—Melissa, cariño, tus tíos están a punto de llegar y necesitamos ayuda en la cocina.
Levanto la mirada del libro que estaba leyendo para observar a mi padre, que está parado en la puerta del salón con una mano apoyada en el marco y la otra señalando dirección a la cocina.
Antes, él se ha encargado del fuego de la chimenea para calentar el ambiente y que esté todo listo cuando lleguen mis abuelos, mis tíos y mis primos, y con el chisporroteo del fuego me he metido por completo en la lectura y no me había dado cuenta de qué hora es.
—Ya voy.
Menos mal que ya me había arreglado para la celebración, si no, no estaría lista a tiempo. He optado por un vestido sencillo de color negro y de manga larga, porque, aunque la navidad es una celebración llena de color y alegría, también me recuerda mucho a Trevor y eso me quita todas las ganas de querer celebrar nada.
—Antes de venir a la cocina, trae a Missie contigo.
Mi padre desaparece de mi vista y me levanto del sofá, me acerco al parque de juegos dónde está Missie y la miro desde arriba.
—Ven aquí pequeña —La cojo en brazos y la saco del parque de juegos.
Juntas nos adentramos en el pasillo y entramos en la cocina, la cual es todo un caos ahora mismo. La encimera está llena de platos de comida, ya preparados, y no sé para qué pueden necesitar mi ayuda, puesto que mi madre está preparando toda la cubertería y los platos mientras mi padre termina de preparar su famosa receta de puré de patata.
Missie comienza a canturrear, a su manera, un villancico que suele poner mucho nuestra madre cuando se acercan estas fechas, y me uno a ella.
En realidad, todos lo hacemos.
—Me encanta que estés en casa con nosotros —Mi madre rompe la distancia que nos separaba para darme un abrazo por la espalda.
—La verdad es que estos dos últimos años han sido un completo caos y necesitaba estar con vosotros —le respondo.
—¿Va todo bien en la universidad, cariño? —me pregunta mi padre preocupado.
En cuanto menciona la universidad solo puedo pensar en una persona.
Nathan.
Mis padres me pusieron unas normas muy claras al comenzar la universidad y una de ellas era nada de chicos. No por nada. Mis padres nunca han controlado mi vida ni nada por el estilo, pero saben que aún no he sanado del todo y no quieren que nadie me haga daño.
—Va todo bien papá, no tienes por qué preocuparte por la universidad. Ya sabéis que he hecho amigos y en las clases me va bien.
—Nos alegramos de que sea así.
El sonido del timbre nos sorprende a todos, incluso a Missie, que pega un pequeño brinco en mis brazos por la sorpresa.
—Ya están aquí. Terminar de llevar las cosas a la mesa mientras yo me encargo de saludar a nuestros invitados.
Papá y yo asentimos con la cabeza y hacemos lo que nos ha pedido. En apenas dos viajes conseguimos dejar todo en la mesa del comedor.
—Dichosos los ojos primita —En cuanto escucho la voz de Brittany a mi espalda, todos los músculos de mi cuerpo se tensan.
Va a ser una noche larga, sobre todo, porque voy a necesitar mucha paciencia para aguantar a los odiosos de mis primos.
—¿Cómo va nuestra universitaria favorita? —dice Peter, rodeando mi cuello con su brazo, invadiendo por completo mi espacio personal.
Peter y yo tenemos la misma edad, en cambio, Brittany es dos años más pequeña que nosotros y todavía está en el instituto. Desde muy pequeños siempre me han hecho la vida imposible, no sé cómo, pero conseguían culparme a mí por todo y mis padres me reñían a mí por las cosas que hacían ellos, librándose de todas sus jugarretas.
—Vamos a comportarnos esta noche, ¿vale? —les advierto y aparto a mi primo Peter de mí con un leve empujón.
—¡Melissa! —En cuanto escucho la voz de mi abuela corro en su dirección, la abrazo con todas mis fuerzas y el olor a lavanda de su colonia favorita invade rápidamente mis fosas nasales—. Cariño cuanto te he echado de menos y que guapa estás.
—También te he echado mucho de menos abuela.
—No quiero estropear este momento tan bonito, pero debéis ir tomando asiento o la comida se enfría y no estará buena.
Todos nos reunimos en la mesa del comedor y nos sentamos en nuestros respectivos sitios. Por suerte, me ha tocado al lado de mi tía y mi abuelo. Agradezco la distancia que ha puesto mi madre con mis primos porque no sé cómo terminaría la noche estando a su lado.
Cojo la copa que tengo enfrente de mí y la lleno con agua. Desde donde estoy puedo ver a mis primos y bebo discretamente para poder observarlos con detenimiento sin levantar sospechas.
Tengo que admitir que la pubertad les ha sentado bastante bien, pero la belleza no lo es todo, porque tiene que ser insufrible estar a su lado.
Peter está más alto de lo que lo recordaba, ha dejado crecer su pelo castaño y a través de su camisa se puede ver perfectamente que ha estado visitando mucho el gimnasio últimamente. Brittany no se lleva mucho con su hermano en cuanto a altura, es un poco más baja que él, pero sigue siendo más alta que yo. Su cabello castaño le cae en cascada por la espalda, rozando sutilmente su cintura, y tiene unas curvas de escándalo que hace unos meses no tenía.
Pero si algo tienen en común es que parecen ángeles delante de nuestra familia, pero en realidad son demonios.
La cena de navidad trascurre con total normalidad y nos trasladamos al salón a disfrutar de los dulces que ha cocinado mi madre durante toda la tarde.
Aprovechando que estamos todos juntos, mi abuela saca de detrás del sofá una bolsa y va sacando uno por uno los regalos que tiene para nosotros. El lugar se llena de felicidad y carcajadas conforme se van abriendo los regalos, pero en cuanto llega el mío se instala un silencio bastante incómodo, ya que me entrega una bolsa con el logo de una tienda de lencería.
Al verla mis padres abren los ojos completamente desconcertados y expectantes por comprobar que no es real lo que hay dentro de la bolsa. La abro con cuidado y de ella saco un conjunto de ropa interior de encaje blanco.
—Mamá, como se te ocurre regalarle eso —le reprende mi madre.
—Parece mentira que yo sea más moderna que tú, hija mía, si alguna vez llega el momento de hacer, ya sabes, no puede ir con la ropa interior que lleva siempre.
—¿Cómo sabes qué ropa interior suelo llevar? —le pregunto confundida.
—Necesitaba ideas para tu regalo y tu madre me dio permiso a mirar en tu habitación.
—¡Pero no en sus cajones!
—No pasa nada, gracias por el regalo abuela, lo mantendré guardado en mi cajón para cuando se dé la oportunidad...
—Aprende de nosotros, esto sí es un regalo de verdad.
Mis padres me entregan otra bolsa más pequeña y rezo porque no sea más ropa interior. Dentro de ella hay una caja, la cual abro y descubro en su interior un colgante de plata con la inicial de mi nombre.
Les abrazo a modo de agradecimiento por el regalo y les doy el mío para Missie. No tenía mucho dinero, pero el presupuesto me dio para comprarle unos pendientes adorables.
—Gracias cariño, es un gran detalle.
Missie está sentada en las piernas de papá y aprovecho que está tranquila para ponerle los pendientes.
Está muy linda con ellos.
Cuando aparto la mirada de mi hermana me encuentro con la de mis primos, los cuales me están observando completamente quietos desde el sofá. Estoy segura de que están tramando contra mí.