Capítulo 1 - En el punto de mira

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 - SVEN  (Francotirador) -

Una flamante y enorme estructura de hierro, cemento, mármol y plata, se erigía en lo alto de la ciudad, opacando en belleza y suntuosidad a la totalidad de los edificios circundantes.

Era una muestra inequívoca del egoísmo humano. Una reluciente estatua en medio de un paraje descubierto y despojado de brillo. Una advertencia entendible para cualquiera que se acercara a su obeso y lascivo dueño. Verjas cubrían totalmente el recinto, con una altura mínima de tres metros, además de un diseño sombrío y complejo que representaba un despoje total de agonía y salvación falsa a través de personajes, fríamente representados.

Era considerada uno de los símbolos totales del poder, aunque no tenía un nombre oficial. Sólo uno dado por las sucesivas generaciones que observaron sus terroríficas puertas. Este, obviamente no era conocido por su dueño, ya que de saberlo se habría perdido en el tiempo hace ya varias décadas

El Metal no era un nombre muy original, ni tampoco muy elaborado. No representaba nada que no se pudiera ver a simple vista, ni tampoco  requería mucho esfuerzo para su pronunciación.

No era necesario.

Su nombre inspiraba un sentimiento que solamente podía ser entendido por la población. Un sentimiento que únicamente sería comprendido si habitabas en sus cercanías por algunos decenios. Un sentimiento de temor inimaginable. Un miedo a salir en una hora que no era debida. Un miedo a decir algo que no era adecuado en ese momento. Miedo a que te descubrieran caminando demasiado cerca de esa bestia.

Era algo que, probablemente, no se pueda entender simplemente.

Un pequeño y limpio coche del mismo material se acercaba a alarmantes y sucios metros de distancia de la imponente estructura. Delicadas curvas decoraban, de manera abstracta, el frío y metálico transporte. No parecía muy caro, pero tampoco podía decirse que fuera barato. El color, al no ser muy llamativo, podía confundirse fácilmente con la acera y sus transeúntes. Y eso era muy problemático.

El coche avanzó con paso decidido, deteniéndose a sólo uno o dos metros de distancia de la alta verja.

Era demasiado cerca.

El pequeño pero funcional peso sordo de mi bolsillo quemaba mis muslos, pidiéndome a gritos que lo usara. Sin cambiar de posición y sin soltar mi arma, lo tomé con la mano derecha, sin quitar los delgados y blancuzcos dedos del gatillo. Era un poco más pesado de lo que aparentaba, pero era lo que la mayoría de la gente podría adivinar con sólo verlo: Un simple, ordinario y camuflado  Walkie - Talkie.

No era llamativo. No era bonito. No era moderno, ni era liviano, pero cumplía su labor al pie de la letra: Transmitir y recibir.

—Sven a La Ratonera, repito, Sven a La Ratonera —dije con una voz ronca, bastante cansada y accionando el gran botón a la derecha del aparato—. Un Passat acaba de entrar por mi visión, y aguarda a una distancia cercana a El Metal. —Después de una larga pausa, y pronunciando de manera extraña pregunté—: ¿Draeb? —El típico sonido de interferencia taponó mis oídos un tiempo.

Hubo algo de movimiento en el vehículo. Podía parecer insignificante, pero hasta eso podía llamar mi atención después de estar acostado, durante cuatro horas, en un suelo que no podía considerarse demasiado "cómodo".

Apoyé nuevamente mi ojo en la alargada y oscura mirilla, proporcionada directamente por el complejo e intrínseco rifle que estaba delante de mí. Esta teñía mi visión de un extraño y llamativo color rojo carmesí, demostrándome nuevamente que ésta no era cualquier mira. Era como si viera el mundo de color sangre.

Un Paraje UmbríoWhere stories live. Discover now