SIA
Nunca pude imaginar que esa sería la última vez que vería el trineo de Santa Claus. Rafael se acercó a mí y me hizo un gesto para entrar. Una fina nevada caía en toda la ciudad, sonreí, era un lindo gesto por parte de Jack. Dejamos a los niños en la cama y fui a encender la chimenea, justo entonces llegaron mi tía y mis padres, con Rafael nos miramos y no pudimos evitar reír, si hubiesen llegado diez minutos antes estaríamos en grandes problemas. Me despedí de él casi media hora después, en realidad no quería que se vaya, menos aún sabiendo que en unas horas estaría camino a la universidad.
- Volveré a fin de mes - me dijo abrazándome - ¿Puedo creer que estarás bien?
Sonreí y me acerqué a él.
- Puedo cuidarme sola.
Nos despedimos, me quedé en la puerta hasta que él desapareció en la esquina y me fui a mi cuarto.
Seguí viendo a Jack hasta el final de ese invierno, pero en primavera mi vida comenzó a cambiar. A Tucker, a Daphne y a mí nos aceptaron en la universidad de Trevecca, en Nashville, así que ese era mi último año en Burguess. Desde entonces viviría en el Rancho Grey con ellos dos, en un momento existía la posibilidad de que Rafa también se nos una (él estudiaba en Trevecca), pero con mi relación floreciendo mi padre lo prohibió terminantemente.
Fue un año difícil, tenso, pero que tuvo sus cosas buenas. Tucker y Jesse se volvieron amigos por reunirse todas las noches unos minutos a escuchar el informe de la policía y aunque no lo crean, terminé volviéndome amiga de él, además resultó que también estudiaría en Trevecca, una locura. Nunca les dije a mis padres que había descubierto que era adoptada, no tenía la necesidad, sabía quién era y mi familia siempre serían los Slater y los Bennett, no me importaba nada más.
Mis años en la universidad fueron dementes, estresantes e incluso un poco irritantes, me decidí a seguir letras, como mi abuelo… creo que entenderán porqué. Tuve subidas, bajas, caídas, saltos al vacío, problemas, soluciones, peleas, desamores, reconciliaciones… bueno, creo que una vida bastante normal a fin de cuentas. Finalmente cuando recibí mi diploma me casé, tuve familia y me instale en la ciudad de Nashville donde abrí mi propia librería. En realidad siempre quise volver a Burguess, pero mi esposo consiguió un muy buen trabajo en la universidad como profesor de Filosofía, así que nos quedamos.
¿Lo que más extrañé? Definitivamente la nieve, mi familia venía a pasar las fiestas en el Rancho Grey, Tucker nunca dejó de ser mi mejor amigo, así que desde que dejé Burguess a los dieciocho años, no volví a ver nevar. ¿De los guardines? No supe nada hasta que nacieron mis niños, primero Audrey y después Nicolás. En cada Navidad dejaba además de la carta de los niños una mía bajo el árbol, preguntando a Norte por los demás; cuando comenzaron a caérseles los dientes, ponía una pequeña notita para Hada y la noche anterior a Pascua dejaba alguna carta escondida a Conejo entre los arbustos, todas desaparecían a la mañana siguiente. Siempre escribía dos hojas, una para los guardianes en general, otra para Jack, nunca las respondían, pero esperaba que las leyeran. Por las noches, antes de dormir veía la arena de Meme volar por la ciudad, me habría encantado volver a tocarla como cuando Jack me la mostró por primera vez. Todos los días me preguntaba si algún día volvería a verlo.
Esa noche estaba en el auto, yendo a casa de mis padres. Ese año habían decidido sorprendernos a todos y pasaríamos las fiestas en casa, además ellos ya estaba un poco mayores para viajar. Cuando paramos en mi vieja casa los niños salieron corriendo al grito de "¡NIEVE!" ellos nunca la habían visto, para ese entonces debían tener unos… cinco y siete años. Audrey era igual a su padre, el mismo pelo negro, los mismos ojos verdes… simplemente hermosa. Nico salió a mí, con el pelo zanahoria e incluso más pecoso, era adorable. Mientras ayudaba a entrar las cosas los niños se fueron a jugar, o al menos eso creía hasta que Audrey regresó corriendo conmigo.
- ¡MAMI! - gritaba - ¡ESTÁ AQUÍ, ESTÁ AQUÍ!
- ¿Quién cielo? - pregunté levantándola.
- ¡ES ÉL, TIENES QUE VERLO, VAMOS MAMI! - siguió ella gritando eufórica. Miré a mi esposo, él me hizo entender con la mirada que podía con lo que quedaba así que me fui con Audrey al patio trasero. Allí estaba Nico sentado en la nieve, una nevada había comenzado a caer. Volando sobre él había un chico de cabello blanco y piel pálida.
- Es él - me susurró Audrey emocionadísima mientras la levantaba, yo reí y entonces él me miró.
- No creo que funcione pequeña - le dijo - los adultos son tan aburridos que no pueden verme.
- Yo no soy ninguna aburrida, así que deja de decirle eso Frost - respondí. Pude ver cómo se sorprendía, claramente no me había reconocido. Nico se levantó y se puso a mi lado, entonces Jack voló hacia mí y me miró directo a los ojos.
- ¿Zanahoria?
- Hola Jack - dije sonriendo. Audrey brincaba en mi falda, estaba como loca.
- ¡Lo encontré! ¡Lo encontré! ¡Es Jack Frost! - gritaba, Nico a mi lado se mantenía en silencio, aunque miraba a Jack con fascinación.
- ¿Qué te pasó? - me preguntó él frunciendo el entrecejo, solté una risita.
- Crecí - él giró y quedó bocabajo, entonces me miro con seriedad.
- Cambiaste - sentenció.
- Todos cambiamos - le dije.
- Sia - llamó alguien, Audrey se bajó de mí corriendo y fue a la puerta del patio.
- ¡PAPI PAPI VEN! - gritó y sujetándolo por la campera arrastró a mi esposo al patio - ¡Es él, es Jack Frost! ¡Es el amigo de mami, y yo lo encontré!
Él lo miró y le sonrió, entonces cargó a Audrey en brazos y se giró hacia mí.
- Tu madre quiere que entres, dice que tiene que hablar contigo sobre la comida y el postre… algo sobre un pastel… no lo sé, no entendí muy bien.
Asentí y tomé a Nico en brazos.
- Dile que ya voy - él asintió y se fue con Audrey, mientras se alejaban podía escucharla preguntarle miles de cosas tales como "¿Pudiste verlo? ¿Viste como volaba? ¿Por qué no puedo volar? Y ¿Mañana jugará con nosotros?" entonces regresé mi mirada a Jack, él parecía algo receloso.
- ¿Tu y él…
- Nos casamos - le confirmé -, ellos son mis hijos y hace años que querían conocerte.
Él miró al pequeño, le regaló una de sus sonrisas más dulces y vi en sus ojos la alegría que tanto amaba de él. Sin embargo cuando volvió a mi parecía triste, no le gustaba el hecho de que hubiese cambiado tanto.
- ¿Por qué te fuiste?
- Tenía que estudiar, Jack, y después nuestros trabajos nos ataron a Nashville.
- ¡Sia! - volvieron a llamar desde la casa. Suspiré, en sus ojos vi que no quería que me fuera, pero ya era una adulta, tenía otras responsabilidades.
- Fue lindo verte - dije sonriendo -, nos vemos, Chico Helado.
Me acerqué y le dejé un beso en la mejilla, después me fui adentro con Nico mirando por sobre mi hombro.
Es interesante todo lo que uno puede recordar mientras ve el auto de su hija alejarse. Me quedé un momento más en la puerta viendo la calle, afuera nevaba y mientras le dedicaba una última mirada al cielo entré, la luna brillaba con fuerza esa noche.
Me así el chal y fui a la sala, Rafael ahogaba el fuego de la chimenea para ya irnos a dormir. Mientras lo veía pensé en lo que pronto sucedería, me apoyé un momento en el marco de la puerta, ya era tiempo. Nunca había hablado de eso con él, ni con nadie, fue el único secreto que mantuve para mí misma toda mi vida. Me acerqué y le tomé la mano, ya para este tiempo ni siquiera necesitaba decirle que teníamos que hablar, él me entendía a la perfección. Nos sentamos en el sillón y lentamente le conté todo, ¿Se enfadó? Si, un poco. Permití que hiciera su rabieta, que dijera todas las injurias que necesitaba, que grite que era una injusticia porque mientras más hablaba mas veía que las cosas escapaban a él, a mí, a todos, era inevitable, ya todo estaba dicho. Pocas veces lo había visto llorar, esa fue una. Me tomó de la mano como si así lo impidiese, me abrazó e incluso me preguntó si había forma de evitarlo, pero le negué. En todo ese tiempo me mantuve impasible, tranquila, tal vez derramé algunas lágrimas pero no perdí el control. Ya había tenido tiempo para reflexionar sobre eso, mucho tiempo, para entenderlo, aceptarlo, asumirlo.
Había sido una buena vida, 80 años, no estaba mal. Mis nietos ya eran grandes, o si no, muy pequeños, era un buen momento. Vi a mis hijos crecer, me casé con la persona que amo, conservé amigos de toda la vida… ya podía dar el siguiente paso.
Nos fuimos a dormir como siempre y esa misma noche de luna llena, el Hombre de la Luna reclamó lo que era suyo hacía 62 años.
FIN.
Segunda Temporada; '¿Vuelas Conmigo?'
Muchas gracias a todas esas personas que votaron y comentaron:) Fueron un gran apollo para que la novela sigua siendo publicada, ya que tenía la duda de si seguir o no.
¡Los veo en la otra temporada queridos lectores!