Capítulo 15(parte 1)

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Cuando era solamente una niña, me gustaba vestirme de princesa y bailar en la pequeña biblioteca que teníamos en mi casa. Estar sola era lo más parecido a escapar a un reino encantado en donde yo estaba en mi palacio y la soledad era mi súbdito. Me imaginaba que tenía el poder sobre todo y el control de hasta lo imposible.

Soñaba con aquel príncipe azul que vendría a buscarme y me llevaría lejos, muy lejos, hasta un castillo gigante. Cuando él viniera por mí, la soledad ya no sería mi única compañía. Mamá no iba a lastimarme en aquel castillo.

Me gustaba escuchar "Don't Look Back in Anger" de Oasis. Era una de las canciones favoritas de papá en aquellos tiempos. A medida que la iba escuchando en el auto o cuando mi padre encendía la radio, me iba gustando más y más. 

Yo, en ese tiempo, no le daba mucha importancia al significado de las palabras que el joven cantaba. Pero a medida que los años pasaban, empecé a examinar la letra de la canción, y hubo una frase que perduraría en mi memoria hasta el final de mis días:

"No mires atrás durante la rabia."

¿Saben por qué hoy en día me identifico con esas palabras? Porque, a pesar de lo que he vivido permití avanzar con lagrimas, latigazos y la espalda marcada por los golpes.

Bueno, creo que he cambiado de tema y me he ido por las ramas, así que comenzaré a explicarles lo sucedido aquella tarde en la biblioteca.

Yo bailaba un intento de vals por toda la biblioteca. Recuerdo que llevaba un vestido blanco (hasta hoy ese color me fascina) esa tarde. La melodía de Oasis invadía mis tímpanos hasta más no poder. Mi melena rubia era tan larga que llegaba hasta por debajo de mi espalda. Mis familiares decían que me parecía a Rapunzel.

Escuché que la puerta se había abierto y la cabeza de mi abuelo se había asomado por ella. Cuando me percaté de su presencia, enrojecí como un tomate. Fui corriendo hasta el equipo de música y lo apagué rápidamente.

— ¿Puedo pasar? —Me preguntó él, con una sonrisa radiante.

— Sí.

Mi abuelo se adentró en la habitación con lentitud, ya que su bastón le impedía aumentar la velocidad de sus piernas al caminar.

Se sentó en un viejo sofá antiguo que teníamos, y me miró con sus ojos azules decaídos por su edad que tanto me gustaban. Mis ojos verdes no se comparaban con esos faroles que él tenía. Mi abuelo tomó mis manos y las acunó en las suyas. Estas se sentían suaves y ásperas a la vez.

— El día en que crezcas y te conviertas en una niña adulta y responsable, sabrás lo que estas preciosas manos pueden hacer — Había susurrado en dirección a la puerta con miedo a que alguien entrase y lo escuchara.

Claro, yo en ese momento no comprendía lo que decía, como era muy pequeña para entender a lo que se refería, sólo le sonreí alagada.

A la mañana siguiente, había encontrado la perla en las hojas de otoño.

Cuando él falleció, simplemente ya nadie me sacaba una sonrisa como lo hacía él. Ya no me importaba ser princesa; ahora, ya no me sentía como una, sino que era la bruja malvada de todos los cuentos. Las princesas no tenían poderes. Ni Cenicienta, ni Blancanieves, y ni tampoco Rapunzel. Ellas eran bondadosas y amorosas con todo lo que tuviera vida en la tierra, pero cuando perdí a lo más preciado que era a mi abuelo, me convertí en la persona más egoísta y fría del mundo. Era extraño saber que tenía un don que consistía en hacer volar, estallar y controlar objetos y a seres humanos con mis manos y con la mente. Yo no tenía amigos; siempre preferí mantenerme alejada de los demás por el miedo de que estos se enteraran de lo que realmente era. Mi actitud con la gente siempre era estar a la defensiva. Podrías decirme hola, y para mí, ya eras un nuevo enemigo.

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