Encontrando a Susan.

Per Danielaa_Lopez

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¿Cómo hallar algo que jamás se perdió? Chace Brown tendrá que romper esta ley lógica para poder hallar a su a... Més

Prólogo.
PRIMERA PARTE.
Capítulo I.
Capítulo III.
Capítulo IV.
Capítulo V.
Capítulo VI.
Capítulo VII.
Capítulo VIII.
Capítulo IX.
Capítulo X.
SEGUNDA PARTE.
Capítulo XI.
Capítulo XII.
Capítulo XIII.
Capítulo XIV.

Capítulo II.

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Per Danielaa_Lopez

27 de julio de 1997.


Otro día caluroso para Houston, Texas. Empieza a volverse triste el hecho de que me tenga que levantar tan temprano por las mañanas, sin contar la capa de sudor que me recorre con regularidad. Son las cinco de la mañana en casa y todo está en silencio. Las alarmas de mi cerebro se activan. Mi madre siempre esta despierta a esta hora escuchando el radio.

Me termino de levantar, aún en pijama, me dirijo a su habitación. Cuando entró ahí, no está. Mi corazón empieza a latir con fuerza. Corro hacía el único baño que hay en la casa, las luces están apagadas, toco y no hay respuesta.

Abro la puerta con pesadez y lo ya esperado acontece, no hay nadie. A veces creó que todo terminará por explotar y de la peor manera. Un escalofrío recorre mi columna vertebral y lágrimas temen caer de mis ojos debido a la impotencia que siento.

Suelto un bufido cargado de frustración y mi mente se ilumina. Podría estar afuera. Avanzo hasta la puerta y descubro a mi amada madre acostada en el pequeño jardín delantero que tenemos. Estaba dormida, lucía tranquila, sin saber todas las inquietudes que provocaba su ausencia en mí. Me puse de cuclillas para estar a su altura. Toque su hombro con suavidad.

—Mamá, madre... debes despertar, por favor. —se empezó a remover y sus ojos se abrían con lentitud.

Su mirada me veía con temor. Estaba desorientada de nuevo. Lo sabía porque había visto esa cara cientos de veces antes. Se incorporó de un salto y se alejó de mí. Me puse en pie suspirando.

— ¿Quién eres tú?, ¿qué haces aquí?, ¿dónde está mi esposo? ¡Jorge!, ¡Jorge!

—Clara, tranquila.

Luego de convencer a mi madre de que yo no era una asaltante, de que su esposo estaba trabajando, de que toda su vida estaba bien, le di un tranquilizante. Los padres de Charlotte hoy no podrían ayudarme a cuidar de mamá. Resulta que mi amiga pelirroja me informó que debían salir a Los Ángeles. Una media hermana de su madre falleció y debían asistir al funeral.

Con lo sucedido temprano, me atrase un poco. Me bañe lo más rápido que pude y me puse un vestido blanco con rayas rojas verticales y horizontales, me coloque un par de tenis blancos y peine mi cabello en una coleta alta. Como mamá estaba dormida, salí para ir a la casa de nuestra vecina Teresa y suplicarle que de vez en cuando corroborará que estaba todo bien en casa. Sabía el número telefónico de mi trabajo para cualquier emergencia.

Me encamine hasta el restaurante de la señora Johnson con algo de prisa. La campana de la puerta sonó cuando la abrí. Había tres clientes y salude a Rosalinda, una regordeta mujer que me ayudó a conseguir el trabajo seguro sólo para vacaciones y tiempo quebrado cuando asistía a la universidad.

Deje mis cosas en un rincón de la cocina y le sonreí a Jesús, un mexicano, algo anciano que era el encargado de preparar toda la comida. Tomé mi delantal y justo cuando me dirigía a atender a una señora y a su hija que acababan de llegar, la señora Johnson se me apareció. Tenía una sonrisa molesta en el rostro.

—Es tu primer día de trabajo en vacaciones Susan y has llegado quince minutos tarde. No hagas que sea el último.

Asentí mientras abría los ojos lo más grande posible. No era la primera vez que me amenazaba con despedirme, pero sin duda hoy parecía más seria que otras veces. Antes de contestar algo, ya se había ido a su pequeña oficina. De seguro a ver esas telenovelas colombianas, que según Rosalinda y Jesús eran sus favoritas.

Negué con la cabeza para salir del trance y tome la orden de la mitad de los clientes que llegaban mientras la otra mitad la tomaba Rosa. Mi delantal blanco estaba lleno de jugo de naranja, que la niña de la mañana había regado sobre mí. Al menos mi vestido, no resulto afectado.

Para la tarde yo ya estaba muerta. Rosalinda sólo trabajaba los lunes el hasta la tarde, y yo todo el día. Se despidió con una burla no tan ingeniosa, pero buena. Llevaba dos platos de hamburguesas para servir cuando sentí un fuerte golpe en mi espalda que me hizo tirar los platos al suelo y caer de rodillas.

Las personas del lugar me miraban con atención y no pude evitar soltar una maldición. La señora Johnson parecía tener oído agudo o sólo era parte de mi día de mala suerte, porque justo en ese momento salió de su oficina. Se acercó hasta a mí ignorando a todos y habló con amenazante tonó en voz baja.

— ¿Es en serio Susan? Créeme que no estoy de humor y no me tentaré el corazón para...

—Disculpe... —una voz conocida la interrumpió.

— ¿Se le ofrece algo? —la señora Johnson sabía fingir sonrisas en los momentos adecuados.

—Ayudar a... Susan, lo que pasó fue que mi amigo Alex me empujó sin cuidado cuando entrabamos y por accidente hice que ella cayera.

—Joven...

—Chace.

—Chace, no tiene por qué culparse por algo que con claridad no fue más que culpa de la señorita Susan.

—No me culpo, téngalo por seguro, lo que hago, es afrontar mi estupidez.

—Oh, es bueno ver que todo tiene una explicación. —hubo un silencio profundo y lleno de tención. —Si me disculpan, estoy esperando una llamada importante.

Desapareció lanzándome una mirada llena de disgusto. El ojos grises me miraba lleno de diversión. Y las personas seguían observando la escena. Yo había quedado en trance y por primera vez mis mejillas ardían como hacía tiempo que no lo hacían. Agaché la mirada y me dispuse a recoger los platos y la comida. Una mano se posiciono sobre la mía.

—Tiene un nombre muy lindo como para no compartirlo.

Rodé los ojos esperando que no me despidieran, al menos no hoy.

—Eso es algo que no le incumbe.

Terminé de recoger todo, con su ayuda muy a mi pesar y antes de que dijera algo más me incorporé y me dirigí a la cocina.

—Nunca te había conocido un novio o pretendiente Susan, ¿quién es él?

Jesús me tomo por sorpresa cuando me entregó de nuevo más platos.

— ¿Lo has visto todo?

—Desde luego que sí, y debo decir que fue muy valiente al enfrentar a la señora Johnson, yo no me atrevería si quiera a pedirle un aumento y llevó aquí diez años.

—Oh Jesús, ese tipo, es sólo un conocido.

—Claro que sí Susan, y algún día será algo más, cree en mi experiencia.

Chace.

17 de enero del 2016.

Un ruido ensordecedor me despertó. Mire la hora, a penas y eran las tres de la mañana. Un terrible vació me inundo al descubrir que Susan no estaba en la cama y en su lugar había almohadas. Como si acabará de reaccionar, me levante de la cama con cuidado y baje las escaleras con nerviosismo. Las luces de la cocina estaban prendidas. Ahí estaba ella, en medio de todo un desastre de platos rotos. Las puertas de la alacena estaban abiertas.

Se veía tan pequeña en ese caos. Su camisón blanco, corto, de tirantes delgados y encaje hacía lucir todos sus lunares en su pálida piel. Tenía su cabello castaño tan desordenado, largo y brillante. Volteó su cara hacía a mí. Sus ojos azules me miraban con tristeza. Estaban rojos y pequeñas lagrimas brotaban de ellos.

Me acerque a ella y la rodee por detrás con mis brazos para fundirnos en un abrazo. Y ella... rompió a llorar. De un segundo a otro, de un tiempo a otro. Era como si todo su interior hubiera colapsado.

—Cariño, ¿qué ocurre? —susurre en su oído y sentí como se estremecía junto a mí cuerpo.

—Chace, yo... baje a tomar agua y no recuerdo donde están los vasos. Trate de buscar en la alacena pero todo, todo se cayó.

— ¿Lloras por eso?

—Lloro porque no he podido evitar sentirme como una estúpida y porque tengo miedo.

— ¿Miedo?

—Chace, es como si todo se me olvidara y yo no puedo...

—Cariño, yo estoy aquí.

Y cuando dije aquello, lo dije en serio, porque la amaba. La amaba tanto que no podría imaginar una vida, un segundo sin ella. Voltee su cuerpo y posicione mis manos en su cintura. Enterró su cara en mi pecho y sentía sus lágrimas caer ahí, pero no importaba.

En ese momento no importaba yo, o una camisa; importaba Susan. La apegue a mi cuerpo lo más que pude porque necesitaba demostrarle que lo que yo decía era cierto. Ella tenía que saber que la amaba.

Apague las luces de la cocina, ignorando aquel desorden que podría limpiar mañana. Rompí nuestro abrazo para sostener su mano y encaminarnos a la habitación. Un escalofrió recorrió mi cuerpo. Y aquello me confirmo una vez más que la seguía amando como el primer día, porque yo tomaba su mano, y podía sentirme vivo.

Cuando llegamos al cuarto, nos tumbamos en la cama, nos abrazamos. Deposite un beso su frente, y estaba seguro que su aliento en mi pecho era todo lo que yo quería.

Continua llegint

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