El hijo de la Bestia © [Tomo...

By Mikita19

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[No es una novela de fantasía] Sinopsis: Lara no predijo, mejor dicho, no logró huir del peligro que se atra... More

Página cero: importante
Sinopsis + prefacio
🥀"Ceguedad"🥀
🥀Capítulo I🥀
🥀Capítulo II🥀
🥀Capítulo III🥀
🥀Capítulo IV🥀
🥀Capítulo V🥀
🥀Capítulo VI🥀
🥀Capítulo VII🥀
⚔️"Ave enjaulada + Extra"⚔️
⚔️Capítulo VIII⚔️
⚔️Capítulo IX⚔️
⚔️Capítulo X⚔️
⚔️Capítulo XI⚔️
⚔️Capítulo XII⚔️
⚔️Capítulo XIV⚔️
Gasper
⚔️Capítulo XV⚔️
⚔️Capítulo XVI⚔️
⚔️Capítulo XVII⚔️
⚔️Capítulo XVIII⚔️
⚔️Capítulo XIX⚔️
⚔️Capítulo XX⚔️
⚔️Capítulo XXI⚔️
⚔️Capítulo XXII⚔️
⚔️Capítulo XXIII⚔️
⛤"Caballo de Troya"⛤
Introducción. Parte II
Prefacio

⚔️Capítulo XIII⚔️

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By Mikita19

LARA

Me aferro a Carrie con fuerza, temiendo y desconfiando que al soltarla ella desaparecería. Lo sé, es absurdo pensarlo de esta manera cuando sus lágrimas humedecen mi hombro, sus dedos se clavan en mi espalda y sus palabras llegan a mis oídos.

―En ningún momento perdí las esperanzas, sabía que nos volveríamos a ver. Oh Larita, te extrañé tanto.

Sonrío con lágrimas de conmoción empapándome el rostro.

―Yo también añoraba volver a verte. A ti y a...―desarmo nuestro abrazo de reencuentro para verla a los ojos. Sonrío porque así lo demanda mi paz interior y estiro los dedos en sus majillas para barrer el rastro de llanto. De la misma manera que hice antes de que Kevin y yo nos besáramos.

No puedo olvidarme de ese beso. Por más que después de aquello sus últimas palabras fueran: olvidémonos de esto. Y se retirara con la excusa de ir por Samuel. ¿Se habrá arrepentido? Pues yo no.

―Y...―incentiva Carrie, aguardando.

Parpadeo para despabilar los pensamientos ajenos a este reencuentro y vuelvo a curvar mi más sincera sonrisa. Hace cuánto no sonreía. Provoca que me duela la quijada, pero se siente tan bien.

―¿Mi mamá está aquí también?―como si mi pregunta fuera un llamado psíquico hacia la persona que estoy pensando, miro hacia las escaleras con la esperanza de verla bajar.

―Lara―susurra Carrie, presionando mi mano y con la cabeza gacha―. Sara...

―Agente Jackman―la voz potente y clara del comandante, nos alerta a ambas.

El sargento lo sigue y Sam ingresa con las manos en los bolsillos, semblante serio y actitud despreocupada.

Como si formáramos parte de la formación militar, Carrie y yo nos ponemos de pie. Llamando así la atención del rubio, el cual suaviza su expresión para nosotras y sombrea su típica sonrisa seductora.

Carrie tiembla. Carrie ya sintió el primer flechazo.

―Tú te quedarás con ese muchacho en el galpón de entrenamiento―le dice el coronel a Sam. Éste lo mira y asiente con la cabeza―. En la parte superior equipé una habitación para ambos.

―Entendido, será como usted diga, coronel―ese chico no sonó al Samuel que conozco. Este se parece más al antipático del sargento.

El coronel no dice más, voltea en nuestra dirección y saluda formalmente con un breve asentimiento.

―Señorita Lewis y señorita Tassone, ustedes compartirán habitación con la agente Gutiérrez y la señora de la Cruz. La soldado las guiará.

Tras decir eso último, Jimena desciende por las escaleras y nos hace una seña para que la sigamos.

―Por aquí muchachas, esta noche tendremos pijama party―bromea.

Pensé que la reacción del imponente coronel sería de desaprobación, contradictoriamente a eso, él estira una de sus comisuras y sacude la cabeza, causándole gracia la situación.

―Les aconsejo no estar en una misma habitación con la agente Gutiérrez y el agente Jackman. Hablan como loros.

―Con todo respeto coronel, ¿por qué me compara con un ave habladora?

―Yo soy un león―agrega Sam. Volviendo a ser el bromista que me agrada―. Además, la pelirroja tiene apariencia de ser más habladora que nosotros dos juntos―asimila, cruzándose de brazos y observando con expresión divertida a mi amiga.

―¿Yo?―Carrie se señala así misma, luciendo ofendida. Sam asiente seguro―. ¿Y qué sabrás tú, rubio oxigenado?

―Uhh, te la aplicó Sam.

―¿Por qué hablé?―se lamenta el coronel, desapareciendo por un pasillo.

El sargento se queda presenciando la escena con severidad.

―No soy oxigenado, soy rubio natural―se defiende Sam, deslizando una mano por su corto cabello dorado.

―Um, luce como si lo enjuagaras con lavandina―se une Jimena a la provocación.

―Yo diría que usa crema oxigenada.

―Eso no es bueno, Sam, si no usas uno concentrado de menos del 8%, te picará la cabeza y creerás que tienes piojos.

―Si algún día llegara a contagiarme de piojos sería por ti, eres la única de la unidad con cabello largo.

―Ya es suficiente―interrumpe el sargento, mirando detenidamente de uno a otro de sus compañeros, pero se detiene en Jimena―. Debería cortarse el cabello, agente Gutiérrez. Está a pocos centímetros de llegarle a la cintura.

Jimena frunce el ceño y aprieta los puños. La contrariedad de ambos es palpable. Aunque Balzaretti lo oculta muy bien tras su careta de imperturbabilidad.

―A ti eso no te interesa, id...

―Jimena―interrumpe Bruno, ingresando con Maricela a sus espaldas. Me preocupo al darme cuenta que Kevin no está con ellos―. Por favor, guía a Maricela, Lara y...

―Carrie, mucho gusto―oh, conozco esa mirada. A Carrie le interesó más Bruno. Lamento ser yo quien irrumpa en su breve ilusión enamoradiza cuando le comente que él está casado con una preciosa morena que sabe soltarse muy bien en el campo de batalla y es capaz de apuñalar en el cuello a alguien con el tacón de su bota.

―Igualmente, Carrie―sonríe y mi amiga parece que va a desmayarse. Vuelve la vista a su esposa y su semblante se pone rígido―. Entonces, ¿podrías...?

Jimena le sostiene la mirada seria hasta que se retracta y vuelve a sonreírnos a Carrie y a mí. Esa sonrisa es la más falsa que he visto hasta ahora. Está furiosa y resentida por algo.

No cuestiones. No critiques. ¡No te metas, Lara!

―Es por aquí. Síganme bellezas.

―¿Yo también me incluyo?―cuestiona Maricela con desconcierto.

Bruno ríe por lo bajo y se aparta para cederle el paso.

―Por supuesto, Maricela―parece sincero.

―Oh, qué caballero―susurra Carrie, babeando.

Ruedo los ojos, espero ser la última en notar la expresión boba de mi amiga.

Maricela es la primera en seguir a Jimena por las escaleras, Carrie está a punto de hacer lo mismo pero la detengo.

―Ve con ellas, subiré en un rato.

―¿Estás bien?

―Sí, solo espérame. Tengo que hablar con los agentes.

―De acuerdo, no tardes mucho―suspira, ahora luce más seria―. Tenemos mucho de qué hablar.

Trago saliva, cuestionándome si me siento capaz de recibir más información. Corrijo, si tengo el suficiente coraje como para absorber otra noticia de la que no estoy segura si sea buena, mala o terrible y no terminar cayendo en un profundo pozo depresivo. Últimamente, todas son pésimas noticias.

Asiento con la cabeza y ella se retira no sin antes darme un suave apretón en la mano. Volteo hacia Sam y lo detengo antes de que se retire. Bruno y el sargento siguen en el mismo lugar y seguramente me estén mirando en este instante.

―Quiero hablar con él, ¿dónde está?

Sam me mira a los ojos por unos segundos y después guía la mirada hacia una de las camionetas. Entonces es cuando lo encuentro, con la espalda apoyada en una de las puertas del vehículo y la cabeza gacha.

No lo pienso mucho y corro hacia él. Antes de alejarme, escucho a Bruno preguntarle a uno de sus compañeros:

―¿Es correcto apartarlo de la cabaña?

―Órdenes son órdenes.

Detengo mis pasos apresurados a unos centímetros de él y trazo el camino restante caminando.

―Ke...

―¿Qué piensas del destino? ―cuestiona con voz ronca, sin levantar la mirada.

Me detengo a unos centímetros de él, sin dejar de observarlo. Luce devastado, abatido y pensativo. Pero no percibo rastros de lágrimas o estragos de un llanto silencioso.

―Que es el lineamiento de nuestras vidas―no sé qué digo. Pero pienso en darle una respuesta para, al menos, escucharlo hablar. Temo que se pierda en el resentimiento y no vuelva a dirigirle la palabra a nadie más, jamás―. El recorrido que debemos seguir hasta el final de nuestros días. El que nos toca...

―Yo pienso que no existe. Que ha sido una palabra creada por la humanidad para justificar las malas acciones de las personas. Ahora dime, ¿crees en el infierno?

Muero por preguntarle qué ha pasado. ¿Por qué ese cambio repentino en su actitud y la forma poco amistosa con la que se presentó el coronel con él? ¿Acaso ya se conocían? Me parece prudente no formular estas preguntas―por el momento―, y decido seguirle la corriente.

―Bueno, si hay un cielo, supongo que también hay un infierno.

―¿No te has preguntado alguna vez por qué nadie menciona un término medio entre el cielo y el infierno?

―¿Con ese término medio te refieres a lo terrenal?

―Exacto. No sé mucho de religión, pero en muchas películas he escuchado mencionar que Dios creó el cielo y la tierra. ¿El infierno, dónde quedaría?

―¿Bajo tierra?

―El infierno―alza la mirada y me preocupo al ver sus ojos marrones hinchados y enrojecidos―, es esto. La humanidad sufre más sobre la tierra que en sus profundidades. Ni la persona más benevolente en la faz de la tierra es ausente de pecado. En el suelo que pisamos todos los días hay miseria, muertes, asesinatos, sufrimiento.

―No seas pesimista, ¿nunca has visto a otra persona siendo feliz, eufórica, orgullosa de sus logros y compartiéndolo con alguien más?―Lo pregunto de esa manera porque yo sí he visto a esas personas en el bar. Pero para mi asombro, él niega con la cabeza―. Bueno pero yo sí.

―No mientas.

―No lo hago.

―Lo dudas.

―Sí así lo supones, entonces dame más información para entender tu hipótesis personal.

―Nadie es libre de pecado, nadie piensa limpiamente. Además, ¿tú no fuiste una víctima más de la perversión humana? ¿Me dirás que toda tu vida, ante de toda esta porquería, siempre fue pertinente? ¿Jamás te has encerrado en tu habitación cuestionándote por qué nos pasan cosas que nos provocan dolor y tristeza? ¿Por qué, si sabemos que no hemos hecho nada malo, el destino nos castiga? No sé si existirá un cielo, pero ese lugar que somete a todas las almas al sufrimiento, está aquí. Bienvenida al infierno, Lara―extiende los brazos, indicando nuestro alrededor―. Bajo tierra solo hay algunos cuerpos enterrados.

Abro los ojos a más no poder. Sus palabras están tan cargadas de rencor, odio y rabia que no sé cómo contrarrestar su argumento cuando está tan crédulo de su ideología. No quiero que me vea como su enemiga, pero no termino de comprenderlo.

―Existen las almas completamente puras y las almas completamente malditas―prosigue, mirando los árboles―. Yo soy la combinación de ambas. A eso se refería Margaret al ver mi aura gris. Porque eso es lo que soy, un innecesario gris. Ni luz ni oscuridad, una sombra. No soy ni bueno ni malo. Estoy perdido en ese término medio.

―Tú no eres malo―río nerviosa―, ¿qué dices?

No me percato de su movimiento con anterioridad y su mano presiona mi muñeca, incentivándome a acercarme mientras él se adelanta hacía mí.

Tengo que alzar la vista para encontrar su mirada. Sus ojos han perdido brillo y reflejan lo opaco de la depresión.

―Kevin―susurro intranquila, estirando mi otra mano con intenciones de tocar su mejilla. Pero él la toma en el aire y baja ambas manos. Sus toques no son bruscos ni forzosos.

―No seas ingenua, Lara. Yo deseo venganza. ¿Entiendes? ―abro los ojos a más no poder, pero no retrocedo como las alertas en mi cabeza advierten―. Por lo que fue de ella, estoy dispuesto a cazar hasta el último depredador que deambula libremente por las calles y es parte de esa secta. Lo juro por mi vida―me suelta, dejándome perpleja y con miles de preguntas rondándome por la mente.

No sé qué decir. He perdido la noción y conocimiento de utilidad para formar palabras.

¿Por ella? ¿A quién se refiere?

Siento una molesta punzada de celos en el pecho y me siento patética porque algo me dice que estoy siendo ridícula.

―Gracias por ser tan dulce conmigo, Lara―no me agrada el tono de su voz―. Pero a partir de ahora prefiero que te mantengas distante. Haz de cuenta que no te importo, que no me conoces y que es mejor no acercarse. En lo posible, ódiame.

―¿Có-cómo puedes pedirle a alguien que te odie? ―encuentro mi voz y me planto frente a él. Kevin ni siquiera se molesta en mirarme a los ojos―. ¿Qué pasa contigo? ¿Por qué dices todas estas barbaridades? ¿Por qué...?

―Porque juré matar a todo aquel que se interponga en mi camino. Voy a ensuciar mis manos con sangre. Y no creo que quieras tener en tu vida a un amigo así. Olvida todo lo que hemos pasado.

Sus palabras, cargadas de frialdad, calan en el centro de mi pecho.

―Yo no podría odiarte, Kevin.

―Cuídate―remueve mi cabello cual cachorro antes de pasarme por al lado y alejarse.

Me tiemblan los labios y mis ojos pican, muerdo mi labio inferior para contener el llanto.

Ese no era Kevin. Más bien me hizo acordar a él y no me refiero a su progenitor, sino que... Encuentro cierto parecido entre él y el coronel. Es escalofriante si te pones a pensarlo cuando recién acabamos de conocerlo.

Me fijo en el camino arenoso, que hemos debimos recorrer todos dentro de las camionetas para llegar a este lugar aislado de la civilización y donde se puede percibir nada más que paz y tranquilidad. Aun así, siento la corazonada de que debo permanecer más alerta que nunca.

*****

Observo a Carrie terminar de atarse las agujetas y luego ponerse de pie. Entretanto yo seco mi cabello con una toalla.

―¿Te espero para que bajemos a cenar?

―¿A cenar?―cuestiono en automático, distraída en mis pensamientos.

Todavía no puedo dejar de pensar en la extraña conversación que tuve con Kevin hace varias horas atrás. Desde entonces no nos hemos vuelto a ver.

―Sí, mientras te bañabas Jimena vino a avisar que la cena está lista. ¿Vamos juntas o me adelanto?

Bajo la toalla y de pronto veo todo acuoso.

―¿Larita? Hey, ¿qué pasa?

Carrie no tarda en rodearme con sus brazos. Así siempre ha sido, cuando alguna de las dos da señales de tristeza o no se siente capaz de hablar, nos apoyamos mutuamente con un abrazo. De esta manera demostramos que estamos para acompañarnos, tanto en los momentos buenos y los no tan gratos.

―Si quieres me quedo contigo.

―No hace falta, estaré bien―doy unos pasos adelante y vuelvo a refregar la toalla contra mi cabello―. Es solo la tristeza de pensar en todo lo que he tenido que pasar para sobrevivir―en parte es cierto―, aún no me acostumbro a esto. ¿Sabes? Por un momento daba por hecho que moriría en esa mansión. Pensé que no habría esperanzas para mí hasta que...

El día que Kevin se lanzó al lago para impedir que muera ahogada. Si no fuera por él, los agentes no habrían llegado a tiempo y solo encontrarían mi cadáver. Si no hubiese sido por Kevin yo no estaría teniendo una segunda oportunidad en la vida.

¿Por qué de pronto impuso esta distancia? Pensé que éramos amigos. Además nos besamos. ¿Eso justifica algo? Pues no, pero... me angustia esto que siento. Quisiera verlo.

―¿Carrie, tú nunca te irías de mi lado? Es decir, somos amigas desde la primaria. Y ahora estás aquí, conmigo. Pero si yo aún no tengo permitido de volver a Canadá, por seguridad, y tú sientes la necesidad de estar con tus padres...

―Seguiré aquí hasta que llegue el día en que ambas volvamos a subir a un avión rumbo a Canadá. Tú vendrás conmigo. Eres parte de mi familia, Larita. Una hermana para mí, una segunda hija para mis padres―volteo sorprendida por sus palabras. Sintiendo agitación en el pecho―. Si estoy aquí es por ti. Para llevarte a casa. Seremos hermanas del alma por siempre. Lo prometimos una vez y hoy te lo repito. Nunca podrás deshacerte de mí―agrega con una sonrisa burlona. De igual manera sé que habla en serio―, porque yo te amo mucho. Larita.

Frunzo los labios haciendo un puchero, como cual niña pequeña.

―¿Siempre estarás ahí conmigo?―musito.

―En el día de tu boda―realiza un conteo alzando cada dedo―, cuando nazca tu primer hijo, que por cierto será mi ahijado―aclara―. Cuando lleguemos a viejas y nos brote el gusto por el bingo, siempre estaré ahí. Acompañándote.

No puedo evitarlo, me rompo en llanto y me acurruco contra su torso.

―Gracias.

―Nada de eso, somos familia. Ya te lo dije. Por cierto...

La suelto expectante y me limpio las lágrimas mientras espero a que prosiga. Carrie parece nerviosa y duda. La conozco, hay algo que está ocultando y no sabe cómo decírmelo.

―Lara, hay algo que tienes que saber.

―Mañana―la corto, sorprendiéndola―. Hoy no me siento con ganas de absorber una noticia más. De hecho, no tengo ganas de bajar a cenar. Lo único que deseo en este momento es descansar.

―Pero estás muy delgada. Más de lo que recuerdo, si quieres te subo la cena...

―No te preocupes―le regalo una sonrisa para despreocuparla―. Mañana bajemos juntas a desayunar. ¿De acuerdo?

La pelirroja hace una mueca, pero se resigna y asiente en acurdo. Acorta la distancia que nos separa y vuelve a abrazarme.

―Te extrañé. Y perdóname.

―No fue tu culpa. Las cosas pasaron, este es―el infierno. Recuerdo las palabras crudas de Kevin y me esfuerzo por olvidarlo―. No es la culpa de nadie, Carrie. Jamás sospechamos lo que pasaría.

―No quiero distraerte más. Hablamos después. Qué descanses.

Carrie trenzó mi cabello antes de besar mi frente y preguntarme una vez más si bajaría a cenar. Nuevamente rechacé la oferta y me recosté.

Pasaron varios minutos hasta que por fin logré dormirme. Para cuando volví a abrir los ojos, la cama junto a mí y las otras dos de la pared contraria, estaban ocupadas. Carrie, Maricela y Jimena están completamente dormidas. Reconozco los ronquidos de mi amiga, pero el de la otra persona no. Tampoco soy quien para juzgar.

Me tallo los ojos y relamo mis labios, están resecos. Anhelo tanto un vaso con agua.

Miro a un lado―gracias a la luminiscente luz nocturna que se filtra por la ventana―, y agarro el par de pantuflas que Jimena me entregó. A todas nos enseñó un armario con ropa, según ella es usada. Pero está tan bien cuidada que no hay nada que cuestionar.

El comando está haciendo tanto por todos nosotros.

―¿No puedes dormir?

Busco a la dueña de esa voz. Una lámpara es encendida y Maricela hace a un lado las mantas para luego sentarse sobre el colchón de su cama.

―Tengo sed―susurro.

―No bajaste a cena―ella ya está colocándose sus pantuflas, procede a hacer lo mismo con una bata y así levantarse―. Vamos, te prepararé algo.

―Yo solo tengo sed.

―Vamos.

No le temo a Maricela. Sé que si ella pretendiera hacerme algo malo, Jimena u alguno de los agentes ya estarían sobre ella. Sin embargo, ellos, al igual que Kevin y a mí, también la están protegiendo.

Asiento con la cabeza y ambas salimos de la habitación. El pasillo está a oscuras, pero Maricela saca una pequeña linterna para así iluminar el camino.

―Sam me la regaló―explica.

No digo nada y solo me dedico a seguirla.

Después de bajar el último escalón, ella avanza hacia la cocina y yo me quedo mirando el pasillo por donde vi al coronel dirigirse la última vez que lo vi el día anterior.

―Él no está ahí.

Ladeo la cabeza y busco entre tanta oscuridad a la mujer que me acompaña. Otra lámpara es encendida y me asusto, hasta saber que fue ella la que se encargó de iluminar más nuestro alrededor.

―Kevin―prosigue, obteniendo mi absoluta atención―, no está en la cabaña.

―¿Qué? ¿Por qué? ¿A dónde lo llevaron?

La sonrisa de Maricela me desconcierta. ¿De qué se ríe?

―Te preocupas demasiado por él. No me digas que te enamoraste.

―¿Qué? No. Nosotros solo somos...

―El coronel los envío, a Sam y a él, al galpón.

―¿Galpón?

―Sígueme―lo hago.

Llegamos a la cocina, lugar en el que ella se encarga de prender todas las luces, se dirige a una de las ventanas, mueve a un lado las cortinas y señala afuera.

Me precipito hacia ella y observo curiosa el exterior inundado en penumbras. En la lejanía se aprecia el brillo de calmas aguas de un ancho río. Inevitablemente, siento pánico pero los recuerdos tormentosos que llegan a mi cabeza pasan a segundo plano porque un poco más allá, cruzando un puente curvo, noto una construcción mucho más grande que la cabaña. En la altura, casi rosando el tejado, una luz traspasa el cristal de una ventanita.

―¿Por qué los enviaron ahí? ¿Acaso no hay más habitaciones en la cabaña?

―En el piso superior está el dormitorio que compartimos nosotras, otra puerta que supongo ahí duerme Bruno, porque lo vi entrar antes de que nos fuéramos a acostar con las demás, un balcón compartido y el baño. No sé cuánto espacio hay tras cruzar el pasillo junto a la sala de estar―suspira y suelta la cortina, cubriendo el paisaje nocturno―. No he visto a Kevin desde que llegamos.

―Maricela, ¿tú sabes qué pasa entre él y el coronel? Pues cuando llegamos, ese señor no...

―No me corresponde a mí contártelo―me corta, dirigiéndose a la lacena―. Cenamos sopa crema de zanahorias. El coronel dejó en claro que no se cocine de más, no debe sobrar comida que luego terminará desperdiciándose. Algo así explico―se encoge de hombros, indagando entre los nombres de unas latas―. ¿Qué tal arroz con arvejas?―propone.

Bufo, detesto que finja demencia.

―¿Es tan grave como para que yo me entere? Por favor no vuelvas a cambiarme de tema.

―Sí―responde tajante―. Pero ni a ti ni a mí, ni a nadie más que al coronel y a Kevin les incumbe. Entiendo, estás ansiosa por saber cómo ayudarlo, pero si Kevin decidió distanciarse, tendrás que respetarlo y aceptarlo. Él... necesita sobrellevar todo esto.

―Es terrible―deduzco.

―Muy.

―De pronto se me fueron hasta las ganas de beber agua.

―Oh, agua. Ya te sirvo.

―No es necesario, Maricela. No eres mi sirvienta.

―Lo sé, pero me preocupas, estás demasiado delgada y se te nota el constante cansancio en la cara.

Sin más, procede a ponerse en marcha con la cocina. Llena una olla con agua, la ubica sobre una de las hornallas y enciende el chispero. Voltea en mi dirección, apoyando las palmas sobre la mesada y recargando la espalda en el mismo borde.

―¿Qué edad tienes, Lara?

Es la primera vez que me llama por mi nombre.

―¿Los agentes o el sargento no te lo dijeron?

Maricela ríe por lo bajo. ¿Qué es lo gracioso?

―No me cuentan nada, solo hablan conmigo cuando necesitan sonsacarme la mayor información posible sobre la mansión.

―Discúlpame si sueno muy intrusa, ¿pero cómo es que llegaste a esa mansión? Tú no pareces ser como los demás empleados.

―No vale que respondas con otra pregunta.

―Veinte, cumplo años en febrero.

―Acuariana. Um, yo soy taurina. Tengo cincuenta y seis, por cierto.

―¿Responderás a mi anterior pregunta?

―Sí―suspira con cierta melancolía―. Cuando tus preguntas no se desvíen hacia Kevin, estoy dispuesta a responder cada una de ellas.

Aprieto los puños sobre mis muslos. No es justo. Estoy preocupada por Kevin, pero no me queda otra opción que esperar a verlo.

―De acuerdo. ¿De dónde eres? Tienes cierto acento latino. Jimena es de procedencia cubana, te he visto hablar con ella en español.

―¿Aún se nota mi acento? Vaya, creí que lo había perdido hace años―se aclara la garganta y se dirige hacia el refrigerador. Del interior extrae una botella con agua, luego va por un vaso y por último ubica ambas cosas frente a mí. Agradezco su atención y me sirvo―.Viví en Ecuador hace treinta años. Me mudé a Europa con la esperanza de iniciar una nueva vida. Lo típico de una latina pretendiendo vivir el sueño europeo.

―¿Por qué lo dices con tanto...?

―¿Resentimiento?

―Todos planeamos nuestras vidas―el brillo en su mirada se opaca y su expresión es de tristeza―. Somos seres humanos con sueños y metas, al menos la mayoría, todos tenemos elecciones y no está mal, siempre y cuando eso no incluya dañar a alguien más. «Hay que vivir la vida», dicen los optimistas. Sin embargo, mucha gente ignora que tras cruzar las puertas de su hogar hay una guerra contra el resentimiento, egoísmo y codicia humana que pocos logran atravesar y al final del día volver. Cada día es un campo de batalla, aunque no lo veas estamos luchando todo el tiempo, no solo por cumplir con nuestros deseos, sino que también por la retención de nuestro espíritu y libertad. Ahora el concepto cambia, no se trata de vivir día a día sino de sobrevivir.

Enderezo la espalda, me hago de una mínima idea de lo que Maricela intenta decir.

―Maricela tú...―sacudo la cabeza, ni siquiera puedo decirlo. Pero lo imagino. Pienso en las palabras adecuadas para expresarme y no sonar tan directa, por las dudas de estar equivocada―. ¿Cómo fue que terminaste siendo empleada de... ese señor?

―Mi sueño, Lara, era vivir una nueva vida en Inglaterra. Mi meta era ser actriz, pero para ello debía conseguir trabajo para subsistir. Tenía veinte años cuando me presenté a esa entrevista laboral que saboteó todos mis caminos y paralizó mi tiempo, dejándome varada en lo más aterrador de lo desconocido. Terminé parada como una trapecista sobre un hilo temblante de temores bajo la lujuriosa mirada de lobizones esperando ansiosos mi caída.

»Mejor voy al grano, no pretendo marearte. Pero por más que ahora me sienta segura y protegida por los agentes, fueron muchos años de agonía en los que fui sometida a la vergüenza y brutalidad―abro los ojos a más no poder, eso quiere decir...―. Sí, Lara, es como sospechas. A esa chica extranjera de veinte años, dispuesta a luchar por una vida mejor para sí misma, de la noche a la mañana le arrebataron la identidad, la dignidad y la sometieron a constantes abusos y maltratos físicos y psicológicos en un espantoso prostíbulo con una única posible salida: la muerte.

El vaso casi se me cae de las manos al comprender su relato. Por Dios.

―Maricela―se me agudiza la voz, me sorprende la serenidad con la que me mira―. No es necesario que sigas contando.

―Todavía no llego a la parte en la que llegué a la mansión Johnson―alega, como si no tuviera problema de narrar su espantoso pasado. A mí en particular, se me ha formado un nudo en el estómago con tan solo imaginarlo―. El proxeneta, encargado del prostíbulo, se llamaba Yann Ferreira. Al principio creí que se trataba del dueño. Hasta que conocí al real―sus ojos me observan preocupados.

Trago saliva y llego a una conclusión.

―Michael Johnson―completo, controlando la sacudida que sentí en el interior con tan solo mencionarlo. Maricela asiente con la cabeza.

―Uno de los prostíbulos pertenecientes a Johnson está en Londres. Otro, en el condado de Warwickshire. Este último sufrió un incendio, en realidad se dice que fue provocado. Me enteré por los agentes, lo llaman: «el incendio en las oficinas».

Hago una mueca pensativa, eso último me trajo recuerdos.

―Mencionándolo de ese modo, recuerdo que hubo una vez en el que... ese sujeto, se comportaba como loco por un supuesto incendio en las oficinas. Hasta viajó a New Jersey. No sé mucho, pero algo así he escuchado. ¿Crees que se trate de lo mismo?

―Supongo, los mafiosos son ingeniosos al comunicarse con palabras claves, códigos verbales o gestos. En ciertas situaciones, así se comunicaban Johnson con Héctor u otro empleado de su absoluta confianza.

Somos interrumpidas por la aceleración de vapor y montón de burbujas avivadas que provocan que la olla se sacuda. Maricela se encarga de sacar un tarro transparente, que desde mi lugar puedo ver los granos de arroz, y lanza dos puñados en el interior.

―Cielos, todo lo que me has contado es tan... fuerte―murmuro, mirando el vaso vacío en mi mano mientras que ella se encarga de revolver―. Una realidad que lamentablemente nosotras no fuimos las únicas en sufrirlo. Aunque tú lo palideciste durante mucho tiempo. No debería compararme contigo. Lo siento mucho, Maricela.

―No te adelantes niña. Yo no he sido una persona muy buena que digamos―da unos golpecitos al borde de la olla con la cuchara.

―¿Asesinaste alguna vez? ¿Colaboraste con el secuestro de otras personas? ¿Le ocasionaste un daño irreparable a alguien inocente?

Maricela me mira fijamente y con ojos lastimosos responde:

―Sí. Antes de que Johnson me llevara con él, asesiné a mi proxeneta. Fue... fue sin pretenderlo―se acerca, con las manos pegadas al pecho―. Él pretendía clavarme una jeringa, no podía ver el contenido porque el cilindro era de metal y entonces forcejeamos―vuelve a la cocina y agarra la cuchara, observando el objeto como si fuera el mismo de su relato―. Agarré la misma jeringa y se la clavé en el cuello―hace la mímica y me sobresalto en mi lugar―. No sabía qué era, hasta el momento en que su cuello comenzó a deshacerse. No sé cómo explicártelo―suelta la cuchara y mira hacia el agua hirviendo―, pero se formó un hueco, ese líquido estaba quemando su carne, sus huesos y su piel en cuestión de segundos.

―¿Ácido?―cuestiono sin tener mucha idea realmente. Maricela asiente con la cabeza―. ¿Por qué pretendía asesinarte?

―Porque ya no resultaba atractiva para los clientes. Pasó que―se endereza y lleva ambas manos a su cabeza. Poco a poco voy viendo como su cabello castaño va cediendo. Por último, abraza contra su pecho la peluca que durante todo este tiempo llevaba puesta. Abro los ojos de par en par. Todo su relato en general más este descubrimiento es impactante―. A los tres años de sobrevivir en ese prostíbulo, comencé a perder mechones y mechones de cabello que jamás volvieron a crecer. Mi bisabuela, luego la hermana de mi padre y ahora yo, sufrimos de alopecia androgénica. Lo nuestro es hereditario. Por eso supe de qué se trataba y que yo era la siguiente de la familia en palidecerlo.

»Perdí el 75% de mi cabello natural. Asesiné a Ferreira en defensa propia y desde la ignorancia de lo que contenía esa jeringa. Sus secuaces me molieron a golpes, Johnson apareció y les ordenó que me llevaran a la mansión. Ahí cumplí mi condena, por lo que le hice a Ferreira, una temporada encerrada en el sótano. Luego me encargaron las tareas domésticas. Pasaron los años y Johnson olvidó completamente lo sucedido. Él jamás intentó abusar de mí, simplemente me trató como si realmente fuera una mucama contratada, una de las que sabía todos sus secretos y que tenía prohibido cuestionar u objetar alguna tarea. Comenzó a confiarme tareas un poco más...

―Como enviarle comida a sus víctimas.

―Así es. Yo las acompañaba a vestirse, les llevaba de comer y las alistaba para el patrón―aparta la mirada―. No estoy orgullosa de mi cobardía, ¿pude haber hecho algo por esas muchachas? En ocasiones sí. Pero no lo hice por miedo. Hasta que llegó la penúltima, antes de ti, ella fue más... condescendiente conmigo. Una amiga, se podría decir.

―¿Tuviste una amiga en la mansión? ―inquirí con notable incredulidad.

¿En serio? ¿En esas penumbrosas y maquiavélicas acciones y condiciones?

―No es tan así―se coloca nuevamente la peluca, lava sus manos y decide proseguir con la cocina.

Me sirvo otro vaso con agua y me lo bebo con rapidez. En este momento necesito un trago fuerte y que de preferencia me ayude a perder la razón por un instante.

No sé qué sentir al respecto, algo de lástima como así también rencor.

No puedo ni tengo derecho de culpar a Maricela por ser una sobreviviente. Al final de cuentas, ella fue la que dejó para mí la llave de la puerta del sótano. Pretendió ayudarme, no funcionó, de todos modos más no podía hacer. Por mucho tiempo idealizó su libertad y ahora, se podría decir de cierta manera porque aún no puede ver a su familia, la consiguió.

―Gracias por confiar en mí y contarme parte de tu historia.

―Lo hice para que entiendas por qué decidí ayudarte aquel día. Aunque más no pude hacer―su voz se agudiza.

Sonrío sin ganas, observando su espalda.

―Volverás a Ecuador, Maricela, verás a toda tu familia, conocidos, amigos y toda esta pesadilla que viviste quedará enterrada en lo más profundo de tus recuerdos.

―Puede ser. Pero dentro de la pesadilla fue que la conocí a ella y no quiero olvidarla.

―¿Olvidarte de ella?―inquiero. Ella se encarga de colar el arroz, verter las arvejas, condimentarlo todo y emplatarlo.

Gira con el plato de comida humeante y lo ubica frente a mí. Se retira y vuelve con dos cucharas. Clava el utensilio en el centro, cargando una mezcla de arroz y arvejas que después se lleva a la boca.

―Para que no dudes de mí. No está envenenado pero está delicioso para ser un platillo tan simple.

Sonrío sin muchos ánimos realmente.

―Gracias por la comida y no, no dudo de ti―después de que vertió su confianza en mí, no creo que vuelva a dudar de ella―. Antes de comer―tengo un revoltijo inmenso en el estómago y necesito pensar en otra cosa para no rechazar el plato―, ¿podrías contarme un poco más sobre esa mujer de la que no te quieres olvidar?

―Oh, era mi patrona. Una persona muy hermosa, atenta y dulce. Tenía la misma expresión y color de ojos que Kevin. Él es muy parecido a ella, pero en una versión masculina.

―Sigo sin entender.

Maricela sacude la cabeza, sombreando una pequeña sonrisa.

―Hablo de la única persona que me trató como un ser humano después de muchísimo tiempo. Amelia.

―Amelia―repito en automático. Ese nombre se me hace conocido. ¿Dónde lo escuché antes?

―La mamá de Kevin―explica.

Bajo la mirada al plato con comida, sin realmente sentir apetito. Así que la mamá de Kevin se llamaba Amelia.

¿Habrá sido cómplice de Michael Johnson? No sé por qué, pero de pronto pensarlo me atrajo una sensación de melancolía, pena y tristeza. ¿Por qué quiero llorar?

―Maricela―susurro, la conmoción de toda esta conversación acaba de tocar una parte sensible en mí.

Maricela extiende sus brazos y sin decir nada, me estrecha contra su cuerpo en un reconfortante abrazo. Lloro sobre su hombro.

No puedo evitar tanta sensibilidad, quiero llorar de tristeza, impotencia y rabia.

*****

Carrie se sienta junto a mí sobre la misma roca.

Otra vez pienso en el nombre de esa mujer. Amelia, Amelia, Amelia. ¿Cuándo fue que lo escuché?

―Buen día chicas.

―Buen día Jimena.

―Hola―susurro distraída en mis pensamientos. Noto una presencia frente a mí y ya tengo los ojos de la única miembro mujer, del grupo comando, enfocados en los míos.

―¿Pasa algo?―cuestiona con curiosidad. Asiento y niego con la cabeza―. ¿Sí o no? ―se ríe de mi notable indecisión.

―Bueno, en realidad anoche tuve una larga conversación con Maricela que no me ha permitido descansar como esperaba.

―¿De qué hablaron?

―Sobre ella. Seguramente, los demás y tú sepan su historia.

Jimena chasquea la lengua y vuelve a enderezarse. Perdiendo la vista en lo que parece ser un circuito de entrenamiento, conformado por redes para trepar y otras para arrastrarse, muros para escalar, caminos de neumáticos de camiones y ruedas de tractores dispersos para no sé qué propósito; aros de acero sobre un gran charco de lodo, sogas, etc. Por la ropa deportiva que lleva puesta la agente y su cabello atado en dos trenzas, sin que ningún mechón se escape, Jimena aparenta estar lista para entrar en ese circuito.

―Será mejor que no indagues en la vida de los demás testigos, Lara―comenta Jimena, seria.

Carrie escucha en silencio.

―Maricela decidió contármelo―contesto, sin mirarla a la cara―. ¿Por qué me pides eso? ¿Acaso Maricela me mintió?

―Si Maricela te contó sobre cómo terminó siendo la esclava sexual de uno de los prostíbulos de Michael Johnson, previamente antes de convertirse en una de las mucamas en la mansión Johnson, ser la sirvienta de la mamá de Kevin y la niñera de él durante sus primeros años de vida, pues no. Ella no mintió.

―No sabía lo último. Solo me dijo que la mamá de Kevin se llamaba Amelia.

Jimena vuelve la vista hacia mí, clavándome la mirada como si hubiese dicho una mala palabra.

―No repitas ese nombre delante del coronel Ruiz ni de Kevin, mucho menos cuando ambos estén en el mismo lugar.

Estoy a punto de cuestionarle cuál es el motivo o razón que me lo impide, cuando un vago recuerdo llega a mi memoria.

―¿Ruiz? ¿Acaso usted conoce a...?

―¿Amelia Ruiz? ¿Cómo podría olvidarme de la niña que mi esposa trajo al mundo? Jamás dejé de pensar en esa pequeña, adolescente la última vez que la vi. Mi bebé, mi niña, mi hija.

Me trago las palabras que estaba a punto de soltar y tiemblo por lo que acabo de descubrir o al menos, suponer.

Ese fue el diálogo entre Maricela y el coronel el día que todos llegamos a la cabaña, dicho de otro modo, eso pasó hace un día.

No lo supe por nadie sino que acabo de unir hilos, desde la actitud de Kevin y la del coronel cuando se presentaron, el nombre dicho por Maricela y la reacción casi altanera e inquieta de Jimena porque nombré a esa misma mujer.

Amelia Ruiz es la misma persona de la que hablaba Maricela. Ella es la mamá de Kevin y la hija del coronel. ¿Cómo puede ser posible? ¿Acaso por esto fue la reacción de Kevin?

Kevin....

Reacciono luego de la conclusión a la que acabo de llegar, me pongo de pie y, ignorando los llamados de Jimena y Carrie a mis espaldas, corro a toda velocidad en dirección al galpón.

Termino de cruzar el río por medio del puente y Sam se asoma con una botella de agua en mano y una toalla blanca colgándole en el hombro. Él, al igual que Jimena, está preparado para comenzar con su entrenamiento.

Cuando se percata de mi presencia, alza la mano y sonríe para saludar, pero paso de él y me deslizo por el estrecho espacio que me concede la enorme puerta corrediza de metal.

Me encuentro en lo que parece ser un amplio y gran gimnasio con máquinas para hacer ejercicio, mancuernas desde menor a mayor peso, barras y variados discos de material macizo. En el centro hay un ring de lucha y del otro lado es que lo veo. Sus rodillas están enganchadas en una barra, su cabeza colgando y sus ojos enfocándome con sorpresa.

No pienso en qué palabras utilizar para explicar mi presencia, simplemente me dirijo hacia él y llego en el instante en que se sostiene de la barra para luego dar la vuelta y bajar de un salto.

―¿Qué te pasa? ¿Por qué entraste así?

Suena tan frío y lejano. Y ahora sé su razón repentina de ser. Su mirada triste, su deseo de ocultarse en las sombras, de no ser visto, su vergüenza, su desosiego. Su lucha interna.

Mis ojos se llenan de lágrimas al comprenderlo, al percibir la tristeza en esa mirada que delata la falta de descanso y paz mental.

―Kevin...

―¡Lara!

Kevin mira hacia la puerta después de escuchar a Carrie llamándome, Jimena y Sam tal vez estén con ella. No lo sé y no me fijo tampoco, porque ahora mi concentración está puesta en él. Entonces acorto la distancia que nos separa y lo envuelvo entre mis brazos. Su pecho mojado, por el sudor del ejercicio previo, se pega al mío y yo no me preocupo en nada más que en él. En esa alma que se ha condenado por sí sola a la soledad. No deseo eso para Kevin. Él no es una mala persona.

―No me pidas que me aleje porque no voy a hacerlo―planteo segura. Sé que me escucha porque su torso se ha puesto rígido―. No estás solo, me tienes a mí.

―Te pedí que...

―Y yo te estoy diciendo que no lo haré. Deja de condenarte, tú no eres él.

―No me estás escuchando...

―No, no quiero escucharte una vez más decirme que me aleje de ti. Porque no voy a hacerlo, tú fuiste quien me arrancó de las manos de ese ser innombrable. Tú...

Kevin me toma de los hombros y me separa de su pecho.

―¡Soy producto de una violación, maldita sea!―grita con ojos acuosos y furiosos, pero no conmigo, sino con lo que pasa por su cabeza―. ¡Yo ni siquiera debería existir y aquí estoy! ¡Yo existo y mi madre ya no! Por mi culpa―se quiebra.

Sacudo la cabeza y me coloco de puntitas de pie para atraer su cabeza a mi hombro.

―Tú no tienes la culpa de nacer, Kevin. No te condenes por eso, por favor.

―Déjame solo Lara, por favor―sus palabras se contradicen con sus brazos rodeándome y atrayéndome más contra él.

―Piénsalo de este modo, Kevin, tú naciste para estar en ese momento y salvarme. El destino tiene planeado para ti algo grande, por eso estás aquí. Permíteme acompañarte.

―Se puede saber, ¿por qué tanto alboroto?

Kevin me aprieta contra él un segundo antes de alzar la cabeza. Ambos miramos al coronel.

El abuelo de Kevin.

Ahora entiendo tanto parecido entre ambos. Kevin es la versión joven del coronel, con la diferencia de que él no tiene cabellos dorados y ojos azules. Tampoco los heredó de su progenitor. Tal vez sea por parte de su madre.

―¿Qué creen qué están haciendo? No están aquí para armar una novelita de romance adolescente. Están aquí porque ambos fueron testigos de un acontecimiento trágico que todos los días y a cada hora pasa en el mundo.

―Coronel―empieza Kevin, alejándose de mí―. Lo siento, fue mi culpa. Yo hice que Lara se preocupara por mí el día de ayer y por eso está aquí. Ni ella está enamorada de mí ni yo de ella, es solo...

―Amistad―completo.

Me duele el pecho.

―¿Amistad?―mofa el mandamás de la unidad―. Ni siquiera deberías tener a una rata de aliada, una abominación como tú, Kevin Johnson, no debería existir. Y entiendes perfectamente por qué lo planteo de ese modo.

Aprieto los puños, mi sangre arde cual lava avivada en cólera. ¿Cómo puede ser tan cruel?

―¿Quién se cree usted para opinar sobre si una persona debería o no existir? ―exclamo con la impotencia ardiéndome en las venas―. Ni usted ni ninguno de nosotros sabe qué pensaba Amelia antes de dar a luz a Kevin.

La mirada del coronel ensombrece, flamas de ira bailan en sus pupilas. Jimena y Sam corren hacia nosotros.

―Cuida tus palabras, muchacha. No hables ni menciones ese nombre cuando no tienes ni idea de lo que ha sucedido con ella.

―Tiene razón, no sé qué pasó. Pero aquí hay un único culpable y ese no es Kevin. ¿Por qué no va a la cárcel y se desquita con quién debería?

―Me encantaría, créeme que en este momento me estaría desquitando de todas las formas poco escrupulosas y aceptables para los supuestos derechos humanos que defienden, incluso, a criminales como esa rata. No obstante, él es astuto y siempre encuentra la forma para escabullirse y esconderse.

―¿A qué se refiere?

Creo que voy a ahogarme con mi propia respiración. Jimena y Sam ya están junto al coronel, la primera nos observa con preocupación mientras que el segundo parece estar arrepentido por algo.

―Noto por tu expresión que tu amiguito no te mencionó ese ínfimo e importantísimo detalle. Qué amistad poco fiable veo aquí.

―Nosotros le pedimos a Kevin que no lo hiciera―justifica Samuel.

El coronel estira una sonrisa sarcástica.

―En fin, agente Gutiérrez y agente Jackman, los quiero a ustedes y a Almonte en el circuito de entrenamiento en menos de cinco minutos. Supongo que ustedes dos―se refiere a Kevin y a mí―, tienen mucho de qué hablar.

―No, yo no tengo nada qué hablar con ella. Yo también tengo que entrenar.

―Sé que ese es el acuerdo al que hemos llegado, pero no será hoy. Primero arregla tus asuntos, necesito esa cabeza tuya sin distracciones. El sargento se encargará de ti luego. Los demás, vámonos.

Jimena duda si acercarse o no, opta por hacerlo pero en cuanto está a punto de tocarme, el coronel le advierte que se apresure.

―Lo siento Lara, no queríamos preocuparte.

No digo nada, solo la observo. Ella sacude la cabeza y susurra: perdón; antes de ir detrás de los demás. Carrie es arrastrada afuera por Jimena, dejándonos a Kevin y a mí a solas.

Me siento tan conmocionada por todo lo que acabo de escuchar que dudo en ser la que irrumpa tanto silencio.

―Tal y como dijo Jimena, no queríamos preocuparte.

―¿Eso era lo que dijiste que no podías decirme cuando estábamos en la clínica? ―recuerdo, con la mirada perdida en el ring de combate.

―Sí―resopla―. No pensé que te enterarías de esta manera. Discúlpame.

―Entiendo por qué lo hicieron. Pero quiero aclarar que no estoy echa de cristal, que me lo cuenten no iba a romperme. Admito que saber que ese sujeto sigue suelto haciendo solo Dios sabe qué, altera mis nervios. Más allá de eso, saberlo me hace estar alerta―enjuago las lágrimas de las que no me había dado cuenta antes―. Bueno, no te sigo reteniendo aquí. Debes ir a entrenar con los demás.

Decido retirarme, pero sus palabras me detienen por un instante.

―No dudo de tu fortaleza, Lara. Mantente así. Y... gracias por confiar en mí.

Asiento y sigo con mi camino.

Lo que restó de día permanecí acostada, temiéndole a mis pensamientos y a los recuerdos que no paraban de reproducirse una y otra vez en mi cabeza.

Cuando todos se fueron a dormir, bajé a cenar otro de los platillos de Maricela y a sostener una conversación a mena con ella.

―¿Estás segura de lo que dices?

―Sí―respondo, dejando de lado el plato con sopa de verduras. Noto en la mirada de Maricela cierta admiración―, estoy dispuesta a entrenar día y noche con tal de poder dar pelea y que así nunca más vuelvan a considerarme presa fácil.

No quiero seguir resguardándome detrás de nadie más, quiero acompañar a los más fuertes y no caminar a sus espaldas. Serles, de algún modo, de utilidad.

―¿Qué pretendes demostrar con todo esto?

―Madurez, fuerza y valentía.

―Eso se lo quieres demostrar más que nada a Kevin. ¿Por qué motivo? No me digas que te enamoraste de él.

Bajo la mirada al plato y paso saliva. Siento algo cálido en el pecho cada vez que escucho su nombre, mi corazón bombea como un lunático cuando está cerca, su voz es música para mis oídos y su tacto es como una caricia al alma.

Vuelvo a mirar a Maricela a los ojos, pero no respondo ni con palabras ni con gestos. Ella curva una sonrisa comprensiva.

No sé qué verdad responder, son muchos sentimientos enredándose en mi estómago: la necesidad de ver a mi madre y hermana, saber que ellas estén bien; que Carrie y yo volvamos a casa con nuestras respectivas familias; que atrapen a Johnson y lo encierren en una cárcel de máxima seguridad; que Kevin deje de sufrir.

¿Qué si siento algo por Kevin? No sé si sea el momento idóneo para darle un nombre a todo este revoltijo de sensaciones agradables y angustiosas a la vez. Lo único que doy fe y acepto, es que estoy dispuesta hacer todo lo posible para no ser una carga más ni para él ni para los agentes.

Sabré cómo defenderme sola y lucharé a su par.

****

Carrie tropieza y abro los ojos a más no poder, corría tan rápido que no hubo tiempo para detenerme y así ambas terminamos en el suelo, bañadas en lodo.

―Dolió―se queja la pelirroja―. No entiendo por qué yo también tengo que entrenar contigo, se supone que estoy aquí para darte apoyo emocional.

―¿Están bien?―cuestiona Bruno, estirando ambas manos para ayudarnos a cada una.

―Gracias―dice Carrie, con ojitos ilusionados.

Aún no le cuento a la pelirroja sobre el matrimonio muy estable que Bruno y Jimena tienen. Tampoco es que ambos demuestren su relación delante de todos como para notarlo. Son muy reservados, no mezclan lo profesional con lo personal.

―Gracias Bruno―digo, incorporándome.

―Dejaremos este entrenamiento para otro día.

―Qué pena.

Ruedo los ojos ante las falsas palabras de mi amiga. Apuesto que por dentro salta de felicidad.

―Vayan a darse una ducha―aconseja, cruzándose de brazos después de ayudarnos a levantarnos―. Por cierto, Lara, la detective Anders te espera adentro.

―Otra vez esa odiosa―bufa Jimena, apareciendo desde detrás de nosotras y apoyando un codo sobre el hombro de su esposo―. Mañana seré su instructora―sonríe orgullosa―. Practicaremos tiro.

―Paso―replica Carrie―. Jamás en mi vida he tocado un arma y esta no será la ocasión. Ahora, sí me disculpan, iré a darme una buena ducha.

La vemos marcharse y sacudirse el lodo de los brazos. Sonrío, está haciendo un enorme esfuerzo por mí.

―Yo sí estoy interesada―le respondo a Jimena, quien asiente sonriente.

―Genial, me gusta verte así.

―¿Así, cómo?

―De pie, perseverante, entusiasta y valiente―responde Bruno, estirando una media sonrisa―. Hablándonos a nosotros y no solo a tu amiga y a Maricela.

Es cierto, después de enterarme que ese sujeto sigue deambulando libremente por ahí, no he vuelto a mantener una larga conversación con ninguno de los agentes, tampoco he visto al coronel, al sargento ni a Kevin.

―Solo fueron tres días―me justifico.

―Tres largos días―bufa Jimena, fingiendo decepción―. En fin, ve a bañarte. La pesada, quiero decir, la detective Anders―corrige con falso disimulo, provocando que su esposo ría―, te espera en el despacho del coronel.

Accedo a volver a la cabaña.Solo una vez he visto a la detective Anders y sería muy pronto decir que esamujer me inspira confianza. 

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