El Fantasma del Lhanda

By GemAysh

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Viajar en una nave aérea con todo lujo imaginable no es algo que llame la atención por desagradable. Ser aten... More

Prologo: persiguiendo a un fantasma
Capítulo 1: Con las manos en la almohada
Capítulo 2: Skywy Avenue
Capítulo 3: Surina tenía Razón
Capítulo 4: Reactivos y productos
Capítulo 5: Traición
Capítulo 6: Recompensa
Capítulo 7: La culpable de todo
Capítulo 8: Davalhiam
Capítulo 9: Hipotéticamente
Capítulo 10: Vapor y Sangre
Capítulo 11: Olvido
Capítulo 12: Flotando
Capítulo 13: Jaula Abierta
Capítulo 14: "¿Puedes verme?"
Capítulo 15: Intercambio de favores
Capítulo 16: No estamos solos
Capítulo 17: Recuerdos del Pasado.
Capítulo 18. Pasadizos secretos
Capítulo 19: Monstruo
Capítulo 20 Escape fallido
Capítulo 21. Los hijos del gobernador
Capítulo 22.- Bocazas
23.- El inicio de todo
Capítulo 25.- Costumbres de los magos.
26.- Compasión
Capítulo 27 .- El momento idóneo.
28.- Motivo de cambio
Cap. 29.- Contrarreloj
Capítulo 30- La vista al cielo.

Capítulo 24.- Gato y Ratón

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By GemAysh

Llovía cuando Surina salía con Owen de la nave, dirigiéndose a otra comida con baile a la que estaban invitados. Lo sorprendente fue escuchar que Luke también iría, acompañando a Ida, aunque en calidad de pareja. Ya eran algo oficial, aunque el gobernador no lo aceptara demasiado bien. La pareja estaba algo nerviosa antes de salir, sobre todo Ida, que odiaba con todas sus fuerzas los actos sociales. Aunque supongo que el corto pero dulce beso que le plantó Luke antes de dejar la nave fue suficiente aliciente como para que saliera con una sonrisa en el rostro.

- Se va la persona a la que debes proteger.- Comenté, mirando de refilón a mi hermano. Tao suspiró.

- ¿Acaso no puedo pasar un rato con mi hermana fantasma?- Preguntó, a lo que negué, aunque no pudiera verme. Suspiró y me revolvió los invisibles cabellos.- Tendríamos que hablar más a menudo, sueles evitar a casi todo el mundo últimamente.

- No os evito. Simplemente estáis con demasiada gente con las que no puedo aparecerme.

- Gajes del oficio, sí…- Murmuró, suspirando.- Pero te prometo que iremos a mejor. Mañana voy a pedir el día libre y vamos a jugar a algo juntos mientras me cuentas qué has hecho hoy.

- Está bien…- Me quedé observando las gotas de agua cayendo sobre el cristal de la nave mientras mi hermano corría a resguardarse al lado de Ida y Luke, hablando entre ellos. Suspiré, deseando haberles seguido. Pero no creo que fuera buena idea salir  de la nave, no mientras llueve y uno puede darse cuenta que hay como una silueta a la que no le afectan las gotas, menos cuando van a un baile a una sala llena de gente donde sería muy fácil delatarme. Además, podría estar Munch.

Me estremecí al pensarlo. La verdad es que lo pasé bastante mal cuando me hablaron de él. Sin duda alguna lo habían relegado un poco de su puesto, pero eso no quitaba que podría estar por ahí, atormentando brujas por cualquier parte del mundo y llevándolas a una terrible tortura, y posterior muerte.

Creo que debía impedir que eso ocurriera más veces. Me sentía de nuevo en una posición de ventaja frente a aquellos que querían atraparme, porque ya me conocía sus cartas, y ahora también cuál era el significado del fin del juego. Si podía aprovechar aquello, mi cercanía al Gobernador por parte de sus hijos, y también empezaba a buscar la forma de reinstaurar la política del país, tal vez pronto podría bajarme del Lhanda para volver a casa.

Volver a casa. Las palabras sonaron con fuerza en mi cabeza, dándome cuenta de que, a pesar de que por un lado habían perdido el significado, por otro lado llevaba tanto tiempo en el Lhanda, que a pesar de haber vivido cosas buenas y cosas malas, no me sentía capaz de dejar la nave aunque fuera un segundo. Inconscientemente, mientras pensaba aquello, llevé mis pasos hacia la salida, notando el frío en mi cuerpo y como las gotas empezaban a pegar la ropa a mi piel, a apelmazar mi cabello. Resultaba relajante, me dije, mientras veía a la gente correr a refugiarse en alguno de los altos edificios de cristal que rodeaban el puerto. Me pude imaginar que habría exposiciones, cafeterías caras, obras de teatro…

- No vas a poder bajar ahora, Clarya.- Escuché una voz tras de mi. No neceisté girarme para saber que Daimen estaría ahí, observando mi cuerpo a través de las gotas.- No voy a dejar que me evites ahora que estamos solos.

- ¿Estamos solos?

- La nave está casi vacía, he dado el día libre a todos y apenas quedan pasajeros en sus habitaciones.- Dijo, y noté que estaba acercándose.- Deberías hablar conmigo antes de que las cosas vayan a peor.

Sonreí, girándome. Empezaba a tomarme aquello como un juego.

- ¿Estás amenazándome?- No pude sino reírme de medio lado, tomándomelo casi como un juego. Él pareció sonreír, no sé si por verme con idea de disfrutar de aquello, o simplemente porque no le había ignorado como otras veces que parecía acercarse con intención de hablar. Claro que, otras veces, tenía algo que hacer y no estaba sola en el Lhanda.

- No es una amenaza, sabes perfectamente lo que puede pasar.- Sonreí, aunque no pudiera verme.

- Bueno, entonces, demuéstramelo.- Le dije, casi riendo, mientras me apartaba y empezaba a correr sin un rumbo fijo, simplemente apartándome de su lado. Llevábamos más de un año jugando al gato y al ratón, y es evidente que las costumbres tardan en perderse. De vez en cuando necesitábamos una dosis de nuestras carreras para mantenernos en forma. Y llevábamos mucho sin una.

Sin los viejos tiempos.

Es triste recordar esos viejos tiempos en los que escapaba de todo el mundo como algo bueno. Recordaba las carreras y las risas cada vez que me escapaba de alguien y como Surina siempre estaba enterándose de todo cuando no debería saber nada. El ser invisible y Surina sin duda eran mi mejor fuente de información.

La nostalgia hizo que me ralentizara, solo para darle a Daimen la ilusión de conseguir atraparme durante un efímero segundo. Apenas rozó mi brazo, yo escapé y seguí corriendo, agradecida de ni haberme planteado la posibilidad de llevar vestido aquel día, no me apetecía ir dejando ropa mientras escapaba.

Daimen se detuvo a mitad del camino, intentando localizarme. Era difícil cuando jugaba con la ventaja de ser un fantasma, lo sabía, por eso tal vez me detuve. Si es que, a pesar de lo que digan y lo mucho que lo repitan, Daimen no es el único bueno en temas de perseguir a la gente, y, si quiero, no tengo por qué ser vista. Vale que hay veces que bajo la guardia, porque la confianza suele ser muy mala compañera mía, pero eso no significa, ni mucho menos, que Daimen fuera en todas las situaciones capaz de capturarme. Simplemente que al gato le gusta jugar con su presa, y el ratón también hace de las suyas.

Corrí hacia la sala de mandos, a sabiendas de que allí sería más fácil esconderme de él, nunca le había gustado acercarse a nada en esa nave cuando entraba, temía tocar algo sin querer al intentar atraparme. Eso me daría tiempo para buscar un próximo plan de ataque, tal vez algo más violento. Si acababa esto cuanto antes, mejor.

Él rió mientras aumentaba el paso, como si se me hubiese escapado algo. Abrí la sala de mandos, esperando encontrarme el ruido característico de los engranajes mientras la nave parecía maniobrarse casi sola. Sin embargo, lo que me encontré fue una sala apagada, apenas escuchando el sonido del viento que recorría la habitación por la ranura de una ventana. Me quedé estática en el centro de la sala, hasta que me di cuenta de que estábamos en tierra.

- Mierda- Murmuré, girándome para encontrarme a Daimen bloqueando la puerta. Intenté volver a maldecir, pero me dije que ya la había cagado lo suficiente por una hora, que intentara mantener la compostura.

- No fuiste muy hábil al no notar el hecho de estar en tierra.- Rió, buscando algo que me delatara en el camino, al tiempo que avanzaba y cerraba la puerta. Si yo estaba quieta, no tardaría en dar conmigo, pero si me movía, sería peor. Giré sobre mi cuerpo, procurando que mis pantalones no rozaran e hicieran ruido, y observé que tenía al alcance de mi mano unos cuantos botones que no sabía para qué servían.

Bueno, a situaciones desesperadas, medidas desesperadas.

Apreté todo lo que pude, notando como aquello hacía que se activaran los engranajes y poco a poco la nave empezó a oscilar y un ruido como de ventilación se escuchó en la cabina. Daimen corrió a apagar los botones mientras yo abría la ventana ya entreabierta y salía corriendo a la cubierta, todavía algo inclinada, y me deslicé hasta la barandilla inferior. Tardé unos segundos en recuperar la respiración mientras veía la larga distancia que había entre mis pies y el suelo, y lo cerca que había estado de recorrerla. Al girarme, vi que Daimen parecía haber recuperado el control de la nave, y que miraba por la ventana con rabia en los ojos. Creo que eso sí que le había cabreado de verdad.

Bueno, era su culpa, que no se hubiera atrevido a amenazarme.

Corrí en busca de alguno de los viejos pasadizos de Daimen. Con el tiempo había algunos, como el de la cubierta, que había descubierto cómo estaban bloqueados y como volver a activarlos. Luego había otros, como bien podría ser los de la biblioteca y algún pasadizo interior, que Daimen había reactivado porque  simplemente se había cansado de vivir sin ellos, o porque le apetecía darme más facilidades para moverme. Supuse que sería lo segundo, hubo un tiempo en el que sí se preocupaba de lo que me pasara.

No como ahora.

Deseché ese pensamiento tan rápido como asoló mi mente, y volví la vista atrás. Daimen seguía el sonido de mis zapatos con bastante precisión, aunque no creo que llegara a capturarme basándose solo en eso, y sobre todo si tenemos en cuenta que estaba en una cubierta, y que el sonido no era ni mucho menos de buena calidad. Pero no se las apañaba mal.

Intenté activar uno de los pasadizos que había tras un túnel de ventilación, pero al poco me di cuenta que volvía a estar bloqueado. Una mirada hacia atrás me demostró que Daimen se había dado cuenta de lo que pretendía, y sonreía travieso con satisfacción por lo que acababa de hacer. Suspiré, estaba quedándome sin escapatorias, y, desde luego, odiaba perder la ventaja en mis juegos.

Sin otro remedio, me dispuse a seguir la vieja táctica de subir al tejado del Lhanda aunque, en vez de atravesarlo, esperaba porder subir por los obenques hasta la zona del globo de gas, de modo que Daimen creyera que estaba alcanzando el otro tramo del dirigible, cuando no había dejado ese. Sin duda alguna, una jugada majestral para demostrarle que no era buena idea amenazarme, mucho menos si era de broma.

Pero, mientras subía, mi mente me jugó una mala pasada, pues me atreví a pregutarme a mí misma por qué ahora empezaba todo de nuevo, por qué me necesitaba con tanta insistencia y cómo de insistente sería ahora. Si se le ocurría delatarme con el Gobernador en el barco, de poca ayuda me serían Owen e Ida, caería con la misma facilidad con la que cae el ratón en las redes de un gato.

Todavía agarrada con dificutad al obenque, noté que Daimen se detenia a mitad del camino, casi sorprendido por la falta de ruido, y procuré solo subir al ritmo de las fuertes ráfagas de viento, que movían de manera natural la escalerilla, de modo que no sospechara. Eso me dificultaba un poco el ascenso, pero teniendo en cuenta que el juego empezaba a tomar rasgos peligrosos de antemano, añadir un poco más no podría costarme demasiado.

Bueno, tal vez me equivocaba.

Entre que no estaba muy atenta, pues seguía preguntándome qué era lo que había hecho a Daimen volverse tan gilipollas, y que el viento empezaba a empeorar, pronto me di cuenta que me había distraído demasiado, cuando noté que uno de mis pies quedaba enredado en uno de los huecos del obenque mientras que el otro no se sostenía sobre el nuevo punto de apoyo. De nada sirvió que me agarrara con fuerza a los cabos verticales cuando una ráfaga de viento hizo ondear tanto la enredadera de cordeles que acabé volcando, notando como mi tobillo ardía con fuerza mientras que intentaba suavizar una caída imposible de suavizar con mis brazos. Al notar el frío y húmedo suelo casi sentí alivio, pues el dolor empezaba a hacerme sentir un calor demasiado insoportable como para mantenerlo mucho tiempo.

Y, por si fuera poco, evidentemente eso delató a Daimen, quien se giró y corrió a ayudar a la persona colgando de un obenque, con el pie enredado, seguramente más de un hueso roto, y que había decidido que era mejor dejar de mantener el hechizo de invisibilidad cuando era evidente que había sido cazada.

Agaché la mirada, intentando contener las lágrimas. Me negaba a aceptar que había perdido. Pero sin embargo, era evidente que, hiciera lo que hiciera, ahora estaba a merced de Daimen. Quien, de momento, había tenido la decencia de desenredar con cuidado mi tobillo del obenque, y apoyarlo en el suelo para comprobar cómo estaban el resto de mis huesos. Cada vez que me tocaba en cualquier parte, sentía estallidos de dolor, y un par de lagrimones se formaban en mis mejillas. Pero era soportable. No por mucho tiempo, pero, de momento, soportable.

Volvió a rozar una de las zonas más afectadas, las muñecas, y, con el habitual estallido de dolor, a mi mente regresó la charla con Owen, su discurso, y lo que estar a merced de Daimen conllevaba. Le miré asustada, esta vez llorando sin que pudiera evitarlo, mientras intentaba balbucear que tuviera piedad de mi y que si en algún momento llegó a sentir afecto por mí, que por favor no me delatara. Pero solo lograba decir palabras inconexas mientras mi pecho iba oprimiéndose más y más y el dolor me impedía pensar con claridad.

Mientras Daimen hacía caso omiso de las palabras que decía y me murmuraba algo que tampoco fui capaz de entender, me empecé a preguntar si de verdad este sería el final. Si nunca más volvería a entrar al Lhanda y si dejaría la nave por última vez en brazos de su capitán, de camino a algún hospital, o a la cárcel. Con los ojos entrecerrados y la vista nublosa, no sabía dónde estaba, pero pude notar que las frías gotas de lluvia dejaban de resbalar sobre mi piel y en cambio sentí el calor del interior del Lhanda, como si intentara rodearme con unos brazos invisibles para protegerme tras todo lo que había hecho por él.

Me pregunté si todo era una trampa de Daimen para ganarme su confianza y luego volver a perderme, si simplemente me llevaría a los calabozos de la nave o si de verdad estábamos dirigiéndonos a su habitación. Cuando noté que abría con dificultad la puerta, al estar yo en brazos, me di cuenta que era la tercera opción, por suerte la más benévola, a pesar de no tener nada que curara mis heridas. Me dejó con sumo cuidado sobre la cama, volvió a decir algo que mis oídos volvieron a no querer escuchar, y salió.

Estuve… lo que para mí fueron años sola, sintiendo latigazos de dolor en cada una de mis heridas, que por desgracia eran varias, preguntándome si acabaría por desmayarme del dolor o podría soportarlo. Notaba la vista borrosa y todas las extremidades me pesaban más de lo normal, aunque tampoco tenía mucha intención de moverlas. El sonido de las gotas de lluvia contra el cristal de la ventana me llegaba como amortiguado, como con un eco distante, e incluso mis propios pensamientos de lástima eran lejanos a mi consciencia.

No quería desmayarme, pero era evidente que, a este paso, acabaría haciéndolo.

Escuché la puerta y entreabrí los ojos, para distinguir la figura borrosa de Daimen acercarse cargando con un par de objetos grandes entre sus brazos. Los dejó al lado de la cama, aunque volvió a coger uno segundos después. Intentaba decirme algo, pero me costaba demasiado ya mantenerme con los ojos abiertos, si me dedicaba a esforzarme por entenderle, sí que acabaría desmayada. El dolor empezaba a ser insoportable.

Daimen volvió a coger el otro objeto y pude ver salir un brillo azulado de la caja. No me costó mucho identificarlo con una dosis de milagro, y cerré los ojos. Si quería no desmayarme, mejor anular uno de mis sentidos.

- Ni…- Comencé a decir, con la voz rasposa y torpe, como si no fuera mía. Notaba la lengua pastosa al hablar.- se… te… ocurra.

Me quedé esperando que comprendiera que odiaba con todas mis fuerzas esa droga, como bien le había comentado tiempo atrás cuando descubrió por primera vez mi alergia al tomillo. Me noté los labios secos al hablar, pero tampoco tenía saliva en la boca como para solucionar el percance.

- Clarya, tienes que curarte de algún modo, y no me haces caso al hablar…- Dijo, suspirando. Noté la aguja fría en la piel.

- Busca el hechizo de curación- Me apresuré a decir, agotando el aire de mis pulmones e inspirando con fuerza (y dolor) al finalizar la frase.

- No sabría decirte.

- Léeme el título, te avisaré- Le dije. Por suerte ambos idiomas, el mágico y el común, compartían alfabeto y gran parte de la fonética. No creía que tuviera problemas para descubrir cuál era el hechizo de curación, a pesar de no ser capaz de memorizar todas las palabras que lo componían, sí que era capaz de aprenderme el título de cada uno. Supervivencia básica.

Daimen comenzó a recitar, a veces con dificultad, las palabras que aparecían centrados en cada página, a veces más de una vez. Por suerte no tardó mucho en llegar al de curación. Se me estaban agotando las fuerzas y la paciencia. Con cuidado, fue leyéndome palabra por palabra y yo interpretaba su fonética, a veces basándome en los fallos que había tenido yo al inicio de mi aprendizaje como bruja para saber cómo era la verdadera forma de pronunciarlo. Con mucho esfuerzo, él mismo iba aprendiendo de las correcciones indirectas que le hacía y, cuando al principio parecíamos tardar media hora en decir una frase, pronto logramos aligerarlo a cinco minutos cada línea.

Sentí que el calor en todo mi cuerpo iba disminuyendo y como si los huesos en mi interior volvieran a unirse. Logré que casi todos estuvieran soldados, lo que me hizo poder respirar sin sentir ardor en el pecho, como antes, ni pensar que iba a perder el pie tras lo mal que me había quedado por la caida. Daimen se había quedado callado, impasible, tal vez intentando ver el brillo blanquecino que había aparecido cuando curé a mi hermano y Luke tras la batalla con Munch. Pero cuando era una herida interna inflingida sobre mi misma, no era necesario aquel traspaso de energía. Tampoco brillé cuando me curé del corte que me hizo Munch, aunque eso Daimen no lo supiera.

Giré la cabeza, intentando que aquel gesto le advirtiera que estaba mejor. Sonrió aliviado.

- ¿Quieres algo?

- Agua, por favor…- Murmuré, tenía la garganta tan seca que ni siquiera sabía cómo había logrado finalizar el hechizo. Volví la vista a la ventana, observando el cielo negro y escuchando las gotas de lluvia caer con fuerza. Sin duda alguna, no ibamos a despegar con esa tormenta, el ascenso sería demasiado costoso.

Eso significaba que Daimen podría llevarme sin problema alguno a la cárcel.

Unas lágrimas traicioneras comenzaron a caer por mi mejilla, como las gotas de lluvia en el cristal de la ventana. Con el dolor había estado evitando pensar en lo que significaba estar encerrada en su cuarto, apenas con fuerzas para moverme. Estaba en el corredor de la muerte.

Me giré para observar a Daimen volver con un vaso de agua que me tendió. Lo cogí, temblando, mientras procuraba que mi cabello ocultara mis lágrimas al beber. Lo que me faltaba, que se regodeara de haber ganado.

- Clarya, ¿segura que estás bien? ¿Te sigue doliendo?

- No… bueno, sí, pero da igual- Dije, notando mi voz mucho más nasal de lo que debería, aunque aliviada al darme cuenta que mi lengua había perdido la pastosidad de antes.

- Clarya, dime qué te pasa.

- No.- Mantuve el vaso sobre mis labios, intentando distraerme con aquel gesto, intentando centrarme en algo que no fueran las lágrimas que resbalaban por mis mejillas ni en las ideas de mi mente sobre una tortura continuada hasta que caía desfallecida, mientras el único beneficio de Daimen eran unas monedas de oro que nunca compensarían una vida.

Se acercó, apartándome el vaso y sujetando mi mentón, casi con rabia. Alcé la vista, con los ojos anegados en lágrimas, para enfrentarme a su mirada de rabia. Era yo la que tenía que estar furiosa, no él. Era yo la que iba a ser entregada por quién abe qué. No pareció verse afectado por mis lágrimas, sino que siguió mirándome serio, pidiendo una explicación. Yo procuré no flaquear y mantenerme en mis trece, hasta que me di cuenta que era demasiado para mí. Si él no quería ceder, me tocaría suplicar.

- Por favor, Daimen, no quiero morir… Tal vez tengas mucho que perder si me ayudas, pero es tu vida la que está en tus manos.

- Clarya…

- No me empieces de nuevo con que es la ley. Tengo a un hermano en el ejército que se está pasando por el forro esa ley, y sin necesidad de más golpes en la cabeza. Además, me has protegido muchas  veces, de golpe te volviste gilipollas pero sigo sin entender por qué. Dime, Daimen, ¿qué es lo que ha cambiado para qe decidas entregarme?

- Nada

Me sentí dolida por la sequedad en su respuesta. Fue como un balde de agua fría que no me daba una respuesta objetiva. Al menos, las otras veces que se había decidido por dejar de lado el estado de tregua entre ambos, había un motivo.

- ¿Entonces? No me hagas esto, Daimen. Dame un motivo, o, al menos, no me entregues.

- No pienso hacerlo.

- ¿No piensas darme un motivo? ¡Por favor, Daimen, al menos dime qué te impulsa a matarme!- Solté, ya desesperada, intentando que comprendiera el dolor que estaba sintiendo, mil veces más fuerte que aquel que sentía minutos atrás cuando apenas era capaz de moverme en la cama.

- ¡El hecho de que llevo todo el día intentando decirte que voy a protegerte!- Me dijo, dejándome patidifusa sobre la cama, sin comprender cómo había tardado tanto en decírmelo. Suspiró, apartándose los cabellos de la frente para intentar serenarse, y me miró más tranquilo.- Llevo desde hace semanas intentando decirte que no hace falta que me evites, que no voy a capturarte, que solo te advertí una vez de que iban a venir a registrar el lugar, pero nunca, nunca, tuve intenciones de capturarte.

- Te pasaste un año persiguiéndome.

- ¿de verdad crees que nunca me desperté para ir al baño cuando estabas conmigo?- Sonrió, haciendo que me relajara un poco. La verdad es que siempre creí que Daimen era de los del sueño profundo.- Pero te delataste delante de toda la tripulación, ¿qué querías que hiciera? ¿Decir que te protegieran arriesgando sus vidas? Habríamos salido los dos volando por la borda.

- Pero podrías habérmelo dicho en privado.

- Eres tan tozuda que siempre pensaste que todo lo que hacía era una trampa. Además, había veces que me cabreabas de verdad con tanto pánico que tenías. No como para delatarte, pero sí como para cabrearme durante días.

Nunca me di cuenta que Daimen también lo había pasado mal también con la ruptura de la relación que habíamos comenzado. Creí ver maldad en él cuando no había nada, y ahora sufría las consecuencias de aquello. Un año de nuestras vidas huyendo el uno del otro, cuando en realidad echaba de menos cada uno de los momentos a su lado, cuando él no sabía mi secreto.

- Me has asustado muchísimo durante este tiempo, Daimen. Sé que tus intenciones son buenas, pero comprende que era mi vida la que estaba en peligro, y yo…- Suspiré, dándome cuenta de lo mal que había hecho al dejarme llevar por el pánico, sin ver las señales.- De verdad creí que me ibas a entregar.

Daimen se arrodilló frente a mi en la cama, tomando mis manos entre las suyas y dándoles calor. Le miré a los ojos, algo más tranquila.

- Lo siento, Clarya. La verdad es que siempre quería decirte que no necesitabas esconderte. Eso quería decirte hoy, que eres libre de hacer lo que quieras. Nadie va a capturarte. Ya no tienes por qué ser el fantasma del Lhanda.

Sonreí, ilusionada, apretando las manos de Daimen con afecto. Me quedé unos segundos quieta, hasta que caí en la cuenta de que su plan tenía un fallo.

- Pero la tripulación sí reaccionaría al verme.

- Bueno, eso es cierto.- Murmuró Daimen, pasándose la mano por la barbilla pensativo.- Aunque dudo que te delataran, se han dado cuenta de lo mucho que sacrificaste por ellos. Puedes seguir siendo invisible si te sientes más cómoda con ello.

- ¿Me dejarán en paz? ¿Soy libre para dejar la nave?

- Llevas siéndolo desde siempre.- Me sonrió.- No te mentía cuando te dije que cuidaría de Surina si bajabas en Minabi. Simplemente era por hacer un poco el paripé.

Soltó mis manos, posándolas de nuevo sobre mi regazo, y se incorporó.

- Eres libre de hacer lo que quieras.

Me observé las manos, dandome cuenta de que aquel gesto era mucho más de lo que en principio parecía. Desde siempre había algo que me había atado a esa nave, y la verdad es que solo una vez fui lo suficientemente libre como para escapar, aunque decidiera quedarme. El riesgo de quedarme en el Lhanda era muy grande, pero había visto las dificultades de intentar escapar de Elaika, y también ahora conocía el riesgo que sufrían las personas que no lograban escapar.

Abracé a Daimen, agradecida porque me lo hubiera explicado todo con calma, aunque en un par de segundos rectifiqué, me aparté de los brazos que rodeaban mis hombros y dejé de apoyar la cabeza en su pecho para girarme y darle un golpe fuerte en el pecho. Escuché su quejido y alcé la vista para ver la cara de incredulidad del joven.

- Idiota, me he roto más huesos por tu incapacidad para expresarte de los que me he roto en toda mi vida.- Le dije, de nuevo con lágrimas en los ojos. Daimen rió.

- Creo que lo compensas por todos los golpes que me has dado.

Arqueé una ceja.

- Y que te voy a dar.- Dije, riendo y empujándole sobre la cama. Me agarró de un brazo al caer, haciendo que me abalanzara sobre él, riendo.

Me incorporé sobre el colchón, dispuesta a atacarle, cuando cambié de idea y me tumbé a su lado, recordando mi cansancio y lo mucho que me apetecía simplemente estar entre esas sábanas.

Añoraba su suavidad.

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