Mi Dulce Infierno (P1) (DE VE...

By BeckaMFrey

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5 PREMIOS Y TODOS EN 1° LUGAR EN ♤ GEMAS PÉRDIDAS 2016 ♤ PREMIOS SAN VALENTÍN 2017 ♤ FW AWARDS 2017 ♤ MUNDOB... More

Epígrafe
Prólogo
Capítulo II. Una más de su colegio
¡¡PRIMICIA!! Mi Dulce Infierno en papel
Segunda parte de Mi Dulce Infierno
Pregunta: ¿alguien la querría en papel?
Reto a mi personaje principal
Ganadora Premios Gemas Pérdidas
Ganadora del 1er puesto en Premios FW AWARDS 2017
Agradecimiento a AnibalDostov
AGRADECIMIENTOS
Agradecimiento a Echeryl por esta preciosidad
Regalos de Lucky_Sankary

Capitulo I. Descontrolada

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By BeckaMFrey


1. Descontrolada

Móstoles, 18 de octubre de 2012

De camino al gimnasio, un escalofrío recorrió el espigado cuerpo de Maya, y no por el frío que hacía. Era un jueves de octubre con el típico calor de aquellas fechas, lo que se conocía como veranillo de San Miguel. Los suelos de las calles comenzaban a estar atestados de hojas. Pasó por encima de ellas y sonrió. Sentía la necesidad de coger un puñado y lanzarlo al aire como cuando era niña, pero se reprimió para no llamar la atención.

Se giró y espió el lateral. No advirtió nada extraño. Últimamente, se sentía observada y esa sensación tan desagradable le provocaba estremecimientos. ¿Qué criatura la estaba persiguiendo sin descanso? Se paró en medio de la calle y aspiró una bocanada de aire. Deseaba la llegada del invierno, con las espesas brumas y densas neblinas. La tristeza que rodeaba a aquella estación provocaba que las calles estuvieran desiertas con la caída de la noche. Y era justo lo que más ansiaba Maya. Así podía permitirse el lujo de disfrutar de aquella soledad cual felino nocturno.

Cruzó la avenida principal absorta, inmune al ruido de los cierres en los locales de alterne. Al torcer en una callejuela solitaria, un simple estornudo a lo lejos consiguió reactivar su atención. Alzó la mirada e ignoró al transeúnte para continuar por las enlosadas calles de Móstoles. Un maullido a sus pies le hizo sobresaltarse. Fulminó con la mirada al escurridizo minino, que corrió despavorido muy lejos.

Apenas faltaban unos pasos para alcanzar el gimnasio Healthybody. Era el único abierto las veinticuatro horas del día y el más cercano a su casa, tan solo a dos manzanas. A medida que uno se aproximaba, podía ver el letrero luminoso de la fachada principal parpadear más de lo habitual en algunas letras, quizá por algún fluorescente fundido. Era una nave remodelada y situada estratégicamente en un polígono a las afueras de la ciudad, en parte debido al anterior uso: almacén de materiales de construcción. El lugar perfecto para evitar miradas de curiosos.

Se encaminó rápido por la puerta principal y se coló en el gimnasio. Su monitor aguardaba paciente su llegada. Lo había llamado antes de salir para que supiera que iría antes.

—¿Quieres hablar? —Dani no podía ocultar la preocupación que sentía por su pupila.

—No, empecemos ya.

Su imperiosa necesidad por agotar las energías le hacía acudir allí con más frecuencia. Consultó el reloj y se quedó de piedra. ¿Las dos de la madrugada? Ese día se había adelantado demasiado. Por suerte, a esas horas tan solo algún policía o bombero fuera de servicio merodeaba por las vacías salas. Sin embargo, para ángeles o demonios que no dormían en toda la noche, era una vía de escape con la que alejar las preocupaciones y, de paso, entrenar el físico porque, aunque fueran inmortales, habían de cuidar la dieta igual que el resto de los mortales.

—Bien, vamos allá. Hoy pondré música variada. Un poco de rock: Iron Maiden, Rammstein y ACDC te vendrán bien. Y no te preocupes, que también he incluido un mix de música pop. A ver si te motiva más.

Maya pedaleó con todas sus fuerzas. Las gotas de sudor perlaban su frente. Intentaba seguir el ritmo de la música que sonaba, mas la sentía muy lejana. Todavía gozaba de mucha potencia en las piernas, no notaba pesadez; más bien al contrario, las sentía ligeras. Y, para colmo, no podía añadir más resistencia a la bicicleta de spinning y eso que Dani la había trucado especialmente para ella.

«Venga, pequeña, concéntrate. Sigue el ritmo, siente la música. Vamos, intenta relajarte».

Dani no le seguía apenas el ritmo. Llevaban más de dos horas sentados sobre aquel incómodo sillín y no conseguía calmarse. No había forma. Por el rabillo del ojo pilló a algunos curiosos observando su frenética carrera. Sentía cómo se movía cada uno de los músculos mientras daba vigorosas pedaladas. Los brazos en tensión agarraban con fuerza el manillar. Temía cargárselo en cualquier momento.

«Lo estoy intentando, créeme que lo intento. No me fastidies, por favor; relájate».

Maya hacía verdaderos esfuerzos por concentrarse en la música e interiorizarla, necesitaba hacerla suya para desconectar. Veía cómo los poderosos músculos del cuerpo de su amigo se movían al son de Rihanna. Para ser un ángel era un tanto extraño: los brazos estaban tatuados y el pelo, rapado; algo que no estaba bien visto por los de su misma especie. Por lo general, solían estar muy orgullosos de las largas y espesas melenas, y de la piel libre de decoraciones. Otra característica atípica que no era aceptada entre sus iguales era que fuese amigo de un demonio.

Cogió la toalla con la mano izquierda y se secó el sudor de la frente y el cuello. Después bebió un poco de agua fresca de la botella y siguió moviendo los pies al ritmo: un, dos, un, dos.

Una respiración fuerte seguida de un golpe seco desvió su atención. Sintió cómo las pesas de veinticinco kilos rebotaban con violencia en la sala de musculación. Percibió hasta el jadeo del bombero que trataba de recobrar el aliento. Intentaba no desconcentrarse y, al momento, otro sonido procedente de otra máquina volvía a introducirse en su agudo oído: el suave y rítmico movimiento de la cinta de correr. El paso del policía que la estaba usando causaba que el enojo fuera en aumento. ¿Es que no iban a parar?

—¡No puedo! —exclamó—. Voy a intentarlo con los abdominales.

Se bajó de un salto y los pedales siguieron dando vueltas solos durante un buen rato. Las imágenes le venían como flashes. Recordaba, como si hubiese sido ayer, la primera vez que se convirtió...

«No, ese recuerdo no. Y menos ahora...».

Dani le sujetó con fuerza los tobillos.

—Vamos, nena. Cálmate o tendrás que salir al descampado.

Cuando iba al gimnasio a altas horas de la madrugada, más de uno le advirtió que no debía bajar sola y menos siendo tan bonita. Lo tomó como un cumplido. Lo que no sabían esos inocentes, a los que habría hecho arder en cuestión de segundos, —antes de que tan siquiera hubiesen podido mover un dedo—, era que los mortales no representaban un peligro para ella: era ella la amenaza.

Se elevaba y descendía con los brazos detrás de la cabeza para realizar laterales y dorsales. Subió más deprisa, variando la posición del cuerpo. Su respiración comenzaba a agitarse por momentos. Llevaba quinientos hechos y nada. De nuevo, los sudores y un calor espantoso.

Varias lágrimas de impotencia comenzaron a escurrirle por la cara. De todos los seres del cielo había nacido demonio y no uno cualquiera, sino de la raza más peligrosa: la de los Innombrables. Hasta ahí todo podía tener un pase si no fuese porque su madre era un ángel. ¿Cómo, de un ángel sanador, había podido salir un demonio? Su madre era la belleza y la bondad personificadas. Era una broma pesada del cielo, una marca de nacimiento para toda la vida. Un estigma que arrastraría no solo ella, sino también su madre.

Las imágenes se repitieron, ahora acompañadas de un sentimiento de culpabilidad.

—Nena, estás ardiendo. Vamos a tener que salir al descampado.

Por lo general, sus manos solían tranquilizarla; ese roce le hacía sentirse bien. Le recordaba a su madre. Ya no funcionaba como antaño.

—No, otra vez no —gimió. Era la tercera en lo que iba de semana.

—Corre, ¡pero corre ya! Yo te sigo.

Maya pegó un brinco y Dani la imitó. Abrió la puerta de emergencia con violencia y echó a correr hasta el descampado que daba a la parte trasera. Se deshizo de la ropa por el camino hasta quedar desnuda. Un calor inundó su cuerpo y dio paso al fuego. Notó cómo el pelo se prendía en llamas, la piel se tornaba roja y dura, y los ojos verdes, en dos motas amarillas rasgadas como los de un cocodrilo. Las uñas mordidas crecían con la transformación y se volvían negras. Lo más doloroso era sentir cómo las alas se abrían paso en sus carnes, desgarrándola hasta extenderse en toda su magnitud.

Alzó el vuelo rápido. No quería que ningún humano la descubriese en ese estado. Las alarmas saltarían y llegarían a oídos de Gabriel.

«¡Ese maldito ángel!».

Seguro que estaba deseando que cometiese el más mínimo error para darle caza. Si no la habían encerrado en el infierno aún, había sido por respeto a su madre y porque, hasta ahora, ejercía un férreo control sobre las emociones. Ya no era una niña que daba rienda suelta a sus rabietas.

Decidió sentarse sobre la superficie de la luna y esperar a su acompañante, que no tardaría mucho en llegar. Mientras tanto, contempló enojada su casa, apenas un punto visible en tan grandiosa inmensidad. ¿Por qué tenía que huir siempre? Comenzaba a estar harta.

—¿Mejor?

Dani se posó a su lado y replegó las alas de ángel a la espalda. Maya observó cómo se permitía unos minutos para admirar la Tierra y analizarla con detalle. Podía subir veinte veces y siempre lo veía contemplándola con el mismo ardor. Aquella esfera perfecta de océanos azul turquesa y continentes llenos de irregularidades tenía una parte a oscuras. Y esta, desprendía halos de hermosura con aquellos diminutos centelleos, semejantes a multitud de luciérnagas. Un suspiro escapó de su boca. Podían considerarse unos privilegiados; muchos mortales se pasaban la vida soñando con viajar por el espacio y ellos podían admirar la grandeza del sistema solar con tan solo desearlo.

—De mejor nada —protestó—. No sé qué me sucede esta semana que no consigo controlarme.

—¿Qué ha sido esta vez?

—Un suspenso. Me puso un 3,5. Solo un 3,5. ¿Te lo puedes creer? Sé que estoy aprobada, pero esa bruja solo quiere amargarme.

—Para ser un demonio, llevas fatal las injusticias.

—Para ser un ángel, sientes poca empatía, ¿no crees? Llevaba estudiándolo desde hacía semanas. No he podido ser tan torpe como para fallarlo —refunfuñó Maya.

—¿Quieres que hable con tu profesora y que mi encantadora sonrisa consiga aprobarte?

—Por favor, Dani, no estoy para bromas, lechuzo. Ahora no. ¡Seducir a mi profesora! ¿Quieres que me expulsen por tu culpa? A lo mejor un cambio de instituto me vendría muy bien. Por probar...

—¿Solo por un suspensillo de nada? ¿Qué pasa con tus amigas? ¿Vas a dejarlo todo después de conseguir integrarte como una mortal más?

—Bueno, siempre puedo quedar con ellas más tarde.

—Claro, después de todas vuestras actividades, deberes y demás, cuando os sobre tiempo. Calculando, ¿las tres de la mañana? Te presentas en sus casas y habláis de vuestras cosas. Seguro que estarán encantadas de verte. ¡Venga, Maya! No sería lo mismo. Es volver a comenzar desde cero.

Frunció el ceño en actitud desafiante, mas sabía que con Dani no le iba a servir de nada. Y debía de reconocer que llevaba razón. No quería recordar, pero su pasado salía a flote cuando menos lo esperaba. Era una pesadilla. Nadie en su colegio sabía de él. Habían transcurrido cuatro años desde entonces. Fingieron un traslado por trabajo y no volvieron a mencionar nunca más su vida anterior.

Recordó que al principio no fue muy amable con sus amigas; no quería compartir confidencias ni tener mucho roce para evitar intimar demasiado. Después de tanto tiempo sola, se dio cuenta de que necesitaba compañía. Alejandra, Alex para los amigos, risueña, alocada, ingeniosa y descarada, contrastaba con la personalidad de Elena, mucho más tranquila y discreta. No compartía su secreto, no obstante, podía llevar una vida normal en apariencia, como la de cualquier adolescente.

—¿Ya te has relajado o vamos a tener que estar aquí hasta el amanecer?

Dani le lanzó un pedacito de piedra, que voló con lentitud por la superficie lunar como a cámara lenta.

—Esto empieza a ser una costumbre —Maya suspiró—. Creo que, cuando me convierto, me relajo. Va a ser mejor que me venga directa aquí todas las noches y no pierda el tiempo en el gimnasio. El resultado va a ser el mismo.

—¡¿Cómo?! ¿Que prefieres perderte esta maravillosa compañía para estar sola?

Dani le sacó una sonrisa. ¡Qué haría si no estuviese él! Después de sus padres, era la única persona con la que podía ser ella sin tapujos.

—¿Habrás recogido toda mi ropa? ¿Te habrás asegurado de que no has perdido nada?

El último día se quedó sin bragas y perdió un calcetín.

—Bueno, creo que en esta ocasión pude recuperarlo todo. La otra vez la culpa fue tuya. Lanzaste las bragas al árbol cercano a la gasolinera y era imposible encontrarlas en la oscuridad.

—Habría sido un bonito detalle que las hubieras recuperado a la mañana siguiente.

—Sí, claro. ¿Y no te has planteado que no suena muy normal subirse a un árbol a por unas bragas delante de un vigilante?

—¡Pero si estuvieron colgadas delante de sus narices tres días seguidos! ¿En tres días no tuviste ni un momento? Debió de preguntarse cómo llegó mi prenda íntima hasta allí. Y, al final, me obligaste a recuperarlas por vergüenza. Estaba harta de verlas ahí colgadas de aquel palo cada vez que venía a verte.

Ante el comentario, los dos se desternillaron de risa. Sin embargo, aquel momento tan íntimo se vio interrumpido por el amanecer que avanzaba hacia su continente. El alba se abría paso con fuerza para anunciar el nuevo día. Contemplaron el fenómeno natural casi sin pestañear. Al cabo de un rato, Dani la empujó con suavidad para movilizarla. Se les hacía tarde. Cruzaron en un segundo el espacio que los separaba de la nave y se escurrieron con disimulo por la parte trasera. En el vestuario, Maya sacó de la taquilla la ropa de uniforme y guardó la deportiva para recogerla en otro momento. No le daba tiempo a regresar a su casa. Por suerte, había venido con la mochila preparada por si se volvía a repetir el mismo episodio. Al haber perdido la ropa interior, tuvo que pasarse por su casa, lo que le hizo llegar al instituto con un retraso descomunal.

—Toma, de la máquina de comida te he sacado un par de croissants y este colacao.

El ángel venía cargado con dos bandejas. Las colocó en la mesa de la recepción y se sentaron juntos a desayunar.

—Yo me encargo de avisar a tu madre —prosiguió—. ¿Pensabas marcharte sin comer?

—Supongo, apenas tengo tiempo. He de irme al instituto. —Engulló la comida y le dio un beso en la mejilla—. No sé qué haría sin ti.

—Anda, zalamera, vete antes de que te abrace y me tomen por un depravado.

Dani era muy atractivo. Aparentaba unos veintiocho años. A ciencia cierta, nadie sabía cuántos miles de años tenía, siempre andaba bromeando sobre su edad. Claro, que verlo abrazado a una adolescente de dieciséis años no estaba muy bien visto y, menos, con el uniforme puesto, que le daba un aire infantil aún mayor.

—Luego vendré a por la ropa. Adiós, Dani.

—Adiós, pequeña. —Le guiñó un ojo mientras la seguía con la mirada en dirección a la calle.

Maya se volvió para despedirlo con la mano. Hasta que no lo vio metersedentro del gimnasio y cerrar la puerta, no se encaminó hasta la calle que dabaal colegio. Sacó los cascos y se puso el volumen a toda pastilla. No había nadacomo comenzar el día con una canción de Adele. La potencia de aquella voz eramúsica para sus oídos.


Gabriel significa fortaleza de Dios en hebreo. Gabriel es un arcángel que, normalmente, hace de mensajero enviado por Dios a determinadas personas

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