La Niña que llegó al 221B de...

DeyaRedfield

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Isabelle es una niña pequeña que, por desgracia, presenció el asesinato de su madre. En aquel momento, oyó al... Еще

Introducción
Soldiers Orders
Capítulo 1 La Pequeña que provino de Northampton
Capítulo 2 Ella me recuerda a ti
Capítulo 3 Con los archivos
Expediente 1: Samara Jones
Capítulo 4 Con tanto y con tan Poco
Capítulo 5 A mi manera
Capitulo 6 Mi Departamento, Mis Reglas
Capítulo 7 Son solo mis tormentos...
Capítulo 8 Un Peón contra el Rey
Capítulo 9 Palacio VS Castillo
Capítulo 10 Nictohilofobia I
Capítulo 11 Nictohilofobia II
El Blog del Doctor John Watson
Capítulo 12 La Vida en Baker Street
Capítulo 13 La Gracia del Saber
Capítulo 14 Imaginación Suicida
Capítulo 15 Bienvenida: Rosamund Mary Watson
Capítulo 16 Criptografía Simétrica
Capítulo 17 Vídeo manía
Capítulo 18 Cuentos para Dormir
Capítulo 19 Encrucijadas
Capítulo 20 #OhQueHermosaMañana
Capítulo 21 Mira A Los Valientes.
Capítulo 22 Pequeña Princesa.
Capítulo 23 Trastornos Históricos
Capítulo 24 Genética Total
Capítulo 25 No es un Regalo
Capítulo 26 Las Cuatro Estaciones I
Capítulo 27 Las Cuatro Estaciones II
Capítulo 28 La Muerte y el Pirata
Capítulo 29 ¡Oh, Blanca Navidad!
Capítulo 30 Feliz Primer Año
Expediente 2: Sarah Jones
Capítulo 31 Sonata para Bell
Capítulo 32 La Gente Miente Todo el Tiempo
Capítulo 33 Gajes del Oficio
Capítulo 34 Las Damiselas de Hierro
Capítulo 35 Rebeldes con Causa
Capítulo 36 Los Chicos No Son Buenos
Capítulo 37 El Pasado siempre está Presente
Capítulo 38 Azul Profundo
El Blog del Doctor John Watson
Capítulo 39 Tierno Azúcar
Capítulo 40 Una Pausa Para Reflexionar
Capítulo 41 Cenizas y Fantasmas
Capítulo 42 Mi Corazón Arde
Capítulo 43 ¡Cuidado! El Amistoso Extraño
Capítulo 44 Salmos de Amor y Obsesión
Capítulo 45 Corazón Maternal
Capítulo 46 La Melancolía de los Ángeles
Capítulo 47 Aguas Profundas
Capítulo 48 Lazos de Sangre
Para la Niña que llegó al 221B de Baker Street
Capítulo 49 No es un Adiós, es un Hasta Pronto
Especial
¡Gracias!
Regalitos (Actualizada)

Expediente Final: Isabelle Elicia Jones

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DeyaRedfield

Sherlock y John no podían aceptar lo que Mycroft había revelado.

— ¡¿Muerta?! —Bramó el doctor—. ¿Cómo que muerta?

El mayor de los Holmes suspiró.

— Tranquilícese Doctor Watson.

— ¡¿Cómo quieres que me tranquilice?! —Gritó—, ¡Mi hija estaba con Isabelle y ahora...! —se detuvo, formó un puño con su mano y se lo llevó a sus labios, y trató de evitar las lágrimas, por lo que su mente había imaginado.

Sherlock entró en shock; su mente comenzó a forjar las peores historias que pudieron pasar a la pequeña y los demás niños. Cerró sus ojos, buscando evitar las lágrimas, había fallado. El gran Sherlock Holmes había fallado en este caso.

— ¿Sherlock? —escuchó a la lejanía. Abrió sus ojos y, por las torpes lágrimas, miró borroso a su hermano mayor—. Sherlock, por favor, siéntate y déjame terminar.

— ¿Cómo quieres terminar, si ya lo dijiste todo?

— No me exprese bien, hermano mío.

— ¿Ah no? —Soltó con una sonrisa sarcástica, mientras buscaba desaparecer aquellas nefastas gotas—. Acabas de decirme que la niña está muerta, ¿y tienes el descaro en decirme que no te expresaste bien?

— Error mío, quise decir la verdadera Isabelle Elicia Jones.

John movió su vista hacía los Holmes y Sherlock le frunció el ceño.

— ¡¿Qué?!

— Lo que oíste —dijo mientras se alzaba para estar a la par de su hermano—. La verdadera Isabelle Elicia Jones, está muerta.

— ¿Cómo que verdadera? —Interrumpió John—. Mycroft, ya déjate de juegos y dinos, ¿a qué te refieres con ello?

— ¿Tienes al señor conejo? —cuestionó mirando a Sherlock e ignorando a John.

— No.

— Me lo temía.

— Ya escúpelo Mycroft. Hay tres niños desaparecidos y nosotros ya no estamos para tus jueguitos —soltó furioso John.

El mayor de los Holmes miró al Doctor y otro suspiró surgió.

— Temía que este día llegara —dijo con gran pesar—. Te he dicho que tus demonios han venido por ti, cuando los míos también han esperado por mí.

Ambos le vieron preocupados.

— ¿De qué hablas Mycroft?

— Nuestras heridas se han abierto, Sherlock. La sangre nos llama.

John rodó sus ojos, estaba cansado de los juegos de palabras.

— ¿Cómo que nos llama? —insistió preocupado.

— Sherlock —continuó mirándole a los ojos—, ¿en algún momento, en todo este tiempo que has cuidado y convivido con esa niña, no habías notado algo peculiar?

— Tiene nuestras habilidades de deducción, las cuales ha ido desarrollando, increíblemente rápido.

— ¿Algo más? —cuestionó. El detective frunció su ceño confundido, mientras John parecía iluminarse a través de las preguntas.

— Es muy inteligente... algo infantil, porque es una niña, obvio, pero inteligente.

— ¿Solo eso?

— Mycroft —interrumpió impactado John—, ¿lo que tratas de decir es que...? ¿Isabelle si es tu hija?

Sherlock volteó, casi en shock, a ver a su amigo y luego retomó con Mycroft quien mantenía su postura apaciguada.

— Casi, pero no.

— ¡¡Mycroft, por primera vez en tu vida, deja de hacerte el erudito y ya di lo que tengas que decir!! —clamó el detective.

— Sherlock, hermano mío; la niña que llegó a esta casa, a pedirte ayuda —se detuvo, tragó difícilmente y aclaró su garganta para al fin revelar su secreto mejor guardado—: Ella es nuestra sobrina.

Aquella revelación dejo impactados a los dos. John cayó de golpe en su sillón, mientras su boca formó una gran "O" y Sherlock, su tono de piel había logrado superar la palidez, convirtiéndose en un tono cadavérico; sus ojos perdieron su brillo volviéndose dos cuencas vidriosas y sin vida. Su mente quedo en blanco. El palacio mental de Sherlock Holmes comenzó a desmoronarse y, mientras que en ruinas se formaban, la imagen que había forjado de esa niña apareció en medio de los escombros; y el eco de la revelación de su hermano giró a su alrededor:

« Ella es nuestra sobrina. Ella es nuestra sobrina. »

La realidad se había vuelto una telaraña acumulada de terribles secretos e impactantes verdades.

— ¿Qué? —habló Sherlock, varios minutos después.

— Lo que oíste. La niña que llegó al 221B, es nuestra sobrina.

— Espera Mycroft —se interpuso John mientras se alzaba de su sillón—. ¿Cómo que su sobrina? ¿Estás diciendo que la niña es hija de...?

— Eurus —prosiguió el detective, en un tono asombrosamente sereno.

— Así es.

— ¿Pero cómo es eso posible, si hay una prueba de ADN que confirma la paternidad de Rupert Casey y...?

— Contaminaste la evidencia —interrumpió el detective.

— Si.

— ¿Cómo? —continuó John.

— Esto es una historia muy larga.

— Hay tiempo —dijo Sherlock mientras se daba la media vuelta y retomaba a su amado sillón.

— ¡No, no hay tiempo!

— Si lo hay, John. A donde sea que hayan ido los pequeños, ella sabrá cuidarlos.

— ¡Sherlock, tiene diez años! Si de verdad es tu sobrina, no quiere decir que realmente sabe lo que hizo o hace.

— Confió en ella.

John miró alterado a Sherlock y luego a Mycroft, quien aún se mantenía de pie, tranquilo ante la revelación.

— ¡Empieza hablar, Holmes! —exigió mientras le apuntaba con el dedo.

— Tome asiento Doctor.

Y le obedeció. Mycroft siguió sus pasos, respiró profundo, unos momentos después exhaló y miró a su hermano menor.

— Sherlock yo...

— Antes de que empieces a decir algo, pondré reglas y las vas a obedecer.

— Me parece justo.

— Uno: Me contarás toda la historia de Eurus y la niña, no omitirás ningún detalle —Mycroft afirmó suavemente—. Dos: Me dirás porque Samara Jones educó a nuestra sobrina, quiero saber ¿por qué, exclusivamente, ella? Tres: Una vez terminada la historia, iremos por ella, tú y yo.

— ¿Le piensas revelar la verdad a la niña? —preguntó un tanto preocupado.

— Somos sus tíos, ella es nuestra responsabilidad.

— Tú te has encargado de ella por más de un año y medio y...

— Y tú lo hiciste por nueve años —interrumpió.

— No evadas esa responsabilidad —mencionó John, y Mycroft movió sus ojos con él.

— Jamás la he evadido.

— Pues hoy parece que sí.

Mycroft negó levemente, mientras rodaba sus ojos, y se acomodó en la silla.

— Nunca lo he hecho, en ningún momento. Desde el momento que nació, me vi en la tarea de protegerla. Cómo lo he hecho contigo —dijo mirando a Sherlock— y con Eurus.

— Deja las cursilerías de lado y empieza hablar.

Mycroft suspiró.

— Como te dije, Eurus está recluida en la prisión de máxima seguridad Sherrinford, pero antes de que ella estuviera ahí, se encontraba en un sanatorio mental en Manchester. El tío Rudy fue quien sugirió ese lugar, para que padre y madre pudieran visitarla, y permaneció ahí su infancia, adolescencia y post-adultez; hasta que un día, provocó un incendio y el tío Rudy decidió llevársela a Sherrinford...

— ¿Y en que parte entra la niña? —interrumpió Sherlock.

— Eso... El tío Rudy y yo, manteníamos una vigilancia constante en Eurus. Sus actos, sus manías, su manera de manipular; todo lo teníamos calculado hasta que, un día, notamos una actividad que no coincidía con sus rutinas diarias. Se volvió más perezosa, comía mucho, y dejo de hablar por un tiempo; creímos que había enfermado. Preocupados por su salud, le hicimos un chequeo médico y el resultado fue que...

— Estaba embarazada —soltó John. Mycroft cabeceó angustiosamente.

— Correcto, Doctor. Eurus contaba con cinco meses de embarazo.

— ¿Cómo no lo notaron? —preguntó incrédulo Sherlock.

— Lo ocultó muy bien.

— ¿Y quién es el padre?

— Nunca no lo dijo —Sherlock arqueó una ceja, viéndose nada convencido—. De verdad, jamás no lo dijo. El tío Rudy y yo sospechamos de enfermeros del sanatorio, pacientes, incluso de los directivos pero no logramos confirmar nada. Mantuvo sus labios sellados durante todo su embarazo.

— ¿Jamás habló? —cuestionó preocupado John.

Mycroft negó.

— ¿Y dónde entra Samara?

— El caso de Rupert Casey, fueron de mis primeros casos fuertes en el gobierno. Como sabemos Rupert se suicidó y Samara fue la única que capturamos. Estábamos dispuestos a encarcelarla de por vida, pero su hermana, Sarah, logró sacarla bajo sus influencias quien era Sebastián Moran. Al final, salió. No había muchas pruebas en su contra. A fin de cuentas Rupert Casey fue quien se ató la bomba al pecho y le activo...

— ¿En dónde entra Samara Jones? —insistió entre dientes Sherlock, hastiado de escuchar lo que ya sabía.

— Ella entra en el hecho que, Samara y Eurus estuvieron embarazadas a la vez.

John dejó caer la pluma que llevaba entre sus manos. El sonido del objeto, tintineando en el suelo, hizo un eco profundo en el living room del 221B. Mycroft observó al Doctor Watson y Sherlock a su hermano.

— ¿A- a la vez? —interrogó John, aún espantado.

— Si, a la vez.

— ¿Y cómo o por qué?

— El cómo, todos lo sabemos. El porqué, por qué Samara se enamoró de la persona equivocada, se enamoró de Rupert Casey.

— Entonces si hubo un hijo de él.

— Así es. Samara Jones dio luz a una niña, el 28 de diciembre del 2003.

— Isabelle Elicia Jones —continuó Sherlock.

Mycroft afirmó.

— ¿Y dónde está esa niña?

— Ella murió a las pocas horas de nacida. Nació con una enfermedad, al parecer en el corazón.

— ¿Y la hija de Eurus?

— Ella nació el primero de enero del 2004 a las 4:37 AM. Pesó 3 kilos 300 gramos y contó con excelente salud —respondió, dejando escapar una leve sonrisa nostálgica.

— ¿Y por qué Eurus se embarazó?

— Al principio, no lo sabíamos. No comprendimos el porqué, pero nos dimos cuenta de la razón un mes de pues de que la bebé naciera.

« Eurus cumplía con sus obligaciones de madre; daba de comer a la bebé, le cambiaba sus pañales, le bañaba, todo como debía ser hasta que, un día, nos hablaron del psiquiátrico. Eurus intentó matar a su hija. »

John y Sherlock quedaron helados ante ello.

« El tío Rudy y yo fuimos tan pronto nos avisaron. Al llegar una de las enfermeras tenía consigo a la bebé, está bien, llorando pero estable. A Eurus la enredaron en una camisa de fuerza y la cerraron en confinamiento solitario. La enfermera nos dijo que intento ahogarla en la bañera y que Eurus decía que todo había fallado, todo había salido mal. Fui yo quien habló con ella. Cuando entre en la habitación, Eurus estaba arrinconada; y me miró con rabia, odio. »

« ¿Por qué lo hiciste? » cuestioné, casi horrorizado. Ella no me respondió. « Eurus, es tu hija. Tú la concebiste. ¿Cómo pudiste intentar algo así? »

Eurus me mostró una sonrisa dolorosa.

« Una vez te dije que no sentía dolor. Ahora lo sé... Solo quería deshacerme de eso. »

— ¡Dios mío! —clamó John.

Sherlock quedó inmóvil.

— Lo sé —continuó Mycroft.

« Quedé aterrado por su respuesta. En algún momento pensé que la maternidad la haría cambiar pero me equivoque, la hizo peor. Eurus se mantuvo en confinamiento solitario, mientras el tío Rudy y yo pensábamos que hacer. Recuerdo claramente a la nenita en su porta bebé, dormida plácidamente; ese momento, hice algo que jamás había hecho en mi vida, le agradecí a Dios porque siguiera con vida. »

« Tienes que hacer algo, Mycroft. » me dijo el Tío Rudy.

« ¿Hacer de qué? »

« Con esta bebé. Si sigue un momento más aquí, no vivirá.»

« La llevaré con padre y madre...»

« ¡No puedes hacer eso! » me gritó. Yo me estremecí. « Tus padres, inclusa Sherlock, deben seguir ignorantes de la existencia de esta niña. »

« Pero tío, es familia. Madre y padre estarán felices con su nieta.»

« ¿Y les dirás que es de Eurus? » Avergonzado agaché mi cabeza. « No puedes decirles eso. »

« Diré que es mía. Les diré que es mi hija. »

« ¡Te lo prohíbo! »

« Tío Rudy... »

« No voy a dejar que otro Holmes se arruine la vida. Tú eres próximo a convertirte en la mayor seguridad de Inglaterra. Y este bebé arruinara todo tu futuro. »

« Tío Rudy yo sé que... »

« ¡Sabes nada Mycroft! » gritó, golpeteando a la mesa y despertando a la bebé. « O buscas una solución o damos a este bebé en adopción. »

— ¿Cómo pudiste hacerle caso al Tío Rudy? —cuestionó Sherlock colérico.

— Tenía miedo. Por todos.

— ¿Y aquí entra Samara Jones?

— Así es Doctor.

« Engañamos a Eurus diciéndole que la niña no había sobrevivido, que había logrado su cometido. No pareció creernos pero dejamos todo al tiempo. Por días, estuve como loco pensando que podía hacer con la bebé. Quebré y quebré mi cabeza hasta que recordé a Samara Jones. Como sabes, la teníamos vigilada. Supe que había dado a luz y perdió a su bebé, así que, un día me armé de valor y fui a buscarle. Samara estaba viviendo en Belgravia junto a su hermana, Sarah; cuando me recibieron me miraron con asco y repulsión. Supongo que pensaban que las molestaría con algún caso de terrorismo, pero también se sorprendieron al verme con una bebé en brazos. »

« ¿Qué no ya quedó todo claro, Señor Holmes? » me cuestionó Sarah Jones.

« No vengo de mala fe, señorita Jones. Quisiera hablar con su hermana. »

« ¿Para qué? »

« Me gustaría hablarlo en privado. »

« Tenga lo que tenga que decir, es conmigo también. »

«Sarah » interrumpió. « Déjalo hablar. »

« Muchas gracias, señorita. » aclararé mi garganta. Y mirando fijamente a Samara le ofrecí a nuestra sobrina. Ambas Jones me miraron sorprendidas, horrorizadas por el hecho de dejarles a la bebé.

« ¿Por qué no quiere a su hija? » me interrogó Samara. Le dije que la bebé era mía y que la madre había muerto en el parto.

« No estoy listo para la paternidad. »

«Eso no es una excusa. »continuó Sarah. « Además no somosorfanato. »

« Me haré cargó de todos lo gasto que necesite, Samara. Medicinas, escuela, juguetes, ropa, todo.»

Samara se quedó pensativa y Sarah lo había notada. Se estaba tentando.

« ¡Ni se te ocurra! » le gritó.

« Sarah... »

« ¡No Samara! Es niña no va sustituir a Isabelle. »

« ¡No la estoy sustituyendo! »

« ¡Si, si lo estás haciendo! » Sarah paró y mordió su labio inferior. « Escúchame, si aceptas esto... Sera una completa locura. »

« Perdí a mi hija, Sarah. La vida me está dando otra oportunidad. » Soltó con lágrimas en sus ojos. « Señor Holmes, aceptó ser la madre de su hija. »

— ¿Y es por ello que ambas hermanas dejaron de hablarse? —cuestionó John.

— Exactamente Doctor.

— ¿Por qué la escogiste? —indagó Sherlock.

Mycroft volvió aclarar su garganta.

— Se lo que te dije alguna vez de ella, y como toda adolescente tuvo sus desenfrenos —Sherlock tragó difícilmente, al sentirse algo identificado con ello—. Samara, era una buena mujer. Si Rupert no hubiera hecho lo que hizo, los dos habrían sentado cabeza y ser una familia feliz, pero no paso. Y cuando Samara perdió a su hija, descubrí algo en ella, algo que rara vez veo en otro ser humano. Humanidad.

« Le entregue a mi sobrina. Sabía que no sería la última vez que la vería, pero sí que la tuviera en mis brazos. Ahí aseguré su destino. Falsifique la papelería, hice pasar a Isabelle como la hija fallecida de Eurus, y ella se convirtió en una Jones. Al final logramos que Eurus creyera que concluyó su misión pero, poco tiempo después, incendio el sanatorio de Manchester. El tío Rudy la hizo pasar por muerta ante nuestros padres; y la enviamos a Sherrinford. El tiempo siguió transcurriendo, ella empezó a crecer y a forjar la actitud de los Holmes. Definitivamente no podía negar su sangre. Siempre estuve al pendiente de las necesidades de mi sobrina, nunca les falto nada. Samara vivía tranquila, se convirtió en un ama de casa común en la localidad de Enfield. Hasta que un día, me buscó. Estaba alterada, nerviosa. »

« ¿Qué sucede señorita Jones? » pregunté preocupado.

« Lo saben. » soltó. « Saben que ella no es mi hija. »

« ¿Quién lo sabe? »

« Bell me dijo que su niñera, Naomi, le dijo que yo no era su mamá. »

Quedé petrificado. Nadie sabía lo que había hecho, solo el tío Rudy, Sarah Jones y nosotros dos.

« ¿Dónde puedo encontrar a esa señorita Naomi? » cuestioné, dispuesto a enfrentarme a dicha mujer.

« Vive a unas cuantas casa de aquí. Siempre cuida de Isabelle cuando trabajo de tarde. Pero últimamente ha actuado raro...»

« Una vez dicho donde vivía, me dispuse a buscarle, pero descubrir algo que me helo la sangre. La joven niñera Naomi tenía días, desaparecida. Lo único que recuerdo de ello, una vez logré calmar a Samara, fue a una mujer junto a un tipo regordete. Esa mujer se me hizo conocida, mas no supe de dónde. »

— Tiempo después, descubrí quien era ese regordete. Era a quien capturaron y le apodaron el cazador de Enfield.

— Si, lo recuerdo —dijo Sherlock—. Él me mencionó a una chica Naomi, y la mató.

— Así es. Y hubo alguien que se hizo pasar por esa chica.

— Eurus.

Mycroft ladeó levemente su cabeza.

« Me engañé, quise pensar que era otra persona. Aun así, le revelé la verdad a Samara, que la niña no era hija mía, sino de mi hermana. Y entonces llegamos a un acuerdo, mudarse a otra ciudad. Cada vez que Samara sospechaba que le vigilaban, me buscaba. Las movía a otro sitio, volvían a empezar de cero, y si Samara tenía sospechas, volvía hacerlo. Fue un ciclo sin fin, hasta que, logré establecerla en un distrito modesto en Londres, y le conseguí un trabajo como secretaria de Magnussen. Todo parecía marchar bien. Pero incluso yo mismo olvide con quien la había mandado. Para Magnussen, no fue difícil adivinar que la niña no era hija de Samara. Le había amenazado con revelar la verdad y ella, alterada me buscó para que afrontara a Magnussen.»

« ¿Viene amenazarme, señor Holmes? » me cuestionó. « Porque esa es una terrible idea. »

« Charles, solo vengo a pedirte que te alejes de la familia Jones. »

«¿Por qué? Me mandaste a una persona con un excelente historial. Tan único y a la vez predecible. Frágil ante cualquier dato. » 

« Solo te pido que te alejes. » Insistí furioso.

« Me pide imposibles, señor Holmes. Menos al saber que esa niña lleva su sangre. » Me quedé inmóvil y él me sonrió descaradamente. « ¿Sabía que hay alguien, además de Samara Jones, que le gusta llamarla borreguita? »

« ¿A quién se refiere, Charles? » cuestioné, sin poder ocultar mi terror.

«Usted lo sabe. Y ella detesta que su hija este con otra mujer. »

« Es imposible... »

«Para nada lo es. Me pidió que le dijera que está molesto con usted, por mentirle con respecto a su hija. » Tragué, y sentí como la saliva se atascaba en mi garganta. « Es probable que tome acciones por ello, pero eso ya es cosa de ella, ahora yo tengo algo muy bueno que compartir en mi tablón.»

Apreté el mango de mi paraguas y, con un inmenso coraje, mire a Magnussen.

« ¿Qué es lo que quiere? »

Él me sonrió sínicamente.

« Inmunidad. » confesó, « inmunidad ante el gobierno. Todo lo que yo diga o exponga no me afectara en ningún modo. »

« Me es imposible aceptar su oferta... »

« Entonces prepárese para mañana ver la noticia de la pequeña en primera plana. Estoy muy seguro que a su hermano, le vendrá como un balde de agua fría. »

Abrí mis ojos, se volvieron dos enormes esferas blancas.

« ¡No involucre a Sherlock en esto! »

« ¡Oh señor Holmes! » comenzó a reír « Sé que le ha mentido a su hermano, y no quiere que recuerde a su innombrable familiar, ¿verdad? »

Mi corazón latió a una velocidad increíble, casi inhumana.

«De acuerdo, Magnussen. Usted gana. »

— ¿Y por ello defendías a ese sujeto? —cuestionó increíble Sherlock.

— Lo hice por el bien de ambos.

— ¡Casi voy a la cárcel!

— ¡Pero tú no lo mataste! Fui yo el que lo hizo. Lo hice por protegerte a ti, a la niña e incluso a su esposa Doctor. Lo hice porque pensé que hacía lo correcto, pero sé que me equivoque. He cometido graves errores en mi vida, hermano; y estoy pagando muy caro por ellos.

Un abrupto silencio apareció. Ambos hermanos se miraban, uno le despedazaba con la mirada y el otro pedía misericordia. John suspiró angustioso, alzó un poco su cabeza y miró a los Holmes.

— Hiciste lo mejor que pudiste Mycroft —mencionó. Ambos le miraron—. Créeme. Si yo hubiera estado en tu lugar, hubiera hecho lo mismo.

El mayor de los Holmes ladeó su cabeza, agradeciendo sus palabras.

— Aun así, estuviste dejando que las mentiras crecieran —dijo Sherlock—. Pudiste desobedecer al tío Rudy, pudiste llevar a la niña a la casa, que se criará con nosotros; ser lo que realmente es, una Holmes.

— Tuve muchas alternativas Sherlock. Tal vez me fui por la tangente, sí, pero todos mis actos fueron de corazón.

— ¿Tú, tener un corazón? ¿El despiadado hombre de hielo?

— Sherlock —se interpuso John.

Mycroft alzó una de sus manos hacía el Doctor, y este guardó silencio.

— No puedo creer, que tú venias y me dijeras que no me encariñara con la niña, y ahora me digas que tus actos fueron hechos con amor.

— Quería protegerlos Sherlock, pero como te dije, jamás pensé que Eurus aparecería así como así.

— Que malos cálculos de tu parte...

— Hice lo mejor que pude. Ahora lo estoy pagando con esto.

— Y podrá ser peor, si no encontramos a los niños —dijo John.

En ese incomodo momento, el teléfono de Mycroft sonó y se percató que las grabaciones de seguridad, de las últimas veinticuatro horas, habían llegado.

John fue a recibirlos. Ambos hermanos quedaron solos. Ninguno de los dos se miraba. Sherlock colocó su vista a la chimenea, en donde el fuego bramaba delicadamente.

— ¿Entonces la idea de las USB fueron tuyas? —interrogó, de repente.

— Así es. Samara estaba entrando en una paranoia obsesiva, ella misma quería a buscarte. No te revelaría la verdad, pero quería que la ayudaras a saber quién podría matarle. Le sugerí que te hiciera unas USB, para que te interesaras en su caso.

— ¿No le dijiste que era Eurus, la que quería matarle?

— No. Le dije que la niña era de mi hermana, sí, pero le dije que había muerto en el parto.

Sherlock dejó escapar una risa irónica.

— ¿Te das cuenta que sacrificaste a una mujer inocente, solo por proteger a nuestra sobrina?

— Si me di cuenta Sherlock. En el momento que Samara murió.

— ¿Y ni un poco de vergüenza tienes?

— Todos los días. Pensé que te había buscado, hasta en algún momento creí que ya llevabas su caso pero, luego me enteré de su asesinato. Aterrado, alejé a todas las dependencias del caso y yo lo tomé. Me encargue de todos los servicios funerarios; me puse a buscar a nuestra sobrina, hasta que me enteré que la niña había llegado aquí.

— Y búscate la manera de alejarla de mí.

— No quería que te dieras cuenta de la verdad...

— ¿Y por cierto —mencionó mientras se acomodaba en la silla—, como contaminaste la prueba de ADN?

— No me fue complicado. Sabía que pedirías los restos de Casey, así que, antes de que exhumaras el cuerpo, extraje una pizca de sus huesos. Una porción muy diminuta. Una vez en Barts, cuando estábamos discutiendo sobre la llegada de Sarah Jones, aproveche tu flaqueó, te sostuve del pecho y en ese momento solté todo en tu evidencia. El resto ya lo sabes.

Sherlock le miró con una ceja arqueada.

— Interesante... ¿Si no hubieras contaminado la evidencia, crees que hubiera sospechado?

— Por supuesto.

— Eres un infeliz.

Mycroft sonrió tristemente. El silencio los volvió a cubrir y perdieron sus miradas en el leve fuego.

John llegó con el equipo y les apoyo para poder preparar todo y buscar en los vídeos. Y mientras él se entretenía con eso, Sherlock y Mycroft no movían ni un musculo.

— ¿Cuál es su verdadero nombre? —soltó Sherlock.

— Emma Enola Sophie Holmes.

Y el detective no pudo evitar una leve sonrisa.

— Igual que la abuela.

— Si... —suspiró Mycroft con una leve sonrisa— Es un hermoso nombre.

— Ella prefiere Bell.

— Lo sé.

— No creo que le guste que le llamemos de otra manera.

— Tendríamos que averiguarlo. Los tres nombres son hermosos.

Sus leves sonrisas se desvanecieron y el temor y el desánimo les invadió.

— ¡Los dos, vengan! —exclamó John, mientras alzaba la vista para verles.

— ¿Encontraste algo? —cuestionó ansioso Sherlock, mientras los ambos se alzaban de la silla.

— Si, alrededor de las siete de la noche. Están cerca de la estación del tren, ahí está Bell mirando a la cámara.

Sherlock prestó total atención. Miró como la niña sonreía, tan victoriosa; vio su reflejo en ella. Enola se parecía demasiado a él.

— ¿A dónde irían? —cuestionó Mycroft intrigado.

— Northampton —a voz baja, dijo Sherlock.

John y Mycroft le miraron sorprendidos. El detective ladeó un poco su cabeza, para volver en sí.

— ¿Estás seguro?

— Totalmente.

Y recordó aquel momento en donde la niña y él habían quebrado sus emociones. Donde ella le reclamaba si no le importaba el caso de su madre, mejor ni lo hubiera aceptado.

— ¡Pues vamos hacía Northampton!

John se alzó del lugar, tomó su abrigo, se lo puso y al momento de dirigirse a la puerta quedó sorprendido, al ver bajo el umbral, a una mujer que creía muerta.

— ¡Irene Adler! —exclamó.

Sherlock y Mycroft se pusieron alertas ante ello y veloces se dirigieron hacia ese lugar. La mujer se encontraba vestida en un cómodo pants y zapatos, un enorme abrigo de negro le cubría toda; su rostro iba cubierto con el menor maquillaje posible; lucía cansada.

— Buen día Doctor Watson —saludó con una enorme sonrisa.

John giró su cabeza hacía los Holmes luego retornó a Irene, y así se mantuvo hasta que paro y miró a Sherlock.

— ¡¿Cómo pudiste...?! —preguntó furioso.

— Puedo explicarlo, John.

— Me dijiste que había muerto.

— Pues no —respondió ella—. Sigo viva.

— Pero... ¿qué demonios...?

— Larga historia, Doctor —se interpuso Mycroft.

— ¡¿Tú también sabías que seguía viva?!

— Ayude con ello.

— ¡Maldita sea, Holmes! —gritó. Y pasaron unos momentos hasta que pudo calmarse—. Sabes Sherlock, últimamente nuestra amistad se basa en mentiras y engaños. ¿Algo más que deba saber?

El detective movió sus ojos de un lado a otro, pensando severamente.

— Utilice tú tarjeta de crédito para comprar un material forense. Pero eso fue hace más de un año.

— Vete al carajo.

— Lamento irrumpir la pelea marital, pero necesito hablar contigo Sherlock.

— ¿Qué sucede?

— Es sobre Isabelle —Los tres hombres quedaron estáticos ante ello—. Más bien sobre un compañero de la escuela de ella.

— ¿Compañero de escuela? —Cuestionó confuso John—. ¡Es más ¿cómo sabes de Isabelle?!

— Soy su profesora de escuela.

John se mostró confuso ante ello, analizó a Irene de pies a cabeza y creyó comprender su tan anticuada vestimenta.

— ¿Profesora de primaria?

— Si —dijo con una leve sonrisa.

— ¿Y qué les enseñas, educación sexual?

Irene no pudo evitar ocultar su maliciosa sonrisa, en cambio Sherlock rodó sus ojos y clamó por aquella estupidez.

— Les enseño trigonometría básica y literatura.

— ¡Vaya! No pensé que, más allá del oficio de dominatrix, pudieras enseñar del uno, dos, tres y el a, b, c.

— Giros que da la vida, Doctor.

— ¿Qué es lo que sucede Irene? —interrumpió Sherlock.

Irene se adentró al lugar y, bajo su brazo, llevaba una carpeta con varios papeles. Lo tomó y se lo extendió al detective.

— ¿Si recuerdas que te hable de un niño que seguía a Bell en el colegio?

— Si.

— Pues lo investigue. Su nombre es Eric Worth y vive en Northampton.

Los tres hombres abrieron sus ojos de par en par.

— Fue con ese niño —habló Mycroft.

— ¿Pero cómo o porque?

Sherlock ignoró las habladurías, abrió la carpeta y al ver la fotografía del pequeño quedo paralizado. Todos lo notaron. John se acercó a su amigo y al ver lo que él miró quedo igual de aterrado.

— ¡Dios mío!

— Es imposible...

— ¿Qué pasa? —interrogó el mayor de los Holmes.

— Ese niño... ese niño, debe estar muerto...

— ¿A qué se refieren? —cuestionó Irene.

— Este niño —habló difícilmente Sherlock—. Este niño se llama Eric Sebastian Moran.

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