La Princesa De Los Cuervos

By piggie03

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Una llamada. Eso fue suficiente para que Chiara regresara al pueblo de Krähennest y con su llegada, un montó... More

La Princesa De Los Cuervos.
Prólogo.
Capítulo 1 | Primera parte.
Capítulo 2 | Segunda Parte.
Capítulo 4 | Segunda Parte.
Capítulo 5 | Primera Parte.
Capítulo 6 | Segunda Parte.

Capítulo 3 | Primera Parte.

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By piggie03

Trampa.

Todo lo sucedido, me pareció una trampa.

Intente atar mis propios cabos pero no hay lógica, nada parece encajar. El único ser en el que confío y daría mi vida sin pensarlo, me mintió, pero ¿por qué?

Creí ser una experta en las mentiras pero cuán distinto es, cuando es a ti a la que engañan, mi vida siempre me ha parecido como un juego de marionetas, y disfrutaba pensar que, a pesar de que me sobre protegían, yo aún podía tener el control para mover las cuerdas a mi antojo, pero la magia se esfuma cuando descubres que fuiste parte del show.

La habitación que me dieron parece ser la tenían mis abuelos antes de morir, todo es tétrico y viejo, al igual que toda la casa, lo único que ha cambiado, son los muebles, de ahí en fuera, los cuadros y objetos que adornan la casa siguen intactos y empolvados.

Por más que lo intento, no logro conciliar el sueño, en Canadá es de noche, mientras que acá, es de madrugada, me pregunto que estará haciendo mi padre en estos momentos, ¿Tomándose un whisky en su despacho? ¿Llorando por dos personas que llevan un año de muertos?

Hay tanto que pensar que no se por donde empezar.

Doy un suspiro y me dedico a observar como la luz nocturna se adentra por la ventana, proyectando las ramas de los árboles en la esquina de la habitación, el viento lo acompaña, moviendo las cortinas con revuelo, dándole ese aire terrorífico.

No voy a mentir, tengo miedo, Krähennest de noche, siempre ha sido una de mis mayores pesadillas.

Agarro valentía y me levanto a cerrar la ventana, así evito que el aire mueva las cortinas y estas, no permitan proyectar sombras extrañas.

Me quedo mirando el exterior por un momento.
Todo cambia cuando te dedicas a observar con más deteniendo, te percatas de cosas que antes no tenías en cuenta, por ejemplo, que la casa está muy desolada, lo único cercano es el bosque y un kilómetro de proximidad unas cuantas casas, más pequeñas y sencillas que esta.

Junto a unos árboles veo a una silueta negra perturbadora, me arrepiento de a ver mirado en aquella dirección y al instante cierro los ojos con fuerza, al igual que siento mi cuerpo paralizarse de miedo.

«Solo es tu imaginación, Chiara. El poder está en la mente, no le des el poder ahora». Repito una y otra vez en mi mente.

Me convenzo de que estoy tan alterada —por la noticia de mi padre, el estrés del viaje y las palabras de la mujer en la estación— que mi imaginación me está jugando una broma, una muy, muy, mala broma.

Abro los ojos para enfrentar mi temor pero la silueta sigue ahí parada, mirando en mi dirección.

Carajo, siento un escalofrío. Esa vaga sensación de nuevo está ahí, esa, de sentirme observada.

Me alejo de la ventana rápidamente, quise saltar a la cama y taparme con las sábanas de pies a cabeza, pero un sonido en el interior de la casa no me lo permite.

¿Y si ese alguien logró entrar a la casa?

Mierda.

Con los pelos de punta me dirijo a la puerta y la abro con sumo cuidado, para no hacer ruido.

Me llevo una sorpresa al percatarme del aroma que desprende toda la casa, ¿huele a pan recién horneado? ¿A esta hora?

Mucho más segura, bajo las escaleras, fue ahí que note las luces de la cocina encendidas y a mi tío Addley amasando con un rodillo, con una expresión que lo hace lucir más joven, aunque en realidad no lo sea.

No pasa mucho tiempo cuando se percata de mi presencia y detiene su labor.

— ¿Chiara? ¿Qué haces despierta? —cuestiona, sin darme tiempo de hablar—. Deberías estar descansando.

Trago saliva, intentando encontrar mi propia voz.

— Lo qué pasa, es que —titubeo—, escuché ruidos.

Me abrazo a misma para transmitirme calor, la verdad es que el frío se siente más ahora, que cuando baje del tren.

— Lamento haberte despertado —toma una franela de la mesa y se limpia las manos con rapidez, para después dirigirse al horno—. Me gusta hornear cuando todos duermen, me ayuda a pensar.

Se coloca unos guantes de cocina y saca la charola del horno con cuidado, para no quemarse, por mi parte, solo me dedico a ver, mi mente sigue en aquella silueta, quizá sea mejor no mencionarlo, tampoco es que esté muy segura de lo que ví. Pudo tratarse de algún animal, ¿cierto? En el bosque viven muchos.

— Si —concuerdo—, creo que también necesito pensar.

— Se que no es fácil de digerir —menciona, se que se refiere a lo de mi padre—. Todo es un malentendido, verás que por la mañana todo se aclarará.

Doy un pequeño asentimiento con la cabeza.

— Eso espero.

Nos quedamos en silencio un momento, puedo sentir su mirada intensa sobre mi, como si buscara algún rastro de la niña que alguna vez fui.

— Te pareces demasiado a tu madre —suelta de repente, con una sonrisa de boca cerrada—, pero si estás molesta con ella, me retracto.

Intento regresarle el gesto, sin cambiar mucho mi expresión.

El comentario me tomo por sorpresa, es la primer persona que me lo dice, se que mis tíos también conocieron a mi madre, mi padre nunca hace mención de ella ni de nuestro parentesco, no hace falta, he visto fotos de cuando era joven, herede sus mismas características físicas; el cabello largo color chocolate, los ojos color ámbar y la misma forma de labios  carnosos.

Soy su mini clon, y lo detesto tanto.

— Descuida, no es como que me importe demasiado —le doy punto final al tema y bostezo—. Creo que tienes razón, debería irme a dormir, fue agradable charlar un poco.

— Claro que si, —suspira—. Me quedare otro rato, ya sabes, limpiando mi desastre —su semblante cambia a uno mas neutro—. Por cierto, bienvenida a casa, sobrina.

Sonrío un poco.

Me equivoqué al pensar que ninguno me agradaría, por ahora, parecer ser él, el que mejor me ha tratado, o al menos no parece incomodarle mi presencia, Addler es más inexpresivo y distante, solo necesite verlo una vez para confirmarlo, su carácter va de la mano junto con el de mi padre, más o menos.

— Muero por probar uno de tus panes, —lo animo, mirando la charola que sacó hace unos momentos—. Se ven deliciosos.

Y con eso, me regreso a la habitación que me asignaron durante mi estadía, qué no sería larga, porque mi primer objetivo al amanecer, será llamar a mi padre y regresar a Quebec.


Por la mañana, me levanto con un mejor humor que el de ayer, dispuesta a ir al pueblo pero al bajar las escaleras, me encuentro con toda la familia en la mesa, conversando. Al notar mi presencia, guardan silencio.

— Buenos días —saluda unos de mis tíos, aún me cuenta distinguir quien pero supongo que es Addley.

— Buenos días —devuelvo con amabilidad, dirigiéndome a la puerta.

— Chiara, —me llama otra voz, la Addler—. Siéntate a desayunar con nosotros.

¿Fue una orden o una invitación?

Me detengo dudosa, la única manera de librarme de ellos es cediendo, además, tengo el día entero para deambular, ¿no?

Termino por tomar asiento frente a Amélie, no es intencional, la mesa es rectangular y en la cabeceras están sentados Addler y Adley.

— Te sentaste en la silla de mi madre —acusa una voz muy a lo bajo, le pertenece al pequeño que ayer que jugaba carritos en la chimenea. Estoy apunto de disculparme cuando su padre le da una mirada de desaprobación, ¿Mi tío Addley es el padre?—. Descuida, no hay problema.

Baja la mirada a su plato, su alimento está intacto, tengo la impresión de que solo está jugando con el tenedor para disimular comer.

Una punzada de lástima me invade, es irónico ninguno de nosotros tengamos a nuestra madre, aún así, esto demuestra como cada persona intenta sobrellevar las cosas de manera distinta. Él reservando el lugar en la mesa que su madre nunca ocupará.

Desayunamos en silencio, únicamente se escucha el ruido de los cubiertos chocando con los platos, y en algún punto de la merienda, se comienza a escuchar una melodía de piano. La reconozco, la pieza es de Beethoven, Für Elisa y proviene de la segunda planta.

Alzo la mirada en busca de respuestas, confundida.

¿Esto es un jodida broma? Tiene que serlo porque en estos momentos me siento como en una película de terror.

— Es Aedus. —informa Addler, sin dejar de comer—. Es mi hijo, ¿lo recuerdas, cierto?

Su hijo.

Mi primo.

En realidad no lo recuerdo, más bien, nunca lo conocí, se la vivía encerrado en su habitación, desconozco el porqué, de pequeña creía que mi tío lo encerraba porque estaba enfermo y no quería que nos contagiara pero que, con el paso de los años, mejoría, que imaginación la mía.

— Aedus, claro —musito con una sonrisa forzada—. ¿Por qué no baja a desayunar con nosotros?

— Odia convivir con las personas —inquiere Amélie con tranquilidad—. Es rarito pero descuida, no es ningún transtorno, —le da una mirada a Addler, que la ve con el ceño fruncido incluso con algo de molestia. Ella agrega para él—: Lo digo por si también le mintieron en eso, tío.

La observo meterse un bocadillo a la boca, lo mastica lento y me mira con diversión. También me fijo en su maquillaje, su delineado es muy grueso y tiene las pestañas exageradamente largas, aunque, siendo honesta, le queda bien, incluso con esa maraña azul que lleva como cabello.

— Entiendo —hago una pausa y pregunto de manera inocente—. Por cierto, ¿ustedes no eran religiosos?, es que mi prima está muy fuera de lugar con ese aspecto tan...¿cómo decirlo? Ah, si, dark —arrugo la nariz con asco—. ¿Qué pasaron con tus vestidos de princesa?

No, no es ninguna dark. Su estilo es increíble, sigue luciendo dulce y hermosa pero prefería su cabello natural y la vieja Amélie, no entiendo de dónde salió tanto rencor hacia mi.

Ella se tensa.

— Recordemos que aquí la princesita siempre has sido tú —ataca sin humor—. Además para tu información, dejamos de ser católicos hace años, estúpida.

Uy.

— Basta —interviene Addley—. Amélie, ya hablamos de esto. Mantén la compostura y respeta a tu prima.

— Pero... papá, ella...

No le da derecho a réplica.

— A tu habitación, ahora —ordena mi tío, sacando ese lado autoritario que creí nunca ver en él.

Amélie se levanta de golpe y mira a su padre con molestia.

— Tú sabes que lo dije es verdad, ni siquiera debería estar aquí con nosotros.

Dicho esto, sale de la sala.

Miro a los presentes, el pequeño no se inmutó ante la escena, Addler ni siquiera pareció importarle, a decir verdad, tenia una expresión de aburrimiento, Addley se quedó un poco afectado, por supuesto que debía estarlo, acababa de reprender a sus dos hijos delante de mi pero lo peor es darme cuenta que fue por mi culpa.

Amélie tiene razón, no debería estar aquí, tampoco es como si yo quisiera estarlo.

— ¿Pueden prestarme un teléfono? necesito hablar con mi padre.

Me limpio la comisura de mis labios con una servilleta, dispuesta a retirarme de la mesa.

— No —responde Addler de forma seca—. En la casa no tenemos línea telefónica, ni señal de internet.

Pongo una expresión de incredulidad.

— ¿Qué?

¿En qué maldito siglo viven?, Quise responder.

— Es verdad —concuerda su gemelo—. La red inalámbrica no llega hasta acá, los árboles están afectando la cobertura, ¿entiendes por qué Addler no pudo llamar a tu padre?


Cuando salgo de la casa, veo el cielo nublado y gris, seria una novedad decir que el día es soleado, por aquí no hay días como esos.

Las calles se encuentran desoladas y las pocas personas que me topo, me miran mal, inclusive, los veo murmurar.

Es complicado encontrar alguna tienda de aparatos electrónicos, por lo que veo, las personas de aquí no hacen tanto uso a la tecnología, es demasiado peculiar las características de este lugar, pareciera que se niegan a modernizarse en todos los sentidos y eso que aún no conozco sus dichas reglas normativas y religiosas.

Intento pedir ayuda en mi búsqueda pero me ignoran de forma grosera, no lo entiendo, ¿su religión les dice eso? ¿exactamente por qué me juzgan, si se supone que solo su Dios puede hacerlo?

Doble moralidad, así son las personas de aquí y de muchos lados que justifican sus acciones detrás de una máscara de fe y bondad, no son más que puras mentiras.

Me detengo en medio de una banqueta suspirando, es inútil, mi búsqueda es inútil.

Recuerdo las palabras de mi padre acerca de las personas de aquí, los adjetivos que uso fueron: Arrogantes, sutiles, cerradas, que evitan los problemas a toda costa.

¿Qué problema les estoy dando yo?

— Este lugar es estupido —murmuro para mi misma, entre dientes—. Su gente es estúpida, sus actos son estupidos y más estupida soy yo, por estar aquí.

Camino un poco más, hasta que llego a la plaza del pueblo, justo donde se sitúa su iglesia, en donde veo salir a muchas personas de todas las edades, todos vistiendo de blanco.

Me detengo a descansar en una banqueta, y me pongo a escuchar conversaciones ajenas.

Primero un grupo de señoras cuarentonas, que hablan entre sí con mucha exageración en cuanto sus gestos y ademanes.

— Más de diez cuervos amanecieron muertos en la entrada del bosque —dijo con espanto una de ellas.

— El padre ya dijo que no hay de qué preocuparnos, es algo de la naturaleza.

Le quito toda mi atención a su "intercambio de información" ya que a lo mejor lo están inventando, además una nueva sensación fuerte, hace que vista se dirija a un grupo de jóvenes que pasa frente a mi, me les quedo viendo con disimulo.

— Iremos al club esta noche —dice uno de ellos, relamiéndose los labios.

Parece ser, el que tiene más autoridad en el grupo, puesto que, otro chico y dos chicas, le tratan de seguir el paso.

— ¡Estas demente! —le grita alterada una de ellas, dejando atrás a sus otros dos amigos—. Dedrick, tenemos prohibido ir a ese lugar y lo sabes, —mira hacia atrás en busca de apoyo—. Ernest, di algo.

Visualizo al tal Ernest, un chico de cabello negro, que vuelca los ojos.

— Por Dios, Dominik, no seas dramática, —responde el primero de ellos, deteniendo su paso para poder enfrentarla—. ¿Acaso es que ya te aburriste de ir?

— No menciones la palabra de Dios —se queja la rubia—. Y no, no me aburrí pero sabes perfectamente que los domingos no, acabamos de salir de misa e iremos a pecar. No seas irrespetuoso.

Suelto una risa irónica para mi misma, ahí está, la moralidad de esta gente, su hipocresía.

Deduzco que la chica que se queja y el líder del grupo son hermanos, comparten facciones como el cabello rubio y la nariz perfilada. Busco con la mirada al otro chico de cabello negro, él se queda observando la discusión de "los hermanos". Son cuatro, y solo veo tres, falta la otra chica...

— Yo te conozco —la segunda chica se detiene frente a mi, causando que su grupo de amigos voltee en mi dirección.

Sin poder evitarlo, me topo con la mirada del rubio, que tiene los ojos grises.

Es él.

La sensación fuerte que hizo que dirigiera mi vista a su grupo de amigos, lo había causado él. Es decir, una conexión, rara y difícil de explicar.

Estoy casi segura que él también lo sintió, puesto que su rostro se arrugó con confusión.

— El rumor es cierto, —vuelve hablar la chica, provocando que me centre en ella—. Chiara Aegerter está devuelta.

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