Vidas Cruzadas El ciclo. #4 E...

By AbbyCon2B

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En el esplendor del siglo XIX, Peter Morgan había nacido en el centro de una de las familias más importantes... More

Nota de la autora.
Recapitulando.
A saber para la historia.
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ACLARACIÓN SOBRE LA MONEDA (+bonus)
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RECORDATORIO.
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By AbbyCon2B

Bueno, aquí les dejo un nuevo capítulo que espero les guste mucho y amaría saber qué les está pareciendo la historia hasta el momento. Este es solo el comienzo y sé que todavía no ha sucedido mucho, pero ya vi que en el capítulo anterior notaron más o menos por dónde irá la cosa y me gustaría saber qué piensan o qué teorías se les ocurren. 

Si disfrutan de mi trabajo, agradecería mucho lo apoyaran votando y comentando, que realmente me motiva mucho. Muchísimas gracias. 

Love u all ♥

16 de julio 1897.
Camino a Liverpool.

Los días en el barco eran aburridos, especialmente estando en cama y sin poder hacer mucho salvo leer y dormir.

Roland no lo soportaba, así que el viernes decidió dejar la cama de una vez por todas, a pesar de las recomendaciones de Peter para que descansara y lo acompañó al comedor para el desayuno.

—Es usted muy generoso por compartirme su plato —señaló cuando se sentaron en la mesa—. Me habría comprado uno, pero con el costo no podía permitírmelo y usted realmente es muy generoso por compartir conmigo.

—No necesita halagarme por ello, señor, solo soy un hombre decente.

—Mmm, no lo sé, no conozco muchos hombres que me compartirían su plato y cubiertos para comer —confesó y Peter lo miró de reojo y acomodó la servilleta en su regazo.

—Entonces no ha de conocer buenos hombres, yo podría enumerar una gran cantidad que le compartirían sin problema y no me alcanzarían los dedos de las manos para terminar de contar.

—Debe conocer muy buenos hombres —concluyó y Peter asintió y tomó la jarra con cerveza para llenar el vaso que compartirían—. Igual no quiero molestarlo tomando de sus cosas...

—Por favor, señor Josey, por décima vez le repito; no lo ofrecería si me molestara.

Roland reprimió una sonrisa y se acomodó en su asiento.

—Está bien, perdone.

Cuando les sirvieron la comida, Peter aclaró que compartirían plato ya que Roland no había podido comprarse su set de viaje y, por lo tanto, les sirvieron doble cantidad para que ambos se llenaran.

Rezaron todos juntos por la comida y luego Peter tomó la cuchara, se llevó un bocado de papilla de avena a la boca y se la entregó a Roland para que también pudiera comer, en lo que él se agarraba el pan y lo dividía para los dos.

—He comido mejor estos últimos tres días que en toda mi vida —bromeó Roland y Peter masticó más lento y lo miró.

Era triste escucharlo bromear sobre eso.

—¿Dónde vivía antes?

—Con un amigo. Era muy generoso al dejarme pasar las noches en su casa cuando lo necesitaba, pero mayormente dormía en el parque.

—¿Por qué? ¿No quería molestarlo?

—No es eso, es que bebo mucho y terminó durmiéndome donde caigo —rio y antes de que pudiera llevarse el vaso de cerveza a los labios, Peter ya se lo había quitado—. Pero...

—Creo que será mejor beba agua entonces.

—¿Cómo dice? Pero solo bebo cuando estoy triste y no lo estoy ahora. 

—Igual. Creo que hay agua en una de esas jarras —. Le pidió a una señora a su lado que se la alcanzara, se terminó la cerveza en el vaso por su cuenta y le sirvió agua—. Aquí tiene.

—Usted es muy mandón me parece, primero me obliga a descansar y estar en la cama y ahora ni siquiera me dejará tomar cerveza. Es peor que tener una esposa.

Peter se rio sin poder evitarlo y se llevó un trozo de pan a la boca observándolo beber el agua.

—Pero bien que usted me está haciendo caso —bromeó y Roland lo miró de reojo mientras bebía y puso sus ojos en blanco, haciéndolo reír.

—Solo porque debo compensar su amabilidad de alguna forma, pero no crea que podrá controlarme por siempre. 

—Seguro que no, pero está herido y debe cuidarse.

Recuperó la cuchara para comer otro poco de avena y se la entregó a Roland para que él hiciera lo mismo.

—¿Tenía trabajo en la ciudad? —curioseó, aprovechando el momento para conocerse un poco más.

Roland se relamió los labios, terminando de tragar antes de responder y Peter le prestó su servilleta para que se limpiara. Normalmente, nunca compartiría su servilleta en la mesa, pero sentía que podía ser un poco flexible con sus modales dada la situación y confiaba en Roland, incluso si apenas se conocían.

—¿Trabajo? Uhm...Sí —. En la prostitución, pero no podía nombrar eso—. En una fábrica.

Lo cual no era del todo mentira, había conseguido ese trabajo, pero se había presentado tres veces antes de dejar de asistir, así que técnicamente lo había perdido sin siquiera haber empezado. 

—¿Y usted?

Peter lo miró de reojo y se tensó.

—Uhm...Sí —mintió y eso fue todo lo que dijo antes de seguir comiendo.

Roland se inclinó un poco, apretándose el costado y buscó su mirada.

—¿Sí...y? ¿Qué hacía?

—¿Uhm? Oh, eso...—. Hizo tiempo masticando un trozo de pan y se alzó de hombros—. Trabajaba en un campo de maíz.

Roland entrecerró los ojos sobre él y reprimió una sonrisa, al inclinarse un poco más cerca y susurrar.

—Mentir es de mala educación, señor Eades.

Peter giró su rostro para enfrentarlo, con unos centímetros separándolos mientras Roland se inclinaba hacia él y frunció el ceño.

—No estoy mintiendo. ¿Por qué cree que sí?

Tomó la muñeca de Peter sobre la mesa y giró su mano para que su palma enfrentara hacia ellos.

—Estas no son las manos de un hombre que trabaja en el campo y no está bronceado tampoco, así que, con todo respeto, usted no ha tocado una pala en su vida.

Se rio, más por los nervios que otra cosa y liberó su muñeca de su agarre para volver a comer.

—Vale...Es cierto, no trabajaba, solo estudiaba.

—Entonces debe haber vivido cómodamente —. Se limitó a asentir y Roland tomó la cucharada para comer—. Y aun así se marcha de su casa para independizarse, lo admiro, señor Eades.

—Algunos me considerarían estúpidos.

—Cobardes quizás, de esos a los que les gusta vivir del cuello de otros como sanguijuelas, pero hombres de verdad verán carácter en usted y mucho que admirar.

Sonrió, aunque intentó contenerse y sus manos sudaron un poco cuando sintió como su rostro empezaba a calentarse. Esa no era una reacción que hubiera estado esperando y tuvo que beber del vaso con agua para refrescarse un poco e intentar ocultar su rostro hasta que se le pasara.

—Se ha sonrojado —observó Roland para su tormento y lo atrapó sonriendo.

—No ha sucedido tal cosa.

—Oh, sí, lo estoy viendo —insistió y Peter rodó los ojos—. Es blanco como el papel, sería imposible no notarlo.

—Es el calor en esta habitación...Parece que no circulara una gota de aire.

Roland frunció los labios con burla y se sostuvo en sus codos sobre la mesa al llevarse el último trozo de pan a la boca.

—Por supuesto, es el calor —bromeó y Peter le dio un suave golpe en el brazo, conteniéndose de ser muy brusco por su herida—. Oiga, más cuidado, estoy lastimado ¿recuerda?

—Sí y consideraré dejarlo peor como no deje de burlarse de mí.

—Está bien, está bien, me detendré.

Después del desayuno, Peter dejó sus utensilios en el dormitorio y como Roland se negaba a volver a acostarse, decidieron explorar un poco el sector de la tercera clase. Había un par de espacios disponibles para ellos, muchos menos que los de la primera clase, pero más de lo que habían esperado; tenían una biblioteca, un salón comunal con un piano e incluso una mesa de póker. 

Subieron las escaleras lentamente hacia el exterior, para que Roland no se forzara demasiado y cuando Peter le ofreció su brazo, lo miró con la nariz arrugada como si acabara de escupirle en la cara.

—¿Qué? No necesito ayuda, señor, no soy una mujer.

—Ay, por favor, no sea usted terco y acepte mi brazo.

—No...Haremos el ridículo y pensarán que soy un invalido o peor...—. Bajó la voz y Peter frunció el ceño—. Un marica. 

—Oh, Dios lo libre de ser asociado con ellos —dramatizó y Roland rodó los ojos y le dio un golpe en el brazo, rechazando su oferta.

Terminaron de subir las escaleras hacia la superficie y el aire salado les golpeó en la cara.

El sol brillaba con intensidad en la distancia y el paisaje celeste que los rodeaba era tan hermoso como inquietante. Algo acerca de estar tan alejados de tierra firme no dejaba de ser incómodo.

—Guau...Estas sí son vistas —susurró Roland y siguió a Peter por la proa.

Había una serie de bancas distribuidas por todo el lugar y podían ver las cuatro chimeneas que se alzaban hacia el centro del barco y del otro lado, muy separado de ellos en la popa, estaba la zona para la primera clase. El celeste del cielo y azul de las aguas era todo lo que lo rodeaba, a excepción de algunas nubes blancas en la distancia que decoraban las vistas, pero fuera de eso, estaban completamente solos en el medio de la nada. 

—Se ve tan tranquilo —comentó Peter y se apoyó en la barandilla, observando hacia las suaves olas rompiendo contra el barco—. Ya ni siquiera se puede ver la costa.

—No sabía que la tierra fuera tan grande —. Miró a su alrededor, incapaz de divisar nada salvo agua y exhaló—. Y pensar que soy tan insignificante.

—El mundo podrá ser grande, pero todos somos protagonistas de nuestras propias historias —aseguró Peter y Roland estudió su perfil—. Así que no, no es insignificante.

—Si eso es cierto, entonces... ¿De qué trataría su historia?

Peter lo pensó un momento, balanceándose contra la barandilla y sonrió cuando una idea llegó a él.

—Un joven hombre, que en el esplendor del siglo diecinueve, decide dejar atrás la comodidad y el calor de su hogar y su familia, para aventurarse a un nuevo mundo en busca de su propia identidad y su independencia.

—Vaya, suena importante —rio y se sostuvo en la barandilla con sus hombros rozándose—. ¿Y consigue encontrar su identidad e independencia?

—Aún no he llegado a esa parte, aunque espero que sí. ¿Qué hay de usted?

Roland exhaló.

—¿Yo? No lo sé...Un hombre que huye por su vida sin futuro o esperanza alguna...—. Trazó un arco con su mano en el aire y agregó—. "Solo en teatros".

Se rieron juntos y observaron hacia el cielo con tintes rosados que los enfrentaba.

—Suena como el buen comienzo para una historia de aventura. Y entonces su historia y la mía se cruzan y los dos protagonistas se vuelven grandes amigos y conquistan el mundo juntos.

—Oh, me gusta hacia dónde va eso —bromeó y chocó sus hombros.

—¿Ya vio? Hay tiempo para desarrollar la trama todavía.

—Espero usted sea más creativo que yo para esas cosas o será la historia más aburrida de nuestras vidas. 

Peter asintió con una sonrisa y cuando se alejó, para caminar un poco por la proa, Roland lo siguió de cerca, disfrutando de la vista y el aire fresco después de haber pasado dos días encerrado en el barco.

—¿Cuál es su plan una vez en Liverpool? —curioseó y Peter miró sobre el hombro hacia él.

—Mmm, conseguir un boleto de tren hacia Londres y buscar alojamiento en la ciudad.

—¿Tiene familia? —. A su tía Amelia y Lord Kimberly, pero decidió negar en respuesta—. Yo tampoco, nunca había viajado fuera de Nueva York.

—Tampoco yo —. Excepto aquel viaje familiar cuando era un niño, pero ni siquiera lo recordaba, así que tampoco valía la pena mencionarlo—. ¿Y su plan cuál es?

—Ah, no tengo tal cosa, señor —rio y se guardó las manos en los bolsillos—. Dejé todo muy rápido para evitar me mataran, así que voy sin plan o seguro alguno.

—¿No tiene dinero para vivir una vez en la ciudad?

Negó y se agarró el costado cuando fue a sentarse en uno de los bancos, Peter permaneció de pie, con su espalda presionada contra las barandillas del barco y el sol iluminándolo desde enfrente, lo que aclaraba el castaño de su cabello y el celeste de sus ojos.

—¿Y cómo planea vivir las primeras semanas?

—No soy exigente, me conformaré con poder dormir en algún parque o calle tranquila hasta que consiga un trabajo.

—Leí que hay un problema de desempleo en Londres, no sé si se extenderá a todo el país.

—Ya me las apañaré, no sería la primera vez que me encuentro sin dinero y sin empleo teniendo que dormir en las calles.

Sonaba deprimente imaginarlo en esa situación y le hacía preguntarse cuantos hombres pasaban por las mismas condiciones cada año. Nunca había reparado en esas cosas hasta entonces y eso le recordaba lo aislado que había estado, viviendo en su burbuja en la granja.

Se alejó de la barandilla para sentarse a su lado en el banco y miró hacia su cabello alborotado.

—¿No tiene sombrero, señor? Siempre va sin cubrirse la cabeza.

—Oh, eso —. Se llevó las manos hacia la cabeza, como si apenas recordara que no traía un sombrero y forzó una sonrisa—. Disculpé mi insensibilidad, perdí mi sombrero hace unos días y no he podido conseguirme otro.

—Comprendo —. Se enderezó en el banco, frunciendo el ceño y un minuto después se puso de pie—. Espere aquí, ya vuelvo.

Roland asintió un tanto confundido y Peter regresó a su dormitorio por las escaleras principales de la tercera clase y buscó en su maleta.

Regresó unos pocos minutos más tarde y le entregó un sombrero, el otro que se había traído de los dos que había comprado en la tienda de segunda mano.

—Pruébeselo, a ver si le queda y puede conservarlo.

—No podría aceptar, aunque su amabilidad vuelve a ser muy agradecida.

—Por favor —insistió y tomó su brazo para ponerle el sombrero en la mano—. Yo ya tengo este, no me hará falta otro y no puede ir sin sombrero a todas partes, la gente pensará que no tiene modales y espantará a las damas.

Roland sonrió sin poder evitarlo y miró hacia el bombín. Estaba mejor cuidado que el sombrero que él había perdido y cuando se lo puso en la cabeza, le calzó de maravilla y lo acomodó para que no arruinara su peinado.

Peter asintió conforme y volvió su atención hacia el océano.

Era una mañana tranquila y se estaba mucho más a gusto fuera de los dormitorios y disfrutando del aire salado del océano.

—Podríamos dividirnos la renta —murmuró Peter y Roland lo miró con el ceño fruncido.

—¿Cómo dice?

Suspiró, decidiéndose en los pensamientos que llevaba dando vuelta desde que Roland había llegado al dormitorio y se giró para enfrentarlo en el banco.

—Podríamos dividirnos la renta una vez en Londres.

—¿Vivir juntos? —. Peter asintió—. No lo sé, señor, usted parece tener todo más asegurado que yo. Ni siquiera tengo dinero para llegar a Londres.

—Yo puedo pagar por eso y podrá compensarme más adelante, cuando tenga trabajo, pero creo que es una buena idea —aseguró, ganando un poco más de confianza en sí mismo—. Podremos tener una mejor calidad de vida si estamos juntos y dividimos gastos y además la ciudad no se sentirá tan intimidante con un compañero.

—¿Está seguro? —. Peter asintió y Roland entrecerró los ojos y se acomodó en el banco—. En ese caso...Me parece una excelente idea, honestamente, me preocupaba tener que estar solo en la ciudad.

Peter se rio y volvió a girarse hacia el océano mientras asentía.

—A mí también, señor Josey. A mí también.

Cuando volvieron al dormitorio, Roland decidió descansar un poco, porque ya estaba demasiado adolorido y Peter escribió otra entrada en su diario, agregando lo que había hecho esa mañana y luego continuó leyendo en su cama hasta la hora del almuerzo.

Regresó con comida para cuando Roland despertara y continuó leyendo el resto de la tarde hasta que fueron juntos al comedor para la cena.

Los días podían volverse muy monótonos y repetitivos en un barco y cuando eran la tercera clase, con pocas comodidades a bordo. Pasaban la mayor parte del tiempo acostados leyendo o en el salón comunal, socializando con otros caballeros y mayormente distanciados de las mujeres. Siempre los separaban por género a excepción de las habitaciones comunes; el comedor, la biblioteca y el salón, pero incluso cuando había mujeres cerca, Roland nunca parecía interesado en hablarles y Peter no insistía.

De todas formas, no tenían nada para impresionar a ninguna mujer, así que estaban mejor manteniendo distancia y limitándose a conocer caballeros y jugar algunas rondas de póker en las mesas que había por todo el lugar.

Roland no descansaba tanto como debía, juzgando su herida, pero tampoco se forzaba más de lo necesario, así que, en cierta forma, se estaba cuidando como Peter le había pedido y no necesitó tomar las pastillas que el doctor le había dado, lo cual era un alivio, porque Peter sabía que debía ser algún calmante opioide de los que podían ser muy adictivos.

Despertó temprano en la mañana del sábado y giró en su cama, bostezando, antes de dejar colgar su cabeza hacia el suelo, para mirar hacia la cama de Roland.

Seguía dormido como de costumbre y doblaba un brazo sobre sus ojos, para protegerlos de la luz que empezaba a entrar por la ventanilla junto a sus camas y la cual llenaba todo el pequeño dormitorio.

—¿Señor Josey? —. Recibió un simple sonido en respuesta—. ¿Cómo se encuentra hoy?

—He estado mejor, pero también peor, así que yo diría estoy bien.

Se bajó de la cama para detenerse a su lado y le colocó una mano en la frente para confirmar que no estaba haciendo fiebre. Al menos la lesión no parecía haberlo dejado demasiado enfermo, pero todavía tenía otras cuatro o seis semanas para terminar de sanar.

—Le traeré el desayuno y así no tendrá que levantarse.

—No hace falta —aseguró y tomó impulso con un quejido, para sentarse—. Aunque recibir la comida en la cama siempre es un lujo que uno agradece, usted ya ha sido demasiado atento conmigo y no puedo seguir abusando.

—Está herido, así que no sería ningún abuso —. Le sujetó el hombro para que no se pusiera de pie y Roland lo miró—. Quédese aquí y descanse, insisto. Yo ya regreso.

Se marchó, llevándose sus utensilios y cuando la puerta se cerró, Roland bufó y puso sus ojos en blanco.

El hombre realmente podía ser muy mandón y terco y, aun así, no era capaz de discutirle y se encontraba haciendo lo que decía la mayoría de las veces. No porque quisiera, sino porque Peter ya era demasiado atento, así que cooperar con sus exigencias no era un gran problema, mucho menos cuando siempre lo hacía para cuidar de él.

Peter regresó un rato más tarde con el desayuno y Roland comió en la cama mientras él acomodaba sus bolsos para asegurarse de no dejar nada una vez desembarcaran.

—¿Ya llegamos?

—No, pero pronto. Estamos unos días atrasados, se suponía llegaríamos el miércoles y ya es sábado —. Dejó todo en el banco y se sentó a los pies de la cama de Roland, con su espalda contra la pared—. He hecho una lista en mi diario de las cosas que debemos hacer, para estar más organizado.

—¿Usted hace mucho eso ¿no? Organizarse.

—Mmm...Suelo ser muy impulsivo, pero estoy intentando cambiar eso con este viaje —. Abrió su diario sobre sus piernas e hizo girar el bolígrafo entre sus dedos—. Lo principal será conseguir esos boletos hacia Londres y como llegaremos en la noche, tal vez tendremos que conseguir un dormitorio para descansar.

—Yo puedo dormir en la estación o en la calle, así que no se moleste en gastar por mí.

—No lo dejaré durmiendo en la calle, señor —zanjó y Roland lo miró con la cuchara en la boca—. Podemos rentar una habitación si no le molesta compartir cama y entonces no estaré gastando más de lo que gastaría si fuera solo.

—¿A usted no le molesta compartir cama?

—No, pero si me preocupa la herida en su costilla. No quisiera apretarlo dormido y hacerle más daño.

—No se preocupe por eso, ya estoy casi como nuevo.

No sonaba creíble, pero decidió no darle muchas vueltas al asunto por el momento y se concentró en su libreta.

—Una vez en Londres tendremos que conseguir un lugar para rentar y empezar a buscar trabajo. Cuanto antes consigamos algo, mejor.

—Muy bien, suena como un excelente plan, señor.

Peter asintió, aunque no se sentía tan convencido y pasó algunas horas organizándose en su libreta y esperando que el día se consumiera rápido para llegar a la ciudad.

Estaba emocionado por eso, sentía una ansiedad incontenible crepitando en su vientre y por estar pendiente del reloj, parecía como si las horas avanzaran más lento.

La semana en el barco había sido aburrida y le había dejado mucho tiempo para pensar, extrañar a su familia y soñar despierto, pero una vez en tierra firme, realmente comenzaría su nueva vida.

Peter Eades, un hombre común y corriente, buscando un futuro en Londres.

Nunca habría imaginado que ser común y corriente serían dos cosas que le gustaría, pero sorprendentemente, lo hacía. Por fin podría descubrir el mundo por sí mismo y sin la sombra de su familia opacando cada paso que daba y nublando la vista.

Cenaron en el comedor por última vez, compartiendo los utensilios como habían hecho toda la semana y cuando terminaron, Roland siguió a Peter de regreso al dormitorio y recogieron sus cosas cuando uno de los tripulantes les avisó que llegarían en las próximas horas.

—¿Seguro que todavía quiere que lo acompañe? —preguntó en lo que se colocaba el saco y el sombrero que Peter le había obsequiado—. Realmente no me molestará si cambió de parecer.

—No se preocupe, no he cambiado de parecer, solo quédese cerca y no se pierda entre toda la gente.

Asintió y cuando terminaron de recoger sus cosas, Peter acomodó un poco el dormitorio, intentando dejarlo más ordenado y como lo habían recibido y luego cruzó la puerta y Roland lo siguió, llevando su único bolso colgado al hombro.

Buscó su mano para no separarse entre toda la multitud y Peter lo sujetó firmemente, dejando que sus palmas se presionaran juntas. Las escaleras ya estaban llenándose de todos los hombres que intentaban dejar los dormitorios y subir a la proa para ver la costa de Inglaterra en la distancia.

Había oscurecido, así que en su mayoría era una sombra entre la niebla, pero podían divisar algunas luces cada vez más claras a medida que se acercaban.

Se abrieron paso entre la multitud para llegar a la barandilla y soltaron sus manos al apoyarse sobre esta.

—Inglaterra —susurró Peter y se paró en la baranda inferior de la barandilla—. Nuestro nuevo hogar, señor Josey.

—Espero que sea uno bueno y como mis expectativas son tan bajas seguro logrará sorprenderme.

Se rio y bajó la atención hacia el agua golpeando contra el barco.

Todavía tenían algunas horas antes de llegar a la costa, así que esperaron charlando contra las barandillas, apretados entre toda la multitud de gente y Roland se aseguró de no perderlo de vista. Si se separaban, dudaba mucho poder volver a encontrarlo entre esa multitud.

Eran las ocho de la noche cuando el barco dejó caer el ancla y se unieron al puerto para empezar el descenso. Roland volvió a tomar la mano de Peter para no perderlo entre la marea de personas y cuando se apretaron mutuamente, afirmando el agarre, el mismo calor que sentía al tocarlo se extendió por todas sus venas.

Era una sensación extraña, pero que disfrutaba y a la cual podía llegar a acostumbrarse.

Siguieron la fila hacia el puente del puerto para descender y luego continuaron circulando entre toda la gente para que Peter pudiera recuperar sus maletas.

Aunque fueran las ocho de la noche, el puerto todavía estaba repleto de vida, había una gran cantidad de personas embarcando y desembarcando, muchos vendedores ambulantes todavía conseguían hacer algunos peniques antes de irse a casa y las lámparas a gas o de alcohol mantenían iluminado todo el lugar.

Cruzaron el puerto siguiendo a los pasajeros y alcanzaron las oficinas de inmigración para la tercera clase, donde debían presentar todos sus documentos y recibir la aprobación para quedarse en el país.

Peter sabía que él no tendría problema, tenía todos sus documentos al día e incluso una carta de aceptación en Inglaterra, pero le preocupaba que Roland no tuviera todo tan organizado y lo enviaran de regreso. ¿Qué sería de él si debía volver al lugar donde lo querían muerto?

—¿Tiene su pasaje y el certificado de vacunación? —. Roland asintió y buscó en su bolso para sacar todos sus documentos—. Bien, necesitará todo eso.

Peter fue primero en la fila, entregó sus documentos, recibió su permiso para quedarse en el país y luego esperó mientras Roland entregaba todas sus cosas y tuvo que contener el impulso de morderse las uñas hasta arrancarlas. 

La mujer inspeccionó cada documento con atención, manteniendo ese rostro inexpresivo que lo ponía de los nervios y finalmente, tomó uno de los sellos que tenía sobre su escritorio, del otro lado de las rejas separando el mostrador y marcó el documento de nacionalidad de Roland, aprobando su estadía en Inglaterra.

Le regresó todos los papeles, junto con un nuevo comprobante de que eran ciudadanos autorizados y les sonrió.

—Bienvenidos al Reino Unido, caballeros.

—Muchas gracias, señora.

Le agradecieron con una inclinación, levantándose sus sombreros y se alejaron de las filas para continuar circulando hacia los equipajes.

Tuvieron suerte, concluyó Peter cuando escuchó que empezaban a cerrar las oficinas, un minuto más tarde y les habría tocado dormir en el puerto hasta que volvieran a atender inmigrantes en la mañana.

Dejaron las oficinas y los ruidos le llegaron de todas partes, desde los barcos y el océano, hasta las conversaciones de los turistas e inmigrantes, así como todos los vendedores u oportunistas que ofrecían algún producto o servicio.

—¡Hermanos y hermanas! Escuchen la llamada de la salvación. Les traigo la noticia del Evangelio. Únanse a nosotros en el culto en la Capilla de San Pedro, a pocos pasos del puerto. Abracen la luz de la gracia anglicana. Que sus corazones encuentren la paz mientras nos reunimos en oración y acción de gracias...

—¡Recién llegados de los barcos! Especias exóticas, tés finos y tesoros de Oriente. ¡Adelante, viajeros! Deleiten sus sentidos con los mejores productos en Johnson's Emporium.

—Las mejores sedas y sábanas, ¡Justo al salir del barco! Abrace el lujo en Thompson's Textiles. Descubra la elegancia en cada hilo ¡Sólo en el puerto de Liverpool!

—Puros frescos y tabaco exótico. Saboreen los mejores sabores en el estanco Davis & Sons. ¡Encuéntrenos cerca de las puertas del puerto! ¿Gustan probar nuestro tabaco, caballeros?

Peter negó con una amable sonrisa cuando el hombre extendió la caja con puros hacia ellos y mantuvo su mano apretada en la de Roland, mientras terminaban de cruzar todo el puerto hacia la zona de maletas.

El lugar era realmente enorme y era abrumador lo abarrotado que estaba a pesar de la hora.

—¡Saludos, viajeros! Encuentren la comodidad en Sailor's Respite: literas limpias, comidas calientes y un hogar acogedor —. Peter aceptó uno de los panfletos que ofrecía y le echó un vistazo—. Precios bajos para los que desafían las olas. ¡Atraca tus preocupaciones con nosotros! Y visítanos en 23 Dexter Street. ¿Les interesa, caballeros?

—¿Un penique la noche?

—Así es y la comida está incluida —informó el hombre y les sonrió—. Es una excelente oferta, no encontrarán nada mejor.

—Muchas gracias, señor, lo tendremos en cuenta.

Continuaron caminando y recibieron otro par de panfletos de gente ofreciendo alojamiento con diversas comodidades y diversos precios.

Cuando Peter finalmente consiguió sus maletas y el reloj ya daba las diez de la noche, se decidieron a revisar sus opciones y escogieron el más económico.

—Sailor's Respite —leyó Roland y asintió—. Suena agradable.

Peter no podía estar de acuerdo, cualquier cosa dirigida a marineros estaría lejos de agradable, pues esos hombres, que paraban en el puerto unos días y luego regresaban por meses a las aguas, no tenían la mejor reputación entre los educados, pero era lo mejor que podían hacer por el momento, así que compró un mapa a un vendedor ambulante en la puerta exterior del puerto y lo abrió bajó la luz de una farola.

—Dexter Street...Veamos...Seis cuadras en...—. Giró en el lugar y señaló hacia la calle de enfrente—...Esa dirección.

—Suerte usted sabe usar un mapa, yo ya estaría perdido.

Peter sonrió, levantó sus baúles y Roland lo ayudó con una maleta y empezaron a caminar juntos.

Contrario al puerto, la ciudad estaba más tranquila, especialmente a las diez de la noche, cuando ya todo el mundo dormía y no era muy distinta de Nueva York, lo que hacía que fuera más fácil adaptarse cuando Roland no había visto nunca otra cosa.

Se mantuvo cerca de Peter, confiando en él para que los guiara el resto del camino y terminaron deteniéndose frente a unas escaleras de hormigón que llevaban hacia una puerta de madera roja con un cartel colgando desde la pared que rezaba "Sailor's Respite" en cursiva amarrilla.

—Hemos llegado.

A simple vista, no parecía desagradable, era una fachada de ladrillo, con algunas ventanas en los cuatro pisos que miraban a la calle y la lámpara alumbrando sobre la entrada.

Roland se adelantó para abrir la puerta, ya que Peter llevaba sus manos cargadas y entraron juntos hacia lo que parecía un bar que los recibía con un aroma de un guiso recién hecho y la brisa marina salada impregnada en la ropa de los marineros.

Había una mesa larga y desgastada dominando el centro de la estancia, donde las sillas desparejadas se reunían en un círculo apretado y el tablero mostraba las marcas de innumerables comidas y juegos de cuchillos que eran populares entre los marineros. Sobre ellos, una lámpara de gas de techo bajo proyectaba una suave luz que bailaba sobre los rostros del grupo de comensales, de los cuales solo había un par. 

El suelo de madera estaba cubierto por alfombras desgastadas por el uso de muchas botas, que amortiguaban el ruido de los pasos y las paredes estaban adornadas con artefactos náuticos: una rueda de timón, banderas marítimas descoloridas y cartas de navegación hechas jirones.

Peter se adelantó hacia la barra junto a la mesa comunal y dejó sus maletas en el suelo para poder acercarse al hombre que servía los tragos.

—Buenas noches, señor —saludó y el hombre le respondió inclinando la cabeza—. ¿Tendrá una habitación disponible para esta noche?

Aye, ha de estar con suerte, justo se me ha ido uno esta tarde, así que puedo darles el cuarto en el último piso. ¿Por cuánto se estarán quedando?

—De momento solo esta noche —contestó y el hombre tomó una caja de debajo de la barra, la abrió y les entregó una llave.

—Será un penique y el desayuno ya está incluido.

—Muchas gracias.

Le entregó un penique, del poco dinero que había cambiado en Minnesota para usar al llegar y volvió a tomar sus baúles para subir las escaleras con Roland.

Estaban en el último piso, así que llegaron cansados y un poco agitados después de tantas escaleras y Roland tomó la llave y abrió la puerta.

Les recibió una cama individual hacia el centro de la pared que enfrentaba la entrada y la cual tenía una manta limpia cubriéndola. El colchón, aunque viejo, se mantenía firme y más cómodo de lo que Peter había esperado y junto a la cama había una mesilla de noche pequeña y desgastada sosteniendo una jofaina y una simple pastilla de jabón, ofreciendo las comodidades básicas para limpiarse.

La pequeña ventana de la habitación, adornada con finas cortinas, dejaba entrar el tenue resplandor de las luces de la ciudad, creando un suave ambiente y  solo tenían un escritorio con algunos libros y una lámpara a gas para alumbrarse. 

Era humilde, no podían negarlo, pero incluso Peter estaba conforme con lo que les ofrecían y al precio de un solo penique.

Dejó sus baúles junto a la entrada y cerró la puerta con el pie.

—No está tan mal —murmuró y Roland se rio.

—¿Bromea? Esto es como unas vacaciones —. Dejó su bolso a los pies de la cama y tomó la pastilla de jabón—. Hasta nos han dado un jabón.

—Podría ser usado, así que yo no lo tocaría mucho si fuera usted.

Lo bajó rápidamente y se limpió la mano en su pantalón, borrando la sonrisa de su rostro.

—Eww...No diga eso cuando ya lo he tocado, señor Eades.

Se rio y cruzó el dormitorio para echar un vistazo por la ventana.

El suelo de madera se sentía viejo bajo sus pies, con los tablones crujiendo con el peso de su cuerpo al caminar.

Roland se sentó al borde de la cama y brincó en el colchón con una sonrisa.

—La cama es cómoda.

—Y más espaciosa de lo que esperaba —observó, volviéndose hacia él y Roland sonrió.

—Así es, dormiremos más cómodos. ¿A qué hora nos iremos?

—Dependerá de cuando consigamos un tren. Deberíamos despertar temprano, más tardar las nueve —. Se quitó el sombrero que dejó sobre el escritorio y desabotonó su chaqueta—. Y luego veremos a qué hora parte el primer tren hacia Londres.

—Oficialmente viviremos en Londres entonces.

—¿No quiere?

Roland se encogió de hombros.

—Yo lo sigo a usted, señor Eades, no me molesta a donde con tal de no estar solo.

Peter le sonrió y asintió.

—También me alegra no estar solo ¿sabe? Nos cuidaremos mutuamente.

—Sí, en eso puedo ayudar, si hay algo en lo que soy bueno es agarrándome a los golpes con cualquiera —rio y se llevó una mano hacia el moretón en su rostro—. Excepto si me superan en números...Ahí no soy tan bueno.

—Intentemos no llegar a la violencia.

Roland se rio y chasqueó los dedos de una mano.

—Cierto, hagamos eso.

Se cambiaron por sus pijamas, dándose la espalda para conseguir algo de privacidad y cuando Peter se giró hacia Roland, señaló hacia su camisa de lino.

—¿Cómo está el golpe?

—¿Uhm? Oh...Eso...—. Se levantó la camisa, dejando ver su costado y contuvo una mueca al tener que alzar su brazo—. ¿Qué tal se ve?

Peter se acercó para examinarlo bajo la luz de la lámpara e hizo una mueca. Se había tornado verde en los bordes y de un intenso color violeta hacia el centro con parches amarillos en ciertas partes.

Tomó la lámpara de la mesa de luz para alumbrarlo más de cerca y acercó su mano para acariciar suavemente la piel. Roland contuvo la respiración al sentir la yema de sus dedos deslizándose sobre su cintura y Peter tragó con dificultad y enderezó su espalda.

Había esperado que esa agradable sensación que le generaba tocarlo ya no estuviera o que hubiera sido solo un sueño, pero seguía allí y más real que nunca. 

—Se ve mejor —concluyó y se aclaró la garganta—. Mucho mejor. Usted sana rápido.

—Eso...Eso es bueno.

Se acomodó la ropa y se miraron en silencio unos minutos, completamente ajenos a otra cosa, hasta que Peter rompió con la conexión y se alejó para dejar la lámpara sobre la mesa de noche y meterse en la cama.

—Será mejor dormir un poco, no nos quedan muchas horas.

No respondió y simplemente se fue hacia el otro lado de la cama y corrió la manta para acostarse a su lado. Era de una sola plaza, pero un poco más grande de lo que normalmente las hacían, así que tenían casi suficiente espacio para no tener que estar tan apretados.

Peter se acomodó de lado, dándole la espalda, porque con su herida, Roland solo podía dormir mirando el techo y después de desearle buenas noches, apagó la lámpara y cerró sus ojos para intentar dormir.

Fue difícil al comienzo, no lograba concentrarse del todo cuando podía sentir su brazo rozando su espalda y el calor que emanaba de su cuerpo filtrándose hacia él por debajo de las sabanas. O quizás él era quien irradiaba calor.

Se quedó mirando hacia el costado de la mesa de noche por algunos minutos y su corazón se aceleró más de la cuenta.

No debía pensar demasiado las cosas o terminaría llegando a conclusiones que no debía y tomando decisiones imprudentes, probablemente solo estaba cansado y por eso se sentía tan confundido y agitado.

Exhaló, sintiéndose un poco más relajado y cuando cerró los ojos esta vez, logró dormirse profundamente.

25 de julio 1897.
Liverpool, Inglaterra.

La estación de trenes cerca del puerto, estaba tan llena de personas que apenas se podía caminar y la fila para comprar sus boletos llegaba hasta la puerta, cruzando todo el enorme recibidor y dando un par de vueltas en zigzag.

Peter no tenía otra opción salvo esperar y como había traído sus baúles, usó el más grande de asiento para no cansarse, como veía hacer a muchas otras personas y dejó que Roland fuera por su cuenta a buscar un lugar que vendiera comida para almorzar.

Habían llegado a la estación a las diez menos cuarto y ya iban a dar la una de la tarde y seguían en la fila, esperando su turno para comprarse los tickets de tren hacia Londres.

Cuanto más esperaba, más le preocupaba que no quedaran lugares para esa tarde. No tenía problema quedándose otra noche en Liverpool, pero prefería marchar hacia Londres cuanto antes, porque tenía mucho por hacer y el dinero estaba contado.

Roland regresó a él, sosteniendo dos bandejas de papel con unos perritos calientes y las sujetó en una mano, para poder buscar en el bolsillo de su chaqueta y entregarle el dinero sobrante.

—Y aquí tiene su almuerzo, no sé si le guste, pero no pude encontrar otra cosa y cuando sentí el aroma se me antojaron.

—¿Qué es? —inquirió y Roland amplió sus ojos sorprendido, mientras le daba una mordida a su comida.

—¿Nunca había visto perritos calientes?

—No... ¿Perritos dijo? ¿No han matado a un perro para esto o sí?

Roland se atoró.

—¿Qué? No, por supuesto que no...Parece un perro salchicha —explicó y sostuvo la comida para que lo viera—. Por eso el nombre...Creo...Pero es rico, pruébelo, está hecho con carne de vaca y de cerdo.

Se atrevió a darle un mordisco, no muy convencido e hizo un lugar sobre el baúl a su lado, para que Roland también pudiera sentarse y comiera más cómodo.

No eran los únicos que se habían conseguido algo para almorzar en la fila, había varias familias compartiendo algunos aperitivos entre los niños, algunas mujeres que se habían conseguido unas galletas y algún refrigerio y los vendedores no estaban perdiendo la oportunidad de entrar a vender en la estación.

—¿Le gusta?

Peter se sobresaltó cuando Roland miró en su dirección justo cuando se encontraba mordiendo el pan y la salchicha bañada en mayonesa y kétchup y por algún motivo, le apenó que lo viera. No era la forma más refinada de comer y estaba seguro de que se había manchado los labios de kétchup.

Tragó rápidamente y se cubrió con la servilleta de papel para terminar de masticar y limpiarse.

—Mmm...No está mal...Solo un poco difícil de comer.

—¿Difícil? Es lo más fácil, ni siquiera necesitas cubiertos y puede escaparse con usar las manos —. Se rio y le dio otro mordisco con confianza—. Solía comer de estos todo el tiempo cuando me mude a la ciudad de chico.

—¡Que va! Era lo más fácil vivir de esto y nunca me cansaba, podía comerme dos o tres por día si me daba el dinero. 

—Me refiero a huir de su casa siendo tan joven, señor. 

—Oh...Eso —. Se rio, con esa bonita sonrisa que siempre parecía lucir y que a Peter le desconcertaba y se inclinó un poco más cerca, chocando sus hombros—.Usted también ha dejado su casa y tiene la misma edad.

—Lo sé, pero no he huido —señaló—. Mi familia me ha ayudado para poder empezar una nueva vida en Londres, incluso me han dado dinero... ¿Pero ¿Cuándo usted huyó cómo hizo?

—Tuve dinero por unos días —recordó y su sonrisa vaciló mientras miraba hacia su perrito caliente en la bandeja de papel sobre sus piernas—. Lo robé de los ahorros de mis padres para poder irme.

—¿Y consiguió un trabajo en la ciudad?

Esta vez, la sonrisa desapareció por completo.

—Lo hice, sí.

No dijo más y Peter decidió no preguntar, parecía bastante evidente por su rostro que no quería hablar de esos tiempos pasados en su vida, así que se quedaron en silencio, terminando su almuerzo y con cada centímetro que la fila avanzó, movieron los baúles y se volvieron a sentar para esperar.

Eran las dos y media cuando finalmente alcanzaron una de las boleterías y Peter pudo sacar el dinero para pagar los asientos.

—Dos tickets hacia Londres, por favor. Lo antes posible.

—Puedo darle lugar para el Star Express hacia Euston Station partiendo hoy a las ocho y cuarto.

—¿De la noche? —inquirió y el hombre asintió—. ¿No hay nada más temprano?

—No, señor, todos los servicios ya están ocupados.

—Oh...Comprendo, está bien. En ese caso, el de las ocho y cuarto servirá.

—Serán una libra y seis chelines.

Peter maldijo para sus adentros, pero aun así buscó en su cartera por el dinero que había traído de Minnesota y le entregó el billete y las monedas. Era más de lo que había planeado gastar originalmente y eso porque estaba pagando por dos, pero estaba seguro de que valdría la pena más adelante.

Cuando Roland tuviera trabajo y dividieran los gastos juntos, entonces la vida sería más sencilla a largo plazo, así que no le molestaba gastar un poco más para llegar a eso.

Se guardó su boleto y le entregó el otro a Roland y finalmente, pudieron dejar la fila y también la estación.

Era una pena que ya hubieran regresado la habitación en Sailor's Respite y no pudieran regresarse para dejar sus cosas. Rentarla otra vez por solo unas horas simplemente no era opción.

—¿Le ha costado mucho dinero los boletos? —inquirió Roland una vez dejaron la estación.

Peter se obligó a negar.

—No se preocupe por eso, es importante para que vayamos a Londres, pero ahora debemos esperar hasta la noche —. Tomó su reloj de bolsillo para revisar la hora y suspiró—. Tenemos toda la tarde por delante.

—Podemos quedarnos en algún parque, para que no debamos cargar con los baúles.

Era la mejor opción, aunque infinitamente más aburrida.

Caminaron un par de cuadras, siguiendo el mapa hasta encontrar el parque que aparecía allí dibujado y Peter dejó las maletas junto a un banco y se sentó, sosteniendo su bolso sobre las piernas, al igual que Roland.

—Esto es agradable.

—¿Qué cosa? —preguntó y Roland sonrió, con su atención yendo por todo el parque.

—El cambio de ambiente...El nuevo comienzo. Cuando decidí irme, pensé que mi vida aquí sería peor de lo que ya era en Nueva York, pero ahora que lo he conocido creo que podría tener una oportunidad.

—Uhm...Sí, lo mismo digo.

El parque era agradable, se respiraba un aire fresco lejos de las fábricas y su contaminación y abundaba el verde entre los caminos de piedra allí donde miraran. Era bastante grande también, con un lago en la distancias y pequeñas colinas encerrándolo.

—Nunca llegue a preguntarle —comenzó Peter y Roland lo miró—. Pero... ¿Cómo llegó a deber tanto dinero hasta el punto de poner su vida en peligro?

—Ah, eso...No ganaba mucho en mi trabajo, así que pedía prestado para poder comer.

—¿Cuánto le pagaban si no le molesta pregunte?

—Unos dos dólares por semana y eso si trabajaba todos los días. A veces hacía menos.

—¿En la fábrica?

Roland se tensó.

—Sí...En la fábrica.

—No sabía era tan malo —murmuró, más para sí mismo que para él—. ¿Y por qué les pidió a esos hombres si eran peligrosos?

—Los conocía y se podría decir éramos cercanos.

—¿Y aun así querían matarlo?

—Bueno...Me lo busque en cierta forma, dije algo que no tendría que haber dicho...Y supongo matarme era una forma de callarme.

—Comprendo, pero me alegra logrará escapar.

—No lo habría hecho si no me hubiera dado esos veinte dólares —señaló, chocando sus hombros y cuando Peter lo miró, sonrió—. Usted me salvó, todavía no termino de procesar que me obsequiara esos veinte dólares tan desinteresadamente.

—Parecía que realmente lo necesitaba y no me equivoqué. Además, es solo dinero...Va y viene con el tiempo.

—Para mí pareciera que solo se va y nunca viene —rio y suspiró, echándose un poco hacia atrás contra el respaldo del banco—. Nunca tuve más que un par de dólares en mano...Mi familia era muy humilde ¿sabe? Era el más pequeño así que siempre me tocaban las cosas usadas de mis hermanos y nuestra era muy pequeña. 

—Realmente lo lamento.

—No tiene por qué, podré no haber tenido mucho, pero por un tiempo fui feliz. De todas formas, nunca me interesaron las cosas materiales, yo solo quería que mis padres me quisieran.

—¿Y no lo hacían?

—Lo hicieron...al comienzo —. Enrolló en su dedo un hilo que escapaba de las costuras de su pantalón y forzó una sonrisa, con su nuca presionada contra el borde del respaldo del banco—. Pero luego me convertí en la vergüenza de la familia y prefirieron darme por muerto cuando me fui.

—¿Por qué? ¿Qué sucedió?

Lo miró de reojo, sonriendo entretenido ante su curiosidad y empujó suavemente su hombro.

—Me temo que eso es personal, señor Eades.

—Oh, por supuesto, lo entiendo completamente, perdone.

Se rio ante la inclinación que le otorgó a modo de disculpa y como inmediatamente se enderezó en el banco, poniendo algo de distancia entre ellos y volvió a mirar hacia el lago.

Impulsó su cuerpo con una mueca de dolor para enderezarse como él y golpeó sus rodillas juntas.

—No sea tan rígido, señor Eades.

—¿Rígido?

—Sí, con esos modales de príncipe, pareciera como si quisiera imitar a esos sapos de la clase alta —. Peter abrió la boca, pero nada salió de esta—. Está demasiado tenso todo el tiempo para ser solo un muchacho.

—Solo intento comportarme adecuadamente.

—¿Y qué es adecuado ¿uhm? ¿Quién lo define? ¿Nunca se lo ha preguntado? —. Se acarició el costado, apretando suavemente su costilla herida y volvió a echarse hacia atrás—. Puede relajarse conmigo, no me ofenderé con sus modales o la falta de ellos.

—¿Pero le ofende que actúe como...esos sapos de la clase alta?

Roland se rio y alzó una ceja en su dirección.

—¿Por qué actúa como ellos en primer lugar?

—No lo hago.

—Lo hace —aseguró—. Lo he notado desde que nos conocimos. Como se sienta, como come, como habla, lo que dice y lo que hace...

Peter frunció el ceño y no se contuvo de curvar sus labios hacia un lado.

—Suena a que me observa demasiado, señor Josey.

El rostro de Roland empezó a arder y se aclaró la garganta desviando su atención.

—Solo para poder conocerlo, es todo.

—Nunca sugerí otra cosa —aseguró y se inclinó para alcanzar a ver su rostro cuando Roland lo giró en la dirección contraria—. ¿Se está sonrojando, señor Josey?

—No estoy haciendo tal cosa.

—Por supuesto que sí —sonrió y Roland lo apartó de un manotazo cuando Peter intentó observarlo más de cerca—. ¿Por qué se sonroja? Le ha subido hasta las cejas.

—Ya deténgase, señor Eades, esto sí es de muy mal gusto —. Peter se enderezó en el banco, concediéndole su espacio, pero no dejó de sonreír—. No estoy sonrojado, por el amor de Dios, soy un hombre no una jodida mujer.

—Si usted lo dice...

Se quedaron en silencio, ambos recostados contra el banco con sus brazos cruzados y Peter tuvo que mirarlo de reojo y terminó frunciendo el ceño.

Probablemente solo lo había incomodado, concluyó antes de hacerse demasiadas ideas.

—¿Quiere alimentar palomas? —ofreció, rompiendo con el silencio y Roland lo miró cuando señaló al puesto que vendía semillas.

—¿No estaríamos gastando mucho?

—Es solo medio penique, no hará mucha diferencia y considerando tenemos toda la tarde por delante, merecemos divertirnos un poco.

—Mmm...Está bien.

Peter le dejó sus cosas para irse hacia el carro de la mujer y le compró dos bolsas de semillas por un penique y regresó hacia Roland, agitando los paquetes en su mano.

Volvió a sentarse a su lado y dejaron sus bolsos en el suelo para desocuparse y concentrarse en lanzar las semillas hacia el camino frente a ellos.

No pasó mucho tiempo hasta que empezaron a verse rodeado por palomas, algunas las cuales incluso se subían al banco junto a ellos e intentaban acercarse a sus bolsas con semillas.

Roland terminó poniéndose de pie, para acercarse a las palomas y alimentarlas en su mano y lo vio sonreír cuando consiguió que una se le parara en el brazo para comer. Parecía un niño pequeño emocionándose por algo tan simple.

—Es una paloma tan bonita —comentó mientras le acariciaba la cabeza y el ave picoteaba las semillas en su mano—. ¿Debería conservarla?

—Creo que no le alegrara mucho si la secuestra.

—Probablemente tenga razón —concedió y se rio cuando otra paloma se le subió al hombro—. Parece que les agrado.

—Han de sentir que es una buena persona.

Roland le sonrió, halagado por esas palabras y luego volvió a concentrarse en las aves y terminó agachándose en el suelo, aunque su costilla doliera, para poder darles más comida.

A Peter le sorprendía que ninguna huyera con él en el camino, a veces alzaban el vuelo con la intención de alejarse por instinto propio, pero regresaban voluntariamente al instante cuando comprendían que no estaban en peligro y Roland terminó completamente rodeado por las pequeñas aves caminando a su alrededor o trepando en sus piernas.

Había sido una buena idea invertir en esas bolsas de comida y decidió no usar más de la suya para que Roland pudiera gastarla más tarde.

Era un hombre fácil de contentar, de eso no había duda.

—Realmente quiero conservarla —lo escuchó decir y se rio—. Es tan preciosa...

—¿Nunca tuvo mascotas?

—No, mis padres no me dejaban, pero siempre quise un perro —. Acarició la cabeza de la paloma, dándole más semillas para que estuviera tranquila y se sentó en posición de loto con la atención hacia Peter—. Me gustan mucho los perros ¿a usted?

—Mi abuelo tuvo algunos y un gato también, de mi tía. Pero en mi casa no, no teníamos.

—¿Y no le gustaría tener?

—Supongo que no me molestaría.

—Estaré atento a perros callejeros entonces —concluyó y Peter quiso detenerlo de aparecerse en la casa que compartirían con perros de la calle, pero no pudo.

Había algo en Roland, no sabía bien qué era, su carisma, su energía, su buena personalidad, pero de alguna manera, solo quería dejarlo ser feliz.

Pasó casi una hora con las palomas, sentado en el centro del camino y rodeado por al menos dos decenas de ellas y cuando decidió que había tenido suficiente, se apoyó en sus manos e intentó ponerse de pie.

Peter dejó el banco en un segundo cuando lo notó perder las fuerzas y apretarse un costado con un quejido de dolor y estuvo a su lado tan rápido, que todas las aves alzaron el vuelo al mismo tiempo, justo cuando unía sus manos y lo ayudaba a enderezarse.

El remolino de aves a su alrededor los encerró, como si formara una pared alejándolos del resto del mundo y Roland miró hacia sus manos entrelazadas y luego hacia sus ojos celestes, que lucían demasiado preocupados y apenas logró contener una sonrisa.

—¿Está bien? —preguntó Peter y se acercó otro poco, apoyándole una mano en el hombro—. Diga algo, por favor.

Parpadeó, regresando en sí y todas las aves se alejaron del lugar.

—Estoy bien...Fue solo una puntada.

—No debería estar moviéndose tanto todavía —. Sujetó su brazo, enganchándose de él y lo guio hacia el banco—. ¿Quiere ir a un hospital?

—No, no, gracias...Estoy bien.

Se sentó a su lado, no muy convencido y lo observó.

—¿Y si se recuesta? —ofreció y Roland frunció el ceño en su dirección—. Puede apoyarse en mis piernas si quiere, no me molestará.

Bajó la atención hacia los muslos de Peter cuando los palmeó y estudió su entorno, nervioso de que alguien pudiera verlos. ¿Qué más daba? No estaban haciendo nada inapropiado y no había forma de que la gente pudiera adivinar sus errores del pasado solo por verlo descansando la cabeza en las piernas de un nuevo amigo.

Agradeció con una inclinación de su cabeza y Peter se sentó hacia el extremo del banco, sosteniendo su brazo en el apoyabrazos y dejó el resto del espacio, para que Roland extendiera su cuerpo, con sus piernas colgando sobre el apoyabrazos del lado opuesto.

Recostó la cabeza contra sus muslos y se quitó el sombrero para que no le molestara. Peter le sonrió y luego miró hacia el parque, pero Roland se quedó fijado en su rostro desde ese nuevo ángulo.

Incluso así, portaba la belleza de un ángel.

—Gracias, señor Eades.

—No hay de qué. Descanse si quiere, todavía faltan algunas horas.

Se dijo que no iba a dormirse, pero terminó haciendo justo lo contrario después de cubrirse los ojos con el sombrero y caer en un profundo sueño.

Cuando despertó, seguía recostado sobre las piernas de Peter y el sol ya se estaba ocultando. Era el sonido de las palomas lo que lo había despertado, ya que volvían a poblar todo el camino frente a ellos porque Peter les estaba lanzando semillas de la bolsa que se había guardado.

Se enderezó cuidadosamente, sosteniéndose un costado y bostezó.

—¿Qué hora es?

—Van a ser las siete. Ya estaba por despertarlo. ¿Durmió bien?

—¿Dormí todo el día? ¿Y usted no se movió?

—No tenía a dónde ir de todas formas —sonrió y lanzó un puñado de semillas hacia el aire—. ¿Se siente mejor? ¿Ya no le duele?

—Muy poco. Gracias.

—Deberíamos ponernos en marcha entonces, cuanto antes lleguemos, mejor. No quiero arriesgarnos a perder el tren.

Asintió y se acomodó el cabello y el sombrero al ponerse de pie y luego lo ayudó a recoger sus maletas. Peter no lo dejaba ayudar a cargar con las cosas para que no se hiciera daño, así que solo llevaba los bolsos de mano, que eran más ligeros y podía llevarlos en la espalda.

Dejaron el parque, donde ya los alumbraba la luz artificial de todas las lámparas de gas y siguieron el mismo camino, el cual habían recorrido temprano en la tarde, para volver a la estación.

Las calles ya estaban casi completamente oscuras, alumbradas únicamente por las lámparas y se podía ver a los hombres que las encendían completando su trabajo antes de tener que regresar en el amanecer para apagarlas.

Entraron en la estación, que seguía casi tan llena como en la mañana y bajaron las escaleras hacia la plataforma subterránea por donde partiría su tren.

—Expreso —leyó Roland en su boleto—. ¿No es eso más caro?

—Sí, pero no quería que llegáramos en la madrugada, me preocupa que no consigamos donde hospedarnos si es muy tarde.

—Oh, inteligente...Pero no me sorprende, usted es verdaderamente muy inteligente.

Peter lo miró por sobre el hombro con una sonrisa, yendo por delante con sus baúles y negó.

—Me halaga, señor Josey.

—Esa era la intención. ¿Cuál será nuestro plan una vez en Londres? ¿Sabemos a dónde ir para buscar hospedaje?

—No, pero seguro podremos conseguir un mapa —. Dejó sus baúles junto a unos de los bancos libres de la plataforma y se sentó—. Dudo podamos encontrar un lugar para rentar permanentemente, así que lo mejor será pasar la noche en algún hotel y hasta que consigamos una casa o apartamento accesible.

—Soy un hombre sencillo, así que no se moleste con demasiadas comodidades por mi parte. Estaré feliz con una almohada para dormir en el suelo.

—Nadie dormirá en el piso —aseguró y Roland se sentó a su lado—. No es forma de vivir, así que nos aseguraremos de tener al menos una cama para compartir.

Roland sonrió.

Le agradaba eso de él, que fuera tan atento y dedicado incluso aunque apenas se conocieran. Hablaba de un hombre que tenía principios y bondad para repartir con otros y quien no necesitaba conocerlo para creerlo merecedor de buenos tratos.

Su tren llegó exactamente quince minutos antes de su hora de partida y después de entregar sus baúles en la zona de carga, fue con Roland hacia uno de los vagones y ofrecieron sus pasajes al guardia en la puerta. Este les rompió un extremo, para indicar que ya estaba usado y los dejó pasar.

Viajaban en tercera clase, así que no tenían sus propios camarotes cerrados, con sofás enfrentados y una mesa, solo había bancos de madera acomodados en filas, uno detrás de otros y con un pasillo entre medio.

—¿Quiere sentarse junto a la ventana? —ofreció Peter y se hizo a un lado para cederle el lugar.

Roland negó.

—Seguramente me duerma todo el camino. Por favor, usted primero.

No insistió, así que tomó lugar primero, acomodándose junto a la amplia ventana del tren que miraba hacia la plataforma en la que habían estado y Roland se sentó en el espacio libre a su lado y acomodó su bolso en el suelo, entre sus piernas.

Ambos se habían quedado con los bolsos más pequeños para el viaje.

—¿Y de cuánto será el viaje?

—No estoy seguro —confesó y estudió el resto de la plataforma, donde ya empezaba a llenarse de pasajeros esperando subir al tren—. Imagino serán algunas horas...No sé qué tan grande es el país.

—Tampoco yo. ¿Cómo sabremos dónde bajarnos?

—La estación Euston es el destino, así que nos pedirán nos bajemos incluso si estamos dormidos.

—Oh, de acuerdo —. Eso lo dejaba más tranquilo—. Que emoción...

Peter sonrió al verlo removerse en el asiento como un niño pequeño y bajó la atención hacia sus manos que apretaba entre sus piernas.

—¿Qué cosa?

—Todo esto...Nunca había hecho nada similar y es muy emocionante.

—Pues su felicidad es contagiosa —confesó y Roland le sonrió—. Esperemos podamos correr con buena suerte y consigamos un lugar para pasar la noche sin problema.

—Hay que ser optimista, señor Eades.

El tren se llenó en los siguiente quince minutos, todos los asientos quedaron ocupados y el barullo que había al comienzo, mientras la gente buscaba sus asientos y desfilaban por los corredores, lentamente, se convirtió en un agradable silencio, interrumpido, únicamente, por el sonido de la locomotora.

Escuchó el silbato que anunciaba el último llamado para subir al tren y luego vio como cerraban las puertas y sintió el suelo comenzando a vibrar en sus pies.

Todavía no se sentía real, nada en las últimas veinticuatro horas se había sentido real, especialmente, porque había tomado el mando en compañía de Roland, para ayudarlo ya que él parecía mucho más perdido y (sorprendentemente) lo estaba haciendo bien.

Empezaron a dejar la estación, adentrándose por el túnel que cruzaba por debajo de la ciudad y el vagón se sumió en penumbra, alumbrado únicamente por la tenue luz de algunas lámparas de alcohol.

¿Qué pensarían sus padres si pudieran verlo en esos momentos? Había cumplido con el primer objetivo de su viaje; había llegado a Inglaterra y ahora iba camino a Londres y estaría allí en solo horas. Era una pequeña victoria, la primera en su larga lista de objetivos. ¿Estarían orgulloso de él?

Había afrontado un viaje a través del Atlántico completamente solo y despojado de todos los lujos a los que estaba acostumbrado y sentía que estaba aprendiendo una cosa o dos.

Especialmente teniendo a Roland a su lado, con él descubría realmente lo opuesto que eran sus mundos y lo mucho que le quedaba por entender.

Salieron del túnel hacia el campo que rodeaba la ciudad de Liverpool y Roland se inclinó más cerca para observar con él por la ventana.

—Se parece a los campos de Nueva York —confesó y Peter sonrió.

—Sí, los paisajes tienden a parecerse entre sí.

—Pero es muy hermoso —. Se apartó, murmurando una disculpa por haberse acercado tanto y luego regresó su atención hacia el frente—. ¿Le molesta si me recuesto en su hombro para dormir?

—¿Uhm? ¿En mí hombro? Oh...Claro —. Palmeó su hombro, invitándolo a apoyarse en él y Roland le agradeció con una inclinación de su cabeza y se quitó el sombrero—. ¿Está cómodo?

—Sí, gracias, señor Eades.

Asintió sin importancia y mientras Roland cerraba sus ojos, recostándose en él, Peter volvió a mirar por la ventana hacia el paisaje de los campos ingleses.

Finalmente estaba en su nuevo hogar por los siguientes años o quizás el resto de su vida y estaba ansiando descubrir lo que le aguardaba.

El paisaje era hermoso, incluso aunque estuviera tan oscuro que apenas podía ver la sombra de los árboles y las colinas. El cielo estrellado los acompañaba en todo el trayecto y cada tanto, aparecía alguna casa que todavía tenía las velas o lámparas encendidas.

No había electricidad a la vista, no con la misma frecuencia que en los Estados Unidos al menos.

Pensó en su familia durante todo el viaje, intentando imaginar lo que podrían haber estado haciendo en esos momentos y sonrió con cada pensamiento.

Sabía que había una diferencia horaria entre Inglaterra y Minnesota, aunque no estaba seguro que tan grande era, pero podía imaginar que todavía estaría de día en White Oak y quizás sus padres estarían almorzando o durmiendo la siesta (dado que era un domingo). Quizás su hermana Issy habría salido a caminar con sus primas o algunas amigas, tal vez estaba haciendo un picnic si el clima lo permitía y su hermano Esmond en California, estaría atendiendo a su familia; pasando tiempo con sus hijos, leyendo un libro para todos mientras su esposa cosía junto al fuego.

Podía imaginarlos con demasiada claridad y los extrañaba con la misma intensidad con la que pensaba en ellos. Sería difícil acostumbrarse a vivir sin escucharlos y sin verlos, volver a su nueva casa, sabiendo que no encontraría las comidas de su madre para consolarlo o que no podría ir a su padre por consejos...Joder, todas esas cosas realmente lo hacían querer arrepentirse de su viaje.

Pero no iba a dejar que esos sentimientos lo oprimieran, ya había completado la parte más difícil, se había marchado, ahora el resto se daría por sí solo...O eso esperaba.

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