Cambios.

Von vaneecomelibros

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Se necesita coraje para cambiar las cosas, para dejar de mentirnos, aceptar nuestras realidades y cumplir nue... Mehr

Capítulo uno.
Capítulo dos.
Capítulo tres.
Capítulo cuatro.
Capítulo cinco.
Capítulo seis.
Capítulo siete.
Capítulo ocho.
Capítulo nueve.
Capítulo díez.
Capítulo once.
Capítulo doce.
Capítulo trece.
Capítulo quince.
Capítulo dieciséis.
Capítulo diecisiete.
Capítulo dieciocho.
Capítulo diecinueve.
Capítulo veinte.
Capítulo veintiuno.
Capítulo veintidós.
Capítulo veintitrés.
Capítulo veinticuatro.
Capítulo veinticinco.

Capítulo catorce.

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Von vaneecomelibros

Las caminatas nocturnas siempre ayudan a calmar los pensamientos; o al menos eso era lo que mamá solía decirnos a mi hermano y a mi cuando éramos pequeños. En ese momento no lo entendíamos, como la mayoría de las cosas, pero esos pequeños han crecido, provocando que sus problemas también comenzaran a agrandarse.

Resumiendo: ser adulto es una mierda colosal.

Así que ahí estaba yo, caminando en medio de un parque desolado, a las once de la noche y con un frío de cojones. ¿Bonito, verdad?. Con las manos congeladas, saqué mi teléfono y teclee un saludo rápido, toqué enviar y crucé los dedos porque la respuesta no tardara en llegar. Y sí que lo hizo, unos cinco minutos.

Alegre: ¿Estás despierto?.

Alejandro: No. Es Mía la que está escribiendo.

Alegre: Brandon pensaba que ya me había vuelto loca por cantarle a un cactus, imagínate cómo se va a poner cuando se entere que estoy manteniendo una conversación por WhatsApp con una gata.

Alejandro: ¿Le cantas a los cactus?.

Alejandro: Eres más rara de lo que pensaba, chica del suéter.

Alegre: Uy, te atrapé. Mía nunca me llamaría por ese estúpido apodo.

De pronto, mi cuerpo chocó contra alguien. Intenté mantener el equilibrio, pero fue inútil, acabé cayendo de bruces al suelo.

—¿Estás bien?.—preguntó ese alguien.

Subí la cabeza hacia el culpable de la caída, y no pude evitar echarme a reír. Alejandro seguía de pie frente a mí, con su teléfono en la mano y mi chat aún abierto.

—¿Se puede saber de que te ríes? Venga, levántate.—extendió su mano hacia mí y yo la tomé.

—Es que esto es tan ridículo, que terminó por hacerme gracia.—comencé a explicar, con una sonrisa juguetona en mis labios—¿No te das cuenta? Nos encontramos en todos lados. ¿No me estarás siguiendo, verdad?.

Él soltó una risa ronca antes de hablar, dejándome sin aliento.

—No, chica del suéter, no te estoy siguiendo.—me miró directamente a los ojos—Talvéz el destino está empeñado en que nuestros caminos se enreden, ya sea con un suéter de perro en mi cara o contigo revolcada por el suelo.

—El destino nos odia, entonces.—bromee.

—No digas eso.—pidió, aún sonriendo.

—¿Por qué?.

—Porque no es cierto.

No supe que responder, de igual forma no fue necesario, ya que el siguió hablando.

—Te vez demasiado guapa, y no podré aguantar las ganas que tengo de acercarme a ti.—susurró con voz suave.... seductora.

Aparté la mirada, agradeciendo le a Dumbledore por la oscuridad que nos rodeaba y que no le permitía a Alejandro ver lo sonrojada que estaba.

Querido Harry Potter, ayúdame a salir de esta antes de que ese chico me mate de un ataque al corazón.

Alejandro.

Estaba nerviosa, pude darme cuenta incluso con la poca iluminación que había. Se veía jodidamente tierna, como una delicada muñequita de percelana que necesita ser cuidada. Aunque Alegre era todo lo contrario, era de esas chicas que no necesitan un principe azul para ser salvadas. Ella era muy fuerte, más de lo que pensaba.

Le hice una seña para retomar el camino otra vez, y ella asintió.

Alegre se frotó las palmas de las manos, y me dí cuenta de lo estúpido que había sido al no percatarme de que ella no llevaba abrigo, se debía  estar congelando. Me apresuré a quitarme mi chaqueta y extenderla hacía su pequeño—pero extremadamente atractivo—cuerpo.

—No es necesario.—negó con la cabeza.

—Estás helada.—intenté hacerla razonar—Pontela, por favor.

Al final accedió. Mi caqueta le quedaba muy grande, y prácticamente le cubría todo el cuerpo, cosa que me tranquilizó. Pero no pude evitar soltar una risa cuando vi por el rabillo del ojo que inalaba con fuerza el perfume que seguro se había impregnado en la prenda que le entregué. 

—¿Cómo está Mía?.—preguntó para disimular.

—No lo sé, ¿decaída?.—suspiré, cansado—La operación ya tiene fecha, será dentro de dos días.

—En tu familia deben de estar muy preocupados.—comentó.

—No se lo he dicho a nadie en casa.—admití.

—Deberías hacerlo, Alejandro.—su tono se volvió serio, incluso parecía que verdad se estaba preocupando por mi.

—Ya tienen bastantes preocupaciones encima, no voy a torturarlos más.

Alegre pareció confundida, pero terminó por asentir.

—¿No viven con tus padres?.—preguntó luego de un rato.

Mis músculos se tensaron, y tuve que apretar los puños con fuerza para controlarme. No podía montar una escena ahora, si dejaba que mis nervios se descontrolaran, Alegre podría salir herida.

—L-lo siento. No debí preguntar.—pareció darse cuenta de mi reacción, porque agachó la cabeza y evitó mirarme.

Pero por segunda vez, su voz fue como un calmante para la ansiedad que comenzaba a crecer en mi interior. Fue un efecto inmediato, un click en mi cabeza que me avisaba de que todo estaba bien. Esta chica podía manejarme a su antojo, solo que aún no lo sabía. ¿Debía decirle cuál era mi punto débil y darle el poder de destrozar me?.

—No te preocupes.—fue lo que dije.

El ambiente se volvió tenso, como si el aire se pudiera cortar con un cuchillo. Así que decidí volver a romper el silencio.

—¿Sabés bailar?.—solté lo primero que se me ocurrió.

Agachó aún más la cabeza, avergonzada. Y joder....Alegre tenía una belleza incomparable, era algo casi inhumano.

—Así que la chica del suéter no sabe bailar.—comencé a molestarla.

—Ya cállate.—masculló, cruzándose de brazos.

—Yo puedo enseñarte.—ofrecí, aunque era consiente de que tenía dos pies izquierdos cuando al baile se refería.

—¿En serio?.—su rostro se entusiasmo.

Mierda. Solo quería ir y besarle toda su preciosa carita.

Asentí, sonriendo; y ella se detuvo para comenzar a buscar algo en su teléfono, mientras yo la observaba con curiosidad.

—Hay una canción que me gusta demasiado. Solo que no recuerdo el nombre.—comenzó a explicar, con los ojos fijos en la pantalla.

—¿Te sabes letra?.—intenté ayudar.

—Un poco, es como.....There's this movie that I think you'll like. This guy decides to quit his job and heads to New York City. This cowboy's running from himself. And she's been living on the highest shelf.—su delicada voz opacó al silencio de la desierta noche.

—La conozco, es Riptide, de Vance Joy.—comenté.

—¿Podemos bailar esa algún día?.—preguntó, como si se tratara de una niña pequeña pidiendo dulces.

—¿Para que dejar para mañana lo que podemos hacer justo ahora?.

Su cara se tornó entre la confusión y una especie de....¿Tristeza?. Se podía notar con facilidad lo consternada que la dejó mi comentario.

—¿Pu-puedes repetir eso?.—la fragilidad en su voz me hizo querer guardarla en una cajita de plata, donde nadie pudiera herirla.

—Alegre, si quieres hacer algo, hazlo; no te detengas a pensar en que pasará a la mañana siguiente. Y recuerda estas palabras siempre: las personas cobardes no llegan a ninguna parte. Y tú eres la chica más valiente que conozco, demuestrale eso al mundo.

Supe que había tocado un lugar importante en su corazón porque sus ojos se cristalizaron en el instante en que escuchó mis palabras. Me acerqué a ella y la abracé con todas mis fuerzas. Esa noche, vi a Alegre derrumbarce entre mis brazos, y  pude darme cuenta de lo rotos que ambos estábamos.

—Tienes razón.—se separó unos centímetros de mí, limpiándose las lágrimas que corrían por sus mejillas.

Le acaricié el cabello despacio, temiendo hacerle daño si la tocaba demasiado.

—Me siento un poco hipócrita diciéndote todo eso.—admití—Hay algo que llevo un tiempo deseando, y ya no puedo contenerme más.

Corté la poca distancia que había entre nosotros, uniendo nuestros labios en un beso suave. Quería devorarla, morderle los labios, pegarla más a mi cuerpo; pero al mismo tiempo me aterraba la idea de incomodarla. El beso sabía a hogar y  deseo acumulado, se sentía como una sincronización perfecta de nuestras bocas. Estaba ansioso por acercar su cuerpo al mío, ya que aún no se habían tocado tanto como quería. Pero fue ella quien rompió el contacto, con una sonrisa dibujada en sus labios ahora rojos e hinchados.

—¿Aún quieres bailar?.—preguntó, acariciando mi mejilla.

—Claro, chica del suéter.—sonreí, dándole un pequeño beso.

Tuve que soltarla para que se encargara de poner la canción antes seleccionada, luego de eso no la volví a soltar en lo que restó de noche.

Bailamos. Reímos. Nos besamos. Y comenzamos a sanar.

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Esto es el borrador de una futura historia, espero que lo disfruten 😉🫶