Despertar

By Smalva

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Alba, acaba de despertar de un coma producido por un accidente de tráfico. Está confusa y desorientada. No sa... More

1. Despertar
2. Volver
3. Conocer
4. Herir
Interludio: Rodrigo
5. Huir
6. Leer
Interludio: Nerea
7. Palpitar
8. Morir
Interludio: Alba
9. Empezar
10. Llamar
Interludio: Adrián
11. Ver
12. Pensar
Interludio: Guillermo
13. Regresar
14. Responder
Interludio: Nicolás
15. Marchar
16. Ser
Interludio: Aurora
17. Besar
18. Latir
Epílogo: Soñar
Agradecimientos

19. Dormir

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By Smalva

De entre todas las cosas que mi amnesia después del coma había borrado de mi memoria tuvo que eliminar precisamente la más importante: Rodrigo padecía de corazón.

Para cuando quise recordarla, ya era tarde.

¿Cómo pude olvidarme de eso? ¿Cómo pude...? No era la primera vez que pasaba. Cuando era un niño, Rodrigo se quedó tendido al sol en la piscina. Cuando sus padres fueron a por él se dieron cuenta que estaba inconsciente y que su corazón se había parado. Lo hospitalizaron y volvió en sí pero ni siquiera se acordaba de nada. Solo cerró los ojos y ocurrió.

Como ahora.

Me balanceo sobre uno de los asientos de la sala de espera del hospital. Giro los pulgares uno sobre el otro, muy rápido. Estoy nerviosa, quiero vomitar.

Afortunadamente, cuando pedí ayuda, un matrimonio estaba paseando por el exterior del parque y oyó mis gritos. La mujer llamó a la ambulancia y su esposo me ayudó con Rodrigo porque yo ya había perdido el control y no respondía de mí misma.

Y ahora estoy aquí. Mi preocupación no ha disminuido. Sigo sin saber nada de Rodrigo y ni siquiera si está vivo o muerto.

Muerto...

No quiero ni pensar en esa palabra. 

Acompañé a Rodrigo en la ambulancia después de dar las gracias a aquel matrimonio. No me separé de él en ningún momento. Aún recuerdo cómo latía mi corazón mientras le hacían la reanimación, como si quisiese cederle todas mis pulsaciones, las que necesitase, lo que sea para que volviese a la vida.

Al llegar, le di sus datos a la enfermera y poco después llamó a sus padres. Ahora estarán de camino.

Todo ha pasado muy rápido.

Miro las puertas del quirófano, que continúan inmóviles desde que Rodrigo entró hace quince minutos.

¿Por qué no se abren? ¡¿Por qué no se abren?!

No soy capaz de soportarlo y me levanto. Me dirijo hacia la salida para buscar un poco de aire. Justo al bajar el último de los escalones de la escalera, las puertas automáticas de la recepción se abren y entra una pareja que se precipita al mostrador.

Son los padres de Rodrigo.

Después de preguntar a la enfermera se lanzan hacia el ascensor en busca de su hijo. Yo no los intercepto, no serviría de nada.

Me quedo parada unos segundos. Sin saber qué hacer.

¿Y si ya está muerto? ¿Y si ya es demasiado tarde? ¿Qué les diré a sus padres? ¿Que lo he matado?

Sí... Porque ha sido mi culpa.

Yo he matado a Rodrigo.

Sin darme cuenta, comienzo a llorar. Otra vez. No puedo aguantarlo más.

Retrocedo sobre mis pasos y vuelvo a subir la escalera. Las puertas del quirófano siguen igual pero ahora se me antoja vacío. Ya no reacciono ni expreso nada. Sigo caminando con paso lento, como un alma en pena por las calles de una ciudad fantasma.

Mis pies me llevan a la planta de los pacientes ingresados. Cruzo todo el pasillo con lentitud infinita y con la mirada perdida. Avanzo y todas las puertas están cerradas. Todas excepto una. El silencio sepulcral que reina aquí se ve interrumpido por los llantos de una mujer.

Me guío por ese triste sonido. Es la puerta abierta. 

No me adentro, solo observo desde el umbral. Mi cara está inexpresiva, ahora mismo soy incapaz de sentir nada.

Los padres de Rodrigo están dentro.

Hay una máquina. Una pantalla y una línea verde que tiembla. Dibuja montañas y llanuras, avanza y repite el mismo patrón. 

Rodrigo está ahí, en la cama, dormido. Está dormido. Unido a un gotero con suero y a un respirador por un cable.

Su madre tiene cogida su mano, está llorando. Y me doy cuenta de que yo también estoy llorando. Tengo la cara completamente empapada.

Rodrigo...

 No soy capaz de sentir nada. 

¿Es él? ¿Verdad?

Siento la mirada de alguien clavaba en mí. No son los padres de Rodrigo, ni él tampoco. Una persona se acerca hacia mí desde el final del pasillo. Está a mi lado pero yo apenas puedo girarme.

—Alba.

Esa voz se me antoja familiar. No puedo recordarla, sin embargo sé que ya la he escuchado antes. Pero, ¿quién es? No puedo moverme.

—Alba, ¿qué haces aquí?

Noto un peso en mi hombro. Es una mano. Mi cuello se gira y yo miro al suelo. Esa persona sigue esperando. Me obligo a levantar la cabeza con un movimiento infinitamente cansado.

Ya sé quien es. A pesar de que mi mente no se encuentra del todo lúcida.

Cuanto tiempo... Reconozco ese fonendoscopio rosa...

—Hola, Doctora —susurro sin mirarla a los ojos.

—Te dije que podías llamarme Sofía —parece preocupada, quizá sea por mi aspecto—. ¿Qué haces aquí? ¿Estás bien?

Vuelvo a mirar hacia el interior de la habitación y señalo al muchacho que está inconsciente sobre la cama.

—Es... mi... —dudo— amigo... 

Me giro hacia ella con fugacidad y cojo su mano con fuerza. La miro con ojos desesperados y derramando lágrimas. Ella se asusta.

—Por favor, necesito verlo —dejo caer la cabeza—. He venido con él en la ambulancia, por favor... Déjeme que lo vea, no sabe el infierno por el que he pasado...

La doctora Iglesias se deshace de mis manos. 

Se acabó. Ya no tengo nada que hacer.

Y se aleja de mí. 

Entra en la habitación.

—Disculpen —llama a la puerta—, ¿son ustedes los padres de Rodrigo? —Ambos se incorporan al unísono— Soy la doctora que ha atendido a su hijo, ¿puedo hablar un momento con ustedes?

—Sí, por supuesto... —tartamudea la madre.

Me cuesta creer lo que acaba de pasar.  

Los padres de Rodrigo miran a su hijo y se dirigen hacia la doctora, fuera de la habitación pero antes de traspasar el umbral, la madre de Rodrigo me mira.

Seguro que me va a gritar o a pegar incluso; he estado a punto de matar a su hijo.

—¿Eres tú la que estaba con Rodrigo cuando sufrió el ataque, verdad?

Apenas puedo sostenerle la mirada, ambas tenemos lágrimas en la cara.

Procedo a pedirle disculpas y a arrodillarme ante ella pero ni siquiera me da tiempo a abrir la boca. Ella me abraza antes.

—Gracias, gracias... Oh, gracias al cielo. Has salvado a Rodrigo, mi niño... —solloza— Siempre estaremos en deuda contigo. Gracias... No sabes cuánto te debemos.

Me quedo paralizada. ¿Salvado?

Salvado...

La mujer se separa de mí e intenta recomponerse, enjugándose las lágrimas.

—Si me disculpas... —musita con una débil sonrisa.

Y se aleja con su marido y la doctora. Ésta última me mira y entiendo perfectamente que no debo entretenerme mucho.

Y al fin, estoy a solas, con Rodrigo.

Me cuesta caminar hacia él, temo que su corazón deje de latir otra vez por cualquier movimiento. Me sitúo a un lateral de la cama, con la ventana a mis espaldas, con el sol acariciándome la nuca y recortando mi silueta. Mi mano tiembla cuando pretendo acercarla a la de Rodri.

Tiene el semblante tranquilo como si estuviese en paz. Me alivia verlo así. Sonrío y lloro aún más. Me atrevo a rozarlo, su mejilla, está suave...

—Hola, Rodri... —sorbo por la nariz— Soy yo, tu blandita.

No recibo ninguna respuesta pero la tiritante línea verde de su electrocardiograma me confirma que sigue vivo.

—Menudo susto me has dado, ¿eh? —lloro sin cesar— No vuelvas hacerlo, ¿vale?

Y me derrumbo. 

Caigo sobre él y agarro las sábanas con fuerza, sollozando.

—Lo siento mucho, fue mi culpa...

Presiono mi cabeza sobre su pecho y lloro de alegría cuando oigo sus latidos.

Me quedo quieta. Siento algo. Es su mano. Me está acariciando; me está acariciando el pelo.

Me incorporo alarmada y lo miro. Pero mantiene sus ojos cerrados. Mueve la boca, parece que respira, no, no es eso. Está intentando decir algo.

Me acerco hasta sus labios y escucho atenta. Susurra algo. Pronuncia esa palabra que hace que toda mi sangre se congele y que hierva a la vez y que alcanzar la felicidad sea algo posible.

Pronuncia mi nombre.

Alba...

Lo miro, observo sus párpados caídos y mis lágrimas resbalan por su piel. Es como si ya no quedase nada más. Ni más reproches y mentiras, ni secretos. Los dos hemos sufrido bastante, hemos pasado por lo mismo, hemos amado y hemos rozado la muerte, juntos.

Pero el sufrimiento no es una moneda de cambio. Y nunca debería serlo. Esto ha llegado demasiado lejos y sé que tampoco puede seguir así.

Siento tristeza, amor, alegría, nostalgia, miedo... Todo a la vez.

¿Alguna vez has amado a alguien como para querer dar la vida por él?

Hay que pensar bien esa pregunta, es difícil; por eso la responde el corazón.

Quiero a Rodrigo, esa es la única verdad y nadie la va a cambiar. Es lo único que necesito saber.

Me muerdo los labios y sonrío. Acaricio los rizos de su frente y acerco mi cara a la suya.

Cierro los ojos.

Aspiro con solo un susurro.

—Te quiero.

Respiro su aliento y mis labios se despiden de los suyos.

Su mano busca la mía. Aún sigue inconsciente. Yo se la cojo con ternura y, llorando sin ni siquiera poder respirar, la poso sobre su pecho e impido que lo vuelva a repetir. Me alejo de él y me separo de la cama. 

Su corazón sigue bien, es lo que importa. Es su vida lo importante ahora.

Avanzo hasta el umbral y miro hacia atrás una vez más.

Adiós, mi blandito. Eres libre.

 Me limpio las lágrimas y cierro la puerta tras de mí.

Al otro lado del pasillo se encuentra la doctora y los padres de Rodrigo, que están de espaldas a mí. Sofía me mira en cuanto salgo de la habitación, alarmada.

Yo asiento con la cabeza, con una sonrisa triste y muevo los labios, gesticulando la palabra "gracias".

Gracias de nuevo.

Y me despido de ella.

No miro atrás cuando abandono el pasillo, me dispongo a salir del hospital; un triste lugar, no me gustaría trabajar aquí.

Bajo las escaleras y las puertas automáticas de la recepción se abren ante mí. Un sol ámbar me deslumbra. Está atardeciendo.

Desciendo la escalinata que lleva a la entrada y reparo en una chica que va en dirección contraria, corriendo.

No percibe mi presencia, lleva una mueca de angustia y preocupación dibujada en la cara, se aferra a su bolso mientras corre y los rizos de su melena botan a su espalda.

No me molesto en llamar la atención de Laura. No serviría de nada hacer perder mi tiempo ni el suyo. Ya lo verá con sus propios ojos.

En verdad, siento lástima por esa chica. Puede que Rodrigo realmente me ame a mí pero sé que nunca tendrá en coraje necesario para dejarla.

Y conociéndole... esa chica vivirá una mentira durante varios años.

El ser humano necesita cariño, compañía... él ya la tiene.

Quiero irme de aquí.

~***~

Llego a casa y mi madre me recibe con un abrazo. Hace mucho que no discutimos, eso es bueno. Me pregunta cómo estoy, dónde he estado, por qué tengo los ojos hinchados y yo lo único que respondo es:

—Vayámonos de aquí.

Sé que ésta es mi casa pero necesito estar lejos, nos vamos a casa de mis abuelos.

Hicimos la maleta para todo el verano, limpiamos el parqué y regamos las plantas. Se hizo noche cerrada.

Cargo con tres mochilas colgando del cuerpo y mi madre lleva la maleta, la caja de Nico y la comida. Cuando cerramos la puerta con llave me giro hacia la entrada de Nicolás y llamo al timbre.

—Ahora voy yo —digo a mi madre cuando termina—. Espérame abajo, tengo que despedirme.

—Vale pero no tardes.

Cuando mi madre abandona el rellano, Nicolás abre la puerta.

—¡Alba! ¿Qué tal? ¿Y esas bolsas?

—Me voy.

—¿Qué? ¿A dónde?

—Con mis abuelos, de vacaciones.

—Ah, ¿tan pronto? ¿Sin avisar?

—Me hubiera gustado contároslo el otro día. Pero tú no pudiste venir... Por cierto, ¿qué tal te va con... tu nueva chica?

—Oh, muy bien —se sonroja—, gracias.

—Ya veo —respondo mirando al suelo—. Bueno, vendré de vez en cuando a veros.

—Pues genial, ¿ya te has despedido de Rodrigo?

—Eh, no exactamente —Me muerdo el labio inferior—. Está ingresado.

—¿¡Cómo!?

—Ha sido hoy, estaba con él y ha sufrido una parada en el corazón. Ahora está bien, no te preocupes.

—Joder, ¿en serio? Dios... —se lleva la mano a la frente— ¿Y tú...?

—He estado con él todo el tiempo, te prometo que está bien. Cuida de él hasta que yo vuelva, ¿vale?

—Está bien, Alba... Joder qué susto me has dado.

—¿Sabías que tenía problemas de corazón?

—Sí, lo sabía. Pero esto me ha cogido desprevenido, no pensé que volvería a pasar.

—Pues a mí se me olvidó...

Nicolás me mira con gravedad, serio.

—Bueno, mi madre me está esperando.

—Alba —me coge de los hombros—, no te machaques, ¿de acuerdo? No ha sido culpa tuya, todos lo sabíamos.

—Menos yo...

—¡Alba!

—Lo siento...

Nicolás tuerce la boca.

—Hablaremos de esto. Vete y relájate. Intenta pasar unas buenas vacaciones ¿me lo prometes?

Levanto la mirada, sonrío con timidez y me lanzo a sus brazos. Dos lágrimas escapan de mis ojos.

—Sí... —susurro contra su pecho.

Nos separamos y mientras sonríe, posa su mano sobre mi cabeza y me despeina el pelo.

—Cuídate, Alba.

—Gracias, Nicolás.
Esa despedida me dolió más de lo que esperaba.
Cuando bajo al portal, mi madre me está esperando con el coche en marcha. Nos alejamos del portal y recorremos la ciudad bajo la luz de sus farolas. Miro a través de la ventanilla las calles correr bajo mis ojos, albergando aún la vieja esperanza de ver a Rodrigo en ellas. Suspiro y mi aliento queda plasmado en el cristal.

Abandonamos la ciudad y nos adentramos en la oscuridad de la carretera. Me giro hacia atrás y observo el paisaje iluminado del que salimos, pensando en a quién dejo allí y de cuando volveré.

Ahora mismo, nunca querría regresar.

El viaje se hace tranquilo, silencioso. Yo no separo los ojos de la luna en ningún momento, su brillo oculta a las demás estrellas.

Es bonito, a su manera.

~***~

Cuando llegamos a casa de los abuelos, éstos nos reciben con alegría y sorpresa. Procuro disimular mi tristeza lo mejor posible. No deshago la maleta, sólo la coloco en un rincón de mi habitación, es antigua pero acogedora. Dejo a Nico corretear por la cama y enredar con mis viejas muñecas. Mis abuelos no esperaban la llegada de un gato y me ha costado convencerlos para quedármelo en su casa.

La cena transcurre entre risas y comida casera aunque yo no participo en la conversación. No estoy de humor, ni siquiera puedo nadar por encima de mis pensamientos.

Más tarde, uno a uno los miembros de mi familia van a reunirse con Morfeo. Me gusta llamarlos así: familia, porque nunca he tenido una familia tradicional, somos pocos pero no necesitamos más.

Finalmente, quedo yo. No quiero irme a la cama, siempre la extraño cuando cambio de lugar de residencia. Tardaré un par de noches en acostumbrarme.

Apago la televisión, cansada de la teletienda y de las brujas del tarot. Apago también las luces del salón y me quedo a oscuras en mitad del pasillo. Me dispongo a subir las escaleras para irme a acostar aunque no tenga ganas, hasta que veo una puerta abierta. Mis abuelos la abren todas las noches para dejar pasar la brisa nocturna y así refrescar la casa. 

Por alguna razón, me siento atraída por la luz de la luna que se cuela por esa entrada. Salgo al exterior, se está bien afuera.

Respiro profundamente.

El campo abierto en la noche parece más hermoso. Es como si un manto azul lo transformase en otro mundo. De repente me acuerdo de aquellos cuentos de hadas de mi infancia de los que deseaba formar parte.

El tiempo pasa muy rápido, demasiado.

La luna brilla con tal fulgor que ilumina todo el paisaje, ni siquiera es necesaria una linterna. 

Mientras camino siguiendo mi propia sombra, saco mi móvil del bolsillo de mi pijama, pero no con la intención de usarlo para iluminar sino para apagarlo. No quiero saber nada de nadie en un tiempo y menos de Rodrigo. Sé que está bien y eso es lo único que necesito saber. No quiero averiguar si se irá en septiembre, o si será feliz para siempre con Laura, ni si estuvo consciente los últimos momentos que estuvimos juntos ni sé tampoco si llegó a oír todo lo que le dije.

No lo sé, ni me importa o finjo que no quiero que me importe.

Me da igual.

Oigo un ruido y mi oído se pone alerta, miro a todos lados y distingo un bulto blanco avanzando hacia mí por la tierra.

Nico, ¿qué haces aquí, pequeño?

El minino se frota contra mi pierna, lo cojo entre mis brazos y lo estrecho contra mi pecho.

—Gracias... —susurro.

Y lo mojo sin querer con unas lágrimas. Mi gato sacude la cabeza para quitárselas de encima.

Sonrío.

Camino sólo unos pasos más hasta los pies de un árbol rodeado de hierba aún fresca. Junto a él se encuentra un pequeño estanque natural. Me siento en la orilla y me deslizo hacia atrás hasta tocar con el tronco del árbol. Me recuesto, la hierba está mullida. Nico continúa entre mis brazos, tranquilo. Me lame un par de veces antes cerrar los ojos para descansar. Su pelaje es suave como el algodón y su cuerpecito está caliente.

Miro el reflejo de la luna en el estanque, las inquietas aguas no mantienen su silueta redonda.

Suspiro.

Rodrigo...

Cierro los ojos y dejo que las lágrimas corran libres por mi rostro. Recuerdo todos los momentos que hemos pasado juntos, sobretodo los primeros, los de la infancia. Son lo mejores. Si estuviese aquí ahora mismo le diría tantas cosas.

Le diría que es libre.

Le diría que se fuese a Salamanca, por lo menos uno de los dos olvidaría al otro.

Le diría que siempre he envidiado su espíritu, independiente.

Le diría que es un bohemio.

Que es mi blandito.

Le diría que no me arrepiento de nada. Y que estos dos últimos años juntos han significado mucho para mí, a pesar del dolor.

Le diría que nunca sería suya si no está junto a mí.

Le diría que adoro su casa.

Le diría que la realidad es cruel y que los libros son muy distintos.

Le pediría que nunca sintiese lástima por mí.

Le diría que lo echo de menos...  

Y le daría las gracias por enseñarme amar.

Pero él no está aquí y no sé cuando lo volveré a ver. Pero sé que, lamentablemente, nunca nada volverá a ser como antes. Es inevitable. Nuestros corazones cambian, con lentitud, sin darnos cuenta como el paso de las estaciones.

Has aportado mucho a mi vida. 

No te olvidaré, nunca me olvido de los que se van...

Sollozo con el brillo de las lágrimas en mi tez y cierro los ojos, ensanchando mi pecho por completo, sintiéndome ascender al paraíso, al descanso después de un largo sufrimiento.

...tú no te olvides de mí.

Recuerda, que te quiero.

Y por fin, después de tanto tiempo, puedo volver a dormir en paz.


Nota: Antes de que saquéis las antorchas y las estacas, decir que falta un capítulo más: el epílogo. Sé que quedan muchas preguntas que responder y cosas que resolver, todo eso lo aclararé en la próxima parte^^ Wow, ya hemos llegado al final, aún no me lo creo pero me reservaré para los Agradecimientos :p No sé qué os habrá parecido este capítulo, ya sabéis que podéis dejarme vuestras opiniones en los comentarios :) Un besito para todos ¡y gracias por haber llegado hasta aquí!



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