Nos queda su dulce locura | N...

By AnnieTokee

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Carla salió del orfanato en el que vivió siempre. Ella pensó que lo más difícil sería sobrevivir en el repres... More

Antes de empezar
Primera parte
Capítulo 2
Capítulo 3
Capítulo 4
Capítulo 5
Capítulo 6
Capítulo 7
Capítulo 8
Capítulo 9
Capítulo 10
Capítulo 11
Segunda parte
Capítulo 12
Capítulo 13
Capítulo 14
Capítulo 15
Capítulo 16
Capítulo 17
Tercera parte
Capítulo 18
Capítulo 19
Capítulo 20
Capítulo 21
Capítulo 22
Capítulo 23
Epílogo
Todavía no se vayan

Capítulo 1

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By AnnieTokee

Cuando el primer rayo de sol se coló por mi ventana y mis ojos por fin se abrieron, la zozobra embargó mis pensamientos. Había comenzado mi día uno, por lo que tendría que enfrentarme al resto de los empleados y también a los patrones.

«Recuerda que solo es temporal, Carla», me repetía al mismo tiempo que me alistaba.

Para mi sorpresa, al menos mis compañeros de trabajo fueron por mucho más afables que Pilar, quien era el ama de llaves. Durante un modesto desayuno que consistió en bolillos con café de olla, pude presentarme con Soledad, la cocinera, y con Jorge, el jardinero.

Únicamente me faltaba hacerlo con Víctor, el chofer de la familia, el joven que atrapé dormido bajo un árbol y con el que tuve un primer encuentro aterrador.

Cuando el muchacho llegó, yo me hallaba recogiendo los platos que habíamos usado para desayunar.

Víctor entró a la cocineta arrastrando los pies y vistiendo un pulcro uniforme negro. Su cabellera iba cubierta por una gorra del mismo color, pero él la retiró al poco tiempo, permitiéndome ver sus rizos.

Nos observamos como si fuésemos producto de un sueño lúcido del otro. Por unos segundos, sentí que flotábamos dentro de una burbuja y que todos los demás habían desaparecido. No supe si fue intriga o temor, sin embargo, algo me ardió en el pecho.

Él estuvo a punto de hablar, no obstante, Soledad se le adelantó:

—Carla, ¿quieres ayudarme a hacer unas cosas en la casa?

Asentí y salí disparada, aunque todavía intrigada por cruzar un par de palabras con él.

Aunque pronto se me olvidó aquello, ya que el trabajo en esa casa era más de lo que tenía esperado. No era cuestión del tamaño del inmueble, sino que doña Amalia, la patrona, se contradecía con sus órdenes a cada momento.

—Te dije que dejaras ese jarrón ahí, no que lo movieras —me reclamó en una ocasión.

Yo obedecí, sin embargo, a las dos horas la señora volvió a bajar y me dijo que cambiara de lugar el mismo adorno

Aunque nada fue más horrible que la cena.

Solo eran sus dos hijos y Amalia en el comedor; el señor había salido y tenía entendido que no volvería hasta la noche.

La mujer me regañó por ser lenta al servir, así que no permití que ellos se acabasen la sopa sin antes colocar el platillo principal.

—Ya se me juntó todo —soltó ella con indignación-. Regresa esos platos y sírvelos en cuanto termine de comer.

Hice caso y esperé en la cocina a que acabaran de degustar sus sopas. No obstante, cuando ella iba por más de la mitad, empezó a reclamarme de nuevo por no traer la comida a tiempo.

—¡Mamá! —exclamó Ricardo, el hijo mayor—, la vas a asustar y se va a ir.

—¿La estás defendiendo? —preguntó estupefacta.

—No, solamente creo que no deberías confundirla, por eso las muchachas siempre se te van rápido —explicó. Me sorprendió que él aún conservase su ademán tranquilo.

—En todos los años que trabajó Vanessa para mí, nunca le tuve que hacer reclamos.

—Es que ella ya se había acostumbrado a tu carácter imposible —masculló su hija.

—¡Olivia, cállate! —regañó su madre—. ¿Ves lo que provocas, Ricardo?

—Suficiente, yo me voy. Me cansé de estar soportando tus tonterías —contestó fastidiado.

Él se levantó de su asiento, dejó la sopa a medio acabar y caminó con las manos en los bolsillos hasta la salida principal. Acto seguido, Amalia me pidió que le trajera el tequila, pero más tardé yo en buscarlo que la mujer en acabarse media botella y embriagarse. Entretanto, la adolescente miraba con dolor toda la escena.

—Es que es ella la que nos arruinó, Olivia —decía la señora mientras se servía un trago más—. Los hombres son unos desgraciados, así como yo soy infeliz, tú lo serás cuando te cases, porque él te hará daño.

Ante ese comentario, Olivia no pudo más y se levantó de su asiento para ir a encerrarse en su habitación. Incluso, desde abajo, escuché el portazo que dio.

—¿Y tú qué me ves? —ladró, al mismo tiempo que azotó los puños contra la mesa—. En lugar de estar como estúpida observando mi ridículo, recoge los platos de esos malagradecidos.

Obedecí, no obstante, al poco rato Amalia me reprendió por haber levantado la comida de sus hijos cuando estos podían regresar en cualquier momento a hacerle compañía.

Sin embargo, ellos no se volvieron a presentar.

—Extraño a Vanessa —sollozó—. Ojalá te vayas pronto y vuelva ella. —Tiró las cucharas al suelo y rompió algunos platos de su vajilla sin que le importase el precio de esta.

A pesar de hallarse ebria, seguía con sus contradicciones. Me pidió que la ayudara, sin embargo, cuando lo intenté, se puso agresiva y me exigió que le sirviera otro trago, no obstante, el tequila ya se había acabado.

Por suerte, Víctor se apareció en medio de toda esa escena caótica y me ayudó a llevar a Amalia a su cuarto. A él no le importaron los reclamos o las amenazas de un despido, solo la agarró de uno de sus hombros para que no se cayese. Yo iba del otro lado y me aseguraba de que no se accidentaran.

Sin delicadeza, el joven la aventó en la cama, y la mujer no tardó en quedarse dormida. Don Ricardo, su esposo, llegó minutos después a ver qué sucedió. Creí que se enojaría por ese desastre, no obstante, se lo tomó como si fuese lo normal.

Víctor y yo bajamos las escaleras y luego caminamos por el jardín en dirección a nuestras habitaciones. Hacía frío esa noche, no traía un suéter puesto y temblaba. Él se dio cuenta de eso y puso su saco sobre mis hombros.

Menos mal que era de noche y no se percató del carmín en mis mejillas.

—Es una suerte que esté acostumbrado a lidiar con borrachos —soltó una sonrisa que mostraba cuan orgulloso se hallaba de sí mismo.

—¿Qué piensas que suceda mañana? —pregunté con incertidumbre.

—No se va a levantar por la resaca, se va a encerrar en su cuarto y no saldrá hasta el lunes.

—¡Con razón el hijo de Vanessa la convenció de dejar este trabajo! —vomité lo que suponía.

—¡Pero si esa mujer era la favorita de Amalia! —replicó el joven—. Ella era la encargada de cuidarla en sus borracheras.

—¿La patrona hace muy seguido esto? —interrogué perturbada.

—Tres o cuatro veces por semana —respondió a secas—. ¿Qué tal tu primer día? Una mierda, ¿verdad?

—¡Ni que lo digas! Jamás me imaginé que la señora fuese una alcohólica.

—Ya te acostumbrarás. —Él puso su mano encima de mi cabeza y me revolvió el cabello, yo me hice a un lado, me daba pena que sintiese mis hebras maltratadas—. El primer día es el más pesado, después te resignas. Recuerdo que yo tuve que llevar a Amalia de compras; ella no se decidía por un centro comercial, cuando íbamos saliendo me dijo: «Vamos a una plaza del sur», pero cuando iba para allá, expresó: «No, nosotras vamos a Polanco». —Víctor imitaba las voces y la forma de hablar de Amalia, lo que hizo que me desternillara—. Estuve dando vueltas por toda la ciudad y lo peor es que la señora me culpó por no poder ir a comprar.

—¿Por qué será así?

—Ya te enterarás mañana en la noche o el lunes temprano.

—¿Pues qué es lo que pasa? —curioseé.

—Mejor descúbrelo por tu cuenta.

Hice un mohín y crucé los brazos.

—No hagas eso, te ves más bonita cuando sonríes. —Me miró a los ojos. No pude evitar bajar la cabeza—. ¿Quieres contemplar algo que quizá te anime?

Asentí, aunque seguía reticente.

Víctor me tomó de la mano y me llevó a la parte de atrás de la casita, donde había una escalera de metal. Él empezó a trepar por ahí, no era muy alto, pero lucía inestable.

—¡Te vas a matar! —regañé.

Me tapé los ojos para no presenciar una desgracia. Como no escuché un grito o algún golpe, me quité las manos de la cara. Por suerte, él se encontraba sentado sobre el techo e incólume.

—Te toca.

Con miedo, subí por esas escaleras. Víctor me dio su mano para que me fuera más fácil llegar. No era mucha altura, si te caías, lo peor que podía pasar era que te rompieras una pierna.

Él no tardó en tirarse en el techo a sus anchas. Yo también me acosté, miré al cielo y esperé verlo estrellado, sin embargo, nada más había oscuridad.

—¿Qué era lo qué querías mostrarme?

—Solo deseaba charlar contigo aquí. Me gusta, es tranquilo, ¿no lo crees?

—Es agradable. —El viento de esa noche agitaba mi cabello y hacía lo mismo con el suyo—. Nada más que pensé que querías que admirásemos las estrellas.

—No hay de eso aquí, aunque podría llevarte a acampar a La marquesa, ahí se pueden observar.

Di un respingo al sentirme incluida en un plan a futuro. Víctor continuaba siendo un desconocido que me dio una primera impresión aterradora. De hecho, el aura de peligro sobre él seguía emanando, aunque, por alguna razón, no deseaba alejarme de él.

Supongo que había descubierto el gusto por la adrenalina.

Dejé descansar mis pensamientos y opté por contemplar al muchacho a mi lado. Él analizaba el crepúsculo con una expresión serena. Mentiría si negase el gusto que tomé por sus ojos, tan concentrados en aquel firmamento vacío.

—¿Quieres salir conmigo mañana, Carla? —preguntó de repente.

Abrí los ojos lo más que pude.

—Tuviste la suficiente suerte de comenzar a trabajar un sábado; nos toca día libre el domingo, así que puedo llevarte a donde quieras, conozco cada rincón de esta ciudad —completó, afable, en total contraste con el joven de nariz ensangrentada que vi la primera vez.

No lo pensé mucho; era salir y pasarla un rato con él o quedarme sola en la habitación observando cómo todos iban a visitar a sus parientes.

—Vamos, pero te advierto que no tengo un peso —aclaré.

No era una exageración, de verdad no poseía capital alguno. Eric le había dado dinero a Isaac para que él pagase nuestro transporte, así que me hallaba en deuda con ellos.

—Caminar por el Zócalo es gratis, también ir por Bellas Artes —gorjeó. Se levantó y me dio su mano para ayudarme a incorporar—, yo tampoco tengo mucho dinero así que sería lo ideal, ¿mañana después de desayunar?

—Vale —contesté una vez que me incorporé.

Él no dijo nada, únicamente volvió a tomar mi mano e hizo que nos diéramos un apretón para sellar el compromiso.

Las únicas tres prendas decentes que tenía eran de las donaciones de caridad que recibía el orfanato. Además, poseía un único par de zapatos: unos azules con un pequeño tacón. Estos me los había regalado Vanessa, eran bonitos, pero ya se hallaban percudidos.

Pilar, Soledad y Jorge igual se habían alistado para ir a ver a sus familias. La primera iría a pasarla con su madre, la cocinera visitaría a su hija y a su nieto, el jardinero saldría con su mujer y Víctor no se había despertado aún.

En el desayuno se nos acabó el café, y todos coincidieron en que por ser nueva debería ir hasta la casa grande para tomar uno de los tantos frascos que había.

—¿No habrá problemas si me lo llevo? —pregunté con nervios.

—La señora está ahogada en resaca, no se dará cuenta —contestó Soledad, impasible.

—Bueno, aunque no estoy segura de que sea correcto —comuniqué antes de emerger de la casita.

Como tenía que pasar por la sala de estar para ir a la cocina, me encontré a Ricardo, quien iba acompañado de una chica y un amigo.

La muchacha que se hallaba con ellos era la persona más hermosa que había visto. Ella llevaba una media coleta adornada con un listón morado y sus ojos azules se hallaban maquillados de un tenue rosa.

Por la forma en la que Ricardo la abrazaba, supuse que se trataba de su novia.

—Hola, Carla —saludó él—. ¿Irás a visitar a tus padres?

Su interrogante hizo que mis manos comenzasen a sudar. No era sencillo admitir que era una huérfana de orfanato.

—Buenos días —contesté incómoda, ni siquiera pude saludar bien a todos—, no, solo saldré a caminar por ahí. —No era mala mentirosa, pero fui incapaz de inventarle que tenía una familia.

Ricardo colocó una mano bajo su barbilla, dudaba de mi respuesta.

—No la ofusques con preguntas —le reclamó con sorna su novia.

Me despedí de todos con una seña y fui a la cocina. Desde ahí, yo era capaz de escuchar lo que hablaban, sin embargo, creo que no sabían que yo podía oírlos, pues conversaban sobre mí:

—¿De dónde la sacaron? —inquirió uno de ellos—. Digo, para decirle a mi mamá que me consiga una igual.

—No tengo idea. Vanessa, la antigua sirvienta, nos la recomendó.

—¡Armando! —exclamó la joven—, no hables así de ella. ¿Acaso piensas conquistarla?

—¿Por qué no debería hacerlo, Karina? —respondió él con burla.

—Además de que tu comentario es de mal gusto, la pobre se ve bastante espantada. Imagina que lo más probable es que haya dejado su casa y también a su familia para trabajar; ten tantita sensatez.

A pesar de que Karina me había defendido de buena fe, me sentí mal por la lástima que le desperté; y eso que no sabía que estaba sola en el mundo. Si algo detestaba era ser objeto de lástimas, pero en la naturaleza de un huérfano aquello era una cualidad.

Me quedé con la cabeza gacha y con la espalda recargada en el refrigerador.

No pasó mucho tiempo para que Víctor entrase en la cocina.

—Carla, no llores. Tienes unos ojos verdes preciosos y llenos de lágrimas no lucen —expresó conmovido.

—No estaba llorando —respondí, chocante—, aunque gracias por el cumplido. —Lo observé y sacudí la cabeza para retirar mi ademán amargado.

—¿Tengo derecho a saber por qué tenías esa cara larga?

—Algo que escuché.

—Los amigos de Ricardo son unos imbéciles, su novia es lo único que está bien.

—¿Te gusta ella? —Crucé los brazos y alcé una ceja.

—Solo pienso que es guapa —resolló con una sonrisa nerviosa—, aunque sigo creyendo que tú eres más bonita.

Él puso una mano encima de mi cabeza y me revolvió el pelo. Víctor no era muy alto, sin embargo, cuando lo hacía, daba la impresión de que era enorme y yo un ser diminuto.

—¿Qué haces aquí?

—Como eres lenta hasta para ir por café, me mandaron.

Busqué el frasco dentro de la alacena; esa sola acción la hice con precaución y con mucho sigilo, como si cometiese un delito. Víctor se burló de mí, me arrebató el café, puso sus manos sobre mis hombros y se aprovechó de mi maleabilidad para hacerme caminar más rápido.

Cuando pasamos por la sala de estar, nos despedimos de Ricardo y los demás. Me dio la impresión de que Karina cambió su mirada simpática por una de envidia en cuanto nos vio cruzar.

Víctor y yo tomamos una combi para llegar al centro de la ciudad. Nunca me subí a una de ellas, así que me emocioné admirando la panorámica de la metrópoli mimetizarse delante de mí. Antes de mis dieciocho años, únicamente conocía las calles de los alrededores y un poco el Zócalo por la vez que fuimos al desfile militar por el 50 aniversario de la revolución mexicana.

Me encontraba fascinada, buscaba albergar en mi memoria cada detalle de algo tan cotidiano, pero a la vez nuevo.

Al llegar al centro, Víctor y yo nos limitamos a caminar mientras él me soltaba datos acerca de la explanada, la catedral y algunas anécdotas suyas relacionadas con el Palacio de Bellas Artes.

Una vez que se le agotaron los datos, comenzamos a contar historias sobre cualquier cosa. Y él finalizó con una charla acerca de su infancia:

—Una vez vine aquí con mi tía y me distraje viendo al globero, cuando me di cuenta, ella ya no estaba ahí —relató, había una clara nostalgia en su forma de contarlo

—¿Cómo la encontraste?

—Me limité a sentarme en una banca a llorar, hasta que mi tía llegó a regañarme por andar distraído —concluyó, mostrándome una sonrisa ligera.

—¿Qué te dijeron tus padres?

—Soy tan huérfano como deduzco que lo eres tú. —Pegué un respingo por lo rápido que fue al averiguar sobre mí—. Supongo que es mejor que te lo cuente de una vez; mi padre falleció meses antes de que yo naciera, así que pronto mi madre se casó con un mal tipo, y cuando ella murió, fui a parar con mi tía, pero me harté, la mujer me controlaba demasiado. Por eso, al cumplir dieciocho, elegí irme y mantenerme solo.

—Lo siento —expresé con vergüenza—. Yo me crie en una casa hogar, no tengo memoria de algo más. Mi madre murió cuando yo nací y no sé quién es mi padre.

La situación a partir de ahí se puso incómoda, nadie hablaba, únicamente nos mirábamos por ratos al caminar. Me asfixiaba ese silencio, sin embargo, no sabía qué expresarle. El momento estaba en la cúspide de lo tenso, pero cuando pasamos por una fuente de sodas, él exclamó:

—¡Te invito un helado!

Como estaba ofuscada por su reacción, no contesté y le seguí el paso. Al preguntarme qué quería, no me dio tiempo de responderle. Compró dos conos de vainilla y ni siquiera pude mencionarle que luego le pagaba.

Nos sentamos a acabarnos nuestro helado en un gabinete del lugar mientras oíamos canciones de Los Doors en la rocola que tenían al fondo.

Estando ahí, en confianza y escuchando buena música, se me ocurrió soltar la pregunta que tanto quería hacerle desde que lo vi por vez primera:

—¿Por qué te peleaste con ese sujeto en la calle hace un par de días? Tú y yo nos miramos de soslayo, aunque me asusté y ya no pude ver qué sucedió.

—¿Estás loca? —resolló con estupor—. Yo nunca he peleado con nadie, ni te había conocido de antes.

—Pero si él estaba tirado en el suelo y tú estabas enfrente, con la nariz ensangrentada.

—Eso nunca pasó, te lo estás inventando —me señaló e intentó esbozar un gesto amistoso, aunque en realidad este iba cargado de confusión.

—No te hagas, acuérdate —insistí—, solo es curiosidad, no te voy a juzgar.

Continuamos con ese intercambio de argumentos por casi una hora. Al inicio creí que quería jugar conmigo, no obstante, llegó un punto en el que de verdad me había cansado.

Llegué a dos conclusiones: o era muy bueno fingiendo, o en serio no se acordaba.

Como me harté de la disputa, preferí darle la razón.

—¡Nada más quería jugar contigo! —expresé con un gesto socarrón.

Lejos de enojarse, comenzó a reírse, aunque fue más bien una carcajada de alivio.

El resto de la salida continuó sin contratiempos, con la excepción de que cuando yo quería entrar a ver los museos, Víctor me dijo que mejor no, porque no entendería y sería un desperdicio de tiempo.

Antes de regresar a la casa, nos detuvimos a comer en una pequeña fonda. Todo corrió de su bolsillo y aunque protesté, él insistió en que después se lo pagaría.

Ambos regresamos cuando ya había oscurecido. Recuerdo con claridad que las cigarras cantaban y una ligera brisa cargada de rocío nos besaba el rostro. Anduvimos por el jardín, pero él se detuvo antes de que entrásemos, me tomó de la mano y buscó mis ojos con los suyos.

Casi de la nada, Víctor comenzó a acortar la distancia entre nuestros rostros, y yo, al percatarme de su intención, coloqué las manos en su pecho y lo empujé para que se alejara.

¡Hello, conspiranoicos!

Me siento soñada al ver que por fin pude reducir este capítulo a uno aceptable. Los que leyeron la primera versión, sabrán que este primero tenía antes más de 5k palabras.

En esta parte no hubo tantos cambios, de hecho, los hechos son exactamente iguales.

Ahora vamos a la pregunta: ¿ustedes se hubiesen dejado besar por Víctor?

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