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Od Noelle-Spanish

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Libro N°1: Bienvenidos a Boomerang.com, el sitio de citas para la generación del milenio. Sin escándalos, sin... Viac

En Una Cita: ¿Prefieres que cada uno pague lo suyo o pagar la cuenta completa?
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¿Planeas Tus Citas O Te Gusta Que Te Sorprendan?
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¿Perdonas Y Olvidas O Guardas Rencor?
Cuéntanos Un Poco Sobre Ti
Háblanos Sobre Tu Familia

¿Has Tenido Alguna Vez Una Aventura De Una Noche?

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Od Noelle-Spanish

Narra Mia:


En el único día más importante de mi vida, despierto pensando: Oh, mierda, ¿dónde están mis bragas?


 Lo pienso porque también despierto en la cama de un extraño, con la endiablada luz color limón de Los Ángeles bisecando mi muslo desnudo y ni un trozo de ropa interior o prenda a la vista. 

Es tan impropio de mí, y aun así, aquí estoy, enredada en unas cálidas sábanas que definitivamente no son mías.

Vagos fragmentos de la noche anterior se meten en mi entumecido cerebro. Recuerdo pasarme por Duke's después de mi entrevista con Adam Blackwood, sintiéndome llena de anticipación y la sensación de que, por fin, conseguí algo. Podría terminar mi película sobre Nana, entregarla y despedirme de la universidad. Y convertiría esta pasantía con una de las compañías de medios más grandes del país en una auténtica carrera cinematográfica donde pudiera encontrarme a mí misma, y encontrar mi estilo, no solo los estilos que estuve repitiendo como estúpida durante mis años en la universidad.

Casi recordaba también al tipo. De hombros anchos, relajado, y esa sensación de calor y oportunidad. Pero eso es todo. Ningún rostro. Ni nombre. Ninguna idea de cómo esto —este pequeño milagro de auténtico sexo— sucedió.

Lamentablemente, este misterio tendrá que permanecer sin resolver. Tengo que irme.

Lucho por levantarme, sacando cautelosamente los mechones de mi cabello rizado de debajo del hombro —tonificado y bien bronceado— de mi nuevo amigo. Mi cabeza se siente como el interior de una licuadora, y el sabor en mi boca sugiere que algo se arrastró allí dentro y murió. 

Balanceando mis pies desnudos sobre el piso frío de concreto, me levanto, alejando las náuseas que amenazan con apoderarse de mi cuerpo.

Muchas gracias, Patron Silver.

Bordeo la cama para ver si tendré más suerte al encontrar mi ropa interior —o, en realidad, cualquier prenda de ropa— de este lado del mundo. Y, debo confesar, estoy muriendo por echarle un vistazo.

Mi curiosidad es definitivamente recompensada. Incluso aunque el rostro del tipo está pegado a la almohada, y su corto cabello de color caramelo yace pegado a su cabeza, es más que caliente. Tiene una fuerte y hermosamente esculpida mandíbula con el rastro justo de barba, y el tipo de pestañas oscuras y largas que las chicas necesitan un montón de rímel para conseguir.

Estirado con la más pequeña esquina de la sábana cubriéndolo —lo cual fue mi culpa por acaparar las mantas—, sus pies casi se salen de la cama. Lo que significa que es alto. E incluso durmiendo, su rostro tiene bastante intensidad, como si estuviera soñando con salvar el mundo. Sé que tiene que tener una personalidad increíble o hay cero oportunidades de que hubiera despertado en su cama.

No veo ninguna envoltura de condón, lo que me hace preguntarme qué, exactamente, pasó anoche. Definitivamente no soy imprudente. Por lo que tal vez no pasó nada. Pero, bueno: no tengo bragas.

Mientras lo pienso, mi mirada se desplaza hasta el reloj a un lado de su cama. Los números, 8:02 a.m., se abren paso por la neblina, y la adrenalina fluye por cada una de mis moléculas.

Mi pasantía en Boomerang —la respuesta para convertirme en más que la hija de una famosa fotógrafa, para entrar en mi auténtica vida y preservar la vida de la persona más distinguida en el mundo— comienza en exactamente cincuenta y ocho minutos. Y no tengo idea de dónde estoy o dónde están mis jodidas bragas.

—Mierda, mierda, mierda. —Me paso las manos por el cabello, hago un rápido inventario de la habitación, y decido que la ropa debe haber aterrizado en algún otro lugar.

Esto debería ser divertido.

Atravesando apresuradamente el estrecho pasillo, atrapo destellos de fotografías deportivas y carteles motivacionales con águilas remontadas y amaneceres por encima de montañas. Uno dice: "La vida comienza al final de tu zona de comodidad", lo que significa que mi vida está, sin duda, comenzando. Ahora. Mismo.

Me encuentro en una sala de estar con el grumoso y esperado sofá de soltero, la mesa de café manchada y la enorme televisión que elimina la luz del sol que intenta colarse a través de las dos ventanas cubiertas con sábanas arrugadas. También tiene el infaltable requisito de un tipo soltero: el olor a alcohol, sudor y zarigüeya muerta que le pone la guinda al pastel. Libros y revistas están esparcidos sobre la mayoría de las superficies, junto a un montón de controles remotos que sugieren que en algún lugar bajo el suelo hay una guarida secreta; una computadora que se ve muy vieja como para pertenecerle a Fred Flintstone, y varios artículos de ropa; una camiseta, pantalones cortos de gimnasia, y por suerte, el vestido que usé anoche.

Me arrodillo en el suelo y lo inspecciono. Está tan arrugado que luce como si un camión de basura le hubiera pasado por encima, y está rígido en algunas zonas, con una mancha en forma de V.

Tratando de eliminar las arrugas, desearía haber escogido algo un poco menos elegante para mi reunión con Adam Blackwood. Pero salí con esto, y lo verá de nuevo hoy. Solo que esta vez luciré como si fuera un vagabundo.

Oigo el rechinido de la cama y luego una puerta al ser abierta y cerrada, seguido por el correr del agua en la ducha. Así que el tipo está despierto. Genial. Tal vez pueda darme una mano con la Misión Imposible: La edición de mi ropa interior. No hay forma de que esto sea incómodo.

Después de buscar por toda la sala de estar, recogiendo ropa, cajas de pizza, envolturas de juegos, y varias cosas de deporte, me las arreglo para encontrar mis zapatos, cartera y —desparramado sobre el mesón de la cocina— mi sujetador. Pero no mi ropa interior.

¿Habrán desaparecido? ¿Se disolvieron en mi cuerpo? En ese caso, bien por el chico. ¿Evan? No, no es ese. Y esa es razón suficiente como para que desee poder recordar, oh, incluso un par de minutos de anoche.

El reloj del microondas dice que son las ocho con nueve minutos. Agarro mis zapatos, sujetador y vestido, y corro de regreso a la habitación. Tirando todo en la cama, golpeo la puerta del baño y la abro al mismo tiempo. Mis modales desaparecieron en algún lugar entre mi reunión con Adam Blackwood y mi ropa al ser lanzada por este apartamento como camisetas de juegos de los Lakers.

—Eh, oye —(¿Cuál diablos es su nombre?)—, hola —digo débilmente—. Um, no es por ser rara o agresiva, pero estoy muy apurada. Nuevo trabajo. ¿Te importa si entro y...?

Tira de la cortina de la ducha a un lado y saca la cabeza, dejándome ver su torso cincelado en el proceso. Añadan sus conmovedores ojos azules y el agua corriendo por las profundas ranuras de su clavícula, y bueno, es demasiado para asimilar a estas horas de la mañana.

Claramente, siente algo parecido. Sus ojos hacen un rápido recorrido de arriba abajo, y luego murmura algo.

—¿Qué? —digo y llevo una mano hasta mis labios—. ¿Tengo algo en los dientes?

Se ríe. —Estás tan desnuda.

 Le doy una sonrisa. —Lo siento, sí. ¿Estás bien con eso?

Entre modelar para mi madre, pasar ocho espectáculos a la semana desnuda en una producción de verano de Hair, y ser la chica desnudista para mis producciones estudiantiles, me siento como si hubiera pasado la mitad de mi vida desnuda. ¿Y voy a pasar esa mitad sonrojándome y disculpándome? No, no lo haré.

Su mirada me recorre y sus labios se curvan en una sonrisa, aunque hace un esfuerzo excelente por mirarme a los ojos cuando habla. —Por supuesto. Definitivamente estoy bien con eso. Haz lo que necesites.

—Genial. —Me giro y lo dejo con su ducha. Quito la condensación del espejo y me miro, sobre todo a mi cabello, el cual siempre constituye una situación. Está rizado en un millón de direcciones, pero ha estado peor. Lo que significa, me doy cuenta con un montón de arrepentimiento, que en definitiva no tuvimos sexo después de todo.

El sexo —el buen sexo, de todas formas— hace que mi cabello se vuelva loco. Como muy loco. Ahora, está en un estado de defensa nivel tres, lo que sugiere una vigorosa sesión de besuqueo, pero no mucho más.

Parece que continúa el periodo de sequía.

Encuentro un cepillo y lo paso por mi cabello, luego pongo una línea de pasta dental en mi dedo y lo aplico en mis dientes. Después de eso, hago gárgaras con casi la mitad del envase de su enjuague bucal y trago un montón de agua del grifo.

—Es una pregunta estúpida, pero, ¿tienes idea de dónde están mis bragas?

Corta el agua y alarga un brazo para coger su toalla, la cual le entrego a través de la cortina. Pone a un lado la tela rayada, y veo la toalla envuelta en su cintura para acentuar su impresionante y contorneado abdomen.

—No estoy seguro —dice, sonriendo—. Déjame ponerme algo de ropa y te ayudaré a encontrarlas.

En su habitación después de una rápida ducha sola, me pongo el sujetador y el vestido, sintiéndome extrañamente asimétrica sin mi ropa interior.

—¿A dónde vas? —pregunta al tiempo que se abotona una camisa blanca.

Tengo un destello de él llevando un traje anoche y de mis brazos colándose por debajo de la chaqueta para pasarlas por su fuerte espalda. Parece acostumbrado a la buena ropa, así que probablemente es alguna clase de profesional. Pero tiene un montón de cosas deportivas. Tal vez es un entrenador de básquetbol. Ellos usan trajes, ¿cierto?

—¿A dónde necesitas ir? —pregunta de nuevo, y me doy cuenta de que he estado totalmente fuera de sí.

Sonrojándome, digo—: A Century City, y voy muy tarde. 

Sus manos siguen en sus botones. —Yo también —murmura, más para sí mismo que para mí—. Pero se tarda veinte minutos con un buen tráfico. Puedes llegar.

Lo que significa que tengo que irme ahora. 

Me ayuda a buscar por el apartamento, levantando los almohadones de las sillas, comprobando detrás de las cortinas. —¿Estás segura de que las tenías cuando llegaste aquí?

—¿Crees que vine aquí sin mis bragas? 

¿Vine aquí sin mis bragas? 

una corbata del ventilador en el techo por encima de una mesita, sonriendo mientras me la enseña. —Parece posible. No recuerdo mucho los detalles, pero la evidencia sugiere que pasamos un buen momento.

Tal vez no tan bueno como piensas, quiero decir, ¿pero para qué? Encuentro una gomita en la encimera de la cocina y coloco mi cabello en una cola de caballo baja. 

Le doy otra inspección a mi vestido y me doy cuenta de que no hay forma de que me presente luciendo así.

—Oye, ¿te importaría prestarme una camisa? —digo—. Como una camisa formal. Yo... eh, te la devolveré. —Mientras espero que esto no me haga sonar como una psicópata, mi necesidad de no lucir como si me acabara de quitar la ropa en una taberna prevalece por encima de mi preocupación por la primera —o segunda— impresión.

—Sí, claro —dice, y se dirige a su habitación. Vuelve con una camisa azul, y me la tiende—. Tal vez te quede un poco grande.

—Estoy segura de que lo hará —digo, pero me la pongo y la envuelvo alrededor de mi cintura, cubriendo la peor parte del problema. Ahora solo luzco como un bicho raro arrugado. Pero si mi nuevo jefe ha pasado algún tiempo con actores, definitivamente no seré el único bicho raro en su vida.

El tipo agarra un par de bóxers negros de una silla. —Llevaba estos anoche, así que nos estamos acercando.

Me pongo más y más ansiosa a medida que encuentra artículos de su propia ropa. 

—Lo siento, Mia —dice después de haber abierto cada gabinete y mirado en cada llanura del modesto apartamento.

Siento un pequeño sonrojo de placer al descubrir que él sabe mi nombre, el cual es rápidamente suplantado por la vergüenza que siento ante el hecho de que soy una idiota que no recuerda el suyo.

En la cocina, sirve un vaso con jugo del refrigerador, deslizándolo a través de la mesa para mí. —No las veo por ningún lugar. 

¿Dónde diablos pueden estar? ¿Y es mejor llegar tarde en mi primer día de trabajo o deslumbrar a todos mis nuevos colegas? Decisiones, decisiones.

Saco mi teléfono, 8:29 a.m., y suspiro. —Muy bien —decido—. Creo que tendré que irme sin ellas.

—Andar sin ropa interior. —Sonríe—. Me gusta eso en una chica. 

—Bueno, gracias. Si las encuentras, siéntete libre de quedártelas como recuerdo.

—Las guardaré como un tesoro. A menos que sean de abuela. Pero creo que esas habrían sido más fáciles de encontrar.

—Ciertamente no son bragas de abuela. Son...Se ríe, con la espalda hacia mí. 

—¿De un rosa brillante? ¿Con mariposas blancas?

—¡Sí! ¿Cómo supis...? 

Se hace a un lado y abre la puerta de su brillante tostadora Breville. Allí, desparramadas sobre la rejilla del tostador, yacen mis bragas.

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