Prohibidos: Esclavos del tiem...

By Amyritaa

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Prefacio
Capítulo 1: De vuelta
Capítulo 2: Percepción
Capítulo 4: Atenuación.
Capítulo 5: Bipolar
Capítulo 6: Esquivo
Capítulo 7: Libre elección
Capítulo 8: Perturbación.
Capítulo 9: Inestabilidad.
Capítulo 10: Impredecible
Capítulo 11: Presente
Capítulo 12: Huidiza
Capítulo 13: Irremplazable
Capítulo 14: El despertar del guardián
Capítulo 15: Mitad humano, mitad...
Capítulo 16: Presagio
Capítulo 17: Efecto colateral
Capítulo 18: Oculto.
Capítulo 19: Privación.
Capítulo 20: Extracorpóreo
Capítulo 21: Independiente
Capítulo 22: Hija de Caelistis
Capítulo 23: Morado anaranjado.
Capítulo 24: Extranjero
Capítulo 25: Cruzados
Premio a elección del público
Capítulo 26: Egoísta
Capítulo 27: Trance

Capítulo 3: Íntegro

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By Amyritaa

 

Sabía que Nathan no acortaría la poca distancia entre nosotros para venir a abrazarme, él no era así conmigo ni con nadie. Era su personalidad. Así que, con el amuleto quemando en mi pecho, di un par de pasos -los suficientes para llegar hasta él- y cerré mis brazos alrededor de su cuello.

En ese momento, la corriente que minutos antes circulaba a través de mí, se extendió hacia el cuerpo de Nate, envolviéndonos junto con la calidez que desprendía el amuleto. Me sentí allí mejor que en cualquier parte del planeta, mejor que con cualquier otra persona. Estar cerca de él era una de las cosas que más añoraba; De repente percibí al amuleto arder, como si hubiera estallado en llamas. Sin embargo no me separé, sino que quise apretarle más fuerte contra mí.

Había cerrado los ojos y, me aferraba a Nate y a la forma en que su contacto me ponía nerviosa. Él se mantuvo quieto, aunque le vi sacar las manos de los bolsillos cuando me acerqué. Su cabeza quedó enterrada en mi cabello y sentía su aliento contra éste, esto me provocaba un cosquilleo en la piel. Pareció dudar en abrazarme, yo lo estaba deseando porque dejando aparte mis sentimientos, él era mi amigo y quería que lo hiciera. Al final puso sus manos lentamente sobre mi cintura.

-Estás de vuelta…-susurró para que solo yo le oyera.

No hubo alegría en su voz sino más bien sonó como aliviado. ¿Aliviado de verme de vuelta? Sonreí más de lo que hubiera debido a causa de ese pensamiento. Justo después, separó un poco nuestros cuerpos empujándome cuidadosamente de la cintura, ahogando mis ganas de seguir abrazándole. Le miré, no parecía estar sorprendido de verme, no como los demás. Tal vez era porque él apenas mostraba sus sentimientos. No quería pensar que no se alegraba de verme. Sin embargo, tenía sus ojos fijos en los míos, tratando de ver a través de mí, con tanta intensidad que me hizo sentir incómoda y por consiguiente, apartar la vista. Donna cortó aquella pequeña tensión atrapándome por la espalda y estrujándome hasta dejarme sin aliento.

El colgante de plata había cesado en su intento de incendiarme el pecho cuando dejé de concentrarme y mirar a Nathan. Se notaba como en un sueño en el que puedes sentir que te estás quemando pero que apenas duele, como si se hubiera alterado tu escala de dolor y lo ardiente estuviera donde debería de estar lo templado. Nunca era más que eso.

Lo percibía demasiado agradable –igual que el agua caliente en una ducha en invierno- y no huía sino que corría deliberadamente hacia ello, pues no quería separarme de aquella sensación. Pero los demás demandaban mi atención, así que solté el amuleto -que no me había dado cuenta que lo agarraba de nuevo- y les atendí volviéndome hacia ellos.

-¡Estás aquí, estás aquí!-repitió Maya subiéndose encima de mí otra vez, cruzando sus piernas en mi espalda.

-¡Mi mono!-Me reí intentando sostenerla-. ¡Procura que no se me quede el vestido de bufanda!-le avisé con una risita mientras Donna me lo bajaba, carcajeándose, porque se me había arrugado a la altura de la entrepierna.

-¿Yo también puedo?-bromeó Meiko.

Me miró con aquellos preciosos ojos rasgados que había heredado de una mezcla de padre japonés y madre británica.

-Ni se te ocurra-Le fruncí el ceño, divertida-. Tú-me referí a mi mejor amiga y le pellizqué en el costado para que se descolgara. Se quejó y lo hizo. No podía sostenerla por más tiempo.

-¿Por qué no me dijiste que venías?-Puso morros-. Al menos a mí-Estaba ligeramente enfadada por no haber compartido mi idea con ella.

-¿Por qué también era una sorpresa para ti?-Se me adelantó Alan con un tono que denotaba que era obvio.

Fue a sentarse en el sillón e hice un gesto con la mano señalándole.

-Eso contesta a tu pregunta-Reafirmé con la cabeza.

-Déjala, Maya, que desde que se va sin despedirse, está inaguantable.

Miré a Vítor, que era el que me acababa de tirar la pulla, y estaba sentado en el sillón, sonriéndome. Donna estaba sobre sus piernas, mirándome contenta. Me sorprendió un poco la forma en que él tenía los brazos alrededor de su cintura  y mantenía su rostro rozando con su cabello. Llevaban poco tiempo juntos, y lo sabía, pero una cosa era saberlo y otra muy distinta verlo con mis propios ojos. Habían sido amigos desde siempre y que ahora estuvieran saliendo, me parecía extraño de ver. Aunque era lo que quería para Nathan y para mí, sabía que esa ilusión estaba muy lejos de hacerse real, más de lo que una vez pudo estar para Vítor y Donna. Lo nuestro era poco probable, con unas gotas de ficción y fantasía.

Le saqué la lengua en un gesto de burla y luego fui a sentarme con ellos. Nathan seguía tras de mí, pero me había intimidado tanto con esa mirada y cómo sonaron sus palabras, que no me volteé para comprobarlo.

-¿Cómo fue el vuelo?-me preguntó Alan, más por cortesía que por interés.

-Am...-Terminé de acomodarme en el sofá, retirando un cojín detrás de mí que no me dejaba apoyarme en el respaldo-. Interminable-hice una mueca para mostrar lo poco que me había agradado. Eché un pequeño vistazo a mis desaliñadas uñas, no lo estarían tanto si no me las mordiera cuando estoy nerviosa o impaciente, y eso pasaba muy a menudo-. Pensé que no llegaría nunca, fue horrible-dije con una risita exasperada-. ¿Qué hicisteis vosotros ayer mientras yo volaba?

Sabía, por lo que me había contado Maya días antes, que iban a pasar la semana en casa de Meiko. Lo hacíamos mucho en verano, era una costumbre que a Elisabeth le agradaba más que molestarla. El padre de mi amiga casi siempre estaba de viaje por trabajo así que apenas estaba por la casa. Además, era la única de los siete que tenía piscina en el jardín.

-Salimos a cenar y estuvimos en un pub del centro. No mucho más-me informó Donna. Visualicé dentro de mi campo de visión cómo Vítor tonteaba con los dedos de la mano derecha de ésta-. Ah, y Maya estuvo muy pesada con un chico que había con un piercing en la ceja-Rodó los ojos.

-¡Eh!-se quejó la susodicha levantando la cabeza y quitándole la atención a su iphone 4. Estaba en el sofá frente a mí. Me miró sin soltarlo-. Era muy mono. Pelo corto, ondulado-le comenzó a describir-. Ojos azules. Alto-Bajó de nuevo la mirada  a su móvil y sonrió, tímida, mirando la pantalla.

-¿Esto es lo único que me he perdido?-dije fingiendo decepción-. Me vuelvo a Sydney-Hice el amago de levantarme-. Creo que a las cuatro y media de esta tarde salía un vue…

-Calla-Alan me agarró de la cadera para hacer que me volviera a sentar.

Lo hice. Le miré y la curva que formaban sus labios, me hizo sonreír.

Entonces vi a Nathan acomodarse en el sofá frente a nosotros, donde estaban Meiko, en una esquina, y Maya. Lo hizo al lado de ésta última. Esta vez, cuando volvimos a tener contacto visual, el amuleto irradió calidez a mi cuerpo. No abrasó, ni quemó.

No duró por mucho tiempo, Maya me distrajo y aparté mis ojos de él. La odié por un instante por tener que dejar de hacerlo.

-Me encanta tu colgante-Se incorporó hacia delante para observarlo más de cerca-. ¿Cuándo lo compraste? No me lo enseñaste el otro día por skype.

-Gracias-Sonreí y llevé la mano hacia él como acto reflejo.

La sonrisa se fue de mi rostro en el mismo instante en que un escalofrío me subía por la espalda a la nuca cuando me di cuenta que el amuleto ya no estaba dividido en dos. Lo miré. Perfectamente habían encajado las dos mitades. Pasé el dedo pulgar de mi mano derecha sobre la perla azul mientras en mi cabeza enlazaba los hechos y averiguaba cuándo había ocurrido. <<Nathan>> Su nombre resonó en mi cabeza como una respuesta. Por eso lo sentí arder. Me quedé pensando en el momento en que nos habíamos mirado minutos antes.

-¿Pasa algo?-Me sacó Alan de mi ensimismamiento.

-¿Eh? –Pestañeé dos veces-. No, nada. Recordé algo, solo eso-mentí haciéndome la distraída.

-¿Entonces lo compraste después de hablar conmigo o no?-insistió Maya.

-Me lo regaló mi abuela el día antes de irme -le conté con una sonrisa amable, soltándolo.

-Sí, es bonito-expresó Meiko.

-Oye-llamó Nathan nuestra atención.

Se ponía una camiseta blanca de manga corta cuando me giré para mirarlo.

-Me tengo que ir, se me había olvidado que había quedado-Evitó a toda costa mirar a alguien.

-¿Qué? ¿Ahora?

A veces parecía que Maya me leía el pensamiento, fueron esas las palabras exactas que aparecieron en mi mente. La diferencia era que en mí se oyeron como un grito.

-Sí-contestó anudándose los cordones de las zapatillas.

-¿No puedes cancelarlo?

-No.

Se levantó y dio la espalda a todo el mundo, caminando hacia la puerta.

-Nathan-le nombró para que la mirara.

Él se giró.

-¿Qué?-Se volvió con un deje irritante.

Supongo que allí todos estaban pensando en lo mismo. ¿Yo le importaba?

-¿Pero vendrás para comer, a dormir, o…?

Se quedó pensativo. Parecía que intentaba con todas sus fuerzas no mirar hacia otro sitio, o más bien, a otra persona que no fuera Maya.

-¿Nathan?-demandó.  

-Vuelvo para cenar- se despidió bajando la cabeza y marchándose.

Ninguno comentó nada. Estábamos acostumbrados ya a sus idas y venidas de humor, a sus extraños prontos y sus silencios. Luego de cosas así, no hablaba de ello con nadie excepto con Vítor, pero en pocas ocasiones. Querer conocer a Nate en su plenitud, hablando con él, era como intentar abrir una puerta de acero con un palillo de dientes. Inútil. Lo habíamos asumido hacía ya mucho tiempo aunque no significaba que no nos dejara aún desconcertados con estos extraños comportamientos.

-Idiota-gruñó Maya apretando los dientes.

Alan se arrimó más a mí y me pasó un brazo por detrás. Le miré y me sonrió, dulce.

Meiko, de repente, pareció encontrar el hilo que sobresalía de su pantalón, muy interesante.

Vítor tecleaba rápido su móvil, era muy previsible a quién escribía. Donna lo miraba de reojo, aún sentada sobre su rodilla. Mantuve la esperanza en ella para enterarme de lo que ambos hablaran. Agaché la cabeza. Miré mis manos. Me producía un poco de angustia la idea de ser tan insignificante para él, ni siquiera una amiga, como para no cancelar sus planes y quedarse.

No quería alzar la cabeza porque sabía que mi mejor amiga me estaría mirando con cara de lástima, y no quería que sintiera eso por mí porque aunque me doliera cómo me acababa de tratar Nathan, sabía que era la primera que estaba perdonándole ya.

Elisabeth cortó aquel silencio trayéndonos una enorme sonrisa y una gran empanada. Al parecer, como sabía que llegaría, se había puesto a cocinar como una loca para darme la bienvenida. Olvidamos al instante lo que había pasado y sonreímos, quitándole importancia.

Me hicieron un montón de preguntas pero al cabo de un rato propusieron volver a jugar a adivinar las películas, cosa que agradecí porque odiaba ser el centro de atención. Nos sentamos por equipos y apostamos pagar –entre los equipos- la cena de esa noche. No tardamos mucho en formar los grupos. Los chicos se repartieron uno en cada uno. Maya se levantó y vino a sentarse a mi lado, y puesto que yo estaba junto a Alan, nos quedamos nosotros tres en uno y Meiko, Donna y Vítor, en otro.

Solo con mi torpeza y el trabajo que me costaba explicarme cuando estaba distraída con otras cosas, se podía saber quiénes perderían. Y así fue. A mí, Maya y Alan, nos iba a tocar pagar la cena. Después de eso fuimos a sentarnos alrededor de la mesa del comedor, Elisabeth nos hizo una increíble lasaña para comer. A la tarde estuvimos en la piscina, y aunque Maya quiso obligarme a ponerme unos de sus trajes de baño, no lo consiguió. No me apetecía bañarme. Aproveché que Vítor estaba nadando y había dejado sola a Donna, para acercarme y sentarme junto a ella.

-Hola-Me sonrió cuando me senté.

Le devolví el gesto un poco tímida.

Me quedé observando las pequeñas ondulaciones que provocaba en el agua al mover mis pies. Era hipnotizador.

-Sabes que se le pasará-dijo ella entonces.

Bufé con una sonrisa torcida sin levantar la mirada.

-El problema es que nunca entiendo qué es lo que tiene que pasársele-Me encogí de hombros.

-La idiotez-respondió con una risita.

-Entonces nunca-Me reí con ella sin ánimos.

No podía parar de preguntarme lo mismo desde hacía un rato. ¿Por qué quería volver a Londres? Era una pregunta estúpida y egoísta, que probablemente dolería a mis amigos si la formulaba en voz alta. Lo sabía pero no podía evitarlo. Tal vez yo lo fuera, estúpida y egoísta, si pensaba en ese momento que lo único que valía la pena, era ver a Nathan; y me sentía mal por ello.

Pensé que Donna acabaría contándome lo que había cotilleado mientras Vítor le escribía a Nate, pero no lo hizo. No me molestó, simplemente me dije que probablemente él ni siquiera había llegado a contestar algo a Vítor y que por eso, no había nada que contar. Maya llegó para sentarse a mi otro lado, y Donna decidió terminar de meter todo el cuerpo en el agua para luego irse con Vítor.

-Hubiera pagado por ver la cara de Nathan cuando apareciste en el salón-comentó Maya con una sacudida de cabeza, graciosa.

No dije nada, solo sonreí de medio lado observando a Vítor y Donna. Ella había enredado las piernas en su cintura y los brazos en su cuello. Se miraban tan fijamente a los ojos que tuve que apartar la vista, intimidada.

-Se me hace muy raro verles juntos-comenté a las chicas con una sonrisa para cambiar de tema.

A ellas también les pasaba lo mismo que a mí pero, como yo, estaba contentas de verles así.

Meiko me preguntó después si pensaba quedarme con ellos toda la semana en su casa y le conté que tenía aún que organizar cosas en casa pero que quería estar allí como muy tarde, la noche del día siguiente. Se conformó con mi respuesta, al contrario de Maya, que quería que esa misma noche me quedara ya a dormir con ellas. Alan apareció entonces, llamando impaciente a mi amiga y cogiéndola de las axilas hacia arriba para tirarla al agua.

Acabé secándome el pelo con una toalla y escurriendo el agua de los bordes de mi vestido. Me senté, riéndome aún, en una silla -a pocos metros de la piscina- para limpiarme los pies de césped y ponerme de nuevo mis zapatos. Fue cuando escuché el sonido hueco de la melodía de llamada de mi móvil. Me rodeé hacia la mesa del jardín, a mi lado, y lo saqué del bolso.

Era mi padre, se ofreció a recogerme ya que había salido con el coche para hacer unos recados. Acepté, quedando con él en cinco minutos delante de la casa. Me despedí de mis amigos. Maya se enrolló una toalla en el cuerpo y se calzó unas chanclas de goma para acompañarme hasta la puerta, aunque no se lo pidiera. Me negué argumentando que aunque no hubiera estado allí en años, todavía recordaba por dónde se salía. No me sirvió de nada.

Me abrazó y estrujó cuando mi padre se estacionó junto a la acera, se los di de vuelta.

-Nos vemos mañana-Me sonrió.

Asentí con la cabeza antes de bajar los peldaños que separaban la puerta principal del caminito que llegaba hasta la verja. Me giré hacia ella de nuevo para despedirme con la mano antes de abrirla, dar dos pasos y montarme en el coche.

Luego de explicarle a mi padre cómo había terminado mojada de arriba abajo, eché la cabeza en la ventanilla y me quedé observando, distraída, cómo el exterior pasaba veloz ante mí.

Estaba contenta, por fin había vuelto y todo era como antes. Lo cierto es que no podía pedir más de lo que tenía, pero aún así, lo hacía. Dicen que el ser humano es egoísta por naturaleza, yo podría ser una de las que confirmaban la regla. Quería tener a Nathan, o en su defecto que no me tratara como si no me conociera.

No me hizo falta tocar el colgante para saber que estaba lejos de mí, pues se sentía frío sobre mi piel. Ese día había descubierto otro de los misterios de aquello. Nathan estaba implicado sin quererlo, tanto que cuando estábamos cerca, el colgante se calentaba; y cuando no, era frío. Quería continuar averiguando. Quería ver si cuando le tocaba, sucedería todo lo que había pasado esa tarde cuando nos abrazamos.

Me dejé caer sobre mi cama después de haber ido a cenar y haberme puesto el pijama. Tenía ganas de escuchar un poco de música antes de dormir así que me levanté a duras penas y fui a  por el bolso, donde lo había guardado. Cerré los ojos cuando empezó a sonar One republic a través de mis cascos. Su música me traía paz y alegría. Estaba terminando de sonar “Counting Stars” cuando el amuleto comenzó a calentarse. Seguido, sentí desprenderse toda aquella temperatura en mi piel como en delgadas líneas que salían del centro del colgante, comenzando a recorrer todo mi cuerpo. Abrí los ojos y en un acto reflejo me levanté de la cama con los nervios a flor de piel, lo hice tan rápido que me mareé un poco. Tanteé, a oscuras, mi escritorio para apoyarme un poco en él, y me incliné para mirar por la ventana. Aquello solo podía significar una cosa. 

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