Princesa Juliana: La maldició...

بواسطة RainaBlank

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Hace mucho tiempo existió una princesa dispuesta a ensuciarse las manos para subir al trono. Ella aseguró su... المزيد

Epígrafe
Prefacio
Capítulo 2
Capítulo 3
Capítulo 4
Capítulo 5
Capítulo 6
Capítulo 7
Capitulo 8
Capítulo 9
Capítulo 10
Capítulo 11
Capítulo 12
Capítulo 13
Capítulo 14
Capítulo 15
Capítulo 16
Capítulo 17
Capítulo 18
Capítulo 19
Capítulo 20
Capítulo 21
Capítulo 22
Capítulo 23
Capítulo 24
Capítulo 25
Capítulo 26
Capítulo 27
Epílogo
Nota de autor

Capítulo 1

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بواسطة RainaBlank

La habitación está oscura, llena de dolor y desesperación. Dos padres, poco a poco se hunden en un secreto tenebroso; un secreto que han llevado a cuestas y que con el tiempo se ha tornado cada vez más imposible de soportar.

―Grayson, ya no puedo tolerar más esto. Tengo miedo de que el estado de Julia empeore.

―Tranquila Caroline, debemos ser fuertes ―pide mientras acaricia el cabello castaño de ella y la abraza―. Estoy seguro que mejorará. Julia es un poco enfermiza, con el tratamiento adecuado estará bien.

―No podemos mentirnos, no es normal que se enferme con tanta frecuencia. Además, su vista está mal. Durante los últimos meses, hemos cambiado varias veces sus lentes porque su vista sigue empeorando y...

―Sabes que no es necesario tener una edad avanzada para presentar problemas de visión. Nuestra hija...

―¡Esos no son simples problemas de visión! ―Grita desesperada mientras se suelta de los brazos de su esposo.

El silencio se hace presente entre la pareja.

El joven padre sabe que su esposa está en lo correcto. Él está consciente de la situación que rodea a su hija, pero aun así, trata de disminuir el dolor de su cónyuge y el suyo propio, intelectualizando los hechos.

―Eso no es normal ―pronuncia Caroline con lágrimas en sus ojos―. Julia está conteniendo su poder. A su edad, debería usar ciertas habilidades. Estoy segura que eso debe estar afectando su salud y visión. ―Aprieta sus puños con fuerza debido a la impotencia―. ¡Maldita Juliana! ¿Por qué tenía que escoger a mi pequeña?

―Cariño, cálmate...

―Mami, papi ―llama alegremente una niña al entrar en la diminuta sala, pero cambia su expresión cuando observa la intranquilidad de su progenitora―. ¿Qué sucede?

Al escuchar el tono de voz temeroso de su hija y al observar cómo ésta sostiene su falda roja a cuadros con fuerza, sus padres intercambian miradas de preocupación mientras piensan qué explicación darle a su pequeña. Así, Caroline se gira prontamente hacia uno de los sofás y cambia de lugar las viejas almohadas de fundas desgastadas, para ganar algo de tiempo para encubrir su estado emocional y limpiar las lágrimas que ruedan por sus mejillas.

―No es nada, hija. ―Niega el progenitor de la niña, tratando de sonar convincente y para cambiar el tema añade―: ¿Estás lista? ¿Te despediste de tu hermana?

―Sí. ―Su expresión vuelve a cambiar y una hermosa sonrisa se dibuja en su rostro―. Terminé de desayunar, cepillé mis dientes y le di un beso de despedida a mi hermanita.

―¿Tu mochila? ¿Tienes todos tus útiles en ella?

―Aquí está. ―Ella se gira tiernamente y señala una pequeña mochila amarilla con puntos rojos que tiene en su espalda―. Todo está adentro.

―Eres una hermosa niña obediente. ―El padre de familia la abraza mientas besa su mejilla―. Tu mamá te llevará a esperar el autobús escolar. Diviértete, cariño. ―Se acerca a su esposa y antes de besar su sien, susurra en su oído―: Mientras vuelves, le daré de comer a Anne. Todo estará bien, ambos cuidaremos de ella.

La madre, habiéndose serenado un poco en apariencia, asiente a las palabras de su esposo, Grayson, y sujeta la mano de su hija mayor.

―Adiós, te quiero mucho, papá ―expresa la menor despidiéndose con un alegre movimiento de ambas manos.

Al salir de la vista de su esposo, una vez que ha cerrado la puerta de la vivienda, Caroline empuja el portón de hierro oxidado que parece a punto de derrumbarse y junto a su hija, avanza por un par de calles a paso lento hasta que llegan al lugar donde suele pasar el recorrido escolar.

Allí, pasan los minutos y la mujer no pronuncia palabra. Su boca está tan sellada, que ella ni siquiera regresa los saludos que un par de vecinos le dirigen y esto, a causa de que en sus pensamientos rondan las imágenes de un camino que se ha hecho eterno a sus ojos; un sendero que cada día se ha vuelto más espinoso debido a las preocupaciones que se acrecientan dentro de su interior desde el momento en que descubrió lo que vivía en su hija. A ella le es difícil entender, que algo que en otro tiempo pudo haberla llenado de orgullo, lo único que ahora le provoca es una enorme aversión. ¿Acaso es su recompensa por convertirse en una desertora? o, ¿es producto de su decisión de aquel entonces y que produjo el deceso de...?

Caroline mueve su cabeza de un lado a otro para que esos pensamientos no la sigan perturbando.

Ante este último hecho y tras haber estado observando detenidamente a su madre por un tiempo producto el extraño silencio que ha reinado, la pequeña abre su boca.

―Mami, ¿qué te sucede? ¿Te sientes mal? ¿Te duele algo? ―pregunta Julia sin comprender el comportamiento de Caroline.

―Hija, todo está bien. ―Miente la joven entre tanto trata de sonreír―. Estoy feliz y agradecida de tener una hermosa familia.

―¡Qué bien! ―Expresa la niña, dejándose convencer por las palabras de Caroline―. Mami, hoy tengo examen de Matemáticas.

La joven sonríe y es que esto ha surgido como el tema perfecto para cambiar sus ánimos y pensar en cosas positivas. De esta forma, puede ver a su hija tal lo desea: como una niña normal que algún día se convertirá en una gran mujer.

―Ayer no te observé revisar tu cuaderno, ¿estudiaste?

―No, está fácil. ―Ríe con inocencia―. Además, yo no estudio, mami.

―Tienes una mamá olvidadiza. Olvidé por completo que tengo una hija tan inteligente, que no necesita estudiar. ―Sonríe y besa el cabello azabache de la niña―. Te amo. No olvides cumplir nuestra promesa.

Por un momento, a pesar de que no desea contrariar a su progenitora, Julia deja de optar por aquel mutismo y aceptación que sabe es la línea a seguir.

―No lo entiendo, quiero ser la mejor. ¿Por qué no puedo sacar un A+, mamá? ―señala haciendo pucheros.

―Sabes que puedes obtener esa nota, pero no en todo. Julia, eso no se puede hacer siempre y lo sabes ―dice Caroline con firmeza, dejando que la ansiedad la asalte―. Hija, hicimos una promesa donde mencionaste que no preguntarías la causa. Obedéceme, por favor. Yo quiero lo mejor para ti. Tú siempre serás excelente. Cuando crezcas un poco más, tu padre y yo te explicaremos todo.

―Está bien, lo haré.

Vuelve a reinar el mutismo.

Caroline mira a su hija de pies a cabeza. Es un momento incómodo para ella ya que su adorada niña quiere hacer algo y ella tiene que negárselo. Esto es doloroso y quizás decirle la verdad a la pequeña la haría sentirse liberada pero, ¿a qué precio? La libertad de su hija tiene un mayor precio, incluso uno mayor que el de su propia libertad.

Por otro lado, la que también lidera una batalla mental es la niña. Sin embargo, no es por la misma reflexión que tiene su madre, puesto que ella es ignorante de ello. No, su conflicto se debe a que ha recordado una de las tantas promesas que le ha hecho a su progenitora: contarle sus sueños.

―Anoche ―expone Julia un tanto nerviosa―, volví a soñar con ella.

―¿Con ella? Te refieres a...

―La joven rubia de ojos verdes que siempre tiene una espada brillante, pero... Anoche fue diferente ―explica sin entender la razón de sus extraños sueños y añade―: Ella estaba sentada en una gran silla dorada. No tenía la espada, pero tenía una corona en su cabeza. Estaba triste. No sé por qué, pero parecía triste.

Caroline baja la cabeza, traga grueso y aprieta levemente la mano de su hija. Su reacción no es nueva, es la misma desde la primera vez en que Julia soñó con la princesa Juliana y para su desgracia, ésta, ha aumentado un buen número de veces puesto que, en los últimos meses, los sueños tan dispares de la niña, aparecen con más frecuencia. Y ante ello, la única explicación que se le ocurre a la joven madre, es que la soberana persigue a su hija.

Repentinamente y de forma justa para romper aquel diálogo, el transporte aparece y Caroline dirige una tierna mirada a su pequeña.

―Llegó el autobús, aprende mucho y obedece a tus maestros. ―Se inclina a la altura de su hija, arregla su camisa de color rojo vino y besa esa mejilla rosada―. Todo estará bien, Julia. No te preocupes, fue solo un sueño. Hasta pronto, mi amor.

―Hasta pronto, mamá.

La niña sube al vehículo, se despide de su madre con un ademán y camina hasta el primer asiento de la izquierda, justo detrás del conductor. Con tranquilidad, se acomoda en el que se ha convertido en su lugar preferido por ser el sitio donde se concentra la menor cantidad de niños y donde los gritos y bruscos movimientos de éstos, son mínimos. Cabe destacar, que todo esto no lo busca porque ella no desee acercarse a otros menores sino porque en realidad, últimamente el ruido excesivo le provoca fuertes dolores en su cabeza y ella desea evitar esos malestares tanto como pueda.

Minutos después, luego de un corto viaje, Julia llega al colegio y se dirige a su respectiva aula de clase donde se sienta en primera fila, delante del escritorio de su profesora. Después, espera hasta que suena la campana que señala el nuevo día de clases, así como la llegada siempre puntual de la maestra que, en los meses que Julia lleva de conocerla, ni por un segundo, ha entrado antes o después de finalizar el primer timbre.

―Buenos días, ¿cómo están, niños?

―¡Bien, maestra Morton! ―Gritan todos los niños al unísono, excepto Julia.

―Me alegra ver que todos han venido ―expresa sonriente la mujer de contextura gruesa y que ronda los cincuenta años―. Como todos ustedes saben, hoy tenemos el examen de Matemáticas pero, les tengo una sorpresa. ¿Alguien puede adivinar?

―¡No habrá examen! ―Grita un pequeño de cabello castaño lleno de felicidad.

―¡Exacto! Pero no habrá examen ya que estas personas vinieron a verlos. ―Señala a una mujer joven y dos hombres que han ingresado al aula―. Espero que se comporten y los obedezcan.

La maestra sale del lugar, dejando a los niños al cuidado de los tres individuos. De inmediato, los menores fijan sus miradas expectantes en las cajas que llevan en sus manos los dos varones.

―Nosotros venimos a realizar un examen especial ―dice la joven de cabellos rubios claros, sin perder tiempo, mientras coloca el seguro en la puerta―. Mis compañeros tienen unos libros que contienen una prueba. Debo mencionar que esto no afectará su promedio escolar, solo es para evaluar su aprendizaje.

Los hombres caminan por las filas, dejando a cada niño los libros y en cuanto han colocado la cartilla en el pupitre de Julia, ésta mira con detenimiento la primera hoja. Así pues, la primera palabra que lee es «Test», una palabra de la cual debe huir por órdenes de sus progenitores.

―Escuchen, la prueba que realizarán se llama: «Test de matrices progresivas de Raven» ―anuncia la mujer con altivez―. Esta es la versión para niños que contiene láminas de color. Lo que ustedes harán es escribir en la primera hoja sus nombres.

Los niños empiezan a hacer lo que les piden, pero Julia lo hace más despacio que sus compañeros ya que aún no sabe si es buena idea realizar la prueba debido a las instrucciones de sus padres. El temor la invade, pero hay algo más que se agita en su interior, como si le tratase de advertir un asunto que no determina cuál será.

―Abran sus libros y encontrarán una hoja donde escribirán sus respuestas; tienen prohibido escribir dentro ―dice la rubia rápidamente, mostrando poco interés por el trabajo que realiza―. El libro contiene figuras. En la parte superior de cada página se encuentra una figura grande a la que le falta una pieza, debajo de ésa figura se encuentran otras seis imágenes más pequeñas. Solo una de ellas pertenece al espacio que falta en el dibujo grande. Cuando ustedes encuentren la pieza faltante, deben escribirla en la hoja de respuestas. Por ejemplo: el ejercicio uno que corresponde a la página uno, su respuesta es la figura dos; así que deben de colocar el número de la figura a la par del número de ejercicio. Tendrán veinte minutos para realizar la prueba. ¿Tienen alguna pregunta? ―Todos los niños miran de un lado a otro, pero ella los ignora―. No habiendo preguntas, comiencen.

Dadas las indicaciones, la joven evaluadora sube levemente su mano derecha para observar su reloj. Por unos segundos, se detiene a observar las manecillas que cree que se mueven más lento que de costumbre debido a su impaciencia. ¿Qué hace una psicóloga organizacional como ella actuando como una psicóloga educativa? Le fastidian los niños y ahora debe estar en continuo contacto con ellos. ¡Qué desperdicio de su formación!

Mientras la evaluadora lamenta su fortuna, Julia sigue observando la primera página y aunque ya se ha percatado de que la joven de cabellos rubios claros y ojos azules les mintió (pues la respuesta correcta al ejercicio de ejemplo no era la figura dos sino la cuatro) y que los está probando desde el comienzo, continúa sin saber qué hacer.

―¿Y si fallo al menos cuatro en cada sección? ―Se pregunta a sí misma en un murmullo mientras sostiene su cabeza con sus dos manos.

―Tiene prohibido hablar ―sentencia la evaluadora acercándose a ella al denotar su nerviosismo.

La niña dirige su mirada hacia arriba, encontrándose con la fría mirada de la joven que analiza cada acción suya, cada movimiento. Ése análisis la hace sentir más nerviosa y Julia termina bajando sus ojos de vuelta al papel.

Tratando de concentrarse, la niña sostiene el lápiz, pero la mano de alguien en su hombro, la asusta.

―¿Tienes dificultades con algo? ―Pregunta un hombre de cabello castaño y tez morena―. Si quieres, puedo explicarte como a tus compañeros. ―Sonríe y señala a la evaluadora―. Ella no es buena explicando a los niños, así que...

―¡Leonti!

―Ya voy ―responde con pesadez―, Nicole.

Julia, aún asustada, trata de seguir con su labor y de esta forma, falla intencionalmente los últimos cuatro ejercicios de la sección A, B y AB. Por su parte, la joven evaluadora no aparta su mirada de ella, pues hay algo en la niña que la inquieta.

―¡Alto! Coloquen sus lápices en su escritorio.

Al terminar el tiempo establecido, los hombres caminan entre las filas recogiendo los libros y colocándolos en las cajas. Posterior, salen del aula sin decir nada, de forma enigmática tal y como entraron, sin siquiera una presentación y mucho menos, una despedida.

―Procederemos con la siguiente clase ―anuncia la maestra Morton al ingresar nuevamente al salón―. Niños, por favor, abran su libro de literatura.

Las horas y minutos empiezan a transcurrir. Julia sigue nerviosa, por alguna razón sigue pensando en que haber realizado esa prueba fue un error. Sus manos están llenas de sudor. Su atención en la clase es nula y aunque hace el mayor esfuerzo por aparentar esmero, no logra hacerlo.

En un momento, la ansiedad llega hasta la cima, cuando Julia escucha unos suaves golpes en la puerta del aula. Y todo empeora, en el instante en que la señora Morton sale del aula, abre la puerta y la niña logra visualizar a la misma joven de la evaluación.

―¿Julia Byington? ―pregunta la joven que por actuar de su compañero, ahora se sabe que su nombre es Nicole.

―Soy yo ―contesta ella mientras se coloca en pie rápidamente, sintiendo que el corazón le explotará.

―Necesito que vengas conmigo por un momento. Sígueme.

La niña mira a la mujer y luego, a su maestra. No quiere ir, no quiere moverse ni un centímetro. Es más, quiere salir corriendo.

―Julia, por favor, sigue a la señorita Carroll ―ordena la maestra―. Ella solo quiere hacerte unas preguntas. No tienes por qué estar nerviosa.

La pequeña respira profundo para controlarse y cuando entiende que no puede rehusarse a nada, se arma de un poco de valor para seguir a la joven fuera del salón. Con todo, aunque hay cierta determinación en la niña, en tanto camina tras Nicole, la sudoración de sus manos aumenta a la par que sus pies tiemblan. Por su parte, la señorita Carroll avanza hacia adelante, tratando de no mostrar su enfado ya que si Julia resultara ser quien ella piensa, sería una desgracia; una niña débil e insignificante no puede ser a quien ella busca.

Finalmente, tras un corto trayecto, la señorita abre la puerta de una oficina y los hombres entran tras ellas. Julia se sienta en una pequeña silla; lo único que la separa de la mujer, es un escritorio.

―Hemos corregido las pruebas que realizamos y por si no lo sabes, el objetivo era medir el coeficiente intelectual ―explica la señorita Carroll, mostrando al fin, su enfado―. No me gusta dar vueltas al asunto, así que te diré que percibimos que fallaste intencionalmente la prueba.

―No entiendo. Traté de dar lo mejor, jamás haría algo como fallar a propósito.

―¡No mientas! ―Grita colocando las manos en el escritorio con furor haciendo que Julia tiemble―. En los test psicológicos hay algo que se llama cálculo de discrepancia en el cual existe una diferencia entre el puntaje real y el esperable y, tu prueba es inconsistente. Normalmente esto no sería un problema ya que cuando estos test se hacen en colectivo tienden a haber pruebas inconsistentes, pero sé que ocultas algo. Por lo tanto, toma este libro y realiza el test de nuevo.

―¡No quiero! No me puede obligar. Mis padres podrían... ―Se detiene a recordar cómo se llama eso. Aquello que escuchó en una ocasión y para lo cual se necesita un abogado; uno que sus padres no pueden pagar, pero que es lo único que se le ocurre para detener a la mujer―. Ah, sí, demandarla.

―Qué linda ―menciona con sarcasmo―. Si tus padres contratan uno, yo contrato cien. Si no te has percatado, debes obedecerme o de lo contrario, quedarás expulsada del colegio. Además, ningún colegio de la ciudad de Elyria, del estado de Ohio, de Estados Unidos o incluso de cualquier país del mundo, te aceptará. No son simples amenazas, yo tengo el poder para hacerlo.

Sus palabras incrementan el miedo de Julia pues sabe que lo dicho por la señorita es verdad; ella planea cerrarle las puertas de la educación y no puede permitirse eso.

Percibiendo que ha acorralado a la niña, la joven sonríe triunfante y es que la mirada aterrorizada de Julia, le indica que aceptará. En esto no se equivoca, pues al instante, la pequeña se sienta y con enfado, empieza a realizar los ejercicios.

―Ni se te ocurra hacer lo mismo de antes.

Julia no la mira y sigue concentrada. Transcurren diez minutos, dirige su mirada a la joven y le coloca al frente, el libro con los ejercicios resueltos. Al instante, la evaluadora empieza a corregir.

―Ningún error. Rango uno, nivel de inteligencia superior a la normal ―dice en un susurro―. ¡Leonti! ―Grita a su compañero y de inmediato se acerca el hombre que anteriormente, había tratado de ser gentil con la niña―. Trae la escala avanzada.

El hombre sale presuroso y en menos de cinco minutos, trae otro libro, pero con muchas más páginas. Julia observa a la evaluadora desconcertada y ella le devuelve una mirada llena de furia.

―Realiza esta prueba. Las indicaciones son iguales a la anterior. Tienes noventa minutos como máximo.

La tensión se apodera de la habitación y más de la joven rubia que está envuelta por un sin número de emociones las cuales no la dejan creer que la niña que tiene al frente, podría ser quien ha estado buscando.

―Terminé ―indica Julia rompiendo la cadena de pensamientos de la señorita.

El test fue terminado en tan solo treinta y cinco minutos. La evaluadora revisa el documento. Pasa las hojas una por una para percatarse de que todo está correcto. Al mismo tiempo, mira a Julia quien no parece estar siquiera cansada; su semblante está serio.

La señorita Carroll sigue hojeando el documento en tanto se nota más desesperada y, ¿cómo no estarlo? Los resultados del test son impresionantes. La escala que le fue aplicada es utilizada en graduados que pretenden seguir estudios avanzados y todos los ítems son correctos. Los resultaos apuntan a un coeficiente intelectual superior al normal.

―John, dame el archivo de ésta niña. ―Coloca sus manos en su cintura hasta que el hombre de cabellos negros y ojos azules le hace una entrega. Ella echa un vistazo y cierra la carpeta con furia―. Su madre es Caroline Krieger y su padre, Grayson Byington. Están usando sus verdaderos nombres. Debí de revisar esto antes. Solo hay una forma de estar seguros.

Se levanta de la silla y de debajo de su falda negra saca una daga. Sujeta a Julia del brazo y sin darle tiempo a reaccionar, sube la manga de la camisa de la niña y corta la vena de su muñeca. En consecuencia, la menor grita del dolor; un líquido rojo empieza a fluir.

La señorita Carroll cierra sus ojos y se concentra; ella supone que lo realizado debe resultar favorable pues el miedo y la adrenalina podría hacer que el fluido psíquico de la niña se haga presente. No se equivoca, pues cuando no pierde tiempo y empieza buscar poderes psíquicos en el área, pese a que los primeros en ser localizados son los de sus compañeros, pronto se dirige al de Julia, a ese que no resalta por ser un poder mental insignificante, que no llama la atención de nadie en gran manera, pero que... Sí, es aquello. Hay algo que deja estupefacta a la mujer, un poder que emerge poco a poco y que opaca al primero.

La joven hace una reverencia a los pies de Julia y hace una señal con la mano para que los dos hombres la imiten.

―Princesa Juliana, disculpe nuestro irrespeto. Por favor, perdone a sus súbditos.

―¿Princesa? ¿Juliana? ¿De quién hablan?

Los tres individuos empiezan a levantarse y la miran fijamente. Julia se estremece, no sabe qué sucede, su brazo le duele y está entrando en pánico. Por otro lado, la señorita mira a Julia incesantemente porque es más que obvio, que no sabe nada acerca de la princesa Juliana. Por lo tanto, toma su celular y empieza a marcar un número; su deber es comunicar de inmediato lo sucedido. En cuanto la llamada se enlaza, pronuncia:

―Padre, la encontré, localicé a la doceava. ―Explica a la persona al otro lado de la línea―. Tal y como suponíamos, nació en la séptima familia, pero lo hizo en la tercera rama. Su madre es Caroline Krieger ―guarda silencio―. Es una niña de seis años. Se parece mucho a su padre. Tiene tez blanca, cabello negro y ojos del mismo color, cursa primer grado y su residencia está en Elyria, Ohio. ―Pausa―. La trasladaremos a la residencia.

Carroll corta la llamada, sujeta a Julia del brazo y se percata que está temblando del miedo, por lo que guarda la daga.

―Antes de irnos, necesitamos parar el sangrado. Déjame hacerlo ―pide Leonti dirigiéndose a la señorita y ésta asiente―. Princesa, yo me encargaré de curar su herida.

Con delicadeza, toma el brazo de la niña, coloca su mano a centímetros de su muñeca. De pronto, la herida deja de sangrar y empieza a cerrarse a medida que la luz que envuelve la mano del hombre, se introduce en la contusión. Luego, él toma un pañuelo del bolsillo de su pantalón y limpia el resto de sangre. Julia lo mira sorprendida.

―¿Qué fue eso?

―Se llama terapia de energía, es una forma de sanación que se utiliza canalizando diferentes energías. La especialidad de la tercera familia.

―Basta de demostraciones de poder ―interrumpe la joven―. Debemos irnos.

―¡Yo no voy a ninguna parte con usted! ―Refuta al instante Julia.

―Aunque no lo quieras, lo harás ―ordena Nicole de forma autoritaria.

Julia no cede y por ese motivo, la señorita coloca sus manos alrededor de Julia, pero en respuesta, ella empieza a mover sus manos y sus pies frenéticamente para soltarse.

Los lentes de Julia caen al suelo.

―John, ¡ayúdame!

La habitación empieza a oscurecerse y la puerta se abre. Una persona aparece, se trata de la madre de Julia. La evaluadora suelta a la pequeña y ésta, aunque apenas puede ver a su progenitora, corre a sus brazos.

―Mami, me quieren llevar con ellos, ayúdame ―suplica con lágrimas en sus ojos.

―Hija, lo siento. Debes ir con ellos.

―¿Por qué? Ellos son extraños, no dejes que me lleven.

―Tu deber es ir con ellos, obedece.

Julia la suelta de inmediato, sabe que algo está mal. A la verdad, su madre jamás la dejaría ir con extraños. Por tal razón, la mujer que está en frente no puede ser su madre.

―¡Tú no eres mi mami! ―Le grita y corre hacia una ventana.         

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