3. Solo sexo

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 El camino de regreso a la mansión es incómodo. Permanecemos en silencio y cada quien observa la ciudad desde su respectivo lado de la ventanilla. Tengo deseos de llorar por primera vez. No sé qué me sucede exactamente, pero no quiero averiguarlo.

Cuando llegamos, me bajo del coche  y entro al recibidor de la mansión. Adrien viene detrás de mí pronunciando mi nombre para que me detenga, pero no lo hago.

—¡Gea! ¡Detente! —grita a mis espaldas.

—¡Vete a la mierda, Eggers!

Sé que estoy a punto de llorar y no quiero que me vea. Jamás le demostré a nadie la debilidad y no lo haré delante de él. Me siento como una estúpida, siempre me digo lo mismo, tengo todo lo que quiero, pero al mismo tiempo no tengo lo que más deseo. Me siento vacía y ni siquiera puedo quejarme. Yo estuve de acuerdo con todo esto.

Entro al baño de mi cuarto y cierro la puerta con seguro. Me voy derribando lentamente hasta que siento que mi trasero toca el piso. Me tomo un momento, evito que las malditas lágrimas se escapen, y lo logro. Sé que debo salir y aparentar indiferencia, pero se me hace muy difícil. Cada día que pasa caigo en una realidad mucho más profunda y me hago la tonta porque no quiero creerlo aún.

—Gea, sal ahora mismo, debemos hablar —me dice al otro lado de la puerta.

Seco una lágrima, solo una que escapó, me incorporo y luego me acerco al espejo del baño. Arreglo mi rostro para que él sepa que nada sucedió, me quito mi vestido, lo dejo a un lado, abro la puerta y camino solo en ropa interior hacia la cama.

La Reina siempre gana. Debo ganar.

—Gea, te estoy hablando —espeta parado a solo unos metros de mí, ya no lleva el saco de su esmoquin y tampoco la corbata negra.

—No me interesa hablar contigo —le digo ásperamente y aparto las sábanas.

Él se aproxima furioso y me toma del brazo otra vez. Me encuentro con su mirada llena de ira y trago en seco. No quiero pelear ahora. Todo es mejor cuando nos ignoramos mutuamente.

—¿Quién era ese hombre? —pregunta tomándome desprevenida.

—No sé —digo rápidamente.

—Hablabas con él.

—No lo sé.

—Responde.

—¡Me estabas espiando! —afirmo.

Él no lo niega y eso me desconcierta.

—Estaba preocupado —se excusa. Rio cínicamente y luego me alejo de él.

—No es necesario que mientas ahora, nadie nos está viendo —siseo saliéndome de control. Esta conversación es estúpida y sin sentido. No le debo explicaciones.

—No finjo, estaba preocupado por ti.

No digo nada. Quiero acostarme y descansar. Me duele la cabeza y no me siento del todo bien. Ya lo he dicho, pero esta discusión es igual a las demás.

—Estoy cansada, déjame dormir —exijo sin dirigirle la mirada.

—Estás molesta y ni siquiera sé por qué.

—¡Claro que lo sabes!—exclamo a los gritos.

Me siento en la cama y me quito las pulseras de diamantes lentamente, eso lo enoja y yo lo disfruto. Peino mi cabello con mis dedos y luego apago la luz proveniente de mi mesita de noche. Él resopla y maldice una y otra vez en voz baja, sé que quiere contenerse, pero no logrará hacerlo por mucho tiempo.

PERFECTA 1. Dime que deseas © Deborah HirtWhere stories live. Discover now