Capítulo 16: Presagio

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Desde hacía tiempo, cada noche en la que la mente de Alan decidía no descansar, se veía arrastrado por un extraño sueño que le tenía obsesionado y lo único que deseaba durante el día era que la noche volviera a caer para sumirse en él. 

Se veía atrapado en una casa en tinieblas, guiado por una energía que percibía en alguna parte de ésta y que le atraía. El sudor, su respiración entrecortada -por el miedo de lo que pudiera hallarse escondido en las sombras-  y el deseo vehemente de encontrar aquello que le absorbía, le acompañaban en cada silencioso y cuidadoso paso. Luego de un rato encontraba, cada vez en una parte diferente del lugar, la silueta de una chica esbelta que a espaldas de él murmuraba con un chico situado tan cerca de ella que, parecían estar compartiendo un momento íntimo. De entre toda la oscuridad solo se podía distinguir su larga y pelirroja melena y los plateados ojos del muchacho en los que Alan solo reparaba durante  unos segundos pues ese calor que emanaba de ella hacia él, se llevaba toda su atención. Ninguno de los dos se percataba de su presencia, y ella nunca se giraba cuando él la llamaba por su nombre, un nombre que olvidaba al segundo de despertarse. Ni tampoco servía de nada que le advirtiera a gritos lo que estaba a punto de pasar pues la muchacha no lo escuchaba; De forma repentina, ella salía corriendo de la habitación seguida por el muchacho y por mi amigo. Alan nunca corría lo suficiente para alcanzarla y, evitar que el chico la sorprendiera de frente en una gran sala y clavara algo en su pecho. Ella se desvanecía, convirtiéndose en humo azul ante la quebrada mirada de mi amigo que se despertaba decaído por no haberla salvado.

-Y nunca llego a ver su cara...-terminó de contarme entristecido. Resopló y, apoyando la cabeza en la pared, hacia arriba, cerró los ojos.  

-Y yo creía que tenía problemas...-bromeé pero me encontraba tan enfermo que solo conseguí sonreír. Me dolían las costillas al respirar a causa del veneno, el dolor me subía y me punzaba el corazón en cada inspiración.

-Ídem-contestó Vítor con una risita levantando la mano, siguiéndome el juego pero sin despegar la mirada de su teléfono móvil, parecía un crío.

-Si solo...-marmulló.  

Le miré esperando que continuara la frase y me sobresalté al ver a una chica sentada a su lado, con las piernas cruzadas, junto a la pared perpendicular en la que se encontraba apoyado Alan.  

-Tú-solté pasmado a la vez que me erguía ligeramente y admiraba su melena roja que se extendía hasta su cintura.   

Mi amigo abrió los ojos, creyendo que me refería a él, y la chica giró repentinamente la cabeza al escuchar mi voz.  

-¿Puedes verme?

Sus ojos tenían un tono azul cristalino que hipnotizaba y, con su tez blanquecina, se fundían perfectamente en un redondo rostro de pequeñas pecas nacidas en nariz y mejillas. Vestía unos ajustados vaqueros oscuros y una camisa azul eléctrica remangada por los codos. No llevaba bisutería al igual que Dánae pero podía intuir un colgante entre el cuello desabrochado de la camisa. Calzaba unas botas negras de agua hasta las rodillas.

  

No contesté, intentaba analizar la situación sin éxito.

-¿Nathan?-Me frunció el ceño Alan cuando se dio cuenta que tenía la vista fija en lo que para él era solo muro y azulejos-. Estoy aquí-Agitó la mano a donde miraba para llamar mi atención.

La chica torció la cabeza a un lado para que no le rozara la nariz. 

-Voy a llamar a Dánae-mencionó Vítor antes de levantarse y salir.

-No les digas que estoy aquí-se apresuró a decirme ella.

Fruncí el ceño sin entender por qué no quería tal cosa. 

Prohibidos: Esclavos del tiempo.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora