Aullidos, flama y un corazón.

By JDGiroh

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SOLO +18!!!! Algunas escenas son EXPLICITAS y contienen LENGUAJE ADULTO. #Primer lugar Mostlettersawards. #S... More

Prólogo
Capítulo 1: Ciudad Pacífico. Caro
Capítulo 2: Ciudad Pacífico. Yuri.
Capítulo 4: Ciudad Pacífico. Caro.
Capítulo 5: Mosquitos.
Capítulo 6: El Delert Mort. Yuri.
Capítulo 7: El Delert Mort. Ryan.
Capítulo 8: El Delert Mort. Caro.
Capítulo 9: Diamantes.
Capítulo 10: La Carta. Yuri.
Capítulo 11: La Carta. Caro.
Capítulo 12: La Carta. Yuri.
Capítulo 13: VIP.
Capítulo 14: El Muro Impenetrable. Ryan.
Capítulo 15: El Muro Impenetrable. Caro.
Capítulo 16: El Muro Impenetrable. Yuri.
Capítulo 17: El Muro Impenetrable. Ryan.
Capítulo 18: El Muro Impenetrable. Caro.
Capítulo 19: Cadenas.
Capítulo 20: La Sanguijuela. Yuri.
Capítulo 21: La Sanguijuela. Ryan.
Capítulo 22: La Sustancia.
Capítulo 23: La Habitación Blanca. Caro.
Capítulo 24: La Habitación Blanca. Yuri.
Capítulo 25: La Habitación Blanca. Ryan.
Capítulo 26: La Habitación Blanca. Caro.
Capítulo 27: KIE129.
Capítulo 28: La Fábrica Abandonada. Yuri.
Capítulo 29: La Fábrica Abandonada. Caro.
Capítulo 30: La Fábrica Abandonada. Ryan.
Capítulo 31: La Fábrica Abandonada. Yuri.
Capítulo 32: El Capullo del Polen Muerto.
Capítulo 33: Los Xonors. Caro.
Capítulo 34: Los Xonors. Ryan.
Capítulo 35: Los Xonors. Caro.
Capítulo 36: Apocalipsis Apocalíptico.
Capítulo 37: La Guarida de la Bruja. Yuri.
Capítulo 38: La Guarida de la Bruja. Ryan.
Capítulo 39: La Guarida de la Bruja. Yuri.
Capítulo 40: La Guarida de la Bruja. Ryan.
Capítulo 41: La Guarida de la Bruja. Yuri.
Capítulo 42: La Guarida de la Bruja. Ryan.
Capítulo 43: La Guarida de la Bruja. Yuri.
Capítulo 44: La Guarida de la Bruja. Ryan.
Capítulo 45: La Guarida de la Bruja. Yuri.
Capítulo 46: Las Calaveras del Olvido.
Capítulo 47: El Tercer Lugar Secreto. Caro.
Capítulo 48: El Tercer Lugar Secreto. Yuri.
Capítulo 49: El Tercer Lugar Secreto. Ryan.
Capítulo 50: El Tercer Lugar Secreto. Caro.
Capítulo 51: Cristal.
Capítulo 52: El Final. Yuri.
Capítulo 53: El Final. Ryan.
Capítulo 54: El Final. Caro.
Epílogo.

Capítulo 3: Ciudad Pacífico. Ryan.

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By JDGiroh

<<Soy un monstruo... ―se maldijo―. La maté con mis propias garras...>>

Ryan no dejaba de torturarse por lo que sucedió meses atrás en aquel sótano. Se merecía una muerte espantosa, pero antes de ello...

Esa noche templada, jadeando apenas, corría sorteando árboles y troncos caídos en su camino. Tenía que utilizar su vista nocturna en aquel bosque debido a la oscuridad. El follaje formaba un dosel donde apenas, aquí y allá, se recortaban fragmentos de cielo.

Ryan llevaba galopando en su espalda una mochila negra, sin marca alguna, cuyos tirantes sujetaba firme con las manos. Por nada debía perder lo que había dentro, en ello había arriesgado su propio pellejo. Tenía una misión importante que llevar a cabo y para esto, tenía que esperar la medianoche y encontrar un claro en ese bosque a la luz de la constelación de la cruz del sur.

Tenía el rostro serio y la vista fija al frente. Cada vez que una rama se interponía en su camino, la apartaba de un manotazo iracundo. Llevaba el torso desnudo. Tenía en el pecho una herida, como si le hubiesen tirado agua hirviendo; pero se terminaría de curar cuando se convirtiera la próxima vez. De todas formas, a Ryan no le importaba el dolor. Solo seguir adelante con su cometido. Sus pectorales se agitaban al correr y el pelo castaño, ahora corto y desmechado, se le pegaba a la frente por el sudor. Era una torre de 1.89 m de altura, por esto toda su vida tuvo que dormir acurrucado para que los pies no le colgaran fuera del colchón. Sus hombros y bíceps eran enormes, macizos como piedra. Ya había recuperado toda la musculatura perdida durante su cautiverio. Y sus ojos, que tenían un tono café, exhibían su furia y determinación.

Mientras, recordó, como el final de una película, su encuentro con la harpía unas horas antes. Hacía tiempo que buscaba uno de estos mitos y, para ello, deambulaba como las manos en los bolsillos y la cabeza gacha, día y noche, de aquí para allá por las calles de la ciudad capital. Necesitaba algo de una harpía imperiosamente, algo que tendría que quitárselo a la fuerza.

En la ciudad capital había infinidad de mitos, pero por ahora solo buscaba alguna harpía y evitaba a los demás. Aunque siempre estaba atento al olor más importante de todos.

<<Somos como animales y la ciudad es una selva ―pensó―. Así que solo sobrevivirá el más fuerte.>>

Sabía que la mayoría de los mitos salían sólo por la noche, todos amparados en la oscuridad; pero también podían andar camuflados durante el día, mezclándose entre los humanos. Cualquier anciana de aspecto frágil podría ser una bestia poderosa.

Y esa mañana, al fin, detectó a la harpía. Su primer acierto. Pero su rostro continuó imperturbable, con el entrecejo arrugado. Ningún festejo. La harpía vivía en una casa lujosa, blanca y de tejas rojas. La había encontrado por su olor. Un demonio solo podía detectar uno de esos mitos por el olfato. Si bien las harpías no eran seres que disputaran el alimento, ya que no eran carnívoras, de todas formas consideraban a los demás mitos una amenaza y por esto estaban escondidas y siempre alertas. Y no eran inofensivas. En apariencia eran mujeres hermosas pero bajo su disfraz, escondían su escalofriante verdadera apariencia.

Ryan se alejó para no alertarla y volvió a toda prisa a su morada para trazar un plan. Su hogar era un departamento de un ambiente, con pocos muebles, apenas una heladera y una cama sin sábanas ni cobertor. Entró con agilidad por la ventana, la cual siempre estaba destrabada; se quitó la remera y, sin sacarse las zapatillas, se tiró sobre el colchón que despidió una nube de polvo. En el brazo tenía unas marcas muy profundas, como si lo hubiese mordido un perro.

Recostado con las manos en la nuca, (tampoco tenía almohada) decidió que debía atacar de noche a su enemigo. Él como demonio no podía convertirse si le daban los rayos del sol y necesitaría de sus poderes. El problema era que las harpías podían convertirse de noche también, así que inevitablemente habría pelea. De todas formas, Ryan no le temía.

Las principales armas de las harpías eran su voz, que podía hipnotizar como el canto de una sirena, y sus vómitos, los cuales variaban en hedor, color y consistencia; según el efecto que quisiera lograr: sueño, quemaduras, ceguera y hasta la muerte. Así que debería ser precavido. Él también tenía poderes, como la lanza y su cola venenosa, pero había uno que no debía utilizar: la llamarada.

<<Soy un idiota ―se maldijo―. Debo recordar practicarlo más para las próximas búsquedas.>>

Llegó la noche y se levantó de un salto. En ese instante, sufrió una punzada en la sien y al tocarse las orejas, encontró un líquido de color azul. Se limpió con los pulgares y no le dio más importancia. Había llegado el momento. No sentía miedo ni nervios, solo furia salvaje. Rápidamente se vistió con una vieja remera negra que tenía descascarado el logo de Star Wars, pero era de la suerte. Ocultó las cicatrices de sus muñecas con una muñequera deportiva y un reloj de malla gruesa. Fue al baño, se bajó el cierre del pantalón, tomó su miembro y orinó un chorro largo en el inodoro. Su falo oscuro y de casco rosado era largo aún fláccido y arrugado. Sus testículos eran enormes, tanto que una de sus amantes le dijo una vez que tenía dos huevos de avestruz, y tenía ya bastante vello púbico. Terminó de orinar, se subió el cierre y salió a toda prisa del baño. Luego, verificó el contenido de la mochila, se la colgó al hombro, subió al alfeizar de la ventana y salió hacia la guarida de la harpía.

Al fin llegó y los perros vecinos enloquecieron. Pero Ryan los ignoró y saltó un muro estriado de enredaderas. Entró por la ventana del comedor y ni bien sus zapatillas tocaron el piso, se transformó en bestia. Ahora sus garras eran largas, negras y relucientes. Luego, hurgó en su espalda por debajo de su remera y, con un gruñido, extrajo una lanza ensangrentada de su espina dorsal. Era toda de metal rojo, del color de la lava ardiente, y en uno de sus extremos, terminaba en una cuchilla triangular, Al menos para el demonio era maleable como una vara de madera. Ryan amaba su lanza, desde chico se sintió fascinado por ella, y confiaba en esa arma, su principal aliada contra sus enemigos.

De pronto, un joven con la mirada perdida y la boca abierta, salió de una puerta y le disparó con una pistola. Ryan lejos estuvo de sorprenderse y menos sentir temor, sabía de esos esclavos de las harpías. Algunas balas penetraron su piel rojiza y le dejaron huecos chorreantes de sangre. Pero Ryan no cejó en su determinación. Hacía falta más que un arma humana para darle muerte. No obstante, sabía que por nada debía derramar sangre humana con sus propias manos. Así que le tiró un jarro en la cabeza y luego, corrió por la casa en busca de la harpía. Podía detectar su olor muy cerca, en ese mismo piso. Varios hombres lo atacaron con un atizador, cuchillos y armas de fuego. A todos, Ryan los venció sin utilizar sus poderes.

Al fin, encontró a la harpía en la cocina, donde había una olla hirviendo sobre una hornalla. Era bella como un ángel y sus rizos dorados caían en cascadas sobre los hombros.

―¿Qué quieres de mí, demonio? ―le preguntó y blandió un cuchillo frente a ella.

Ryan no respondió. No sintió miedo pero puso en alerta sus sentidos. Su respiración se tornó agitada. Arrugó el entrecejo y se acercó a la harpía con pasos cautelosos, sin quitarle los ojos rojos de encima y sosteniendo con firmeza la lanza con ambas manos.

―Tengo amigos poderosos. ¡Acabarán contigo si me lastimas! ―amenazó la harpía.

Ryan continuó sin hablarle. Stuart le había enseñado que en las peleas, había que pelear, eso de charlar era una mentira de Hollywood. Así que simplemente, tomó impulso, como si sus piernas fueran un resorte, y se lanzó contra su enemigo. Apuntó con su arma a la yugular. Pero ésta saltó justo a tiempo a un costado, ágil como una gimnasta. La lanza impactó en el mármol de la mesada y lo partió a la mitad como si fuera de papel.

La harpía rugió y enseñó los dientes como un gato furioso. De inmediato, se trasformó. Su cuerpo de llenó de plumas doradas como las de una gallina, su rostro se desfiguró y ahora unos gusanos blancos, como larvas de mosca, llovían de sus ojos legañosos.

Ryan no se inmutó. Un humano huiría amedrentado entre gritos. Pero él no le temía y no cesó en su cometido.

La harpía escupió un vómito verde y que burbujeaba. Ryan se apartó, pero algo le dio en el pecho y lo quemó como un ácido. Y además, estropeó su remera favorita. Pero Ryan, con los dientes apretados, soportó el dolor y no retrocedió, sino que saltó por encima del monstruo y la atravesó por la espalda. La punta de la lanza, coronada en sangre, salió por el estómago de la harpía que no alcanzó a gritar de dolor. Sus ojos quedaron abiertos del susto hasta que se desplomó en el suelo con un agujero en el vientre.

Ryan no sintió culpa alguna. Lo único que le importaba era cumplir su misión.

Al morir la harpía, toda la gente que había hipnotizado con sus pócimas huyeron despavoridos al recordar a quién habían estado besando. Pero Ryan apenas les prestó atención a los hombres que escapaban por el jardín.

Limpió en la pileta la sangre enemiga de su lanza y la volvió a colocar en su espina dorsal. Se mordió el antebrazo, bebió un sorbo de su sangre y sus cuernos, su cola y sus garras desaparecieron. De su mochila, tomó un termo pequeño, lo abrió y lo llenó con la sangre de su enemigo. Luego, con sumo cuidado, guardó el recipiente en su mochila, donde además, tenía una vasija negra de hierro; un cuaderno de hojas amarillentas sin nada escrito pero que jamás debía escribir; un estuche alargado de madera atado con una cuerda, que debería abrir solo una única vez; una bolsa de cuero, las cuál se movía, como si tiritara; y otras cosas olvidadas y amontonadas en el fondo.

Ahora se encontraba lejos de la ciudad capital, adentrándose en ese bosque. Allí, con su poderosa audición, escuchaba desde el correteo de roedores sobre las ramas hasta el concierto molesto de los grillos entre los arbustos.

Chequeó la hora. Faltaban veinte minutos para la medianoche.

De pronto, se detuvo de golpe. Frunció el entrecejo y movió las fosas nasales. Además del tufo de un animal muerto, pudo detectar el olor de harpías cerca. Eran muchas. Más de las que esperaba.

<<Malditas ―se lamentó―. No justo ahora.>>

Con el torso brillante de sudor, saltó un grueso tronco caído y continuó con la carrera. Buscó un sector desprovisto de árboles donde se viesen las estrellas.

Ésta era solo la primera parte de un poderoso sortilegio que debía realizar: el hechizo de los uganores. Se trataba de uno muy antiguo y secreto de los demonios. Tanto, que muchos de los propios demonios lo consideraban solo una leyenda.

<<Pero yo lo lograré ―juró―. No tengo miedo.>>

A pesar de que ese hechizo tenía un precio. Así que para consumarlo, requería de la sangre de seis mitos: una harpía, una bruja, una sirena, un vampiro, un ángel y un licántropo. En ese estricto orden. Un hechizo más que difícil por los ingredientes que debía conseguir. Porque ningún mito le daría su sangre de buena voluntad y estaría en constante peligro de muerte. Sin embargo, su motivación era suficientemente fuerte para seguir adelante.

<<Soy una bestia asquerosa que no puede dejar de comer>>, se castigó.

Al fin, encontró un claro. Había una vieja fogata en el centro y una cacerola ennegrecida. Dejó su mochila en el suelo y, con sumo cuidado, sacó el termo con la sangre y luego la vasija de hierro.

De pronto, en varios sectores, la tierra se rasgó y se formaron pozos gigantes como trincheras. De allí, emergieron los zombis de las harpías chorreando polvo. Eran seres sin ojos, sus rostros estaban repletos de gusanos y en partes de sus cuerpos descompuestos se veían los huesos. Algunos hasta conservaban sus ropas podridas. Los zombis, entre lamentos, se acercaron al demonio, al tiempo que blandían hachas, cuchillos y machetes en sus manos. Ryan advirtió que se desplazaban arrastrando sus pies, pero a gran velocidad, nada que ver a los zombis que vio en los cines; y lo estaban rodeando.

Con los ojos furibundos, Ryan miró a su alrededor. Comprendió que no le quedaría otra opción más que pelear. Así que se convirtió en demonio. Sabía que el veneno de su cola no serviría de nada contra ellos, ni siquiera respiraban. Hubiese sido mejor usar su fuego, los convertiría en antorchas andantes; pero recordó que no lo tenía recargado y además, era el poder al que le costaba mucho controlar. Así que invocó su lanza. La tomó con ambas manos, rugió furibundo y saltó sobre uno de los zombis. Cayó sobre él con un golpe vertical y lo rebanó por la mitad. Otro de los zombis trató de darle con el hacha. La hoja mellada y herrumbrosa tenía como destino el cuello del demonio. Ryan lo esquivó y decapitó al monstruo con su lanza. La cabeza salió volando y el cuerpo se desplomó inerte sobre unos arbustos. Ryan estaba sudado y jadeante, pero estaba venciendo. Confiaba en su poder. El problema era que lo estaban distrayendo. Se estaba acercando la medianoche. Y si fracasaba, esas harpías que buscaban venganza lo pagarían caro.

<<Ellas serán las próximas en darme su sangre>>, se juró.

Una niebla comenzó a esparcirse. Reptaba en el suelo como una gran serpiente hasta que se fue elevando y formar toda una cortina blanca. Por un momento, Ryan recordó aquellos gases en el sótano. Aguzó el oído ya que a pesar de su vista demoníaca, le costaba ver, como si un velo cubriera sus ojos diabólicos. Preocupado, advirtió que tampoco distinguía el cielo.

<<¿De dónde salió esto? ―se preguntó―, es magia.>>

Comprendió que las brujas debían estar ayudando a las harpías. Porque sabía que ese poder no lo tenían las mujeres de plumas doradas. Aguzó el olfato pero no olió a ninguna bruja cerca. Debían haberles dado una poción o algún amuleto embrujado a sus aliadas; pero no habían acudido allí a pelear contra el demonio. De todas formas, recordó que sólo era un hechizo de sangre por noche. Y todavía no había conseguido el primero de ellos.

Furioso y desesperado, chequeó su reloj. Faltaban solo cinco minutos para la medianoche.

<<¡Mierda!>>, maldijo.

Los zombis volvieron a atacar con sus armas. Al percibirlos con el oído, Ryan rugió y los enfrentó blandiendo su lanza roja. Pero esta vez, el combate fue más difícil. Los zombis se amparaban en la niebla. Y Ryan quería evitar a toda costa que lo hirieran con sus armas, quién sabía qué carroña y peste podrían tener esas espadas oxidadas y en contacto con la podredumbre de sus dueños. Así que peleó al máximo de sus poderes. Con movimientos veloces de su lanza, que zumbaba al cortar el aire, decapitó a uno, a dos y partió al medio al tercero.

Entonces, de reojo, vislumbró que, al otro lado del claro, entre jirones de niebla, un zombi había tomado el termo con la sangre y ahora estaba dirigiéndose hacia uno de los pozos. Ryan quiso ir a atraparlo, pero fue rodeado por cinco zombis que lo atacaron con sus cuchillos y machetes oxidados.

<<¡La puta madre!>>, se preocupó.

Sin embargo, decidió que no iba a darse por vencido. Así que con los dientes apretados, atacó a los zombis que lo intentaban cercar. A todos los decapitó con su lanza. Luego, saltó sobre el zombi ladrón y lo ensartó en la garganta justo antes de que se hundiera en el pozo. El monstruo se debatió como un pez en un anzuelo mientras el demonio lo levantaba. Ryan le destrozó el cuello y le quitó el recipiente de sus manos hinchadas. Y ése fue el último de esos seres. La niebla de disipó y todo quedó en silencio en el bosque salvo por el chirrido de los grillos.

No obstante, Ryan se quedó todavía en guardia, mirando a su alrededor, la lanza en mano, respirando agitado y sus músculos bañados en sudor. Hasta que comprendió que sus enemigos habían huido. Revirtió su transformación. Entonces, recordó el ritual, dejó su lanza sobre el pasto y miró el cielo. Buscó los cuatro puntos luminosos en el firmamento. Inmediatamente, tomó el termo, lo abrió y echó la sangre en la vasija. A continuación, sin encender fuego alguno, ésta comenzó a arder intensamente. Eran unas llamas rojas y chispeantes. Seguido a esto, el demonio se mordió una mano y vertió su propia sangre dentro de la vasija. Entonces, el fuego se volvió negro y un murmullo maligno flotó de la vasija mezclado con la oscura humareda que ascendía hacia el cielo. Pero esto duró apenas unos segundos. Luego, el fuego se apagó y una runa se dibujó con un lápiz de luz invisible en las paredes de la vasija.

<<Faltan cinco más>>, pensó.

Sin apuro, recogió sus pertenencias y emprendió el regreso a la ciudad. No obstante, a pesar del éxito, no se sintió feliz. Ni se permitió festejo alguno.

<< No debería haber nacido jamás...>>, se maldijo.

Caminaba abatido, con la cabeza gacha. Al rato, se detuvo y con manos temblorosas, extrajo de su bolsillo un papel doblado en cuadrados de bordes amarillentos. Lo desdobló y se encontró con la foto de Jodie, sonriente y acompañada de la palabra SE BUSCA. El panfleto informaba que la joven tenía veintiséis años, era estudiante de abogacía, trabajaba en el restaurante La Resistencia de La Sallé y se la vio por última vez saliendo de su trabajo.

Sin poder respirar de la angustia, Ryan se dejó caer al suelo de rodillas y se puso a llorar.

Al estar en ese estado salvaje a causa del hambre, su mente había quedado ausente mientras su cuerpo actuaba por puro instinto. No recordaba cómo la había matado. Solo que cuando pudo recuperar su conciencia, tenía a Jodie ante sus ojos con una herida mortal en la garganta. Y él tenía las garras manchadas con sangre. Todo su cuerpo estaba empapado con esa prueba de su imperdonable crimen. Sin poder dejar de llorar, Ryan, con delicadeza, le corrió los cabellos del rostro y le cerró los ojos ahora inertes. Luego, le dio un beso en la frente.

<<Quiero morir>>, suplicó.

Tenía que conseguir de inmediato un arma puntiaguda que tuviera oro en su composición para clavársela en el corazón.

―¡Qué tragedia! ¿Qué has hecho, Ryan? ―dijo de pronto el carcelero desde el techo.

Furibundo, Ryan levantó la vista. Contempló a su enemigo y quiso poder traspasarlo como si su mirada fuera una espada invisible. Porque si bien él era el asesino y se repudiaba por ello; la paloma asquerosa tenía la culpa por haberlo puesto en esa situación. Al fin había conseguido causarle un gran dolor. El peor de todos.

―¡Ere' un maldito! ―profirió Ryan esforzándose por hablar, los labios le temblaban y las lágrimas le escocían los ojos.

El carcelero lo miraba sin pestañear y no esbozaba emoción alguna. No obstante, Ryan pudo leer un placer sádico en los ojos negros como la tinta de su enemigo.

―Voy a... arrancarte... ―gruñó el demonio.

―Bien, escúchame. Inténtalo si quieres. En seis meses, iré a Ciudad Pacífico. Tengo que esperar la visita de una querida amiga y un regalo que entregarle. Allí me encontrarás, no antes. Me quedaré a esperarte en ese lugar hasta que llegues. Y tú ya sabes que yo cumplo mi palabra. Todavía tengo antojo de carne demoniaca―le explicó el carcelero y antes de desaparecer le dijo: ―Mi nombre es Dultarión. Recuérdalo.

Ryan quiso contestar pero de la rabia y las lágrimas, se ahogaba con sus propias palabras. Y para cuando pudo hablar, el carcelero ya no estaba allí. Le costó mucho desarmar la puerta y para cuando salió, ya no encontró rastros del carcelero. Solo algunos tubos de ensayo, balones rajados, gradillas rotas y jeringas tirados en los pasillos de esa casa abandonada. Ninguna otra prueba de los experimentos que Dultarión había estado llevando a cabo.

Pero no fue de inmediato a Ciudad Pacífico. Por más que supuraba odio, primero tenía que sepultar a Jodie. Quería que su alma pudiese descansar en paz a la manera de los humanos. Y para enterrarla, eligió un bosque llamado Los Pinos Viejos. No colocó ni cruces ni lápida, deseaba que esa tumba fuera un secreto. Y allí, se la pasó tirado en el suelo junto a su amada. Lloraba hasta que ya no tenía lágrimas y luego, se quedaba inmóvil, mirando las copas de los pinos y las estrellas cuando anochecía.

<<Soy un monstruo>>, se torturaba.

Decidió que sin Jodie la vida no tenía sentido, quería morir y que su tierra se mezclara con la que ahora cubría el cuerpo de su amada. Pero no todavía porque primero tenía que hacer una última cosa en vida. Vengar a su amada sería lo que lo motivaría a encontrar a esa paloma asquerosa. Y por esto fue que terminó levantándose del suelo.

Antes de marcharse, dejó un pañuelo de Jodie oculto en el hueco de un árbol.

Al fin, volvió de sus recuerdos. Dobló el panfleto con cuidado y lo guardó en su bolsillo. Se secó las lágrimas con los dedos y se puso de pie apoyándose en su lanza.

<<No descansaré hasta arrancarte el corazón con los dientes>>, juró.

Se frotó la muñeca bajo el reloj pulsera y gruñó con furia. Entonces, colmado de ira, se transformó en demonio, tomo sus pertenencias y, como un rayo, echó a correr a toda velocidad hacia la ciudad, dejando una estela de hojas y ramas quebradas a su paso.

Y mientras corría por el bosque, se recordó que debía continuar entrando por la ventana. Si lo hacía por la puerta principal, de la cual nunca encontraba la llave, podría toparse con alguno de sus vecinos y se vería obligado a entablar alguna charla y mostrarse amable para que no sospecharan que tenían un mito viviendo en el mismo edificio (pero el escondite era excelente). Para él, sus vecinos eran un estorbo. No tenía nada en contra de los humanos pero tampoco sentía simpatía por ellos. Sobre todo, esa humana que hacía tantas preguntas.

<<La preguntona preguntonta>>, pensó.


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