LA EMPERATRIZ DE NUEVA YORK

By AlejandraEstherDiaz

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 ¿Qué hacer cuando un caprichoso quiere hacer valer su ley a sangre y fuego, sin importarle los sentimie... More

Capitulo 1. El testamento.
Capitulo 2. La propuesta.
Capitulo 3. Nuevos Horizontes.
Capitulo 4. El inicio de un engaño.
Capitulo 5. Un nuevo empleo.
Capitulo 6. La Navidad más triste.
Capitulo 7. Entre la vida y la muerte.
Capitulo 8. Una decisión dolorosa.
Capítulo 9. Aprendizaje.
CAPITULO 10. TRAVESÍA SENTIMENTAL
Capitulo 10. Error Afortunado.
CAPITULO 11 SECRETAS INTENCIONES.
Capitulo 13. Una Declaración Inesperada.
Capítulo 15. Noche de Insomnio.
Capìtulo 16. Pesadilla en la calle 12.
Capitulo 17. Un trabajo sucio.
Capitulo 18. Se acerca la hora de la verdad.
Capítulo 19. En la boca del lobo.
Capitulo 20. Decisiones.
Capítulo 21. Una sola palabra
Capítulo 22. Reencuentro con el pasado.
Capítulo 23. La Navidad que cambió todo.
Capitulo 24. Adòpteme, por favor.
Capitulo 25. El Nacimiento de una emperatriz
EPILOGO

CAPITULO 12 QUINCE AÑOS DESPUÉS.

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By AlejandraEstherDiaz

El regreso a la base de Alas Delta, se hizo en silencio. La mirada intensa de Ian Carlton Mc Allister iba dirigida a la única mujer que hacia reaccionar todo su cuerpo de varón. Rhiannon Carolyn Ainsworth , cuyo físico no parecia de origen celta ni britano, sin temor a equivocarse su rostro, cabello y figura era mas mediterráneo o latino que europeo. Y era la tercera de las valerosas hermanas Ainsworth.

—Cruce de bengalas, hermana. —comentó Maryland. —Has torturado emocionalmente a ese hombre que lo único que ha hecho es adorarte en silencio.

—Tengo mis razones para ello, Mary. —replicó. —No puedo dejar entrar en mi corazón otro amor si aun no expulso el antiguo. No es justo, para él y tampoco para mí.

—Sigo sin comprenderte. Si es por el "mafioso" que mataron en Pine Haven, hace quince años, yo hace tiempo hubiera sacado esa alimaña de mi alma. Además era un tipo casado. Ahí no había nada que hacer.

—Lo siento, yo no puedo. No hubo palabras, bastó para que yo no pudiera mirar a nadie mas. Y para colmos, Ian se le parece como a una gota de agua. —la desesperación en su voz era evidente. —Hasta en la sonrisa. Nunca creí aquello de que en cualquier parte del mundo hay un gemelo tuyo, hasta ahora.

—Rhia, eres una de mis hermanas favoritas, la única que no tuvo miedo de saltar el charco para ayudarme con las chicas. Por eso quiero que al menos, le des una oportunidad de acercarse a ti.

Maryland se paso al puesto al lado del almirante, dejando sola a su hermana. Ian se levanto de su asiento y fue a ocupar el que estaba libre al lado de Rhiannon.

—Una vez más, como hace quince años. —y rodeo los hombros de la mujer con la confianza de quien sabe el territorio que pisa. Y se acercó algo más para que ella sintiera el calor de su piel y el aroma de su colonia. Aspirando con placer el perfume del splash que llevaba puesto aunque disimulado con el olor a engrudo del camuflaje.

—Por favor, Ian, no me provoques. —replicó intentando dominar el temblor de su cuerpo cada vez que éste se acercaba. Este hombre la hacía perder el dominio sobre si misma. Lo único que sacó fue una risa sensual y grave.

—Estás temblando, Rhiannon. —murmuró casi cerca de su oído. —Es maravilloso saber que hay cosas que no cambian.

—No estoy temblando. Solo tengo algo de frío. —se acercó más para que lo sintiera. Aun tenía buen cuerpo, los musculos se marcaban en los sitios justos. Obviamente era un hombre que se cuidaba.

Aquel trayecto fue una tortura, el hablándole suavemente al oído y ella intentando controlar una catarata de emociones que venía resistiendo desde hacia quince años, en que se vieron en una sala de baile en Hong Kong, que llamaban "El Barco".

Alli los presentaron sus respectivas familias. El era de los pocos solteros que existía en el clan Mc Allister. Ella tenia veintinueve años y el treinta y cinco. Estaba de permiso por que era parte del Marine Corps, mejor conocido como SEALS. Con una sonrisa deslumbrante y los ojos azules mas hermosos que habia visto en su vida.

Solo esa noche bastó para que a ritmo de música latina y copas de vino tinto, única bebida que tomaban las chicas Ainsworth, su corazón quedara prendido de unos ojos chocolates con fuego latino en su interior.

Llegaron. Magdalena al ver que sus compañeras llegaban, bajo a recibirlas, luego de dormir por casi siete horas.

—¿Te encuentras bien, Yadira?

—Nada roto, prima, hubo bajas por parte de la gente que estaba en la sesión fotográfica. Marceline Mercier y tres colaboradores más. —informó —Ellos están bien, gracias a Dios. Me hubiera gustado que todos salieran ilesos.

María Alejandra pensaba lo mismo. ¿Cuánta sangre se derramaría para lograr que los militares salieran del poder? Hasta donde llegaría el sacrificio de tantas mujeres jóvenes como ella y no tan jóvenes como Alicia, Damaris Patricia, Byrdie, Marta Michelle, y Rhiannon. Quienes no vacilaron en dejar en cada entrenamiento un pedazo de su corazón y un jirón de su juventud.

Rhiannon se dirigió a la biblioteca. El casco que llevaba puesto le estaba salcochando la cabeza, y las palabras deslizadas en voz baja, grave e intensamente seductora, le retumbaban en el interior. No la habia olvidado, era un hecho tan cierto como una sombra en la pared.

Ian la siguió con la mirada. Edghill miró divertido a su hermano. Se llevaban siete años entre sí. Y sabía que era un romántico incurable. Se había fijado en la hermana más difícil del matriarcado Ainsworth.

—Hermano, todavía tristeando por la dama de acero del clan Ainsworth. —movió la cabeza. —Ni me digas, tu expresión es tan reveladora, solo que tendrás que esperar sentado que te corresponda.

—Se quien es el fantasma a que me enfrento. Un abogado millonario que se hizo rico trabajando para los grandes del crimen organizado. Con una mujer fatal y cabrona, que hacía que más de cuatro quisieran matarlo para quedarse con la plata y con ella.

—Y esa clase de mujer no te va. Lo sé, hermano. Nuestros destinos están en la mirada de una Ainsworth justiciera.

—Ardo por tenerla aunque sea una vez en mis brazos. —Confesó apasionado — La deseo desde que la conocí en Hong Kong, pero no para un desliz de una noche, quiero ver ese dulce rostro durmiendo a mi lado toda mi vida.

Quince años desde aquel evento en EL BARCO. Edghill conocio a Mary en el mismo evento que él, tenían igual tiempo de andar tras ella, ofreciéndole mi protección, cariño, amándola en silencio. Unos años hermosos, de los cuales tenían gratos recuerdos.

—No más de lo que deseo yo. Vamos a descansar, ha sido un dia pesado.

—Si, necesito tomar una ducha larga y tibia, para acostarme a descansar y felicitarme porque, una vez más vuelvo a ver al amor de mi vida.

Maryland confrontaba a su hermana, la conocía bien. Desde aquel desafortunado amorío platónico con Warren Evans se había convertido en una ermitaña.

—Ian sabe como descontrolarte, Rhia. —sonrió divertida al ver el rostro de su hermana, se había ruborizado pese al camuflaje.

No lo niego. Pase un mal rato en el trayecto de regreso, el casi encima de mi costado susurrándome cosas al oído.

—Puedo suponer qué fue lo que te murmuró al oído. Rhiannon, nunca me he metido en tu vida sentimental, siempre has sido tan autónoma como yo. Lo único que te pido es que borres de tu cabeza un hombre que solo existe en tu cabeza. El verdadero Warren Evans puede hacer que te aterrorices.

No era una blanca paloma, lo sé, para tener esa casa que tenia habia que hacer cosas que no eran del todo legales. —se acercó a la ventana desde donde se veía la impresionante ciudad de Panamá durante la noche. El área donde estaban era el que sería llamado Centro Bancario Internacional. Y coto de lucha del civilismo que se oponía al régimen militar. —No dudo que la cabrona que tenia al lado le exigia que le diera vida de reina.

—Y tu eres una reina, hermana. Reina de verdad, todas las Ainsworth lo somos. No necesitamos venderle el alma a nadie para tener lo que tenemos. Un matriarcado de casi cincuenta años.

—Historia de sacrificio, sangre, entrega y compromiso. Mamá y abuela nos educaron bien, para no ser alfombra de ningun hombre. Y no cualquiera nos sigue el paso. Nos educaron para ser pareja de un tipo de hombre que solo hay entre los Mc Allister.

Rhiannon se puso seria de repente. La imagen del escocés de cabello castaño y ojos azules que encantaban a la que le mirara, se hizo presente en su recuerdo. Y el de un lejano dia a mediados de la década del setenta. Un restaurante y sala de baile, eran los años en que se iba alejando el flower power de la era hippie y beatnik para entrar con fuerza el ritmo contagioso de la música disco con la emblematíca película Saturday Night Fever y la dinámica Grease.

El tenia treinta y cinco años, acababa de llegar de una de las bases militares en el Pacífico Sur y ella tenía veintinueve, recién graduada de Leyes, una belleza morena e intensa que no pasaba inadvertida. Las mujeres del clan Ainsworth eran todas de cabello negro o castaño, nunca hubo una rubia frágil e ingenua. Y tampoco abundaban los ojos azules ni verdes, los de Maryland eran negros y profundos como el terciopelo. Y los de su hermana, chocolates como el profundo color de las barras oscuras de esa golosina.

Entre botellas de vino tinto y música latina, el comandante Ian Mc Allister quedo rendido a los pies de la licenciada Ainsworth. Quince años pasaron para que se volvieran a ver. El con cincuenta años y ella con cuarenta y cuatro. Y en diferentes circunstancias.

—Ian es harina de otro costal. No lo compares con él —replico algo molesta. —Quiero recordarlo como ese día en aquel restaurante. Aunque estuviera acompañado, no esa cosa tan fea que fue su muerte. Voy a bañarme y tomar un té para acostarme a dormir.

Y asi lo hizo. Se asomo a la ventana. A esa hora, no habia nadie en el area social. Suspiró, el llego tan cansado como ella. Y sabia que de no estarlo, hubiera usado alguna de las facilidades del edificio.

Y lo vio justo en la piscina frente a la habitación de la mujer. Pese a estar en los cincuenta años, todavía era atractivo y sexy. Ella le observó. No había cambiado, la mayoría de los integrantes del Marine Corps eran soldados de alto rendimiento, tanto en el campo de batalla como en la vida civil.

Lo vio entrar a la piscina, a esa hora, el agua estaba de una temperatura agradable, ni fría ni caliente. Nadaba con agilidad, fuerza y coordinación, como todo atleta. Al salir se percató que lo observaban, y la vio. Sonrió, la saludó con la mano y le tiró un beso.

Ella se aparto de la ventana, se quitó el jacket la camiseta y entro a la ducha a bañarse. El agua tibia y el gel de baño de Victoria Secret la relajó por completo. Pensaba que tendría que hacerle frente a este admirador que en silencio se habia mantenido cerca de ella por espacio de quince años.

—Ya no puedo seguir esquivándolo. El recuerdo de Warren se desdibuja cada vez más en mi mente. Encima mi hermana sabe algo que yo ignoro de él. —se dijo pensativa, mientras se enjugaba. — Y no me lo quieren decir.

Saco de su maleta un libro. Era afecta a las novelas de misterio y suspenso. Intentó concentrarse en la lectura, sin éxito. Las emociones de instantes anteriores la dejaron seca de sueño. Y no le parecía.

Volvio a la ventana. El no había salido de la piscina. Sabía que era un tipo sensual, sexy, varonil y sobre todo, con ese atractivo peligroso que tienen los SEALS. Al verla, se dio cuenta que ella no podía dormir.

Le hizo señas para que saliera al balconcito de la habitación. Ella salió y le gritó desde donde estaba.

—Baja, princesa, la noche esta preciosa. —Sonrió —Yo tampoco tengo sueño.

¿Como hacerse de rogar? A hombres como Ian Mc Allister no se les hacia esperar. Se puso un pantalón corto, un suéter con mangas, sandalias y recogió su cabello con una liga, se roció algo de splash de baño, bajó al área social, donde estaba la sala de gimnasio, tanto para ellos como para ellas.

Lo vio sentado en una de las sillas reclinables para tomar sol durante las horas de la mañana y de la tarde. En la noche, usaban más el área de las piscinas climatizadas y los jacuzzis. Aun la hacía sentirse extrañamente tonta como hacia quince años atrás.

—Qué lucha para verte a solas sin tanta gente alrededor nuestro. —sonrió al verla sentarse en la silla reclinable frente a él.

—Me sentía algo cansada, las emociones del dia y la noche fueron demasiado. —comentó con un suspiro. —Ya no estoy de veintitantos para tanto ajetreo. Al menos pudimos evitar que pasara algo peor con ustedes.

—Esto tiene cara de ponerse cada vez peor —afirmó —Es solo el inicio, princesa.

—Estamos casi a dos meses de finalizar el año 1988, el próximo año es electoral. La mayoría de las chicas serán jurados de mesa electorales o representantes de partido. No pueden dar a entender lo que son, estando las cosas como están.

—Chicas en riesgo social. Edghill me conto algo de eso. —Se puso serio —No entiendo a los familiares de estas chicas. Yo con una hija así estaría orgulloso.

—No toda la gente pobre quiere dejar de serlo. Hay gente que se conforma con vivir mal o con vivir pésimamente. Que escudándose en la miseria medran con la promiscuidad y la esclavitud.

—Y el vicio. Mary me contó que en algunas casas no hay para medicinas ni alimentos, pero si para cerveza, cigarrillos y fármacos.

—La educación es para ellos un lujo caro, algo que solo pueden tener los ricos, no ellos. Y menos las hijas.

—No les conviene. Si tienen acceso a la educación, salen de la marginación. Rompen con la cadena de abusos, poniendo en su sitio a los seductores profesionales que usan mucho la labia, cuando en el fondo nada de lo que ofrecen lo tienen realmente.

Rhiannon se acerco al barandal que hacía las veces de balcón. Ya se escuchaban los aires del mes de la Patria en Panamá. En treinta y dos días más o menos, estarían en diciembre, el mes más tierno del año. Y el más triste para muchas de las chicas.

—Hay varias que tienen a sus familiares en el Instituto Oncológico. Casi la mitad de cada uno de los grupos, hasta ahora hay diez, no dudo que salgan más de aquí al otro año.

El salio de la piscina y se acercó a ella. Era el momento para las confidencias intimas y para descubrir sentimientos. Rhiannon sintio que las corvas se le aflojaban al verlo así. Pese a sus casi cincuenta años, todavía tenia ese cuerpo de atleta que tanto atraía a las chicas. Aunque solo quisiera ser el centro de atención de una.

—Creo que debo volver a mi habitación. —repuso ella, algo nerviosa al sentirlo cerca. —Ya casi son las tres de la madrugada, mañana debo levantarme temprano.

—No voy a dejar que huyas de mi otra vez. —la atajó suavemente por un brazo. —Eres valiente para salvar mi vida y rifártela por mi, pero no te atreves a decirme cuales son tus verdaderos sentimientos.

—De modo que por eso me invitaste al area social. —comentó con suavidad, mirando a su alrededor, estaban completamente solos ante un edificio que a esa hora dormía. —Tramposo como siempre.

—En la guerra y en el amor, todo se vale, querida. Te he esperado por quince años para definir nuestra situación. Rhiannon, sabes que te amo.

La morena lo miró. Hacia tiempo que sabia que no le era indiferente, solo que antes de que supiera semejante verdad, caminaría sobre brasas encendidas. Y su presencia semi desnuda no ayudaba nada a su propósito.

—¿Debería creerte? —lo cuestionó —Ian, eres un tipo que todas persiguen, buenas y malas, las ultimas son mayoría frente a las primeras. ¿Por qué yo, precisamente?
—Mi imagen de mujeriego, no me ayuda mucho, al conocerte estaba hastiado de todo, estuve a punto de casarme con una cabrona parecida a la mujer de Warren, que llegó hasta a matarlo. Solo que yo no fui tan tonto para creer que me amaba. Y la que estoy seguro de que me ama, no me lo dice por orgullo.

—Piensa lo que quieras, solo yo sé cual es la verdad de mis sentimientos. Y no voy a decirte cuál es. —Suspiró — Buenas noches, Ian. Qué descanses. —Se soltó suavemente de la mano que apretaba su brazo. Se dirigió al elevador que la llevaría al cuarto piso.

—Un dia me dirás que me amas. Y será cuando estés a punto de perderme. Rhiannon, esto apenas empieza. Y yo soy paciente, muy paciente.

********

Rhiannon se levantó temprano para dirigirse a la cocina a ayudar a Lucrecia, quien se afanaba en aquella hora para hacer el desayuno para todas las chicas que estarían en el comedor dentro de una hora más o menos.

—Pero, señorita Ainsworth, usted no debe ocuparse de esto. —protestó Lucrecia al verla ponerse un delantal sobre el jean que llevaba.

—Lucrecia, me gusta ayudar al lugar donde voy, no se me caen las sortijas por meterme a hacer un café o preparar unos emparedados.

Y así lo hizo, cuando más entretenida estaba, llegaba Ian, de su carrera matutina, como buen oficial de fuerzas especiales. El suéter que llevaba puesto, se pegaba a su torso como un guante a la mano. Y el aroma de su colonia se mezclaba con su sudor, haciendo un excitante contraste.

—Buenos días, Rhiannon. —sonrió al verla. —Siempre metida en la cocina.

—Lo hago porque me relaja y me encanta. No soy tan inútil como creen. El que cocine y prepare almuerzos y desayunos no hace que se me caiga la corona ni se me caen los anillos por ello.

Una hora después, el comedor estaba lleno. Yadira llegó poco tiempo después. La noche anterior fue sumamente accidentada, casi no había dormido, tenia dolor de cabeza.

Y lo vio, Kurt llegó de su carrera matutina mucho antes de que hicieran el desayuno: Llevaba una camisa celeste y un pantalón color arena, que resaltaban su rubio físico. Al verla le dedico una provocativa sonrisa y una mirada incendiaria.

—Empezamos pronto, niña, te acaban de enviar tu primera bengala. A ese no vas a poder darle esquinazo. Esos europeos son insistentes cuando la chica les gusta. Y los austriacos son de los que no revelan sus sentimientos si no están seguros de ser asumidos.

—Con eso, me asustas más, Lucrecia —replicó Yadira poniendo cara de alarma. —Ya de por si se esta convirtiendo en un mal necesario.

Lady Maryland y Lord Edghill llegaron al comedor. Todas se pusieron de pie, en señal de respeto.

—Señoritas, hoy tenemos una exhibición especial. Lo que llamaremos "Talentos desperdiciados" Sabemos que algunas de ustedes tienen habilidades especiales, canto, baile, deporte, gimnasia rítmica y danza gimnasia como le llamamos. Eso será en el area social del edificio, donde tenemos una gradería para que puedan estar sentadas, ellos estarán en un area especial donde podrán verlas.

—Cuánto va que es donde están los privados, o sea los jacuzzis donde ponen a más de cuatro de nosotras en el banco de los acusados. Me temo que tendremos que mostrar mas que habilidad, autocontrol emocional.

Bajaron al área social. Miodrag sabía que tendría que compartir un jacuzzi con varios de sus compañeros, eran cuatro. Y una amplia pista. Todas a la expectativa ante lo que pudiera pasar, nerviosas. En el centro de la pista, un tinglado de boxeo.

—No me diga que a mí me toca de primera. —dijo con gesto de temor.

—Es una pequeña demostración de lo que ya sabes, en ese tinglado se dramatizará lo que fue tu vida antes de nosotras y después. —explicó Alicia. — Y si es por él dejalo que se descontrole

Inicio la exhibición con Magdalena que subió con protectores de cabeza, rodilleras y guantes de boxeo. El tema musical era el de la emblemática película Rocky

Rhiannon se sentó en una de las gradas, cerca del jacuzzi donde estaba Ian. Observaba el desarrollo de la dramatización. En la primera parte de la presentación tenía que dejarse vencer, golpear, dramatizando la vida que llevaba antes del comando, en la segunda y ultima, se levantaría a pelear derrotando a la adversaria que tenia al frente, usando todas las habilidades que le enseñaron en Isla Naos.

Magdalena no podía evitar mirar hacia donde estaba Miodrag, que la contemplaba provocativo, pensaba que en cualquier momento se levantaría de donde estaba, mostrando la razón de que le tomaran aquellas fotos procaces.

La dramatización hizo que este casi se levantara al verla en malas condiciones, en la segunda parte salio la verdadera Magdalena, la que aprendió a defenderse y a contraatacar. Los que observaban la pelea, que sabían de boxeo, cuchicheaban por lo bajo

—Esa gana, tiene maestría para boxear, la otra es un bulto. —comento Callum, al ruso que tenia al lado, la contrincante de Magdalena era la ilusión romantica de Ilya, Anabella De Castro Sánchez. En la ultima parte de la dramatización Miodrag se preocupo tanto que casi se levanta.

—No hagas eso, la desconcentrarás. —advirtió Edghill que llevaba uniforme de entrenador, pantalón largo de deporte, sueter polo y un silbato al cuello. —La idea es que sepa que estas ahí, que te vea sonreírle, que le guiñes ojos, y todas esas coqueterías que les hacemos a ellas para hacerles saber que nos gustan. No que te levantes para que vea cual es la razón por la cual la fotografa aquella quería tener sexo contigo.

—Miren, miren. Se acerca el coach de Magdalena, esa es Maryland. —observo Marialex, quien veía la pelea con preocupación. Su amiga y Anabella eran de las pocas que sabían Krav Maga, al igual que Angelina del Carmen Valladares Marín, ilusión romantica de Norman Solum.

Despues de unas breves palabras al oído, la campana suena y Magdalena sale a pelear el siguiente asalto, persiguiendo a su contrincante por todo el ring, amarrándolo en el centro, pegándole en la parte media del cuerpo, acorralándolo contra las cuerdas, hasta que un demoledor jab de derecha hace tambalear a Anabella haciéndola caer boca arriba en el ring, el arbitro se acerca y da por terminada la pelea, alzándole el brazo a Magdalena, mientras la campana vuelve a sonar.

Todos aplaudieron la dramatización, Miodrag sonrió y ella levantó los brazos al cielo, agitando los puños. Esa era la mujer que no temia a nada, que se entrentaria a quien tuviera que enfrentarse.

—Bien hecho, campeona. —dijo Rhiannon quitándole los guantes a Magdalena, esta habia sido su pupila en las clases de boxeo, krav maga y artes marciales. Y se sentia orgullosa del resultado. Tanto ella como Anabella eran sus orgullos en cuanto a entrenamiento de pelea. Ella era una mujer femenina, pero si tenia que poner fuera de combate a un enemigo, lo haría con la fuerza de sus puños.

El segundo numero fue para Sofia Corro, que dio una demostración de gimnasia rítmica al son de música clásica. Un mix de Johann Strauss y Mozart. Simón Trenton, uno de los agentes secretos británicos con una fama igual a la de Bond, se mostro coqueto y provocador. Sofia hizo evoluciones de piso, casi de ballet.

—Alli ven un talento desperdiciado. Sofia con clases de ballet hubiese sido prima ballerina en el ballet Nacional, compartiendo tablas con Dame Margot y Alicia Alonso. Solo que la tozudez, violencia y crueldad de su familia la llevo a estar con nosotras. —la señaló —Gracia, feminidad y destreza. Una combinación devastadora.

Luego de ella, le toco el turno a Maria Alejandra, quien uso para su danza gimnasia una canción muy ochentera. El tema de una película llamada Fame (Fama) interpretada por Irene Cara. Callum aprovecho para descontrolarla, alzando las cejas y sonriendo de modo sexy y provocativo.

—Esta es como el granito, la música la lleva en la cabeza. —observo Rhiannon. —nada la saca de su número. Y este chico se esta gastando en coquetería.

—Miradla, ella tambien le provoca, se ha doblado hacia atrás en el piso haciendo gala de maestria en el baile. Dudo que debajo de esa espuma, algo esté tranquilo viendo tanta feminidad.

—No seas decadente, Ian, la pondría en vergüenza. Y eso si que la desconcentraría.

—Ese muchacho debe estar quemándose bajo esa espuma. No es un faquir, es un hombre con sangre en sus venas, si la bailarina le gusta, peor es la cosa.

Luego les toco el turno a las demás chicas que serian parte de esa exhibición de talentos, con canto incluido. Uno de los últimos turnos fue para Yadira Carolina, que se especializaba en los ritmos latinos. Eligio una salsa muy setentera de la guarachera de Cuba, Celia Cruz. El ritmo pegajoso y rápido de Kimbara, Kimbara, la contagió de fuerza y energía.

El austriaco estaba mirándola hipnotizado. El ritmo de la salsa caribeña era contagioso, cálido, sensual, para la que supiera bailarlo con sentimiento y pasión. No era para gente tímida ni apocada, aunque los que sufrieran de timidez escondieran su verdadera personalidad detrás de los pasos.

La presentación terminó despues de las cinco de la tarde. Magdalena se habia quitado los guantes de boxeo y los protectores de cabeza.

—Muy buena exhibición, Madeleine. —se acercó Miodrag con un batin blanco puesto. Ella llevaba todavía el short y el sueter sin mangas que revelaba unos brazos femeninos torneados por el ejercicio constante.

—Es lo que me enseñaron para enfrentar cualquier posible atentado que quiera afectarle, comandante Steinberg.

—Qué formal, creo que debíamos tutearnos, vamos a estar mucho tiempo cerca el uno del otro. No es justo que tengamos un trato tan impersonal y protocolar.

—No puedo tratarlo de otro modo, comandante, se que nos conocimos en circunstancias poco usuales, lo acepto, pero de ahí a dejar que me seduzca, es otra cosa.

—Nadie ha hablado de seducción. Yo no me aprovecho de la vulnerabilidad de una mujer para obtener lo que deseo. —manifestó algo molesto. — Siempre fui hombre de tener afectos voluntarios, la que viene a mis brazos será porque me desea y porque me ama, no a la fuerza.

Magdalena intento alejarse, pero Miodrag era terco y determinado. No iba a dejar que se fuera con un mal concepto de él.

—Tal vez mi fama de mujeriego no ayude mucho, pero quiero tu amistad sincera, y lo demás dejémoslo al destino.

No supo que fue, al mirar aquellos ojos verdes con reflejos azules, sintió que era sincero en lo que decía. Para ella el amor significaba peligro, desde lo que le ocurrió con Franco, con él, no sabía definir qué era realmente. Y eso le atemorizaba mucho.

—Perdóname si te ofendí, Madeleine. No volveré a hacerlo.

—Mi perdón cuesta ganarlo, comandante, usted lo sabe. Buenas tardes. — Salio del área social dejándolo allí, con el sabor agridulce de haber ganado una batalla, pero perdido mucho más.

—¡Maldito Franco del Vasto Navarro! Tu recuerdo hace difícil conquistar a la mujer que me interesa, pero te venceré algún día. No importa lo que me tome hacerlo.

Y saliendo del jacuzzi, se dirigió a los vestidores a cambiarse.

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