PERFECTA 1. Dime que deseas ©...

By Deborahhirt

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Él, un multimillonario exitoso. Yo, la mujer perfecta. Un acuerdo que me beneficia en todos los sentidos... More

Prólogo. Señora Eggers
1. Diamantes
2. La fiesta
5. Arpía
6. Atrápame
7. Tres días
8. The Ritz
9. Tal vez
10.Chef
11. Una sorpresa
12. Castigo
13. En la misma página
14. Mi esposa
15. Nena
16. Hazlo
17. La boda
18. Luces
19. No quiero
20. Irritante
21. Pastel
22. Te amo

3. Solo sexo

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By Deborahhirt

 El camino de regreso a la mansión es incómodo. Permanecemos en silencio y cada quien observa la ciudad desde su respectivo lado de la ventanilla. Tengo deseos de llorar por primera vez. No sé qué me sucede exactamente, pero no quiero averiguarlo.

Cuando llegamos, me bajo del coche  y entro al recibidor de la mansión. Adrien viene detrás de mí pronunciando mi nombre para que me detenga, pero no lo hago.

—¡Gea! ¡Detente! —grita a mis espaldas.

—¡Vete a la mierda, Eggers!

Sé que estoy a punto de llorar y no quiero que me vea. Jamás le demostré a nadie la debilidad y no lo haré delante de él. Me siento como una estúpida, siempre me digo lo mismo, tengo todo lo que quiero, pero al mismo tiempo no tengo lo que más deseo. Me siento vacía y ni siquiera puedo quejarme. Yo estuve de acuerdo con todo esto.

Entro al baño de mi cuarto y cierro la puerta con seguro. Me voy derribando lentamente hasta que siento que mi trasero toca el piso. Me tomo un momento, evito que las malditas lágrimas se escapen, y lo logro. Sé que debo salir y aparentar indiferencia, pero se me hace muy difícil. Cada día que pasa caigo en una realidad mucho más profunda y me hago la tonta porque no quiero creerlo aún.

—Gea, sal ahora mismo, debemos hablar —me dice al otro lado de la puerta.

Seco una lágrima, solo una que escapó, me incorporo y luego me acerco al espejo del baño. Arreglo mi rostro para que él sepa que nada sucedió, me quito mi vestido, lo dejo a un lado, abro la puerta y camino solo en ropa interior hacia la cama.

La Reina siempre gana. Debo ganar.

—Gea, te estoy hablando —espeta parado a solo unos metros de mí, ya no lleva el saco de su esmoquin y tampoco la corbata negra.

—No me interesa hablar contigo —le digo ásperamente y aparto las sábanas.

Él se aproxima furioso y me toma del brazo otra vez. Me encuentro con su mirada llena de ira y trago en seco. No quiero pelear ahora. Todo es mejor cuando nos ignoramos mutuamente.

—¿Quién era ese hombre? —pregunta tomándome desprevenida.

—No sé —digo rápidamente.

—Hablabas con él.

—No lo sé.

—Responde.

—¡Me estabas espiando! —afirmo.

Él no lo niega y eso me desconcierta.

—Estaba preocupado —se excusa. Rio cínicamente y luego me alejo de él.

—No es necesario que mientas ahora, nadie nos está viendo —siseo saliéndome de control. Esta conversación es estúpida y sin sentido. No le debo explicaciones.

—No finjo, estaba preocupado por ti.

No digo nada. Quiero acostarme y descansar. Me duele la cabeza y no me siento del todo bien. Ya lo he dicho, pero esta discusión es igual a las demás.

—Estoy cansada, déjame dormir —exijo sin dirigirle la mirada.

—Estás molesta y ni siquiera sé por qué.

—¡Claro que lo sabes!—exclamo a los gritos.

Me siento en la cama y me quito las pulseras de diamantes lentamente, eso lo enoja y yo lo disfruto. Peino mi cabello con mis dedos y luego apago la luz proveniente de mi mesita de noche. Él resopla y maldice una y otra vez en voz baja, sé que quiere contenerse, pero no logrará hacerlo por mucho tiempo.

Me acuesto y me cubro con las sábanas hasta la altura de la cintura. Cierro los ojos, Adrien cruza la habitación y se coloca delante de mí.

—Gea, no terminamos de hablar —espeta de manera poco amigable.

Sigo con los ojos cerrados, él comienza a perder el control. No pienso decir nada, estoy molesta y además de eso sin sexo desde hace tres semanas. Puedo comportarme como se me dé la gana.

Las sábanas de la cama se apartan de mí y luego siento las manos de Adrien tomándome por los brazos y obligándome a ponerme de pie. Abro los ojos aturdida, lo veo, está enojado, muy enojado y eso me gusta.

—¿Qué crees que haces? —pregunto, intentando escapar.

—¡Te comportas como un niña! ¡Quiero hablar contigo, pero jamás logro hacerlo!

—¡No es mi culpa que no logres hablar conmigo, al fin y al cabo hay muchas cosas que no logras hacer! —digo sin piedad alguna. Sus ojos reflejan sorpresa y noto como su mandíbula se tensa. Lo estoy provocando y sé que me encantará lo que sucederá.

—¿Qué quieres decir con eso? —pregunta acercándome más a su cuerpo. Comienzo a excitarme, mierda que estoy excitada. Huelo su colonia y siento deseos de besarlo, no sé por qué, pero su enojo me enciende.

—Sabes a lo que me refiero —murmuro acercando mi cara a la suya. Ahora si pienso quejarme, por primera vez voy a hacerlo.

—Dime, entonces —me reta.

Suspiro, estoy dispuesta a desahogarme.

—¡Nuestro matrimonios es una completa mierda! ¡Todo es una mierda!

—¿Qué más? —pregunta con los ojos cargados de enojo—. ¡Dime algo que no sepa!

—¡Lo nuestro no funciona, es un completo desastre, fingimos todo el tiempo y además de eso no nos llevamos bien!

—¡Quiero que funcione, pero tú no me lo permites!

Claro, ahora resulta que yo soy la culpable de todo lo que sucede. Me sorprendo, es la primera vez que hablamos seriamente sobre lo que nos sucede. En el año que llevamos de matrimonio jamás habíamos intercambiado palabras de la manera en la que lo hacemos en este momento.

—¡Tú y yo sabemos que no nos queremos, sabemos que esto es un desastre! ¡Tú sabes que este último año que pasamos juntos, fue una completa mierda! ¡No somos felices, Adrien!

—¡Yo quiero que seamos felices, Gea! —grita rápidamente.

—Pero... no... —murmuro claramente impactada por lo que acaba de decir. Necesito cambiar el tema rápidamente, tengo que evitarlo por completo—. ¡No te pido que me ames o que me quieras porque no me interesan tus sentimientos! ¡Sabes que me casé contigo por tu dinero y fui muy sincera contigo al respecto de eso, pero si al menos el sexo entre nosotros fuera mejor no estaríamos discutiendo por algo sin sentido!

—¡Ese es tu mayor problema! ¿Solo quieres eso? ¿Sexo? —me cuestiona claramente irritado—. ¡Puedo darte mucho más que sexo, Gea! ¡Abre los ojos!

No sé qué responder. Estoy anonadada, puedo decir que sí o decir que no, pero no quiero hablar, las palabras no me sirven en este momento. Él me observa en silencio y distingo como una descarga de adrenalina invade mi cuerpo.

—No puedes darme nada más, Adrien —murmuro para provocarlo—. No quiero nada más —miento.

Me suelta ambos brazos y luego sus manos arrancan mi sostén de un tirón, me sorprende y me excita. No comprendo lo que hace hasta que me toma con fuerza entre sus brazos y eleva mi cuerpo, da un par de pasos y mi espalda choca con la pared más cercana. Rodeo su cintura con mis piernas y él comienza a besarme el cuello. Estoy sorprendida.

—Me provocas, Gea. No sabes de lo que soy capaz —me dice, mientras que con su dedo índice recorre mi monte de Venus por encima de la ropa interior. Me éxito mucho más. No sé qué pretende, pero está funcionando. Jamás hizo algo como esto y me ilusiono por un momento.

—Estás completamente loco —le digo al oído.

—Ambos lo estamos —me responde con una cínica sonrisa.

—Puede ser...

—Dime qué quieres —me ordena.

Sé exactamente lo que quiero.

—Mírame —susurro posando mis manos sobre el cuello de su camisa blanca.

Él me observa, hacemos contacto visual, luego le insinúo mis pechos. Veo como se excita al paso de los segundos. Tomo su camisa y la abro de un tirón haciendo que todos los botones salgan esparcidos hacia diferentes direcciones, los oigo hacer un ruidito sucesivo al tocar el suelo y sonrío.

—Bésame —le pido, guiando su cabeza en dirección a mis senos.

Su cuerpo y el mío se acercan mucho más y luego él me carga hasta llegar a la cama. Siento el mullido colchón en mi espalda y su peso encima de mí. Abre la boca y tira de mi pezón izquierdo. Jadeo. Es excitante y quiero mucho más. Estoy empapada de deseos y quiero que él lo note, quiero que me toque por todas partes. Por primera vez siento que funcionará.

Con mis manos aparto a un lado su camisa y la arrojo hacia cualquier dirección. Toco su espalda, sus hombros y con mis uñas dibujo círculos a la altura de sus omoplatos. Adrien comienza a descender y besa mi abdomen, leves jadeos se escapan de mi boca. Siento su lengua saboreando mi piel, pero algo me falta.

—Tócame —le digo con un hilo de voz.

Eleva la mirada y él sonríe como pocas veces lo he visto. Su mano se desliza hacia mis caderas y percibo como sus dedos bajan mi ropa interior lentamente. Disfruto de la sensación placentera que me invade. Él se deshace de la prenda y luego con sus manos acarician mis piernas, primero comienza con mis tobillos y luego asciende hasta el interior de mis muslos.

Abro las piernas y Adrien posa su boca sobre mí.

—Oh, Dios... —Me aferro a las sábanas con fuerza.

Se me corta la respiración. No puedo creer que esté sucediendo.

Con la punta de su lengua acaricia mi clítoris y con su mano aprieta y estruja mis pezones. Mi vientre se eleva a cada movimiento y mis caderas comienzan a sentir ese orgasmo que se aproxima. Luego de tres semanas, por fin lo está haciendo y como yo quiero.

—Bésame —balbuceo buscando su mirada. Él deja mi sexo y llega a mi boca. Su lengua comienza a explorar cada centímetro. Gimo cuando separa mis piernas y mete dos dedos en mí. Me aferro a su espalda y él hace ligeros movimientos circulares dentro y fuera, luego acelera el ritmo.

—Más —susurro—. Oh, sí...

Se detiene, se pone de pie, me observa y luego se deshace de sus pantalones y de sus calzoncillos.

—De rodillas, cielo —me ordena.

Hago lo que me dice. Está haciendo un gran trabajo y no pienso desobedecerlo. Me coloco de rodillas sobre el colchón y él se sube a la cama. Me inclino hacia delante y le dejo todo mi hermoso trasero para que goce. Sé lo que hará y eso me excita. Quiero que lo haga, quiero que me folle duro. ¡Por fin!

—Dime lo que quieres —musita, acercando su miembro a la entrada de mi zona. Jadeo, pero no puedo pronunciar palabra—. Dime, Gea, ¿Qué deseas?

—Sabes lo que quiero, maldición —me quejo.

—Dilo.

—¡Cógeme!

Se mueve rápidamente y me penetra. Dejo escapar otro gemido. Siento como las paredes de mi sexo se expanden, me llena por completo. Se mantiene dentro por unos segundos y acerca su boca a mi oreja. Mueve mi cabello con delicadeza hacia un lado y luego susurra sobre mi oído:

—¿Esto es lo que quieres? —pregunta con voz seductora. Me siento tan idiotizada que ni siquiera recuerdo mi nombre.

—Sí, cógeme —repito otra vez—. Hazlo.

Él se mueve fuera y luego dentro muy fuerte, duro, como quiero. Cierro los ojos y abro la boca, necesito canalizar lo que siento de alguna manera. Mis senos rebotan sin control alguno. Es magnífico. Gimo, no me importa si hay gente en la casa, es mejor que todos sepan lo que él y yo hacemos. Me siento como toda una Reina del sexo.

—Oh, maldición —gruñe acelerando el ritmo.

Esto comienza a funcionar.

—¡Más, más! —Le exijo. Gimo fuerte otra vez y él me da un ligero azote en el trasero que me toma por sorpresa—. ¡Mierda!

Muerdo mi labio inferior, lo remojo con mi lengua e intento respirar con normalidad. Él me toma de la cintura con ambas manos y sigue embistiéndome una y otra vez. Es bruto, es salvaje, es sexo duro. Es el Adrien que me gusta y que aún no conocía.

—¿Quieres más, preciosa? —pregunta con la voz entrecortada.

—¡No pares! —exclamo rápidamente. Ahora mi espalda descansa sobre el colchón y mis piernas se enroscan sobre su cintura. Él se mueve y yo elevo las caderas para profundizar las penetraciones. Enloquezco por completo.

—Eres hermosa, Gea —dice acariciando mi abdomen de arriba hacia abajo. Besos sus labios y enredo mis manos en su cabello—. Tal vez eres la mujer más hermosa que he visto, pero es una lástima que seas una maldita zorra ambiciosa...

—¿Qué...?

—No tienes idea de todo lo quiero darte...

Detiene sus movimientos y se levanta de la cama.

—¿Qué mierda crees que haces? —pregunto poniéndome de pie a duras penas.

—¿Querías solo sexo, cierto? —murmura dándome la espalda—.Ya te di solo sexo, Gea.

No comprendo lo que sucede, estoy aturdida, sé lo que me dijo y también sé por qué. Lo veo dirigirse al baño y caigo en cuenta de lo que sucedió. Soy una estúpida.

—¡Vete a la mierda, Eggers!

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