Capítulo II.

84 4 0
                                    

27 de julio de 1997.


Otro día caluroso para Houston, Texas. Empieza a volverse triste el hecho de que me tenga que levantar tan temprano por las mañanas, sin contar la capa de sudor que me recorre con regularidad. Son las cinco de la mañana en casa y todo está en silencio. Las alarmas de mi cerebro se activan. Mi madre siempre esta despierta a esta hora escuchando el radio.

Me termino de levantar, aún en pijama, me dirijo a su habitación. Cuando entró ahí, no está. Mi corazón empieza a latir con fuerza. Corro hacía el único baño que hay en la casa, las luces están apagadas, toco y no hay respuesta.

Abro la puerta con pesadez y lo ya esperado acontece, no hay nadie. A veces creó que todo terminará por explotar y de la peor manera. Un escalofrío recorre mi columna vertebral y lágrimas temen caer de mis ojos debido a la impotencia que siento.

Suelto un bufido cargado de frustración y mi mente se ilumina. Podría estar afuera. Avanzo hasta la puerta y descubro a mi amada madre acostada en el pequeño jardín delantero que tenemos. Estaba dormida, lucía tranquila, sin saber todas las inquietudes que provocaba su ausencia en mí. Me puse de cuclillas para estar a su altura. Toque su hombro con suavidad.

—Mamá, madre... debes despertar, por favor. —se empezó a remover y sus ojos se abrían con lentitud.

Su mirada me veía con temor. Estaba desorientada de nuevo. Lo sabía porque había visto esa cara cientos de veces antes. Se incorporó de un salto y se alejó de mí. Me puse en pie suspirando.

— ¿Quién eres tú?, ¿qué haces aquí?, ¿dónde está mi esposo? ¡Jorge!, ¡Jorge!

—Clara, tranquila.

Luego de convencer a mi madre de que yo no era una asaltante, de que su esposo estaba trabajando, de que toda su vida estaba bien, le di un tranquilizante. Los padres de Charlotte hoy no podrían ayudarme a cuidar de mamá. Resulta que mi amiga pelirroja me informó que debían salir a Los Ángeles. Una media hermana de su madre falleció y debían asistir al funeral.

Con lo sucedido temprano, me atrase un poco. Me bañe lo más rápido que pude y me puse un vestido blanco con rayas rojas verticales y horizontales, me coloque un par de tenis blancos y peine mi cabello en una coleta alta. Como mamá estaba dormida, salí para ir a la casa de nuestra vecina Teresa y suplicarle que de vez en cuando corroborará que estaba todo bien en casa. Sabía el número telefónico de mi trabajo para cualquier emergencia.

Me encamine hasta el restaurante de la señora Johnson con algo de prisa. La campana de la puerta sonó cuando la abrí. Había tres clientes y salude a Rosalinda, una regordeta mujer que me ayudó a conseguir el trabajo seguro sólo para vacaciones y tiempo quebrado cuando asistía a la universidad.

Deje mis cosas en un rincón de la cocina y le sonreí a Jesús, un mexicano, algo anciano que era el encargado de preparar toda la comida. Tomé mi delantal y justo cuando me dirigía a atender a una señora y a su hija que acababan de llegar, la señora Johnson se me apareció. Tenía una sonrisa molesta en el rostro.

—Es tu primer día de trabajo en vacaciones Susan y has llegado quince minutos tarde. No hagas que sea el último.

Asentí mientras abría los ojos lo más grande posible. No era la primera vez que me amenazaba con despedirme, pero sin duda hoy parecía más seria que otras veces. Antes de contestar algo, ya se había ido a su pequeña oficina. De seguro a ver esas telenovelas colombianas, que según Rosalinda y Jesús eran sus favoritas.

Negué con la cabeza para salir del trance y tome la orden de la mitad de los clientes que llegaban mientras la otra mitad la tomaba Rosa. Mi delantal blanco estaba lleno de jugo de naranja, que la niña de la mañana había regado sobre mí. Al menos mi vestido, no resulto afectado.

Encontrando a Susan.Nơi câu chuyện tồn tại. Hãy khám phá bây giờ