Cambios.

By vaneecomelibros

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Se necesita coraje para cambiar las cosas, para dejar de mentirnos, aceptar nuestras realidades y cumplir nue... More

Capítulo dos.
Capítulo tres.
Capítulo cuatro.
Capítulo cinco.
Capítulo seis.
Capítulo siete.
Capítulo ocho.
Capítulo nueve.
Capítulo díez.
Capítulo once.
Capítulo doce.
Capítulo trece.
Capítulo catorce.
Capítulo quince.
Capítulo dieciséis.
Capítulo diecisiete.
Capítulo dieciocho.
Capítulo diecinueve.
Capítulo veinte.
Capítulo veintiuno.
Capítulo veintidós.
Capítulo veintitrés.
Capítulo veinticuatro.
Capítulo veinticinco.

Capítulo uno.

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By vaneecomelibros

A mi mamá, que aún
le queda mucho por vivir.

La cafetería estaba más llena que de costumbre. Mi teoría era que, con el frío que había atacado la tarde, a las personas se les había ocurrido la brillante idea de tomar un chocolate caliente.

—¿Ya pensaste que harás el sábado?.

Me llevé la taza de café a la boca, sintiendo el líquido caliente bajar por mi garganta. Era una sensación agradable, teniendo en cuenta el clima. Hanni, mi mejor amiga, esperaba una respuesta, sin embargo, lo que saldría de mis labios no se acercaba ni un poco a lo que ella quería escuchar.

—Iré a casa de mis padres.

—¡Oh, vamos!. ¿No puedes comportarte como una adolescente normal al menos en tu cumpleaños?.—se quejó, a pesar de que habíamos tenido está conversación millones de veces.

—Dudo que los veinte se cataloguen como adolescencia.—repliqué, en un intento fallido de cambiar de tema.

—Hablo en serio, Ale. ¡En algún momento tendrás que salir de tu zona de confort, o acabarás ahogada en tu propia burbuja!.

—Me gusta mi burbuja anti-sociedad.—mentí.

—¡Eso no es cierto! Desde pequeña sueñas con viajar y comprar recuerdos en los aeropuertos.

No era tan sencillo.

—¿Me acompañarás a comprarle un suéter a Bobby?.

La expresión irritada de Hanni quedó opacada por una de entusiasmo. Aunque sospechaba que solo había dejado que cambiara de tema porque sabía que yo era un caso perdido.

—¡Claro! ¿Esta tarde?.

—Me viene genial.—le devolví la sonrisa.

Nos terminamos los cafés mientras Hanni me contaba sobre unos nuevos vecinos en nuestro barrio, que al parecer, tenían antecedentes agresivos y problemáticos. ¿Cómo ella estaba al corriente de esas cosas? Fácil, y es que además de ser una cotilla, su padre es jefe de policía y tiene la manía de investigar a cada una de las personas que se acercan a su querida hija. A mi me parece algo invasivo, pero a Hanni nunca le dio mucha importancia.

Agradecí internamente por el calor que nos recibió al entrar a la tienda de mascotas. Le dediqué una sonrisa al encargado antes de ponerme a husmear en la zona de objetos para perros.

—Este le va a encantar.—afirmó Hanni, observando orgullosa el hueso de goma azul que sostenía entre sus manos.

—No es necesario que le compres nada, Han.

—Tu calla, ya me encargo yo de consentir a mi sobrino.

Seguí buscando entre algunas prendas caninas. Estaba tan concentrada en mi trabajo que cuando volteé a mostrarle lo que había elegido a Hanni, pasé una de las mayores vergüenzas de mi corta vida.

—¡Lo encontré!.—extendí el suéter azúl marino hacía la cara de la persona que se encontraba a mi lado.

¿Y adivinen qué?

No era Hanni.

Mi sonrisa se desvanecía a medida que bajaba los brazos.

—Mierda.—susurré.

El aludido se erigió, sacándome unas tres cabezas de altura, y haciéndome sentir como un diminuto e insignificante gnomo de jardín a su lado. ¿Lo admitiría en voz alta? Nunca.

—L-lo siento. Pensé que eras la chica que me acompañaba, no era mi intención.

Sus ojos marrones me estudiaron con una ceja enarcada, antes de hablar:

—¿Tengo pinta de tía o qué?.—se limitó a decir, volviendo a lo suyo.

Gilipollas.

Giré sobre mis tobillos, caminando hacia la caja, donde el encargado aún mantenía la sonrisa.

—Bonito suéter, por cierto.—le oí decir detrás de mí.

Gilipollas.

Resulta que la arpía de mi mejor amiga, estaba fuera de la tienda, fumando. Para colmo, en el camino a casa, no paró de burlarse de lo sucedido. La odio. Con todo mi ser.

Nos despedimos con la mano mientras cada una entraba en su casa.

Abrí la puerta con desdén y....

—¡SORPRESA!—gritaron tres voces que llevaba años sin escuchar.

Tía Carmen y sus hijos.

Como diría la Abuela Lola: Si había algo que nunca ibas a estar esperando, eran las visitas de la Tía Carmen.

—¡Prima Ale!—gritan los hermanos en unisono.

Dos cuerpos pequeños se lanzaron sobre mí, haciéndome cosquillas con sus largos rizos castaños.

—¿Cuando crecieron tanto, enanos?.—sonreí, apachurrandolos contra mí en el sofá.

—Yo soy muy alto.—gruñó Charlie, el hermano mayor.—El mes pasado cumplí siete.—infló el pecho, orgulloso de su edad.

Segundos después, su hermano, el dos años menor, lo imitó.

—¡Yo también soy alto!.—giró su cabecita hacía su hermano, buscando aprobación.

Charlie asintió, elevando un poco más su hermanito para que se viera más alto. Carlitos aumentó su sonrisa.

Me pareció algo extremadamente tierno. De pequeña, yo también imitaba a mi hermano, y él nunca se enfadaba. Siempre fuimos como los gemelos Wesley.

—¿Mi hermano ya llegó?.—pregunté, mirando de reojo las escaleras que llevaban a las habitaciones.

—Sí, pero volvió a irse.—contestó la Tía Carmen desde la cocina.

Funcí el seño, Brandon nunca salía de sopetón sin dejarme una nota en la nevera avisándome. Probablemente se había escapado de nuestros primos, que seguían jugando en mi regazo.

A mis espaldas la puerta del salón se abrió. El aroma a lavanda con un poco de perfume me invadieron las fosas nasales.

—¡Familia, ya llegó por quién lloraban!.

—Hablando del Rey de Roma.—la Tía Carmen fue a recibirlo a la puerta.

—¡Primo Brandon!—los niños saltaron de mi regazo y corrieron a él.

—¡Vallan a molestar a Ale!.—su voz se escuchó más cerca, pero estaba tan cansada que en mis planes no estaba levantarme a saludarlo.

—¡Dejen de aplastar me, hijos de Satanás!.

—¿Me estás diciendo Satanás?—la Tía Carmen tomó un cojín en la mano, amenazante.

—Y-yo....¡Me refería a su padre!.

La Tía lo analizó unos segundos y luego asintió.—Entonces sí.

Yo solo reía del espectáculo.

—Si sigues burlando te de mis desgracias, te llenaré la cara de espaguetis, rata inmunda.—besó mi frente desde atrás, y no fue hasta entonces que me di cuenta de que traía varios paquetes de espaguetis en bolsas de plástico.

—¿Son para mi?.—soné más emocionada de lo que pretendía.

La sonrisa de Brandon creció, ignorando a los pequeños enganchados a sus piernas.

—Supuse que habías llegado cansada del trabajo. Además, me apetecía cocinar.

Eso era cierto, llevaba toda la mañana en la pizzería, y a pesar de que hoy había salido un poco más temprano y me había dado tiempo a tomar un café con Hanni, estaba igual de cansada.

—¿Donde está Bobby? No lo veo desde anoche, pensé que te lo habías llevado al curro.—preguntó mi hermano.

—Hanni me hizo el favor de cuidarlo, lo dejé en su casa esta mañana.

Como siempre que hablaba de mi amiga, Brandon se puso nervioso.

—Ah, vale. Sí, vale. ¿Lo pasó a buscar mañana?.

Reprimí una sonrisa.

—No hace falta, ella lo traerá en la tarde. Y mañana, los renacuajos me acompañarán a darle un paseo, ¿A qué sí?.

Ambos asintieron frenéticamente, contentos porque los tomara en cuenta.

—Tía Carmen, ¿Dónde está el Tío Nolan?.

—En casa, tenía algo importante en el trabajo. Su vuelo sale mañana en la noche.

—Ah, perfecto.

El Tío Nolan trabaja en un bufet de abogados, como mi abuelo materno. De hecho, ahí se conocieron la Tía Carmen y él. Fue una bonita coincidencia, bueno, relativamente bonita, ya que mi tía estaba allá por casi matar a arañazos a una señora que había dicho, cito textualmente:

Deberías denunciar al peluquero que atentó contra tus cuatro pelos. ¿Segura que un mapache no dejó sus excrementos en tu cabeza, querida?.

Pobre señora, no sabía lo que le venía encima. Sí, mejor no hacer enojar a la Tía Carmen.

—Iré a ver si los nuevos vecinos necesitan ayuda.—avisó Brandon antes de salir de la casa.

Mentira.

Iba a cotillear en el patio de Hanni.

-¡¿No ibas a preparar los espaguetis?!.-grité, pero ya se había ido.

—Yo los preparo, querida.

—Gracias, Tía. Subiré a cambiarme.

La verdad, prefería que los preparara mi hermano, estaba acostumbrada al sabor de su salsa. Parecía algo infantil, pero era una costumbre entre nosotros.

Cerré la puerta de mi habitación, suspirando. Dejé el suéter de Bobby en la mesita de noche y comencé a rebuscar en mi armario.

La puerta del salón cerró de un portazo tan fuerte que se escuchó en el segundo piso. Odiaba cuando Brandon hacía eso, un día decencajaría la puerta del marco.

Ya vestida, y oyendo algunas risas, bajé las escaleras.

—Donde comen cinco, comen seis.—estaba diciendo mi tía, muy contenta.

—Alejandro, ella es mi hermana, Alegre.

Oh, no.

El tal Alejandro volteó en mi dirección, y una de las comisuras de sus labios se elevó hacia arriba.

Oh, no.

Estiró la mano hacía mi,—que ya había terminado de bajar las escaleras, y prácticamente me escondí detrás de mi hermano—antes de decir:

—Alejandro, un gusto.

Lástima no poder decir lo mismo.

—Alegre.—dije, apretando su mano.

Tierra tragarme y escúpeme en el Callejón Diagon.

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