Revealing Dreams - Sacrilegio

By ricardomrincon

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Caroline es una hermosa chica inteligente que oculta a sus padres la atracción que siente por su medio herman... More

PREFACIO
Capítulo I: Imaginación.
Capítulo II: Besos a ciegas.
Capítulo III: En la oscuridad.
Capítulo IV: Un asesino, pistas lejanas.
Capítulo V: Primer encuentro.
Capítulo VI: Sin escape.
Capítulo VIII: Juego equivocado. Otro destino.
Capítulo IX: Instinto.
Capítulo X: Silueta del pasado.
Capítulo XI: Las tres manecillas del reloj.
Capítulo XII: Cordura.
Capítulo XII: parte II - Entre el bien y el mal
Capítulo XIII: 5 minutos.
Capítulo XIV: Celos en el alba.
Capítulo XV: La cara del asesino en tres tiempos.
Capítulo XVI: Reencuentro confuso.
Capítulo XVII:Lágrimas secas.
Capítulo XVIII: Vendas caídas.
Capítulo XIX: Sacrilegio.
Final Alternativo.
Notas del Autor.
NOTICIA

Capítulo VII: Sonata de recuerdos reveladores.

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By ricardomrincon

Notas del autor: Les dejé la sonata tocada por Caroline en multimedia, escuchenla mientras leen el capítulo, los que puedan claro. Abrazos cibernéticos.

Eugenia entró a mi habitación observando cualquier espacio. Su finalidad era encontrar alguna prueba de que escondía a alguien más. Afortunadamente Brian se resguardó bajo la cama, y rogaba que mi madre no se le ocurriera la idea de agacharse por ningún motivo.

Los nervios no se alejaron de mí por ningún momento, el pánico recorría mi cuerpo por segundos. Traté de mantener la compostura, pero como mala actriz, mi actuación no terminaba de convencer a mi madre de que estaba sola.

— ¿Entonces no está aquí? – preguntó por tercera vez-. ¡Habla niña! – ordenó.

— Debe estar en su habitación – respondí jugando con mis manos, tratando de mantener la calma-. ¡No sé! ¡Búscalo!

Abrió el closet sorpresivamente, y lo cerró al ver que sólo había ropa.

— Tu padre te está esperando abajo, no lo hagas esperar – sugirió dándome la espalda para marcharse, pero se paralizó justo en el marco de la puerta-. Si ves a Brian dile que lo espero en el garaje. Tenemos que hacer las compras de fin de año.

Miró con recelo la cama.

— Tiende la cama, últimamente estás muy desordenada - me dio la espalda.

— ¡Vale! – respondí-, y bajaré contigo para hablar con papá.

De momento llegué a pensar que Brian me mataría por dejar la puerta de mi habitación abierta, pero si la dejaba completamente cerrada, mi madre lo terminaría de interpretar como si en verdad ocultara algo o a alguien, por lo que me pareció prudente bajar con ella para no crear sospechas.

Ella tomó la vía de la cocina para irse al garaje, mientras yo seguí hasta el comedor, donde en un sofá grande de semi cuero negro reposaba mi padre.

— Disculpa la tardanza – dije besando su frente.

— No te preocupes – respondió sonriente, mirando por arriba de sus gafas plateadas-. Quería que bajaras porque siempre en épocas navideñas tocas tu sonata – explicó.

— ¿Quieres que toque para ti? – pregunté entusiasmada.

— ¡Por supuesto! – exclamó, levantándose del sofá.

Caminó aproximadamente diez pasos, y ahí estaba el gran piano antiguo del abuelo, cubierto con una tela blanca para que no se dañara.

— Piano como éste... ninguno – quitó el cobertor-. La madera sigue intacta, mantiene su color oscuro.

— ¡Es bellísimo! – respondí admirada-. Siempre ha conservado ese extraño a olor a madera trabajada.

Cada año que tocaba para mi padre, sentía la misma sensación, como si nunca hubiese tocado, era una adrenalina inexplicable.

— Para este año quiero tocar otra sonata, algo más melancólico - dudé.

— Alegre o triste, lo amaré – replicó-. Ven, y siéntate – sacó el pequeño taburete.

— ¡Gracias! – llevé con la mano el mechón que cubría mi rostro detrás de mí oreja-. Estoy lista.

Tomé aire y lo expulsé lentamente por mi boca.

— ¿De quién es la pieza que tocarás? – preguntó colocándose al lado de mí.

— Es de Friedrich Kuhlau, espero que la disfrutes – me inmovilicé por un momento-. No es tan melancólica.

Mi padre alzó la tapa del piano y lo sostuvo con el soporte, mientras yo rocé con mis dedos las ochenta y ocho teclas con sutileza.

— Disfrútala – y fue ahí que presioné la primera tecla, para luego fundir mis dedos en el piano.

La melodía rodeó de paz la casa, hasta mi madre se había devuelto del garaje para verme tocar. Brian bajó las escaleras como si nada hubiese pasado, y los tres se quedaron para escuchar mi sonata. Mis pensamientos hicieron un recorrido tranquilo sobre las etapas de mi vida, y cada vez que cerraba los ojos lo recordaba a él; recordaba sus besos y caricias.

Mi único noviazgo fue un ex vecino, pero nunca sentí algo cercano al amor, a pesar, que había sido él con quien perdí mi virginidad; sin contar al monstruo que abusó de mí. Sin embargo, con Brian podía sentir esa extraña sensación donde la melancolía, el amor y la desesperación abrazaban mi pecho cuando estaba lo suficientemente cerca de él.

Cuando las personas describían esa sensación mágica llamada amor, mi mente creaba cuentos de hadas, y realmente tampoco lo era. Esa sensación rebosaba lo más profundo de las emociones, las hacia estallar como una bomba de tiempo que podía elevarte al cielo, dejarte en el limbo o hundirte en depresión. El amor tenía sus contrastes y dependía de la persona que te correspondiera, porque sólo ellas te podían hacer sentir.

Existían tres etapas básicas en la vida, según una amiga de ascendencia portuguesa que conocí en un viaje: cuando estamos solteros, nuestro mundo se encierra en nosotros mismos, pero cuando conoces a alguien más que decides adherirlo a tu mundo, te das cuenta que no hay una relación singular y va más allá de lo plural. Eres capaz de dar todo por esa persona y ella por ti. La última etapa consistía cuando nace un bebé, producto del amor, protegiendo a ese pequeño ser sin descuidar la relación.

A la mitad de tocar la sonatina, mi mente llegó justo el día de la boda de Melany; la amiga de mi madre y madrina de Brian. Recuerdo haberle dicho a mi madre en la fiesta que me retiraría, ya que, el dolor de vientre estaba matándome. Entonces mi padre me llevó hasta la casa y se volvió a marchar.

No había mentido del todo al decirles a mis amigas que ese día estuve en casa de Afgan, sólo para salvar la reputación de mi hermano, pero realmente le hice creer a Brian que perduré casi toda la noche en la boda.

Hacerle caso a lo que sentía me impulsó a mentir aquella vez. Me vestí de soledades e imposibles. Usé una peluca castaña de mi madre y coloqué sobre mi rostro un antifaz veneciano, que ella adoraba y guardó durante años, pero terminó por regalármelo un día mientras dormía, y desde entonces, lo conservé como una reliquia. Finalmente reduje mi nombre, dejando dos letras para llamarme Li, de este modo, nadie conocería mi verdadera identidad.

Afgan sabía perfectamente mis sentimientos hacia Brian, y en cierto modo, me alentó a seguir, sabiendo que seducir o tratar enamorar a tu medio hermano en una noche, sin duda, era una absoluta y absurda locura. Brian entró en mis sentimientos, llenó de muebles todo mi ser; construyó un hogar dentro de mí sin saberlo.

Giselle era hermosa, incluso podía ser la pareja ideal de Brian. Ella siempre supo mi verdadera intención e hice complot con ella cuando todos parecían bailar, aprovechando la situación de que los tragos habían causado sus efectos.

Ella lo miró a lo lejos, llevándolo al pasillo para dejarlo en la habitación. Entonces sentí un pánico que contrarresto todos mis planes... no pude entrar en la habitación y seducirlo. Giselle salió de la habitación para hacerme entrar, sentí un impulso, y finalmente la empujé. Cuando la puerta se cerró, supe que la historia no terminó con el final que preví, no fui capaz de hacerlo.

Sentí que había perdido la oportunidad y Giselle esa noche fue la silueta o el amor oculto de Brian. Estuve casi en todo el acto de ellos dos; escuchaba el aliento precipitado de ambos y una lágrima había rodado en mi mejilla, me sentía perdida e incapaz. Por otro lado, observé varias parejas entrar en la habitación de Afgan prendidos por la lujuria.

Me sentía como un rastro de saliva en el asfalto. No tanto por lo asqueroso que podía ser, era porque quien la notara la esquivaría, y quien no la viera la pisaría.

Tan sólo fui los residuos de la boca del destino, eso que saca y deja evaporándose en manos del aire hasta hacerme nada.

Para finalizar, dejé un pequeño papel bajo la puerta, que decía: Gracias por esta noche. La silueta. Y aunque no fui yo quien estuve allí, me sentí bien conmigo misma, no podía olvidar lo que nos unía a él y a mí. Existían dos hechos irónicos: La letra del papel era mía, y la segunda, es que Giselle fue la silueta.

Ella había partido del mundo terrenal, y por mi bien tenía que callar toda la verdad. Alejé mis pensamientos para seguir tocando la sonata, y al terminar me vi en lágrimas. Mi familia me rodeó para abrazarme, pensando que la adrenalina me había hecho llorar, pero lo que en verdad sucedía es que había terminado de tocar una sonata de recuerdos reveladores.



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