La Luz De Tu Mirada

By JackieValand

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Un choque de miradas accidentado. Así comienzan la mayoría de las grandes historias. Y esta, no iba a ser me... More

BOOKTRAILER
Prólogo
OTOÑO...
I
II
III
IV
V
VI
VII
VIII
IX
X
XI
*Escena Extra*
XII
*Extra*
XIII
XIV
XV
XVI
XVII
XVIII
XIX
XX
INVIERNO...
XXI
XXII
XXIII
XXIV
*Extra*
PRIMAVERA...
XXV
XXVI
XXVII
XXVIII
XXIX
XXX (P.1)
XXX (P.2)
Último Capítulo
VERANO...
EPÍLOGO

*Extra*

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By JackieValand



La vida es así de extraña; puede cambiar de un momento a otro, sin siquiera esperarlo. Puedes pasar un fin de semana de absoluta perfección y cuando vuelves al mundo real, resulta que ha seguido girando sin ti y han ocurrido cosas. Muchas cosas. La vida no se detiene a esperarnos. Los accidentes están ahí. Ocurren todo el tiempo, en cualquier parte del mundo, y hay que saber vivir con ellos. Hay que saber encontrar el equilibrio. Los últimos tres días en el lago, han sido maravillosos y reales. Absolutamente reales. Honestamente, nunca en mi vida había sido tan feliz, y dado que ahora me encuentro conduciendo rumbo a un hospital, podría pensar que esos días, que esa magia, no fue más que un sueño. Pero no. No lo fue. Fue tan real como esta catástrofe que me encontré al volver. Así que, tal vez la vida consista en eso; en llenarte de esos momentos mágicos. Luchar por vivirlos una y otra vez, el mayor número de veces posibles. Porque al final del día, cuando ocurra algo que te haga estar triste, será precisamente el recuerdo de esos momentos, los que te den una chispa de esperanza. Una sonrisa en medio de las lágrimas. Un motivo para seguir adelante. Todos tenemos momentos felices en nuestra memoria. Y todos tenemos el deber de luchar incansablemente, por seguir coleccionando instantes de felicidad.

Detengo el auto y me encamino a toda prisa hacia el interior del hospital. Pero un ladrido de White me tiene, haciéndome voltear para mirarlo. Lo veo ahí, al otro lado de la ventanilla ligeramente abierta y me acerco. Introduzco mis dedos en el interior para acariciarlo, y no tardo en sentir la humedad de sus lametones por toda mi mano. Suspiro.

─Te prometo que no tardaré ─le susurro recibiendo otro ladrido.

Él ni siquiera lo sabe, pero es el que siempre consigue que me detenga, que respire, que logre encontrar un segundo de calma en medio de cualquier tempestad. Él, con su ladrido, consigue que me pare a mirarlo, a acariciarlo y que sepa, que pase lo que pase, siempre está aquí. En los mejores momentos y también en los peores.

Cuando siento que me ha dado la fuerza suficiente y que además, entendió que volveré en un momento para llevarlo a casa, me encamino directamente hacia el hospital de la pequeña ciudad donde vive mi familia.

No tardo ni tres segundos en ver a Daniel, sentado en una de las sillas de la sala de espera de urgencias, con su teléfono móvil en la mano y aparentemente escribiendo algo en él. Se percata de mi presencia antes incluso de llegar a su altura. Alza la vista y se pone en pie para recibirme con un abrazo.

─Por fin... ─susurra mientras me envuelve entre sus brazos.

─¿Cómo está papá?

─Fuera de peligro ─respondió, trayendo consigo un respiro automático a mi corazón ─Mamá continúa con él, pero en un momento tendrá que salir porque están a punto de operarlo.

─¡¿Operarlo?! ─pregunté asustada ─¿Del corazón?

─Apendicitis ─corrigió mi hermano, con una sonrisa de incredulidad ─Resulta que estaba sufriendo agudos dolores en el abdomen por la inflamación del apéndice, pero no había dicho nada. Y su corazón no soportó tanto revuelo. Así que, anoche casi le da un infarto. Pero por suerte, sólo quedó en amago. Los médicos lo descubrieron y ahora hay que operarlo para extraerle el apéndice.

─No me lo puedo creer...

─Mamá casi lo mata. ¿Cómo se le ocurre no quejarse del dolor?

─Ya lo conoces. Siempre ha sido igual.

─Igual que tú. ─añadió provocando que lo mirara con el ceño fruncido ─¿Cómo estás?

─Bien. Más tranquila ahora que estoy aquí y sé lo que ocurre.

─Casi tenemos que llamar al FBI para localizarte. Ya que no te llevas el móvil, podrías por lo menos, volver a poner teléfono en la casa de la abuela.

─¿Tú crees que tengo dinero para pagar la factura de un teléfono que no utilizo? Además, cuando voy allí es para desconectar. Y en esta ocasión... era todavía más necesario.

Mi mirada amenazó con perderse en la lejanía, pero la voz de Daniel me trajo de regreso al mundo real.

─¿Y lo conseguiste? ─preguntó captando mi mirada ─¿Lo que necesitabas?

Asentí. Y la sensación de alivio que provocó su recuerdo, dibujó una pequeña sonrisa en mis labios.

En ese momento, las puertas metálicas se abrieron, dejando ver a mi madre que salía directa hacia nosotros.

─Dulce... ─pronunció en cuanto me vio. Su voz parece cansada ─Menos mal que estás aquí.

La verdad es que me sorprendió su calma y la ausencia de reclamos. Esperaba que me dijera de todo y lo único que hizo fue darme un beso en la mejilla y dejarme ver el agotamiento en su mirada.

─¿Cómo está papá? ─le pregunté.

─Acaban de llevarlo a quirófano. La intervención es sencilla, pero dicen los médicos que nos preparemos para un largo y pesado postoperatorio. Con eso del amago de infarto, los riesgos son más altos y hay que tener cuidado.

─¿Cómo es posible que no dijera nada?

─Me dijo que le dolía el abdomen. Pero no le dimos importancia. Yo, ─corrigió ─No se la di. Tendría que haberme dado cuenta.

─No es culpa tuya, mamá ─intervino Daniel, rodeándola con sus brazos ─Todos sabemos cómo es papá y lo poco que se queja cuando le ocurre algo.

─Por eso mismo ─repitió ella ─Lo conozco mejor que nadie. Y si hace dos días me dijo que le dolía un poco el abdomen, es porque ya no estaba soportando el dolor. ¿Cómo pude creer que eran simples gases o que le había sentado mal alguna comida? Casi le da un infarto.

─Pero no le dio. ─concluí yo, captando su mirada ─Eso es lo importante ahora.

─Dulce tiene razón. Además, ese hombre es demasiado inteligente, seguro que hizo todo esto para traerla. ─me miró ─Tiene nuestro padre que llamar la atención, para que te dignes a visitarnos.

Le lancé a mi hermano la mirada más asesina que me salió en ese instante.

─Si cada vez que vengo, dejaras de echarme en cara que nunca vengo, tal vez vendría más a menudo.

─Psicóloga e inventora de trabalenguas. Tenemos el futuro asegurado contigo, hermanita.

─¡Sh! ─exclamó mi madre, dándonos un pequeño manotazo a ambos ─Dejen de pelear.

─No estamos peleando. ─aclaró él ─Es nuestra forma de demostrarnos amor.

Me lanzó una mirada cómplice y me guiñó un ojo, a lo que correspondí ofreciéndole una sonrisa. Lo cierto, es que poco a poco ha ido desapareciendo esa tensión que tenía acumulada mientras venía de camino.

─¿Por qué no vamos a comer algo en lo que papá sigue en el quirófano? ─volvió a hablar mi hermano ─Me muero de hambre y seguro que hasta dentro de un rato, no vamos a tener noticias.

─Sí, ─confirmó mi madre ─Estar aquí parados no va a conseguir que terminen más pronto. Mejor vamos a recuperar un poco de fuerzas.

─Vayan ustedes. ─sugerí ─Más tarde los alcanzo. Tengo que llamar a mi trabajo.

─No te preocupes por eso. ─intervino Daniel, alzando su teléfono ─Tu jefa está al tanto de todo.

La información, sumada a la cara de triunfo y picardía que expresaba mi hermano, consiguió confundirme bastante.

─De todas formas quiero hablar con ella personalmente. Además, tengo que ir un momento a casa para llevar a White. Debe estar desesperado por ver algo más que el interior de mi coche.

Ambos asintieron sorprendidos. Supongo que hasta el momento, ni se habían detenido a pensar que vine con el pequeño.

─Estaremos en la cafetería del hospital. ─informó mi madre ─Llámanos cuando vayas a regresar, para pedirte algo de comer.

─Está bien.

Mi hermano me dio un pequeño beso en la frente justo antes de que ambos se encaminaran hacia la mencionada cafetería. En cuanto los vi desaparecer, busqué mi teléfono, lo miré fijamente durante un instante, y respiré hondo, tomando la fuerza necesaria para llamar a Marta.

Decidí comunicarme directamente con su móvil personal, en vez de llamar a La Cascada, porque de esta forma era más rápido. Efectivamente, al segundo tono, la voz de mi amiga apareció al otro lado.

─¿Dulce? ─preguntó sin siquiera saludar ─¿Cómo va todo?

─Lo están operando ahora ─informé ─Creo que mi hermano ya te contó más o menos lo que había pasado.

─Sí. En cuento te fuiste, le avisé para que estuviera pendiente de tu llegada. Y ha estado toda la mañana manteniéndome al tanto. ¿Pero hay alguna novedad?

─Hay que esperar a que salga de la operación para ver cómo fue todo. Mi madre dice que es sencilla, pero los médicos dijeron que el postoperatorio sería complicado por lo del amago de infarto.

─Es normal. Deberá cuidarse mucho más a partir de ahora. Pero bueno, lo importante es que sólo fue un susto.

─Así es. No sé si pueda volver hoy, me gustaría primero asegurarme de que todo está bien.

─Dulce, ni se te ocurra regresar hasta que tu padre salga del hospital. Va a necesitar muchas atenciones y mientras más personas sean, más podrán compartir la carga. Así que, tómate el tiempo que necesites.

─Marta, pero las prácticas. Estoy en el último periodo y no puedo...

─Ya hablaremos de eso más tarde. ─interrumpió ─Ahora despreocúpate.

Se formó un pequeño silencio en el que solamente se escuchó un suspiro por mi parte. En realidad, las prácticas no son mi mayor preocupación en este momento. Y por algún motivo, tengo miedo de preguntar...

─Ya se lo entregué ─comentó, como si hubiera escuchado mis pensamientos ─En cuanto te fuiste, fui a llevarle tu regalo y le di la nota.

─¿Te dijo algo?

─Nada. Probablemente ni siquiera me esperaba a esa hora. Pero... la noté distinta.

─¿Distinta en qué sentido?

─En su aspecto físico y su expresión. Había un brillo en sus ojos... No sé cómo explicarlo, pero parecía una Anahí completamente distinta.

─Esa es la verdadera Anahí ─sonreí orgullosa. ─¿Sería demasiado pedir que me dejaras hablar con ella?

─En realidad, sí. Porque no sólo me estás pidiendo que le lleve mi teléfono personal a una paciente, para que pueda recibir una llamada personal de una de nuestras doctoras, sino que además, para ello tengo que levantarme de mi cómoda silla.

─Por favor...

─Odio cuando pones esa cara de cachorro desvalido ─se quejó.

─No me estás viendo.

─¡Pero te imagino! ─exclamó ─Y eso es peor. Dame un minuto.

─Gracias... ─susurré con una sonrisa.

Se volvió a crear un instante de silencio, pero sentía movimiento al otro lado.

─No la veo en el jardín ─informó ─Tal vez aún siga en su habitación. Supongo que ahora que no estás tú, no tendrá mucha prisa por bajar. Voy a mirar.

─Gracias ─repetí.

─Bueno y cuéntame; ¿Qué edad me habías dicho que tiene tu hermano?

─Pequeño ─informé frunciendo el ceño ─es muy pequeño. Y muy mujeriego.

─Yo también soy muy mujeriega ─se rio ─y hombreriega, que es peor.

─Ni siquiera existe esa palabra.

Un pequeño sonido al otro lado del teléfono, me advirtió de que seguramente, Marta estaría llamando ya a la puerta de Anahí. Acto seguido, un chirrido y nuevamente su voz.

─No hay nadie en su habitación ─informó, provocándome una automática decepción ─Tal vez esté en la biblioteca. En seguida bajo.

─No ─me apresuré ─No te preocupes. Más tarde lo vuelvo a intentar. Tú ya has hecho bastante y puede estar en cualquier parte.

─¿Segura? No me importa.

─Sí, ─mentí ─No voy a quitarte más tiempo. Además, tengo que llevar a White a la casa de mis padres. Aún lo tengo en el coche y como siga haciéndolo esperar, me voy a quedar sin sillones, sin tapicería, sin volante y sin nada.

─Está bien ─la escuché reírse ─Vete a llevar al trasto y más tarde hablamos.

─Gracias por todo, Marta.

─No hay de qué. Avísame cuando tu padre salga de la operación y trata de descansar un poco. Estás teniendo un día muy pesado.

─Lo haré. En un rato te vuelvo a llamar.

Terminamos de despedirnos y colgué el teléfono para comenzar a dirigirme hacia el coche.

Encontré a White tumbado en el asiento trasero, donde mismo lo había dejado, completamente tranquilo y empezando a mover la cola en cuanto me sintió llegar.

Al acceder al interior, me di cuenta de que no había rastro de destrozo, ni absolutamente nada había cambiado desde que lo dejé.

─Eres el mejor perro del mundo ─le dije acariciándolo desde mi asiento.

Después de recibir unos cuantos lametones de su parte. Coloqué ambas manos en el volante y me tomé un momento antes de emprender nuevamente la marcha.

Una sensación de agobio está instalada en mi pecho desde hace algunas horas. Me hubiera encantado poder escuchar la voz de Anahí. Sé que por mucho que traten de tranquilizarme o de bromear, por muchas voces alentadoras que escuche, lo cierto es que sólo hay una que puede darme la calma que necesito. Es su voz, la que deseo escuchar en este momento. Su voz diciéndome que todo está bien, que no me preocupe, que va a estar perfectamente en mi ausencia. Su risa, consiguiendo que cualquier cosa en el mundo, por grave que sea, pierda importancia.

Cuanta falta me haces en este momento, mi amor.


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