¿Quieres mi ayuda? ➳ Fred Wea...

By MarieWeasley

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El mundo mágico por fin había conseguido la paz que tanto ansiaba, que tanto anhelaba. Por desgracia, para co... More

¿QUIERES MI AYUDA?
i. Final de una vida.
iii. Decisión tomada.
iv. ¿Quieres mi ayuda?
v. Nuevos sentimientos.
vi. Barrera.
vii. Duro pasado.
viii. Cero amor, cero debilidad.
ix. Confesión.
x. Amor correspondido.
xi. Deseo desenfrenado.
xii. Éxtasis y locura.
xiii. Te quiero aquí.
xiv. Despreciable jugadora.
xv. Promesa cumplida.
xvi. De vuelta a la vida.
xvii. Eterna condena.
xviii. Inesperado milagro.
Epílogo.
Extra i. Los que se quedaron.
Extra ii. La boda.
Extra iii. El dolor de George.
Extra iv. Nuevo miembro.
Extra v. Magia.
Agradecimientos.

ii. Un nuevo comienzo.

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By MarieWeasley

┌───── ∘°❉°∘ ─────┐

CAPÍTULO DOS

UN NUEVO COMIENZO

└───── °∘❉∘° ─────┘

De un instante a otro, todo se había venido abajo.

Fred había escuchado una explosión que lo lanzó por los aires, causándole un gran daño, pero, a partir de ahí, nada. Todo se había vuelto oscuridad para él. ¿Qué había pasado? ¿Por qué sus ojos no se abrían? ¿Por qué ya no podía oír ni sentir nada? ¿Por qué parecía que ninguno de sus sentidos era capaz de captar algo? ¿Podría ser... que hubiese muerto? No. No. Se negaba a creer que aquello pudiese ser así. No podía ni quería estar muerto. ¿Qué pasaría con su familia, entonces? ¿Qué pasaría con su gemelo, con George? No podía dejarles, no podía causarles tal dolor. Pero, sobre todo, quería estar con ellos. Y además, aún era joven, demasiado, a penas había cumplido los veinte hacía un mes... No podía estar muerto.

De un momento a otro, empezó a sentirse ligero; demasiado ligero y eso no podía ser normal. Sintió que su cuerpo no pesaba nada, que no había nada que lo atara o lo encadenara. Sintió de alguna manera que era libre, como si se hubiera liberado de las ataduras del cuerpo humano. Y eso provocó que sintiera miedo. Eso no era bueno. Pero lo peor era, sin duda, que aún no podía ver nada, todo seguía oscuro y aunque no le gustase reconocerlo, de repente la oscuridad le aterraba, tal y como le aterraba a un niño pequeño.

Un largo rato después, sintió como algo le molestaba en los ojos; le picaban, le ardían. Trató de rescárselos, de frotárselos con el dorso de las manos, pero no podía moverse; sus músculos y articulaciones no parecían responderle. Entonces, trató de abrirlos, pero no fue hasta unos minutos más tarde, no fue capaz. Los abrió de golpe y una fuerte y brillante luz, que se encontraba justo en frente de él, lo cegó.

Observó a su alrededor, preguntándose donde se encontraba o buscando alguna pista que se lo indicase, pero en aquella sala no había nada; solo había una gran luz procedente de lo que parecía el techo, todo lo demás era blanco.

Consiguió, por fin, moverse. Se incorporó, sentándose sobre el blanco suelo y se palpó el pecho con las manos para asegurarse de que todo estaba bien, que todo estaba en su sitio. Pero el miedo y la desesperación se apoderaron rápidamente de él al hacerlo. No tuvo ni que bajar la mirada para darse cuenta de lo que estaba pasando. Sin embargo, no quería afrontar la realidad, no quería afrontar aquello. O más bien, no podía.

—Bienvenido al Reino de los Cielos, Fred Weasley —dijo una sonora voz desde algún lado de la extraña sala.

Fred se estremeció al escucharla, no porque le produjera miedo en sí, sino más bien por lo que había dicho. «Reino de los Cielos», esas palabras golpearon la mente de Fred.

—¿Quién eres?—preguntó con voz temblorosa.

—Soy uno de los líderes de este reino, mi nombre es Haxis —respondió la voz con uno, de alguna manera, tranquilizador.

—¿Y qué es este lugar?—consiguió preguntar después.

—Como he dicho, este lugar es el Reino de los Cielos, un lugar alejado al mundo de los vivos, y esta sala en concreto es su entrada... —explicó Haxis y pareció que fuera a decir algo más, pero en cambio permaneció en silencio.

Fred había palidecido. La realidad lo había golpeado directamente, como si de un puñetazo se tratase. Fue un ataque directo a su corazón. Ya no podía seguir negándolo, quisiera o no, debía aceptarlo. Había muerto durante la Batalla de Hogwarts. El dolor lo golpeó con fuerza al reconocerlo e intentó controlarlo, pero sin demasiado éxito, pues su cuerpo comenzó a emitir pequeños y seguidos temblores.

— Aquí vienen aquellas almas que lucharon para proteger el mundo, de una forma u otra —añadió Haxis después—. Las almas de aquellos a los que humanos denominan héroes.

El pelirrojo no dijo nada. No le importaba si era un héroe por haber luchado en aquella batalla, por haber tratado de impedir que Voldemort se hiciese con el control del mundo mágico, eso no le importaba en absoluto ahora. Lo único que de verdad le importaba era que estaba muerto. Ahora no era nada más que una alma, un espíritu, que había perdido todo. Y eso significaba, obviamente, que jamás volvería a ver a su gemelo, ni al resto de su familia y amigos... Los había dejado solos. Se sentía horriblemente mal por ello.

Finalmente, una sola lágrima cayó por su mejilla.

—¡Por favor, déjeme regresar! ¡Deje que vuelva con mi familia! ¡No puedo hacerles pasar por el dolor que les supondrá mi pérdida! ¡Por favor! —suplicó Fred, desesperado.

—Lo siento, chico, pero lo hecho, hecho está —dijo sin más Haxis.

—Por favor, haré cualquier cosa, lo que usted me pida —volvió a suplicar.

—No puede ser, tú ya estás muerto —siseó la voz cortante—. Y de todas maneras, no hay nada que puedas ofrecerme.

La realidad, la verdad, volvió a golpearlo con fuerza cuando el hombre pronunció aquellas palabras. Estaba muerto. Lo dicho, ahora no era nada más que un alma que lo había perdido todo, en un lugar que desconocía y que realmente no quería conocer.

—Deberías intentar disfrutar de esta nueva «vida» que se te concede —comentó Haxis.

—¿Vida? Usted mismo lo ha dicho, estoy muerto. ¿Cómo voy a disfrutar de una nueva vida, entonces? —cuestionó malhumorado.

—Aquellos que llegan a este reino, disfrutan de una nueva vida —aclaró—. No es como en el mundo de los vivos porque no puedes «morir», pero es un buen lugar para comenzar de nuevo.

—¡Yo no quiero comenzar de nuevo! ¡Quiero mi vida de siempre! ¡Quiero la vida que tengo en el mundo de los vivos, con mis amigos y mi familia!

—Pero ya te he dicho que eso no puede ser —hizo una pausa que al pelirrojo se le hizo eterna— . Te adaptaras a estar aquí, Fred Weasley, te lo aseguro.

—Lo dudo —contradijo él.

La voz no volvió a hablar, no volvió a replicarle. Haxis se había marchado de aquella sala, si es que alguna vez había estado realmente allí, pues no lo parecía.

Una puerta apareció a los minutos en una de las paredes de la sala y desde donde Fred se encontraba podía ver un hermoso cielo azul, con nubes blancas, que se extendía sin fin.

Tambaleándose y con el corazón roto -si es que aun poseía uno-, se encaminó hacia aquella puerta; algo le decía que ya no debía permanecer más tiempo en aquella sala, aunque no supiese exactamente el qué. Al llegar allí, se apoyó en el marco, observando el exterior con cierto interés y sus ojos se abrieron como platos por lo que apareció ante ellos. No podía creerse lo que veía. Era... increíble.

No muy lejos, había una hermosa ciudad; aunque por su tamaño, era demasiado grande para ser simplemente una ciudad. Fred nunca había visto una ciudad de ese tamaño en su mundo. Entonces, comprendió que aquello debía ser el Reino de los Cielos que había mencionado el tal Haxis. Había edificios altos como bajos, todos tenían un tono de color claro, aunque había algunos de colores oscuros que resaltaban entre los demás. Al final, el blanco era el color que más predominaba, sobre todo porque llegaba a confundirse con las grandes nubes. Aquel lugar podría haberse llamado perfectamente el «Reino Blanco», había pensado Fred.

Fred no alcanzaba a ver desde allí el final del reino, las nubes se lo impedían, pero podía intuir que era sumamente enorme.

Sin embargo, lo que más le sorprendía de aquel lugar es que parecía que perteneciera al mundo de los vivos, como si fuese otro país más de la Tierra. Se podía ver perfectamente grandes zonas verdes en los alrededores del reino e incluso había bosques y ríos por los que seguramente rondaban animales. ¿De verdad aquel era un lugar de descanso para los muertos? No podía ser. Era demasiado hermoso para serlo. O quizás porque era tan hermoso, es que sí lo era.

Entonces, recordó que Haxis le había dicho que aquel era un lugar para disfrutar de una nueva «vida» y claramente para poder hacer eso, las cosas no debían ser muy diferentes de la realidad, para mayor comodidad y adaptación de los habitantes. Sin embargo, Fred se preguntaba cómo podía vivir la gente allí sin tener deseos de regresar al mundo de los vivos. Aunque fuera un hermoso lugar, eso no quitaba que todos los habitantes estaban muertos, eran solo almas, como él.

Tras un par de minutos observando, empezó a caminar por el camino de piedra que había ante él, supuso que le llevaría a la entrada del reino. No se dio la vuelta para mirar aquella sala blanca de la que acababa de salir. No podía hacerlo, pues eso solo le recordaba que no podría regresar jamás con sus seres queridos.


Un rato después, se encontraba por fin ante un arco de piedra blanca, en el que había una inscripción que no consiguió descifrar, jamás había visto antes ese idioma. Para su sorpresa, cuando atravesó el arco, sintió una gran calidez llenando su cuerpo, como si intentara eliminar su dolor, pero no lo consiguió. Nada podría hacerlo, estaba seguro de ello.

Mientras caminaba, observó a la gente que se encontraba en aquellas calles, todo el mundo parecía normal, no había nada extraño en ellos, ni parecía que estuvieran muertos. Pero lo que más le llamó la atención es que sonriesen y actuasen con tanta normalidad. ¿Es que no extrañaban el mundo de los vivos? Fred no entendía nada. Él nunca podría actuar como hacían ellos por mucho tiempo que pasara allí, o eso pensaba.

Los niños corrían y jugaban por todos los rincones del lugar. Las mujeres hablaban entre ellas animadamente, mientras paseaban o compraban en los diferentes puestos. Los hombres fumaban, reían y charlaban, sentados en veladores o bancos. Y cómo no, los adolescentes iban a su propia bola, ya fuesen solos o en grupos. Era exactamente como en el mundo de los vivos. Nadie parecía estar muerto, todos parecían rezumar vida.

—Te encontré —escuchó decir a una voz detrás de él.

Se giró, inseguro de sí se estaban refiriendo a él, pero cuando vio a la persona que había hablado, su boca se abrió ante la sorpresa. No podía ser verdad -ya no sabía cuántas veces había pensado eso en aquel rato-. Delante de sus ojos, se encontraba el mismísimo Sirius Black, quien había fallecido un par de años atrás en la Batalla del Ministerio.

—Ha pasado un tiempo, ¿no, Fred? —dijo éste con una sonrisa torcida.

—¿Sirius... eres tú? —consiguió preguntar, aun sorprendido y confundido.

—El mismo —miró a Fred de arriba a abajo—. Me avisaron de que tenía que venir a recoger a alguien, aunque esperaba que no se tratara de uno de los más jóvenes. No quería recoger a un muchacho al que conocía cuando estaba vivo y que resulta que, probablemente, debió morir durante la batalla—contó Sirius, terminando con una mueca.

—A mí tampoco me gusta estar aquí —se limitó a decir Fred.

Iba a preguntar porque él estaba allí, pero no necesito hacerlo. Sirius también había muerto peleando contra los servidores de Quien-no-debe-ser-nombrado. Había muerto luchando por proteger al mundo mágico, como él.

—Es triste y doloroso ver a alguien que tenía tanta vida por delante aquí —suspiró el mayor.

—Y me lo dices a mí —rio sin ganas.

—Bueno, no nos quedemos aquí, vamos —mencionó al cabo de unos segundos, para cambiar de tema, y le hizo un gesto con la cabeza para que lo siguiera.

Y así lo hizo. Fred se dedicó a seguir a Sirius sin preguntar a donde se dirigían. No quería preguntar nada, solo se limitaba a observar. Quería observar aquel extraño mundo al que había llegado, pero le seguía desconcertando las caras felices que tenían las personas a las que se encontraban por el camino y que los saludaban con movimientos de cabeza o manos.

—Hemos llegado —anunció, de pronto, Sirius.

Fred observó donde se encontraban. Delante de él, había una gran casa de dos plantas y de un tono gris azulado, con un bello jardín delantero lleno de flores y diversas plantas.

Sirius abrió la puerta y lo invitó a entrar con una cálida sonrisa. Una vez que los dos estuvieron en el interior, el moreno guió al pelirrojo hasta el salón de la casa, donde éste último se encontró a dos personas a las que conocía y a otras dos que había visto en algunas fotos. Allí, en aquel salón, se encontraban Remus Lupin, Nymphadora Tonks y si no se equivocaba, las otras personas eran James y Lily Potter, los padres de su amigo Harry.

Con el corazón hecho un nudo, se atrevió a abrir la boca, pero no hasta que pasó un buen rato, mirando a Remus y Tonks.

—¿Vosotros también?

—Eso parece —respondió Remus con voz apagada.

—Oh, Fred... —Tonks se acercó hasta él y lo abrazó con ternura—. Lo siento tanto...

—¿Por qué? Vosotros habéis dejado a vuestro pequeño hijo atrás... —susurró Fred, correspondido al abrazo—. Eso es mucho peor que lo mío.

—Él estará bien, estamos seguros —dijo Remus con una sonrisa.

—Pero... es tan injusto...

—Es injusto que todos nosotros estemos aquí, sobre todo tú, eres demasiado joven —replicó Tonks, una vez se separó de él.

—Pero, Tonks, nuestras edades no son tan diferentes... —señaló y ella sonrió amargamente.

Prefirió no añadir más sobre el tema y dirigir su mirada hacia la otra pareja, que se había levantado del sillón a su llegada.

—Un placer conocerte, Fred, soy James Potter y ella es mi esposa, Lily —los presentó el hombre de cabellos azabaches y gafas redondas, sonriendo.

—Hemos oído que has sido un buen amigo de nuestro hijo —comentó Lily, sonriendo.

—Sí, tienen un buen hijo... —entonces, recordó la batalla de nuevo—. ¿Sabéis qué ha pasado?

Ellos asintieron y lo invitaron a sentarse antes de comenzar a hablar. Entre aquellas cinco personas, le contaron lo que había pasado después de su muerte en la Batalla de Hogwarts. Le contaron como Harry se había sacrificado y después había vuelto una vez más a la vida. Le contaron como Neville había matado a la serpiente de Voldemort y acabado, de esa manera, con todos los horrocruxes que éste había creado. Le contaron lo que era un horrocrux, pues él no sabía a qué se referían, haciéndole saber que ese era el motivo por el cual Voldemort no había sido derrotado hasta la fecha. Le contaron también, como Harry había vencido y por fin, el mundo mágico había conseguido la paz que tanto había ansiado.

—Es bueno saber eso —sonrió, por primera vez.

Saber que por los menos el resto de su familia había acabado bien, le hacía sentirse más tranquilo; sin embargo, el dolor que sentía seguía sin disminuir. Quería estar con ellos, celebrando la victoria e ideando con George vítores sobre ello.

—¿Cuánto tiempo ha pasado ya desde la batalla? —preguntó luego. Intuía que aunque para él tan solo había sido un rato, probablemente había pasado mucho más tiempo.

—Han pasado alrededor de dos semanas —le respondió Remus.

—Tanto, ¿eh?—suspiró, desganado.

—Te adaptaras a vivir aquí —trató de reconfortarlo Lily.

—Pero yo quiero regresar.

—Eso no puede ser —le dijo Tonks, entristecida, pues entendía su deseo de querer regresar.

—Decís lo mismo que el tipo de antes —bufó.

—¿Te refieres a Haxis? —inquirió James.

—Ese mismo, me dijo todo eso y más, pero yo no quiero estar aquí —se tapó la cara con las manos antes de que las lágrimas amenazasen con salir—. Q-Quiero regresar a casa.

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