¿Quieres mi ayuda? ➳ Fred Wea...

By MarieWeasley

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El mundo mágico por fin había conseguido la paz que tanto ansiaba, que tanto anhelaba. Por desgracia, para co... More

¿QUIERES MI AYUDA?
i. Final de una vida.
ii. Un nuevo comienzo.
iii. Decisión tomada.
iv. ¿Quieres mi ayuda?
v. Nuevos sentimientos.
vii. Duro pasado.
viii. Cero amor, cero debilidad.
ix. Confesión.
x. Amor correspondido.
xi. Deseo desenfrenado.
xii. Éxtasis y locura.
xiii. Te quiero aquí.
xiv. Despreciable jugadora.
xv. Promesa cumplida.
xvi. De vuelta a la vida.
xvii. Eterna condena.
xviii. Inesperado milagro.
Epílogo.
Extra i. Los que se quedaron.
Extra ii. La boda.
Extra iii. El dolor de George.
Extra iv. Nuevo miembro.
Extra v. Magia.
Agradecimientos.

vi. Barrera.

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By MarieWeasley

┌───── ∘°❉°∘ ─────┐

CAPÍTULO SEIS

BARRERA

└───── °∘❉∘° ─────┘

Fred no había sido capaz de pegar ojo aquella noche, no había sido capaz de dejar de pensar en Zaira. Lo estaba volviendo loco y se estaba llevando su corazón, poco a poco. Sabía que eso no era bueno, porque él quería regresar al mundo de los vivos y ella tendría que quedarse en el reino. Empezaba a no saber que hacer. La confusión reinaba en su cabeza y en su corazón. Pero se había prometido que nada ni nadie lo desviarían de su objetivo y ese era volver a la vida.

En ese momento, caminaba hacia la dirección que Zaira le había escrito en un trozo de papel antes de despedirse la noche anterior. Desde que se habían conocido, nunca había ido a su casa, así que el tener que ir ahora, le estaba poniendo de los nervios. ¿Cómo sería la casa de aquel hermoso ángel?, se preguntaba. Durante el trayecto, tuvo que pararse para preguntar a un par de niños que jugaban por allí, por donde debía ir. Los niños lo habían mirado sorprendido, pero le habían indicado el lugar rápidamente y según le habían dicho ya estaba bastante cerca.

Y lo estaba. Pero lo que el pelirrojo vio delante de sus ojos al llegar a la dirección escrita, le hizo quedarse petrificado, como si hubiera visto el reflejo de un basilisco; sin embargo, aquella era la dirección, no cabía duda. Fred no se encontraba ante una casa normal y corriente, si no ante una mansión más grande que la mismísima plaza norte, ni siquiera era capaz de calcular cuántos metros cuadrados debía ocupar, entre los inmensos jardines y el propio edificio que estaba en el centro. No podía creerse que Zaira viviera en un lugar así. Pero ella era un ángel y parecía que los ángeles estaba en una posición social diferente a la de los demás del reino, así que tampoco debería sorprenderse tanto.

Abrió la reja de la mansión con cuidado, temía que lo acusasen de ladrón o algo parecido, y recorrió el largo camino de piedras hasta llegar a la puerta. Llamó y esperó a que le abriesen. En cuestión de segundos, una mujer de mediana edad lo recibió y lo invitó a pasar. Ni siquiera preguntó quién era y que quería, era como si lo supiera. Quizás Zaira le había mencionado que tendría visita.

—La señorita Zaira se encuentra en su despacho —dijo la sirvienta.

Fred se sentía perdido, pero asintió y comenzó a seguirla cuando emprendió la marcha. De reojo, iba observando la enorme mansión y su boca no dejaba de abrirse a cada dos por tres. Todo era demasiado lujoso y ostentoso, no encajaba con la imagen que él tenía de Zaira.

La sirvienta se detuvo ante una puerta al cabo de unos minutos y después de dar un par de golpecitos con los nudillos, la abrió.

—El señor Weasley ya ha llegado, señorita —informó la mujer.

—Haz que pase —escuchó que decía la voz de Zaira desde dentro.

—Adelante —le indicó la sirvienta educadamente, abriéndole la puerta por completo y apartándose para que él pudiera entrar.

Fred entró en el interior del despacho y vio como la mujer cerraba la puerta tras de sí. Entonces, recorrió el despacho con la mirada, era increíblemente espacioso, y e encontró a la morena sentada en un gran sillón de cuero negro, detrás de un escritorio de lujosa madera de caoba, con una pluma entre los dedos de la mano.

—Tu casa es enorme, estoy impresionado —comentó él con una sonrisa—. A tu padre debe de costarle mucho dirigir un lugar tan amplio —rio levemente—, y a los sirvientes mantenerla limpia —añadió por lo bajo.

—Soy yo quien la dirige —le contradijo ella desde su asiento y sin levantar la vista de los pergaminos que había esparcidos sobre el escritorio—. Pero sí, es muy difícil de dirigir, por eso es que estás aquí, Fred —anunció, elevando ligeramente la mirada para observarlo—. A partir de ahora me ayudaras a dirigir mis terrenos. Estoy ocupada con mi trabajo y no tengo el tiempo necesario para hacerlo como es debido.

A Fred pareció costarle procesar la información. 

—¡Es imposible! No puedo hacerlo —replicó él, confuso—. Es decir, jamás he hecho algo así antes, no podría hacerlo bien. 

—Pero tenías y dirigías una tienda cuando estabas vivo —señaló ella con el ceño fruncido.

—Son cosas muy diferentes, no puedo hacerlo —negó varias veces con la cabeza—. De esto debería encargarse alguien de tu familia.

—No tengo familia —siseó con un tono tan frío que a él le dolió. 

Fred palideció. No podía creérselo. Era imposible que ella no tuviera familia. Bueno, era posible, pero le resultaba extraño. No podía ser que ella viviera sola en aquella enorme mansión sin más compañía que un puñado de sirvientes. No podía ser que ella no tuviera a nadie a su lado. No supo que contestar, aunque ahora que lo pensaba, él le había hablado en diversas ocasiones de su familia, aunque fuera para contar anécdotas, pero ella jamás había dicho nada sobre la suya... Ahora por fin entendía porqué había sido. 

—Lo siento, no tenía ni idea —susurró, bajando la mirada.

—Lógico, no te lo había dicho —murmuró, nuevamente, fría.

Zaira estaba actuando demasiado distante y Fred se daba cuenta. Había esperado que la barrera que le había parecido que había puesto el día anterior hubiese desaparecido, incluso que sólo hubiese sido un producto de su imaginación. Pero no era así, la barrera cada vez parecía más sólida y alta, parecía que nunca sería capaz de atravesarla.

—Siéntate, te explicaré lo que tienes que hacer —le señaló las sillas que se encontraban delante del escritorio—. A caso que hayas cambiado de opinión y ya no quieras mi ayuda para regresar a al mundo de los vivos —continuó con una sonrisa cruel en los labios.

Aquella no era la chica por la que Fred sentía algo, no era ella. Esa no era su sonrisa. Esos no eran sus ojos. Ese no era su tono de voz. Esa no era su forma de tratarlo. Era como si se la hubieran cambiado de la noche a la mañana. Pero obedientemente se sentó en una de las sillas, observándola con la esperanza de que en cualquier momento ella volviera a ser la misma y esa actitud solo fuese una broma.

—Muy bien, comencemos —fijo la mirada en él—. Más vale que te enteres a la primera, pues no lo explicare dos veces —siseó mientras ordenaba un par de papeles de la mesa.

El pelirrojo no dijo nada, escuchó atentamente todas sus explicaciones, aunque había cosas que no llegaba a comprender; sin embargo, por alguna razón, tenía miedo de abrir de abrir la boca y preguntar. No soportaba como ella se estaba dirigiendo a él. Tan fría, tan distante, tan cortante, como si lo odiara, como si quisiera que se marchara. Y eso lo estaba desesperando. ¿Había hecho algo mal a caso?

Cuando las explicaciones terminaron, Zaira se levantó de su asiento sin ni siquiera dirigirle una mirada y caminó por el despacho. 

—Si tienes algún problema, habla con Kain, él te ayudará —dijo acercándose a la puerta.

—¿A dónde vas? —por fin, se atrevió a abrir la boca.

—Tengo trabajo que hacer, llegaré tarde, así que no hagas ninguna estupidez durante mi ausencia, humano —pronunció la última palabra de una manera tan horrible que partió el corazón de Fred en pedazos.

Segundos después, ella se marchó por la puerta, dejándolo solo. Le había llamado «humano». Solamente «humano». No «lindo humano» como solía hacer. Eso no era bueno. Solo indicaba que sus sospechas eran ciertas, Zaira había comenzado a odiarlo. O había perdido el interés en él. Pero, ¿qué había hecho para que eso sucediese? ¿Qué había hecho mal? La noche anterior todo había estado bien entre ellos. O lo había estado bien hasta que él se había separado de ella, hasta que había apartado la mano de su mejilla.


Horas más tarde, Zaira se encontraba en el edificio del Consejo del Reino de los Cielos, allí donde trabajaba, aunque nunca le hubiese gustado. Lo odiaba, para ser exactos. Sin embargo, se había visto obligada a ejercer aquel puesto de trabajo tras la muerte de su único familiar vivo por aquel entonces. Es decir, su padre, quién había trabajado desde siempre para el Consejo, como su padre antes que él y el padre del padre de éste, etc. Era una especie de tradición familiar que los cabezas de familia formasen parte del Consejo del Reino. 

Había dejado a Fred a cargo de la mansión y esperaba que pudiera arreglárselas solo. Pero, en esos momentos, se odiaba a si misma por cómo se había comportado con él. Había sido tan cruel, tan fría, para nada era la chica a la que Fred había conocido y a la que se había acostumbrado en aquel tiempo. Pero era mejor así. Sí, era lo mejor. Si seguía tan cerca de él, las cosas solo empeorarían. No podía permitirse que sus sentimientos siguieran creciendo, debía contarlos de raíz, por mucho que eso le doliera. Pues ahora mismo no podía estar con Fred; no, jamás podría estar con él. Porque el deseo de Fred era regresar al mundo de los vivos y ella tan solo era el medio que se lo facilitaría. Nada más que eso, no era más que una herramienta para cumplir su objetivo. Debía asimilar la verdad: Fred nunca había buscado iniciar una relación, él sólo quería encontrar a cualquier ángel que estuviese dispuesto a ayudarlo, y ella había sido ese ángel, porque en un principio había sido ella quien quería utilizarlo. Pero jamás hubiera pensando ni imaginado que acabaría sintiendo amor por él. 

Sinceramente, se arrepentía de haberse cruzado en su camino, de haberse detenido aquel día cuando lo había visto salir malhumorado de Estrella Celeste. Ese había sido su mayor error. Así que ahora tan solo le quedaba enmendar ese error; debía impedir que Fred la hiciera caer por completo, costara lo que costara. Incluso aunque él acabara odiándola. Porque no quería sufrir. Bueno, sabía que sufriría de igual forma cuando lo dejara marchar al mundo de los vivos, pero si se aferraba a los sentimientos que empezaba a tener por él, solo sería peor. 

Definitivamente, Fred Weasley se había convertido en su condena.

Suspiró mientras caminaba por los pasillos de la segunda planta, camino a su despacho. Sin embargo, alguien se interpuso en su camino cuando ya estaba llegando. Keigar, el ángel que había rechazado la petición de Fred, se encontraba delante de ella.

—¿Qué quieres, Keigar? —inquirió la morena, molesta.

—Tenemos que hablar —siseó el rubio.

—No tengo nada que hablar contigo, acaso que sea de trabajo y como duda que sea así, si me disculpas, me marcho —caminó de nuevo, pero el contrario la detuvo, sujetándola con fuerza del brazo.

—Vamos a hablar te guste o no, Zaira —su voz sonó exigente.

La arrastró del brazo y la hizo entrar en su propio despacho de un empujón, sin nada de delicadeza; pero Zaira ya estaba más que acostumbrada a ese comportamiento por parte de él, ya que el rubio no tenía mucho control sobre su fuerza o actitud. Seguidamente, Keigar cerró la puerta para que nadie los interrumpiese y Zaira caminó hasta el escritorio y se sentó en él con elegancia, fijando, después, sus ojos dorados en los azules de él.

—Que sea rápido —indicó ella.

—¿Qué haces con ese estúpido humano? —cuestionó directamente Keigar, no iba a andarse con rodeos. Zaira se quedó helada por unos segundos ante la mención de Fred—. No intentes negarlo, Zaira, os he visto juntos, todo el mundo en este maldito reino lo ha hecho.

—¿Y qué? ¿Tienes algún problema con ello? —trataba de aparentar tranquilidad mientras hablaba—. No es asunto tuyo, de todas maneras.

—Puede que no lo sea, pero me da igual. ¿Qué pretendes hacer con él? ¿Vas a ayudarlo a volver a la vida? —exigió saber su compañero.

—Lo que yo haga o deje de hacer es asunto mío y de nadie más, ¿entiendes? —siseó, molesta. y frunciendo el ceño. 

—¿¡Vas a hacerlo!? —elevó el tono de voz y a ella le dieron ganas de pegarle—. No puedes hacerlo, su sentencia ya está hecha y lo sabes perfectamente.

—Como comprenderás, eso me da igual, hice un trato con él. Lo devolveré al mundo de los vivos cuando termine de trabajar para mí.

—Tú no eres así, Zaira —murmuró Keigar, incrédulo—. A ti te importan un pimiento los humanos, nunca te han importado. Tú los pisoteas, los destrozas, los corrompes, juegas con ellos y los desechas. Para ti no son más que seres, juguetes, que puedes manipular con tan solo un movimiento de mano, ¿por qué lo ayudas a él, entonces?

—No es de tu incumbencia, Keigar. 

Nunca le diría la verdad al rubio. Nunca le diría que sentía algo por Fred.

—Dime que vas a hacer lo mismo que con los demás, Zaira, dime que solo estás jugando con él y que cuando te aburras le dirás «ya no me interesas, así que lárgate de mí vista» —dijo y pidió, recordando que era algo así lo que ella solía decirle a los humanos con los que jugaba.

—Siento decepcionarte, no puedo decir eso —sonrió de una manera retorcida y burlona.

—No te reconozco, Zaira, desde que escuche esa canción ayer sé que algo anda mal contigo —se cruzó de brazos, frunciendo el ceño y suspirando por un momento—. Si sientes algo por ese humano, más vale que lo olvides, tú no estás hecha para amar.

Se giró, abrió la puerta y salió por ella dando un fuerte portazo. La morena miró hacia allí, cuando se hubo ido, y entonces, una lágrima traviesa se deslizó por su mejilla.

—No hace falta que me lo digas, lo sé mejor que nadie... 

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