Alfa Y Omega

By ElPekas

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¿Cómo te imaginas el futuro del planeta Tierra? A lo mejor te lo imaginas con una próspera civilización que r... More

Prólogo: El comienzo del fin
Una ladrona con el pelo rosa
Una agradable conversación vespertina
El extraordinario Leviathan
Rose
Citius, Altius, Fortius

Crónica de un traficante en apuros

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By ElPekas

Empezemos por el principio:

Lo primero que tengo que destacar es que si alguna vez has jugado al póker sabrás que es bastante útil saber si tus contrincantes tienen buenas cartas o no. Bueno, una forma muy complicada, y a la vez efectiva de saberlo es fijándote en sus tics, la mayoría, casi imperceptibles, ocultos en las expresiones faciales.

Tenía una buena jugada: full de tres sietes y dos ases.
Así pues, me dispuse a observar a mis tres contrincantes con mayor detenimiento:

El primero tenía una tripa considerable, estaba rapado, y llevaba una camisa muy apretada con un cinturón, a la cual se notaba el sudor de las axilas. Se notaba que era un principiante.
El segundo tenía el pelo hacia atrás, muy engominado. Tenía unas gafas de sol reflectantes, cosa que me llamó mucho la atención, porque desde el inicio de La Guerra del Plasma no había visto gafas, ya que para fabricarlas se precisaba electricidad. Deduje que debía tener mucho dinero. También llevaba un polo verde. Tenía un gran control del póker, saltaba a la vista que había jugado muchas partidas.
El tercero era el peligroso. Tenía el pelo de color rojo intenso, además de una barba compuesta de pelillos sueltos que le daba un aspecto sucio. Tenía una chaqueta azul sin abrochar que dejaba entrever una camiseta verde lima. Lo que más me asustaba de él era su suerte. Podéis decir que la suerte no existe, pero puedo aseguraros que a la hora de jugar al póker, la suerte es el factor más influyente de todos. Bueno, en lo que llevábamos de partida había tenido 2 pókers, 3 repókers, 12 fulls, 7 colores, y 5 escaleras de color. Sin hacer ninguna trampa, de lo contrario yo me habría dado cuenta. Hasta los menos entendidos de este juego sabrán que esa es una suerte increíble.

Bueno, volvamos a la partida. Puse una Pieza de plata en la mesa; empezaba fuerte. Rápidamente me puse a observar las reacciones de los demás.

El experto se rascó una ceja: tenía una buena jugada. El suertudo tiró las cartas con gran dramatismo. El experto subió a 5 piezas de plata. El novato también se retiró. Solo quedábamos nosotros dos. Subí a 7 piezas de plata. Subió a 10. Subí a 40, acompañado de mi mejor sonrisa de suficiencia. 50. 60. 60. Y al fin me igualó. Él enseñó sus cartas: color. Con grandes aspavientos, fui descubriendo mis cartas, una a una. Full gana a color. Se le quedó una mueca de desagrado que disimuló bastante bien.

Recogí mis piezas.
Repartieron cartas. Las miré y regalé una sonrisa de suficiencia a los demás jugadores. El suertudo puso 10 piezas de plata en la mesa. El experto puso 20. El novato puso 25. Yo puse 40. El suertudo puso una pieza de oro, de repente, y se mantuvo impasible. El experto y el novato tiraron sus cartas. Puse 3 piezas de oro sobre la mesa. 4. 5. 20 piezas de oro. 25. Me las iguala. Él pone una doble pareja de 10 y 9. Se estaba tirando un farol. Di un golpe a la mesa, y, mirando hacia otro lado, descubrí mi pareja de ases. Doble pareja gana a pareja. Él puso una sonrisa de oreja a oreja. Pero poco a poco, mi mueca de disgusto se convirtió en una sonrisa, y le enseñé un tercer as. Trío gana a doble pareja. Su sonrisa se congeló y yo recojí las piezas en mi macuto. Y con una gran sonrisa, me retiré.

Con el peso de unas cuantas monedas en los bolsillos, me dispuse a salir del casino, cuando mi amigo Josh (Jose en su idioma natal, pero prefería su nombre adaptado al inglés, Josh) me llamó. Tenía la tez negra, y unos ojos oscuros y penetrantes.
-¡Darian! ¡Darian, escúchame! -llegó corriendo a donde estaba, y posó las manos sobre las rodillas para recuperar el aliento- De camino hacia aquí, se me ocurrió pasar por tu casa para invitarte a unas copas, y oí unos ruidos extraños, así que miré por la ventana...-se paró para recuperar el aliento.
-¿Y? ¡Sigue! -exigí, asustado.
-Unos hombres con pasamontañas han destrozado tu casa, Dar, han cogido todo tu dinero. Llevaban el emblema de los Bladder.

Los Bladder me han cuidado desde que era un crío. Yo vivía en las calles, mendigando y robando de vez en cuando. Hasta que un día, sin esperarlo, vino el jefe de la casa Bladder, me dijo que le llamaban la atención mis "dotes de ladrón". La casa Bladder se dedica internacionalmente a pasar objetos ilegales de una frontera a otra. Es difícil porque absolutamente todos los países están en guerra. Por ejemplo, la semana pasada al momento que estoy narrando, hice un gran encargo de francotiradores de plasma a Francia. Me cuidó como un hijo. Pasados los años, con los 17 recién cumplidos, me había convertido en la mano derecha del jefe. Nunca había pensado que eso podría ocasionarme problemas.

Le di las gracias efusivamente ya Josh y salí corriendo por la puerta.
Cogí mi moto de plasma (un lujo que me permití tener porque tenía el suficiente dinero) y salí disparado hacia casa. Resultaba divertido ver cómo los miembros más adinerados de la sociedad (como yo) conducíamos motos de plasma, mientras los pobres cabalgaban a lomos de caballos.
Tras 13 interminables minutos, llegué a mi piso, aparqué mi moto y saqué la llave para abrir la desgastada puerta de madera, pero entonces me di cuenta de que la cerradura estaba destrozada; la habían forzado, Josh decía la verdad. Di un golpe a la puerta con el hombro y se abrió sin mucha dificultad.
Todas las habitaciones ofrecían un aspecto desolador, pero el salón tenía un aspecto especialmente truculento. Cojines desgarrados, armarios destrozados, mesas destrozadas, botellas lanzadas contra la pared... Esto no era ninguna broma. Me querían muerto.

Rápidamente escarbé entre los restos de mi apartamento hasta encontrar mi trampilla oculta en el suelo. Menos mal, no la habían tocado. En ese negocio aprendí que siempre es mejor tener un plan B para salir huyendo cuando las cosas se complican. Tiré de la anilla de metal, descubriendo una pequeña cavidad con una mochila roja. Lo saqué, y fui vaciando su contenido y organizándolo metódicamente por grupos.

En el grupo de mi izquierda había unos cuantos vinos antiguos, que valían su peso en oro, junto con otras botellas que contenían bebidas alcohólicas. Metí en la mochila una botella de vino de frutas y otra de licor de mora. Me daban pena las botellas restantes, así que las fui abriendo y bebiendo un trago largo, una a una. Al final tenía la vista ligeramente borrosa, pero había merecido la pena.

En el grupo del centro, objetos imprescindibles que metí sin dudarlo, entre ellos un yesquero, una botella de agua (que no es como el licor pero es necesaria), conservas para 3 días, una navaja multiusos de acero a estrenar y un botiquín con algodón, una aguja, hilo e incluso algunos antiguos medicamentos previos a la Guerra del Plasma, que me habían costado muchas, muchas piezas. Los medicamentos escaseaban muchísimo, y los constantes ataques de la policía a los rebeldes, y viceversa, impedían que llegaran a las ciudades.

En el grupo de mi derecha había una pistola de plasma que me colgué del cinturón, y una escopeta de plasma que me colgué a la espalda aprovechando la presión de la mochila.
Por último, cogí todo el dinero que tenía, unas 60 piezas de oro, toda una fortuna, sobre todo en mis manos, un chico que había pasado su infancia en la calle mendigando.

Una vez hecho inventario, di un último vistazo a lo que durante los últimos 7 años había podido llamar hogar, intentando registrar cada rincón en mi mente. Y salí, sin mirar atrás, a las calles de la extensa metrópolis londinense.

Cogí la moto y empecé a buscar un medio con el que irme rápidamente de la ciudad. Valorando mis opciones, acabé fijándome en un regalo que me había brindado la vida: el Leviathan.

El Leviathan era una gigante nave militar que pasaba por Londres en ese mismo momento, y que además salía a otras capitales dentro de 4 horas. Básicamente se trataba de una nave internacional que iba de capital en capital, aunque obviamente se quedaba largos períodos de tiempo en el aire, para reclutar a jóvenes que estuviesen dispuestos a realizar alguna de las numerosas misiones que realizaban alrededor del mundo. A cambio, te proporcionaban cobijo, con abastecimiento y lujos que en Tierra no te podías permitir, por no mencionar que podías hacer turismo gratis en las capitales más significativas y famosas del mundo. El inconveniente era que en sus misiones siempre peligraba la vida, por eso el Leviathan no era apto para reclutas asustadizos.

Arranqué la moto y me dirigí al centro de la ciudad. Cuando conducía por la carretera, vi a lo lejos que la policía había cortado la carretera. Genial. Otra revuelta. Pero eso no me iba a parar. Así que vire para entrar en un callejón, y así rodear toda la zona conflictiva de la ciudad. Pero cuando me metí en el callejón, divisé a lo lejos un par de individuos que tenían armas. Decidí no entrometerme, así que di la vuelta, pero otras 2 personas habían taponado la salida. No hacía falta que me lo dijeran: eran Bladder. Así que, decidido, volví a dar la vuelta para acelerar hacia el lejano final del callejón. Deduje que ante una moto de plasma o se apartarían o los atropellaría. En ambas ocasiones yo salía ganando.

Cuando ya llevaba una velocidad considerable, me di cuenta qué armas llevaban. Oh, no. Era un cañón plasmático. Uno enganchó su mitad a la del otro y me apuntó.

Por si nunca habéis visto uno, os explicaré. Es un arma bastante popular en los atracos, ya que es muy asequible, potente y no es letal. Se apunta al objetivo y lanza una ráfaga de ondas de plasma muy potente que muy frecuentemente te lanza varios metros hacia atrás. Un uso muy interesante que se le aplica es el de detener durante unos segundos cualquier vehículo, incluidos tanques. Imaginaos tanta potencia contra una simple moto urbana.

Llevaba tanta velocidad que no me dio tiempo a frenar cuando me di cuenta del peligro que corría. Vi cómo encendían el aparato, y sin casi darme cuenta unas ondas de plasma azul venían hacia mí.
El impluso me tiró de la moto, y me estrellé contra la pared con fuerza. Aturdido, intenté coger la pistola del cinturón, pero uno mis cuatro atacantes me cogió las manos, me las aplastó contra la pared y las retorció, haciéndome gritar de dolor. Entonces el que estaba a su izquierda desenvainó una espada corta, y justo cuando se preparaba para clavármela en el abdomen, llegó un caballo blanco como la nieve, que les placó, haciéndoles retroceder.

Alcé la vista, y aunque fue muy efímero, ese momento se me quedaría siempre grabado en la memoria. A lomos del caballo, había una hermosa joven cuya melena se agitaba al viento. Tenía una tez pálida, con unas facciones dulces y un pelo... Un pelo maravilloso. Tenía un pelo ondulado, y lo más llamativo es que era rosa. Un rosa chillón precioso que acababa en una mechas color azabache, y le caía a forma de cascada sobre los hombros.
Y de repente me di cuenta de que me estaba diciendo algo, mientras yo estaba observándola como un estúpido. Así que me di cuenta que me estaba gritando:
-¡Vamos, sube!- Y me extendió la mano.
Sacudí la cabeza, y le cogí de la mano. Su textura era muy suave, como si estuviera agarrando una pluma. Y con un tirón me sacó de mi ensimismamiento y me subió al caballo. Me agarré a su cintura y arrugué la nariz: olía como si hubiese salido de un vertedero. Pero tampoco es que eso me importara mucho. Me aferré a su cintura con fuerza y salimos del callejón

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