba un olor hogareño y acogedor, justo como lo eran sus habitantes. Poseían un jardín bastante grande como para que dos enamorados se perdieran y era justo lo que hacían los tortolos en cuanto tenían oportunidad.

—Madre —Clare llamó la atención— Ha venido Lizzy.

—Qué bueno verte, te has puesto más hermosa.

—Señora Jones, siempre es un placer y gracias.

—Bien, estaremos en el jardín —anunció la hija.

—Si amor, tengan cuidado.

Los tres sin decir nada se encaminaron a la gran puerta de cristal que daba hacia el jardín o como Elizabeth lo veía, su perdición.

—Gregory —una voz fuerte y altiva los hizo voltear.

Caminando con zancadas seguras y un porte inigualable, Lord Pemberton el duque de Richmond se acercaba a ellos. Elizabeth lo miró como si de un fantasma se tratase, quedo muda y apenas pudo corresponder al saludo que le había ofrecido, al momento en que la boca del duque tocó la delicada y blanca mano, la joven sintió un escalofrió y la retiró rápidamente.

—Ves Lizzy, no estarás sola —le dijo Gregory mientras le ofrecía el brazo a su prometida.

La pareja comenzó a alejarse, dejando a Elizabeth en el umbral de la puerta que conectaba la casa con el jardín. Sus brazos se cruzaron bajo su pecho y su cara se deformo en una mueca.

—Debí haber saltado del carruaje.

—¿Cree que eso sería una mejor opción? —preguntó la presuntuosa voz del duque.

—¿Disculpe? —no se había dado cuenta que habló en voz alta.

—El saltar de un carruaje — Elizabeth se sonrojo y lo miró desafiante.

—Sí, lo prefiero —dijo con seguridad—, pero dado el hecho de que mi primo se casa en semanas, no hay más que hacer.

La rubia se alejó y salió detrás de la pareja, dejando una distancia prudencial para no interrumpirlos. Sintió como el duque se unía a su lado y continuaba en un silencio que comenzaba a incomodarla.

—¿Por qué esta aquí?

—Fui invitado.

—Eso lo puedo ver.

—Entonces, haga mejor sus preguntas.

Elizabeth dejó salir un suspiro cansado, siempre era muy difícil hablar con ese hombre, cualquier monótona conversación se dirigía a lo desconocido, aquel caballero tenía la capacidad de leer lo que ella ni siquiera imaginaba, pero al final llevaba razón. Decidió mantenerse callada, admirando las rosas y los podados jardines de la casa de su amiga.

—¿No reformulara su pregunta?

Elizabeth ya no recordaba siquiera que había preguntado algo.

—No vale la pena —se inclinó de hombros—, nunca responde.

—Responderé.

—¿A qué debo el honor? —dijo sarcástica.

—¿Esa era la pregunta? —levantó la ceja, no deseando responder la cuestión anterior.

—Bien, ¿Porque está aquí, en el sentido de quién lo invitó y con qué motivo?

—Me hice amigo de su primo, resulto que nos parecemos bastante —la joven negó con rapidez, ese hombre no se parecía en nada a Gregory—, congeniamos bien y me invitó para que no lo atosigaran con cosas de la boda.

Elizabeth negó con una sonrisa mientras veía la espalda de su primo, muy astuto de su parte.

—¿Y usted? —los ojos grises de ella se posaron un segundo en su rostro.

—Soy guardián.

—Mala decisión.

—¿Disculpe? —se detuvo ofendida.

—Usted es la persona más cotilla y argüendera que podría haber conocido —se paró a unos pasos de ella, enfrentándola—, jamás la pondría a cuidar algo.

—Suerte que no tiene la decisión de ponerme o no a hacer algo ¿verdad? —la joven pasó de largo, no dándose cuenta de la sonrisa que se había escapado de los labios del taciturno hombre.

Caminaron por los jardines en silencio, el cual Elizabeth no apreció, no era su costumbre el mantenerse callada por tanto tiempo.

—¿Ira a la boda? —Elizabeth preguntó de repente.

—Sí, desgraciadamente.

—No es necesario que asista si no quiere. Arruinaría el ambiente de todas formas.

—Iré —recalcó— más no significa que me agrade.

—Como le dije...

—No arruinaré nada.

—Un hombre con cara de fastidio y que seguramente hablara de su incredulidad ante el matrimonio ¿No arruinara nada? Permítame que me ría.

—Tiene usted mi permiso.

—No me refería...

—Se a lo que se refería —la miró—, pero ¿qué me importa lo que digan?, tengo invitación, me agrada Gregory, asistiré.

La joven lo miró molesta.

—Casi parece que ira a darle sus condolencias.

—No haría tal cosa.

—Pero lo piensa.

—Eso no es cosa suya —se encogió de hombros—. Como le dije, también me casare algún día.

—¡Iré a darle las condolencias a la pobre mujer!

—Me gustaría ver que lo haga— retó Robert después de unos pasos.

—Lo haré, se lo prometo.

—La espero el día de mi boda entonces.

—Si recibo invitación, créame que asistiré.

Sin querer. Esas personas estaban sellando más que una promesa y esa boda de la cual se prometían asistencia vendría más pronto de lo esperado. 

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