Un Paraje Umbrío

By CuentaColectiva

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Varios escritores nos unimos para crear... Un Paraje Umbrío. Historia creada por medio de la improvisación. N... More

Prólogo
¡Atención!
Capítulo 2 - El gran acontecimiento.
Capítulo 3 - Dama codiciada.
Capítulo 4 - La huida
Capítulo 5 - Todos tenemos un pasado.
Capítulo 6 - Saldando deudas.
Capítulo 7 - Una noche más
Capítulo 8 - Camille, una pequeña alegría
Capítulo 9 - Los niños perdidos
Capítulo 10 - Los sueños de Lana

Capítulo 1 - En el punto de mira

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By CuentaColectiva

 - SVEN  (Francotirador) -

Una flamante y enorme estructura de hierro, cemento, mármol y plata, se erigía en lo alto de la ciudad, opacando en belleza y suntuosidad a la totalidad de los edificios circundantes.

Era una muestra inequívoca del egoísmo humano. Una reluciente estatua en medio de un paraje descubierto y despojado de brillo. Una advertencia entendible para cualquiera que se acercara a su obeso y lascivo dueño. Verjas cubrían totalmente el recinto, con una altura mínima de tres metros, además de un diseño sombrío y complejo que representaba un despoje total de agonía y salvación falsa a través de personajes, fríamente representados.

Era considerada uno de los símbolos totales del poder, aunque no tenía un nombre oficial. Sólo uno dado por las sucesivas generaciones que observaron sus terroríficas puertas. Este, obviamente no era conocido por su dueño, ya que de saberlo se habría perdido en el tiempo hace ya varias décadas

El Metal no era un nombre muy original, ni tampoco muy elaborado. No representaba nada que no se pudiera ver a simple vista, ni tampoco  requería mucho esfuerzo para su pronunciación.

No era necesario.

Su nombre inspiraba un sentimiento que solamente podía ser entendido por la población. Un sentimiento que únicamente sería comprendido si habitabas en sus cercanías por algunos decenios. Un sentimiento de temor inimaginable. Un miedo a salir en una hora que no era debida. Un miedo a decir algo que no era adecuado en ese momento. Miedo a que te descubrieran caminando demasiado cerca de esa bestia.

Era algo que, probablemente, no se pueda entender simplemente.

Un pequeño y limpio coche del mismo material se acercaba a alarmantes y sucios metros de distancia de la imponente estructura. Delicadas curvas decoraban, de manera abstracta, el frío y metálico transporte. No parecía muy caro, pero tampoco podía decirse que fuera barato. El color, al no ser muy llamativo, podía confundirse fácilmente con la acera y sus transeúntes. Y eso era muy problemático.

El coche avanzó con paso decidido, deteniéndose a sólo uno o dos metros de distancia de la alta verja.

Era demasiado cerca.

El pequeño pero funcional peso sordo de mi bolsillo quemaba mis muslos, pidiéndome a gritos que lo usara. Sin cambiar de posición y sin soltar mi arma, lo tomé con la mano derecha, sin quitar los delgados y blancuzcos dedos del gatillo. Era un poco más pesado de lo que aparentaba, pero era lo que la mayoría de la gente podría adivinar con sólo verlo: Un simple, ordinario y camuflado  Walkie - Talkie.

No era llamativo. No era bonito. No era moderno, ni era liviano, pero cumplía su labor al pie de la letra: Transmitir y recibir.

—Sven a La Ratonera, repito, Sven a La Ratonera —dije con una voz ronca, bastante cansada y accionando el gran botón a la derecha del aparato—. Un Passat acaba de entrar por mi visión, y aguarda a una distancia cercana a El Metal. —Después de una larga pausa, y pronunciando de manera extraña pregunté—: ¿Draeb? —El típico sonido de interferencia taponó mis oídos un tiempo.

Hubo algo de movimiento en el vehículo. Podía parecer insignificante, pero hasta eso podía llamar mi atención después de estar acostado, durante cuatro horas, en un suelo que no podía considerarse demasiado "cómodo".

Apoyé nuevamente mi ojo en la alargada y oscura mirilla, proporcionada directamente por el complejo e intrínseco rifle que estaba delante de mí. Esta teñía mi visión de un extraño y llamativo color rojo carmesí, demostrándome nuevamente que ésta no era cualquier mira. Era como si viera el mundo de color sangre.

Un pequeño y oscuro personaje se acercó lentamente al auto, con paso cansino y predecible, y se agachó a la altura del asiento del conductor para comunicarle algo como un peón.

Mi rojiza visión no se concentró mucho en él.

No podía escuchar lo que decía aunque, en realidad, no debería de interesarme mucho lo que hiciera un simple guardia.

La enmudecida conversación no duró mucho ya que el corpulento muchacho, simplemente, saludó con la cabeza y se alejó por el mismo camino por el que se había acercado.

—¿Sven? —El grueso y corto comunicador me alarmó. Después de que su interminable interferencia terminara, una afable y delicada voz pudo oírse pronunciando mi nombre—. ¿Me oyes? —La delgada y fina frecuencia se volvía a oír en mis oídos, esperando una respuesta.

—Te oigo —Respondí afirmativamente. Mi enguantada mano parecía empezar a responder ante el gélido frío que asolaba el ambiente, entumeciéndose en su dura posición—. ¿Cuáles son las instrucciones? —Mi voz volvía a sonar sombría y ronca. Ya parecía un hábito.

—No hagas nada. Quédate en tu posición y espera hasta que el Gobernador llegue. —Ruido de interferencia nuevamente—. Cuando eso ocurra, te daremos nuevas instrucciones.

—Bien.

No necesitaba oír más.

Dejando de apuntar a la carmesí cabeza del conductor, divisé una familia. Ésta estaba compuesta por una delgada señora de cabello ondulado y vestida con un escotado vestido oscuro. No parecía ser muy joven, pero tampoco muy vieja, y todavía conservaba algo del encanto que debió tener en sus años de juventud; a su izquierda, estaba el que supuse era el marido, que poseía un pelo bastante rojizo a mi visión, pero no lo suficiente como su tupida barba de chivo del mismo color, dejando en ridículo a mi desatendida barba de tres días. Me prometí arreglarla un poco cuando regresara.

En el asiento trasero, se encontraban lo que parecían ser los hijos de esa extraña pareja. Uno de ellos llamó mi atención, revoloteando por el pequeño espacio que le proporcionaba el asiento. Parecía enérgico y muy problemático. No tenía un corte muy sofisticado, sólo el típico que todas las madres nos hacen cuando empezamos a tener algo de rebeldía en nuestras cabezas, casi como un castigo. No debía de tener más de diez años y su cara apenas reflejaba alguna diferencia a la de un recién nacido.

A su lado estaba una chica, bastante menuda, que no parecía mayor de quince inviernos. No era increíblemente agraciada, pero tenía un pelo rojo brillante y una sonrisa demasiado deslumbrante para mi gusto.

Dejé de observarla y empecé a pensar un poco en lo que haría durante las siguientes cuatro horas.

Vehículo tras vehículo, fueron atravesando la impresionante puerta que, a medida que llegaban, abría sus puertas de par en par, como una araña les tiende una trampa a insectos indefensos y sin oportunidad de huir.

No paraba de asombrarme cuantos coches podían entrar en tan magna estructura. Mis ojos y mi mente se cansaron de contar el número trás el número cincuenta.

Todos aparcaban en el increíble espacio que les proporcionaba la enorme vivienda. Al principio, pensaba que no tenían ninguna relación entre sí, que no existía un patrón para su llegada, ni para su convocatoria. No hice más que transmitir lo que mis ojos veían durante unas dos horas, aproximadamente.

Después de un rato, comencé a observar detenidamente el contenido de estos vehículos. Los conductores no tenían ninguna similitud. Los acompañantes tampoco. Lo único que compartían era  un llamativo dato: Los pasajeros del asiento trasero.

Todos ellos se componían de, por lo menos, algún niño de entre cinco y doce años. Todos, sin excepción, contenían a alguno. No podía parecer una coincidencia. No a mi parecer.

El día transcurrió y la campanada de las seis de la tarde sonó por la inmensa ciudad, llegando a mis tímpanos mucho antes que al de los demás, probablemente debido a mi privilegiada posición.

Dos horas transcurrieron sin mayor prisa y sin ningún vehículo pasando por la calle sin nombre que daba al edificio. Empezaba a impacientarme, y hasta me comuniqué varias veces con La Ratonera, pidiendo instrucciones. Pero éstas siempre fueron las mismas:

—Espera. Ya aparecerá —. La ahora cansada voz de la chica, que estuvo charlando conmigo las últimas cuatro horas, empezaba a sonar algo preocupada—. En cuanto lo veas, acuérdate de hacerme saber…

—Espera —la interrumpí descaradamente.

Un poco de movimiento nubló mi visión y mis oídos. El sonido sordo de un motor pesado, y al mismo tiempo ruidoso, acompañado por un penetrante aroma a combustible, se hizo presente. Una larga y elegante limusina se precipitó en el recinto, deteniéndose a tan sólo unos centímetros del grueso y macizo cilindro metálico. Esto no era propio de alguien que hubiese sido invitado recientemente a tan espléndida morada. Ningún invitado tendría tal descaro con el dueño de cualquier lugar, y mucho menos al de éste. Sólo podía ser obra de alguien que fuera el dueño del lugar.

En definitiva, la persona que había ido a buscar principalmente:

—El Gobernador acaba de llegar —comuniqué.

Auto: @DimitriWeiss

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Siguiente en escribir: @Zerryshipper

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