La Luz De Tu Mirada

By JackieValand

110K 4.8K 884

Un choque de miradas accidentado. Así comienzan la mayoría de las grandes historias. Y esta, no iba a ser me... More

BOOKTRAILER
Prólogo
OTOÑO...
I
II
III
IV
V
VI
VII
VIII
IX
X
XI
*Escena Extra*
XII
*Extra*
XIII
XIV
XV
XVI
XVIII
XIX
XX
*Extra*
INVIERNO...
XXI
XXII
XXIII
XXIV
*Extra*
PRIMAVERA...
XXV
XXVI
XXVII
XXVIII
XXIX
XXX (P.1)
XXX (P.2)
Último Capítulo
VERANO...
EPÍLOGO

XVII

3.5K 133 38
By JackieValand



Una pequeña mesa plegable que guardábamos en la buhardilla, junto a dos sillas. Todo cuidadosamente colocado en el porche de la casa, eran ahora, el escenario perfecto para disfrutar de la próxima cena.

La tarde comenzaba a caer, dejando a la vista sus últimos y anaranjados rayos de sol, incidiendo sobre el lago de una forma espectacular. Preparé la mesa lo mejor que pude, teniendo en cuenta el poco material del que disponía; dos copas, para servir el vino que permanecería en el frigorífico hasta el último momento, la cubertería que mi abuela guardaba para ocasiones especiales. Y en un primer momento, también se me ocurrió adornar el ambiente con alguna que otra vela. Pero al permanecer durante más de cinco minutos observando la mesa, llegué a la conclusión de que no quería extralimitarme, ni hacerle sentir que esto era una cena romántica, o un penoso intento por conquistarla. Porque realmente, no se trataba de eso.

En cuanto volví al interior de la casa, la observé salir del dormitorio, secando con una toalla la humedad de su cabello recién lavado. Por algún extraño motivo, mi corazón se aceleró en cuanto nuestras miradas se cruzaron, y aunque por un instante, parecía que me iba a quedar hipnotizada otra vez, una sonrisa, fue mi tabla de salvación. Recientemente, he descubierto esa extraña manía que tengo, de eliminar los momentos de tensión sonriendo. Una curiosa manera de escapar cuando me pongo nerviosa ante ella.

─¿De qué te ríes?

─Te sienta bien mi ropa ─le respondí dirigiéndome hacia la cocina.

─Gracias. La verdad es que me hace sentir más... libre.

─¿Libre?

En cuanto volteé intrigada, la encontré justo detrás de mí, mucho más cerca de lo que esperaba, ya que ni siquiera la había sentido seguirme.

─Durante prácticamente toda mi vida he intentado ser la chica perfecta, vistiendo ropa exclusiva y tan ajustada, que a veces ni te permiten respirar. Ya sabes, tratando de parecer una princesa. Pero tu ropa es más... ¿Cómo decirlo? "Hippie" no llega a ser la palabra, pero sí más... despreocupada... libre.

─Bueno, en eso tienes razón, no me gusta demasiado ir por la calle aprisionada en mi propia ropa ─le sonreí ─Supongo que hay momentos para todo. Pero en cuanto a ti, no creo que el tipo de ropa que lleves, haga que dejes de parecer una princesa.

Desde que una sonrisa se apoderó de sus labios y permaneció observándome con intriga, mi cerebro fue consciente de lo que acababa de decir y mis mejillas quisieron sonrojarse, cosa que pude evitar a tiempo.

─Debería aprender a controlar estos extraños momentos de cursilería que me invaden. ─comenté regañándome a mí misma.

─Al menos ya controlas no sonrojarte ─se encogió de hombros sonriendo ─algo es algo.

─Todo un detalle por tu parte esa apreciación.

Fruncí el ceño, con la intención de apoyar el tono irónico. Pero ella, simplemente volvió a sonreír.

─¿En qué puedo ayudarte? ─cambió de tema, señalando con su cabeza el pescado que había sobre la encimera.

─Ahora acabas de sonar como una telefonista de "Atención al cliente"

Después de sacarme la lengua como una niña pequeña, se acercó más, pretendiendo husmear todo lo que había preparado a mí alrededor. Lo malo, es que trajo con ella, ese olor que desprende su cabello recién lavado y que automáticamente me recuerda nuestro encuentro de cada mañana. Una vez más, no puedo evitar que una ligera sonrisa se apodere de mis labios.

─¿Y ahora de que te estás riendo? ─alzó una ceja divertida.

Decidí decirle lo primero que se me vino a la cabeza, para no quedar de nuevo como una imbécil embobada.

─Es la primera vez en mi vida que preparo esta receta.

─O sea, que corremos el riesgo de quedarnos sin cena.

─¿Qué sería de la vida sin sus riesgos? ─sonreí guiñándole un ojo.

─¿Y cómo se llama la famosa receta?

Mientras le indicaba que pelara un tomate, yo comencé a cortar la temida cebolla.

─Pescado al horno Andrade. Porque no es un simple pescado al horno. Lleva un ingrediente secreto, que sólo los miembros de la familia conocen. ─le expliqué con misterio ─Cuando pertenezcas a mi familia, te será desvelado.

─¡Oh! ¿Y cómo puedo pertenecer a tu familia, para ganarme tan grande honor?

─Bueno... ─me encogí de hombros ─Tengo un hermano con el que podrías casarte.

En cuanto terminé de decir esto, la oportuna cebolla comenzó a hacer su efecto sobre mis ojos, ocasionando un fuerte picor, acompañado de lágrimas. Hice el intento de llevarme ambas manos a ellos para calmar dicho picor, pero la acción fue detenida rápidamente por Anahí. Que sostuvo mis manos con una de las suyas, mientras con la otra, mojaba un paño de tela en el agua que caía del grifo. Con mucha delicadeza, llevó el paño húmedo hacia mis ojos y comenzó a dar pequeños y ligeros toques en ellos, consiguiendo que poco a poco se refrescaran, calmando así el malestar.

Mientras eso sucedía y las lágrimas dejaban de brotar, pude conseguir mantenerlos abiertos para observar cómo me trataba con esos dulces gestos, y clavaba sus ojos azules sobre mí.

─No llores... ─susurró al tiempo que sonreía ─No tengo ninguna intención de convertirme en tu cuñada.

Yo también sonreí. No sé por qué, pero lo hice.

─¿Mejor? ─preguntó, refiriéndose a mis ojos.

─Odio la cebolla. ─protesté.

─Déjame a mí, yo continuo con eso.

─Oh no, ─me negué rápidamente ─que entonces, la que terminará llorando serás tú.

─Bueno, pero así nos turnamos y no sufres tanto.

─De ninguna manera, señorita ─insistí.

─Eres una cabezota.

Sonreí triunfante sin siquiera voltear a mirarla y continué en mi tarea de cortar la endemoniada cebolla. Esta vez, haciendo un esfuerzo sobrehumano porque el escozor no me afectara demasiado. Podía sentirla sonreír a mi lado mientras negaba ligeramente con la cabeza y continuaba desarrollando sus propias tareas. Ya debía estar completamente acostumbrada a mi cabezonería.

Nos demoramos apenas unos minutos en acomodar todos los ingredientes en el interior de una bandeja metálica, dejando el hueco justo y necesario para colocar el pescado. A continuación, con algunas especias y un par de ramas, pertenecientes a una planta que mi abuela cultivaba desde siempre, le di el toque final a lo que sería en unos minutos, nuestra cena. Introduje la bandeja en el horno precalentado, puse en funcionamiento el cursor de tiempo y listo. En unos instantes, un delicioso aroma, comenzaría a invadir toda la casa.

─Bueno, creo que aprovecharé para darme un baño rápido, en lo que se termina de cocinar el pescado.

─¡Perfecto! ─exclamó ─El olor a lago que tienes, ya estaba comenzando a marearme.

Mis ojos y mi boca se abrieron enormemente, expresando sorpresa. Por lo que agarré un mechón de mi propio pelo e inhalé fuertemente su aroma. Pero al no distinguir nada extraño en él, volví a mirar a Anahí, descubriéndola con una sonrisa juguetona.

─¿Estás jugando conmigo? ─le pregunté entrecerrando los ojos.

─¡Jamás se me ocurriría!

Le lancé una mirada fulminante a su burla, recibiendo como respuesta una mueca algo extraña que consiguió hacerme reír al instante. De esta forma me marché hacia la habitación, dando de cabeza. Busqué algo de ropa en el armario y decidí adentrarme en el cuarto de baño rápidamente. Esperaba no tardar demasiado, o corríamos el riesgo de quedarnos sin cena, esta vez de verdad.

Apenas fueron unos minutos, en los que el agua pudo recorrer mi cuerpo, relajando y refrescando cada músculo y centímetro de piel a su paso. La sensación que otorga un baño, después de un día tan largo e intenso, a la vez que bonito, resulta tremendamente agradable. Después de secar mi cuerpo y vestirme con la ropa seleccionada, sacudí un poco mi cabello con la toalla, para arrebatarle la humedad sobrante y terminar de peinarlo con delicadeza y suavidad. Una vez completamente lista, abrí la puerta del cuarto de baño, sorprendiéndome al instante por los sonidos que llegaban a mis oídos. Un sonido que hacía años no escuchaba.

El piano de mi abuela... Tan dulce e intenso como lo recordaba.

Mis ojos se humedecieron casi sin poder controlarlo. Es demasiado intensa la sensación, que la melodía de esas teclas siempre me había producido.

Caminé despacio hacia la sala y encontré a Anahí de espalda, sentada sobre el pequeño sillón del piano, balanceando ligeramente su cuerpo al mismo tiempo que sus dedos acariciaban las teclas. White, se encontraba tranquilamente recostado a sus pies, observándola atentamente, disfrutándola, como mismo estoy haciendo yo en este momento.

No podía creer que estuviera tocando. Ella misma me había confesado que nunca volvió a hacerlo desde que falleció su abuela. Yo nunca volví a escucharlo desde que falleció la mía. Y ahora, ese mágico instrumento, volvía a cobrar vida, gracias a ella. La única capaz de conseguir que me emocionara como solía hacer de niña.

Me aproximé con sigilo hacia su espalda, tratando de ser lo más cuidadosa posible. No quería que absolutamente nada, consiguiera distraerla. Podía ver el rápido y perfecto movimiento, que ejecutaban sus agiles manos. Tenía los ojos cerrados y parecía estar sintiendo la música en lo más profundo de todo su ser. De un momento a otro, descubrí mi piel erizada, materializando así, las mil y una sensaciones que mi cuerpo debía tener.

─Ven... ─susurró sobresaltándome ─Siéntate conmigo.

Sin pronunciar palabra, obedecí su petición y me senté a su lado, en el espacio que aún quedaba libre de aquel pequeño sillón. Nuestros cuerpos se rozaban casi por obligación. Pues la cercanía así lo ordenaba. Entonces volví a sentir mi corazón acelerarse y una especie de extraña corriente invadió mi cuerpo, consiguiendo que comenzara a temblar ligeramente. Anahí continuó permitiendo a sus manos bailar por esas teclas, con tanta sutileza y ligereza, que apenas podía apartar la mirada de ellas. Cada vez que hacía un movimiento con su cuerpo, el olor de su cabello impregnaba mi espacio y la suma de todos esos factores, hacían que me sintiera incluso, por encima de las nubes.

Alzó la vista y giró su rostro a la derecha para encontrarme. Por un momento, fui capaz de apartar mis ojos de sus manos para enfrentar su mirada. La descubrí sonriendo. Sonriendo como si ésto, la llenara más que cualquier otra cosa en el mundo. Como si quisiera hacerme saber a través de esa amplia sonrisa, que esto la hacía feliz.  Nunca en mi vida, algo me ha resultado tan sensual como el momento que ahora estoy viviendo. Debe darse cuenta de lo que me provoca. Debe ser perfectamente consciente de lo hipnotizada que me tiene mirando sus ojos, su sonrisa, con el único sonido de su música en mis oídos y el vaivén de su cuerpo rozándome.

Volvió a descender la vista hacia el piano, para concentrarse en el aumento de velocidad de la melodía. Para sentir al máximo las notas que sus manos están ejecutando. Esas perfectas manos, de las que una vez más, no puedo apartar los ojos.  Podían ser  pequeñas y aparentemente delicadas. Manos de princesa.  Podían ser, las que la llevaran a su infierno más profundo en ocasiones. Pero lo cierto, es que sus manos, están consiguiendo erizar mi piel sin siquiera tocarme. Unas manos que consiguen eso, y que después de años, son capaces de recordar una melodía y hacerla vibrar de esa forma, no son unas manos frágiles. Son fuertes. Tan fuertes, como lo es ella. No tiene manos de princesa. Tiene manos de guerrera.  

Poco tiempo después, la rápida melodía comenzó a descender en su ritmo, anunciando así, la llegada de las últimas notas. Y con un final mágico, terminó de tocar aquellas teclas y regalar a mis oídos, una de las mejores demostraciones musicales que había escuchado jamás.

Se produjeron unos segundos de silencio, en los que mi mente aún continuaba recreando la música, mientras esperaba que fuera ella la que hablara en primer lugar. A mí no me salían las palabras y creo absolutamente, que en este instante, están de más.

─Creía que no iba a ser capaz de recordar cómo tocar el piano.

─Si eres capaz de hacer eso, habiendo estado años sin tocar, no puedo llegar a imaginar lo que eras capaz de hacer antes. Tienes un talento increíble.

─Fueron muchos años de práctica. Es sólo eso.

─¡No! No es sólo eso. ¡Está muy lejos de ser sólo eso! ─exclamé captando su mirada ─Anahí, existen dos formas de tocar un instrumento; Ejecutando las notas con perfección, o sintiendo la música con pasión. Tú lo haces de la segunda manera. ─le aseguré perdiendo mi mirada entre las teclas con nostalgia ─No creí jamás, que alguien pudiera volver a emocionarme tocando este piano.

─Yo tampoco creía que volvería a tocar un piano. Ni siquiera recordaba cómo me hacía sentir esto. Y todo gracias a ti. ─dijo consiguiendo que volviera a mirarla ─Siempre, gracias a ti.

La luz que estoy viendo ahora, en el interior de esa mirada azul, es quizás, lo más parecido a la luz que he estado buscando desde el momento en el que la conocí. Un brillo resplandeciente, que lejos de clavarse como una espada de hielo, llena mi corazón de un calor, que solo ella, podía transmitirme.

─Ya no hueles a lago ─susurró cerrando los ojos, al tiempo que en un suspiro inhalaba mi aroma y seguidamente los volvía a abrir.

Creo que es el momento en el que me toca responder. Pero me siento incapaz de apartar mis ojos de ese lugar, cada vez que nuestra vista se encuentra. Algo muy dentro de mí, me hace sentir que si lo hago, si aparto la mirada de sus ojos y la desciendo hacia sus labios... no seré capaz de detenerme ni un segundo más. Y menos aún, si percibo la calidez de su mano acariciar mi mejilla, como lo está haciendo en este instante. Todo mi interior se siente como un volcán a punto de estallar. Un volcán, que a pesar de estar en plena ebullición, encuentra paz en esa mirada. ¿Cómo es posible? ¿Cómo puedes hacerme sentir dos emociones tan contradictorias en un mismo momento?

De pronto, un insoportable sonido proveniente de la cocina, nos sobresalta, consiguiendo que frunza el ceño realmente fastidiada por la inesperada interrupción. Los repentinos ladridos de White, que parecía igual de confundido, se suman a dicho sonido. Ambas dirigimos nuestra mirada hacia el lugar del que provenía el dichoso ruido. Y fue sólo entonces, cuando mi mente supo relacionar el motivo, haciéndome sonreír justo antes de volver a mirarla.

─La cena está lista ─anuncié en un susurro.

Desesperada por comprobar si mis dotes de cocinera eran hereditarias, me dirigí apresuradamente hacia la cocina. Donde después de apagar el horno y colocarme unos gruesos guantes, extraje cuidadosamente la bandeja y la llevé hacia el exterior, indicándole a Anahí con la mirada, que me siguiera. El cachorro, decidió auto invitarse al banquete, y enseguida se levantó para seguirla.

─¿Cuándo preparaste esto? ─preguntó sorprendida, refiriéndose al pequeño comedor que había organizado.

Coloqué la bandeja de pescado en el centro de la mesa y me quité los guantes, observando cómo White llegaba olfateando el ambiente.

─Mientras te bañabas. No es demasiado. Pero... espero que te guste.

─¿Bromeas? ─comenzó a acercarse ─Una noche preciosa, una cena bajo las estrellas, una comida aparentemente exquisita, una compañía inmejorable, el amigo más hermoso del mundo olfateándolo todo... Si hubiera vino, sería la cena más perfecta de mi vida ─bromeó.

─Oh...Entonces, señorita ─dije al tiempo que le ofrecía "caballerosamente" la silla para que se sentara ─Vaya usted acomodándose y preparándose ─me incliné ligeramente para susurrar en su oído ─Porque está a punto de llevarse a cabo, la cena más perfecta de toda su vida.

Con un aire de misterio, me dirigí a la cocina en busca de una de las botellas de vino pertenecientes a mi abuelo, que aun guardaba y había decidido poner a enfriar unas horas antes.

Él no soportaba tomar sus vinos a una temperatura demasiado baja. Aseguraba que el frío, anulaba todo su sabor. Por eso, de niña, se obsesionó con enseñarme a comparar la temperatura ambiente, con las indicaciones que había en la etiqueta de la botella. Si estábamos en épocas muy calurosas, como la de esta noche, el vino debía bajar aproximadamente unos 10 grados, para adquirir su temperatura ideal.

Regresé rápidamente al exterior, donde encontré a Anahí, observando el cielo, muy concentrada.

─En la ciudad apenas se visualizan las estrellas ─comenté.

─Ni siquiera sabía que podían haber tantas estrellas en un mismo cielo.

Antes de tomar asiento, descorché la botella de vino y serví un poco en su copa para que diera su aprobación. Un acto de pura cortesía, porque lo cierto, es que si no le gustaba, no había otro para elegir.

Lo saboreó ligeramente, antes de asentir, indicándome que podía servir un poco más en su copa. Cosa que no dudé en hacer, para después sentarme y servir también en la mía. En cuanto terminé la tarea, levanté la vista y la encontré mirándome fijamente, mientras alzaba su copa dispuesta a hacer el primer brindis de la noche.

─Por esta noche. ─indicó ─Y por las horas que me has hecho vivir en este bonito lugar.

─Pues yo quiero brindar por la vida. Esa vida que sin esperarlo y sin buscarlo, me hizo conocerte, Anahí.

Ambas hicimos un gesto de aprobación finalizando el brindis. Y sin detener nuestro intenso cruce de miradas, llevamos la copa hacia nuestros labios y absorbimos el líquido que tenía un color, un olor y un sabor, exquisitos.

─Tiene la temperatura perfecta para una noche como esta. ─comentó refiriéndose a la bebida.

─¿Entiendes de vinos? ─le pregunté al tiempo que comenzaba a cortar el pescado para servir un pedazo en su plato y otro en el mío.

─Si no entendiera de eso, ya estaría posiblemente desheredada ─bromeó ─Bueno, puede que aun así, ya lo esté.

Antes de continuar, hizo una pequeña pausa que nos permitió a ambas llevarnos un pedazo de pescado a la boca, deseosas de saber, si nuestro trabajo había resultado como deseábamos.

En cuanto la comida rozó mi paladar, un viejo y conocido sabor, invadió mis sentidos. No obstante, la observé, esperando impaciente su reacción.

Parecía muy concentrada, hasta que alzó su mirada para encontrarse con la mía, completamente expectante, al ver como sus ojos se habían agrandado considerablemente.

─¡Esto está delicioso! ─exclamó haciéndome sonreír aliviada ─Ahora sí que me voy a pensar eso de casarme con tu hermano, para adquirir el secreto familiar.

Sin siquiera controlarlo y mucho menos desearlo, sentí como mis ojos se empequeñecían y mi cejo se fruncía, ocasionándole en el acto, una risa muy dulce.

─Me alegro de que te guste. Pero volviendo al tema de antes, ¿Cómo es eso de que si no entendieras de vinos, ya estarías desheredada?

─Es el negocio por excelencia de mi familia, desde tiempos inmemoriales. Además del orgullo de cada miembro. Ya sabes, la tradición va pasando de generación en generación.

─Pero, ¿Entonces tu familia fabrica vinos?

Ella asintió, llevando otro pedazo de pescado a sus labios, antes de continuar con la explicación.

─Mis abuelos paternos, son poseedores de uno de los viñedos más inmensos que existen en La Toscana.

─¡Claro! Ahora entiendo por qué tu apellido es italiano. ¿Entonces, toda tu familia paterna es italiana?

─Así es. Aunque mi padre lleva desde su adolescencia viviendo aquí y manejando en su empresa, la exportación de los Vinos Valente alrededor del mundo.

─Si... ─asentí cuando un vago recuerdo llegó a mi mente ─Es verdad. Creo haber leído algo del empresario de exportación e importación de vinos, Oliver Valente, cuando busqué tu nombre en internet. ─en ese momento, una nueva luz pareció llegar a mi cerebro, en cuanto la imagen de la botella que estábamos bebiendo, apareció frente a mi ─Espera... ¿Vinos Valente? ¡No! ─exclamé sorprendida ─¿De verdad que tu familia es la encargada de cultivar y fabricar el que era el vino favorito de mi abuelo, que a su vez, es el que estamos bebiendo en este momento y uno de los más importantes del mundo?

Sonrió con ternura, como si mi sorpresa ante la noticia fuera excesiva. No es excesiva. Los vinos Valente, además de haberlos estado viendo desde que tengo uso de razón, son una cadena de vinos con mucho prestigio alrededor del mundo. Y lo último que esperaba, es que la chica que tengo frente a mí esta noche, sea la futura heredera de esa compañía.

─Parece que las piezas comienzan a encajar en tu puzle.

─Vaya... ¿Alguna sorpresa más que quieras mencionar? Es el momento.

─Creo que por ahora, sabes todo lo que necesitas saber. Más bien, eres tú la que deberías contarme, qué significa eso de que buscaste mi nombre en internet.

─Oh, bueno. El primer día que llegué a La Cascada, después de enterarme que eras paciente del centro... Ni siquiera sé por qué lo hice, no es demasiado profesional. Pero necesitaba saber si en internet, había alguna referencia de los motivos por los que estabas interna en un centro de salud mental.

─¿Y qué encontraste?

─"¡Anahí Valente y su intento de suicidio!" ─exageré el titular con las manos ─Era una nota de prensa y recuerdo que mencionaban que eras hija de un conocido empresario de importación y exportación de vinos. Pero claro, no le presté demasiada atención a ese dato, como tú comprenderás. Y ya lo había hasta olvidado. O tal vez no fue ahí dónde lo leí ─dudé, tratando de recordar. 

─O sea, que al día siguiente, cuando volviste y nos encontramos de nuevo en el pasillo, ya sabías por qué estaba ahí.

─Sabía lo que había leído. Pero no tuve nada confirmado hasta horas más tarde.

─Y me miraste igual... ─comentó.

─¿A qué te refieres?

─Aquella mañana, me miraste igual que la anterior, aun teniendo en tu mente un rumor de lo que hice.

─¿Y por qué iba a ser diferente? ─pregunté confundida sin saber a dónde quería llegar.

─¿Ves? A eso me refiero. ¿Tú nunca viste en mí a una loca, niña de papá y caprichosa, que en un arrebato intentó matarse?

─Anahí ─la miré, esta vez sí, seriamente ─Yo lo único que vi en ti, desde el primer segundo, fue a una simple chica, con la mirada más fría y ausente que había tenido jamás frente a mí. Y lo único que podía preguntarme era: ¿Qué hecho de su vida, ha podido ser tan poderoso, como para acabar de esa forma, con el brillo de su mirada?

─Bueno... ─se encogió de hombros ─Ahora ya sabes que no fue ningún gran, ni poderoso motivo en concreto.

─El motivo, es el más grande y poderoso de este mundo; dejaste de creer. Y cuando una persona deja de creer, se sumerge en un abismo, en el que se pierde incluso a sí mismo. Pero, te guste o no, señorita, te encontré ─le sonreí ─Y no me lo dice el hecho de que estés disfrutando de esta cena, que es una delicia por cierto. Me lo dicen tus ojos. Esos, que desde el primer momento, se encargaron de hacerme saber que aún seguías ahí, en algún lugar, perdida, pero sin irte del todo. ¡Así que, brindemos por ello! ─exclamé alzando mi copa.

─Y por ti.

─Siempre me llevas la contraria en los brindis ─bromeé guiñándole un ojo, al tiempo que una vez más, llevábamos la copa hacia nuestros labios. ─Por cierto... Aún no me has contado la historia de tu novio.

─Esa, te aseguro que no es una historia demasiado interesante ─rio mientras volvía a beber.

─¿Sigues enamorada de él?

La pregunta me sorprendió a mí, en igual medida que a ella. Ni siquiera fue aceptada por mi cerebro cuando mis labios ya la estaban pronunciando.

─Nunca lo estuve. ─aclaró.

Y con esa aclaración, algo dentro de mí pareció liberarse automáticamente.

─¿Y por qué estabas con él?

─Bueno, es que David y yo, nos hicimos novios el primer año de universidad. Y ya sabes cómo son esas cosas al principio; mucha ilusión, estudiábamos juntos, mismo grupo de amigos, siempre estábamos cerca y éramos algo así como, mejores amigos. A veces, cuando te das cuenta de eso, ya es demasiado tarde.

─Pero la amistad es parte del amor, ¿no crees?

─Por supuesto. Y no lo dudo, pero hay algo, que simplemente sucede o no sucede. Algo que llega y te arrastra como una corriente imparable. No lo puedes controlar. No lo puedes evitar. Ni siquiera lo puedes medir. Simplemente sucede... y con David, no sucedió.

─¿Y cuándo lo supiste?

─Creo que nunca llegué a planteármelo realmente. Era fácil estar juntos, cómodo para todos. Pero... no lo sé, supongo que mi intento de suicidio fue una pista para darme cuenta, de que ni siquiera él, me resultaba un motivo de peso para aferrarme a esta vida. Entonces empecé a plantearme los años anteriores y mi forma de comportarme, de alejarme. Siempre fui muy fría, distante. Y ahora me doy cuenta de que nunca fui capaz de soñar, estando junto a él. Y si ese alguien no te hace soñar, entonces... ¿De qué sirve?

─De nada... ─sonreí, sabiendo que tenía razón ─No sirve de nada. ¡Hablando de sueños!

Como si una bombilla se hubiera iluminado en el interior de mi mente, me levanté bajo su mirada divertida, a la vez que confusa y me adentré en el interior de la casa, donde tras buscar una hoja de papel y un lápiz, volví a su encuentro.

─Te dan unos arrebatos algo extraños, eh. ─comentó en cuanto me vio aparecer.

─Es que la conversación sobre soñar, me recordó algo que quería pedirte que hiciéramos juntas.

Arrastré mi silla aprovechando que entre charla y charla, la cena había terminado, para sentarme esta vez a su lado, colocando la hoja de papel sobre la mesa.

─¿"Lista de Sueños"? ─preguntó observando la frase que da título a la hoja.

─Es como la mía. ─aclaré ─Bueno, ésta aún está en blanco... Pero por eso te la entrego. Me gustaría que algún día, cuando se te ocurra algo o simplemente cuando te apetezca, comenzaras a rellenarla. Y aquí... bajo este cielo estrellado ─comencé a interpretar exageradamente, como si estuviera en pleno Broadway representando el musical de la historia ─Yo te prometo, que haré hasta lo imposible por ayudarte a cumplir todos y cada uno de esos sueños.

Se rio exageradamente, observándome como si estuviera loca.

─Estoy segura de que hasta hace muy poco tiempo, ni si quiera tú eras consciente de cuán payasa podías llegar a ser. ─comentó.

Yo solamente sonreí de acuerdo, mientras la observaba con el papel entre sus manos. Papel que analizó durante unos segundos, antes de responder.

─Está bien. ─aceptó ─Me gusta el trato. Así que, ya que estamos juntas, empiezo en este mismo momento.

─¡Adelante! ─exclamé sorprendida a la vez que emocionada.

Llevó el lápiz a sus labios, dándose pequeños golpecillos mientras sus ojos miraban al cielo, dando a entender que está pensando.

Adorable... Absolutamente, adorable.

─Dicen que una persona antes de morir, tiene que haber hecho tres cosas fundamentales; escribir un libro, tener un hijo y plantar un árbol. Vamos a empezar por lo suave ¿No? Plantar un árbol ─escribió.

Asentí, satisfecha.

─Tocar el piano, como mínimo, una vez en semana ─sugerí.

Me miró, alzando una ceja sin comprender.

─¿Y cómo pretendes que toque el piano dentro del centro?

─¿Qué fue lo que te dije hace un minuto al estilo "musical de Broadway"?

─Que tú me ibas a ayudar ─repitió ─Está bien... Tocar el piano, una vez a la semana, como mínimo.

Mientras ella termina de escribir la frase, otra idea asaltó mi mente de forma súbita.

─¡Espera, espera! Tienes ascendencia italiana. Por lo tanto, es un deber legal, que comas pizza también, al menos una vez en semana.

─¿Esto es una lista de sueños? ─preguntó alzando una ceja ─¿O de obligaciones?

─Any, comer pizza, te aseguro que es un auténtico sueño.

Rodó los ojos sonriendo y volvió a escribir en el papel.

─Muy bien, entonces... Comer pizza, sobre una "Scooter" de color celeste, mientras recorremos la única y maravillosa, Toscana italiana.

─¡Wou! ─exclamé alzando mi mano para que chocáramos nuestras palmas ─Eso sí que es un sueño.

Mientras parecía estar pensando algo más para apuntar, ascendió su mirada hacia el cielo estrellado que se encontraba sobre nosotras. Observó durante unos segundos, cómo esas estrellas le daban el toque especial a esta noche y volvió a escribir algo en el papel.

─Algún día, vivir en un lugar, en el que cada noche pueda observar las estrellas como mismo se pueden observar desde aquí.

Al escuchar tal deseo, no pude hacer otra cosa más que sonreír con ternura, mientras la observo escribir ese último sueño. Al fin y al cabo, Anahí no era más que una niña. Una simple niña, que se deja maravillar con las cosas más sencillas de este mundo. Al contrario, de los que todos a su alrededor siempre habían pensado, ella no está tan perdida. No puede estarlo, una persona que se ilusiona como un niño, ante cada nuevo descubrimiento.

─¡¡Dul!! ─me llamó, sacándome aturdida de mis pensamientos ─¿Estás ahí?

─Perdona, ─me disculpé sonriendo y sacudiendo la cabeza ─me distraje un momento. ¿Estabas diciéndome algo?

─Si. Te preguntaba, que si el resto lo podemos ir rellenando con el tiempo.

─Claro. Es mejor que vayas despacio. Pequeños pasos crean grandes caminos.

─Que bonito habla usted siempre, doctora. ─dijo sonriendo ─¿En qué estabas pensando?

─En que necesito ir urgentemente al cuarto de baño. Las dos copas de vino luchan por salir disparadas de mi vejiga urinaria.

─Vaya, que imagen más gráfica acabas de crear en mi mente. Hoy estás un poquito mentirosa.

─¿Por qué me dices eso?

─Ya es como la tercera vez que te pregunto en qué piensas o de qué te ríes, y siempre cambias el tema, o directamente lo evades creyendo dejarme satisfecha. Subestimas mi inteligencia.

Pues... hay dos opciones; o es demasiado inteligente, o va a resultar que me conoce más de lo que creía. O quizás, haya una tercera opción que implique ambas cosas.

─No la subestimo ─le sonreí ─Pero te aseguro que si no voy al cuarto de baño en este preciso instante, tú misma vas a comprobar cómo no miento.

─¡Está bien, está bien! ─aceptó levantando ambas manos ─Huya, doctora.

Dándole un rápido y fugaz beso en la mejilla, me fui prácticamente corriendo hacia el interior de la casa, escuchándola casi gritar:

─¡Si claro! ¡Tus besos no me van a hacer cambiar de opinión!

Podía haber respondido algo que súbitamente iba a conseguir su silencio. Pero lo cierto, es que si no llegaba rápidamente al cuarto de baño, podría ocurrir una desgracia. Realmente, las dos copas de vino que habíamos tomado, hicieron un efecto fulminante sobre mi vejiga urinaria.

Minutos más tarde, cuando pasé por la sala de camino al exterior, donde supuestamente iba a encontrarla de nuevo, no solo observé a White profundamente relajado en su pequeño espacio (en algún momento de la cena, debió decidir abandonarnos y con tanta charla, ni siquiera me había percatado), sino que además, visualicé a Anahí de espaldas en la cocina. El sonido del agua caer, me dio a entender que debía estar lavando la vajilla de la cena. Me acerqué sigilosamente a su espalda. Con tanto cuidado como haría un felino, segundos antes de dar caza a su presa. Se veía concentrada y no parecía haber notado si quiera mi presencia. Entonces, agarré con decisión su cintura, sintiendo como se sobresaltó en el acto. Y una vez en esa posición, no supe bien lo que pretendía hacer. Quizás el vino trajo consigo algún que otro efecto, además de las repentinas ganas de orinar.

─¿Qué crees que estás haciendo? ─susurré en su oído.

─Lavar los platos...

─Eres demasiado lista. Aprovechaste que me fui al cuarto de baño, porque sabías que no te iba a permitir hacerlo.

─Así es... ─confirmó riendo.

─Déjame terminar, anda. Ve a relajarte un rato.

─Ahora nos relajamos juntas. ─insistió ─En un minuto acabo.

Su cabezonería, a veces era incluso peor que la mía. Con la diferencia, de que ella sabe perfectamente que me irrita. Y por eso me permite apreciar su sonrisa provocativa, aunque esté a su espalda.

─No me dejas otra opción, que utilizar las armas que no quería usar ─le advertí, comenzando un movimiento rápido de mis manos sobre su cintura, en un repentino ataque de cosquillas que la hizo reír desesperada, mientras trataba de dejar los platos en un lugar seguro.

─¡Eres una tramposa! ─acusó entre carcajadas ─¡Sabes que no soporto las cosquillas!

─Bueno, bonita. ─volví a susurrar con misterio ─No me dejaste otra opción.

Sin saber realmente cómo, consiguió darse la vuelta y quedar frente a frente, con mis manos aún en su cintura provocando que siga retorciéndose entre risas. Las suyas en cambio, están en el aire, completamente enjabonadas y llenas de espuma. Pero en un intento por defenderse y hacerme parar, decidió restregar esas manos por todo mi rostro, dejando la espuma en él. Por un momento, me detengo ante su repentino gesto. Y después de mirarla con los ojos de venganza más reales que pude expresar, arrebaté el jabón que aún le quedaba en las manos, e hice lo mismo con su rostro, dando comienzo a una guerra de espuma y cosquillas, en la que predominaba la risa ante cualquier otra cosa. A leguas se nota mi ventaja sobre ella. Pues el ligero peso de su cuerpo, me permite ejercer la fuerza suficiente para siempre salir vencedora. Aunque lo cierto, es que me encanta ver como no se rinde nunca, en su intento por ganarme.

─¡Te voy a cortar las manos! ─exclamó riendo.

─¡No por favor! ─supliqué ─Córtame lo que quieras, pero las manos no.

Ni siquiera sé por qué dije tal cosa. Supongo que estaba bromeando entre tanta risa. Pero esa simple frase, fue suficiente para que detuviera en seco nuestro juego y la expresión de su mirada cambiase súbitamente. Me observa fija y seriamente, como si algo le hubiera molestado. Como si algún pensamiento desagradable, hubiera abordado de pronto su mente. Como si en este momento, me tuviera todo el coraje que se le puede tener a una persona. Pero a pesar de eso, no abandonó su posición. Así como yo tampoco abandoné la mía.

Mis manos habían vuelto a su cintura en algún momento y allí permanecen. Las suyas, se encuentran agarrando fuertemente mi camisa, a la altura del estómago. Nuestros ojos se desafían mutuamente. Nuestra respiración acelerada por el esfuerzo del juego, trata de volver a la normalidad. Pero, al menos en mi caso, estoy sintiendo que ocurre exactamente el efecto contrario. Cada vez se me hace más difícil respirar, cada vez, siento su cuerpo más cerca del mío y comienza a golpearme su aliento, como si una fuerza magnética, estuviera uniéndonos más y más. Su mirada sigue expresando cierto atisbo de rabia. Y aunque aún no soy totalmente consciente de lo que está sucediendo, me es imposible poder controlar ni un segundo más, que esta vez sí, la dirección de mis ojos descienda hacia ese lugar al que tanto tiempo he estado evitando mirar. Observo sus labios, ligeramente entre abiertos para dejar paso a su dificultosa respiración y entonces, permito que un suspiro, lleve algo de oxígeno a mis pulmones y coherencia a mi corazón. Aunque en este instante, no estoy segura de que exista demasiada coherencia en ese órgano. Su mano, presiona con más fuerza cada vez mi prenda. Sin pretender acercarme, pero tampoco trata de alejarme. Simplemente la presiona con fuerza, como si estuviera desahogando en ella, lo que sea que esté sintiendo en este momento.

─No puedo más... ─susurré cerrando los ojos ─Te juro que no puedo más, Anahí.

De pronto, siento como una de sus manos deja de ejercer esa presión sobre mi ropa para colocarse cuidadosamente en mi mejilla, dejando cálidas caricias sobre ella. No me atrevía a abrir los ojos. Solo deseaba que de una vez por todas, esta distancia, que a pesar de ser cada vez más pequeña, estaba resultando igual de larga que cientos de kilómetros, desapareciera de una vez.

Pero de un momento a otro, sin siquiera entender el por qué, Anahí apartó mi cuerpo con brusquedad, y salió corriendo hacia el exterior, dejándome absolutamente aturdida.

Me llevo ambas manos a la cabeza, y siento la necesidad de golpear ligeramente la encimera. Permanezco apoyada en ella, a riesgo de que mi cuerpo se desvanezca por toda esta situación. No entiendo lo que está pasando. Ni mi reacción, ni mis ganas incontrolables de besarla, ni sus caricias, ni su repentina huida. ¡Nada! Lo único de lo que estoy segura, es de que en este momento, mi cuerpo tiembla, como nunca antes había temblado.

Minutos después, decido ir a su encuentro. Al asomarme por el umbral de la puerta, la observo sentada al borde de la madera, con los pies colgando sobre el lago y su mirada perdida en algún lugar de aquel cielo estrellado.

Me aproximo a ella, con pasos minúsculos y silenciosos, tratando de pensar durante el camino, qué es lo que voy a decir. Pero al llegar allí, todo lo que pude haber pensado, se esfuma de mi mente. Solo puedo sentarme a su lado y observar también el cielo, esperando que él y el silencio, traigan consigo, alguna idea de lo que puedo decir.

─Lo siento... ─me disculpo por fin, después de unos minutos de completo silencio ─Ni siquiera sé lo que ocurrió ahí adentro... Ni nada de lo que está ocurriendo conmigo. ─vuelvo a guardar silencio un instante...y suspiro. ─Pero mañana a primera hora te llevaré de vuelta. Lo último que quiero, es que te sientas incomoda.

─El simple hecho de pensar en separarme de ti, me produce pánico, Dulce. ─la miré absolutamente confundida. No entiendo el significado de sus palabras. A decir verdad, no comprendo nada de lo que ocurre esta noche. ─El mismo pánico, que me produce hacerte sufrir.

Cuando me miró, sus ojos estaban ligeramente humedecidos, notándose que unas pequeñas lágrimas se habían escapado de ellos. Entonces, toda mi confusión pareció esfumarse de nuevo, dejando en su lugar, unas profundas ganas de abrazarla y cuidarla, como siempre he hecho.

─No estoy sufriendo ─le aseguré mientras secaba con mi dedo pulgar, una de esas rebeldes lágrimas.

─Ahora quizás no, pero tarde o temprano lo harás. ─aseguró ─Es lo único que se me da bien, Dulce. Hacer sufrir a la gente que le importo. No sé querer a nadie. ¿Entiendes lo que significa eso? Destrozo todo lo bueno que sucede en mi vida. Soy un desastre, Dulce. ¡Un completo desastre emocional! ¡Subo y bajo, voy y vengo! ¡No tengo estabilidad! ─continúa desesperada ─Ni siquiera puedo cuidar de mi misma... ─suspiró, haciendo una breve pausa que pareció calmarla ─Y a pesar de sentir lo que siento cuando estoy contigo, me produce terror hacerte daño, y conseguir que termines odiándome el día menos pensando. Me importas tanto, que el simple pensamiento de verte sufrir... me paraliza. Eres... ─se detuvo a buscar las palabras exactas ─¡Dios, Dul, eres la mujer de la cualquier persona podría enamorarse! Hay miles de chicas bonitas en el mundo, dispuestas a entregarte todo eso que tú mereces. Dispuestas a llenar tu vida de sueños. Pero yo... yo no soy más que un juguete roto... que lo único, que puede traer a tu vida, es oscuridad.

Sus palabras, en algún momento comenzaron a crear una fuerte presión en mi pecho. Y a pesar de seguir viendo las lágrimas correr por sus mejillas a través de la borrosa visión de mis ojos. Algo me duele. Algo me está irritando y haciendo un daño, que apenas soy capaz de explicar. Por lo que, guiada por un impulso, me vi en la obligación de agarrar su mano y hacerla levantar junto conmigo, con la intención de dirigirla hacia quién sabe dónde. Aunque al principio quiso poner un poco de resistencia en medio de la confusión, no se opuso demasiado y me permitió guiarla hacia el interior de la casa, donde cerré definitivamente la puerta antes de continuar nuestro camino.

Llegamos al cuarto de baño en cuestión de segundos y la posicioné frente al espejo, quedando yo a su espalda, ambas mirando nuestro reflejo a través de él, mientras mis manos se colocaron delicadamente sobre sus brazos. A pesar de estar frente a sí misma, sus ojos están intensamente clavados sobre los míos y viceversa. Podía darme cuenta perfectamente, de que no era capaz de mirarse. Y eso, también me dolía.

─¿Por qué no eres capaz de ver lo que yo veo? ─le pregunté, acariciando sus brazos con dulzura ─Mírate, Anahí... Eres la mujer más hermosa que he conocido jamás. ¿No lo ves? ¿No te ves? ─ella bajó la mirada en un intento por escapar de mis palabras, pero con mucha delicadeza, conseguí que su barbilla ascendiera nuevamente, haciendo que sus ojos se encontraran frente a frente con su propio reflejo ─Mírate ─volví a pedirle ─No importa a quien te parezcas. No importa a quien recuerdes... Observa tu mirada y siéntete capaz de ver, lo mismo que yo veo en ella. A una chica valiente y preciosa. No es sólo el color azul que tienen tus ojos, Anahí. Ni esa risa de bruja contagiosa, que me hace sentir en las nubes ─reí entre lágrimas, consiguiendo que ella también lo hiciera ─Tampoco es el olor de tu pelo, que consigue hacerme parecer una completa estúpida cuando pasas a mi lado. Ni la forma en la que arrugas la frente cuando quieres protestar, haciendo que únicamente desee abrazarte, hasta dejarte sin respiración. Es tu mirada... Esa, que poco a poco ha ido recuperando el brillo que había perdido. Míralo. ─volví a pedir ─Ahí está. Eso no puede hacer daño a nadie. Al contrario. ─suspiré ─Anahí, cuando yo te miro a los ojos... de repente, encuentro sentido a todo lo que ocurre. Cuando tú me miras a mi... cuando nuestras miradas se encuentran, es como si... como si todo pasara a suceder dentro de nosotras. El exterior, simplemente desaparece. Tienes razón, hay miles de chicas bonitas repartidas por todo el mundo. El problema, ─con mucha delicadeza, la volteé para que quedáramos frente a frente, y detuve la huida de una lágrima rebelde que bajaba por su mejilla ─El problema, es que en la única mirada que quiero perderme y encontrarme al mismo tiempo, es en la tuya. A la única que quiero cuidar y proteger, es a ti. Y probablemente, no había sido consciente de ello, hasta este momento. Pero ahora lo sé y sé que tienes miedo. Seguramente tanto como yo misma tenga. De hecho, estoy totalmente muerta de miedo en este momento ─le sonreí, sintiendo mis labios temblar ─No sé lo que te ocurre, y tampoco sé lo que me ocurre a mí desde que te conozco. Esto es una completa locura y probablemente, el mundo entero estaría en contra. Pero me enfrentaré al mundo, una y mil veces, si tú eres la razón. Eso... eso es lo único de lo que siempre he estado segura. Es lo único que tengo claro en este momento. Mi mente, mi cuerpo y sobretodo, mi corazón, me están pidiendo a gritos que... ─bajé la mirada a sus labios, y suspiré, antes de volver a enfrentar sus ojos ─Déjame amarte, Anahí. Tan sólo déjame amarte... Y te prometo que te amaré, hasta que aprendas a amarte a ti misma.

Ella me miraba fijamente, atenta a cada palabra que pronuncié, dejando el curso de sus lágrimas incontroladas, correr mejillas abajo. No hace nada por detenerlas, así como tampoco emite ni una sola palabra. Sólo me observa, sin ninguna expresión que pueda distinguir, a través de mi vista borrosa y mis ojos empañados. Nuestras respiraciones comienzan a acelerarse una vez más, como mismo habían hecho hace apenas unos minutos en la cocina. Ella cierra los ojos, y deja un pequeño beso en la mano con la que le acaricio el rostro, quedándose después en esa posición. Yo, no puedo evitar también cerrar los míos y dejarme invadir por el tacto de su piel, mojando mi mano.

Suspiro... Y en medio del silencio, mis labios se acercan a su frente, para dejar un cálido y protector beso sobre ella.

Después de eso, detengo mis caricias, me aparto de su cuerpo y salgo a toda prisa del cuarto de baño. Algo me hace sentir que ella necesita estar sola ahora mismo. Y yo... yo simplemente debía tomar aire, antes de que esta extraña sensación, me hiciera explotar por dentro.

Pero justo en el momento en el que voy a cruzar la puerta para abandonar el dormitorio, siento como agarra mi mano, haciéndome voltear con decisión, o quizás con desesperación. Su cuerpo, se encontró con el mío, sin que apenas tuviera tiempo de analizar lo que estaba pasando. Mis brazos rodearon su cintura. Y los suyos, agarraron mi cabello y mis mejillas, evitando a toda costa, que nuestros rostros pudieran separarse más de un centímetro. Vuelvo a sentir su respiración acelerada golpear mis labios. Al mismo tiempo, que el latido de su corazón, parece querer salir de su pecho para introducirse en el mío.

─Hazlo de una vez... ─susurró ─Ámame, Dulce... Ahora... y para siempre.

Y antes de que pudiera responder, pensar, o simplemente reaccionar, sus labios atraparon a los míos de una forma dulce, a la vez que desesperada.

Me besó...

Haciéndome sentir, que mi corazón se detenía justo en ese instante, para comenzar a latir como jamás antes lo había hecho.

Una intensa demostración de necesidad, estaba dando lugar en nuestros labios. Me necesita... Me necesita tanto, como yo la necesito a ella. Ya no hay marcha atrás, ya no hay nada que pueda detenerme. Su boca, resucitó mis músculos, consiguiendo que me aferre aún más a su cintura, pretendiendo que su delicado cuerpo y el mío, se fundan en uno solo. Es entonces, cuando sus dedos se enredan en mi cabello y cualquier tipo de distancia que aún pudiera existir, es eliminada por completo. Nuestros labios, se abren paso al mismo tiempo, como si de una coreografía, previamente ensayada, se tratase. Y nuestras lenguas se encuentran, produciendo un hormigueó imparable, que asciende desde mi estómago, hasta el corazón. Un corazón, que en este momento, ya no me pertenece.

Nuestras lenguas se acarician suavemente, haciendo que la desesperación calme poco a poco y traiga consigo, simple y pura dulzura. Exploro cada rincón de su boca, dándome cuenta con cada paso, que éste, es el lugar en el que durante tantos años, había deseado estar. Esto, es exactamente lo que anhelaba sentir con un beso. Con un simple beso, que está siendo capaz de remover todo mi interior, como si tuviera burbujas de jabón, flotando de un lado para otro.

Mis manos auto-dirigiéndose, comienzan a rozar su piel por debajo de la ropa. Ya no soy capaz de controlarme. No soy capaz de parar siquiera a respirar, aunque el aire ya no esté llegando a mis pulmones. Ella pareció percatarse de ese hecho, y separa un poco nuestros labios para que ese olvidado oxígeno, hiciera su labor.

La vi sonreír al abrir los ojos y acaricia mi cabello, continuando por mi rostro.

─Si te asfixias, me voy a quedar sin ti ─bromeó ─Y no estoy dispuesta a quedarme sin ti.

─Lo siento ─sonreí respirando con dificultad ─No estoy siendo muy capaz de pensar, ni de razonar... y mucho menos de controlarme.

Ella también sonrió, antes de dejar un pequeño, cálido, inocente y tranquilo beso, sobre mis labios temblorosos.

─Nadie te ha pedido que te controles ─finalizó en un susurro.

Y esa frase, pareció ser el detonante perfecto. El permiso necesario. La clave que me hacía falta, para volver a besarla. Esta vez, mucho más tranquila... Con una dulzura que jamás antes había ofrecido. Saboreando sus labios de la forma más cuidadosa en la que pude hacerlo. Transmitiéndole amor en cada movimiento. Probablemente, todo el amor que yo, fuera capaz de transmitir. Mis manos, volvieron a jugar con la piel bajo su ropa, sintiendo como ésta se eriza ante el roce de mis caricias. Poco a poco, levanto la prenda con suavidad, dejando a la vista centímetro a centímetro su cuerpo. Ella, alzó los brazos para facilitarme la tarea y en cuestión de segundos, después de haber separado nuestros labios un instante más, su camisa fue a parar hacia algún lugar de la habitación.

Queriendo hacer lo mismo conmigo, aprovechó el momento de separación, para desprenderse también de mi prenda superior. Se detuvo a mirar fijamente mi cuerpo semidesnudo. Con tanta intensidad, que me estremezco por el simple hecho de verla observándome de tal forma. Analiza cada parte de mí, como si nunca antes hubiera visto un cuerpo desnudo frente a ella. Exactamente igual que yo. Que me es imposible poder dejar de observarla, resultándome aún más hermosa de lo que había imaginado. Su abdomen se encuentra ligeramente marcado, como si el ejercicio fuera parte de su rutina diaria. Quizás lo seguía siendo y yo aún no lo sabía. Su ombligo perfecto, me incita a acariciarlo y jugar con él cuanto me sea posible. Sus pechos, no son demasiado voluptuosos y no por ello, menos hermosos. Al contrario, creo que absolutamente todo de ella, tiene las proporciones perfectas, acorde a su peso y estatura. Realmente, no sabría decir si Anahí es tan perfecta para el resto del mundo, como a mí me lo parece. Y no, tampoco es que a mí me resulte perfecta... Puede que tenga millones de defectos que aún deba descubrir. Pero no se trata de perfección... Se trata de que Anahí, es una persona única. Tan única, como todos los seres humanos que habitamos la tierra. Tan única, como cada una de las personas que lean estas líneas. Y todas esas "imperfecciones", que a ella la convierten en una mujer única, son las mismas que ante mis ojos, la convierten en una mujer perfecta.

De pronto, siento como poco a poco, lleva sus dedos hacia mi estómago, acariciando la piel que encuentra a su paso. Esos pequeños juguetones, se pasean realizando círculos. Provocando que todo el bello de mi cuerpo se erice, igual que ocurriría en un invierno feroz. Su mirada va ascendiendo, al igual que había hecho la mía con ella. Pasa por mis pechos, mis labios... volviendo a encontrarse con mis ojos. Esos, que la esperan impacientes. Entonces, mientras clavamos nuestras miradas la una en la otra, aprovecha para agarrar el borde de mi pantalón y atraerme con decisión hacia ella. Consiguiendo que por fin, nuestras pieles casi desnudas se rocen y nuestros labios se vuelvan a unir, casi sin permiso. En medio de ese nuevo y dulce beso, desabrocha el botón de mi pantalón, dejando que éste caiga hasta mis tobillos, donde yo misma me encargo de apartarlo. A continuación, aprovecho para hacer lo mismo con el suyo, mientras sus brazos se anclan a mi cuello y seguidamente, mis manos acarician su espalda, cuando ni ese pantalón, ni absolutamente nada más, era ya un estorbo. Es entonces, cuando siento la profunda necesidad de girar su cuerpo con decisión, dejando su espalda pegada a mi pecho. El gesto pareció extrañarle en un principio. Pero sin retirar una de mis manos de su cintura, aparto su largo cabello, dejando libre el lado derecho de su cuello, y me inclino ligeramente, comenzando a besar su piel, como mismo había hecho con sus labios. Con dulzura y cuidado. La piel de su costado se erizó en cuanto mi lengua empezó a jugar con su cuello, dejando un número importante de húmedos besos en él. Su respiración se acelera a cada paso de mi boca. Lleva una mano hacia atrás, consiguiendo encontrar mi cabello y vuelve a enredar sus dedos en mi pelo, acercándome aún más a ella. Cosa por la cual, decido experimentar, realizando pequeñas y suaves mordidas en su piel, consiguiendo estremecerla como deseaba. Analizo poco a poco, cada parte de su firme espalda. Acaricio su piel con una de mis manos, mientras mis labios recorren cada espacio que queda a mi alcance. Esa misma mano, comienza a ascender despacio por su cuerpo. Desde el principio de su trasero hasta el broche de su ropa interior superior, la cual desabrocho con agilidad, deslizando a continuación, las tiras por sus brazos, muy suavemente. Consiguiendo que de una forma muy sensual, la prenda caiga definitivamente al suelo.

Con la misma agilidad y rapidez que antes, vuelvo a darle la vuelta, sintiendo esta vez, como sus pechos desnudos colisionan con los míos, haciendo temblar cada poro de mi piel. Nuestras miradas se encuentran de frente una vez más, permitiendo que nos observemos fijamente.

Es tan hermosa, que no puedo evitar el temblor que sufre mi cuerpo en este momento. Teniéndola junto a mí. Deseando besar cada centímetro de esa piel y hacerle el amor como nadie se lo ha hecho jamás. Como a nadie se lo he hecho jamás.

Trago saliva nerviosa, intentando que eso, traiga consigo alguna fuerza divina, alguna fórmula secreta que me indique cómo debo seguir ahora. ¿Qué debo hacer para que realmente sienta lo que deseo hacerle sentir? Es cierto que no es la primera vez que tengo a una mujer entre mis brazos. Pero hasta este momento, ninguna me había hecho temblar como lo está haciendo ella. Con ninguna me he sentido tan vulnerable. Tan deseosa de amarla, que no sé siquiera por dónde empezar.

Comienzo a andar hacia adelante, provocando que ella vaya hacia atrás hasta llegar al borde de la cama, donde cuidadosamente, y de una forma suave y lenta, ambas quedamos recostadas. Saber que la tengo debajo de mí, con una simple y diminuta prenda cubriendo su cuerpo, me paraliza de un momento a otro. Probablemente es tanto lo que deseo hacerle sentir, que no sé cómo, de qué manera, ni por dónde empezar.

Ella debe notarlo mientras me observa fijamente, porque sonríe con dulzura y lleva sus dedos a mi rostro, acariciándome con suavidad.

─¿Tienes miedo? ─susurró

─Estoy aterrorizada.

─¿Por qué exactamente?

─Me haces vulnerable. ─reconocí ─Desde que nos conocimos, consigues que no razone. Y ahora que te tengo así, tengo miedo de ir demasiado deprisa, hacer algo que no quieras, decepcionarte. Siento que estamos cometiendo una locura y al mismo tiempo, sólo... sólo deseo cometer mil locuras contigo. Y que conmigo, logres encontrar el sentido de la vida. Quiero que lo sientas todo. Y no sé si yo...

─Cariño... ─susurró, haciéndome temblar de pies a cabeza ─Eso, es exactamente lo que me estás haciendo sentir; todo. Y solamente tú, tienes el poder para conseguirlo, te lo seguro. Así que, ¿decepcionarme? Ni siquiera si te lo propusieras ─sonrió. ─Estoy haciendo esto, porque no hay nada en el mundo, que desee más ahora mismo.

Cariño. Qué bien suena esa palabra al ser pronunciada por sus labios. Qué manera de llevarse todos mis temores con unas simples palabras. Que hermosa se ve desde esta perspectiva; completa y únicamente mía.

Ahora lo entiendo... yo soy suya. Probablemente desde el momento en el que me miró por primera vez a los ojos. Y esta noche, en esta casa dónde siempre he podido ser yo misma, la voy a hacer mía. Entregándole todo eso que nunca le entregué a nadie.

Me incorporo ligeramente, apoyando mis rodillas en la cama, a ambos lados de su cintura. Y aprisiono sus manos a la altura de su cabeza. La observo fijamente a los ojos, mientras entrelazamos nuestros dedos con tanta fuerza, como si no quisiéramos que nada nos separara jamás. Mi cabello, que antes caía sobre su rostro, comienza a rozar su piel en cuanto desciendo para que mis labios puedan besar con facilidad su cuello. Empiezo a hacer un recorrido descendente por su anatomía. Besando la piel de su cuello, su hombro... Me desvío hacia el centro de su pecho, permitiendo que mi lengua juegue y erice su piel, al tiempo que mis oídos comienzan a inundarse por sus sonidos de placer. Desciendo por la parte superior de su abdomen. Despacio, dedicándole el tiempo necesario a cada centímetro. En el momento en el que me encuentro frente a frente con su ombligo, mi lengua decide que es el lugar perfecto para jugar durante unos segundos. En un instante, su estómago se contrae y ella emite una risa muy dulce, haciéndome entender que le hago cosquillas. Cosa por la que no pude evitar ascender la mirada un segundo y sonreír con malicia, antes de continuar bajando con mis besos. En cuanto me encuentro con su ropa interior, la deslizo suavemente por sus piernas, observando esta vez sí, todo de ella, hasta lograr que desaparezca por completo. Entonces, vuelvo a colocarme sobre su cuerpo. En esta ocasión, teniéndola completamente desnuda. Sintiéndola en cada poro de mi piel.

Vuelvo a ascender hasta la altura de su rostro y me detengo a observarla, permitiendo que nuestras miradas hablen por sí mismas una vez más. Pero ella sonríe, y no es una sonrisa dulce como las anteriores. Es una sonrisa llena de picardía, que no tardo en descubrir a qué se debe. Sus manos comienzan a bajar por mi cuerpo, hasta llegar a la parte baja de mi ropa interior.

─Igualdad de condiciones... ─fue lo último que dijo, antes de deslizar la prenda por mis piernas y conseguir que yo misma, terminara deshaciéndome de ella.

Enseguida, vino la hora de deshacerse de la última pieza de ropa que cubría mi cuerpo. Y de esta forma, ambas quedamos completamente desnudas, con nuestras piernas enredadas, sintiendo cada parte de nuestros cuerpos temblorosos. Ahora sí pude detenerme a observarla, mientras una de sus manos, hacia un recorrido ascendente por mi espalda. Por primera vez, nuestros pechos desnudos se rozaban y a pesar de la excitación del momento, de los deseos por hacerla completamente mía. Algo me impedía dejar de mirarla.

Eso, pareció otorgarle unos segundos de ventaja, que aprovecha para darme la vuelta rápidamente y colocarse sobre mí, aprisionando mis manos a ambos lados de mi cabeza, como mismo hice yo hace unos minutos. Su cabello era el que caía esta vez sobre mi rostro. Nuestros dedos volvieron a enlazarse con fuerza antes de que sus labios descendieran hasta casi rozar los míos. En ese lugar se detuvo. A dos milímetros de mi boca. Haciéndome sentir su agitada respiración y estremeciéndome con su mirada. Entonces, no pude detenerme ni un segundo más, alcé mi rostro ligeramente y atrapé sus labios como si hiciera siglos que no la besaba. Como si fuera la última vez que pudiera hacerlo. Como si tratara de decirle en movimientos, que no importaba lo que sucediera en las afueras de esta casa, ni en el pueblo, ni en la ciudad, ni en su vida, ni en la mía... No importaba lo que sucediera mañana, porque hoy... Hoy era completamente mía y yo era únicamente suya.

Consigo liberar mis manos para abrazar su espalda y de esta forma, alzo ligeramente mi cuerpo, provocando que ambas quedemos sentadas. Su cuerpo sobre el mío, nuestras intimidades rozándose, nuestros cuerpos deseándose, comienzan un lento baile acompañado de caricias y besos eternos.

Hacer el amor, es mucho más que tener sexo con alguien a quien quieres. Hacer el amor, es entregar tu alma en cada movimiento, besar cada poro de piel con el corazón y no sólo con los labios. Es decir sin palabras, que el mundo adquiere sentido esta noche, en esta cama, en esos ojos... El vaivén de caderas, los gemidos desesperados, el placer, las caricias, todo pasa a ser un simple conjunto de sensaciones, llevándote al lugar más mágico donde jamás has estado. No es simplemente sentir un orgasmo y disfrutar la calma que llega al cuerpo justo después. Es el proceso, el camino... el ascenso hacia ese clímax que te hace entender en un segundo, por qué no te había ocurrido antes. Es ahora cuando entiendo la respuesta. Cuando sus dedos se enredan en mi cabello con fuerza y mis dedos se clavan en su espalda, recibiendo ese estado de máximo placer, que nos lleva a caer hacia atrás completamente exhaustas, inmediatamente después.

Es observando sus ojos, cuando entiendo, que no podía haber ocurrido antes. No supe lo que era hacer el amor, hasta este momento, en el que sus ojos me miran mientras tratamos de recuperar el aliento. Su cuerpo se encuentra cobijado entre mis brazos, mientras su mano posada en mi pecho, siente los latidos de mi acelerado corazón.

Y entonces lo descubro... Descubro esa luz que tanto había buscado. No es la luz que emitía al observar los fuegos artificiales, ni al bailar, ni siquiera al tocar el piano. Es la luz, que sólo puede emitir una persona, cuando se siente amada, cuando ama... Esa, que en medio del silencio, me hace entender lo que siento.

La amo.

Como nunca pensé llegar a amar en esta vida. De esa forma en la que, el significado de esa palabra tan importante, cobra sentido por fin.

─Parece que buscas algo... ─me susurró.

Yo sonreí y negué ligeramente con la cabeza.

─Ya la encontré.

─¿El qué?

─La luz de tu mirada.

Me miró fijamente, mientras acaricia el borde de mis ojos con la yema de sus dedos, antes de suspirar y sonreír.

─No la encontraste, mi amor. ─corrigió ─Tú la creaste.

Y con esa frase, que trajo a mi corazón un soplo de aire cargado de emoción. Continué observándola durante minutos, o quizás fueran horas. Acompañando el silencio de caricias y miradas, el sueño llegó a nosotras en algún momento. Un sueño carente de preguntas o de dudas. Un sueño en el que lo único existente, era su respiración junto a mi oído. La calma de su cuerpo al abrazarme. La paz, que te produce estar en tu lugar. En el único lugar de la tierra, donde deseas y eliges estar.




Continue Reading

You'll Also Like

1.1M 132K 44
Lista de preocupaciones de Lila Cruz: 1. Su banda está a punto de disolverse. 2. La relación que tiene con su mejor amiga no es la mejor de todas. 3...
597K 53.6K 80
no es solo un juego menos cuando conoces a pro Ana & mía tu vida se puede volver un verdadero infierno La vida de jimin es perfecta asta cierto punt...