Vidas Cruzadas El ciclo. #4 E...

By AbbyCon2B

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En el esplendor del siglo XIX, Peter Morgan había nacido en el centro de una de las familias más importantes... More

Nota de la autora.
Recapitulando.
A saber para la historia.
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ACLARACIÓN SOBRE LA MONEDA (+bonus)
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RECORDATORIO.
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By AbbyCon2B

Espero que les guste este capítulo y pronto estaré publicando más 🥰

Sunny estaba en el pasillo del primer piso cuando Roland llegó por las escaleras, con las manos en los bolsillos y la cabeza agacha. Se veía abatido y por su forma tan lenta de caminar, parecía como si estuviera intentando retrasar tener que llegar a casa.

Que ella estuviera en el corredor fue la excusa perfecta para distraerse, así que le sonrió y eliminó la distancia hasta estar a su lado.

Estaban junto a la única ventana del corredor, aquella que miraba hacia el frente del edificio y estaba sellada, por lo que no se podía abrir para ventilar el pútrido hedor de la madera.

—¿Qué hace aquí afuera? —inquirió y ella se encogió de hombros.

—Necesitaba un poco de espacio, pero mi hermano no me ha dejado abandonar el edificio hasta que me calmara, así que esto es lo mejor que podía hacer.

—¿Discutieron?

—No —contestó y desvió su atención hacia la calle—. Tan solo me ha regañado y lo he dejado, porque en el fondo sé que tiene razón.

—Es sobre el señor Quine ¿no? —adivinó, pues incluso él la habría regañado si fuera su hermana—. Debo admitir que no la comprendo, señorita. ¿Por qué se comporta como lo hace con el pobre señor Quine, cuando usted dijo que estaba interesada en él?

—No lo hago con mala intención, señor Josey —. Suspiró y se dejó caer al suelo, con su espalda contra la pared y las piernas cruzadas en posición de loto—. Solo entro en pánico cuando él está cerca y no sé cómo actuar.

—Pero lo que usted hizo hoy en misa ni siquiera podía considerarse nervios, señorita. El señor Quine quería estar a su lado y prácticamente lo ha ignorado y se ha regresado junto a mí. Cualquier pensaría que está persiguiéndome a mí, en lugar de a él.

—Lo sé —suspiró y se acarició la sien. Era lo mismo que su hermano le había reiterado unas quince veces desde que habían regresado de misa, solo que el tono de Roland era más tranquilo—. No lo hago a propósito, es solo que...Tengo miedo y hago cosas estúpidas cuando estoy asustada.

—¿Miedo del señor Quine? —preguntó sorprendido y se agachó para sentarse a su lado.

—No, no del señor Quine. Adoro al señor Quine y jamás le temería, pero sí a lo que podría suceder entre nosotros...A que mi vida cambie si me convirtiera en su esposa y todas las nuevas responsabilidades que eso conllevara —. Se frotó el rostro, intentando calmarse y apartó algunos mechones de su cabello para que no le molestaran en los ojos—. Quiero estar con él, pero el miedo toma control de mí y me hace actuar de formas que luego lamento.

—¿Por eso lo ha rechazado toda esta semana?

Sunny lo miró sorprendida.

—¿Él le contó? —. Asintió y ella soltó un juramento y golpeó su cabeza hacia atrás contra la pared—. Ha de odiarme seguro, lo debo haber estresado tanto, pero no es que no quiera salir con él...

—Tan solo tiene miedo de lo que sucederá inevitablemente cuando comiencen a salir.

—Exacto —confirmó y le alegró tanto que Roland la entendiera.

Era algo que siempre parecía hacer de una forma u otra, incluso cuando le había contado sobre sus inseguridades respecto a casarse o sus sentimientos por Hamish, siempre había mostrado una comprensión hacia su compleja mente que ni siquiera encontraba en su querido hermano.

—El matrimonio no necesita cambiar su vida si usted no quiere, señorita, solo añadir a ella. Añadirá un nuevo compañero en quien contar, futuros hijos a los que cuidar y ver crecer y más amor y experiencias.

—¿Pero ¿qué hay de mis hermanos? —inquirió y no pudo evitar que se le humedecieran los ojos—. ¿Qué sucede con ellos cuando el señor Quine quiera que me traslade a su casa?

—Le dije que no puede detener su vida por la de sus hermanos.

—Pero debo hacerlo —aseguró y señaló hacia la puerta de su apartamento—. Mi hermano renunció a todo por Michael y por mí, renunció a su educación, a sus sueños y aspiraciones, a la mujer con la que quería formar una familia y todo porque...Porque cuando nuestros padres murieron, él tuvo que hacerse cargo de nosotros y no ha parado, señor Josey, no ha parado ni un solo día.

Roland suspiró, se giró hacia ella cruzando las piernas y se inclinó un poco más cerca, para tomar su mano y sostenerla entre las suyas.

—Entiendo que su hermano sacrificó mucho por usted, pero si quiere agradecerle, debe intentar que su sacrificio no fuera en vano. Él quiere verla casada, señorita, no por nada le ha insistido al respecto todo este tiempo...

—Pero estará solo —susurró.

—No, porque la seguirá teniendo a usted. Casarse no significa que deba olvidarse de sus hermanos. El señor Quine no vive muy lejos de aquí ¿o sí? —. Negó y se limpió las lágrimas con su mano libre—. Y por lo que veo los visita casi todos los días y, por lo tanto, usted podrá hacer lo mismo.

Empezó a asentir, sollozando en silencio y Roland apretó su mano suavemente y dejó un beso en sus nudillos.

—Permítase estar con el hombre al que quiere, señorita Sunny. El tiempo solo nos dura un instante y luego no vuelve.

—¿Pero ¿qué hay de los hijos? —inquirió y apretó los ojos con fuerza en un intento por contener su llano, que no tuvo caso—. El señor Quine querrá tener hijos.

—¿Y usted no?

—Sí, por supuesto que sí, pero... ¿Qué será de ellos si algo me sucede o al señor Quine y deben vivir sin sus padres? ¿Para qué traerlos a este mundo si solo van a sufrir?

—Oh, señorita Sunny —. Se arrastró un poco más cerca y tiró de ella para acercarla a su pecho y que pudiera recostarse contra él y abrazarlo—. No puedo hacer promesas de como su vida o la de sus hijos será, pero puedo decirle una cosa...

Le peinó el cabello que ella traía suelto y tan largo que llegaba a amontarse en el suelo cuando estaba sentada sobre este y la abrazó cerca, dejándola encontrar un refugio en su cercanía.

—...El sufrimiento es solo uno de miles de escalones en la vida y no es ni más que una estación temporal, pero solo piense...Piense en todas las bellas vistas y otras increíbles paradas que uno recorre en el camino. Solo piense en todas las veces que luego de llorar, se rio, bailó o cantó, celebró con familia o amigos y fue feliz. Todas las veces que amó y la amaron de regreso y todos los milagros que presenció, de una nueva vida llegando al mundo, un atardecer pintando el cielo de hermosos colores...E imagine perderse todo eso, toda esa belleza. Sería un error minimizar nuestra existencia a solo las penas que atravesamos, cuando hay mucha más belleza para ser admirada desde el sonido de nuestras risas y el amor que entregamos hasta las flores que se abren en primavera o el olor a césped mojado antes de una tormenta. Y sus hijos podrán disfrutar de todo eso, señorita...Como todos lo hacemos, lograrán sanar del dolor que pueda alcanzarlos y serán felices, porque estar vivos es hermosos, incluso si a veces tenemos momentos de debilidad y pensamos lo contrario...Y créame, lo digo por experiencia.

El llanto de Sunny había empezado a calmarse mientras hablaba, como si sus palabras estuvieran encontrando un lugar en su interior y le aportaran ese consuelo que necesitaba y una nueva perspectiva a lo que antes tanto la aterraba.

Le acarició el cabello y buscó su mano para entrelazarla con la suya y que ella pudiera sujetarlo firmemente.

—Le aseguro que soy muy propenso a deprimirme y lamentar mi existencia, pero sigo vivo porque lo he elegido, señorita, porque en el fondo sé que no quisiera que fuera de ninguna otra manera. Sin importar el dolor que a veces cargo en mis hombros, me alegra estar vivo y poder experimentar todos los misterios que rodean mi existencia, que de todas las almas que podrían estar en mi lugar, sea yo quien respire hoy y lleve mi nombre. La vida es un milagro por sí solo y un regalo para todo aquel ser que recibe el honor de experimentarlo. Sus hijos incluidos.

Sunny se rio entre las lágrimas y cuando se enderezó y lo miró un momento, decidió lanzarse y lo abrazó más fuerte ocultándose en su cuello.

—Gracias —susurró y Roland solo sonrió y se tragó sus propias lágrimas—. Sus palabras realmente han sanado algo en mí

—Me alegra poder ayudar y espero que sea más honesta con el señor Quine y sus sentimientos cuando vuelva a visitarla.

Empezó a asentir y se enderezó, respirando hondo para calmarse y luego se puso de pie. Roland la imitó y ambos quedaron enfrentados.

—Cuando vuelva a visitarme, aceptaré salir con él y dejaré que Dios guie nuestros caminos, con absoluta confianza en que, su plan será el correcto y sin importar las paradas tristes que podamos enfrentar, debo concentrarme en las buenas vistas del trayecto.

—Y todas las otras buenas paradas —agregó y ella se rio y asintió.

—Y las buenas paradas, sí —. Se giró para volverse a su apartamento, pero se detuvo y lo miró—. Sabe...Sé que solo somos amigos desde hace solo dos semanas, pero siento que le conozco desde hace mucho más.

—Sí...También yo, es fácil charlar con usted.

—Lo es —coincidió y no contuvo su sonrisa—. Bueno, ya, será mejor regrese o mi hermano vendrá a buscarme y preguntará qué hago con usted otra vez.

—Procuré respetar al señor Quine en presencia de otros hombres ¿sí? Y eso me incluye a mí también.

Asintió, haciendo una nota mental y se despidió con una inclinación y cruzó el corredor para volver a su apartamento. El sonido de la puerta al cerrarse retumbó en la habitación y quedó solo en el pasillo, intentando encontrar otra excusa para no tener que regresar con Peter.

Su charla con Sunny había sido reveladora, incluso para él, porque se había percatado de que en realidad estaba feliz de estar vivo y, sin embargo, no era capaz de seguir su propio consejo, pues con frecuencia se dejaba llevar por los malos momentos y opacaba todos los más positivos.

Suspiró, se apoyó contra la barandilla de la escalera frente a la puerta de su apartamento y frotó su rostro, acariciándose la barba.

Podía ir por Miss Muffin por el apartamento de Sunny, eso le daría al menos otros cinco minutos de tiempo, pero quería dejarla con Michael por el día, para que el niño se distrajera un rato y, además, cinco minutos no eran suficiente.

Suspiró, maldijo y se apartó del camino cuando uno de los vecinos del segundo piso pasó por su lado hacia las escaleras.

No podía quedarse en el corredor todo el día, así que se armó de valor y abrió la puerta para entrar en su apartamento.

Al menos Peter seguía dormido, pero tendría que despertarlo tarde o temprano para que pudiera estudiar y no estaba seguro de estar listo para poder enfrentarlo durante todo el día.

Él podía insistir con que las cosas no cambiarían entre ellos, pero Roland ya había vivido la misma historia demasiadas veces como para saber lo que sucedería.

Si antes era difícil ser él mismo por miedo a que se malinterpretaran todas sus acciones, ahora sería imposible, porque sin importar lo que hiciera, todo llevaría de regreso a su atracción por los hombres y a que Peter asumiría sentía algo por él, lo cual solo era peor porque era cierto.

Se sentó en la silla junto a la mesa sin ánimos para nada y lo observó.

Ocupaba toda la cama cuando dormía solo, extendido sobre su espalda, con la cabeza inclinada hacia un lado y sus piernas separadas y la manta enredada entre estas. Como siempre dormía con la camisola, esta se le remangaba todas las noches, dejando ver sus piernas y las pantaletas blancas que estaban abiertas al frente, pero (para su fortuna) no dejaban ver nada.

Se apoyó en su mano contra la mesa y suspiró.

Era demasiado hermoso y además un buen amigo, pero sabía que estaban destinados al fracaso desde el momento que se habían conocido. Tendría que haberlo imaginado desde que lo había visto en el camarote del barco y lo había encontrado tan atractivo a primera vista y sin siquiera saber su nombre. El simple hecho de que nunca hubiera sentido nada similar por otro hombre, tendría que haber sido indicio suficiente de que terminarían mal.

Pero todavía tenían tiempo, un par de días como mucho, antes de que todo se jodiera.

Se puso de pie para empezar a preparar el almuerzo y se aseguró de no despertarlo en el proceso. Podía dejarle dormir otras horas y al mismo tiempo, se daba más espacio para prepararse mentalmente para hablarle.

Comió su desayuno mientras esperaba que hirvieran las papas en la olla y cortó la carne que le había sobrado de la última cena, para utilizarla en el almuerzo antes de que se pusiera fea.

Tenía pensado preparar un pastel de carne y papa o el Padre Adam, como solía llamarle su madre. Era una receta deliciosa y sencilla, su favorito de cuando era niño y además muy económica, porque las papas estaban baratas y tenía mucha carne para usar antes de que se pusiera fea.

Limpió un poco mientras se cocinaba el pastel en el horno, dobló la ropa, separó todo lo que tendrían que lavar para la semana y organizó los libros de Peter sobre la cajonera y cuando finalmente tuvo la comida lista, inhaló profundo y reunió el valor para despertarlo.

—¿Señor Eades? —. Peter no se movió de inmediato—. Señor Eades, despierte.

Lo sacudió suavemente desde el hombro, intentando que espabilara, pero Peter solo giró su rostro sobre la almohada hacia el otro lado y balbuceó algo sin sentido antes de seguir durmiendo.

Sonrió sin poder evitarlo y bajó hasta arrodillarse en el suelo junto a la cama.

—Señor Eades, ya es hora de almorzar y dijo que quería estudiar.

—Mañana —murmuró sin sentido y Roland sacudió la cabeza.

—Debe devolver los libros mañana y trabajamos todo el día. Venga, despiértese.

—No...No quiero. Una hora más.

—Ya durmió bastante —insistió y le quitó la manta de encima sin mucho esfuerzo—. Vamos, siéntese y se le pasará el sueño.

Peter bostezó y se giró de malagana y lo miró con los ojos entrecerrados y adormilados. Se frotó el rostro hasta espabilar un poco y cuando se sentó, casi parecía como si fuera a llevarse la almohada pegada. Estaba demasiado cansado.

—Mmm...Que bien huele —señaló y se dejó caer hacia atrás para seguir durmiendo—. Buenas noches.

Roland se rio sin poder evitarlo y esta vez, decidió animarse un poco más y lo tomó de las manos para sentarlo contra su voluntad.

—Nada de buenas noches, que debe estudiar.

—No quiero...Tengo sueño —. Se dejó caer hacia adelante, descansando su mejilla contra el hombro de Roland y se humedeció los labios resecos con sus ojos todavía cerrados—. Una hora más, por favor.

—¿Una hora? —repitió y Peter asintió—. Pero tiene que estudiar.

—Por favor —insistió con una pequeña sacudida de su cuerpo que casi parecía un berrinche y Roland reprimió una sonrisa y giró el rostro para mirarlo.

Definitivamente seguía dormido y no era consciente de lo que hacía o decía, lo cual explicaba que hiciera un berrinche en primer lugar. Le acarició la mejilla, ahuecándola en su mano mientras Peter se recostaba contra su hombro y suspiró.

—Está bien...Una hora más.

Lo sujetó con cuidado para ayudarlo a caer hacia atrás en la cama donde podría seguir durmiendo y volvió a quedar profundamente dormido en un segundo mientras lo cubría con las mantas.

Estaba agotado y lo entendía, se había ido a la cama muy tarde por estar estudiando y la semana en la fábrica tampoco había sido sencilla. Incluso si era más llevadero estando juntos, Peter todavía no estaba acostumbrado al duro esfuerzo que conllevaba y que estudiara todas las noches hasta la una de la mañana tampoco lo ayudaba.

Lo dejó en la cama y se sentó en la mesa a observarlo.

Decidió esperarlo y almorzar juntos, pero mientras tanto debía conseguir algo con lo que ocuparse y como no tenía a Miss Muffin, terminó agarrándose uno de los libros que Peter tenía y que le había acomodado sobre la cajonera y se sentó a leer.

No era aquel libro que Peter le había prestado una vez en el barco y que había catalogado como una lectura fácil, sino que se terminó agarrando un tomo mucho más grueso y que parecía más serio y por lo gastado que estaba el forrado y las páginas, parecía ya haber atravesado varias leídas.

Lo abrió en la primera página para leer el título y el nombre del autor y sonrió. Fiódor Dostoyevski. Recordaba ese nombre, Peter le había dicho una vez que era su autor favorito.

Arrastró su dedo por el interior de la tapa dura y levantó el borde del papel para revelar una dedicatoria escrita con pulcra caligrafía de tinta azul.

Para mi hijo, que continúes nutriendo tu curiosa mente y lleves al máximo tus capacidades. Con amor de tu padre.

Le dejaba un sabor amargo en la boca pensar en su propio padre mientras leía la dedicatoria del padre de Peter. A él nunca le habían regalado un libro, ni siquiera un carbón. Las navidades siempre habían sido una época deprimente, porque incluso aunque su madre armaba un árbol, este siempre estaba vacío al volver de la reunión en la iglesia. Ni siquiera una nota o un trozo de carbón que lo regañara por ser un mal niño.

Sus cumpleaños no habían sido muy distintos, para empezar; nunca los había celebrado. No había tiempo para eso en su familia. Su madre siempre se quejaba cuando debía cocinar y, por lo tanto, no tenía ánimos de pasarse todo el día preparándole un pastel y tampoco le daban regalos o lo felicitaban. Siempre había sido una fecha que pasaba completamente inadvertida.

Y si hubiera sido igual para todo el pueblo, quizás no le habría afectado, pero como todos los niños recibían regalos de navidad y fiestas de cumpleaños donde sus padres les hacían un pastel, siempre había sido aún más doloroso ver que su propia familia no hacía lo mismo.

Imaginaba que no había sido igual para Peter. Su familia sonaba maravillosa, de esas que eran muy unidas y se querían mucho, las cuales por mucho tiempo había creído solo existían en la biblia, así que seguramente Peter había recibido muchos regalos en sus cumpleaños y en navidad, incluso un pastel con velas y esa contagiosa canción que había escuchado unos años atrás.

Sonrió con el pensamiento y lo miró dormido en la cama. Le alegraba que al menos él hubiera tenido una buena infancia y quería que continuara experimentando todo lo bueno de la vida y nunca tuviera que descubrir lo malo. Ese instinto irracional de querer protegerlo era el motivo por el cual seguía allí, sentado en esa casa incluso aunque sabía que terminaría estallándole en la cara y era también el motivo por el cual le había prometido permanecer a su lado por siempre, aunque sabía que sería a costa de su propia felicidad.

Dio vuelta a la página y se concentró en comenzar la lectura. Un proceso lento y complicado, porque las palabras eran difíciles de comprender y la historia parecía ser mucho más seria y madura que aquel cuento que Peter le había prestado antes.

Le tomó al menos quince minutos avanzar por las primeras dos páginas y estaba comenzando la tercera, cuando Peter giró en la cama, soltando un quejido adormilado y se le quedó mirando con sus ojos abiertos y completamente espabilado.

—¿Qué hora es?

Alcanzó el reloj de bolsillo que descansaba sobre la mesa y le echó un vistazo.

—Van a dar la una y media.

Peter parpadeó y en un segundo estuvo sentado en la cama y tratando de desenredarse de las mantas para ponerse de pie.

—¿Cómo dijo? —. Tomó el reloj para confirmarlo él mismo y lanzó un juramento—. No se suponía que me dormiría tanto...Demonios, debo estudiar.

—Pero usted dijo que quería una hora más y todavía le quedan al menos cuarenta minutos.

—¿Una hora más? —repitió sin mirarlo y tomó su pantalón del baúl para empezar a vestirse por debajo de la camisola—. ¿Cuándo dije eso?

—Hace no más de quince minutos cuando lo desperté para almorzar.

Se frotó los ojos confundido y lo miró.

—¿Qué?

—Estaba muy cansado y me pidió que lo dejara dormir otra hora. Seguro sí lo recuerda ¿no?

Negó y se quitó la camisola por la cabeza, quedándose con su torso desnudo en lo que buscaba su camiseta.

—No sé de qué habla... ¿Y qué hay de misa? ¿No es domingo? Tendríamos que haber ido a misa.

—Fui, señor —contestó y Peter se detuvo otra vez confundido—. Y le avisé que iría y que sería mejor que usted descansara otras horas y estuvo de acuerdo. ¿Tan dormido estaba que no lo recuerda?

—Debe ser...Lo último que recuerdo es haberme ido a la cama anoche, luego de estudiar —. Se acomodó la camiseta por debajo del pantalón y tomó su camisa de algodón para colocarla por encima y la embutió debajo del pantalón luego de abrocharla—. ¿Me he perdido misa entonces? Espero no me notaran.

—Lo notaron, sí, pero dije que necesitaba descansar. Realmente tiene el sueño muy pesado si no recuerda nada, hasta me pidió que le presentara mis respetos al Reverendo de su parte y todo.

Peter se encogió de hombros y no pudo encontrar nada en su memoria al respecto. Ni siquiera recordaba haber despertado en todo el día desde que se había ido a la cama.

Se puso sus medias, para no andar con sus pies desnudos sobre el horrible suelo de hormigón del apartamento y luego se sentó en la silla junto a Roland para almorzar juntos.

—¿Y qué tal estuvo misa?

—Pues muy bien —contestó y se le quedó mirando con atención. De momento, todo parecía estar yendo con normalidad entre ellos—. El sermón de hoy ha sido sobre nuestro deber de no juzgar a otros y amarnos entre todos.

—Parece bastante oportuno —murmuró con una sonrisa de lado y se agarró la cuchara con ganas de empezar su almuerzo—. El sermón de la misa pasada también fue muy oportuno para mí. ¿Cree que Dios nos responda a nuestras dudas a través del Reverendo o estoy proyectando demasiado?

—No sabría decirle.

Sirvió el almuerzo en un plato con una porción generosa para ambos y cuando se lo dejó enfrente, lo observó en silencio mientras rezaba.

Definitivamente se veía normal, relajado, aunque apresurado por terminar la comida para ponerse a estudiar y si no tuviera el recuerdo vivido de la noche anterior, hasta se arriesgaría a decir que lo había soñado y Peter en realidad no tenía idea de su secreto.

—Uhm...Esto es buenísimo, señor Josey —aseguró, cubriéndose la boca con una mano cuando habló con esta llena—. Mejor que el de mi madre incluso, pero nunca le diga que le dije eso o lastimaré sus sentimientos.

Sonrió sin poder evitarlo y ocultó su rostro, girándolo en otra dirección cuando notó que se le calentaban las mejillas.

Odiaba que lo halagara de esa forma y causara una respuesta tan notoria en su cuerpo.

Peter reprimió una sonrisa al verlo ocultarse disimuladamente y después de otros dos bocados del pastel, deslizó el plato en su dirección y le entregó la cuchara.

—¿Sucedió algo más en misa?

—Uhm...El sermón era en honor a la señorita Brown —explicó y tomó la cuchara de su mano, consciente de que seguía sonrojado y Peter podía verlo—. Al parecer ha quedado embarazada de un hombre de terrible reputación y fuera del matrimonio.

—Oh, vaya, eso es desafortunado —concluyó y su sonrisa desapareció—. ¿La ha ido a ver?

—Así es, con el señor Quine —. Peter frunció el ceño, así que agregó—. El pretendiente de la señorita Sunny.

—Oh, sí, al que usted le fue de mensajero, sí. Recuerdo eso. ¿Y qué tal está esta tal señorita Brown?

—Pues parece ser una mujer fuerte y con sus ideas claras, además me pareció que asumió la responsabilidad de sus actos con mucha dignidad. Más de la que se puede decir del señor Belsy.

—¿El señor Belsy siendo el padre de la criatura? —. Asintió y después de probar una cucharada del pastel, se lo regresó—. Pues si ella necesita de ayuda, iremos. ¿Le dijo eso?

—Sí, le he ofrecido mis servicios de cualquier forma que me sea posible, pero me ha asegurado que de momento no necesita nada —. Recuperó la cuchara cuando Peter comió dos bocados e hizo lo mismo—. La iglesia hará una recaudación para ella el próximo jueves, pensaba que, si tenemos algo de dinero extra en nuestras manos, podríamos aportar así sean solo dos chelines.

—Por supuesto, seguro podremos dar nuestra parte en la recaudación.

Abandonó la silla para irse en busca de sus libros y Roland giró hacia el respaldo para mirarlo. Estaba esperando a que su comportamiento cambiara en cualquier momento, que se quedara serio o se volviera más frío y distante. Cualquier cosa que le confirmaba las cosas ya no serían iguales entre ellos.

—¿Dónde están mis libros? —inquirió Peter cuando encontró su baúl vacío y Roland señaló hacia la cajonera.

—Los organicé por usted. Pensé que este lugar se sentiría más como un hogar si empezamos a desempacar un poco.

Abrió los cajones para revisar el interior y descubrió que también había guardado algunos de sus trajes y sus pantaletas.

Sonrió, los cerró para dejar todo como estaba y tomó los libros para irse a la cama.

—Muchas gracias, señor Josey, no debía molestarse.

—No ha sido nada. ¿Comerá más?

Asintió y se inclinó desde la cama hacia la mesa para alcanzar el plato y la cuchara, se llevó dos bocados cargados y luego volvió a acomodarse en la cama y abrió sus libros en las páginas donde se había quedado.

Ni una sola vez lo miró de mala manera y estaba empezando a molestarle. Prefería el odio y el rechazo a esa...esa amabilidad tan...tan confusa y rara.

—También organizarán una recaudación para nosotros el jueves por la tarde.

—¿Para nosotros? —inquirió, distraído con su estudio—. ¿Por qué? Estamos perfectamente.

—La señorita Sunny ha comentado que no tenemos muebles y utensilios, así que la iglesia se ha ofrecido a conseguirlos por nosotros.

—Ah, eso no será necesario. No necesitamos de caridad —rio y tomó su libreta para copiar algunos ejercicios y practicar resolverlos.

—Pues ya lo he aceptado. Nos vendría bien, conseguiremos algunos platos y quizás otra cama...

Peter alzó la mirada en su dirección y Roland evitó mirarlo, intentando fingir indiferencia. Recogió un poco de puré con la cuchara y se la llevó a la boca, con su atención puesta en la pared de ladrillo frente a la ventana y consciente de que los ojos de Peter estaban sobre él.

—No necesitamos otra cama, señor Josey.

—Prefiero diferir.

—No quiero dormir solo —explicó y lo siguió con la mirada cuando Roland se puso de pie llevándose el plato vacío.

—Tampoco querrá dormir con un hombre como yo.

—De hecho, se equivoca, pues es usted el único hombre con el que me interesa dormir—. Roland reprimió una sonrisa sin poder evitarlo y Peter maldijo, apretó los ojos y exhaló—. No pretendía que sonara de esa forma.

—Ah, pero sonó de esa forma y ¿sabe por qué? Por lo que soy, pues no lo interpretaríamos de esa manera si yo no fuera un problema.

—Usted no es ningún problema —insistió y apartó los libros para ponerse de pie—. ¿Por qué tiene que insistir tanto en que lo es?

—Porque sé que lo soy —dijo sin importancia, dándole la espalda concentrado en recoger todo lo que había ensuciado al cocinar para limpiarlo—. Siempre lo he sido, señor Eades. ¿O cree que hui de mi pueblo porque me apetecía hacerlo? ¿Cree que hui de Nueva York porque me parecía divertido?

—Dijo que huyó de Nueva York porque debía dinero y querían matarlo.

Lanzó el plato de metal en la cubeta de agua, soltando un bufido y se giró para enfrentarlo. Peter se había acercado para hablar, pero en el momento que Roland estuvo irguiéndose ante él, claramente molesto, tuvo que retroceder un paso cautelosamente, porque molestó debía admitir que le daba un poco de miedo.

—El dinero era solo una excusa para quererme muerto. ¿Pero quiere saber la verdad? —. Peter empezó a negar, asintiendo por momentos y no supo decidirse si quería o no escucharlo. Tampoco importó, porque Roland siguió hablando—. Era un prostituto, señor Eades. Me dejaba follar por menos dinero del que podría hacer lustrando zapatos, por hombres de su edad y tres veces más grandes. Así que dígame otra vez... ¿Realmente quiere dormir junto a alguien como yo?

La información lo tomó por sorpresa y lo dejó congelado en el lugar, con su boca abierta sin que salieran palabras.

Tragó con dificultad, intentando recuperar el hablar y pensar en una respuesta y después de lo que se sintió como un minuto, pero fueron solo segundos, empezó a negar.

—No...No me importa lo que hiciera antes...No voy a juzgarlo.

—Oh, por favor, déjese ya del no voy a juzgarlo, Dios mío. Es inútil, debe juzgarme porque estoy mal, señor Eades, tengo un problema. ¿Qué no lo ve?

—No —aseguró y cuando intentó acercarse, Roland negó y retrocedió—. No tiene ningún problema, es distinto, sí...Pero tanta gente lo es y...Y es mi amigo y lo aprecio mucho...

—Pare ya —susurró y se frotó el rostro con ambas manos, clavándose las palmas contra sus ojos—. Joder...Pare ya, no lo soporto...No soporto que sea así...Tan estúpido, tan ciego.

—Puede insultarme todo lo que quiera, no cambiará mi opinión de usted —. Le sujetó las manos, para apartarlas de su rostro e intentó encontrar su mirada sin éxito—. Somos amigos y nada cambiará eso.

—¿Nada? —repitió con burla y se rio—. ¿Está seguro de eso?

—Por supuesto.

Roland enderezó su espalda, recuperando la diferencia de altura que era tan evidente entre los dos y cuando avanzó hacia Peter, este se obligó a no retroceder, ni siquiera cuando sus cuerpos se chocaron y Roland sujetó su rostro desde la mandíbula, estrujando sus mejillas en una mano.

—¿Y si quisiera besarlo? ¿No cambiaría eso las cosas?

La pregunta había caído sobre su cuerpo como un balde de agua fría o mejor aún, lava ardiente, porque en un segundo, paso de sentir frío por el sudor en sus manos a sofocarse con un calor inesperado que recorrió todo su cuerpo, desde la punta de sus pies hasta su frente.

Su corazón se saltó un latido, dejándolo desorientado y ni siquiera fue capaz de recordar como tragar o respirar, por lo que estuvo seguro de que acababa de retener todo el aire en sus pulmones y todo lo que conseguía hacer, era mirar hacia Roland boquiabierto.

Roland ahuecó su rostro en ambas manos, dejando que sus palmas se presionaran contra su mejilla y las arrastró, para enredarlas en su cabello despeinado y luego de regreso a su mejilla, donde deslizó el pulgar sobre su boca.

Sus labios cedieron bajo su caricia, deformándose en la dirección en la que arrastró su dedo y abriéndose sutilmente, lo cual era difícil no interpretar como una invitación, especialmente cuando no lo apartó.

—¿Qué diría si yo quisiera desnudarlo y llevarlo a la cama? ¿Si le confesará lo mucho que me tienta saber que nunca ha estado con un hombre y yo sería el primero? No solo eso...Sino que tampoco ha estado con una mujer y podría enseñarle tantas...Tantas cosas...—. Rozó su nariz con la suya y cerró los ojos, permitiéndose disfrutar de la cercanía a la espera de que Peter lo empujara en cualquier momento— ¿Pensaría tan bien de mí si le robara su primer beso tan egoístamente para complacer mis propias retorcidas fantasías? ¿Si le dijera que lo he pensado desnudo cuando duerme a mi lado?

La respiración de Peter se volvió más pesada con cada segundo y no se movió o siquiera parpadeó mientras las manos de Roland acariciaban su rostro y su pulgar seguía acariciando sus labios, provocándolos y acariciándolos, como si estuviera a segundos de besarlo.

Pudo escuchar su propio corazón, retumbando en sus oídos y palpitando en la vena de su cuello y la sangre que circulaba por su cuerpo, descendió a una velocidad abrumadora y comenzó a acumularse en su eje.

Cerró los ojos, soltando un suspiro y Roland se inclinó más cerca y rozó sus labios contra su mejilla hasta acercarse a su oreja.

—¿Por qué no me ha apartado todavía?

—No-No...No lo sé —logró susurrar y desconoció su propia voz—. No lo sé.

Roland lo miró, alejándose lentamente y cuando apartó las manos de su rostro y retrocedió un paso, Peter se atrevió a abrir los ojos con su pecho todavía subiendo y bajando con violencia y miró hacia el suelo, porque no tenía el valor de enfrentarlo.

Sabía que Roland lo estaba mirando con la misma confusión escrita en todo su rostro, porque ni siquiera él mismo era capaz de explicar lo que acababa de suceder.

Que Roland lo deseara era el menor de sus problemas en esos momentos e incluso Roland podía estar de acuerdo en eso.

Había esperado que al provocarlo despertaría la reacción que tanto había estado esperando; odio y desprecio, esas a las que ya estaba acostumbrado y que lo harían sentirse más cómodo por querer huir como el cobarde egoísta que era. Cualquier hombre habría reaccionado de esa forma, empujándolo lejos o incluso golpeándolo, pero Peter...Ni siquiera podía definir la reacción de Peter. No la entendía.

Lo miró en silencio, esperando que hiciera algo, pero Peter solo mantuvo su atención en el piso y se pasó una mano por el cabello, peinándolo, mientras alisaba las arrugas de su camisa con la otra.

Se giró, como si pretendiera dejar la habitación, pero luego giró hacia el otro lado, enfrentando la cama y se detuvo, para dirigirse hacia él, aunque sin mirarlo.

—No hace...No necesitamos camas separadas o que usted se marche —murmuró y esta vez, Roland no discutió.

Lo observó cuando se regresó a la cama y recuperó uno de los libros que apoyó en su regazo y empezó a leer, apoyando el codo sobre un lado del libro y mordiéndose la uña del pulgar como si tuviera intenciones de arrancarla de raíz.

No miró en su dirección y Roland no pudo dejar de mirarlo hasta que regresó a lavar los platos como si fuera una máquina funcionando en automático y ambos volvieron a la rutina...Como si nada hubiera pasado.

El resto del día fue incómodo y silencioso.

No hablaron salvo para cosas estrictamente necesarias, como cuando Roland le avisó que iría a buscar a Miss Muffin o Peter le informó que debía ir a la letrina y tampoco hicieron contacto visual o volvieron a tocar el tema.

Peter estudió toda la tarde, inclusive una vez cayó la noche y solo tenía la luz de las velas para alumbrarse y cuando Roland sirvió la cena, se sentó en la mesa y comieron en un silencio de funeral, sin mirarse o siquiera tocarse por accidente.

Cuando se prepararon para irse a dormir, lo hicieron con la misma incomodidad que habían compartido durante todo el día. Roland se acostó primero, pegándose a la pared y Peter se le unió poco después de terminar su último resumen del libro.

Se habría quedado hasta tarde aprovechando a estudiar, pero apenas había logrado concentrarse en todo el día, así que solo estaba perdiendo el tiempo y prefería dormir un poco o intentarlo al menos.

Se metió en la cama junto a Roland, apartando las mantas solo un momento antes de cubrirse como él. Roland le daba la espalda, enfrentando la pared, así que pudo ver su nuca y su cabello dorado.

Tragó con dificultad cuando pensó en abrazarlo, pero terminó dándose la vuelta para darle la espalda también e intentar dormir de esa forma.

No pudo. Simplemente no se sentía correcto cuando ya se había acostumbrado a todas las noches dormir con el cuerpo de Roland pegado al suyo y su brazo envolviéndolo con fuerza.

Se acurrucó en posición fetal, con su atención puesta en la mesa que tenía al lado y estrujó la manta en su puño cerca de su rostro. No tenía el valor para girarse y abrazarlo porque estaba asustado de sí mismo, de lo que había sucedido esa tarde cuando Roland se había acercado y lo había provocado.

Todas esas cosas que le había dicho y esas fantasías que había compartido...Todavía ardía su piel al pensar en ello y podía sentir como un placer extraño, novedoso, se empezaba a formar en su vientre.

Apretó los ojos, intentando controlar su mente y ahuyentar todas esas ideas o la voz de Roland susurrándole lo mucho que lo deseaba en su mente e intentó pensar en su estudio y repasar todo lo que había leído.

No tenía caso, porque las palabras de Roland seguían colándose en contra de su voluntad y lo volvían loco. Le hacía sentir de una forma que era completamente nueva para él.

Abrió los ojos y los fijo en la mesa a su lado cuando sintió como Roland se movía su espalda y giraba hacia su lado. Casi podía sentir sus ojos clavados en su nunca, aunque no pudiera verlo.

Pasaron unos minutos de silencio, donde creyó que tal vez ya se había dormido y solo se movía en sueños, pero comprendió se equivocaba cuando su voz interrumpió la calma de la noche.

—¿Puedo...?

No completó la pregunta, porque no tenía el valor y temía demasiado que Peter lo rechazara en ese preciso momento, pero tampoco hizo falta porque Peter respondió de inmediato sin siquiera concederse un segundo de pensarlo o darle tiempo a terminar de hablar.

—Sí. Por favor.

Roland exhaló de alivio y se arrastró más cerca, eliminando cualquier distancia entre sus cuerpos y lo abrazó desde atrás.

Se pegó a su espalda mucho más de lo que nunca se había pegado y por eso Peter pudo sentir cada pequeña fibra de musculo en su cuerpo. Eso o que simplemente estaba prestando más atención y era más consciente de su cercanía.

Sintió su abdomen, presionándose contra su espalda baja, sus muslos amoldándose a los suyos y como sus glúteos se acomodaban perfectamente contra su entrepierna con una distancia donde apenas podría caber una pluma. Fue consciente también de sus pectorales contra sus omoplatos y la forma como se presionaba sobre él cada vez que respiraba y por último su aliento acariciándole la nuca.

Roland lo abrazó con fuerza, extendiendo su mano contra su abdomen y la movió suavemente hacia arriba, acariciándole el torso por sobre la tela al tiempo que soltaba un grave suspiro contra su oreja.

Peter se mordió a sí mismo, conteniéndose de suspirar con él y sus ojos se empezaron a llenar de lágrimas cuando los cerró con fuerza. No quería que Roland lo viera llorar, porque tampoco podría explicar porque lloraba, pero no era capaz de contenerse.

Se llevó la manta estrujada en su puño hacia la boca y le clavó los dientes con fuerza intentando ser fuerte y contenerse.

Inhaló profundo y sin hacer mucho ruido, para intentar calmarse y contener los sollozos y cuando sintió como el nudo en su garganta empezaba a suavizarse, soltó las mantas enredadas en su puño y buscó la mano de Roland que descansaba en su abdomen.

Tiró suavemente de esta, obligándolo a acercarse incluso más y Roland obedeció sin decir nada y extendió su otro brazo debajo de la cabeza de Peter cuando este la levantó por un breve minuto dejándole el lugar.

Peter se giró, ahora que estaba completamente envuelto en sus brazos y no lo miró ni enfrentó su rostro y simplemente se acurrucó contra su pecho y lo abrazó de regreso.

Roland terminó de sujetarlo, envolviéndolo en sus dos brazos hasta que pudo descansar ambas manos sobre su espalda y de esa forma, más cerca que en ninguna de las últimas noches, ambos se quedaron profundamente dormidos.

09 de agosto 1897.

Spitalfields, Londres.

La mañana comenzó con el mismo silencio del domingo.

Roland despertó primero a la hora correcta para no llegar tarde al trabajo y pudo disfrutar de tan solo unos minutos con Peter en sus brazos antes de tener que despertarlo también.

Empezaba a arrepentirse de todo lo que había dicho y hecho el día anterior, la forma como lo había provocado y complicado aún más las cosas, cuando, si debía ser sincero, habían estado perfectamente bien antes de que abriera su enorme boca.

Pero tampoco podía decir que le sorprendiera, tenía un talento para arruinar las cosas.

Peter se apartó de sus brazos cuando despertó y tomó asiento hacia el borde de la cama sin mirarlo. Todavía estaba tenso e incluso Roland podía notarlo desde lejos, pero no sabía que decir para calmarlo o si siquiera entendía lo que había sucedido entre ellos que los había dejado de esa forma.

Podía asumir lo obvio y concluir que Peter no lo había apartado porque lo deseaba, pero la idea era simplemente ridícula para él, pues se negaba a creer que Peter pudiera tener una naturaleza tan desviada como la suya cuando era tan hermoso y perfecto en todas las formas, así que ni siquiera considero esa posibilidad y simplemente se culpó a sí mismo. Él lo había arruinado todo por ser como era.

Peter dejó la cama primero y tomó su pantalón que Roland había dejado colgado en una cuerda provisoria sobre la cocina para que se secara durante la noche. Se lo puso antes de quitarse la camisola y luego se puso la camisa y el chaleco azul que decidió usar esa mañana.

Cuando fue a la cama para calzarse, Roland se puso de pie para vestirse y pudo verlo de reojo quitándose los pantalones y la camisa, hasta quedar con solo sus pantaletas.

Su garganta se secó mientras lo miraba y estudió la forma de sus piernas y su espalda, incluso como la tela de las pantaletas se ajustaba a sus caderas y tuvo que negar para sí mismo y obligarse a centrar su atención en los cordones de sus zapatos.

Roland preparó el desayuno y Peter guardó los libros en un bolso para que no tuviera que perder tiempo en la noche al recogerlos para irse hasta la biblioteca.

Desayunaron en la mesa, sin hablar, compartiendo una taza de café y pan tostado con algunos huevos revueltos como siempre y cuando terminaron, Roland lavó todo y Peter lo esperó junto a la puerta.

Sus manos se encontraron sobre el picaporte cuando ambos fueron a abrirla y esa fue la primera vez que se miraron desde la tarde del domingo.

Peter contuvo el aliento al encontrar sus ojos verdes y la atención de Roland bajó de inmediato hacia sus labios cuando no pudo perder detalle de la forma como tuvo que humedecerlos ante la repentina resequedad que sentía en su presencia.

Peter miró sus labios también, que se veían más llamativos que nunca antes y cuando volvió a mirarlo a los ojos, notó que Roland comenzaba a fruncir el ceño y pudo sentir todas las mismas dudas que él reflejándose como un espejo.

Abrió la puerta del tirón, rompiendo con cualquier incomodo momento y se adelantó hacia las escaleras, sin molestarse en esperarlo mientras él dejaba a Miss Muffin en casa de Sunny.

Se quedó parado en el umbral de la puerta principal frente al edificio y cuando lo vio bajando las escaleras, decidió adelantarse y empezar a caminar hacia la fábrica.

Necesitaba un poco de su espacio personal, es el cual Roland había invadido el día anterior y que todavía parecía echar de menos su cercanía. No entendía por qué o qué le estaba sucediendo, pero tampoco quería hacerse todas las preguntas que sabía debía hacerse, porque le asustaban las posibles respuestas.

Se guardó las manos en los bolsillos de su chaqueta, apretando los puños con fuerza y mantuvo su atención en el suelo mientras caminaba a paso rápido y firme.

Sabía que Roland estaba pisándole los talones y que no lo había igualado en velocidad porque no quería, pero se obligó a ignorarlo y lo dejó atrás una vez llegó a la fábrica y firmó su nombre en el cuaderno de entrada.

Roland lo vio desaparecer por las puertas que daban acceso a la fundidora y suspiró en lo que firmaba su nombre debajo del de Peter.

Cuando lo había provocado la tarde anterior, había esperado una reacción más violenta de su parte, que lo empujara o incluso lo golpeara como cualquier hombre habría hecho en su lugar. De hecho, había querido que reaccionara de esa forma, porque entonces podría confirmarse a sí mismo que su amistad con Peter estaba jodida y podía irse sin sentir culpa.

Pero, por supuesto, tendría que haber sabido que Peter era demasiado tranquilo como para responder con violencia y, por lo tanto, se había quedado paralizado y asustado...De él.

Estaba seguro de que Peter le tenía miedo e incluso le sorprendía que todavía quisiera dormir a su lado o abrazarlo. Era evidente, por la forma como lo evitaba, que no quería tenerlo cerca o mirarlo a los ojos por más tiempo del necesario.

Se fue hacia la habitación de la fundidora y siguió al resto de hombres hacia el patio donde ya habían llegado los carros con más bolsas de coque para iniciar el fuego. Siguió a Peter en silencio hacia la pila de bolsas y esperó mientras él se cargaba una al hombro y luego se detuvo a hacer lo mismo.

Tomó una para acomodar sobre su hombro derecho, que siempre resultaba el más fuerte y donde aguantaba más peso y luego levantó otra con su mano libre y la acomodo por encima.

Peter lo miró un momento y tuvo que morderse la lengua cuando sintió el impulso de regañarlo. Que ya estuviera mejor de su lesión, no significaba que pudiera cargar cuarenta kilos en el hombro...Sesenta kilos, concluyó cuando lo vio llevarse una tercera bolsa al hombro y además otra agarrada con su mano libre.

Sacudió la cabeza con desaprobación y Roland se detuvo al verlo.

—¿Qué sucede? —inquirió y Peter lo miró de reojo, todavía sosteniendo su única bolsa en el hombro.

—Nada. Solo...No creo que sea bueno que cargue con tanto peso, pero haga como quiera.

—¿Tres le parece mejor? —ofreció y lanzó la bolsa en su mano hacia las demás amontadas en el suelo.

—Dos ya sería empujarse demasiado.

Asintió sin protestar y lanzó la tercera bolsa de regreso con las demás y se quedó solo con dos en el hombro.

—No tiene que hacerme caso, señor.

—Pero quiero —aseguró e intentó sonreírle cuando Peter lo miró de reojo.

No le regresó al gesto, aunque lo intentó, terminó formando una mueca que ocultaba su confusión y ansiedades y luego se alejó hacia el horno y Roland lo siguió.

Hicieron un par de viajes para llenar el horno con el coque y luego se fueron hacia la sala de moldes y ocuparon una de las estaciones para comenzar el trabajo.

Esa semana estarían trabajando en la fabricación de todas las piezas de maquinaria industrial, porque había una alta demanda para la fabricación de maquinarias y debían enviar todo antes de que llegara el fin de semana.

Los moldes ya les habían llegado, los cuales eran diseñados en otra fábrica, comenzando por un plano dibujado en papel por expertos en ingeniería y el cual luego pasaba a un grupo de hombres que daban forma al metal para crear el armazón deseado. Era un proceso manual, hecho con metal caliente y moldeable, martillos y otras herramientas, por lo que conllevaba mucho más tiempo que hacerlo en la fábrica con el metal fundido. Pero ellos requerían de los moldes para trabajar, así que era una parte indispensable.

Peter se fue hacia uno de los enormes moldes de metal para empezar a trabajar y Roland lo acompañó y lo ayudó a moverlo. Engancharon unas cadenas del techo al borde de la estructura de metal y agarraron los otros extremos de la cadena para tirar juntos y conseguir levantarlo un poco del suelo, apenas unos centímetros que era suficiente para poder moverlo por la fábrica gracias a los rieles en el techo por donde se deslizaba la cadena.

Lo colocaron debajo del conducto que depositaba la arena y retiraron la tapa del molde con las cadenas, porque les habría sido imposible levantarlo con sus manos cuando pesaba un par de toneladas.

Dentro del molde, se podían ver todos los canales y recovecos que darían forma a la pieza final cuando estuviera lista, pero primero debían llenarlo de arena, así que Peter empujó la palanca que había en el tubo sobre ellos y dejó que empezar a caer abundante arena dentro del molde hasta desbordarlo un poco.

Cerró la palanca y empezó a extenderla por todos los agujeros para compactarla bien, mientras Roland empezaba con otro molde por su cuenta.

Empujó el molde hasta ponerlo debajo de la prensa, correctamente alineado, para que, al bajarla sobre este, compactara toda la arena sin dejar siquiera una burbuja de aire que podía fácilmente arruinar todo el trabajo. La prensa descendió sobre el molde, empujando toda la arena en su lugar y antes de que Peter la levantara, liberó un gran disparo de aire para que la arena se compactara aún más.

Después de que la arena estuviera en su lugar, le tocaba retirar las piezas de metal, revelando el molde de arena perfectamente armado y debía examinarlo con detalle para asegurarse de que no tuviera ninguna imperfección antes de mandarlo hacia uno de los hornos para que lo cocinaran y así conservara su forma.

El último paso, era volcar el metal fundido sobre el molde de arena, pero Peter no tenía que encargarse de esa parte y solo continuaba haciendo más moldes de arena. Uno detrás del otro y hasta que le dolían las manos y los hombros y sus pies ya estaban acalambrados por llevar tantas horas parado.

Era un trabajo difícil y agotador y aunque algunos lo disfrutaban, Peter lo odiaba. Estar todo el día con arena y sucio era el menor de sus problemas, pero el calor que había en la fábrica, ese sí no lo soportaba. Le quemaba el rostro incluso aunque no estuviera cerca de la fundidora y todo el aire parecía ondear a su alrededor debido a las altas temperaturas.

Sudaba todo el día, por lo que también se moría de sed, pero no tenía muchos descansos para poder beber agua y cuando le tocaba ir a ayudar en la fundidora y debía estar ante el metal fundido, que le empezaba a cocinar la cara con el calor que largaba, como si fuera lava ardiendo, entonces más odiaba lo que debía hacer.

Se alegró cuando llegó la hora del descanso y dejó la fábrica hacia el patio delantero, limpiándose el rostro sudoroso con su pañuelo. Encontró un lugar donde sentarse en el suelo, cerca de los muros para recostar su espalda y estudió el entorno.

Realmente no conocía a la mayoría de los hombres con los que trabajaba a pesar de llevar ya una semana, pero a diferencia suya, Roland ya parecía ser amigo de todos. Lo vio, riendo por algo que le decían y un hombre le dio unos golpes amistosos en la espalda antes de separarse y otro le entregó dos emparedados que Roland agradeció con una inclinación y su hermosa sonrisa.

Realmente hermosa, algo que Peter había notado desde un comienzo cuando lo había conocido en el barco. De hecho, siempre lo había encontrado muy apuesto, desde sus rasgos masculinos y su densa barba, que ahora crecía cuatro dedos de largo, hasta su porte al caminar, que tenía algo...Una agresividad y elegancia combinada que le fascinaba.

En su momento no había pensado mucho de eso, después de todo, qué mal tenía reconocer que era un hombre apuesto, pero ahora...Ya no estaba seguro.

Se obligó a desviar la mirada cuando Roland comenzó a caminar en su dirección y fingió apenas notarlo cuando empezó a sentarse en el suelo a su lado.

—Nos he conseguido unos emparedados para almorzar —explicó y le ofreció uno para él, quedándose con el que era más pequeño—. Y un poco de whisky también. ¿Quiere?

Asintió y tomó la botella de su mano para beber un largo sorbo. Moría de sed, pero el alcohol no ayudaba.

—Guau...Cuidado, señor Eades...Se va a poner ebrio.

Se limpió la boca con su mano cuando terminó de beber y le regresó la botella, concentrándose en su emparedado.

—Deberíamos intentar traernos nuestro propio almuerzo creo.

Roland lo miró mientras comía y se encogió de hombros.

—Supongo que puedo cocinar un poco más por las noches y empacarlo para el día siguiente. Aunque tendré que conseguirnos un contenedor para eso o podría hacernos emparedados...Todavía tengo pescado en la casa y creo que un poco de cerdo. Debo ir a hacer las compras pronto.

Habló mucho y sin pausas, como si quisiera llenar el silencio entre los dos y evitar cualquier momento incómodo y Peter no lo interrumpió y solo asintió a todo lo que dijo.

—Podemos hacer las compras esta noche si encontramos algo abierto.

—Sí, que buena idea, señor, podemos aprovechar cuando vayamos a llevar sus libros a la Universidad.

—No tiene que acompañarme —aseguró, restándole importancia—. Puedo ir solo.

—Es muy tarde para eso.

—¿Y por qué le importaría? —inquirió y Roland se enderezó para mirarlo.

—Pues porque no quiero que le pase nada —dijo y Peter sintió que el nudo en su garganta regresaba y la comida se le atoraba al tragar—. Es mi amigo.

Amigo pensó y lo miró, deteniéndose a observar sus labios.

No le había hablado como un amigo el día anterior cuando le había confesado que lo deseaba y que lo imaginaba desnudo cuando dormían juntos en la cama. No le había hablado como un amigo cuando había querido besarlo y le había confesado lo mucho que lo tentaba su inexperiencia.

Y sí debía ser sincero, él tampoco había pensado en él como un amigo cuando había deseado que hiciera todas y cada una de las cosas que había dicho.

Apartó la mirada, antes de hacer alguna locura y en presencia de tantas personas y terminó encogiéndose de hombros.

—Está bien...Como quiera.

Se terminó su emparedado antes que Roland y abandonó su lugar en el suelo para regresar al trabajo sin molestarse en esperarlo. Necesitaba un respiro de él, de estar tan cerca todo el tiempo y que le nublara la razón.

Roland se terminó su comida rápidamente para poder seguirlo, pero apenas estaba poniéndose de pie cuando el señor Hamish Quine llamó por él desde el portón de la fábrica.

Con lo que había sucedido, había olvidado por completo que se suponía debía visitarlo esa tarde, pero intentó aparentar lo contrario y fue a su encuentro para estrechar su mano.

—Espero no llegar en mal momento, señor Josey, escuché que estaban en su descanso y vine tan rápido como pude.

—Y oportuno fue, señor, justo estaba por volver al trabajo, pero déjeme que primero le cuente lo que hablé ayer con la señorita Sunny.

Hamish asintió y se salieron del patio de la fábrica para hablar en la acera.

—Su hermano la regañó por su comportamiento en misa como creo que ya sabía.

—Sí, Herbert me dijo que hablaría con ella.

—Pues la señorita no lo hizo apropósito, aunque creo que usted ya lo sabe —. Hamish asintió uniendo sus manos en la espalda—. En realidad, el asunto es que usted la pone nerviosa como ya habíamos imaginado.

—Comprendo, pero eso todavía no me explica porque me ha rechazado en reiteradas ocasiones cuando ha sido ella quien me ha solicitado en primer lugar.

—Bueno, eso es un poco más complicado —confesó y se rascó la barba, en lo que intentaba pensar una forma de contarle—. La señorita está asustada, señor.

—¿De mí? —preguntó horrorizado y Roland se apresuró en negar.

—No, no de usted, de que las cosas cambien. Ya sabe, ella es muy cercana a sus hermanos y le preocupa tener que dejarlos solos cuando se vuelva su esposa y además creo que le asusta la idea de asumir las responsabilidades de un matrimonio.

Hamish entrecerró los ojos confundido e intentó repasar toda la información en su cabeza para que tuviera sentido. Siempre había encontrado muy complicado entender a Sunny, porque era impredecible y demasiado compleja, pero le gustaba intentarlo y quería poder entenderla.

—¿O sea que ella...desea tener una relación conmigo, pero...Al mismo tiempo no?

—Podría decirse, sí —coincidió y le apoyó una mano en el hombro—. Pero si quiere puedo darle un consejo.

—Oh, sí, por favor, usted parece saber mucho más de mujeres que yo, señor.

Roland quiso reírse ante la ironía que encontró en esas palabras, pero se contuvo y solo caminó unos pasos lentos por la acera mientras hablaban.

—Vaya a verla ahora.

—¿Ahora?

—Sí, ahora, no pierda tiempo, no la posponga, porque vera, a las mujeres les gusta sentirse una prioridad y que todo lo demás no le importa tanto como ella. Así que, vaya ahora y hágale saber que la ha puesto en prioridad para hablar con urgencia.

—Comprendo... ¿Pero sobre qué debo hablarle?

—Sobre el futuro que desea para los dos. Hágale saber todo lo que usted tiene planeado y no deje lugar a dudas o casualidades, que la señorita sepa que todo estará arreglado para que sus ansiedades no puedan sacar lo peor de ella.

Empezó a asentir cuando comprendió lo que Roland decía y se detuvo para enfrentarlo.

—Comprendo lo que me dice. ¿Y cree que eso funcione?

—Sí, yo creo que, si logra ahuyentar las dudas de la señorita Sunny, ella ya no tendrá más motivos para rechazarlo. No desea ser separada de su familia, señor Quine.

—Ni yo deseo separarla.

—Lo imaginaba, pero por eso debe decírselo y de inmediato, antes de que sus ansiedades sigan sacando lo peor de su mente y la llenen de más dudas.

Se despidió, agradeciéndole innumerables veces por toda su ayuda y después de un firme apretón de manos, lo dejó regresar al trabajo y se marchó apresurado hacia el apartamento de Sunny.

Iba a seguir su consejo y no perdería tiempo alguno, incluso aunque tenía que volver al trabajo, pues se había escapado para poder hablar con el señor Josey, se concedería otros diez o quince minutos para hablar con ella y luego inventaría alguna excusa con su jefe.

De todas formas, tenía buena relación con él, así que dudaba mucho se metiera en problemas.

Subió las escaleras de dos en dos hasta el primer piso y se detuvo frente a la puerta y respiró hondo. ¿Qué le diría? El señor Josey le aconsejaba explicar todo el plan que tenía para ellos sin dejar lugar a dudas, pero él todavía no había terminado de asegurar lo que sucedería en su futuro.

Quería conocerla y salir juntos al teatro y al parque y sin duda la haría su esposa, porque confiaba en que serían compatibles y lo harían funcionar y luego... ¿Luego qué?

Repasó todo en su cabeza, ideando un plan y asegurándose de prepararse para cualquier posible duda que Sunny pudiera tener y luego reunió el valor y llamó a la puerta.

Pudo escuchar un ladrido agudo al otro lado, que supuso sería de la mascota del señor Josey y cuando la puerta se abrió, Sunny le estaba hablando como si de un niño se tratara y sonreía mientras Muffin brincaba a sus pies.

Su sonrisa desapareció al verlo y se llevó una mano al cabello, intentando acomodar el desorden de su peinado al borde del pánico.

—Señor Quine...

—¿Señor? —repitió y le concedió una sonrisa—. ¿Desde cuándo usamos tales formalidades cuando estamos a solas, Sunny?

Ella se rio, al borde de una crisis de nervios y sacudió la cabeza.

—Tienes razón, lo siento. No esperaba vinieras hoy. ¿Está todo en orden?

—Lo estará si me permites hablar contigo un momento —. Ella asintió de inmediato y terminó de abrir la puerta en su totalidad para invitarlo a entrar—. Gracias.

El apartamento era pequeño, pero lo conocía a la perfección porque había pasado innumerables noches allí. Tenían dos camas, una donde dormían sus hermanos juntos y otra que era de ella y tenía la manta florada que su madre le había hecho de pequeña y mucho antes de que la depresión se la llevara.

La mesa tenía cuatro asientos y estaba cerca de la ventana que miraba a la pared de ladrillos del edificio contiguo y la cocina estaba junto a la otra ventana, en la pared lateral y la cual miraba hacia el corredor de afuera y que llevaba al patio.

Sunny estaba cocinando y pudo ver la cacerola sobre la cocina, donde el estofado empezaba a hervir y llenaba la habitación de un exquisito aroma. Siempre le había gustado la comida de Sunny, desde que la había probado por primera vez doce años atrás. Él tenía dieciséis años por aquel entonces y Sunny once, pero eran solo amigos o más como hermanos y pasaban mucho tiempo juntos porque sus padres habían muerto y Hamish quería ayudar a Herbert a cuidarla.

Había sido unos cinco años más tarde que él se había empezado a enamorar de ella y el enamoramiento le había durado cuatro años en contra de su mejor juicio, porque Sunny era fría y distante, lo que siempre le había hecho creer que tal vez lo odiaba.

—¿Tus hermanos no han regresado?

—No, están haciendo horas extras a pedido del jefe y volverán a las diez. ¿Quieres quedarte a cenar? Ya casi tengo lista la comida.

—En realidad debería volverme al trabajo —explicó, pero no pudo rechazarla—. Aunque, supongo que ya trabajé muchas horas por hoy.

—¿Empezaste temprano?

—A las cuatro de la mañana —contestó y corrió la silla de la mesa para sentarse—. ¿Qué tal la mascota el señor Josey? Veo que la tiene muy decorada.

Sunny se rio y lanzó un vistazo hacia Muffin en lo que servía un plato con estofado.

—El señor Josey y los moños —rio y le dejó el plato enfrente y fue a buscar el pan en el armario donde guardaba casi todos sus ingredientes—. Le encanta decorarla con moñas y hacerle peinados.

—Y veo que te llevas muy bien con él.

Sunny asintió en lo que cortaba unas rodajas de pan para que acompañara la comida y luego tomó otro plato, se sirvió un poco para acompañarlo, aunque no demasiado porque todavía quería cenar con sus hermanos y tomó asiento a su lado.

—Es un buen amigo, pero creo que te debo una disculpa por mi comportamiento ayer en misa.

—No hace falta —interrumpió y Sunny lo miró sorprendida—. Tu hermano y yo no compartimos las mismas opiniones sobre conducta en público, tan solo no podía detenerlo de regañarte porque él es responsable de ti...Por ahora.

—¿Entonces...no estás molesto?

—No, me sentí un poco celoso, pero sé que fueron infundados y se me pasó en el correr del día —. Unió sus manos frente a su pecho para rezar y Sunny lo imitó—. Señor, te agradecemos por este alimento que tenemos delante de nosotros, bendícelo y a aquellos que han trabajado para proporcionarlo. Amén.

—Amén.

Empezaron a comer al mismo tiempo, aunque Hamish fue por la cuchara para llevarse un primer bocado, usando el pan para ayudarse a cargarla y Sunny se dedicó a romper el pan en migas para mezclarlo con el estofado.

—No quería ponerte celoso —explicó después de un momento—. O bueno...Tal vez un poco, pero no con mala intención.

—¿Quieres que te cele, Sunny? —inquirió y la miró con una sonrisa burlona que la hizo empezar a sonrojarse y encogerse en el asiento—. Puedo hace eso y me sería muy fácil, porque me pones celoso todo el tiempo.

—¿Lo hago?

—Sí, eres muy afectiva con todo el mundo menos conmigo... ¿De qué otra forma podría sentirme salvo celoso?

—Oh, Hamish, lo siento tanto.

—No debes, porque creo que ahora comprendo porque es así y quiero arreglarlo.

—¿Por eso viniste a verme?

Asintió y dejó la cuchara sobre el plato para concentrarse en ella.

—Quería hablarte lo antes posible para aclarar las cosas entre nosotros —explicó y Sunny dejó de comer como él para darle toda su atención—. El señor Josey me dijo que habló contigo ayer...Me comentó lo que te aflige y porque me has rechazado esta última semana y creo que te entiendo, así que quiero explicarte lo que tengo planeado para nosotros y con suerte, ahuyentaré todas tus dudas. ¿Te parece?

Asintió, porque hablar en esos momentos no habría sido posible porque estaba demasiado nerviosa y lo miró a la espera de que continuara.

—Quiero salir contigo, conocerte más de lo que ya lo hago y hacerte mi esposa para fin de año —. Contuvo el aliento ante el asombro, aunque ya imaginaba algo como eso y lo dejó continuar—. Viviremos con tus hermanos, aquí o en mi casa, pero no te haré separarte de ellos y, por lo tanto, podrás seguir cuidándolos, mientras cuidas de mí y eventualmente también de nuestros hijos. No tendrás que dividir tu tiempo, porque seremos una sola familia y estaremos todos juntos ¿comprendes?

Empezó a asentir, con su nariz comenzando a quemar un poco por las lágrimas que estaba aguantando y Hamish se giró un poco hacia ella desde su silla y buscó sus manos para sostenerlas en la suya.

—Y no tendremos hijos de inmediato, planeo dártelos, porque sé que los quieres, pero quisiera esperar un año o dos para eso, porque así podremos disfrutar un poco de ser solo nosotros dos y porque también tengo planes que quiero cumplir y tener hijos dificultaría un poco las cosas.

—¿Qué... ¿Qué planes?

—Terminaré la escuela —explicó y Sunny sonrió de orgullo y él sonrió de regreso—. Sí, después de tanto que me lo has insistido, me he decidido a escucharte y ya me he anotado y comenzaré el próximo mes.

—Oh, Hamish, estoy tan feliz —. Se inclinó para abrazarse a su cuello sin dejar la silla y él envolvió su cintura y le acarició la espalda—. ¿Retomarás desde donde dejaste?

—Así es, pero como ya soy un hombre, creo que me dejarán hacer los cuatro años que me faltan en solo dos, por lo que me habré graduado para finales del siglo y entonces te prometo que te daré todos los hijos que quieras, pero al menos seré un hombre más formado y podré conseguir un mejor trabajo y darnos una mejor vida.

—Está bien, me gusta ese plan y me alegra mucho que quieras estudiar.

—Y luego haré un curso en ingeniería, lo que me dará un trabajo mejor pago en la fábrica donde ya estoy. El curso dura solo seis meses y ganaré cinco libras cuando terminé, por lo que estaremos muy cómodos, Sunny, y ya no necesitarás trabajar nunca más.

Asintió, apenas logrando contener las lágrimas y él le limpió la mejilla con su pulgar y sonrió.

—Así que, te pido dos o tres años antes de tener hijos para poder completar esos planes y así estaremos mucho más cómodos para recibirlos, lo que no significa que no podamos conocernos y disfrutar de nuestra compañía —explicó y el rostro de Sunny empezó a sonrojarse ante la sugerencia—. Solo...Solo si tú lo deseas, por supuesto.

—Lo hago —confirmó y se llevó su mano a los labios para besarle los nudillos—. Podemos disfrutar de nosotros antes y después de tener hijos.

—Me gustaría mucho eso. Me gustaría demasiado. ¿Te gusta mi plan entonces? ¿Te sientes más tranquila?

—Me encanta y me siento mucho más tranquila. Gracias, Hamish.

Respiró aliviado de que hubiera funcionado y pensó en como haría luego para pagarle al señor Josey por toda su ayuda. Quizás podía averiguar si fumaba o le gustaba alguna bebida en especial y regalarle algo de eso, porque le debía a ese hombre el que le hubiera conseguido una esposa y no cualquiera: Sino esa por la que había pasado años de su juventud soñando despierto y suspirando.

—¿Puedo besar tu mejilla? —pidió y Sunny se rio, al borde de otra crisis nerviosa y soltó sus manos para estrujar su falda en su regazo.

El corazón le empezó a latir con violencia en el pecho y tardó un segundo en empezar a asentir, cada vez más segura.

Hamish se alzó un poco de su asiento para inclinarse hacia ella y Sunny giró su mejilla hacia él para que la besara. Se rio aún más nerviosa cuando sintió sus labios presionándose contra su piel y el vello de su bigote haciéndole cosquilla y se apartó demasiado tímida y hasta un poco sonrojada.

—Gracias —dijo y él volvió a su asiento sonriéndole e inclinó la cabeza—. Será mejor continuar nuestra cena antes de que se enfríe. ¿Te ha gustado?

—Está delicioso como siempre, muchas gracias.

Retomaron la cena y Hamish convidó a Muffin con un trozo de carne del estofado para que no sufriera viéndolos comer y con el aroma sin poder disfrutar de su pedazo.

—En un rato ya le daré su cena —comentó Sunny y sirvió dos vasos con cerveza para los dos—. El señor Josey me trae todas sus comidas hecha y la cena debo dársela a las ocho.

—Parece que el señor Josey se toma muy enserio sus cuidados.

—Oh, sí, él la adora con su vida. Es como su hija.

La ayudó a recoger la mesa cuando terminaron de comer y como ya estaba por salir del trabajo, decidió que no regresaría y se quedaría un rato más con Sunny.

—¿Y crees que estarás libre el sábado por la noche?

—¿El sábado? —repitió y él asintió—. Sí, después de preparar la cena para mis hermanos estoy libre. ¿Por qué?

—Para llevarte al teatro, solo tú y yo. Hay una función, no es la misma que había pensado para la semana pasada, pero creo que igual te gustará.

Sonrió y empezó a asentir, contrario a las últimas veces, en las que lo había rechazado.

—Tendré que preguntarle a mi hermano, pero no veo por qué no me dejaría, así que me encantaría ir contigo al teatro.

—Vendré a buscarte a las nueve —concluyó y se acercó para despedirse—. Ahora debería irme a descansar.

—¿No prefieres quedarte? Seguro a Herbert le alegrará, hace tiempo que no pasas tiempo con él como antes.

—¿A ti no te molesta? —inquirió y Sunny sonrió y empezó a negar.

—Jamás me molestaría.

Decidió aceptar la invitación y dejó su sombrero otra vez en el respaldo de una silla y esta vez, se quitó también su chaqueta para dejarla colgada.

Roland pasó a buscar a Miss Muffin después del trabajo y se alegró al ver que Sunny estaba con Hamish y que ambos parecían haber estado charlando en la mesa, tomando un café, antes de que llegara.

Se aseguró de no ocupar demasiado tiempo, por lo que se llevó a Muffin rápidamente y luego esperó por Peter en la escalera y abandonaron el edificio cuando este regresó con sus libros en un bolso.

—El señor Quine estaba adentro con la señorita Sunny —comentó emocionado, aunque su día con Peter había continuado igual de incomodo que en la mañana—. Creo que se quedará a dormir.

—¿Con ella? —inquirió horrorizado y Roland se encogió de hombros.

—Bueno, eso no lo sé, pero no me extrañaría. Va a ser su esposa así que derecho tiene, aunque igual el señor Primmer no les deja todavía —. Alzó a Miss Muffin hacia su rostro para saludarla y sonrió—. Hola, Miss Muffin. ¿Cómo está usted? Oh, la extrañé tanto.

La abrazó, mientras ella se retorcía en sus manos, agitando su rabo y temblando de la emoción y Roland se rio y la detuvo de seguir lamiéndole el rostro y la dejó en el suelo para que fuera caminando con ellos.

—Uf, que hambre que tengo, señor Eades.

—Podría haberse quedado en la casa como le dije y adelantar la cena.

—Sí, pero no quiero dejarle ir solo y además dijo que haríamos las compras y me necesita para eso ¿o no? —. Quería que asintiera para sentirse útil en algo y sonrió cuando Peter lo hizo—. Por eso...Debo ir con usted.

Continuaron caminando sin hablar y Roland estuvo distraído con Miss Muffin, cuidándola de que no bajara a la calle y alzándola al cruzar las avenidas, aunque no hubiera mucho tránsito y Peter solo lo observó, sumergido en sus más profundos y confusos pensamientos.

Estaba hermoso, incluso aunque tenía el rostro sucio de arena y grasa de las máquinas y había sudado todo el día por lo que traía la ropa manchada y asquerosa. Seguía encontrándolo hermoso y parecía intensificarse con cada hora.

Lo miraba un segundo y era atractivo y al siguiente sentía que era más perfecto, cada vez más cercano a la belleza y perfección de algún Dios. ¿Por qué?

Suspiró y arrastró una mano por su rostro intentando despejar su mente. Estaba demasiado cansado para ponerse a pensar en esas cosas o tener una crisis de identidad.

Alcanzaron la biblioteca después de caminar por casi una hora y se acercó al mostrador donde estaba el mismo hombre que había visto en la primera vez visitando el edificio.

—Buenas noches, señor —saludó y sacó los libros de su bolso—. Aquí le regreso los libros y en perfecto estado como podrá observar.

—Uhm...Eso parece —murmuró y los revisó cautelosamente, como si estuviera esperando encontrar la más minúscula cosa para quejarse—. Muy bien. ¿Se llevará algún otro?

—Sí, me gustaría volver a llevarme el manual de admisión e iré a elegir otros. ¿No tendrá algo sobre matemáticas que explique las cosas con más precisión? Sentí que el libro que lleve daba demasiadas vueltas y el lenguaje se volvía confuso.

—He visto a varios estudiantes llevarse la revista trimestral de matemáticas puras y aplicadas que fue publicado en el '55 y creo que les es de mucha ayuda.

El bibliotecario le consiguió ese libro y Roland siguió a Peter por los corredores, buscando otro que pudiera serle de utilidad. Terminó decidiéndose por una recopilación de los clásicos para poder memorizar todo lo que pudiera para el examen y después de tener todos los libros y una nueva fecha de entrega se marcharon de regreso a la casa.

Hicieron una parada en una tienda general que seguía abierta a pesar de la hora y Roland escogió algunas verduras con buen aspecto, un par de barras de pan, jamón y queso y Peter se encargó de pagar porque tenía el dinero y además Roland todavía se confundía con las monedas.

—Con esto ya podré hacernos una merienda para el trabajo —explicó con su radiante sonrisa que desapareció cuando Peter no se la regresó.

Volvieron a la casa en silencio y solo se escuchó el sonido de sus pasos subiendo las escaleras y luego la puerta cuando Roland cerró al entrar último.

Peter dejó las compras sobre la mesa, su bolso con libros en la cama y se fue hacia el rincón, donde tenían una cubeta con agua, para poder limpiarse con un trapo enjabonado y ponerse su pijama.

Roland hizo lo mismo una vez él hubo terminado y comenzó con la cena en lo que Peter regresaba al estudio. No tenía tiempo para descansar cuando podía llegarle una carta de la Universidad en cualquier momento, citándolo para el examen y necesitaba 75 créditos de la nota de cada examen escrito y oral. Todavía no sabía si lo contactarían para presentarse y ya sentía nauseas.

Roland le entregó el plato con la cena en la cama, para no perturbar su estudio y se dedicó a comer de la olla, porque con lo concentrado que Peter estaba en los libros y lo lento que comía, se le haría la madrugada y todavía no habría cenado si esperaba a que desocupara el plato.

Cenó lo que quedaba en la olla, sentado en el suelo para poder estar con Miss Muffin y jugó con ella lo más silenciosamente posible, para no molestar a Peter. Luego dejó la olla sobre la cocina de hierro y empezó a preparar los emparedados en la mesa. Hizo dos para cada uno y aprovechó a dejar la avena ya cocida para el desayuno y así no tendría que despertar tan temprano en la mañana.

Estaba terminando de revolver la avena en la olla, para integrarla con la compota de manzana, cuando sintió la mano de Peter en su brazo y se giró justo a tiempo para que este se abrazara a su cintura y recostara la cabeza en su hombro.

—Señor Eades...—susurró, sorprendido y tardó en responder a su abrazo.

—No diga nada, por favor. Solo...Estoy muy estresado y me siento mejor cuando me abraza.

Su estómago se contrajo ante esas palabras y sintió como si un nido de mariposas acabara de estallar en sus entrañas.

Lo abrazó, temblando un poco de los nervios y Peter cerró los ojos con un suspiró y se pegó más cerca de su cuerpo, como si quisiera fusionarse en él. Roland lo ahuecó detrás de la cabeza para sostenerlo contra su hombro y allí, en sus brazos y con su tacto, se sintió mucho más tranquilo que en cualquier otro momento del día.

No dijeron nada por los minutos en los que permanecieron abrazados y cuando Roland lo soltó, fue solo momentáneo para retirar la olla de la cocina y rápidamente volvió a ofrecerle un refugio en sus brazos que Peter aceptó sin dudar.

Se sentó en la cama, dejando que Peter se sentara a su lado y continuó abrazándolo, aunque la posición fuera un poco más incómoda y descansó el mentón contra su cabeza.

—Descanse del estudio por hoy ¿sí? —propuso y Peter no se resistió—. Vamos a despejar la cama y dormir que fue un día muy largo.

Se apartó en contra de su voluntad para ayudarlo a retirar los libros y a diferencia de las otras noches, se acostó primero, pegándose a la pared y Roland apagó todas las velas y se unió a él.

—¿Quiere que lo abrace?

Asintió en la oscuridad y cuando le hizo un lugar, se arrastró más cerca por la cama y recostó la mejilla su pecho, con los brazos de Roland envolviéndolo.

—¿Por qué llora, señor Eades?

—No lo sé —susurró y se limpió las mejillas con el borde de las mantas.

—¿Es por la Universidad o el trabajo?

—Quizás —logró decir entre sollozos y Roland suspiró y lo apretó más cerca.

—¿Por su familia?

—No lo sé.

—¿Es mi culpa?

Sí, pensó, pero se obligó a negar y lo abrazó más fuerte, ocultándose en su cuello cuando su llanto se intensifico.

Roland maldijo para sus adentros y se enderezó un poco, intentando invertir lugares para que Peter se acostara y lo mirara y él pudiera alzarse en un codo sobre él y estudiar su rostro.

—¿Qué sucede, señor Eades? Dígame, por favor.

—No lo sé —repitió y se cubrió el rostro con ambas manos, porque odiaba que Roland lo viera en ese estado—. Lamento haber sido tan frío todo el...el día...Fui grosero y...Y dije que no lo tra...trataría distinto, pero no lo cu-cumplí y me siento terrible, po-porque usted es tan bueno conmigo...

—Oh, señor Eades, no se preocupe por eso, no estoy molesto —. Le apartó las manos para poder verlo y ahuecó su mejilla mientras le sonreía y lo limpió con sus pulgares—. Tenía derecho a enojarse conmigo por mi comportamiento.

—No quiero...No quiero estar dis...distanciados.

—Tampoco yo —confesó y se sentó con él en brazos cuando Peter se impulsó y se aferró a su cuello—. Está bien, estoy aquí para usted, puede llorar conmigo y lo cuidaré.

Peter lloró con más fuerza y lo odió por ser tan bueno y tan considerado y hacer que fuera tan difícil y confuso estar a su lado. Lo necesitaba, de su calor y su cercanía como si de repente fuera el oxígeno que respiraba y al mismo tiempo le aterraba por todo lo que representaba en su vida si cedía a lo que sentía y que no se atrevía a preguntarse.

—Nunca me deje, prometió que nunca me dejaría, por favor no me deje —susurró entre lamentos y lo apretó con fuerza, enredando las manos en su cabello y clavándole los dedos en los hombros.

Roland lo abrazó con la misma intensidad y acarició su mejilla.

—No lo dejaré, señor Eades —aseguró—. Le prometo que siempre estaré, incluso si no puede verme.

—Pero quiero verlo...—susurró y unió sus frentes, arrodillándose en la cama frente a él—. Por favor, usted...Usted es mi amigo, señor Josey. Mi ún-único amigo.

—Y usted el mío —. Sonrió y limpió sus lágrimas sin despegar sus frentes—. Y por eso siempre cuidaré de usted.

Peter asintió, tragándose las lágrimas para intentar calmarse y cuando se miraron a los ojos, fue consciente de que volvía a sentir esa tentación o ese impulso novedoso de querer acercarse a sus labios y besarlo. Tal y como Roland casi lo había hecho el día anterior.

—No estemos distanciados, por favor. No más.

Roland aceptó de inmediato y se sintió mucho mejor cuando volvieron a acostarse y pudo abrazarlo para dormir.

Honestamente, ya no le importaba si tarde o temprano la cagaría y su naturaleza desviada se convertiría en un problema en su amistad con Peter, quería disfrutar del tiempo que sí tenían para ser amigos. Los mejores amigos que podían existir.

Se pegó a su espalda como todas las noches, abrazándolo por detrás y Peter entrelazó su mano contra su pecho y enfrentó la pared.

Seguía habiendo una permanente intranquilidad en su mente, esa que le dificultaba conciliar el sueño y aumentaba su ritmo cardiaco, pero logró ignorarla de momento y se durmió más tranquilo por saber que su amistad con Roland volvía a estar bien. 

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