Trust ©

By FlorenciaTom

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Alia Mcgregor fue expulsada de la escuela que está localizada en Oregon, Estados Unidos. ¿Motivos? Problemas... More

Prólogo.
Capítulo 1.
Capítulo 2.
Trust: Vídeo presentación.
Capítulo 3.
Trust: Vídeo presentación II
Capítulo 4.
Trust: Video presentacion III
Capítulo 5
Capítulo 6.
Capítulo 7.
Capítulo 8.
Capítulo 9.
PRÓXIMAMENTE: Distrust
Capítulo 10.
Capítulo 11 (Parte 1).
Capítulo 11 (Parte 2)
Capítulo 12.
Capítulo 13.
Capítulo 15(parte 1)
Capítulo 15 (Parte 2).
Capítulo 16.
Se viene...
Agradecimientos y Distrust.
Distrust.
PRÓLOGO DE DISTRUST
Trailer de la Saga Trust.
HISTORIA COMPLETA
A la mierda la gente
Trust NUEVA VERSION

Capítulo 14.

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By FlorenciaTom


La estridente carcajada de Jack reverberó al otro lado del teléfono, resonando en mis oídos y dejándome prácticamente aturdida. Su repentina llamada me había tomado por sorpresa, y la pregunta "¿Cómo has estado, Alia?" resonaba en el aire, teñida de una extraña mezcla de familiaridad y peligro.

— No sé cómo diablos has conseguido mi número, y tampoco sé cómo te atreves a llamarme. ¿Qué quieres de mí? —mis palabras se deslizaron entre dientes, cargadas de irritación y cautela.

La penumbra de mi habitación se veía alterada por el suave golpeteo de la lluvia en la ventana, creando un telón de fondo acorde al tono sombrío de la conversación que se avecinaba.

— Simplemente quería saber de ti. Desde que nos besamos, no pude dejar de pensar en tus labios —su confesión sonaba sincera, aunque la sinceridad no siempre era garantía de buenas intenciones.

— Olvídate del beso, olvídate de que existo y olvídate de mí para siempre, Jack —mi voz se volvió firme, con un toque de desesperación velado.

Me acomodé en la esquina de mi cama, y afuera, la lluvia comenzaba a arremeter contra la ventana como una sinfonía de la noche.

— Tarde, pelirroja. Ya estás en mi mente.

— ¡Jack! —mi interrupción fue brusca, reflejando la agitación que comenzaba a apoderarse de mí. Me contenía para no lanzar el teléfono por la ventana.

— Estoy en Newport, ¿vamos a tomar algo? —su propuesta resonó con un tono esperanzado, como si pretendiera que olvidáramos la madrugada que era.

— Jack, son la una de la madrugada —froté mi frente y cerré los ojos, sumergiéndome momentáneamente en un suspiro resignado.

Ya estaba temiendo por mi vida si este loco se encontraba en el mismo sitio que yo. Newport tenia millones de casas y dudaba que encontrara la mía con facilidad.

— Bueno, entonces abre la ventana de tu habitación que voy a ingresar — su propuesta, con esa tranquilidad inquietante, me hizo saltar de la cama, la adrenalina fluyendo por mis venas.

— ¿Dónde estás ahora mismo? — pregunté, pronunciando cada palabra con cuidado, mientras el pánico se acumulaba en mi pecho.

— Abre la ventana y verás, apresúrate que está lloviendo — su voz se desvaneció bajo el estruendo de la lluvia, un velo de misterio ocultando su ubicación.

Me dirigí apresuradamente hacia la ventana y la deslicé hacia arriba, revelando la tormenta que envolvía la noche. La figura de Jack se distorsionaba entre las gotas de lluvia, su paraguas intentando proteger su rostro.

—¡Alia! —Su grito resonó a través de la lluvia.

—¡No grites, imbécil! —repliqué en un susurro, compartiendo mi temor de que alguien más en la casa pudiera escucharlo.

Jack arrojó su paraguas al césped y comenzó a trepar por la enredadera que se aferraba a la pared. Observé con horror mientras sus ágiles movimientos le permitían alcanzar mi ventana. Me aparté, permitiendo su entrada al ático. Aún con el corazón martilleando en mi pecho, alcancé el interruptor y la habitación se iluminó.

El cabello rubio de Jack, ahora empapado, se adhería a su frente, y su rostro goteaba agua. La visión de su figura intrusa en mi santuario personal dejaba claro que mi tranquila noche se había transformado en una pesadilla.

—Hola — susurró, una sonrisa tímida asomándose en sus labios mientras comenzaba a despojarse del inmenso camperón que llevaba, arrojándolo al suelo.

Observé su entrada al ático con una mezcla de inquietud y fastidio. La atmósfera se cargó con una tensión palpable mientras él se liberaba de la prenda, y su presencia intrusa desafiaba la paz que normalmente asociaba con mi santuario.

—Muy bien, ya has ingresado y estás en mi ático. ¿Qué quieres de mí? — pregunté, ya irritada, y luchaba por mantenerme firme, resistiendo la tentación de perderme en sus hipnotizantes ojos azules.

Jack, cruzando los brazos sobre su pecho, murmuró con solemnidad:

—Sé lo que eres.

Mis sentidos se agudizaron de inmediato ante esas palabras. Quedé estupefacta, como si el tiempo se hubiera suspendido y la habitación estuviera cargada con la electricidad de lo desconocido. 

— No te comprendo.

Esperaba, con un dejo de desesperación, que no fuera lo que estaba temiendo en mi mente en ese momento. Era mejor fingir demencia.

—No te hagas la estúpida. Soy igual que tú — se acercó con cuidado, y yo me aparté como un animal asustado—. En el avion fuiste evidente.

La revelación dejó una huella profunda en mi interior. Hijo de puta.

 ¿Cómo podía estar segura de que sus palabras eran ciertas? Y, sobre todo, entendía a qué se refería. El secreto que guardaba con tanto celo, mi verdadera naturaleza, ahora estaba amenazado por la presencia de este desconocido que afirmaba ser mi igual.

—Demuéstramelo.

Nos sostuvimos la mirada en silencio, un aura de expectación flotaba en el ático. Jack elevó la mano lentamente, sin apartar sus ojos azules de los míos. La habitación estaba cargada de electricidad, y el oso de peluche que Thomas me había regalado, reposado sobre la cama, comenzó a levantarse misteriosamente. Instintivamente, mis manos fueron a parar a mi boca, mientras observaba atónita la escena que se desarrollaba frente a mí.

Él era como yo.

Un caleidoscopio de emociones cruzó mi mente. Por fin, había encontrado a alguien que compartía y entendía la carga de tener un Don. La soledad que me había acompañado se disipó en un instante, reemplazada por una sensación de alivio y emoción.

El oso flotó en el aire, suspendido frente a mí. Una sonrisa de asombro y felicidad se dibujó en mi rostro. Era asombroso. Simplemente, no podía creerlo. La revelación de la existencia de otro ser como yo llenó mi corazón de esperanza y conexión.

—Ese día en el avión, quedé asombrado por tu capacidad y el fuerte desarrollo de tus habilidades. Me tomé la molestia de investigar lo que causó la turbulencia, pero nadie pudo darme una respuesta clara —Jack compartió su recuerdo mientras se acercaba lentamente—. Tu reflejo caótico en los ojos y la forma en que reaccionaste, es como ver mi versión femenina frente a mí. La manera en que te defiendes y esa frialdad hacia la gente... es como si estuviera viendo una parte de mí mismo.

Esta vez no me aparté. Tomé el oso de peluche y lo abracé con fuerza. No iba a abrazarlo a él, preferia estrechar al peluche.

—Alia, mirame.

Yo levanté la vista y mis ojos se encontraron con los suyos una vez más.

—¿Puedo abrazarte? —me preguntó.

—Que seamos iguales no significa que puedo confiar en ti. 

Su sonrisa se desvaneció poco a poco y terminó asintiendo con la cabeza, aceptando mi rechazo. Bueno, no era rechazo pero a estas alturas no me apetecia a abrazar a otro chico que no sea Thomas.

—Pero lo que sí puedo ofrecerte es que no salgas con esta lluvia y te quedes a dormir—le ofrezco.

Jack vuelve a sonreir, aceptando mi propuesta.

—Bien, eso me gusta más que un abrazo.

Los dos nos quedamos tumbados en mi cama, contemplado las gotas de lluvia que golpeteaban la ventana del techo. Jack yacía en la cama con una presencia natural y relajada. Su cuerpo musculoso destacaba sin esfuerzo bajo la piel, emanando una sensación de vigor y vitalidad. El cabello rubio, ligeramente despeinado, añadía un toque juvenil a su apariencia.

Los ojos claros, fijos en el techo, reflejaban una profundidad serena. La piel, suave y luminosa, absorbía la luz de la habitación, realzando su atractivo natural. En su descanso, Jack exhibía una confianza inherente, creando una presencia magnética que invitaba a contemplar su simple pero innegable atractivo físico.

—¿Conoces a otra persona que sea igual que nosotros?

—No.

—¿De que familiar lo has heredado?

— De mi abuela, ¿y tú?

— De mi abuelo.

Jack giró su rostro hacia mí, y su aliento tibio rozaba mi cuello, creando una sensación peculiar. La atmósfera en la habitación se volvía más densa, como si estuviera cargada de una energía que no podía definir. Estar con él generaba una extrañeza que no lograba comprender del todo.

— ¿Cómo conseguiste mi número y cómo encontraste la casa de mi tía? —le pregunté, tratando de desentrañar el misterio que rodeaba su presencia. 

Jack se removió incómodo en la cama antes de responder.

—Te seguí. Cuando te ofrecí mostrarte el lugar y te negaste, decidí seguirte. Tomé el mismo tren que tú e incluso te seguí en un taxi. Después, cuando pensé que esta era la casa de tu tía, me retiré.

Carajo.

— Sabes que podría denunciarte por acoso, ¿verdad? —le señalé, tratando de poner límites a su intrusión. Su respuesta fue un susurro dulce que me estremeció.

— Sé que no lo harás.

— ¿Dónde estás viviendo ahora? —Me volteé, apoyando mi mejilla sobre la palma de mi mano, observándolo con atención. 

Quería entender mejor quién era este chico y por qué había irrumpido de esta manera en mi vida.

Ahora que me daba cuenta, era el primer chico que se acostaba en mi cama, claro, sin contar a mi mejor amigo cuando dormíamos juntos pero sin que pasara nada. Por Dios.

—Una amiga tiene un departamento en el centro y los dos vivimos allí ahora—Jack se colocó en la misma postura que yo y los dos nos observamos a los ojos.

Ahora que me daba cuenta, era el primer chico que se acostaba en mi cama, claro, sin contar a mi mejor amigo cuando dormíamos juntos pero sin que pasara nada. Por Dios.

—Una amiga tiene un departamento en el centro y los dos vivimos allí ahora—Jack se colocó en la misma postura que yo y los dos nos observamos a los ojos.

Cuando creí que todo estaba perdido, cuando pensé que me encontraba sola en este mundo, que al que quizá no pertenecía...viene él y me dice que es como yo.

¿Saben lo que significa eso para mí? Era la primera vez que no me sentía la única criatura rara en este mundo. Aunque nuestra conexión se formó en circunstancias extrañas, encontré un atisbo de comprensión en sus ojos. La soledad que me había abrazado durante tanto tiempo parecía disiparse lentamente..

—¿Qué sientes cuando utilizas tus manos? —le pregunté en voz baja, no era necesario hablar en voz alta.

Nos encontrábamos tan cerca. La lluvia se oía tan lejana y tan cerca a la vez. Los ojos curiosos de Jack se posaban en los míos en un intento de entenderme e incluso, empezaba a no resultarme incómodo su mirar.

—Siento que si soy capaz de hacer eso...soy capaz de conquistar el universo — bromeó él, con una sonrisa juguetona.

—El sentimiento es mutuo—respondí con una risilla tímida.

— ¿Tienes novio? —me preguntó con curiosidad, y yo me tumbé otra vez de espaldas, sin saber qué responder.

—Eso no voy a responder.

Se echó a reír mientras tenía reposada la cabeza en una de sus manos. Su brazo, flexionado, la sostenía. 

—Vamos, dime.

—No puedo decir algo que no se sabe con claridad.

—¿Te topaste con el tipico chico que no sabe lo que quiere? Eso es jodido.

—Es más grande que yo y tiene chicas interesadas en él. Ese es el estupido problema—admito, apenada—. Y sí, tampoco sabe lo que quiere o no me dice nada relacionado a eso.

—Creo que seria mejor que le cortes el rollo y busques a alguien que de verdad apueste por ti, Alia—me dice.

—Pero ese idiota tiene algo que no sé qué...—me quedo pensando en qué decir pero me frustra no poder encontrarlas—. Dejé de tener ojos para otras personas porque él se me plantó en la vida como si nada.

Jack suspira como si me entendiera, pero no dice nada. Solo oímos el golpeteo de la lluvia que poco a poco va calmando su andar.

—Creo que deberíamos dormir.

Entonces lo miro espantada.

—No, eso no —me siento en la cama—. Me caes bien, Jack, pero creo que deberías irte. La lluvia se está calmando.

—No vas a dejarme como perro mojado en la calle, ¿verdad? —sus ojos se oscurecieron—. Porque puede que descienda a tu jardin y se parta el cielo otra vez con esa lluvia horrible.

Después de vacilar un instante, me decidí.

—Bien. Tú ganas sólo porque tengo sueño y no me apetece gritarte pero, dormirás en el suelo.

Me puse de pie para acomodar un poco mi lado de la cama mientras él seguía acostado.

—Puedo asegurar que tu cama es más cómoda que el suelo.

—Si continúas insistiendo, te haré dormir en el techo, y yo cumplo con lo que digo —le advertí, mientras me metía en la cama enfadada por su comportamiento—. Hay un colchón detrás de ese mueble y tienes sábanas y un edredón en aquel ese mueble —apunté a ambos lugares y él se puso de pie, fastidiado.

Moldeé la almohada para que se hiciera más esponjosa y llevé el peso de mi cabeza hacia ella. Suspiré ruidosamente y me obligué a cerrar los ojos.

Un fuerte ruido que provino del techo me hizo sobresaltar. Me senté en la cama rápidamente con el corazón en la boca, y Jack seguía parado pero con la vista en el techo, igual de asustado que yo. Miré por la ventana del techo y ahogué un grito al ver una silueta masculina bajo la lluvia. 

No podía notar su rostro; todo estaba tan oscuro que solo podía distinguir la forma de la cara y su contextura. Jack subió rápidamente arriba de la cama y se plantó delante de la cara masculina. Habia alguien en mi puto techo. Pegué un grito en cuanto Jack me pisó las piernas por accidente.

Jack y yo quedamos en silencio, observando la oscura noche que se extendía más allá de la ventana del techo. La lluvia continuaba su danza constante, y el viento agitaba las ramas de los árboles cercanos, creando una sinfonía de sonidos que llenaba la habitación. La adrenalina de la situación nos mantenía alerta, y un escalofrío recorrió mi espalda.

—¡¿Quién diablos eres?! —gritó Jack a través de la ventana, pero la silueta en el exterior no mostró ninguna reacción.

Movido por una mezcla de frustración y determinación, Jack comenzó a golpear el vidrio con puños para espantar a la persona que estaba acechando sobre nuestras cabezas. Aunque sus golpes resonaban en la habitación, el rostro desconocido se mantuvo imperturbable.

Decidido, Jack bajó de la cama y se dirigió hacia el ventanal por donde él mismo había ingresado. Corrí tras él y lo sujeté del brazo, anticipando cualquier intento imprudente.

—¡No vas a moverte de aquí! —le advertí, manteniendo firme mi agarre mientras él dudaba frente a la ventana.

Jack, a regañadientes, desvió la mirada de la ventana para ver si el hombre aún estaba presente. Ambos buscamos con la vista, pero la silueta  ya no se encontraba allí.



La mañana siguiente, al sonar el despertador para ir a clases, noté que Jack ya no se encontraba en su cama. Seguramente, sus preocupaciones sobre el misterioso hombre vigilante persistían en su mente porque en la mia sí estaba pasando eso. Al levantar el colchon de una plaza de dormir para guardarla en el ropero, descubrí una nota doblada.

"Gracias por permitirme pasar la noche contigo y poder protegerte. Hoy a las ocho de la noche pasaré por ti para cenar y seguir charlando las cosas que todavía no hemos charlado. 

Firma: El chico de las manos mágicas que fue rechazado por la pelirroja."

La risa escapó de mis labios al leer la nota. ¿En serio vendría por mí? Aunque la idea de Thomas podría rondar en mi mente, decidí no comenzar el día con esos pensamientos irritantes y decidí enfocarme en lo que tenía frente a mí.

Al terminar de ponerme el uniforme y recoger mi mochila, bajé a la sala y me encontré con Fred al final de la escalera, con los brazos cruzados y echando chispas en sus ojos. Su expresión ya anticipaba una conversación intensa.

—¿Con quién has estado en la habitación anoche? —me preguntó bruscamente.

Mierda.

Debio ser el puto grito de Jack intentando espantar a esa silueta de porqueria.

—Con nadie.

—¡No me mientas!—gritó él.

Me froté la frente con la yema de los dedos, tratando de mantener la calma ante la actitud provocadora de Fred. Descendí por las escaleras, manteniendo la calma, consciente de que esta confrontación no llevaría a nada bueno, pero estaba decidida a mantener la compostura.

Me coloqué frente a él, encaramada en el primer escalón, y le dirigí una mirada desafiante.

—¿Quién diablos eres para gritarme? La única que puede hacer eso es tu madre. Tú ni pinchas ni cortas.

No obtuve respuesta; solo su mirada intensa clavada en la mía. Con un gesto de desdén, lo empujé con mi hombro y, con pasos firmes, me dirigí a la cocina, esperando que entendiera que no tenía tiempo ni energía para lidiar con sus problemas.

—Dime quién estuvo en el ático. Prometo no decirle nada a mi madre —escuché que su tono mejoraba, aunque aún mantenía cierta hostilidad.

Cabron.

— ¿Quieres café? —le ofrecí, intentando cambiar el enfoque y desviar su atención.

— ¿Vas a actuar como una tonta? —apoyó sus manos contra la barra y me miró con ojos cansados.

—Está bien, te lo diré. Anoche mi rata se escapó de la jaula, y la perseguí por todo el ático. Me da vergüenza admitirlo, ya que no soy muy rápida atrapando cosas —mentí, rezando para que comprara mi explicación y dejara de presionar con preguntas incómodas.

Fred pasó los dedos por sus cejas, y luego de varios minutos, me volvió a mirar.

—Bien—murmuró, en voz baja.

Yo tambien bajé la guardia. Mi primo era insoportable y un controlador de porqueria.

—¿Cómo va todo con Michi?¿La quieres o vas por la vida conociendo a otras chicas?—le pregunté para cambiar de tema.

—Claro que la quiero, con ella quiero pasar el resto de mi vida—me aseguró—¿Por qué me lo preguntas?

—Porque me hace ruido la diferencia de edad que tienen ambos—le respondo con franquesa.

—¿Tú y Thomas no están en la misma situación?

Dejo de servirme el café y me lo quedo viendo un momento. Él sonrie como si hubiese ganado el juego de preguntas.

—La situación es distinta—contesto.

—Por supuesto que no lo es—se rie.

—Para mí sí lo es.

—Bueno, estoy dispuesto a escuchar qué me distingue de Thomas.

—Thomas no es un cabron.

La sonrisa de Fred desaparece.

—¿La rata te mordió o te levantaste muy idiota hoy, Alia?—escruta.

—¿Quieres café o no?—insisto, mirandolo mal.

—Sí. El cabron quiere café.

Lo odio.


*** 


De camino a la escuela, me detuve frente a una peluquería y miré indecisa las puertas de cristal. Otra vez, la duda y el impulso decidían sobre lo que quería.

No estaba segura de tomar esta decisión, pero después de haber estado consumiendo Pinterest a morir estos días, el color de cabello que tenía anteriormente, rubio, llamaba a volver a mi vida. Respiré hondo e ingresé.

Un joven alto y delgado, vestido con una camisa a cuadros, me recibió en la entrada con una sonrisa en el rostro.

— Buenos días, ¿qué puedo hacer por ti? — Su acento británico me sedujo y prácticamente me hechizó.

— ¿Cuántas horas llevará para que me hagas rubia?

— Cariño, eso lleva horas, y más aún si quieres eliminar el rojo intenso que llevas puesto.

—Bueno, inténtalo. De última, me dejas calva. Aunque lo que tengo es un color fantasia que dura unicamente días.

—Eso son buenas noticias, no tardaré mucho.

*** 

Llegué tarde a la escuela esa mañana. Estaba nerviosa al ingresar a clases, sintiendo las miradas de todos posarse sobre mí. Mantuve la cabeza agachada hasta que me senté en uno de los pupitres del fondo. Michi me miró asombrada, con una sonrisa amigable, pero no mencionó nada sobre mi nuevo cabello rubio.

Volver al rubio traía consigo malos recuerdos, y esos recuerdos tenían un nombre: Blis. Ella se encargó de arrojarme insultos y humillarme con cada oportunidad. Me sorprendía que nadie aquí me mirara con desprecio o comenzara a murmurar y señalarme con el dedo, como sucedía en mi antigua escuela. 

El espectro de la humillación me perseguía, y tenía miedo de que alguien hiciera un comentario inapropiado que desatara la furia que nadie podría contener, desencadenando un desastre en Newport.

Habian barrido el rojo con exito pero sabia que debia volver para más sesiones. 

Estaba sacando mi cuaderno y mi libro de mi bolso en cuanto todos miramos la puerta al escucharla abrirse. '

Mis ojos se encontraron con la figura de Thomas, y un hormigueo recorrió mi estómago. 

Su cabello naranja, despeinado de manera desenfadada, daba un toque juguetón a su apariencia. Vestía una camisa blanca que se ajustaba a su torso, resaltando unos hombros anchos y unos brazos bien definidos que capturaban la atención de todas las chicas en la habitación. 

El tejido ceñido de sus jeans negros marcaba una silueta musculosa que no pasaba desapercibida.

Ingresó con confianza, con esa mezcla única de relajación y seguridad que siempre lo acompañaba. Cada paso suyo era como una declaración de determinación, y sus ojos chispeaban con esa energía vibrante que lo caracterizaba. Las chicas a su alrededor no podían evitar mirarlo, y yo me encontré acomodando inconscientemente mi cabello y enderezando mi postura al verlo.

Thomas irradiaba esa atracción natural, no solo por su apariencia, sino por la seguridad que emanaba. Era como si cada movimiento estuviera coreografiado para dejar una impresión duradera. 

—Buenos días, curso —saludó Thomas con una voz profunda que enviaba un escalofrío por mi espalda—. Hoy me tocará suplantar al profesor de Biología, quien tuvo un imprevisto.

Observé con sorpresa cómo Thomas se acomodaba en el escritorio del profesor que tendríamos ese día. ¿Esto era una broma?

—Bueno, es mejor que ver al viejo explicándonos sobre las células —comentó una chica en mi fila.

Thomas apenas evitó una sonrisa, pero estaba claro que le causó gracia el comentario. Yo, por otro lado, solo podía pensar en lo absurdo de la situación. Noté que la chica me escudriñaba con la mirada, como si ya me hubiera visto con él. Cuando nuestros ojos se encontraron, le clavé la mirada como si estuviera a punto de descuartizarla, y ella, incómoda, desvió la atención hacia su móvil.

—Hoy estoy aquí para suplantarlo y para darles clases de primeros auxilios—retoma Thomas.

Me hundo en mi silla. Todo se está yendo al carajo y lo peor de esto es que aún no me ha visto entre todos estos idiotas. Menos Michi. Michi yo te quiero mucho.

—¿El enfermero pretende besar a las estudiantes con la excusa de enseñar primeros auxilios? —le pregunta irónicamente Lauter, agitando un lápiz contra su mesa.

Thomas lo observa un instante.

—Puede ser que lo bese a usted —responde Thomas y lanza un beso en el aire.

Lauter arruga la nariz, y el resto de la clase estalla en risas, excepto yo, quien aún está tratando de asimilar su presencia en mi aula.

La atención de Thomas estaba centrada en las anotaciones que escribía en la pizarra sobre primeros auxilios, y yo me sentí extraña al notar que aún no me había mirado. ¿Me habría reconocido? ¿Me estaba ignorando? Mi ánimo cayó en picado; tal vez me había notado y no le gustaban las rubias. Apoyé la mejilla en la palma de mi mano y decidí mantener mis ojos en Thomas. Su espalda se tensaba cada vez que escribía en la pizarra, y de vez en cuando, no pude evitar echar un vistazo a su trasero, oculto detrás de esos jeans que le quedaban tan bien.

Pensé en nuestro beso en la sala de Megumi y por poco empiezo a escupir saliva de las ganas de que se repitiera.

—Muy bien clase — dijo Thomas, volteándose para vernos — ¿Qué harían si su compañero de al lado se estuviera ahogando con algún objeto? Por ejemplo, un hueso de pollo.

Todos volvimos nuestras miradas a la persona que se encontraba al lado nuestro, y yo suspiré con irritación al ver que mi compañero era Lauter.

— ¿Me salvarías si me estoy ahogando? —me preguntó él en un murmullo mientras se acomodaba el cabello con las manos.

—No. Es más. Buscaría más pollo para cubrir cada hueco de tu garganta —respondí, frustrada por su presencia tan insoportable.

Puso los ojos en blanco, regresando su atención a las explicaciones de Thomas.

—Muy bien, estudiantes. Una vez que hayan identificado a su compañero de la izquierda, les pido que tomen posición detrás de la persona ubicada a su derecha. Por favor, levántense y ubiquen en sus respectivos lugares — instruyó Thomas con seriedad, proyectando una imagen más madura y estricta. 

Esta actitud le confería un atractivo y una presencia seductora.

¡Basta, Alia!

Lauter se puso de pie y se posicionó detrás de mí. Su cercanía me resultaba nauseabunda. Siguiendo las instrucciones de Thomas, todos obedecieron a nuestro instructor y se ubicaron detrás de sus respectivos compañeros.

De repente, sentí los labios de Lauter rozando la altura de mi oreja, desencadenando un escalofrío perturbador que recorrió mi cuerpo.

Algo estaba mal. Ultimamente todos los chicos con los que tenia algun tipo de contacto se les activaba las hormonas y se volvian inutiles cuando estaban conmigo. Lauter, Jack, Christian, Thomas...incluso el inutil de mi primo Fred.

—¿Te he dicho lo mucho que me ponen las rubias?—susurró Lauter, y yo me aparté de un empujon.

Me lo quedo viendo, asqueada y con el corazón latiendome con fuerza. Todo empieza a darme vueltas y me regresa a la noche en la que Blis intentó que me uniera a una orgia con solo catorce años. Intenté calmarme y miré hacia donde estaba Thomas.

—¡Profesor! ¿puedo cambiar de compañero? Lauter me está incomodando.

El salón de clases se llenó de murmullos y miradas curiosas dirigidas hacia nosotros. La sorpresa se reflejó en el rostro de Thomas, sus ojos verdes ampliándose al observar la escena. Mientras tanto, Lauter palideció, avergonzado por la exposición de su comportamiento inapropiado. La mirada de Thomas pareció penetrar en mi interior, y un susurro de disculpa escapó de los labios de Lauter, quien retrocedió ante la inusual reacción.

Sorprendido, asintió con la cabeza y me hizo una seña con la mano para que vaya directo hacia él.

Avancé hacia el escritorio de Thomas con paso decidido, deteniéndome en seco a mitad de camino. Giré sobre mi eje para enfrentar a mis compañeros, lanzando una mirada penetrante que pretendía apaciguar la risa y el barullo que se habían desatado. Aunque, por un momento, logré silenciarlos, pronto volvieron a sumergirse en sus charlas animadas, como si mi asunto ya no fuera de su interés.

—Ese color de cabello te queda muy hermoso—me dijo en un murmuro—. No te habia reconocido.

—Creí que me estabas ignorado.

—¿Por qué haria eso? No me caes mal.

Su comentario me produce una sonrisa.

—Profesor, ¿puedo ser su compañera cuando expliqué el proceso? —inquirió una chica, parpadeando insistentemente para atraer la atención de Thomas.

Thomas carraspeó y la miró con seriedad.

—No soy profesor. Estoy cubriendo a José, quien no pudo asistir hoy. Además, mi compañera para la clase es Alia. Ve y siéntate con Lauter, que ahora está sin pareja.

Thomas regresó a su escritorio y la joven, visiblemente molesta, buscó un asiento al lado de Lauter, quien aún parecía avergonzado. Mientras tanto, Thomas se acercó a mí y me susurró al oído con tono suave y dulce:

—Ponte junto al escritorio, en unos minutos estaré contigo.

Siguiendo sus indicaciones, me ubiqué junto al escritorio. Algunos estudiantes me observaron con curiosidad, y otros comenzaron a especular sobre la situación. La tensión y el nerviosismo crecieron en mí mientras esperaba a que Thomas comenzara la clase.

—Chicos, por favor, aquí — clamó Thomas, demandando la atención de la clase, y el resultado fue un silencio instantáneo.

Prosiguió con su explicación.

Él se ubicó detrás de mí, y ajusté mi postura para no delatar nerviosismo ante las miradas concentradas de todos. Los ojos de la clase se enfocaron en nosotros, y mis mejillas adquirieron un tono más intenso.

—Ahora, les voy a detallar la famosa Maniobra de Heimlich — Thomas estaba mucho más cerca que el resto de las parejas —. Coloquen un brazo alrededor de la cintura de su compañero, de manera que el puño quede entre las costillas y el ombligo.

Thomas rodeó mi cintura con su brazo, colocando su puño a la altura de mi ombligo. Su contacto me generó una extraña sensación en el vientre, y mi cuerpo reaccionó de una forma inédita. Sentí que sus dedos se deslizaban de manera sutil por encima de mi camisa en mi espalda, siendo plenamente consciente de que lo hacía con la intención de provocarme.

Lentamente, con una cercanía tortuosa, su otro brazo rodeó el otro costado de mi cuerpo.

— Coloquen su mano contra la otra y envuélvanla para convertirla en un puño cerrado — continuó con voz tranquila, asegurándose de que todos comprendieran —. Luego, apretamos con fuerza.

Thomas, prácticamente abrazándome por detrás, hizo que mi espalda se pegara a su pecho. Mi cabeza quedó en el hueco de su nuca, un resultado involuntario de mi respingo y de ponerme de puntillas.

Los demás estudiantes de la clase estaban sumidos en risas mientras lo intentaban y charlas animadas, sin darse cuenta de la proximidad que Thomas y yo manteníamos de manera disimulada. El deseo me invadió, cálido y apremiante. Anhelaba en silencio que besara mi cuello, pero estaba consciente de que todos podrían notar que Thomas me ofrecía más que una simple explicación. Su aroma, suave pero potente, agradable pero indescifrable, llenaba mis sentidos.

— Utilicen la mano que está sobre la otra para ejercer la mayor fuerza posible hacia adentro y hacia arriba, con el fin de expulsar rápidamente el aire de los pulmones de la víctima — su voz sonó potente contra mis oídos, provocando que me estremeciera aún más.

Thomas me apretó contra él, y solté un gemido inocente, apenas audible. Percibí que sonrió y mis mejillas se pusieron del color de mi corbata. Sentí los ojos de la chica que queria ocupar mi lugar posados sobre mí, llenos de odio y envidia. Yo la miré de la misma manera pero con una sonrisa triunfal en mis labios. Lauter la apretaba con fuerza contra él, y ella, con incomodidad, le lanzaba distintos insultos y lo regañaba por su torpeza.

—Vas a conseguir que te arrastre al baño de chicas y te quite esa camisa, idiota—me empiezo a reir porque sabia que lo estaba haciendo aproposito.

—Diablos, alumna. Comportese.

—Obligueme.

Thomas me liberó con delicadeza y me indicó que retomara mi asiento.

Continuó explicando otras instrucciones, pero yo no podía evitar seguir observándolo desde mi lugar. Cada rasgo de su rostro parecía una obra de arte. Me encantaba cómo las pecas en su nariz se asemejaban a salpicaduras de acuarela. Su movimiento era grácil, dotando de seriedad a cada explicación.

Sin embargo, en medio de mi deseo de acercarme a él, la imagen de los ojos de Nora Bartons volvía una y otra vez, recordándome que ella estaba en el medio, gracias a él.

Cuando la clase llegó a su fin y todos comenzaron a recoger sus libros para dirigirse a la cafetería, Michi tambien regresó a su lugar junto a mí.

—¿Qué tal la clase de primeros auxilios, Alia? —preguntó con picardía.

—Estuvo bien, supongo. Thomas hizo una demostración bastante... realista — respondí, intentando sonar indiferente.

Michi levantó una ceja con complicidad.

—¿Realista? ¿Hay algo que no me estás contando?

— No, para nada. Solo fue una clase normal. ¿Por qué lo preguntas?

—Porque desde aquí se ve que tu cara está más roja de lo normal, y eso que no estás acalorada.

Me sonrojé al instante, pero intenté mantener la compostura.

—Mi hermano y tú harían una bonita pareja para el baile de invierno —dijo con timidez, y yo bajé la mirada, sintiéndome ruborizada por su comentario.

— ¿Baile de invierno? —pregunté con curiosidad.

—Sí, aquí todos los años hacen bailes como esos. Es como una especie de ritual en esta escuela —explicó ella mientras nos dirigíamos hacia el escritorio donde su hermano se acomodaba la mochila sobre uno de sus hombros.

—Michi, ¿me dejas a solas con Alia un momento? —le preguntó su hermano, y ella me echó un breve vistazo a mí y luego a él.

—Claro... —ella asintió con la cabeza, retrocedió despacio con los párpados fruncidos.

Cuando Michi se marchó y cerró la puerta del aula, la atmósfera entre Thomas y yo cambió. Nos quedamos en silencio por varios segundos que parecieron una eternidad, mientras nuestros ojos se encontraban, buscando señales o pistas en las miradas del otro.

—¿Te gustaría venir al baile de invierno conmigo? Bueno, no conmigo, porque ya no soy estudiante, pero voy a merodear por si alguno se lastima —preguntó con una sonrisa juguetona.

Internamente, estaba emocionada, casi chillando por la invitación. Aceptaría ir con él en un abrir y cerrar de ojos, pero el nombre de Nora seguía merodeando por mi cabeza. Rápidamente, mi expresión cambió a un gesto sombrío y frío, mientras lidiaba con los sentimientos conflictivos.

—¿Por qué no vas y le preguntas a Nora Bartons?

Él me miró, consternado. Su boca se abrió y se volvió a cerrar. Lo había dejado sin habla. Cuando comprendí que no iba a decir nada, todo lo que tenia ganas de construir con él se vio esfumado por su cobardia.

—Me lo suponía. Eres igual a todos los demás — escruté —. No somos nada, pero mínimo si vas a coquetear conmigo, ten la prudencia de que no conozca al resto de tu puto ganado, Thomas.

Empecé a caminar hacia la puerta, furiosa. Sentí la mano de Thomas sobre mi codo, y él me volteó para que lo mirara a la cara, pero yo no lo hice. Mis emociones ya no iban a tardar en salir.

—¿Quién te ha dicho eso? — me preguntó, confundido.

Yo me sentí aún peor al saber que solo le importaba averiguar quién me había dicho algo de Nora.

—Ella misma.

Se le fue un poco el color de su rostro. Thomas soltó mi brazo y se alejó de mí, retrocediendo un paso. Estaba visiblemente desconcertado. Mis palabras parecían haber tenido un impacto inesperado.

—Alia, yo... no sé qué decir. No es como piensas. No estoy jugando con nadie. No estoy jugando contigo. — Su voz sonaba genuina, pero no estaba segura de poder creerle.

Me soltó, aturdido y se volteó dándome la espalda. Apoyó las manos sobre el escritorio y sus hombros se tensaron. Yo apretujé el morral de mi mochila con fuerza.

— Era de ser sabido que tus ojos estaban puestos en una chica más bonita que yo — Susurré, con un dolor infernal en el pecho.

Thomas se volteó para verme, y la indignación se estampó contra su cara. Las venas de su cuello le sobresaltaban y por primera vez, sentí miedo al verlo así.

—No me recuerdas ¿verdad? ¿Mis palabras no te llevan a nada? — Retrocedí un paso, asustada por su furia y las palabras que no comprendía que decía. El Thomas dulce y amigable se había ido— ¿No te acuerdas de mí? de todo lo que vivimos juntos...

— ¿De qué demonios estás hablando? — Lo interrumpí bruscamente.

Él tomó mis manos y las estrechó con las suyas. Él seguía jadeando como si le faltase la respiración. Yo me aparté y lo miré, aturdido.

—¿Qué sabes de mí? ¿Por qué dices que me conoces? —empecé hablar deprisa para que no me interrumpiese—Qué mierda pasa en este pueblo...

Antes de que pudiera seguir hablando, acunó mis mejillas entre sus cálidas manos y sus labios se unieron a los míos. 

Mis labios le respondieron rápidamente, con ansias, con torpeza y sobre todo con cariño. Lentamente nuestras lenguas juguetearon y se sumergieron en un gran beso apasionado. Rodeándole el cuello, lo atraje más hacia a mí. La necesidad de tenerlo cerca era inmensa y suplicaba que esto no se terminase nunca. 

Él tomó mis caderas y me estrechó con fuerza contra su cuerpo. Sus manos acariciaban mi espalda y la recorrían con ansiedad. Mis manos apretujaban su cabello y enredaban sus gruesos mechones de pelo entre mis dedos.

Me levantó en el aire como si no le costara ni un poco de esfuerzo y me sentó en el escritorio sin dejar de besarme.

No sabia exactamente qué estaba sucediendo ni tampoco me ocupé de analizarlo demasiado. No cuando sus manos estaban acariciando mis muslos, clavandome los dedos...

—Voy a hacer que recuerdes tarde o temprano—susurró contra mis labios.

—Estás mal de la cabeza—le respondo sin dejar de besarlo.

—Estamos igual de enfermos el uno por el otro.

—Callate.

—Tú callame.
































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