Capítulo 1: De vuelta

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(Narrador: Doia)

Estaba metida en una piscina sola, con los brazos apoyados en el bordillo y la cabeza –ladeada- en éstos, y para mí era una de las mejores sensaciones del mundo. Tenía los ojos cerrados e inhalaba como el alcohólico huele el whisky antes de beberlo, el aroma del césped y las flores de alrededor del jardín. Si respirabas profundamente podías sentir como esta mezcla de olores se te metía por la nariz, purificándote el alma y quitándote todo motivo de preocupación o desaliento; Sonreí mientras movía mis piernas en el agua, lentamente, provocando pequeñas ondulaciones en la superficie. Era mi último baño del verano y no quería salir de allí.

Es en este lugar dónde acabo siempre. Da igual si estoy preocupada, desalentada, nerviosa, nostálgica o alegre, siempre termino aquí.

-Vas a arrugarte-Oí a mi padre llegar y mofarse de mí.

Me encantaba mi relación con mi padre. Muchas veces me entendía como si fuera mi amigo y eso hacía que confiara en él, otras era como un niño grande y en pocas ocasiones, actuaba con alguna extrema autoridad. Mi madre, en cambio, no era tan tranquila o sumisa –por así decirlo-, así que solíamos pelear más porque prácticamente teníamos el mismo carácter, pero en general me llevaba bien con ella.

-No me importa-mencioné tranquila abriendo los ojos y alzando la cabeza para mirarle.

Estaba frente a mí, sentado en el sillón de mimbre del porche con una taza de café en la mesita de madera baja, y un libro en la mano.

-Oye, que si tienes tantas ganas de estar aquí, puedes quedarte-Bromeó antes de coger el café para beber.

-Sabes que no-Le fruncí el ceño-. Es decir, me gusta estar aquí y no lo cambiaría por nada excepto por lo que ya sabes-expliqué innecesariamente, él conocía mis enfermizas ganas de volver a casa.

Me mudé casi a la otra punta del planeta hace ya dos años por motivos de trabajo de mi padre. Desde entonces hemos vivido en casa de mis abuelos paternos. Siempre había venido cada verano desde que tenía los trece años pero una cosa era estar un mes, y otra, vivir aquí.  No tuve más remedio que trasladarme, no podía quedarme en Londres yo sola, y no tenía más familia con la que instalarme. Solo estábamos los abuelos por parte de mi padre, mamá, papá y yo.

-¿Has hecho la maleta?-Me preguntó soltando la taza en la mesita de nuevo.

-Sí, ayer-Me reí y me di un impulso hacia atrás con mis manos en el borde de la piscina, dejándome llevar por el agua.

Me quedé flotando en mitad de ésta.

-¿Ayer? Pero si no nos vamos hasta mañana. Se te va a arrugar la ropa-Comentó volviendo la vista a las páginas de su novela.

-Ya, pero luego tú me la planchas cuando lleguemos-Me reí metiendo mi cuerpo por completo de nuevo en el agua, excepto la cabeza.

-Sí, claro, antes de colocártela-vaciló antes de meterse de lleno en aquel libro.

Le dejé tranquilo, sabiendo que como yo, amaba el silencio cuando leía. Así que me puse a nadar a crol, aprovechando al máximo lo que me quedaba allí.

Se hizo de noche y, arrugada, todavía permanecía metida en el agua. No hacía calor pero no tenía frío. Me volví a apoyar, cansada de nadar, de nuevo en el bordillo y me quedé mirando a mi padre. No había dejado de leer, le costaba muchísimo hacerlo. Cuando era pequeña, solía sentarme en sus piernas y apoyarme en su pecho mientras leía. Solía poner mi oído para escuchar los latidos de su corazón, y eso me daba paz. Muchas veces paraba para contarme historias que él mismo se inventaba en el momento. Por él es por quién amo tanto leer.

Prohibidos: Esclavos del tiempo.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora