Capítulo 3 - Dama codiciada.

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Capítulo 3: Dama codiciada.

Lana Faraway

Era difícil de comprender. Estaba allí en el coche, en lo que parecía ser por fin una buena expedición: poder conocer la ciudad y pasar un “increíble” día con mi familia. Sí, suena bien, ¿no es así? Pero a partir de que ingresamos al lugar donde se efectuaría la reunión, todo cambió.

—Bienvenidos, les estábamos esperando. —No sé si fue mi imaginación o qué, pero la manera en la que aquellos hombres, los cuales parecían pertenecer a la servidumbre, me comían con la mirada me hizo sentir increíblemente incómoda. Instintivamente, busqué pegarme más a mi madre, como buscando refugio, pero ella actuó de una forma poco usual: tan sólo se echó a un lado, como si yo tuviese alguna especie de virus peligroso o algo parecido.

—¿Mamá…? —La nombré esperando respuesta, pero ella  sólo hizo un gesto para que cerrase la boca.

—Señor Faraway, me alegra que haya venido junto a su familia.

Un hombre, que seguramente era algún compañero de negocios de mi padre, se acercó hacia nosotros para estrechar su mano, prosiguiendo con la mía.

—El mismísimo Gobernador nos pidió que viniéramos.

—No es para menos, teniendo a ésta joya.

Mi padre fingió una tos como señal de molestia, y el individuo sonrió con una malicia que me hizo erizar la piel.

—Todos nos estamos reuniendo en el salón principal. Acompáñenos.

Mi padre avanzó un par de pasos, extendiendo su brazo para que fuese sujetado por mi madre, mi hermano y yo les seguimos a su vez, pero aquel hombre canoso se detuvo a mirarnos.

—Los niños van allá —dijo señalando una habitación. Me fijé  que, en efecto, a las familias que iban ingresando se las separaba de los hijos que no distaban mucho de mi edad.

—¡No soy una niña, ya tengo dieciséis años! —Me sobresalté al sentir como mi madre me pellizcaba el brazo con, como ella diría, una “arrogante” actitud.

—Obedece y llévate a tu hermano. —De mala gana asentí brevemente con la cabeza y tomé la mano de mi hermano, quien se resistió y quejó.

—Es adorable. —Alcancé a escuchar al estúpido anciano que se fue junto con mis padres al salón principal.

 ¡Adorable tu put…!

—¡Lana, suéltame! —Interrumpió mi hermano, el cual seguía ofreciendo resistencia —. ¡No necesito que me agarres como si tuviera cinco años!

—¡Cierra la boca! Tengo un mal presentimiento; es muy raro todo esto.

El mocoso de mi hermano remilgó y, al entrar al gran salón, no esperó ni un segundo antes de soltarse de mi mano y salir corriendo hacia los demás chicos que parecían llevar ya bastante tiempo esperando. A veces, le envidiaba. Tenía una facilidad impresionante para hacerse nuevos amigos, pese a que no éramos de tener mucho contacto con los demás.

¿Cuánto tiempo pasó? Quizá dos o tres horas, no lo recuerdo; sentía que cada segundo que pasaba era una eternidad. Ya, a esas alturas, me había sentado en una mesa algo apartada de los demás chicos. La mayoría rondaban la edad de mi hermano: diez, once… quizá doce años. Yo era de las pocas “mayores”, por decirlo de alguna manera.

—¿Cuánto tiempo más piensa durar esta reunión? —me dije para mí mientras apoyaba la cabeza sobre mis brazos. Si sólo iba a estar en ese lugar como si se tratase de una guardería, mejor me hubiese quedado en casa.

Un Paraje UmbríoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora