Me comí lo que me ofreció y dejó la bandeja donde mismo. Quería abrazarlo, decirle cuanto lo había extrañado, tantas anécdotas que he vivido a lo largo de siete años y el patinaje...
¡La competencia!
—Luka —me miró con su rostro impasible—, terminé una competencia cuando hicieron esto y...
—Lo sé —me cortó—. Y sé que quedaste en segundo lugar, podría mover todo y que te den esa medalla y...
—No —toqué su mano apoyada en su rodilla—, todos los esfuerzos fueron míos y me siento orgullosa porque podré ir a los regionales, a excepción que me dejes aquí encerrada.
—Puedes ir a donde quieras de esta casa.
—Luka, esta no es mi casa, no es mi vida.
— ¡Tu vida es a mi lado!
Se levantó exaltado e intenté ignorar esa última frase.
Ahora que lo veía bien, era muy guapo, sus hombros no eran tan anchos pero podía notar que estaban marcados debajo de esa camisa negra, sus brazos estaban cubiertos de venas y algunos tatuajes, hacía ejercicio y las mangas dobladas no me dejaban mentir. Sobre su cuello había más tinta negra, unas alas bien formadas y subí hasta su mentón, su rostro parecía de un dios, era perfecto.
—Date un baño y descansa —se levantó—. Si hay algo que necesites, Olga está a tu disposición e Iván lo traerá si es externo.
Se fue y cerró la puerta tras él.
Me acerqué y noté que no tenía seguro, ya no estaba encerrada. Coloqué el seguro por dentro y tomé algo de mis cosas para darme un baño, realmente lo necesitaba, aún tenía puesto lo que llevaba el día de la competencia y no sabía hace cuánto de eso.
Llené la tina, vertí sales y aceites. Era demasiado el frío y al parecer la casa tenía calefacción, pero lograba sentirlo de todas maneras. El lugar se llenó de vapor y me quité la ropa, dejé todo junto en un rincón y procedí a meterme, dejando que el agua caliente relajara mis músculos.
—Lottie —Luka me miró con sus oscuros ojos y sonreí—. ¿Tuviste otra pesadilla?
Asentí y levantó la cobija de su cama para que pudiera acostarme a su lado. Tomó un mechón de pelo y lo olió. Abracé mi conejo con más fuerza y me acurruqué a su lado.
A la mañana siguiente, desperté en mi recamara, no sabía a qué hora me había venido para acá o si Luka me había traído, pero desde hace un par de años así pasa. Tengo pesadillas cuando mamá y papá pelean, son muy tortuosas y me invade el miedo, algunas veces Luka viene cuando grito, pero la mayoría de veces despierto y corro a su recamara. Siempre me acoge y me cuida, me recita poesía hasta que me quedo completamente dormida.
Una noche, la pesadilla fue tan intensa que desperté empapada en sudor, pero esta vez, los ojos color miel de mamá me miraban asustados y llenos de lágrimas. Me levantó y me pidió que no hiciera ruido.
—Nadie debe saber dónde estamos, Charlotte —mi madre me colocaba el cinturón de seguridad, su rostro estaba cubierto de lágrimas y el rímel escurría por sus mejillas—. Debemos escondernos un tiempo.
La detuve y proseguí a colocarlo yo, sonreí y prosiguió a cerrar la puerta para después subir del lado del conductor. Lo encendió y salimos de la mansión.
Era extraño porque no había ningún hombre por los alrededores y papá siempre tenía hombres por todos lados. Siempre estábamos bien protegidos.
Yo había preguntado por qué nos íbamos, pero mamá solo decía que era por nuestro propio bien. Lloré mucho, no quería irme, pero insistió que teníamos que hacerlo, que papá no era una buena persona, que los Volkova eran malos y nos harían daño. Yo misma tenía su apellido.
Cuando desperté estábamos en un aeropuerto, mamá comenzó a hablarme en inglés y tenía una peluca puesta, su rostro estaba limpio y su maquillaje de nueva cuenta impecable.
—Ahora mi amor, no hablaremos en ruso, ¿de acuerdo? —Sonrió—. Te prometo que estaremos bien, vamos a hacer una nueva vida juntas.
Subimos al avión y miré por la ventana, nos íbamos de Moscú, a un lugar que yo no conocía, ni siquiera sabía a dónde íbamos, solo sabía que me alejaban de mi vida, de mi entorno y de todo lo que quería.
—Mami —la miré—. ¿Por qué Luka no puede venir? Es mi hermano.
—No es tu sangre cielo —sonrió—. Él es hijo de Vik, no mío, era tu hermanastro, pero de ahora en adelante ya no será nada tuyo.
La confusión me inundó completamente.
Solo tenía trece años, entraba a la pubertad y comenzar en un lugar nuevo iba a ser difícil. Tenía que asistir al colegio, hacer nuevos amigos y hablar en un idioma que casi no practicaba ya.
Sentí una mano cálida en mi mejilla y me topé con unos ojos negros llenos de preocupación. El golpe a la realidad me hizo recordar donde estaba y qué estaba haciendo. Cubrí mis senos con mis manos y me alejé.
—Pensé que te habías hecho algo —dijo serio—. Te llamé y no contestaste.
—Me... me quedé dormida —sentí el calor en mis mejillas—. ¿Por qué estás aquí?
—Ya te lo dije.
—Debiste tocar.
—Lo hice.
—Sal, por favor, estoy bien —se levantó y se acercó a la puerta.
—Te dejé ropa abrigadora sobre la cama, te espero a cenar a las siete.
—Pero no...
Me dejó con la palabra en la boca. No tenía un maldito reloj, ¿cómo sabría la hora?
Terminé de ducharme y me envolví en la bata que había para secarme. Salí y miré mi viejo conejo sobre la cama y lo abracé, después miré la ropa sobre la colcha. Dejé mi peluche y procedí a cambiarme, me miré al espejo y noté lo lindo que estaba todo, olía a nuevo. No debería sorprenderme, siempre había tenido dinero con ellos, ellos tenían mucho dinero.
Las medias afelpadas por dentro, botas de gamuza y tacón bajo, la blusa de manga larga, todo negro a excepción del abrigo color hueso. Sequé mi cabello y lo trencé. Después noté el reloj que colgaba sobre la puerta, faltaban quince minutos para las siete.
Tenía miedo de salir, estaba por abrir la puerta cuando dos golpes me asustaron.
— ¿Quién?
—Olga, señorita.
—Pasa —me alejé para que entrara.
—El señor ya está esperándola en el comedor —se inclinó un poco—, vengo para acompañarla hasta ahí.
—Gracias.
Salí detrás de ella y caminamos por un largo pasillo con luces tenues que salían de las lámparas empotradas en la pared, las pantallas de cristal parecían botones de flor. Continuamos hasta llegar a unas enormes escaleras de caracol. Todo era piso de madera, pero solo mis pasos sonaban en el lugar. Al llegar a la primera planta un enorme recibidor con solo una mesa llena de claveles blancos.
—El anónimo...
— ¿Dijo algo, señorita?
—No —negué y seguimos caminando hacia la izquierda de las escaleras.
Pasamos por un enorme arco y una mesa para diez personas estaba ahí, de fondo unos enormes ventanales que iban desde el suelo hasta el techo con cortinas claras. El lugar estaba iluminado por lámparas iguales a las del pasillo de arriba.
—Bienvenida —mi hermanastro se puso de pie—. Te quedó a la perfección.
—Sí —me vi la ropa—. Hace menos frío aquí —miré a mi alrededor y observé la chimenea encendida.
Me quité el saco y Olga lo tomó. Caminé hasta situarme al lado de mi hermano y me senté, me ayudó con la silla, como todo un caballero.
—La cocina tradicional de Ágata—señalo una hoja frente a mí—. No sabía que querías, así que.
—No hayas pedido todo —solté temerosa—. Mi estoma sigue un poco inestable.
—Lo lamento por eso —tomó una copa y la acercó—. Bebe, es agua.
—No debiste hacerlo así, podías decirme que estabas ahí —bebí un sorbo y dejé la copa de nuevo sobre la mesa—. No actuar como un acosador.
—Adiviné tus medidas para los patines también —noté la tensión en su mano hacia la copa que sostenía—. Qué bueno que al final lo hiciste sola.
—Jared es mi novio.
—Es un idiota que no sabe lo que tiene —sus palabras sonaban tensas, molestas—. Y tu madre...
—Mamá debe extrañarme, deben estarme buscando —tomé su mano libre sobre la mesa—, déjame hablar con ella, decirle que estoy bien, que estoy contigo.
— ¡No! —retiró la mano, pero la rudeza la que salieron sus palabras me asustó—. Nadie debe saber que estás aquí, ya te lo dije.
—Mamá dijo lo mismo.
Me encogí en mi asiento y llevé mis manos a mi regazo. Sabía que no podía actuar como si nada, pero Luka siempre me había hecho sentir segura. Sé que habían pasado siete años y no éramos los mismos, pero había algo en su mirada, me veía de un modo diferente, de un modo que no podía explicar, que no podía entender con certeza.
— ¿Qué paso esa noche? —me miró de un modo suave, negué con la cabeza apenas perceptible—. Habías tenido pesadillas horribles, hablabas de las sombras en tu habitación y no te escuché gritar. Cuando desperté ya no estabas, solo tu conejo Pang sobre la cama, tu ropa revuelta. Papá dijo que se habían ido durante la noche, pero nadie supo nada, al parecer los hombres de guardia estaban...
—No había nadie —solté trayendo el recuerdo a mi mente—. Cuando salimos fue extraño, no había ningún guardia, hacía frio y mamá lloraba...
Comencé a contarle todo lo que ocurrió esa noche, cómo mamá cambió nuestro apellido, su nombre y nuestro color de cabello, modificando nuestra apariencia hasta que pareciéramos otras personas.
—Terminé el bachillerato y comencé la universidad —sonreí—, estoy estudiando veterinaria, pero ahora...
—Te prometo que todo volverá a la normalidad, pequeña Lottie.
Escuchar esas palabras me llenaron de paz. Pero aun así estaba la duda; ¿por qué papá buscaba desesperadamente a mamá? Sabía que peleaban mucho, los vi, los escuché, pero ellos se amaban en su tiempo, ahora cada uno hace su vida aparte y estamos bien, ¿o no?
— ¿Por qué a Petretsy? ¿Por qué no volvimos a Moscú?
—Ya te lo dije, Viktor es un problema.
—Papá siempre fue cariñoso conmigo —dude en seguir, pero lo hice—. No entiendo que cambió.
—Tu madre le robó mucho dinero —no entendía porque me decía las cosas tan fácilmente, pero sabía que no estaba mintiendo—. Cuando te llevó de casa, se llevó dos maletas repletas de dinero y joyas, no creas que tu vida fue fácil por todo lo que ella trabajó.
—P-pero...
—Le robó a la mafia rusa, ¿qué esperabas?
¿Mafia rusa? No era verdad.
— ¡No! Papá tiene empresas, negocios, hoteles y...
—Deja de llamarlo así —la tensión en su mandíbula me hacía temer que se quebrara los dientes—. ¿Creías que vivías con un empresario normal?
—Sí —pero ahora me sentía en una mentira, como si todo lo que había pasado desde que tenía cinco años fuese una ilusión, esos ojos negros nunca me habían mentido y ahora me soltaba una verdad que no conocía.
—Viktor es la mano derecha del jefe de la mafia —sonrió hastiado—. Yo su descendiente, el siguiente en la línea, pero hemos tenido nuestras diferencias, él las quiere muertas, yo te quiero viva.
Su mano se posó en mi mejilla, tan cálida como siempre la había sentido, pero su mirada era fuego, reflejaba dolor, angustia y a la vez calma. Como si fuese un rollo de emociones y no supiese expresarlas.
—Pero...
—No espero que lo entiendas —sentí el frío del abandono al quitar su mano—, eres joven aun —se levantó de la mesa y se posó detrás de mi silla—. Pero ten bien claro que no dejaré que nada malo te pase.
Su aliento en mi cuello hizo que se erizara mi piel completamente. Su voz apenas era un susurro y logró hacer estragos en mi cuerpo, de pronto sentí la humedad entre mis muslos. Pero no podía ser, es mi hermano, siempre lo vi como uno y, que me provocara esto era una completa locura.
—Termina tu cena —se volvió a sentar—. Hay algo que quiero mostrarte.
—P-pero... está oscureciendo.
— ¿Eso importa? —me miró fijamente—. No necesito del sol para mostrarte las cosas.
Tragué grueso y lamí mis labios.
Algo había diferente en el ambiente, no era el Luka que conocía hasta hace siete años atrás. Algo cambió, algo que me hizo verlo de un modo diferente.