Placeres Ejecutivos - Emmgy R.

By EmmgyR

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Placeres Ejecutivos
Capitulo 1
Capitulo 2
Capitulo 3
Capitulo 4
Capitulo 5
Capitulo 6
Capitulo 7
Capitulo 8
Capitulo 9
Capitulo 10
Capitulo 11
Capitulo 12
Capitulo 13
Capitulo 14
Capitulo 16
Capitulo 17
Capitulo 18
Capitulo 19
PREGUNTAS Y RESPUESTAS

Capitulo 15

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By EmmgyR

Ya llegamos al quince. Gracias por seguir leyendo.

Un beso, besote, besotote a todos los que me siguen, votan y comentan esta historia. Gracias por animarme a seguir.

Si les gustó, obsequienme un voto. Espero ansiosamente sus comentarios... 

¡A leer!

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Nunca entenderé la maldición tienen los domingos, ¿qué o quién lo hiso así de aburridos?

Estoy como una ostra pasando los canales de televisión sin detenerme en uno en específico. Cuando tus amigos están en una relación no tienen tiempo para ti, y se hace un poco peor cuando tú estás en una no relación con tu prepotente, molesto y jodidamente sexy jefe. Suspiro ante ese último pensamiento.

Saco dinero de la cartera y tomo las llaves del departamento. Me di cuenta de que no quedaban muchas cosas en la nevera para la semana. Tener invitados me cuesta el doble... qué bueno que ya se acerca fin de mes y podré cobrar mi primer sueldo.

Cuando llego a planta baja esta un señor tocando el timbre para que le abran, pero al momento en el que salgo él entra. Eso me hace pensar, ¿cómo demonios hace Robert para llegar a mi puerta sin tocar el timbre? O siempre tiene tan buena suerte que alguien va saliendo cuando va llegando, o tiene una llave… joder, espero que sea lo primero.

La tarde está soleada pero con una fresca brisa, ¡como me encantan estos días! Cierro mis ojos y respiro el aire puro. Me tomo mi tiempo para pensar ¿Qué debo hacer con Accuri?

Ese hombre me está volviendo lentamente loca. Lo que paso ayer es inaudito. Es que ni siquiera puedo entender sus motivos, para venir a mi casa a pesar de que le pedí que no lo hiciera. Pero sin importar lo mucho que me moleste, no puedo evitar estremecerme ante sus caricias, su tacto sobre mi piel y la manera tan posesiva y pasional con la que me hace suya.

Doy un sonoro suspiro mientras escojo los tomates más maduros; unas señoras a mi lado me miran extrañadas.

Sigo tomando las cosas que necesito para la casa. Meto mis tampones dentro del carrito, para principios del mes que viene, me llega la terrible compañera ¡Como la odio!

Mientras recorro el súper, siento una presión a mi espalda. Como cuando alguien te está observando; disimuladamente busco el origen de aquella incomodidad. Giro hacia ambos lados pero no observo nada extraño. La ansiedad aumenta y los vellos de mis brazos se ponen de punta. Decido terminar cuanto antes esta  compra del domingo. Voy a la caja y pago todo lo que compré. Con las bolsas en mano y de camino a casa me lamento por no tener un coche; debería comprarme uno usado.

La ansiedad vuelve a aparecer y cuando volteo un hombre alto con chamarra negra y lentes oscuros está caminando detrás de mí. Trato de no perder la calma y camino un poco más rápido. Giro de nuevo para ver al hombre y noto como él también ha acelerado su paso. Ahora si estoy asustada. Afortunadamente las calles están repletas de transeúntes.

Apuro aún más mi caminar, me vuelvo y el dichoso hombre ha desaparecido. Un par de minutos y ya estoy en mi piso, puedo respirar tranquilamente. ¡Qué extraño ha sido eso!

Saco los comestibles de la bolsa y comienzo a organizarlos. El cielo está empezando a oscurecer. Luego que termino me siento en la cama con la espalda pegada al cabezal; con un yogurt de fresa en la mano me dispongo a leer por décima tercera vez Orgullo y Prejuicio  de Jane Austen, quizás me guste tanto porque la protagonista se llama igual que yo o porque considero que Mr. Darcy es el hombre perfecto, creo que fue mi primer amor literario.

El sonido de mi Whatsapp interrumpe mi lectura, voy en su busca.

Número Desconocido:

Hola.

Más que curiosa respondo.

Elizabeth Lodge:

Hola.

Número Desconocido:

¿Cómo estás? ¿Qué tal va tu domingo?

Vaya, con signos de interrogación al principio y al final… Interesante

            Elizabeth Lodge:

           

            No me puedo quejar J . Quién eres?

            Número Desconocido:

            ¿Qué hiciste hoy?

El hecho de que no respondiera mi pregunta me inquieta. ¿Tendrá algo que ver con el hombre de esta tarde? El desconocido vuelve a escribir.

            Número Desconocido:

            ¿Me extrañas?

Tengo una leve sospecha de quien puede ser. Y ellas se confirman cuando veo en su contacto de Whatsapp la imagen de la bandera de Italia. Guardo su número en mi lista de contactos y respondo secamente.

Elizabeth Lodge:

 

No.

Mr. Simpatía:

 

Aunque estés molesta sé que si lo haces. ;)

 

Elizabeth Lodge:

 

Que bien que se lo tienen creídos algunos.

Mr. Simpatía:

 

No te hagas la de rogar pequeña…

¿Pero y a este que le pasa? ¿Se cree Brad Pitt? No puedo retener la sonrisa que se forma en mis labios al imaginarlo usando ese tono seductor frente a mí. Pero no se la haré fácil.

            Elizabeth Lodge:

 

            Buenas noches… jefe.

 

            Mr. Simpatía:

 

Auch.

Mr. Simpatía:

 

Buenas noches Srta. Elizabeth.

Dejo mi teléfono en la mesa de noche al lado de la cama y apago la lámpara, para poder irme a dormir y descansar. Mañana me toca lidiar con un lunático.

--------------------------------------------

-          Oficina del señor Accuri, buenos días. – Es la llamada número treinta y dos que contesto en el día.

La empresa ha anunciado una gran fiesta de lanzamiento para finales del mes que viene. Y toda España está llamando para pedir pases, información y todos los detalles. La mayoría de la mañana mi jefe se ha ocupado de atender esas llamadas; manteniéndolo imposibilitado de cualquier tipo de comunicación conmigo; lo cual, es una especie de alivio.

Cerca de la una de la tarde mi estómago ruge pidiéndome ser alimentado. No puedo posponer más el hablar con él, así que entro a su oficina.

-          Señor, iré a almorzar. – intento que no suene extraño tratarlo con tanto tacto.

-          Espera un momento. – me indica mientras habla por el teléfono.

Un par de segundos me parecen eternos hasta que el termina la llamada. Robert se acerca peligrosamente a mí. Toma mi mano y me hala hasta quedar a milímetros de su cuerpo. Me pongo instantáneamente en alerta.

-          No sabes las ganas que he tenido de tenerte así todo el día. – dice en un susurro seductor.

Mantengo la mente clara. Estamos en el trabajo y debo ser profesional. – obviando el desliz de hace unos días sobre su escritorio. Me ruborizo.

-          ¿Puedo ir a almorzar? – pregunto impasible.

Robert hace un ceño que arruga su hermoso rostro.  Contengo mis ganas de besarlo hasta hacerlo desaparecer. Bufa sonoramente.

-          ¿Sigues molesta? -  cuestiona. -  solo quería conocer a tus padres. No sé cuál es todo el alboroto. – sacude su cabeza en muestra de enfado.

Inspiro para tranquilizarme. Trato de no insistir en ese tema por ahora y menos hacerlo en el trabajo.

-          Olvidemos eso. -  le digo. – Cuando estemos en el trabajo no hablemos de… - me sonrojo y el me da una preciosa sonrisa. De forma inconsciente mi mano se alza para acariciar su hermoso rostro. Él vuelve a enseriar sus facciones y mi mano decae. Le doy una sonrisa que sé que no llega a mis ojos. – Voy a almorzar. ¿Quieres algo?

El niega con la cabeza y se vuelve a su escritorio. Yo salgo cerrando la puerta tras de mí.

Hoy opto por una buena hamburguesa.  Doble carne y extra de queso. Debo iniciar el gimnasio. Si no ya no necesitaré un auto porque iré a todos lados rodando. Aunque con la actividad física que tuve este fin de semana… la evocación de ese recuerdo me hace sonrojarme y mirar a ambos lados del local para ver si alguien se dio cuenta. Suelto una pequeña risa.

Con el hambre que tenía me he terminado el almuerzo en la mitad del tiempo. De regreso a la oficina, pienso en Martín. Aún no he ido a hablar con él y la culpabilidad me ataca; decido no retrasarlo más.

Ya en el décimo noveno piso me acerco a su oficina. Él no ha regresado de su almuerzo y su secretaria me dice que lo espere en su oficina.

La estancia es muy tranquila y pequeña. – si se compara con la de mi jefe. – Se asemeja mucho a él. Tonos azulados con blancos y grises, seria pero cálida. La pared está repleta de reconocimientos y títulos; no sabía que fuera tan estudiado, aunque de alguna manera no me sorprende.

En el escritorio tiene dos portarretratos. Me levanto del asiento voy a ese lado. Una de las fotos es de un Martín más joven con dos señores mayores, que imagino son sus padres. Él se parece mucho a su mamá.

Y la otra foto es algo más reciente; sale con otro chico al que abraza por los hombros. No se parecen ni una pizca así que no imagino su parentesco.

Encima del escritorio hay varias carpetas. Entreabro una solo por curiosear y la cierro.  Creo haber visto algo extraño y la vuelvo abrir.

En los documentos se lee, “Libros contables”. Abro los demás, intrigada a más no poder y son estados de cuenta de bancos extranjeros.

-          ¡Qué extraño! Él no debería tener estos – pienso en voz alta.

Robert tenía los libros del mes pasado en su oficina. Y es imposible que este sean los de este mes porque aún no ha terminado.

Cuando los ojeo me doy cuenta de que parecen una copia de los que mi jefe tenía en su posesión. ¿¡Qué demonios!? Comienzo a revisar los papeles.

Mis manos sudan. En cualquier momento podría llegar Martín. Ojeo lo más rápido que puedo. Y no logro distinguir algo extraño por los nervios. Recuerdo las cuentas del exterior y dirijo mi atención a las trasnacionales más pequeñas. Los números de las cuentas son mucho más elevados de lo que recuerdo.

¡Joder! Le está robando a la empresa. Las pulsaciones de mi corazón toman un ritmo descontrolado. ¡No lo puedo creer!

La cerradura de la puerta se empieza a mover. Y yo pego un brinco alejándome del escritorio. Martín entra a su oficina y me mira, luego ve su escritorio y los documentos algo movidos; trago fuerte y obligo a formar una sonrisa en mis labios. El aludido cambia por completo su expresión por una cálida sonrisa. ¡Qué buen actor el hijo de puta!

-          Elizabeth… ¿Qué haces aquí? – pregunta dulcemente.

-          Y-yo… Ehmm… Teníamos pendiente una plática y yo… - Aclaro mi garganta. - ¿Cómo estás? – pregunto.

El avanza a través de la estancia y yo me retraigo en respuesta. Me da miedo su cercanía. Él se sienta en el escritorio y me indica las sillas de enfrente para sentarme. Mientras lo hago, Martín toma los documentos de la mesa, abre una gaveta y los guarda; se escucha como les pasa llave.

-          Yo estoy bien… ¿tu cómo estás? ¿Estás enferma? Te ves algo acalorada. – me pregunta como si estuviera realmente interesado. 

-          Si estoy bien. – respondo con fingida calma. – sabes, yo... quería hablar de nuestra última salida. – decido salir de esto rápido.

-          Te escucho. – se inclina en el escritorio un su respiración, eriza mi piel.

-          Creo que no puedo ofrecerte más que una amistad David. Quiero que seamos amigos. – O eso quería, pero debo hacerlo creíble.

-          No entiendo porque. – Su cara muestra aflicción. – Pensé que nos entendíamos. – sacude su cabeza. - ¿O es que hay alguien más? – dice en tono acusador.

Mis latidos se detienen, los ojos de Martín brillan con una furia aterradora. Por un momento pienso que él sabe lo que tengo con Robert.

-          No hay nadie – respondo suavemente. – No por ahora. – acoto para aligerar la situación. Miro mi reloj de pulsera buscando un boleto de escape. – Ya es tarde, debo ir a trabajar.

Le doy una falsa sonrisa y me levanto de mi silla, él me sonríe.

-          ¿Amigos? – dice. Yo logro asentir con mi cabeza. – Seremos buenos amigos entonces. -  afirma y suena como una amenaza.

Subo las escaleras de dos en dos porque no quiero esperar al elevador. Ya en el lobby puedo respirar un poco y tranquilizarme.

Me siento en mi silla y busco un poco de agua. Intento asimilar los hechos y no sé cómo actuar en esta situación.

Siento que es mi deber decirle a Robert de mis sospechas. Pero sería muy precipitado y carezco de pruebas o cualquier cosa que afirme que lo digo podría ser cierto.

 Estoy impresionada, de ser así; me lo esperaría de todos menos de Martín; tan santo que se ve el muy desgraciado.  Soy un manojo de inquietud.

Me levanto y voy a la oficina de Robert, quizás con tenerlo cerca, pueda calmarme. Acabo de darme cuenta de que a su lado, a pesar de todas las veces que discutimos, me siento en paz. Es como si él fuera una especie bálsamo. Sus besos, sus caricias… Ese pensamiento me detiene en medio camino. ¡Basta Elizabeth!

Entro a la oficina y está vacía. Busco en el baño y Robert no está por ningún lado. El descubrimiento me decepciona penosamente. Me acerco a su escritorio y veo una nota con su impecable y masculina caligrafía.

            “Tengo una reunión a las 3 de la tarde, algo lejos de la ciudad. No volveré al trabajo, así que arregla todos los pendientes y vete a casa si quieres, asistente.... Y a ti pequeña, espero verte en la noche, un beso.”

 

Me hace sonreír como bobalicona que me hable en una misma nota, como si fuera dos personas diferentes. Tomo el mensaje, lo doblo y lo guardo en el bolsillo, como toda una adolescente. El tedioso dolor  en el vientre aparece al notar lo mucho que quiero verlo en la noche.

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