El hijo de la Bestia © [Tomo...

By Mikita19

266K 16.2K 941

[No es una novela de fantasía] Sinopsis: Lara no predijo, mejor dicho, no logró huir del peligro que se atra... More

Página cero: importante
Sinopsis + prefacio
🥀"Ceguedad"🥀
🥀Capítulo I🥀
🥀Capítulo II🥀
🥀Capítulo III🥀
🥀Capítulo IV🥀
🥀Capítulo V🥀
🥀Capítulo VI🥀
⚔️"Ave enjaulada + Extra"⚔️
⚔️Capítulo VIII⚔️
⚔️Capítulo IX⚔️
⚔️Capítulo X⚔️
⚔️Capítulo XI⚔️
⚔️Capítulo XII⚔️
⚔️Capítulo XIII⚔️
⚔️Capítulo XIV⚔️
Gasper
⚔️Capítulo XV⚔️
⚔️Capítulo XVI⚔️
⚔️Capítulo XVII⚔️
⚔️Capítulo XVIII⚔️
⚔️Capítulo XIX⚔️
⚔️Capítulo XX⚔️
⚔️Capítulo XXI⚔️
⚔️Capítulo XXII⚔️
⚔️Capítulo XXIII⚔️
⛤"Caballo de Troya"⛤
Introducción. Parte II
Prefacio

🥀Capítulo VII🥀

6.5K 584 21
By Mikita19

―Te ves preciosa Keyla―halaga Jimena, sosteniendo con habilidad una bandeja con varias copas llenas de vino espumante.

―Um, gracias.

Realmente me siento muy incómoda y avergonzada por el vestido rojo que debo lucir durante la velada. Es atado al cuello y por lo mismo deja mi espalda al descubierto, con un profundo corte en v que se detiene al inicio de mis glúteos. Por ese motivo no estoy usando sujetador, temo que mis pechos se escapen por los costados. Es largo, pero con un insolente corte en la pierna derecha que se detiene a pocos centímetros de mi zona íntima.

Prácticamente, estoy desnuda, cubierta con una tela que no deja mucho a la imaginación. Desde que he bajado, varias miradas me persiguen. Entre lascivas, curiosas, encantadas y odiosas, esas son de alguna de las mujeres presentes.

Cuando lo vi entendí la doble intención de Michael. Recuerdo el resplandor lobuno en sus ojos verdes desde el instante que me vio descender por las escaleras.

Siento las náuseas llegar a mi boca. Mi labio palpita y eso es porque, como no tenía pensado asistir al evento y me negué a hacerlo, dos de sus matones me obligaron a vestirme a sacudidas. Pensaron en no dejar marca, pero uno de ellos no contó que al empujarme tropezaría con mis propios pies y mi boca conectaría contra la mesita de luz.

Fue desesperante y traumático tener que vestirme y bañarme delante de ellos. También había una mujer, ella me maquilló y peinó, procurando cubrir cada uno de los moretones que fácilmente se notaría con este vestido. Después se fue, en ningún momento dijo algo u opinó al respecto. Ella vio todo y no hizo nada para impedirlo. Si esa mujer fue testigo del maltrato al que fui sometida y ni siquiera se sorprendió, es porque así como ella hay más. Todos se conocen los trapos sucios. Una cena de gala a la que no ignoro que, posiblemente, en su mayoría estén presente mafiosos como Michael Johnson.

En este momento la estoy viendo conversar con un grupo de mujeres vestidas de etiqueta, elegantes y con brillos. Los hombres presentes lucen impecables trajes entre grises, azules y negros. Kevin es el único que ha optado por jean y camisa blanca. Aun así, no ha perdido formalidad. Ahora que lo pienso, intercambiamos miradas por un segundo y luego simplemente desapareció.

―Demasiada gente para una simple reunión―comenta Jimena. Sigue mi mirada y se enfoca en la misma mujer.

Bajo la vista a la copa en mi mano para no ser tan obvia y evitar sus posibles preguntas curiosas. Jimena vuelve a mirarme.

―¿Sabes de qué proyecto está hablando el jefe? Digo, según me ha comentado el baboso de Fausto, tal parece ser que el señor Johnson presentará un nuevo proyecto y espera que sus socios estén interesados en invertir en ello.

Mi respuesta es un desinteresado: "ni idea", y le doy un sorbo a mi copa. Me importa un carajo el maldito proyecto.

―Por eso―prosigue la muy cotilla de Jimena―, además de los accionistas, están los empleados y encargados de algunos hoteles.

Mira a su alrededor, comprueba algo que no sabría explicar en el momento hasta que le da un rápido sorbo a una copa, relame sus labios y vuelve a depositarla en la bandeja

―Este champagne es del bueno. En fin, debo volver al trabajo, cualquier cosa me buscas―sus ojos azules conectan con los míos y enarca una ceja―. ¿Qué ocurre? No has dicho nada o al menos reído de alguna de las estupideces que dije. ¿Te sientes bien?

―Sí, como siempre―dramatizo mi falsa calma con una sonrisa.

Jimena me observa con cautela, uno de los mozos le hace una seña y ella se disculpa antes de irse con él.

Resoplo. Son inmensas las intenciones que tengo de pararme en el centro del salón y pedir socorro con todas mis fuerzas. Pero hay una voz en mi cabeza que me aconseja no hacerlo, que tan solo pensarlo es considerado un acto suicida. Hay tanto miedo surcando en mi interior que no me atrevo. Quiero, deseo tanto gritarlo, pero no puedo.

No hay cámaras, nadie toma una sola fotografía. Hablan, se miran con discreción, pero nadie dura mucho tiempo mirándome. Es como si me tratara de un alma en pena vagando entre ellos. «Parece una mansión llena de fantasmas» Hay miradas vivaces, palabras competitivas, gestos llenos de hipocresía, seriedad, autosuficiencia... ¿Quiénes, en verdad, son estas personas?

―¿Desea una copa, señorita?

Volteo para negar la copa que alguien enseña delante de mí, pero termino sorprendiéndome al encontrarme con el repartidor rubio. Mi reacción es de estupefacción y a él parece divertirlo.

―T-tú―titubeo.

―Me llamo Samuel, pero prefiero que me llamen Sam―se inclina a mi oreja y susurra―: Procura estar cerca de la piscina antes de que suenen los fuegos artificiales. No lo olvides preciosa―besa mi mejilla y vuelve a su postura, sonriéndome como si nada―. ¿Una copa?―baja la bandeja frente a mí.

―Aquí estabas golondrina―parpadeo desconcertada al percatarme de la cercanía del anfitrión.

De repente, siento su brazo rodeando mi cintura, su toque es tosco y posesivo.

Obstruyo un jadeo lastimero cuando sus dedos se hincan con fuerza en mi estrecha cadera. No comer debilita mi fuerza, hasta podría decir que mis huesos pesan.

―Vuelve a tu trabajo―le ladra al muchacho de la sonrisa simpática.

El rubio asiente cortésmente, como si no le afectara en lo más mínimo el tono antipático y rudo de su empleador; gira sobre sus talones y se aleja.

―Ven conmigo.

No me da tiempo de objetar y solo me obliga a caminar a su par. Cruzamos el pasillo por el que recuerdo haber transcurrido para llegar a su despacho y de inmediato pienso que volverá a golpearme como en aquella vez. Descarto la idea cuando sigue avanzando hasta una puerta corrediza que conecta con el jardín. Eso no quiere decir que la ansiedad y el nerviosismo descendieron.

Hace frío y las luces del patio iluminan solo una cara del bosque.

La brisa gélida de la noche estremece mi piel expuesta y el repentino y estruendoso rugir del cielo provoca que me sobresalte. Levanto la vista, encontrándome con espesas nubes oscuras cubriendo el cielo en su totalidad.

Michael entierra sus uñas en mi muñeca y me recuerda su presencia, arrastrándome con él hacia uno de sus matones apoyado en un árbol. Héctor, no olvido ese nombre.

―Héctor, ya sabes qué hacer con ella.

―Entendido, señor.

Mis alarmas se activan y solo quiero soltarme. Me atrevo, incluso, a bofetear a Michael para que me libere de su agarre. Éste, no muy contento con mi imprudencia, enreda mi cabello entre sus dedos y lo sacude, arrancándome varios jadeos de dolor. Por último, me lanza a pocos centímetros de los zapatos de su cómplice.

―La maldita zorra cuchicheó con uno de los mozos, es el único rubio. Quiero que envíes a alguien para que lo siga, que por ningún motivo agarre su celular y, de ser necesario, enciérrenlo en el ático para que sus quejas no lleguen a oíos de los invitados. Cuidado, que sus compañeros no sospechen, oblíguenlo a que llame a uno de ellos y le diga que tuvo que irse por alguna emergencia. No lo sé, pero no lo dejen salir. Le sacaremos lo que esta estúpida fuera lo que le ha dicho.

―¡Yo no le dije nada! ―protesto desde el suelo.

Una patada en mis costillas me obliga a retorcerme de dolor y tragar mis propias palabras. Entierro las uñas en el césped, no puedo ni gritar del dolor que siento.

―No estás en condiciones de soltar ni una puta palabra―espeta el maldito de Michael y después se dirige a su empleado―: Llévala al sótano y vigílala. Luego me encargaré personalmente de ella. Aprenderá de una jodida vez a ser obediente.

―Kevin sospechará que no estoy―digo con voz lastimosa.

―Decidiste abandonarme por uno de mis invitados ricachones, dejándome con el corazón roto y decepcionado después de haberte tratado como una reina―simula falsa angustia y desesperación con su tonalidad―. Kevin lo creerá, al fin de cuentas para él no eres más que una ventajista. No vales nada, Lara Lewis. Aun así, sigues siendo de mi propiedad.

Escucharlo acabó con lo último que conservaba de esperanza. Héctor me toma de los brazos para obligarme a sostenerme sobre mis pies.

―Nos veremos cuando la fiesta termine, golondrina.

Bajo la mirada y solo me preocupo en sostener el golpe en mis costillas porque no lo tolero y me cuesta respirar de lo mucho que duele.

Héctor me arrastra sin piedad por el espeluznante y oscuro bosque. Él tira de mi muñeca, entre insultos y manotazos, trato de liberarme. Pero es inútil, tampoco es que los tacones que me obligaron a usar aporten mucho. El taco aguja se entierra en la tierra húmeda y eso parece irritar sobremanera a mi agresor. Tropiezo cayendo inevitablemente de rodillas, Héctor retrocede, se agacha a mi altura, me arranca un grito lacerante cuando presiona mis costillas; termina de alzarme y cargarme, como cual bolsa de papas, sobre el hombro y de esta manera retoma el mismo camino. Ignorando mis suplicas y lloriqueos.

Luego de un rato, se detiene abruptamente, agarra mi cintura y me lanza a un lado. Ruedo un poco sobre piedritas, tierra y ramas y me quejo de las nuevas heridas naciendo en mi cuerpo.

Aunque me duela todo el cuerpo, me esfuerzo por mantener los ojos abiertos y es así que lo descubro levantar la tapa que reconozco del sótano por el que escapé hace unas semanas. Entro en pánico. ¡Ahí no me vuelven a encerrar!

Le hago caso a mi conciencia aconsejando que me quite los zapatos mientras él sigue distraído. No hay una sola puta roca ni rama, lo suficientemente gruesa y dura, al alcance de mi mano y que pueda utilizar para defenderme.

Héctor se acerca con intenciones de meterme ahí dentro y tengo su rostro a centímetros de mi cuerpo, me siento en el suelo y con toda la fuerza extra aportada por la adrenalina, estampo ambos tacones contra su cabeza. Creo que uno de esos se incrustó en su oído, al menos eso escuché decir, tampoco pienso quedarme a averiguarlo. Me arrastro lejos y de rodillas por el suelo terroso hasta que logro estabilizarme un poco. Corro con la espalda encorvada lo que mis piernas y respiración aguantan.

Esquivo solo los árboles que puedo ver porque su tronco luce más oscuro que la misma noche. Pero a otros no llego a esquivarlos y por eso obtengo más raspones en los brazos. Me enderezo y me mentalizo a un animal salvaje persiguiéndome, es por eso que logro acelerar más el paso.

Sigo corriendo y termino sobre un puente de tablas. Alrededor el lago se mantiene intacto. Sudo tanto que el frío comienza a ceñirse en mi piel. A parte de que, sin duda alguna, el lago debe estar helado, yo no sé nadar.

Escucho la madera del puente crujir y, por el conteo mental que hago, deduzco que son pasos. Volteo asustada.

―Héctor, por favor déjame ir. Yo no te he hecho nada.

Retrocedo por inercia y doy una fugaz mirada hacia atrás. Estoy muy cerca del borde. No quiero caer.

―No lo tomes personal, muñeca. Esto es solo trabajo.

―Por favor―lloriqueo.

―Aunque, sí me has hecho algo. Mi oído sangra por tu causa―señala su oreja derecha, pero no veo sangre porque el cielo nublado y el que sea de noche no aporta mucho―. Tengo que cobrármelo y, no soy ciego, tú estás más buena que las otras. En fin, no creo que el jefe se moleste si juego contigo un rato. ¿No? De todos modos no dejas de ser una puta.

―¿Qué? ¡No, no, no lo hagas!

Héctor me ignora y me atrapa entre sus grandes y fornidos brazos. Intento quitármelo de encima pero mis intentos son vagos puesto a que su fuerza es mucho mayor que la mía. Sin mucho esfuerzo, me tumba sobre las tablas y se sube sobre mí. Mis muñecas son apresadas por una de sus manos; esquiva mis intentos de resistencia y ubica, violentamente, mis brazos arriba de mi cabeza.

Mientras su asquerosa lengua se desliza por mi cuello, su otra mano viaja por entre el medio de mis senos, se introduce dentro de la tela y pellizca uno de mis pezones.

―¡No, suéltame! ¡¡Suéltame!!

―Cállate.

Intenta besarme, entonces muevo mi cabeza de un lado a otro para evitarlo.

―Quédate quieta.

―¡No!―insisto y me resisto. Es desesperante no poder mover mis piernas porque su peso mantiene inmovilizados mis muslos. Solo puedo golpear mis talones contra la madera―. ¡¡No me toques, maldito hijo de puta!!

―Te has puesto ese vestido para provocar, ahora te aguantas.

Pellizca mi pezón con fuerza y grito de dolor. Él aprovecha para pegar su boca a la mía. Pero se aleja antes de que piense en morderlo, suelta mi seno y procede a tomar una de mis manos, la baja a la bragueta cerrada de sus pantalones y me obliga a deslizar mi palma sobre su miembro duro.

Cierro los ojos con fuerza, asqueada, perturba y llena de miedo.

―¡No, no quiero! ¡Basta!

Héctor se ríe, vuelve a dejar mi brazo sobre mi cabeza y cuando lo veo bajarse la cremallera de sus pantalones, aprieto los parpados con fuerza. No, Dios mío, que no lo haga. De pronto, dejo de sentir su peso apretándome y reteniéndome. Mis manos están libres y mis muslos también.

No salgo de mi aturdimiento hasta que escucho forcejeos, golpes; incluso alguien cae junto a mí y golpea mi hombro. Pero después lo escucho levantarse.

Al abrir los ojos, me encuentro con solo un par de sombras movilizándose y en posición de ataque. Puñetazos van y vienen, uno redujo al otro con una toma rápida de su cabeza, pero el otro logra desengancharse con un codazo que le proporciona a su contrincante en el estómago. Reconozco el enorme cuerpo de Héctor, él fue el que ahora está quejándose por el golpe obtenido en el abdomen, pero al otro no logro verlo con claridad.

No puedo contener las lágrimas de desesperación, me limpio las mejillas y poco a poco voy incorporándome. Una vez logro estar nuevamente de pie, un cuerpo impacta contra el mío y me empuja al agua. Caí sola, el causante no se hundió conmigo.

Estiro los brazos para alcanzar la superficie, pero mis movimientos son inútiles.

No sé nadar.

Jamás aprendí a nadar.

Nadie se preocupó en enseñarme a nadar.

De grande, no tuve interés en aprender a nadar.

Ahora por eso, me estoy hundiendo.

No sé qué hacer.

Voy a morir.

Muevo los brazos, desesperada por agarrarme de algo. Grito y eso solo empeora la situación, porque trago varios litros de agua.

Recuerdos de alegría, en los que más he reído en mi vida, en los que fui una Lara feliz, vuelven a mi memoria. Y en ellos están mamá, mi hermanita Naomi y mi mejor amiga, Carrie. Acepto mi destino, dejo de luchar inútilmente y, solo con esas imágenes proyectándose en mi cabeza, permito ser arrastrada a lo profundo.

El agua se lleva mis lágrimas como también mi oxígeno. No lo soporto y vuelvo a abrir la boca, desesperada por un poco de aire. ¡Qué muerte tan desesperante!

Abro los ojos, aparece el sol, cierro los ojos, solo hay oscuridad; abro los ojos y hay alguien extendiendo su mano frente a mí; cierro los ojos, otra vez oscuridad; abro los ojos y alguien se acerca nadando a mí; cierro los ojos, nada.

Como cual planta que intentan arrancar, sus raíces se resisten a desprenderse totalmente de la tierra que las mantiene con vida. Y eso es lo que pareciera que están haciendo con mi alma en este momento. Algo la retiene y no le permite desprenderse de mi cuerpo.

Siento un par de manos haciendo presión en mi pecho, escucho ruidos extraños y en mi garganta se acumula algo que no me permite respirar. Aparto a alguien y me inclino a un lado para expulsarlo todo. Escupo agua y comienzo a toser.

Inflo el pecho y después, a causa de la desesperación por recuperar algo tan vital como la respiración, lo contraigo, escupiendo así todo ese líquido acumulado en mi zona torácica.

Vuelvo a sentir frío, a escuchar los truenos y a sentir la tormentosa necesidad de restaurar y regular mi sistema respiratorio.

Vomito algo baboso y transparente―flemas―, toso con fuerza y me arden los pulmones mientras que estos desesperadamente retoman su función.

Mi corazón vuelve a latir.

―Eso es, tu puedes, respira, Lara, respira.

Estoy tan desesperada por recuperar el aire, que no me preocupo en mirar a esa persona.

Él arrastra sus rodillas y se planta frente a mí.

Con mucho esfuerzo―porque pareciera que acabo de recorrer, unas cinco veces seguidas, las ruinas de Machu Picchu―, alzo la vista y me cuesta un poco reconocerlo.

Ahora no hay sol, como denotaba la alucinación dentro del agua, y el cielo se pierde en penumbras; sin embargo, reconozco esos ojos marrones.

―Kevin...―digo agitada.

Estoy desconcertada, pero no lo demuestro porque mi pecho sube y baja de agitación.

―Me alegro que sigas aquí―me abraza por breves segundos, luego me toma de los hombros y su rostro expresa arrepentimiento―. Lo siento tanto, Lara.

―Keyla... y-yo soy...

―No―me detiene, su mano se planta en mi mejilla con cuidado y no lo aparto porque me está costando acreditar credibilidad a esto que está pasando―. Tú no eres Keyla, eres Lara Lewis.

Articulo un par de palabras inentendibles y no sé qué pasa conmigo, pero de pronto todo es más oscuro y silencioso.

―No puede ser, Lara, ¡Lara!

No me llames así, él me golpeará si se entera que sabes quién soy. ¿Kevin sabe quién soy? ¿Cómo?

Trato de mantenerme despierta pero no sé si ya estoy soñando. Todo es tan confuso, dudoso y oscuro.

Zumbidos en mi conciencia me traen devuelta. Vuelvo a sentir mis extremidades, picor y frio en las piernas. Percibo unos brazos alrededor del cuerpo y algo presionando mi torso. El dolor en mis costillas me obliga a despertar.

Los sombríos árboles pasan por mi lado. Creo ver una sombra siguiéndonos. Veo una espalda y sé que alguien me carga sobre su hombro.

Me sacudo alterada.

―No, suéltame Héctor. ¡Suéltame! ―golpeo su espalda y él se detiene.

Me toma con cuidado y coloca mi espalda sobre el tronco de un árbol. Su mano va directo a mi boca para cubrirla.

―No soy Héctor, tranquilízate―. ¿Kevin? ¿Lo que sucedió con él llamándome por mi nombre y practicándome reanimación cardiopulmonar, no fue un sueño? ―. Por favor no grites, Héctor nos persigue.

Abro los ojos de par en par y oigo las pisadas de alguien más por el bosque.

―Te desmayaste y Héctor estaba recuperándose. Antes de eso, logré dejarlo inconsciente en el puente y después me lancé al lago por ti.

¿Él era quien luchaba con Héctor? ¿Qué tanto de las imágenes que pasan por mi mente son ciertas? El dolor en mis costillas, los ardientes raspones en mi espalda, brazos y piernas, el que mi cabello y vestido estén empapados y que mis pulmones sigan esforzándose por respirar; las materializan como muy reales.

―Kevin...

―Shh.

Kevin se pega a mí y solo así me doy cuenta que su camisa está mojada. Gotas frías se desprenden de su cabello y caen por mi escote.

Kevin me sacó del lago. El hijo de Michael Johnson acaba de traerme devuelta a la vida. Muy contrario a lo que su progenitor pretende.

Estoy tan confundida, cansada y muerta de frío, que me cuesta pensar y creer. De todos modos no esperaba nada de esto.

Escuchamos los pasos alejándose. Kevin suspira con alivio.

―Estamos a pocos metros de la mansión―musita Kevin, manteniéndose atento―. Cuando lleguemos...

―No me digas que piensas llevarme devuelta ahí―él me mira―. No, Kevin. Por favor no me entregues a tu padre, te suplico que no.

―No voy a entregarte, lo prometo.

Niego con desconfianza.

―¿Por qué me fiaría de ti? Eres su hijo.

Hago una inevitable mueca de dolor y el frío en mi cuerpo solo empeora mi estado. Me duele todo el cuerpo y no sé hasta dónde lograré llegar.

―Porque acabo de salvarte la vida. Héctor sabe que fui yo, peleé con él para evitar que...

―Me viole―me tiembla la voz.

―Voy a sacarte de aquí. Lo prometo.

―No sé...

Ruidos cercanos me obligan a callar. Kevin vuelve a pegarse a mí y yo solo hago un puño con su camisa. Tengo miedo.

Hojas secas y demás ramas en el suelo crujen a causa de unas pisadas. El sonido advierte, para nosotros, qué tan cerca está esa persona.

La melodía de un celular me hace sobresaltar y Kevin me susurra al oído que me calme.

Escondo mi rostro en su pecho y suplico a quien sea que escuche mis plegarias y esté detrás de eso a lo que los mortales llamamos destino, que deje de ser tan cruel conmigo.

―Señor, lamento informarle que... ¿Cómo dice?―reconozco la voz grave y carente de emociones de Héctor. Aparentemente está hablando por celular―. Voy de inmediato.

Miro a Kevin, está atento a esa conversación.

El ruido de hojas y ramitas quebrándose rotularon el camino que nuestro cazador emprende en sentido contrario.

―Ya no podemos volver a la mansión ¿entiendes?―susurro fuera de peligro, con gesto suplicante.

Kevin se aleja, parándose justo bajo un ovalo formado por la distancia de las cúspides de algunos árboles y en el que la luna nos comparte un poco de su luminosidad nocturna. Algunas nubes se han desprendido entre sí y Thor ha dejado de sacudir su martillo.

Oh, qué poético.

Mi rescatador parece pensativo y, a su vez, desesperado.

―Lo sé, maldita sea, lo sé.

―¿Entonces?―no pude evitar preguntar.

«Procura estar cerca de la piscina antes de que suenen los fuegos artificiales» convenientemente las palabras del tal Sam vuelven a mi memoria.

―La piscina―digo sin mucho más que pensar―. Debemos esperar cerca de la piscina.

―¿La piscina?―cuestiona incrédulo.

―Sí, la piscina.

Camino a trompicones y pienso en adelantarme, pero Kevin me detiene con un llamado que me deja picando.

―Espera Lara.

―¿Tú... cómo es que sabes mi nombre?

La parte negativa de mí y que me hace dudar de absolutamente todo lo que no tenga razón ni sentido, activa mis alarmas. Mi instinto de supervivencia está alerta y estiro una mano para exigirle que retroceda.

―Si no me respondes yo...―Diablos, ¿qué puedo hacer? ―. ¿Cómo sabes mi nombre?

―Internet―responde con simpleza, pero manteniendo seriedad―. Me pareció bastante sospechosa la forma en que te presentaste con el tal Bruno y tus constantes reacciones entre perseguida, angustiada, desconfiada, distante; como otras actitudes inseguras tuyas, son las que, de algún modo, me incitaron a investigar sobre ti.

»Tu equivocación al decir tu nombre real me fue de bastante ayuda para encontrar lo necesario―respira hondo y decide sentarse sobre las raíces gruesas y sobresalientes de un gigantesco árbol. Me abrazo a mí misma, tiritando, pero interesada en sus palabras―. El buscador no reconoció a Keyla Lewis, pero sí a tu supuesta madre. Dijiste que se llamaba Lara, la adjunté con el mismo apellido y... apareciste tú. Según las noticias de Canadá... por cierto, ¿eres canadiense? ―asiento con la cabeza―. Cielos, no sé si estoy listo para averiguar cómo fue que llegaste aquí.

―No fue por mi voluntad, eso te lo aseguro. Ahora, prosigue.

Kevin se rasca la nuca y retoma las palabras con nerviosismo.

―Eh sí. Te están buscando, Lara. Algunos te dan por muerta, otros dieron su teoría de que aparentemente te fuiste con algún novio y, por último, unos periodistas comentaron que, tanto tú como tu familia, simplemente se fueron sin avisar. Eso fue lo último, no hay más.

―Nada de eso pasó―explico, confundida por todo lo que acabo de escuchar―. No dudo que quien está buscándome sea mi madre.

―O tu hermana.

Lo miro confusa. Naomi tiene dos años, dudo que ella se haya dado cuenta de mi falta en casa. No le doy este dato porque sigo desconfiando.

―¿Por qué lo dices?

―Porque hay una pelirroja, a la que por cierto están tratando de loca o, según algunos comentarios que he leído al pie de las noticias, sospechan que ella pudo haberte hecho algo por celos y solo trata de cubrir su crimen fingiendo preocupación―rueda los ojos―. Sin embargo, hay otra parte de la población que espera encontrarte. A eso le llamo empatía.

De todo lo que dijo, solo una parte reanima mis esperanzas, esa pelirroja no puede tratarse de nada más ni nada menos que de Carrie.

―Escucha, Lara, no voy a obligarte a seguirme. Pero sí puedo prometer sacarte de la mansión. Siempre y cuando confíes en mí.

Kevin extiende su mano y aguarda. Lo miro con duda, esa información que acaba de darme no es suficiente razón para confiar. Aunque él me salvó la vida y las opciones no son muchas. ¡Diablos!

―Camina delante de mí―es todo lo que digo.

Kevin asiente y se adelante, siendo el guía.

Me abrazo a mí misma y lo sigo. Anhelo un poco de calor, de hecho, durante toda esa conversación mis palabras han salido con sacudidas. Me sorprende que él me haya entendido. Necesito urgente aumentar la temperatura de mi cuerpo y mantenerme despierta. Siento que en cualquier momento no voy a poder con mi peso y simplemente terminaré tumbada en el suelo.

―No soy como él, Lara―dice Kevin, sin detener sus pasos―. Yo no...

Lo silencian repentinos estruendos. La adrenalina aumenta y solo por eso me siento más enérgica. Quiero correr, ese ruido no provino del cielo.

―Eso no son truenos―reconoce Kevin.

Una avalancha de disparos se escucha en la lejanía. Kevin comienza a correr y yo creo que lo sigo porque estoy tan conmocionada que no quiero quedarme sola y morir congelada en este bosque sombrío.

Nos detenemos cerca de unas masetas, él se agacha y me toma del brazo para que haga lo mismo.

Ventanas destrozándose, gritos, disparos y vehículos alejándose a toda velocidad, son parte del escándalo que, por más que esté cubriéndome los oídos, el ruido atraviesa mis tímpanos.

Kevin me cubre con su cuerpo y permanecemos así hasta que los ruidos se detienen. Él me toma de la mano y tira para incentivarme a parar. Me zafo de su agarre, vuelvo a apretar mis orejas y niego frenéticamente con la cabeza. ¿Por qué esos ruidos? ¿Por qué otra vez ese letal sonido?

Estoy siendo arrastrada por mi mente y empujada dentro de un cofre con recuerdos tortuosos. Veo a Diego siendo atravesado por una bala en el pecho, a Gastón obligado a callar de un disparo y luego está el mayordomo y la mucama muda.

―Sangre, hay mucha sangre manchando mis manos.

―¿Qué dices? Lara no te entiendo.

―¡Qué pare!

Quiero que termine este tormento. Esos funestos recuerdos, los disparos, las amenazas, el temor.

―¿A dónde vas? Harás que nos descubran.

―¡NO! ¡¡Haz que se detenga!!

―Lara, Lara ¡Lara basta!―Kevin presiona mis hombros y los sacude.

Abro los ojos con desespero. Siento angustia y me cuesta respirar.

―¿Lara?

Conmocionada, descubro a Kevin parado frente a mí, retrocede y alza las palmas como señal indefensa.

Agito las pestañas y me desconcierto, estamos cerca de la piscina. ¿En qué momento nos alejamos tanto de las masetas?

Dejo caer mis brazos a cada lado de mi cuerpo. Ya no soporto mi propio peso y solo me permito caer de rodillas sobre el césped.

Los disparos se escuchan como sonidos lejanos en mi mente, poco a poco los voy acallando en mi pensamiento. Me siento ida, cansada. Ya no soporto esta realidad.

Alzo la vista y veo a alguien apuntando a Kevin. Mis ojos se cristalizan. ¿Cuándo va a parar todo esto?

Esto parece una película de terror, pero sin la fantasía de fantasmas y monstruos, el sentimiento de ansiedad y espanto es el mismo. La maldad humana es más atemorizante que la aparición de cualquier espectro. Todo esto supera mi teoría sobre lo que consideraba como una vida normal.

Ya no queda una sola porción de mis ganas de luchar. No soporto mantener los ojos abiertos por un segundo más.

Pierdo mi batalla interna y me desplomo.

*****

Continue Reading

You'll Also Like

3.2K 468 19
¿Qué se hace cuando no encajas en el único mundo que conoces? ¿A dónde se va cuando lo perdiste todo antes de nacer? Black , Yasley y Madoxx siempre...
359 63 23
En un reino que aparentaba paz y prosperidad, el conflicto principal se encontraba en su interior: la caza de brujas y herejes había resurgido con fu...
12.7K 1K 40
Cuando Connor Davis ve el caos en el que está viviendo, decide que es hora de cambiar algo en su vida. Lo que no esperaba, es que no sólo cambiaría...
28.1K 2.1K 43
El tiempo que dejas algo y a sido lo suficientemente largo no sabes lo que pudo haber cambio, pero ella eso lo sabía bien, entreno con éxito a su suc...