¿Quieres mi ayuda? ➳ Fred Wea...

Galing kay MarieWeasley

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El mundo mágico por fin había conseguido la paz que tanto ansiaba, que tanto anhelaba. Por desgracia, para co... Higit pa

¿QUIERES MI AYUDA?
i. Final de una vida.
ii. Un nuevo comienzo.
iii. Decisión tomada.
v. Nuevos sentimientos.
vi. Barrera.
vii. Duro pasado.
viii. Cero amor, cero debilidad.
ix. Confesión.
x. Amor correspondido.
xi. Deseo desenfrenado.
xii. Éxtasis y locura.
xiii. Te quiero aquí.
xiv. Despreciable jugadora.
xv. Promesa cumplida.
xvi. De vuelta a la vida.
xvii. Eterna condena.
xviii. Inesperado milagro.
Epílogo.
Extra i. Los que se quedaron.
Extra ii. La boda.
Extra iii. El dolor de George.
Extra iv. Nuevo miembro.
Extra v. Magia.
Agradecimientos.

iv. ¿Quieres mi ayuda?

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Galing kay MarieWeasley

┌───── ∘°❉°∘ ─────┐

CAPÍTULO CUATRO

¿QUIERES MI AYUDA?

└───── °∘❉∘° ─────┘

Suspiró y le dio una patada a una piedra que había en el suelo, lleno de frustración. Pese a que había tratado calmarse, todavía estaba bastante enfadado por el resultado que había tenido su conversación con el ángel Keigar. No podría haber salido peor. 

En ese momento, al alzar la cabeza para tomar una gran bocanada de aire, se dio cuenta de que la noche había terminado de caer. Una hermosa luna llena brillaba en el cielo con intensidad, junto con millones de estrellas, formando constelaciones, a su alrededor.

—¿Qué hace un humano saliendo tan enfadado de Estrella Celeste? —escuchó que preguntaba, de pronto, una femenina y sedosa voz.

Fred miró en todas direcciones en busca de la propietaria de aquella melodiosa voz, pero no la encontró en ningún lado. No la encontró hasta que nuevamente alzó la cabeza y divisó, en la oscuridad, la figura de una esbelta mujer subida al techo de uno de los establecimientos más altos que se encontraban en frente de él. 

¿Qué hacía ahí? ¿Estaba loca?, fue lo primero que cruzó su mente.

Incluso aunque no podía ver con nitidez a aquella mujer, por su silueta, pudo darse cuenta de que era alta, quizás sólo un poco más baja que él, aunque no estaba del todo seguro. Delgada, pero parecía tener unas curvas bien definidas; se podía apreciar que tenía una hermosa y perfecta figura de de reloj de arena: busto pronunciado y caderas prominentes. Solo fijándose en su silueta, estaba seguro de que debía tratarse de una hermosa y sensual mujer.

—¿Qué haces ahí subida? —preguntó el pelirrojo mientras agudizaba los ojos, tratando de ver más de ella.

—Yo pregunté primero —replicó ella con un tono divertido.

—Vine a pedir la ayuda de un ángel, pero no sirvió de mucho —dijo a regañadientes, tras haber dudado unos minutos.

—¿Qué ángel? —inquirió la mujer con curiosidad.

—Un tal Keigar —mencionó su nombre como si de veneno se tratara, aunque ni siquiera estaba seguro de estar pronunciándolo bien, pues era un nombre extraño para él.

—¡Oh! No deberías hacer mucho caso de lo que él diga, es demasiado estricto y serio, ¿sabes? Además, no le caen demasiado bien los humanos —pareció dudar antes de de volver a hablar—. Bueno, en general, no le cae demasiado bien nadie. 

—¿Y cómo puedes saber eso?

—Lo conozco bastante —contestó, caminando por el borde del tejado con  tranquilidad—. Quizás hasta más de lo que me gustaría.

Fred se sobresaltó al ver como caminaba por el linde del tejado tan descuidadamente y no puedo evitar preocuparse, a pesar de que no la conocía de nada. ¿Y si se caía y se hacía daño?

—¡Estate quieta! ¡Te puedes caer! —exclamó, dando un par de pasos hacia delante, inquieto y escuchó como ella reía jocosa. 

—No me caeré —aseguró ella, tratando de calmarlo—, así que no te preocupes, lindo humano.

¡Espera un momento! ¿Lo había llamado lindo humano? Lo de lindo no estaba nada mal, pero lo de humano le recordaba a Keigar, a su forma de llamarlo. Además, recordándolo bien, no era la primera vez que se refería a él de esa forma. ¿Podría ser que ella fuese...?

—¿Tú... podría ser que eres un ángel? —se atrevió a preguntar, queriendo confirmar su sospecha.

—Puede.

Después de decir eso, la mujer saltó ágilmente del tejado y a Fred se le disparó el corazón, pero no tardó en relajarse, pues ella acabó delante de él, de pie y de una sola pieza. No le había pasado nada. Había sido un salto y caída perfectas.

Y por fin, mientras ella se acomodaba el cabello con la mano, pudo observarla bien. Casi se quedó petrificado ante su belleza. Había dado en el clavo, era tan hermosa que dejaría en mal lugar hasta a las propias veelas, hasta a las sirenas, incluso hasta a las respectivas diosas de la belleza de las mitologías romana y griega muggles.

La melena morena de la contraria podía igualarse al cielo nocturno, era hermosa y brillante. Le caía en cascada hasta un poco por encima de la cintura, con el flequillo peinado hacia la izquierda. Una pequeña trenza caía del lado derecho, sujeta con varios adornos, entre ellos un curioso cascabel y una silueta plateada de una estrella. Sus ojos eran del mismo color que el oro y además, de parecerse a los de un felino (gracias al maquillaje), eran brillante e hipnotizadores; Fred nunca había visto unos ojos así. Su cara era redonda y con un par de lunares decorándola. Sus orejas eran pequeñas y tenían diversos pendientes puestos (sobre todo en la derecha), desde el lóbulo hasta la parte superior del hélix. Su nariz era respingona y graciosa, era tan perfecta que parecía de porcelana. Sus labios eran carnosos y gruesos, además el labial rojo con el que estaban pintados, los hacía más sensuales. Su piel era blanca como la nieve y no parecía tener ni una sola imperfección, parecía suave y cuidada. La miraras por donde la miraras, era una completa belleza. Fred no lo dudó más, ella era un ángel de seguro. 

Los ojos dorados de aquella hermosa mujer también habían estado examinando a Fred, con la misma intensidad que él. Era un joven y atractivo pelirrojo de ojos achocolatados, con diversas pecas cubriendo su definido y bonito rostro, y una pequeña cicatriz en su ceja izquierda. Era alto y delgado, pero probablemente ocultaba unos músculos bien marcados debajo de la ropa. Tenía una presencia potente y un mirar muy profundo. Muy pocos hombres llamaban tanto su atención, pero él sin duda lo hacía, quizás incluso demasiado. 

Cuando decidió centrar su mirada en los ojos ajenos, pudo ver en ellos la tristeza, el dolor y la frustración que el chico trataba de ocultar y por alguna razón, eso le molestó. 

—Te dije que no me caería —comentó ella con una sonrisa ladeada. Una sonrisa que a él encantó. 

Sin darse verdadera cuenta, Fred estaba cayendo preso de su belleza, de cada uno de sus movimientos o de su melodiosa voz. Ni siquiera podía apartar los ojos de ella.

—Ah... cierto... —susurró sin saber que más decir.

—¿Qué le pediste a Keigar? —quiso saber, ladeando la cabeza. Como consecuencia de esa acción, el cascabel de su trenza emitió un dulce y armonioso sonido que caló en el corazón del pelirrojo.

—Que me devolviera al mundo de los vivos —respondió, decaído.

—¿Quieres regresar? —su mirada se volvió más intensa.

—Claro, mi familia y mis amigos están allí, quiero volver con ellos.

—Hm... —dio una vuelta sobre sí misma, pensativa. Cuando volvió a mirar a Fred, su mirada había pasado de intensa a seria. Lo cual le sorprendió pues, según él, parecía una mujer amable y alegre. Pero no debía dejarse engañar por las apariencias—. ¿Quieres mi ayuda?

—¿Eh? 

Por un segundo, Fred no fue capaz de creer lo que había oído. ¿Ella le había ofrecido su ayuda? ¿Por qué? ¿Por qué se la ofrecía sin más? Pero, más importante, si le estaba ofreciendo su ayuda, estaba claro que su suposición era correcta. Ella era un ángel. 

—¿No piensas responder? ¿Significa eso que no quieres mi ayuda? —cuestionó con una ceja enarcada—. Entonces, supongo que me iré.

Giró sobre sus talones tras su anuncio de irse y empezó a caminar lentamente por la estrecha y larga calle. Pero antes de que pudiera ir demasiado lejos, Fred corrió tras ella y la sujetó del brazo con suavidad, pues no quería lastimarla, haciendo que ella se detuviera y luego se girase ligeramente para mirarlo de reojo. 

—Ayúdame, por favor —le pidió él con desesperación. 

—No te desesperes, lindo humano, te ayudaré —le aseguró y tranquilizó—. Pero tendrás que hacer algo por mí a cambio, sino no sería un trato justo —añadió con una sonrisita de diversión. 

Disfrutaba con aquello, aunque cada vez se le hacía mucho más fácil manipular a un humano, sobre todo si el humano era varón. 

—Lo que quieras —contestó sin soltarla, temía que se marchara.

—Entonces, trato hecho —le tendió una mano para sellar su acuerdo. 

Fred soltó su brazo entonces y estrechó la mano que le tendía. Una suave descarga eléctrica recorrió su cuerpo ante el contacto.

—Ah, me llamo Zaira, ni se te ocurra olvidarlo.

—Imposible —se le escapó sin pensar.

Inmediatamente, desvió la mirada, por unos segundos, ligeramente ruborizado y su rubor solo aumentó cuando la vio sonreír de aquella manera tan dulce y cautivadora. Acababan de encontrarse, de conocerse, pero ya tenía la sensación de que aquel ángel le estaba haciendo caer poco a poco en sus redes.

—Soy Fred Weasley, por cierto —se presentó al fin.

—Un placer, Fred —susurró ella después de acercar los labios a su oreja. 

El pelirrojo tragó saliva, al tenerla tan cerca, al sentir su aliento acariciando su piel y al escuchar su voz embriagando a sus oídos. La vio apartarse segundos después y desaparecer en las sombras de la noche. Lo último que Fred la escuchó decir fue «nos vemos mañana». Pero no se molestó en especificar el lugar y la hora, así que, ¿cómo iban a encontrarse de nuevo? A saber, pero él tenía la certeza de que realmente se volverían a ver. 


Se estiró en la cama cuando los primeros rayos de sol entraron por la ventana de su habitación y tras unos minutos, se levantó, pasando una mano por su largo cabello negro. Tenía sueño, todavía era temprano. Pero no podía desperdiciar la mañana durmiendo cuando por fin volvía a tener algo con que divertirse y entretenerse. 

La noche anterior, se había cruzado por su camino a casa a un lindo humano que buscaba ser revivido y ella como persona generosa que era, le había ofrecido su ayuda. Pero, por supuesto, a cambio de que él hiciese algo por ella. Porque era generosa, pero no altruista. Estaba muy contenta con el trato que había hecho, pues prometía que iba a ser muy divertido. Un humano como Fred Weasley seguramente llegaría a ser interesante... Pero que muy interesante. 

Se duchó, se vistió y se peinó, todo en menos de una hora. No quiso demorarse mucho, a pesar de que le gustaba salir siempre perfectamente arreglada. Salió de la habitación por la ventana (sin importarle que estuviera en el segundo piso), como solía hacer para que nadie descubriera a qué hora iba y venía, pues le molestaba cuando su mano derecha se quejaba de ello. Cayó en el suelo elegantemente y sin ninguna dificultad, quizás debido a lo acostumbrada que estaba. Además, siendo un ángel no corría peligro de hacerse daño con algo como aquello. Si veía que no era capaz de clavar la caída, solo tenía que hacer aparecer sus hermosas y exuberantes alas blancas para solucionar el problema y no estamparse contra el suelo. 

Caminó durante un rato por las calles mientras silbaba una melodía. No le había dicho al humano donde quedar ni a qué hora, pero ella sabía perfectamente dónde encontrarlo, así que no estaba preocupada. 

Llegó a la plaza oeste del reino y la mayoría de las personas que había, la miraron con ojos desconfiados. Y la miraban con desconfianza porque nunca la habían visto allí y cuando se encontraban con un ser tan hermoso que no conocían, deducían automáticamente que se trataba de un ángel; pues solo ellos tenían una presencia tan cautivadora en aquel reino. Y al deducir aquello, más extrañados se sentían ya que ellos casi nunca frecuentaban aquella zona.

De todas maneras, a Zaira no le importaban en lo más mínimo las miradas que los insignificantes humanos pudieran echarle o los comentarios que hicieran sobre ella.  

Se detuvo en medio de la plaza, mientras sus ojos comenzaban a seguir a aquella figura pelirroja que tanto le había llamado la atención. Ya había encontrado a quien buscaba, a Fred Weasley.

Corrió entre la gente, intentando no hacer ruido y llamar demasiado su atención para sorprenderle. Cuando ya se encontraba justo detrás de él, se puso ligeramente de puntillas y sopló en su nuca, haciendo que Fred se estremeciera de pies a cabeza. Éste se giró molesto, dispuesto a entablar una pelea o una discusión acalorada con la persona que le había aquello, pero al ver al hermoso ángel que había conocido la noche anterior, se quedó estático y anonado.

—Buenos días, Fred —le saludó ella, calmadamente.

—B-Buenos días, Zaira —susurró él, nervioso—. Estoy sorprendido, no esperaba verte tan temprano.

—Oh... ¿No esperabas verme tan temprano o directamente no esperabas volver a verme? Quizás has cambiado de opinión y ya no quieres que te ayude, pues piensas que no me veo útil o capaz de enviarte de vuelta —dijo, dramatizando—. Pero está bien, lo entiendo, no pasa nada —aseguró, fingiendo que fingía no estar dolida. 

Se dio la vuelta con los brazos cruzados y echo a caminar, para continuar con su actuación dramática. Pero, al igual que la noche anterior, Fred la detuvo sujetándola por el brazo.

—No es eso, para nada, así que no dramatices. Es sólo que no me lo esperaba —explicó él rápidamente—. Ya que no especificaste una hora, pensé que te vería más tarde.

—¿Entonces, no piensas eso de mí? —preguntó con fingida inocencia.

—Claro que no, estoy seguro de que eres un ángel maravilloso y capaz de hacer cualquier cosa que te propongas, sin problemas.

—¡Ay! ¡Eres tan lindo, Freddie~! —exclamó, sonriente.

Después, le dio un rápido y pequeño beso cerca de la comisura de los labios. El corazón de Fred se disparó al instante. Si se hubiera girado tan solo un poco, habría tenido esos carnosos labios sobre los suyos y ese pensamiento lo hizo ruborizarse hasta más no poder.

—Te ves a un más lindo ruborizado —añadió ella, de nuevo sonriendo. Fred ni siquiera supo que decir, cada palabra que salía de su boca lo hipnotizaba. Aunque no sabía si eran las palabras en sí, la propia voz o simplemente la dueña—. ¿Has desayunado ya?

—No, la verdad es que iba a ir ahora.  

—¡Perfecto! Yo tampoco lo he hecho, así que desayunemos juntos —sugirió, alegremente y le cogió del brazo, acercándose todo lo que pudo a él. Fred tragó saliva, nervioso, ante tal cercanía—. ¿Te molesta? —cuestionó con ese tono dulce y esa mirada de inocencia.

Fred solo atinó a negar con la cabeza. Para nada le molestaba, eso sería imposible. Era todo lo contrario, le gustaba, pero si seguía así, ese hermoso ángel, lo haría su presa. Zaira lo notaba, notaba estaba él de tenso, pero aun así no se apartaba, porque también sabía que le gustaba. Y estaba bien que fuera así. Ningún humano había sido capaz de resistirse a ella y él no iba a ser la excepción.

La guió hasta una cafetería a la que solía ir a desayunar muchas veces con Leo. Para su suerte, no se lo encontró allí, todavía no le había dicho que había encontrado a un ángel que lo ayudaría a volver. Se sentaron en una mesa libre y una joven camarera les atendió en seguida, Fred solo pidió un café muggle, mientras que, para su sorpresa, Zaira pidió un capuchino, un trozo de tarta de chocolate, una palmera de chocolate y un surtido de pastelitos.

—Me gusta mucho lo dulce —comentó ella cuando la camarera se marchó y vio la expresión de Fred.

—¿No te preocupa tu físico? —se atrevió a preguntar él.

—¿¡Piensas que necesito adelgazar!? —preguntó exaltada.

—No, no, estás perfecta —tragó saliva, observándola. Debido a que estaba sentada no podía observarla por completo, pero todavía se acordaba de cada rasgo de su cuerpo y cada uno era simplemente bello para él—. En realidad, nunca he conocido a una mujer tan hermosa.

—Ni yo a un humano tan atractivo —le devolvió el halago mientras le dedicaba una sonrisa pícara.

Él también sonrió, encatusado por ella. Se estaba dando cuenta de que ella era capaz de combinar perfectamente la inocencia con el atrevimiento y eso le gustaba. Quizás era porque Zaira encajaba en el perfil de su tipo de chica, de su chica ideal.

Cuando el pedido llegó, la morena empezó a comer tranquilamente, sin importarle lo que pudiera pensar él por comer tanto. Y no fue hasta que sólo le quedaba la tarta que se detuvo y colocó delante de los labios del pelirrojo una cuchara con un trozo.

—Está muy buena, deberías probarla —Fred se comió el trozo de tarta sin rechistar. «No tanto como tú», pensó—. Dime, Fred, ¿a qué te dedicabas cuando estabas vivo? 

—Tenía una tienda de artículos de broma mágicos junto con mi gemelo.

—Eso suena muy divertido —sonrió y se pasó la lengua por los labios, limpiándose un poco de tarta que se le había quedado—. Así que hay otro como tú por ahí, ¿eh?

—No, yo soy más guapo —aseguró rápidamente.

—No me cabe duda —admitió ella, sonriéndole una vez más, antes de beber del capuchino.

Fred tragó saliva por enésima vez en aquel día. Cada movimiento que hacía el cuerpo de Zaira, cada sonrisa que le dedicaba, cada palabra emitida por su voz... todo de ella, lo estaba volviendo, poco a poco, loco y él sabía que aquello no era bueno.

—Oye... —tenía que cambiar de tema urgentemente o no sería capaz de controlar las emociones que ella le estaba haciendo sentir—. ¿Qué es lo que quieres que haga por ti?

—Necesito a alguien que me ayude con recados, con asuntos de mi casa, con... asuntos personales —lo último lo dijo con un tono de voz tan seductor y provocativo que encatusaría a cualquier hombre. El corazón de Fred se aceleró—. ¿Crees que podrás ayudarme?

—Sí, seguro, haré cualquier cosa —contestó inmediatamente. 

Se dio cuenta de que sus palabras podían malinterpretarse y pensó que debía rectificar, corregirla, pero ningún sonido salió de sus labios. Solo por el hecho de que ella le estaba sonriendo. ¡Por Merlín, empezaba a sentirse atraído por ella!

Después de desayunar, pasearon juntos. Zaira le preguntó cosas sobre su vida, sus gustos, sus disgustos, sobre su familia, sus amigos... Y Fred le respondía a todo con sinceridad, mientras la nostalgia lo invadía y aunque él no lo supiera, ella notaba perfectamente como se sentía. Notaba como el aura de él iba cambiado por su estado de ánimo y se volvía más triste, según ella iba indagando en su vida, aunque él tratase de disimularlo. Sin embargo, no dijo nada sobre ello, dejó que Fred continuara hablando mientras que veía cómo iba decayendo, poco a poco, y su alma se iba tiñendo de un desgarrador negro. 

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