La Princesa y El Lobo

By heraldoscalix

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Un ladrón y una joven se encuentran en la oscuridad, en el tenue borde entre la realidad y el sueño. En medio... More

Prólogo
Capítulo 1: El fugitivo
Capítulo 2: Una alianza al amanecer
Capítulo 3: Principios Básicos
Capítulo 4: Alguien en las sombras
Capítulo 5: Estrella Fugaz
Capítulo 6: Recordando una infancia complicada
Capítulo 7: El Primer Golpe
Capítulo 9: Comienza la caceria
Capitulo 10: Locura y Oscuridad
Capítulo 11: Detrás del Telón
Capítulo 12: De Aprendiz a Princesa

Capítulo 8: Reencuentros Lunares

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By heraldoscalix

–"La Luna". Extraña sorpresa. Lo siento, pero no tengo tiempo. Acaba de ocurrir algo y...

El ladrón intentó pasarla de lado, pero ella aferró uno de sus brazos de manera decidida. Él volteó, extrañado de aquella desesperada acción. Pudo verlo en su rostro.

–Necesito tu ayuda –exclamó la hermosa mujer de cabellos dorados. –Mi aprendiz ha desaparecido.

Parecía una mera coincidencia. Bastó una mirada para saber lo afligida que ella estaba: sus ojos denotaban tristeza, preocupación e incertidumbre.

– ¿Cómo estás tan segura? "La Estrella" no es de las que sean fáciles de atrapar.

La mujer soltó su mano. No se dio cuenta de lo que había hecho hasta que él pareció ponerle atención.

–Perdí contacto con ella. Me dijo que robaría una joyería en los alrededores de esta ciudad. Me dijo que uno de sus contactos le aseguró que sería un golpe rápido y fácil, justo como a ella le gustan. Siempre que cumple con éxito algún saqueo me lo hace saber: me regala una parte, siempre dejándome algo en mis guaridas. Han pasado días desde el supuesto robo y no he sabido nada de ella. La prensa y la policía no tienen nada sobre ella. Supe lo de tu escape de prisión. No fue difícil dar contigo: evidentemente recorrerías la zona más lujosa de por aquí. Y henos aquí, solos en la oscuridad, como en los viejos tiempos.

Cuando terminó de hablar se tornó el silencio. Ambos pudieron escuchar sus intranquilas respiraciones. Ella miró hacia el cielo estrellado, él hacia el suelo gris.

–Estoy entrenando a alguien.

Aquellas palabras sorprendieron a la mujer de traje entallado. Antes de que pudiera decir algo el también reveló su pesar.

–Y creo que fue secuestrada. Tengo un extraño presentimiento de quien lo hizo. Me parece que lo de Alice no es una simple coincidencia. Hay alguien detrás de esto, alguien que nos conoce muy bien y a la Sociedad. Alguien que se nos está adelantando.

La miró fríamente y ella se mostró turbada. Había algo que no encajaba.

– ¿Por qué estás aquí? Tú eres perfectamente capaz de rastrear a quien sea.

Ella sonrío. Por un segundo creyó que sus acciones estaban siendo mal interpretadas.

–Supongo que dos son mejores que uno. Debemos pensar sobre esto. ¿Tienes un refugio cercano? –preguntó ella con mirada pícara.

–La casa de mi aprendiz está a las afueras. Tardaremos en llegar. Y el tiempo no es algo que tengamos de nuestro lado.

–Entiendo. Yo tengo acceso a una suite de lujo en un hotel cercano. Cinco estrellas, ciertamente humilde, ¿no crees? Los tontos de la recepción piensan que está embrujada. Vamos, te contaré lo que sé allá.

Los minutos transcurrieron mientras los dos seguían corriendo sobre techos y azoteas, bajo la agonizante luz de la luna plateada que les iluminaba el sendero. Pasó mucho tiempo desde la última vez que se habían visto. La ladrona, al parecer, seguía siendo la misma belleza llena de talento: continuaba portando ese traje entallado con una luna menguante estampada en color plateado a la altura del vientre.

Lauri Skold, apodada "La Luna". En el mundo existen pocas cosas tan bien relacionadas. Varios años atrás, antes de que "El Lobo" pensara siquiera en volverse un ladrón, fue que la conoció. El instante se desarrolló entre el sueño y la realidad, casi como parte de paisaje onírico: Lauri entró a robar su casa. Para él, que seguía creyendo que eso podía ser un sueño extraño y hermoso, significó un cambio repentino en su vida: la hermosa ladrona, su mítico traje entallado, la ventana abierta, el frio aire nocturno entrando y la luz de la luna reflejando su esbelta silueta. El joven Fathe, armado con un bate, en ropa interior y con las piernas temblándole le salió al encuentro, decidido a defender sus bienes. Fueron sólo segundos en los que ninguno de los dos se movió, pero les pareció una congelada eternidad. No podía creer el verse descubierta por un infante. Entonces, susurrando sonriente, únicamente le pregunto una cosa:

–Y qué, niño, ¿harás algo?

– ¡Deja mis cosas! ¡Ladrona! –exclamó con las piernas y los brazos temblándole, sin poder contemplar tan divina persona en su habitación misma.

Ella notó su titubeo. Podía ser el frio o el miedo, pero no imaginaba que se trataba de su sola presencia.

–Está bien. Mira, estoy dejando todo –dijo sacando de su bolsa algunas pocas cosas. –En tu casa realmente no hay mucho de valor –dijo riendo. –Oye, debo admitir que tienes valor: eres el primer muchacho que me descubre y me hace abandonar un robo. A que detrás de tu cara de niño asustado hay un hombrecito valiente ¿o me equivoco?

Él, todavía más un infante que un adulto, se sonrojó. Su cuerpo sentía un escalamiento entre nerviosismo, vergüenza y felicidad. ¿Por qué esa joven de mirada seductora lo estremecía tanto? Si se trataba de un sueño era uno del que no quería despertar. Deseaba pasar más tiempo con ella, todo el que fuera posible. Sus ojos, su figura plateada, su cabello movido por el viento, el tenue y dulce sonido de su voz. La duda lo traicionó un momento, lo necesario para que pasara algo que lo convenció de que aquello no era una fantasía: la joven lo besó en la mejilla y tomó el bate sin esfuerzo alguno, metiéndolo en el saco que llevaba.

–Firmado por una celebridad, ¿no? Seguro se venderá bien.

Antes de escapar por la ventana la ladrona volteó confiándole una sonrisa que jamás olvidaría.

–No le digas a nadie lo que pasó, y nos volveremos a ver, ¿de acuerdo?

La policía jamás averiguó quien fue el que allanó la casa, y el joven, en lo más recóndito de su alma, agradecía eso. Desde entonces cada noche dejaba la ventana de su cuarto abierta, así tiritara de frio, con tal de que ella volviera. Y una noche, mientras dormía, sintió un beso dado entre sueños. Despertó sobresaltado, a tiempo para verla en la ventana, a punto de salir huyendo.

– ¡Espera! ¡No te vayas! –le dijo levantándose presuroso, entre lo que pareció un grito y un susurro, sin saber que lo motivaba a decir aquellas palabras. –¡Llévame contigo!

La ladrona, mirando hacia el cielo oscuro, reflexionó aquella suplica algunos segundos. Llevarlo sería cargar con su seguridad, darle de comer y protegerlo de aquella justicia que tanto la perseguía...

–No sabes lo que me estás pidiendo, niño. Y lo aprenderás de la manera más cruel posible. Prepara algo de tu ropa, rápido –le respondió viéndolo entre las penumbras de la habitación.

El chico esbozó una sonrisa de júbilo en su rostro.

Mientras empacaba en silencio y la ladrona esperaba sentada en la ventana, alguien entró a la habitación. Un rostro infantil se asomo por la puerta, atraído por los sonidos que venían del interior del cuarto. Era el hermano pequeño de Fathe, quien aún se encontraba algo somnoliento, pero despertó completamente en cuanto vio a la ladrona en la ventana.

–Hermano... ¿Quién es ella?

Súbitamente, antes de que la ladrona reaccionara, el muchacho que estaba por irse derribó a su hermanito, cubriendo su boca con la mano.

–Su nombre no importa. Me iré con ella, así que tienes dos opciones, Lught: Seguirnos o quedarte. Cuando quite mi mano, dime una, ¿entendido?

El hermano en el suelo dejó salir un par de amargas lágrimas de sus ojos. Su boca quedó libre para expresar aquello que sentía.

– ¿Por qué te vas, Fathe? ¿Por qué?

Él futuro ladrón, con semblante serio, tomó su mochila llena de ropa y siguió a la ladrona saliendo por la ventana, perdiéndose en la noche, dejando a su misma sangre en la oscura habitación iluminada por la luna.

Debía dejar que los recuerdos se fueran de su mente. Ahora no necesitaba toda esa melancolía de aquella lejana noche en que decidió su destino. Los dos eran ladrones pertenecientes a la Sociedad, pero estaba seguro de que algo dentro de la organización estaba terriblemente mal, pues los eventos recientes así lo indicaban. Lo presentía. Disminuyeron la velocidad: el elegante hotel apareció ante ambos.

Se infiltraron por parte del conducto de ventilación y entraron en la suit, la cual se encontraba a oscuras. No podían encender la luz, o hacer demasiado ruido, pues delatarían su presencia. Para ellos no representaba ningún problema: el silencio y la oscuridad eran parte de su ambiente cotidiano. "El Lobo" se acercó a mirar la ciudad desde las grandes ventanas de la estancia.

–Una vista privilegiada sin duda.

–Las luces del cielo y las de la ciudad siempre me son gratificantes. Bueno, creo que tenemos algunos asuntos por discutir. Podemos empezar por la notable parte en la que fuiste arrestado y llevado a prisión. ¿Qué ocurrió? ¿Error de novato?

Al igual que aquella lejana noche, pasaron segundos eternos sin decirse nada. "La Luna", en la oscuridad de la habitación, comenzó a quitarse su clásico atuendo entallado, quedando únicamente en ropa interior. Los ojos del ladrón no necesitaban luz alguna para apreciar su tornada silueta. Fue esa mujer la que años atrás lo convirtió en el ladrón que era ahora. Lo entrenó, le enseñó, y al final éste terminó superándola. Fue por esa mujer que él escribió el libro de cómo ser ladrón, gracias a las notas que tomó de cada lección duramente aprendida. Así, como hace muchos años, estaban solos y callados, a mitad de las tinieblas nocturnas.

Él le dijo todo, omitiendo ciertos detalles, los cuales consideraba superfluos, como el origen de su aprendiz. También dejó vislumbrar algunas de sus sospechas. La ladrona atendió cada argumento. Después fue su turno. Y entonces tuvieron que decidir cómo procederían.

–El camión de mudanzas es más una corazonada que una verdadera pista. Sugiero volver al lugar donde tu aprendiz iba a dar su golpe.

Aquel oía, pero no estaba poniendo atención. Su mente fluctuaba entre el pasado y el presente, intentando dar una explicación a todo lo que ocurría.

– ¿Dudas de un presentimiento mío? –preguntó desconfiado "El Lobo".

–No, pero es evidente que no estás en tu mejor forma. Se nota a leguas que no has dormido en varios días. Ya casi amanece. Tomate un descanso. Iré a investigar y volveré. Sea lo que sea, esperemos que te equivoques.

El afamado ladrón se tendió sobre la cama. No podría conciliar el sueño, no con todo lo que estaba ocurriendo. Ella lo sabía: era la única mujer en el mundo que, sin tener que verlo, estaba consciente de su angustia. Fue a la cama también, acostándose junto a él. Lentamente le quitó su traje, dejando al descubierto su cuerpo cubierto de cicatrices. Todo sin luz alguna. Acaricio sus mejillas. Ese tendría que se su hombre ideal. Y entonces por su mente traspasó la idea de que tal vez, sólo tal vez...

Acercó sus labios a los de él. Y el ladrón movió su boca, rechazándola. "La Luna" entendió de inmediato. Revolvió los cabellos de su compañero con su delicada mano y se puso en pie. Tomó su traje y de nueva cuenta se lo colocó. Fathe, como la gran mayoría de los varones de la Sociedad, amaba ese traje, pues resaltaba cada uno de los provechosos atributos de su portadora. El ladrón únicamente escucho las pisadas de la mujer, señal inequívoca de que estaba por salir usando la ventilación.

–Descansa. Yo me haré cargo.

Segundos después se encontró sólo en la habitación. Su antigua amante y mentora sin duda era la mejor ladrona que conocía, e inclusive, a sus ojos, la mujer más hermosa con la que había tenido la fortuna de encontrarse. No podía negar en ella todas esas cualidades, ni tampoco el hecho de que, tal vez, sólo tal vez, estaba tratando con una traidora. Cansado y vencido por las preocupaciones poco a poco sus ojos se cerraron, lo suficiente para poder descansar, pero no para dejar de estar alerta al más tenue de los sonidos.

Lejos de allí, en lo profundo de una bodega abandonada, Helena poco a poco recobró la conciencia y pudo distinguir a su alrededor: paredes grises, ventanas llenas de polvo, sin rastro de que hubiera alguien cercano. Intentó moverse, pero de inmediato se percató de que se encontraba amarrada de pies y manos con sogas. Una venda bastante en su boca le impedía gritar por auxilio. Con dificultad logró mover su silla, pero entonces escuchó algo o a alguien respirando muy cerca de su cuello. El pánico se apoderó de ella. Intentó gritar sin mucho éxito. Forcejeo inútilmente. Pronto la luz de la luna le permitió ver quien el que estaba a su lado, oculto en la oscuridad: era el mismo sujeto que la sometió en la habitación de su jefa. Recordó súbitamente como había terminado ella. El temible hombre sacó una daga de gran tamaño de una de sus botas. Helena sintió como el miedo la dominaba.

–Hora de hablar un poco, princesa.

El detective llegó por la mañana a la escena del crimen, después de que uno de los adinerados inquilinos reportará un olor nauseabundo viniendo de un departamento. Su subordinada se había adelantado, y le dio un reporte breve de la situación: era terrible. Creyó que simplemente exageraba. Después de franquear la línea de precaución y hacer a un lado a los forenses la atestiguo: la habitación de la inquilina asemejaba a un matadero, con un olor penetrante a muerte en cada pared y mueble del lugar. La cama era lo peor de todo: ya no había forma de decir que aquello era un cuerpo, sólo partes de él acomodadas caóticamente. Pero había una pista evidente en la ventana: el culpable dejó un mensaje escrito repetidas veces en las paredes y en las ventanas: ¿Qué es un ladrón?

–Lo escribieron con la sangre de la víctima, señor –exclamó la teniente a su superior con un pañuelo cubriendo su nariz. –No hay huellas ni pistas que nos den algo más aparte de lo escrito en los muros. Parece ser que limpiaron la estancia tras el asesinato. El sujeto es realmente bueno.

Pero si había algo más. El detective reconoció esa letra casi de inmediato. No podía concebir que se tratara de él. Entonces se oyó algo rompiéndose y alguien gritó. El detective y los demás fueron a ver qué era lo que había pasado. En el suelo yacían los pedazos de lo que había sido un jarrón de exorbitante valor, pero en medio de todo, y ante la mirada asustada de los presentes, reposaba la cabeza de la dueña de la estancia. Le faltaban los ojos y mucho cabello, pero notablemente, sobre la piel, estaban grabados letras y números, hechos por el filo de alguna navaja. El detective, valientemente, se agachó y la tomó por el pelo.

–Dile a los muchachos que hoy habrá bastante trabajo –dijo a su subordinada, la cual salió de allí con el estómago revuelto. Antes de poder abandonar ese lugar la oficial chocó su hombro con la que parecía ser una de las forenses. Se disculpó de inmediato.

–Perdone, es que...

–Es un poco tétrico, ¿cierto? Tranquila, no hay problema.

La teniente salió al pasillo, mientras la forense se dirigía a las escaleras que llevaban a la azotea. "La Luna" ya tenía la información que necesitaba. Sólo quedaba esperar a la noche.

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