La memoria de Daria

由 AnnRodd

331K 44.9K 18.2K

Brisa es arrastrada a través del tiempo a 1944, donde un chico fantasma en su propio año aún está vivo. Ahora... 更多

Prefacio
Capítulo 2: Daria Dohrn
Capítulo 3: La mejor opción
Capítulo 4: El señor Hess
Capítulo 5: La cena de planificación
Capítulo 6: Voces en el camino
Capítulo 7: Amigos en el río
Capítulo 8: La decisión de Daria
Capítulo 9: Lo que se dice en el bosque
Capítulo 10: La dulzura de un sueño
Capítulo 11: Cuando la muerte toca la puerta
Capítulo 12: Los dichos del más allá
Capítulo 13: Conversaciones de cama antes de la boda
Capítulo 14: El nombre que no sabría nunca
Capítulo 15: Detrás de la puerta
Capítulo 16: Guerras internas
Capítulo 17: Golpes en el alma
Capítulo 18: La Brisa que quedó
Capítulo 19: Cuentos de tragedia
Capítulo 20: Ciclos para cerrar
Capítulo 21: Desaparecer
Capítulo 22: En la piel de una Dohrn
Capítulo 23: Verdades en la cara
Capítulo 24: La manera inesperada
Capítulo 25: Telegramas
Capítulo 26: Granos de arroz
Capítulo 27: Una vida juntos
Capítulo 28: Hilos del pasado
Capítulo 29: Cenizas
Capítulo 30: Un lindo nombre
Capítulo 31: Cerca
Capítulo 32, parte 1: El alma vacía
Capítulo 32, parte 2: El rostro de la foto
Capítulo 33: Una estrella en la oscuridad
Capítulo 34: Esperanzas
Capítulo 35: Encontrarse
Capítulo 36: Recuerdos turbios
Capítulo 37: En las buenas y en las malas
Capítulo 38: Volver a casa
Capítulo 39: La hora de la verdad
Capítulo 40: Voluntad
Capítulo 41: Justicia
Capítulo 42: Libres

Capítulo 1: Lo que el río se lleva

18.1K 1.4K 941
由 AnnRodd


Capítulo 1: Lo que el río se lleva

Bajé gritando. Cuando volví a mirar arriba ya no había nadie. Llegué hasta mi mamá y lo único que pude hacer fue balbucear. No pude expresar nada de lo que quería decir realmente. Estaba en total pánico.

—Tenés que calmarte —me dijo mamá—. ¿Qué pasó?

Seguro iba a tratar de quitarle importancia como cada vez que veía una araña enorme. Pero yo estaba muy segura de lo que había visto al final de la escalera. Ni siquiera contemplaba la idea de estar loca.

—Vi un fantasma —dije, apretando tanto a Hani que la perra se quejó y me miró, molesta.

—Bri, te lo habrás imaginado. —Mamá me puso una mano en el hombro aun cuando no había bajado de las escaleras.

—Te juro que no, má. Sé lo que vi, acabo de ver un fantasma —insistí—. ¡Me habló!

No me dio bola. Ni un poco.

—Bueno, cálmate. Vamos a buscar un poco de agua fresca.

Regresamos por el camino, mientras yo contaba todo, cada palabra dicha por el fantasma, sin parar. Mamá volvió a decirme que no pasaba nada, que seguro era alguien que me había jugado una bromita y contraataqué, hablando todavía más.

Me compró una botella de agua y me obligó a beber, igual que a la perra. Me senté en un banco y la miré enojada conforme más se notaba que no me creía.

—Hija, por favor —dijo, hundiendo los hombros al ver mi frustración—. Hace mucho calor y es normal imaginar algunas cosas de esas. El lugar da para pensar en fantasmas. Quedate tranquila, Brisa.

Quiso arrastrarme a las tiendas, ofrecerme el probar una cerveza con miel y hasta regalarme un licuado de frambuesa, pero yo seguí insistiendo en que no había sido el calor. Cuando llegamos a la plaza donde papá esperaba con Luna, la que estaba de mal humor entonces era yo.

—¿Ya nos vamos? —saltó Luna, levantándose de su asiento.

Papá suspiró.

—Brisa no se siente bien —dijo mamá, dándole el vaso de licuado de frambuesa a mi hermana.

Luna probó el jugo.

—¿Y para mí no hay uno?

—¿No querés ese?

Mi hermana hizo una mueca.

—Quiero uno para mí, de otro gusto.

Si no fuera porque estaba enojada con mamá y conmocionada por haber visto mi primer fantasma, le habría dicho a mi hermana que era una idiota. Me quedé callada, con Hani en brazos hasta que dije que quería ir al baño.

—Bueno —mamá le dio el licuado a papá—. Acompaño a Brisa al baño y compro el licuado. Ustedes vayan al auto.

Le di la perra a mi hermana y, ofuscada, marché al restaurante donde habíamos comprado el primer jugo. Esperé y después avisé que me iba al baño sola. Mamá puso mala cara, porque pensaba que todavía me sentía mal por el sol.

Llegué a los primeros sanitarios y la cantidad de gente que había me hizo salir otra vez. Tomé la decisión de ir a los que estaban cruzando el puente peatonal, que pasaba por encima del río principal de La Cumbrecita y que dividía el pueblo del resto del universo, junto al estacionamiento. Me detuve en el restaurante un segundo y le avisé a mamá que ya iba hacia allá. Ella todavía estaba esperando el licuado y yo todavía estaba pensando en el fantasma.

Llegué al puente y me di cuenta el río estaba bastante picado. La gente que se bañaba había desaparecido. Un par de segundos después, mientras levantaba la cabeza, reaccionando ante lo que pasaba, una ola gigantesca me derribó.

La crecida repentina me arrastró y supe que estaba jodida. Nunca había visto una crecida tan repentina y tenía muy en claro que pocos sobrevivían. Fue como entrar en una turba marina.

Me golpeé contra algo y todo mi cuerpo estalló en dolor. No sabía si había sido la única arrastrada, pero eso no importaba; apenas podía procesar lo que me sucedía. Me estaba ahogando y no había nada que pudiera hacer. No podía controlar ni siquiera mis propias extremidades.

Choqué contra otra cosa y frené un poco mi trayecto por el agua. La esperanza surgió en mi interior. Si podía parar de tragar agua y moverme para sujetarme, podría salvarme. Estiré un brazo hacia arriba, mientras intentaba ver en dónde estaba y contra qué me había trabado, pero solo veía agua y más agua, que pasaba por encima de mí. Si hubiese podido llorar, lo hubiera hecho. Pensé en mamá, en papá, en mis hermanas y en mi perrita. Deseé que todos estuvieran bien y que Luna dejara de ser tan irritable, que no le hiciera la vida imposible a los demás. Que Lau progresara en su relación con ese chico que la volvía loca y que le fuera bien en su trabajo.

Deseaba que...

Una manó tironeó de mí. Luego tironeó otra, escuché a alguien gritando y entonces llegó el oxigenó. Caí deshecha en el suelo, estaba desmadejada. No podía moverme, me dolía todo. Presionaron mi pecho y entonces me tocaron el cuello. Buscaban mi pulso.

Gemí justo después de que alguien intentara hacerme respiración boca a boca y la presión de esas manos en mi pecho funcionaron. Escupí gran parte del agua que había tragado y empujé a mi salvador, tratando de buscar espacio y algún otro lugar donde escupir el resto que no fuese su cara.

—Daria, pf —murmuró él, cerniéndose sobre mí. Me dio palmadas en la espalda y escupí el resto—. Ya estás bien. Por favor, no intentes pegarme por haber hecho respiración boca a boca. Te juro que era por tu bien.

Me puse boca abajo y seguí tosiendo, ignorando todo lo demás. Estaba viva, ¡no podía creer que estaba viva!

—Eso es, larga todo.

Me di la vuelta y miré al chico, dispuesta a agradecerle, pero me quedé muda. Sus ojos azul claro me miraban aparentemente tranquilos, pero había un pequeño brillo de preocupación.

—Estoy muerta —murmuré, girándome y sentándome. No podía dejar de verlo, no podía dejar de creer que mi mamá había tenido razón y estaba loca... o ese chico más bien había estado jodiéndome en la casa vieja... O estaba muerta al igual que él.

—No, estás viva —me dijo el muchacho—. Gracias a mí, eh, pero no hace falta que me des las gracias. Bueno, listo, ahora de vuelta a la formalidad. Sí me acuerdo bien que dijo que no la tocara ni con un palo, eh. Pero estoy seguro de que esto es una excepción.

Se puso de pie y yo lo miré como una boba. Ya no me dolía tanto el cuerpo, pero no podía moverme, estaba pasmada. Él arqueó las cejas en mi dirección y trató de sonreírme, con esa sonrisa amable que me había dirigido hacia largos minutos, en la casa abandonada, cuando era un fantasma.

Entonces, miré a mi alrededor y me di cuenta de que estaba sobre una piedra, en un río crecido, pero no tan terrible como lo que me había arrastrado. También me di cuenta de que tenía puesto un vestido rojo y unos zapatos negros con tacón y tobillera.

Volví a mirar al muchacho.

—¿Se rompió una pierna o algo? ¿Necesita que la lleve? —me preguntó. No le contesté. Estaba intentando procesar todo. ¿Y por qué me hablaba así, como si yo fuese su abuelita?—. Daria, dame alguna señal de que no te me estás muriendo, por favor —agregó, volviendo al tuteo.

—¿Da...? ¿Qué? —pregunté, frunciendo el ceño. Estaba muerta, esa podía ser la única razón. Caí en la cuenta de que el pueblo estaba distinto. Había menos árboles y las construcciones de la casa principal... ¿A dónde se había ido?

El chico me miró con premura. Se notaba que cada vez estaba más preocupado por mí.

—Bien, está bien —dijo, levantando las manos en el aire—. No volveré a tocarla nunca, ¿sí? No hace falta que también me arruine la existencia haciéndome creer que está mal o algo por el estilo. Usted tragó un poco de agua, nada más.

Lo miré, estupefacta. Estaba empezando a asustarme.

—A que me re morí —musité, bajando la cabeza y mirándome la ropa otra vez. ¿Qué parecía? ¿Allie Hamilton en Diario de una pasión?—. ¿Por qué tengo puesto eso?

Él se rascó el cabello rubio, con una expresión toda confusa.

—No sé, supongo que porque le gusta el rojo. No tengo idea de porqué se le ocurre vestirse así en el medio del campo.

Fruncí el ceño. La forma en la que el chico fantasma me trataba ya me estaba dando ideas torcidas. Lo único que podía llegar a entender es que en ese momento él no estaba muerto porque claramente no estábamos en el 2017.

—Eh... —Me puse de pie, tambaleándome en mis zapatos con taco. Sí, definitivamente no era buena idea vestirse así en el campo. La piedra debajo de mis pies era irregular y estando toda mojada era difícil mantener el equilibrio—. Es que no... no me acordaba por qué me puse esto.

—No voy a saberlo jamás —replicó él, dándome la mano, a pesar de todo. Parecía que no teníamos buena relación. Bah, él y... ella. No yo—. La acompaño a su casa, o al menos hasta que pueda caminar derecha y se acuerde que no me soporta.

Me sujeté de él y dejé que me ayudara para salir del lecho del río. Trastabillé y me agité. Hacía calor allí, tal y como lo haría décadas después, pero estaba tan empapada que empezaba a sentir frío.

Temblé y resoplé, justo cuando él hacía una sonrisa llena de disculpa.

—Le daría mi saco, pero está igual de mojado.

—Está bien, gracias igual —dije, castañeando los dientes.

Él alzó las cejas.

—¿Me está agradeciendo algo? De verdad que no me lo creo.

—No entiendo ni pito de lo que me estás diciendo —me sinceré, llevándome una mano al cabello. Lo tenía mucho más corto y además había algo raro en mi cabeza. Como una red—. ¿Qué mierda es esto? —Alcancé a ver su mirada estupefacta. Claro, él me trataba de usted y yo decía "mierda" y "pito" en su cara—. Este... perdón, quiero decir, ¿en qué año estamos?

Vi cómo se cruzaba de brazos y me analizaba.

—Su padre va a matarla.

Hice una mueca.

—¿Ah, sí?

No dije nada más. Me esforcé en caminar. Necesitaba tratar de poner en orden lo que había sucedido, dónde estaba ahora y que al parecer el muerto no estaba muerto. No volví a decir nada que me pusiera en evidencia por un ratito, mientras subíamos por una calle de tierra empinada. La principal tenía apenas un sector empedrado y dejé que me diera la mano para superar los sectores más difíciles.

Estuve a punto de echar los zapatos al río cuando llegamos al lugar en donde debería haber estado la plaza principal. De ahí, nos movimos hacia otra casa. Allí, los pinos ya crecían fuertes.

—Ya casi llegamos.

—Ah, genial —repliqué. Estaba que me moría de frío—. Este... digamos que no me acuerdo de tu nombre. ¿Y vos sos?

—Soy Daniel —contestó, a punto de cagarse de risa de mí, ignorando que no lo trataba de usted.

—Ah, lindo nombre.

—Sí, me llama la atención que diga eso —musitó, tapándose la cara con una mano—. Mejor que se lo diga a su papá, se va a poner tan contento como el día en que dijo que prefería arrojarse por la cascada antes que aceptar a su prometido. Vaya, dígaselo —me instó, sin ser malicioso.

Lo miré con extrañeza. No sabía ni qué año era, pero intuía que lo de los prometidos hacía rato que no funcionaba, y menos en Argentina. Por eso sí, podría haber cambiado de año, pero no de país. Traté de encararlo lo mejor posible y, como él no parecía un mal chico, además de que en modo fantasma no había tratado de lastimarme ni nada, le hice otra pregunta.

—Ah, qué bien. Un poco dramático lo mío. Vos sos Daniel, entonces. ¿Y yo?

Daniel me soltó.

—Calixta Casanova —me dijo, probándome. Apreté los labios y contuve las ganas de golpearlo. Si él no me caía bien debía ser por eso.

—No te creo —le contesté—. ¿Daria... qué?

¿Y qué clase de nombre era Daria al final? Evidentemente no me habían nombrado inspirándose en esa Daria, la de la serie animada.

Él suspiró. No sabía si seguir riéndose o verme con pena.

—Daria Dohrn —respondió, al final.

—Ah... es... ¿Alemán? Tiene sentido.

Daniel no dijo nada. Habíamos dejado de caminar. Estábamos bastante cerca de la escalera tallada en la piedra que llevaba a su casa, o eso quería pensar.

—Bueno —sonreí. Si llegaba a decir que no venía de esa época, que era lo más lógico para mí dentro de todo ese quilombo, estaría en problemas. Así que lo mejor era recapitular y pensar con tranquilidad. Había que enumerar: Me llamaba Daria Dohrn, era de origen alemán, estaba en La Cumbrecita en otra época y el fantasma todavía estaba vivo. Y... se veía bastante igual que ahora. Se me hizo un nudo en el estómago cuando comprendí que él podría estar próximo a morir—. Gracias por acompañarme a mi casa —añadí, fingiendo una seguridad que no tenía. Daniel arqueó una ceja—. Y... quizás no deberías seguir conmigo porque mi prometido podría vernos y enojarse.

Pensé que lo mejor que podía hacer era alejarme sutilmente y buscar un lugar apartado donde pensar. Sacarme esos zapatos, y pensar. Lo saludé con la mano y empecé a avanzar por la calle. Iría a algún sector más desolado, más cerca del río y de la cascada.

—Daria —dijo Daniel, desde donde estaba.

—¿Sí?

Me di la vuelta y traté de sonreír.

—¿Te diste la cabeza con alguna piedra? —preguntó, ladeando la cabeza y deslizando su mirada por mi rostro.

Me sentí cohibida por la intensidad de sus ojos. Abrí y cerré la boca varias veces. Por ahí, si decía que me había golpeado y que por eso no entendía nada, serían indulgentes conmigo. No quedaría como una loca, sino como una lesionada.

—Capaz. Puede ser.

—¿Por qué no empezaste por eso?

—No tengo idea de quién sos —confesé, estirando los brazos, resignada y mostrándole como seguía escurriendo.

—Sí, me di cuenta —contestó Daniel, cruzando los brazos—. Evidentemente no es una broma.

Hice una mueca, disgustada.

—¿Creías que estaba bromeando?

—Soles ser bastante despectiva conmigo. Así que sí, te creo capaz.

Me balanceé en mi lugar.

—Por ahí todavía estoy jodiendo...

—En cuanto dijiste lo último es obvio que no —murmuró, dándome alcance. Me agarró del brazo y me obligó a volver por el camino.

—Ah, ¿de todo... qué cosa?

—Lo de tu prometido.

—¿No se enojaría porque en realidad él piensa que te odio, igual que vos?

Daniel se giró y volvió a dirigirme una mirada que mezclaba diversión con un poco de miedo.

—No, no se enojaría porque yo soy tu prometido. Se dio bien fuerte, ¿eh? Mejor que su padre llame a un médico antes de que empiece a decir que me quiere.

Lo miré, sorprendida por la confesión. No dije nada y me sentí una idiota. Y también me pregunté por qué Daria lo rechazaría tanto siendo que él no era tan desagradable. No era ni desagradable físicamente.

Apreté los labios cuando imaginé que seguramente a lo que Daria no le gustaba era la idea de estar obligada a casarse con él. El mismo Daniel podría haber tenido que ver con esa decisión y en seguida me molesté un poco. El problema era que, si yo estaba en el lugar de Daria, iba a tener que seguir con su matrimonio. Si no lograba volver a mi época...

Me llevó a una casa cercana, enorme y bella, que había visto al pasar durante mi recorrido con mamá y Hani. Me ayudó a subir los escalones de piedra que trepaban por la colina y de allí a atravesar el jardín irregular hasta las galerías.

Una mujer regordeta salió al vernos tan mojados.

—Señorita Daria, ¿qué ha pasado?

—Se cayó en el río —explicó Daniel—. Hay una crecida y casi se la lleva.

La mujer se puso a llorar y me jaló para abrazarme. Traté de corresponderle el gesto, pero no podía ni moverme.

—Gracias al cielo, señor Daniel. ¡Qué bueno que la ha salvado!

Claramente, ella no era argentina. Dudaba que Daniel y yo también lo fuéramos, en esa instancia, a pesar de que su acento era marcadamente nacional.

—Le vendría bien cambiarse de ropa —dijo él, mientras yo era liberada.

—Por favor, pase. Llamaré al señor Klaus.

Me vi obligada a entrar en la casa y la señora no me soltó las manos hasta que me instó a ir a mi cuarto. Me quedé, balanceándome, cerca de otra escalera. Dentro, la casa era acogedora y amplia, pero yo no sabía a donde ir.

Daniel, por suerte, salió en mi rescate. O algo parecido.

—Hay que llamar a un médico. Me parece que se golpeó la cabeza.

La señora se puso histérica y sus gritos alertaron a un hombre mayor que no tenía ganas de ser molestado. Me recorrió con la mirada al salir de otro cuarto y luego se fijó en Daniel.

—¿Qué pasó? —preguntó. Era alemán hasta la médula. Algo me decía que era mi nuevo papi y no me hacía gracia alguna. Se veía duro y tosco, además de terrorífico. El enorme bigote no me dejaba ver siquiera si tenía todos los dientes. Pero, por cómo estaba acomodada la casa y por la ropa que yo tenía mojada, me daba una idea de que la clase social y la economía le permitirían conservar una buena dentadura.

—Una crecida.

—Daniel me salvó —murmuré, antes de que el señor Klaus me mirara tan fijo que el ratón tuviera que comerme la lengua.

—¿Qué estabas haciendo, Daria, para que tu prometido tuviera que salvarte?

La forma en la que el hombre trataba a su hija me dio una pauta de la posible relación que tenían. Más aún, me dijo por qué Daria rechazaba tanto a Daniel. Quizás él ni le caía mal, pero la tenacidad y la imposición de su padre sí.

—Eh... —balbuceé. No tenía ni idea de qué estaba haciendo Daria antes de casi ahogarse, como yo.

—La sorprendió la crecida —respondió Daniel, muy educado—. Por suerte estaba allí. Está un poco confundida ahora y creo que debería llamar a un médico.

El hombre volvió a evaluarme con la mirada. Ni un poquito de cariño, eh. Ni siquiera se había movido al ser notificado de que su hija casi moría ahogada. Mi papá me hubiera abrazado tanto que me habría dejado sin aire.

—¿Un médico por qué? Está de pie, está entera.

Era un maldito insensible. Quise gritarle unas cuantas cosas, pero me quedé callada. Era mejor que Daniel siguiera hablando por mí.

—Me temo que se ha golpeado la cabeza. No me ha reconocido. Tampoco se ha dado cuenta dónde estaba su casa.

La mujer regordeta, de quien casi me había olvidado, dio un saltito.

—Señorita Daria, ¿no sabe quién soy?

La miré con pena.

—No, perdón.

—Esto tiene que ser un chiste —dijo el señor Klaus—. No tengo paciencia para tus juegos, Daria. —Y comenzó a voltearse. Estuve a punto de decirle que de verdad era el peor padre del mundo, cuando Daniel se adelantó.

—Señor, le aseguro que esto no es ningún juego —dijo y parecía que Klaus confiaba más en Daniel que en su propia hija—. Ella no tiene idea de quién soy, ni de qué año es. Primero pensé que estaba jugando, pero le aseguro que nunca la había visto así. Está totalmente... fuera de lugar —añadió, bajando la voz. Podía oírlo igual.

Klaus se giró a verme otra vez.

—Daria —dijo—. Vení para acá.

Avancé dando zancadas por la madera lustrosa y me planté a una distancia segura. El padre de la muchacha volvió a analizarme y se fijó en mi actitud.

—Más cerca.

—Estoy bien acá —contesté.

—¿Estás jugando?

Su tono bajo y terrorífico me envió un escalofrío a la médula. Avancé lo que me quedaba. La madera se estaba oscureciendo debajo de mis pies.

—Perdón —musité. Me parecía que estaba temblando más de miedo que de frío. Daniel apretó los labios.

—Tuve que decirle su propio apellido. Necesita que un médico evalúe el golpe, puede ser un caso de amnesia temporal, pero podría ser más grave.

—¿No sabés quién soy? —preguntó el hombre. No me quedó otra que negar—. ¿Cómo qué no?

—Le juro que no tengo idea de quién es usted —admití—. Supongo que es mi papá... pero... él tuvo que decirme mi nombre.

El señor Klaus hizo un sonido extraño con la garganta y creí que el bigote saltaría y me atacaría.

—Andá y llamá al Dr. Hamel —pidió, dirigiéndose a la mujer gorda. Tenía pinta de ser ama de llaves. Entonces, él se giró a Daniel—. Gracias por traerla hasta acá.

—No hay por qué, para lo que me necesite.

La suavidad usada por el muchacho comenzó a irritarme. Entre el miedo, los nervios y que él ahora mostrara tanta adoración por su futuro suegro empecé a sentirme mal.

—Bien, parece que incluso esto podría ser bueno —gruñó Klaus, mientras el ama de llaves se marchaba—. ¿O no, Daniel? Parece más mansa que nunca y es justo lo que más necesitábamos. A ver si por una vez entiende que no puede hacer lo que se le da la gana.

Me quedé viéndolos con una sensación horrible en el estómago. Mi padre era un tirano, Daniel cambiaba de bando como de aire y allí estaba yo, que venía de otra época y estaba entrando en pánico.

—La acompañaré arriba, parece que va a desmayarse.

Dejé que me tomara del brazo porque no podía mantenerme en pie de verdad. Los zapatos me estaban matando y quería ponerme a llorar. Me acompañó escaleras arriba y atravesamos un pasillo con muchísimas puertas. Una de ellas, por suerte una cercana, resultó ser mi habitación.

—No tengo permitido entrar a su cuarto —me dijo, al abrir la puerta. Ja, pero bien que sabía dónde era. Estaba más segura, cada minuto que pasaba, por qué Daria odiaba a ese bobo. Me quedé en el umbral, con muchas ganas de decirle un par de cosas. Daniel suspiró y me empujó dentro antes de pasar—. Así que no le diga a su padre que la traje hasta acá dentro. Por favor, Daria. Sé que le encanta intentar destruir el compromiso, pero le juro que eso es algo a lo que no vamos a escapar ni aunque diga que intenté propasarme.

Giré la cabeza violentamente hacia él justo antes de que me soltara en la cama.

—¿Entonces querés casarte conmigo? —siseé—. Porque abajo te veías bien dispuesto a hacerme quedar como una inútil, estúpida y voluble que no sirve para otra cosa que para hacer caprichitos a su papá pariente de Hitler.

Parpadeó, confundido por todo lo que dije.

—¿Eh?

—Nada —gruñí, sacándome por fin de la cabeza la maldita red.

—Perdón, pero yo no sugerí nada de esto —respondió, igual—. Sí, es usted voluble, si es que quiere saber algo de sí misma. Pero no tengo tiempo de ver si le hace muchos caprichos a su padre porque cuando la veo generalmente me ignora o me insulta.

Me agaché para tirar de las hebillas de mis zapatos.

—Más o menos veo por qué. Sos el lame botas de papá.

—No me queda otra —masculló, yendo hacia a puerta—. Se supone que debería estar feliz por casarme con usted. —Levanté la mirada a tiempo para ver como salía al pasillo y se agarraba del picaporte—. No, ya sé lo que está pensando. Piensa que yo sugerí esto o algo, como dije antes. Pero no, quédese tranquila que estoy bastante obligado a todo esto al igual que usted. No hace falta que descargue su frustración conmigo, como lo hace siempre.

Cerró la puerta y me quedé sola, mojando la cama y sintiendo un poco mal por él. Sin embargo, traté de no conmoverme por nadie. Estaba en un lugar desconocido y tenía que buscar la manera de regresar sin pasar ratos peores. Y, en definitiva, Daniel estaba muerto para la Brisa que lo había visto por primera vez. Y no se debería confiar en los muertos.

繼續閱讀

You'll Also Like

542K 55.1K 41
Amelia ha descubierto la verdad: su madre y su abuela tuvieron que huir de la Atlántida; su propio padre murió para que ellas tuvieran una oportunida...
42.7K 4.3K 51
Continuación de El Elixir. La llave no es un mineral con propiedades mágicas destinada a la alquimia. ¿Qué abre? Quien lo sabe lo ha olvidado. Lueg...
2K 181 40
Con el misterioso fallecimiento de la abuela de Levane, surge la idea de mudarse a su casa para ahorrar gastos. En ella, una serie de fantasmas la es...
21.8K 904 52
Anna es una escritora y hermana de un futbolista del equipo merengue... En sus visitas a la cancha, conoce al dueño de sus suspiros quién le dará v...